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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Gabriela Adamo no teme al ciberlibro

Gabriela Adamo y su fe en el ebook La directora de la Feria del Libro de Buenos Aires, Gabriela Adamo, no ha asumido su cargo como un asunto burocrático más. No teme decir las cosas claras ni enfrentar iras desde que hace dos años asumió la dirección de la Feria. Por lo pronto, ha tenido que resistir dos broncas en sus inauguraciones (el año pasado, los kitchneristas vs Vargas Llosa; y este año los libreros y editores argentinos entre sí por la ley de importación del libro) y ha tomado decisiones interesantes, como la de dedicar la Feria no ha países sino a ciudades (la primera ciudad homenajeada será Amsterdam). Además, afirma que los lectores y los autores deberán cambiar sus hábitos con la llegada del e-book. Aquí una entrevista-desayuno hecha para El País por Francisco Peregil: 

Adamo desayuna a menudo en el bar situado enfrente de la Feria, que es donde suelen quedar los escritores antes de enfrentarse al público. Cuando se le pide que escoja su librería favorita, no duda ni un segundo. ?Hay cientos en Buenos Aires. Hay hasta un librito que se llama El libro de los libros que viene con casi todas y te arma circuitos. Pero la mía, desde que nací, es La Boutique del Libro, que es una cadena con cinco sucursales. La del barrio de Martínez es la primera de ellas y la librera, que me atendía cuando iba de chica con mi papá, sigue ahí. Y ahora le recomienda libros a mis hijas y a mi marido?. Pide una lágrima, que es como se le conoce en Buenos Aires a la leche con apenas unas gotas de café. Se la sirven en jarrito, una de esas piezas de cristal que parecen pequeñas obras de arte que cobran vida cuando la gente las envuelve en sus manos. ?El jarrito es una medida buena. La taza pequeña, uno se queda con ganas y el tazón??. Pide también un cuadradito de chocolate con dulce de leche. ?Más que cuadradito es un mazacote, pero está delicioso?. La directora se ha pasado la vida entre volúmenes. Pero no siente la llegada del libro electrónico como ningún drama personal. ?Yo creo que ni el escritor ni el lector van a perder, aunque tal vez cambien su forma de escribir y de leer. Sin embargo, las partes intermedias van a estar más en jaque. Y las librerías son las que más van a perder. En América Latina aún no lo percibimos porque estamos muy retrasados con la llegada de los aparatos. El Kindle está presente en la Feria, pero no se puede comprar físicamente en Argentina, hay que pedirlo al extranjero y que lo traigan por correo?. Conforme avance el carro, piensa, se irán acomodando los melones.



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7 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cartarescu, o la realidad como ficción

Le debo a la editorial Impedimenta el descubrimiento de la obra del rumano Mircea Cărtărescu, uno de esos nombres que suele aparecer con frecuencia en la lista de fin de año de posibles candidatos al Nobel de literatura (puede que esa lista sea lo más importante del premio, pues entrega cierto consenso crítico de autores contemporáneos imprescindibles, muchos de ellos de países cuyas literaturas no son muy conocidas). Cărtărescu, nacido en Bucarest en 1956, es autor de una obra muy reconocida que ha comenzado a traducirse al castellano; Funambulista publicó Por qué nos gustan las mujeres en el 2006, pero luego Impedimenta se ha hecho cargo de toda la obra y ha comenzando publicando el cuento largo El ruletista (2010), y la novela Lulu (2011); se anuncia para fines de año el libro de cuentos Nostalgia, publicado en Rumania en 1993 y considerado por muchos el punto de inflexión en su carrera, y después La bella extranjera (su más reciente libro de cuentos) y Orbitor, una compleja trilogía de novelas publicada entre 1996 y 2007. 

A Cărtărescu se lo considera un escritor posmoderno por su reflexión constante acerca de la naturaleza misma del hecho literario; pese a que esto tiene, como sugiere Marian Ochoa en el prólogo a su traducción de El ruletista-, "el mismo espíritu lúdico, exaltado y pueril de sus predecesores vanguardistas", en Cărtărescu existe una preocupación trascendente, ontológica, que apunta a que la revelación de la literatura como artificio termine cuestionando la identidad del ser humano y la naturaleza misma de la realidad. En este sentido, un texto como El ruletista emparenta a Cărtărescu con, entre otros, el Borges de "Las ruinas circulares" y el Bioy Casares de La invención de Morel.

