
Eder. Óleo de Irene Gracia
Edmundo Paz Soldán
Durante varios años, pensé que el serbio Danilo Kis (1935-1989) era un escritor borgiano, basado en el hecho de que, a principios de los noventa, lo único que había leído de él era su magistral Enciclopedia de los muertos (1983). Ya en esta década, leí de Kis Una tumba para Boris Davidovich (1976) y volví a ser atacado por la fiebre generalizadora: el serbio en realidad era un gran escritor político. Había que volver a Enciclopedia de los muertos con otros ojos. Hace poco terminé su extensa trilogía, Circo familiar (compuesta por los libros Penas precoces, Jardín, ceniza y El reloj de arena), y me dí por vencido. En realidad Kis era uno de esos extraños autores capaces de reinventarse con cada nuevo libro, alguien que nunca tuvo la menor intención de repetir en un nuevo proyecto aquello que le había funcionado en el anterior; tenía, sobre todo, "miedo al auto-pastiche".
Cada uno de los libros de Circo familiar tiene un estilo diferente. El primero, Penas precoces (1970), lo componen cuentos con un tono más bien lírico, escritos desde la perspectiva ingenua de un niño. La novela Jardín, ceniza (1965) es una evocación proustiana de la infancia; el niño sigue siendo el narrador, pero ahora se desdobla en el adulto que rememora lo ocurrido en su infancia tres décadas atrás; la mirada ha dejado de ser ingenua, la voz es madura. El reloj de arena (1972) es una novela a lo Joyce (el de Ulises), en la que el tono lírico desaparece para dejar paso a documentos narrativos de todo tipo: interrogatorios jurídicos, notas, cuadros de viaje que parecen sacados del nouveau roman.
En Jardín, ceniza se encuentra el corazón de Circo familiar. Esta novela de Kis pasa por diferentes etapas: su inicio convoca a En busca del tiempo perdido, con el niño estremecido por la relación intensa con su madre. Sin embargo, cuando aparece el padre, cuya presencia en la novela es tan imponente que le quita oxígeno al resto. A nivel estilístico, parecería que se ha pasado de Proust a Schulz: el padre es mitificado como un ser extravagante, un borracho egoísta entregado de forma "mesiánica" a escribir un Horario de transporte, algo que se inicia con modestia, como una guía turística, para terminar como una anárquica enciclopedia sobre los más diversos temas. En Schulz, sin embargo, el padre excéntrico siempre es visto con ternura y se queda en el territorio admirable del mito; Kis construye el mito para luego desmitificarlo: "sin sombrero… con sus torpes pies planos, quedaba despojado de toda su grandeza, insignificante". La perdición del padre es, después de todo, la perdición de la familia.
Las historias que narra Circo familiar se concentran en la década del cuarenta. E.S., el hombre que trabaja en el ferrocarril, se afana por descubrir por qué se le ha reducido la pensión (E.S. es un descendiente de los "héroes" de Kafka). Las respuestas son indirectas: Kis ha decidido que el tema de fondo de su obra -el exterminio de judios y serbios de Voivodina durante la segunda guerra mundial- tiene más fuerza en su ausencia. Es mejor sugerir el horror que hablar de él: en Jardín, ceniza se menciona una sola vez la palabra "ghetto". El camaleónico Kis, cuyo estilo puede hacernos recuerdo tanto a Borges como a Proust, Schulz o Kafka, es, en realidad, un escritor poco común, que sabe que a veces se escriben libros para no decir de manera explícita aquello que de verdad se quiere contar.
(La Tercera, 23 de febrero 2009)