Edmundo Paz Soldán
Una editora venezolana me recomendó con entusiasmo a la escritora brasileña Hilda Hilst (1930-2004). Me dijo que era mejor que Clarice Lispector y eso avivó mi curiosidad. Compré sus libros en una librería de Rio De Janeiro y me esforcé por leerlos, pero mi portugués no era suficiente para la complejidad de su prosa; como no tenía a mano las dos novelas de Hilst recientemente publicadas en español por Cuenco de Plata (La obscena señora D. y Diario de un seductor), acudieron a mi rescate las ediciones en inglés, sobre todo la traducción de Com os meus olhos de cão (Con mis ojos de perro), publicada la semana pasada por Melville House.
La obra de Hilst tiene parecidos con la de Clarice Lispector, sobre todo en ciertas cuestiones temáticas y en la libertad con la que trabaja las formas narrativas, pero su poética es muy diferente. Vamos a ponerlo así: Lispector describe sus crisis existenciales y epifanías místicas con elegancia (lo cual no significa que se la entienda siempre); Hilst, en cambio, es la rebelde que puede contar chistes vulgares e insultar a Dios. Si Lispector fue canonizada muy rápidamente, con Hilst la cosa se complica porque fue una excéntrica hija de millonarios locos del café (su padre era paranoide esquizofrénico, su madre fue diagnosticada con demencia) que rechazó al mundillo literario de San Pablo y se fue a vivir en las afueras de Campinas, en una casa por la que deambulaban sus cien perros y poetas jóvenes fascinados por ella.
Con mis ojos de perro intenta, como en varios textos de Lispector (sobre todo La pasión según G. H.), narrar una experiencia mística y sus repercusiones en el sujeto. El matemático Amós Kerés ("doctor en números, hambriento de letras") ve un día, en una colina cerca de la universidad en la que trabaja, un "fulgor… hermoso, un sol-origen sin ser fuego"; una invasión de colores que no se resuelven "ni en formas ni líneas, contornos ni luces". Como dice el crítico Alcir Pecora, el encuentro con este Sol Original, anterior al de la naturaleza y de las formas, llevará a Kerés a abandonar su vida civilizada y racional en busca de un nuevo encuentro con lo divino.
Los narradores de las nouvelles de Hilst saltan sin transiciones de la prosa a la poesía y relatan su historia a partir de la asociación de ideas: "Me invade la compasión por Amanda. Ella tiene una mirada infantil y estúpida. Algunos seminaristas dirán que un niño no puede tener una mirada estúpida. Yo siempre he tenido miedo de los niños (mi padre también tenía ese miedo, en el fondo), temeroso de que me escupan en la cara los ojos el pecho". Kerés comienza hablando de su esposa y termina perdido en un recuerdo en el que un niño lo escupe. Esa escena condensa lo que ocurre en la novela: en la escena inicial, el decano de la facultad le dice a Kerés que se tome una licencia porque se ha enterado que en sus clases se toma pausas de quince minutos entre frase y frase; al final, estamos con un amigo que vive con un cerdo, con recuerdos de la infancia y en un burdel en el que las prostitutas cuentan historias de hombres que tienen erecciones antes de morir.
Uno de los epígrafes de Con mis ojos de perro es de Bataille: "la verdad del hombre es una súplica sin respuesta". No es casual la cita del pensador francés del encuentro de lo sagrado con lo obsceno: en la poética de Hilst, la búsqueda de lo divino lleva a sus personajes a un encuentro con lo sórdido, lo abyecto, lo animal (de ahí el título). En un poema final, Kerés se dirige a Dios:
Pensar en la gran incomodidad
De sentirte aquí, en la náusea, en el excremento […]
Y descubrir que tus medios
Son iguales a los pasos de los borrachos.
Kerés es visto como un loco por los demás, al abandonar su familia y su trabajo, pero esa locura tiene sentido: es "la locura de la búsqueda, hecha de círculos concéntricos y que nunca llega al centro, la ilusión encarnada y oscura de descubrir y comprender". De eso va esta escritora radical: a través de su ojos, podemos sentir la desesperada búsqueda de un Dios que se afana en el silencio.
(La Tercera, 4 de abril 2014)