En el caso de la novela de Bioy, la invención fantástica de Morel -una máquina que "atrapa" a los seres humanos y les da la inmortalidad de las imágenes "con alma" a cambio de su vida- torna imposible diferenciar lo real de su simulacro, y permite que el narrador haga una analogía entre la naturaleza misma del "Archivo de imágenes y voces" inventado por Morel y la realidad: "¿En dónde yacemos, como un disco músicas inauditas, hasta que Dios nos manda nacer?"; "El hecho de que no podamos comprender nada fuera del tiempo y del espacio, tal vez esté sugiriendo que nuestra vida no sea apreciablemente distinta de la sobrevivencia a obtenerse con este aparato". En Cărtărescu, el destino fantasmagórico del Ruletista, un ser que se vuelve célebre por su capacidad para salir victorioso en sus desafíos a la muerte con el juego de la ruleta, lleva al narrador a concluir que la realidad en la que viven el Ruletista y él es tan solo una ficción: "Pero hay un lugar en el mundo donde lo imposible es posible, se trata de la ficción, es decir de la literatura. Allí las leyes del cálculo de probabilidades pueden ser infringidas, allí puede aparecer un hombre más poderoso que el azar. El Ruletista no podía vivir en el mundo, lo cual es en cierto modo una forma de decir que el mundo en el que él vivía era ficticio, que era literatura".

En La invención, las personas consiguen la inmortalidad al convertirse en personajes de Morel. En El ruletista, el narrador y el ruletista se vuelven inmortales al convertirse en personajes literarios. En ambos casos, el artificio -mass-mediático, literario- cuestiona  y hace repensar la naturaleza misma de la realidad. Como en La invención de Morel, los personajes de Cărtărescu viven atrapados en una máquina, en este caso textual. Solo viven en la página, "viven siempre que su mundo es ‘leído'".

Los que vivimos fuera de las páginas del libro puede que también estemos viviendo en un mundo ficticio. No es poco mérito que la bella y breve fábula de Cărtărescu nos haga poner en duda la realidad en la que nos movemos todos los días.    

 

(La Tercera, 5 de mayo 2012)



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7 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El último testamento

Cuando, en 2003, James Frey publicó  unas memorias tituladas En mil pedazos (A Million Little Pieces), obtuvo un rotundo éxito de ventas en América, sólo superado por Harry Potter. Aprovechando el momento, Frey publicó al año siguiente Mi amigo Leonard (My Friend Leonard ), que era la continuación de la anterior y que fue asimismo un éxito de ventas.

 

Sin embargo, aquí y allá se habían ido alzando voces que acusaban a Frey de falsario, pues habría presentado como verídicos (o biográficos) unos hechos que en la realidad habían sido mucho menos dolorosos, heroicos y ejemplares de cómo él  los pintaba.  Pese a todo, probablemente la cuestión no hubiese pasado de una simple anécdota de no ser porque la divina Oprah Winfrey, que había sido una de las primeras y más encendidas entusiastas del supuesto descenso del joven Frey a los infiernos, se sintió ofendida por el engaño y le tendió a su antes protegido una alevosa trampa mediática: haciéndole creer que se hablaría de otra cosa le invitó a su multitudinario programa y millones de espectadores pudieron asistir al penoso espectáculo de un pobre tipo sentado en un sofá y viéndose obligado a confesar que sus supuestas memorias eran en realidad una invención con vistas a lograr que el texto resultase más vistoso y atractivo  para el gran público.

En plena controversia James Frey publicó una tercera novela, Una brillante mañana (Bright Shiny Morning) que fue recibida con división de opiniones.  Mientras que los críticos literarios del  New York Times y de la revista People la ensalzaron (algún otro medio habló de “resurrección”), los responsables del Los Angeles Times opinaron que era una de las peores novelas que habían leído, mientras que el New Yorker la calificaba de “banal”.

