Soy alérgico a los gatos. Me gustan pero no los puedo soportar. Aunque sean gatos de mi ciudad. Ni gatos madrileños, ni otro casticismo a la gatomaquia. De casticismos solo mantengo soporto el de algunos fragmentos de zarzuelas, el del cocido y el de los callos a la madrileña.
Pero con los gatos no puedo. Ni me gusta el amable apodo de "gato" por madrileño, ni sus representaciones, artístico/kitsch, como simpáticos habitantes estéticos de los tejados. Ni siquiera soporto los gatos de Roma, sin duda los que mejor se mueven entre las ruinas. Y a pesar de toda esa soflama antigatuna me gusta el título de la novela ganadora del Premio Planeta de este año. Me gusta porque sí, porque suena muy eficaz para retratar ese tiempo y esa ciudad. Me gusta por ser de Eduardo Mendoza, ese escritor de Barcelona tan de otra parte, tan de muchas ciudades, tan urbano y tan sagaz en su mirada entre el humor y la diversión inteligente. No sé si su sajona distancia, su irónica suavidad, su maneras contenidas, educadas y sutiles, me serían muy soportables tratadas de cerca, pero cómo lector, madrileño, amante de una Barcelona que apenas existe y preocupado por éste país, sus guerras, sus preguerras y sus posguerras estoy muy interesado y expectante ante su novela que le hizo ganar el Planeta.
Otra noche más de ese premio tan importante, tan controvertido y tan necesario para nuestro tinglado literario y su mercado. Los hay excelentes, buenos, regulares e infames. Como nosotros mismos en estos últimos casi sesenta años. Otra vez una sorpresa- aunque anunciada y conocida unas horas antes- pero también una alegría. Dos condiciones que no siempre viajan juntas en premios como éste.
Me alegré que uno de los mejores escritores de la Barcelona mítica, real, irreal y no tan lejana, haya decidido novelar sobre un Madrid cargado de excesos, pasiones, peleas, intereses y canalladas de antaño. Tan reconocibles, tan sin época, ni lugar, ni condición. Me gustan las buenas novelas, y punto. Pero me interesan a priori las que hablan de fascistas, de comunistas o de otros ístas- ultraístas incluidos- aunque sea bien. Incluso si hablan mal. No eran aquellos tiempo para tibios, aunque tantos hubiera, aunque tantos siga habiendo. Y no me gustan las novelas que se escriben desde la tibieza, desde la corrección, la neutralidad o la lección de historia democrática. La literatura no tiende porqué ser ni democrática ni todo lo contrario. ¿Qué será lo contrario de democrático?
Desde Elx, también llamada Elche, desde su clima más apacible que misterioso, desde el recuerdo borrado de esta ciudad en otros años, con otras compañías, brindaré por el suave, pulcro, listo e irónico Eduardo Mendoza, que nada tiene que ver con Elche que so sepa. En Elche, y con esta noche de otoño tan dulce, estoy dispuesto a brindis varios. Hace un rato ya hice un brindis al sol. Y fuese.