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Mentira podrida

Queremos ser intachables, pero nuestro ideal de bondad no es completo si no le añadimos un plus de audacia. Buenos pero no tontos, nos decimos. Honrados pero listos, bajo esa máxima de que «si tú no lo haces, alguien lo hará en tu lugar». Oscilamos entre el beneficio de la trampa para tener o brillar más, y la necesidad de vernos a nosotros mismos como personas honestas, ejemplares. Tanto es así que disculpamos la pequeña mentira, e incluso contamos con la aprobación del entorno: «Estoy en una reunión», dice en el gimnasio una mujer motivada, y es aplaudida por la complicidad de su entrenador. Dicen que las mujeres mienten para agradar ?también por cierta inseguridad en mostrarse como son? pero, como los hombres, lo que quieren es dar la mejor imagen de sí mismas. La primera vez que una mujer maquilla su edad se felicita por haber sido capaz, aunque luego se sienta un poco miserable y quiera rectificar sin quedar como una presumida. Porque quitarse un año, un kilo, tres novios, dos deudas o cinco arrugas no tiene demasiada importancia: lo inquietante es que uno se lo acabe creyendo. Los valores esenciales no admiten tergiversación. En tiempos de Madoff, Lehman Brothers y Correa crece la afición a las carambolas. Y lo más pasmoso es la ausencia de riesgo y moralidad. «No tengo conciencia de haber hecho nada malo» dijo el pasado jueves al dimitir Carlos Dívar. 32 viajes personales, 38.000 euros endosados al Consejo General del Poder Judicial. Sus mentiras no fueron sofisticadas: en lugar de cenas amistosas habló de cenas protocolarias y en vez de viajes por capricho aludió a invitaciones oficiales («No le hemos invitado, que nos enseñe la carta», le replicó el expresidente cántabro Miguel Ángel Revilla). Pero, ¿por qué un hombre recto, el jefe de los jueces, se empeñó en mentir hasta que la situación se hizo insostenible? Dan Ariely, profesor de Economía en la Universidad de Duke, acaba de publicar un libro sobre la mentira y la honestidad, y en él encuentro el chiste de un judío que pierde su bicicleta y va a pedirle consejo a su rabino: «Ven la siguiente semana a la sinagoga ?le dice? y cuando lleguemos al “No robarás”, observa quién te mira a los ojos. Ese será el culpable». A los siete días, el rabino preguntó: «Como un hechizo ?dijo el hombre?, cuando llegamos al “No cometerás adulterio” recordé dónde había dejado mi bicicleta». Ariely asegura que son minoría aquellos a quienes la mentira les lleva a cometer delitos graves, pero en cambio, la gran mayoría de buenas personas engaña «un poquito», sin mala conciencia, sea para parecer más joven, aparentar con un bolso de marca falso, redondear una factura o reclamar a un aseguradora. No seré yo quien amoneste la afición por las mentirijillas, pero no vaya a ser que si no desalentamos esa afición, el efecto contagioso del engaño nos acabe preparando para mayores transgresiones. (La Vanguardia)

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25 de junio de 2012
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Virtuosa del mal