Hay que agradecerle a James Frey el que, lejos de amilanarse por lo delicado de su situación, o lejos de  buscar una componenda para contentar a todos, decidiese hacer frente a sus detractores con una novela como El último testamento que ahora publica Modadori , una continua y desvergonzada provocación que a muchas personas no les resultará  fácil de leer, y mucho menos aceptar. Os preocupa la veracidad de lo que escribo, parece haberse dicho Frey mientras encendía el ordenador y abría un archivo provisionalmente titulado  The Final Testament of the Holy Bible. Os preocupan la verosimilitud y el realismo. Queréis historias que podrían ser reales protagonizadas por alguien fácil de identificar y con quien podáis establecer una relación personal. Pues a ver qué os parece esta historia de un pobre diablo que malvive en los suburbios de Brooklyn y Queens y que se junta en los túneles del subsuelo neoyorkino con una banda fuera de la ley y que se está armando y fabricando armas con fines nada pacíficos. Un tipo que practica abiertamente la homosexualidad, que convive con una prostituta negra (a la que deja embarazada), y con la que no tiene problemas en montar fogosos tríos con otras mujeres. Un tipo que debería morir en las primeras páginas porque  le cae encima un panel de vidrio cuando éste estaba siendo izado a un rascacielos en construcción provocándole heridas mortales de necesidad pero de las que se repone en contra de toda lógica. Un hombre que cura a los enfermos, que sana a quienes tienen el alma rota y que hace milagros mientras predica el amor, un amor más bien físico, pues quienes se benefician del mismo  suelen tener prodigiosas erecciones y orgasmos antes de caer de rodillas por haber reconocido en él a Jesucristo. Verosimilitud. Realismo. Toma ya. Por si cupiera alguna duda, el libro se abre con una advertencia diciendo que habla de Ben Sión  Avrohom, también conocido como el Profeta, el Hijo, el Mesías, Dios Nuestro Señor.

La historia de Ben Sión la cuentan trece narradores distintos que, todos en primera persona, ofrecen testimonio de su encuentro con él ( o Él), siempre en momentos sucesivos para que el lector sea testigo de su trayectoria completa desde el accidente en la obra hasta su muerte en un hospital para indigentes.

Con independencia de  sus métodos en busca del éxito, no cabe duda de que James Frey es un narrador eficaz, y quien acepte su propuesta del nuevo Mesías va a tener numerosas ocasiones  de ser llevado al límite de su capacidad como lector.

 

El último testamento

James Frey

Mondadori



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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Descubrimientos en tu pupila azul

Los profesores Preuschoff, Hart y Einhäuser, de las universidades de Zurich y Magdeburgo, han peritado un estudio sobre la dilatación pupilar. Supongamos un cuadro como los que pintó Dalí con esas Venus de Milo que, según se miren, son un estoico torero encorbatado, o los de la serie Gala-Lincoln, o, más sencillo, uno de esos dibujos que parecen una cosa y otra, una bailarina y una bruja, o una mariposa y una sílfide, siempre según se miren, nunca las dos cosas a la vez. Una vez fijada la atención para ver si a uno le parece una cosa o la otra, la pupila se dilata en el instante en que se produce un cambio perceptual, o sea, cuando el cerebro decide que ve una cosa o la otra. La misma alteración pupilar sucede cuando el estímulo es auditivo, por ejemplo, si se trata de distinguir entre un tono simple y otro doble, la pupila se dilata cuando el cerebro decide que ha percibido uno u otro.
 
Por su parte, el profesor Sanchis Gimeno, de la Universidad de Valencia, ha medido trescientas setenta y nueve pupilas de personas con visión normal, o sea, los llamados ojos emétropes, que son los más comunes. Y ha concluido que las mujeres tienen un diámetro pupilar mayor que el de los hombres. A la luz del día, la pupila humana tiene un diámetro que oscila entre tres y cuatro milímetros y medio. En la oscuridad, puede dilatarse hasta alcanzar una anchura entre cinco y nueve milímetros. Según el estudio, la media del diámetro de las pupilas femeninas  queda siempre, tanto a la luz del día como en la oscuridad, en la parte más alta de la escala. 
 
¿De dónde viene esta vistosa desigualdad de género? Para añadir la preceptiva confusión, notemos que las pupilas no solo se dilatan en el significativo contexto de la decisión, sino que también lo hacen, con independencia de la luz incidente, cuando se está sometido a una particular presión anímica debida al miedo, la ansiedad, el estrés o algún otro achuchante de la vida. 
 
Son alteraciones observadas desde siempre, y la mujer de pupilas más dilatadas ha sido considerada atractiva, vidente o, como mínimo, misteriosa. Inveterados dilatadores pupilares como la atropina o el estramonio han sido productos de belleza, y la interpretación de las imágenes que sugerían las pupilas de las sospechosas de ser brujas se consideraban indicadores probatorios de sus poderes; los procesos por brujería generaron copiosa jurisprudencia al respecto. Es importante notar que la pupila versátil no solo es para ver, sino también para ser vista: dado el narcisismo de serie que incorpora el hombre y que nunca falla, habría que tener en cuenta su irresistible tendencia a tomarse a sí mismo por impresionante causa de la dilatación pupilar de la mujer que le mira, de modo que la creciente pupila femenina podría ser un ornamento eficaz también incorporado de serie, así como el fenómeno contrario adornaría al hombre que aparenta no temer o no inmutarse. Pero lo más seguro es que la muestra no sea suficiente para concluir nada de lo dicho.


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7 de mayo de 2012
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El ?outlet? sanitario

Una sociedad con lumbalgia, aquejada por una migraña recurrente de las que te hacen ver destellos de luz cuando cierras los ojos. O mejor dicho, una sociedad que fibrila. Después de cuatro años de crisis y con más cinco millones de parados casi cualquier patología sirve como imagen de unos tiempos enfermos ante los que el nuevo orden mundial parece incapaz de sanar su mal. Rajoy se siente perplejo por la frialdad de los mercados, vacío de otras propuestas que no sean las tijeras. Y viendo el debate entre Hollande y Sarkozy, a ratos tenía la sensación de playback, como si se limitaran a mover los labios. Hoy los políticos ofician de cirujanos, convencidos de que deben intervenir en condiciones extremas, aunque no sepan por dónde abrir ni cauterizar. Acaso las conquistas del bienestar habían difuminado una terrible evidencia: cada vida tiene un precio. Y poder alargarla depende tanto de la biología como de que las ambulancias lleguen a tiempo o los quirófanos no cierren en fin de semana. Antes la vida se entendía como una boutique exclusiva; hoy se conforma con ser un outlet atiborrado de saldos para quienes quedarán excluidos del sistema sanitario. Érase una vez cuando, a pesar de las listas de espera y las camillas en los pasillos, sacábamos a pasear nuestra ejemplar sanidad pública como a un santo. Se trataba de un modelo encumbrado aunque insostenible, nos dicen ahora, con un real decreto regresivo que nos devuelve a los años setenta y que puede acabar transformando la sanidad en un modelo de aseguramiento privado para los ricos y de beneficencia para los pobres. La hipocondría nacional permanece en cuclillas, a punto de transformarse en un ataque de pánico. Que cada uno se financie su locura y su pluripatología, anuncia ahora el Estado. Desde propuestas sensatas, destinadas a repartir el esfuerzo con más justicia según los niveles de renta, como la de Mas-Colell, hasta medidas extremas ante las cuales los perjudicados no seremos el 25% de catalanes que pagamos una mutua sino aquellos que se quedarán fuera del sistema, extramuros, desde monjas a estudiantes que nunca han trabajado, inmigrantes irregulares, enfermos crónicos o pensionistas sin prótesis subvencionadas. A menudo, cuando se juzgan nuestros problemas, nos limitamos a señalar con el dedo al tramposo: los inmigrantes que llenan nuestras urgencias, los irresponsables que piden recetas para toda la familia, los funcionarios que simulan una depresión… Pero, ¿de verdad esas prácticas constituyen la raíz del problema o sólo se trata de una generalización que nos impide plantear un debate maduro sobre el copago sanitario, además de que aclaren cuántos impuestos tenemos que asumir y qué partidas presupuestarias sustentarán? Un debate tan necesario como farragoso, pero ya nos lo advertían las abuelas: con la salud no se juega. (La Vanguardia)

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7 de mayo de 2012
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El arte del carteo

Confieso de antemano un interés particular en el asunto que trato, el casi desaparecido arte (o al menos costumbre) de la correspondencia. Conservo en mi poder miles de cartas recibidas a lo largo de mi vida y mandadas por todo tipo de personas, escritores de gran renombre y criaturas sin ‘pedigree’, del mismo modo que, si sus destinatarios no las perdieron o quemaron por despecho (en el caso de las amorosas), en algún baúl o alacena estarán las que yo esmeradamente he escrito sin cesar hasta hoy mismo. También confieso, y no es un secreto, que hace unos pocos años escribí una extensa novela de casi 500 páginas toda ella desarrollada en cartas cruzadas por un gran elenco de personajes reales e inventados de la España del siglo XX. El libro, que llevaba por título ‘El abrecartas’, obtuvo varios premios ‘a posteriori’, y me proporcionó además un incomparable regalo: Correos editó una estampilla de curso legal con la portada de la novela, que utilicé, hasta casi agotar la edición de 300 sellos, en las cartas con sobre que seguí enviando a mis amistades.

    Se entenderá por ello que celebre la tendencia editorial, nueva entre nosotros, a publicar de modo constante correspondencias; uno de los mejores libros del año pasado fue para mí el cruce de cartas entre Carmen Martín Gaite y Juan Benet (muy bellamente producido por Galaxia Gutenberg), y ahora mismo leo con placer el grueso volumen recién publicado por Edicions 62 con el carteo del gran Llorenç Villalonga y su más joven y persistente amigo Baltasar Porcel, que, pese a su título en catalán, ‘Les passions ocultes’, están en el 90% del total escritas en castellano.

   Por las mismas razones, acudí con ilusión a la Biblioteca Nacional para ver lo que prometía ser un festín: 500 años  de escritura de cartas, como dice el subtítulo de una exposición titulada, con cierta ordinariez, ‘Me alegraré que al recibo de ésta’. La decepción duele, pues se trata de una muestra diminuta y confusa, montada en un pasaje del Museo del Libro, en la planta sótano de la Biblioteca, y desprovista de catálogo o mero folleto explicativo. El visitante, si logra encontrarla y deslindarla del resto de contenidos del museo, encontrará cosas curiosas, como los manuales para enseñar a escribir cartas, y alguna rareza, no siempre bien articulada con el resto del material. La curiosidad chismosa, tan legítima cuando las cartas tienen historia o nombre, sostiene los pocos gozos de la exposición; una misiva de Valle Inclán a Azorín del año 1923, en la que destaca la letra vigorosa del gallego, con sus mayúsculas reforzadas, o el apelativo con el que Doña Emilia Pardo Bazán encabeza una de sus cartas amorosas a  Don Benito Pérez Galdós: “mi ratón del alma”. La época contemporánea está muy mal reflejada, y sólo nos consuela (un poco) la carta en la que María Teresa León, escribiéndole desde Roma en 1969 a su amiga Olga Moliterno, después de exponerle ciertas cuitas familiares se queja de que Sarita Montiel, así la llama, aún no les ha pagado un libro y un dibujo de Rafael Alberti. No sabemos si la pobreza de esta exposición se debe al presente curso de los tiempos o al hecho de que la inveterada falta de atención a ese importante capítulo literario que son las cartas haya desprovisto a la primera biblioteca de España de un buen fondo del que tirar.

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7 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El hombre de la rosa

La regla se cumple. Nadie escapa a la crisis. No hay hiperpresidente que valga. De poco sirve la agitación permanente. Todavía menos un carácter dominador y despreciativo, capaz de devorar en unos meses todo el capital político acumulado durante una entera carrera política. Ese hombre que hizo su ascensión según los mejores cánones del maquiavelismo político se ha encontrado incapaz de seguir los consejos del florentino en cuanto se ha encontrado encumbrado y ensalzado como el hombre más poderoso de Francia. Así ha sido como ha sembrado la desconfianza entre los suyos, ha dividido su campo y en el último momento no ha tenido otro remedio que meterse de lleno en el ortigal de la extrema derecha para intentar salvar los muebles.

Perdió esta campaña cuando apenas llevaba unos meses en el Elíseo y todos descubrieron bajo los focos del poder soberano todo el trasfondo del personaje. Se vio perfectamente en el debate electoral: no es capaz de dar ni un solo argumento sin ensalzar sus propias virtudes y a la vez humillar a su adversario. Al final el ciudadano deduce que lo que defiende no es un programa, menos todavía una idea. Se defiende a sí mismo, su ego inmenso, su narcisismo fuera de toda medida. Esta ha sido su arma secreta y temible durante toda su carrera política y este ha sido también el instrumento de su perdición y caída. Dos razones iniciales, por tanto: la crisis y el carácter, ambos elementos de una enorme capacidad destructiva para cualquiera, pero sobre todo para un poderoso. De nada han servido la inercia presidencial, el control de la agenda política que proporciona la mayoría y la capacidad de maniobra que da un poder tan concentrado como es de la presidencia de Francia, donde el titular es un monarca electo ante el que se pliegan todos los ricos y poderosos. Solo otro presidente, Valéry Giscard d'Estaing, naufragó antes que Sarkozy en su segunda elección en 1981. Hay muchos puntos en común entre ambas campañas, entre ambas derrotas e incluso entre los caracteres de los dos perdedores. La división de la derecha, con guiño implícito a votar a la izquierda, se ha producido en ambas ocasiones: Jacques Chirac lo hizo de forma discreta en 1981 y François Bayrou con mayor escándalo en 2012. "Si se quiere cambiar de política o hay que cambiar de presidente o hace falta que el presidente haga el esfuerzo de cambiar él mismo", dijo Chirac de Giscard en lo meses previos a las elecciones. Valía ahora para Sarkozy, que en su caso no tan solo no ha cambiado sino que ha acentuado los peores rasgos de su carácter y los trazos más extremistas de su política. El paralelismo con Giscard ha actuado en Sarkozy como el abismo que atrae al suicida. Ha reivindicado una Francia fuerte, expresión que fue utilizada por Giscard en 1981, y se ha pegado al argumento de la experiencia en las difíciles circunstancias de la crisis como el principal atractivo de su candidatura, sin que le hiciera muy buena compañía su mediocre balance. No es algo que haya sucedido en los últimos días de campaña, cuando incluso ha aparecido una acusación morbosa que les acerca: Giscard se encontró con el embarazoso caso de los diamantes de Bokassa, regalados por el monstruoso déspota centroafricano, mientras que Sarkozy se ha tenido que enfrentar con la financiación de su campaña de 2007 con dinero de Gadafi. Hace ya un año, Hollande señaló a Le Monde , que estaba realmente sorprendido por "la analogía entre el final del giscardismo y del sarkozismo" Según el nuevo presidente francés, ambos esgrimieron la ruptura con el pasado, rompieron los códigos presidenciales y practicaron una apertura hacia otras fuerzas, pero también ambos "fueron desestabilizados por la crisis y han conocido una deriva monárquica con un entorno que ha terminado destruyéndoles desde dentro, pues la victoria no se construye a partir de una descomposición". Si Sarkozy ha imitado a Giscard, Hollande lo ha hecho con Mitterrand, que fue quien cayó ante él en 1974 pero le venció en 1981. Esta es otra de las claves de la elección. En un momento de crisis y desconcierto, el vencedor ha echado mano de una imagen que da seguridad. La V República son dos hombres. Los mismos que se enfrentaron en los años fundacionales: de un lado, De Gaulle: del otro, Mitterrand. Para convencer a los franceses hay que ser uno u otro, o mejor todavía, uno y otro. Esto es lo que ha intentado y en buena medida conseguido Hollande, aunque con un ingrediente de reserva y discreción, al estilo de Mariano Rajoy, ante un rival que se ha peleado consigo mismo hasta la autocombustión. Mitterrand fue el hombre de la rosa: "Un hombre, con una rosa en la mano, ha abierto el camino hacia un mañana distinto", le cantaba Barbara. Hollande no significa ilusión de cambio alguno, aunque sí el relato de una sociedad que no se resigna, ante el relato del miedo de Sarkozy. Su rosa está llena de espinas, pero alguna esperanza significa.



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6 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El país de nuestra infancia

"Dulce Francia, el país de nuestra infancia?, reza la vieja canción. Lo fue para la generación que todavía aprendió francés en el bachillerato y se identificó con el mayo del 68, cuando París aun mantenía el tipo en la competencia por la capitalidad del arte y del pensamiento. En aquella época idealizada, el mundo parecía jugarse el futuro en la elección presidencial francesa y los propios franceses se sabían observados como portadores de los enigmas internacionales y de sus claves. La entera construcción de la V República imaginada por De Gaulle echaba sus fundamentos en la proyección mundial de Francia como potencia con vocación diferenciada respecto a los dos imperios, el soviético y el americano, que se dividían y competían por la hegemonía mundial.

Con François Mitterrand se produjo la última apoteosis del mito. El secretario general del Partido Socialista fue elegido presidente en 1981 en su segundo intento frente a Giscard d'Estaing, que le había vencido en 1974. Cuatro comunistas entraron en el gobierno, con un programa de nacionalizaciones que incluía sociedades industriales, bancos y compañías financieras. La izquierda del mundo entero observaba incrédula e ilusionada un nuevo intento de marcha al socialismo dentro de las instituciones de la democracia pluralista. Un ensayo similar es el que había protagonizado Salvador Allende en Chile, trágica y salvajemente interrumpido por Augusto Pinochet un 11 de septiembre, apenas ocho años antes. Desde el espejismo de 1981, las elecciones presidenciales francesas ya no son lo que eran. Ningún otro presidente ha sabido encarnar y proyectar en el mundo con tanta prestancia y gravedad la figura de la primera magistratura francesa. El simpático Chirac se convirtió en el rey holgazán, ocupado en evitar que nada perturbara la siesta de sus compatriotas. El agitado Sarkozy consiguió que le dieran la vez precisamente por sus molinetes y aleteos en el vacío. Marianne, mientras tanto, ha ido perdiendo peso y atractivo, en Europa y en el mundo, hasta alcanzar la metamorfosis de Merkozy, en la que Alemania manda y Francia protagoniza la ficción de su liderazgo europeo perdido. Hoy los franceses deciden de nuevo en las urnas entre dos candidatos tan ensimismados como para olvidar el papel que Francia jugó, y sobre todo, el que quiere jugar en el futuro. Y, enorme paradoja, muchos europeos, acostumbrados a envidiar a los estadounidenses cuando votan al presidente que dirige los destinos del mundo, esta vez nos miramos en el espejo francés como antaño y quisiéramos también aportar nuestro sufragio a una de las dos políticas que se nos ofrecen ante la Gran Recesión: la adhesión incondicional al rigor protestante de Angela Merkel que defiende Sarkozy o las dosis de crecimiento y de estímulo de François Hollande que convienen incluso a Mariano Rajoy o Mario Monti. Por un momento, aunque por razones bien distintas, regresamos al país de nuestra infancia.



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6 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El coraje de Anne Sexton

Anne Sexton La publicación hace unos años en España del libro Vive o muere (Ediciones Vitruvio) de Anne Sexton, ganador del premio Pulitzer de poesía, hizo conocer a los lectores en castellano de una autora extraordinaria, obsesiva, una gemela dramática de Sylvia Plath. Ahora, se aproxima una nueva traducción por la editorial Linteo (de la que la revista Turia adelanta unos poemas) y en su blog “Letra Minúscula” (El País), Javier Rodríguez Marcos recuerda un poema de Sexton (“Coraje”), cuelga un video de la autora leyendo un poema y, a su vez, hace un recorrido por su vida que puede resumirse en el título del post: “No se curó, solo se hizo escritora”. Dice el post:

Lo importante de Anne Sexton no es que se tomara dos vodkas y, con un tercero en la mano, se pusiera el abrigo de piel de su madre, se encerrara en el garaje, encendiera la radio y pusiera en marcha el motor del coche. Lo importante no es que sus poemas hablen de la menstruación y la masturbación, del odio a los hijos y del amor por ellos, de la cárcel que puede llegar a ser una casa (vale decir, hogar). Ni que escribiera: ?Muy serena en los cócteles, / mientras que en mi cabeza / estoy experimentando una operación a corazón abierto?. Lo importante no es que el psiquiatra le recomendara que escribiera poemas y terminara ganando el premio Pulitzer. Y siendo jurado del premio Pulitzer. Ni su fascinación por Sylvia Plath. Ni que la aparición en España de la Poesía completa de Plath (Bartleby Ediciones. Traducción de Xoan Abeleira) coincidiera con la publicación de su libro del Pulitzer, Vive o muere (Ediciones Vitruvio. Traducción de Julio Mas Alcaraz). Ni que las dos tomaran martinis en el Ritz de Boston. Ni que José Luis Gallero incluyera a ambas en su antológica Antología de poetas suicidas (Árdora). Lo importante de Anne Sexton no es que avisara: “Mis admiradores creen que me he curado; pero no, sólo me he hecho poeta”. Lo importante es que escribiera poemas como Coraje, incluido en la poesía completa de Anne Sexton que la editorial Linteo publicará próximamente en traducción de José Luis Reina Palazón. Lo cuenta él mismo en el último número (¡el 101-102!) de la impagable revista Turia, que en sus 500 páginas incluye siete poemas de Sexton muy bien presentados por su traductor.



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4 de mayo de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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David Grossman en recuerdo de su hijo

David Grossman Dos libros de David Grossman conviven dramáticamente con la muerte. El primero de ellos, La vida entera, editada por Lumen, donde una madre trata de huir de la noticia de la muerte de su hijo. El segundo, Más allá del tiempo, también editada por Lumen, no es una novela de ficción, lamentablemente, sino un testimonio real sobre la muerte de su hijo Uri, quien fue asesinado en el Líbano cuando pertenecía al ejército israelí. Grossman es uno de los escritores israelitas más impactantes de la actualidad, aunque su obra no sea tan conocida en castellano. Sin embargo, quizá ese testimonio real sobre la muerte de su hijo sea una buena introducción a sus novelas. Estuvo en Buenos Aires y ahí lo entrevistó Patricia Kolesnikov para Revista Ñ. Algunas preguntas:  

Una vez dijo que la literatura sirve para no normalizar la brutalidad. La literatura le da el nombre exacto a la brutalidad. La gente se adapta a las situaciones más extremas, tanto que deja de entender la locura de la situación. La literatura obliga a darse cuenta que es locura, no rutina. ¿Qué es locura? Locura es cuando la relación de las personas con la realidad se deforma. Cuando una nación crea una situación deformada y crea las situaciones para justificarla. Entre los israelíes hay muchos que piensan que nunca llegaremos a la paz. Que esa es la situación existencial que nos toca. Pienso que esa creencia es destructiva y es la que nos impide conseguir la paz. (…) Su obra está llena de política… Sí, pero no de una política de quién tiene razón sino de qué hacer en una situación en la que todos tienen razón. Todos tienen razón y todos están equivocados. Me decía que escribía para proteger a Uri. No creo realmente que las palabras puedan salvar una vida, soy demasiado realista. Soy ateo. Pero quería estar con él tanto como pudiera. Quería entender la realidad en que vivía. Y sentía esa pequeña esperanza… ?Más allá del tiempo? es muy conmovedor. ¿Cómo fue su escritura? Lo escribí durante dos años. Tenía que entender cómo era vivir con la muerte. Cómo seguís viviendo. La muerte es hermética y estática. Yo tenía el impulso de incorporar movimiento, flexibilidad en esa burbuja cerrada que es la muerte. Se trata de morir, se trata de matar. Y Grossman sabe de eso: ?La guerra ?dice? hace todo chato, todo parece igual, sin cara. Esa es la guerra: matás gente de manera anónima, pero para eso tenés que matarte a vos mismo primero, tenés que volverte anónimo. La guerra achata. Y el trabajo de la escritura es, justamente, el de especificar?.



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4 de mayo de 2012
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