De todas las malas de la antigüedad romana, Popea ha dejado seguramente una estela menos mefítica que Mesalina, Herodías, Agripina, Volumnia (la semi-legendaria madre destructiva del ‘Coriolano' de Shakespeare), o, a su distante modo faraónico, Cleopatra. Popea Sabina (hija de otra Popea Sabina de vida sólo algo menos turbulenta que la suya) fue glosada, sin eufemismos, por los grandes cronistas latinos, Cornelio Tácito, Dión Casio, Suetonio, y fuera de esa alta literatura histórica también figura destacadamente en una superproducción cinematográfica que amenizó nuestra infancia y las cadenas públicas siguen pasando religiosamente en Semana Santa. Me refiero, claro está, a ‘Quo Vadis?', la película filmada en 1951 por Mervin LeRoy con un reparto de grandes nombres, Robert Taylor, Deborah Kerr, Peter Ustinov, Leo Genn, Marina Berti, y en el que el rol de Popea lo encarnaba una actriz menos estelar pero de calidad, Patricia Laffan, procedente de los escenarios londinenses. Al igual que la emperatriz de la historia, pero con las libertades de Hollywood, la Popea fílmica se siente muy atraída por los ejércitos, representados en este caso por el tribuno Marco Vinicio (Robert Taylor), que vuelve victorioso de una campaña y, al enamorarse de la meliflua cristiana Ligia (la Kerr), despierta los celos vengativos de Popea, que lo desea. La trama de amor y sadismo, con incursiones en el género gladiador (célebre fue la escena del buen salvaje Ursus enfrentado a pecho descubierto a un toro bravo) trascurría, como muchos recordarán, sobre el trasfondo de una Roma aparatosamente incendiada, los recitados lánguidos del Nerón de Ustinov y la flema, realmente británica, del Petronio de Leo Genn.
Pese a esos oropeles del celuloide, Popea desempeña un gran papel de ficción gracias a la música, ya que, sin llegar a la abundancia operística de su augusto cónyuge, ha dejado gracias a Monteverdi y Haendel un surco inolvidable. Ausente del ‘dramatis personae' de la más que interesante ópera de Arrigo Boito ‘Nerone' (que se centra en las disputas con Simón el Mago) y del ‘Nerone' de Mascagni, de la que sólo conozco arias sueltas, Popea tiene por el contrario una gran relevancia en la ‘Agrippina' haendeliana (su segunda ópera italiana del periodo 1706-1710, estrenada casualmente en Venecia) y por supuesto en esa obra capital que es ‘L´incoronazione di Poppea'. En ambas se subraya su casquivana personalidad, tal como la relataron aquellos ilustres historiadores, pero los libretistas de Haendel y Monteverdi le rebajan grados de iniquidad; tal vez solo el teatro isabelino coetáneo y algo posterior a Shakespeare habría sido capaz de poner en escena las truculencias romanas que Cornelio Tácito y Suetonio nos han hecho llegar.
El de Popea fue un tiempo marcado por las sevicias, las conspiraciones y los asesinatos más atroces, tan frecuentes en los reinados de Tiberio, Calígula, Claudio, Otón y, por supuesto Nerón, cuyo formidable catálogo de concupiscencias y psicopatías incluyó el canibalismo y las ansias matricidas respecto a Agripina, que amaba a su hijo sin recato ni tabúes. De Agripina se cuenta, con todos los visos del dicho fabuloso, que, al vaticinarle unos augures caldeos que su adorado hijo Nerón llegaría a reinar pero antes la mataría a ella, respondió: "Que me mate, con tal de que reine". Ya emperador, y tal vez apremiado por Popea, que veía en su futura suegra a una rival en la cama regia, Nerón dictaminó y organizó la muerte de su madre, dudando sólo en el método: envenenamiento o degüello. No era una empresa fácil, pues, como escribe Cornelio Tácito en el libro XIV de sus ‘Anales', Agripina "estaba prevenida contra las asechanzas por su mucha práctica del crimen" (cito por la traducción de José Luis Moralejo en Gredos). Fracasado el intento de acabar con la vida de la madre en un naufragio ingeniosamente preparado, al final se optó por la matanza directa a cuchillo tras haber sido golpeada en la cabeza con un mazo. "Que Nerón contempló a su madre exánime y que alabó la belleza de su cuerpo, hay quienes lo cuentan y quienes lo niegan", añade con pundonor periodístico Cornelio Tácito.
En ese mundo desaforado y extremadamente lúbrico de la Roma de la decadencia aparece Sabina Popea, que usaba el patronímico de su bien reputado abuelo materno Popeo Sabino. "Tenía esta mujer todas las cualidades, salvo un alma honrada", escribe Tácito, quien asimismo destaca su hermosura, heredada de la de la madre, sus riquezas familiares, su conversación brillante y su cultivada inteligencia; el retrato de lo que el Renacimiento italiano llamaría, sin desdoro, una cortesana. Popea, que no distinguía entre maridos y amantes, "trasladaba su pasión adonde se le mostraba la utilidad", y estando ya casada con el noble romano Rufrio Crispino, lo cambió por el más joven y poderoso Otón, amigo de Nerón y posterior emperador. Y habría sido precisamente la alabanza constante que Otón hacía ante Nerón de la belleza y dotes amatorias de Popea lo que precipitó el nuevo emparejamiento, que, según Tácito, estaba lejos de hacer sufrir de celos al postergado, que veía en la posesión compartida de Popea un modo de reforzar el vínculo con el poderoso Nerón.
La imagen que da Tácito de Popea es demoledora; la joven patricia, una vez introducida en el palacio imperial, se habría valido de las estratagemas para seducir al emperador, quien, ya caído en sus redes, tuvo que sufrir los desplantes y remilgos de la amante, sólo calmada cuando al fin Nerón repudió a su mujer Octavia, acusándola de esterilidad, y se casó con Popea. Suetonio cuenta la historia de ese amor de modo más sucinto y con mayor simpatía hacia la mujer: "A los once días de haberse divorciado de Octavia, tomó por esposa a Popea y una vez casado con ella la amó como a ninguna otra mujer; pero con todo la mató también a ella de una patada, porque, un día que regresaba tarde de una carrera de coches, Popea, que se hallaba enferma y encinta, le cubrió de improperios. Tuvo de ella una hija, Claudia Augusta, pero la perdió cuando aún estaba en pañales." (cito la ‘Vida' de Suetonio por la traducción de Mariano Bassols de Climent en Alma Mater). Al tratar de la terrible muerte de Popea, Tácito vuelve a ser algo más benevolente hacia el emperador; admite la patada mortal casi como un accidente, negando que el marido la hubiese antes tratado de envenenar, "aunque tal es la versión de algunos historiadores, dictada más por el encono que por la convicción; de hecho Nerón estaba ansioso de hijos y prendado de amor por su esposa".
Los libretistas de Monteverdi y Haendel no sólo rebajaron, como ya hemos dicho, el grado general de las tropelías y arrebatos; se mostraron ambos más dulces con Popea, como si la silueta de esta mujer tan ‘rompecorazones' les hubiese a ellos mismos seducido. Francesco Busenello, jurista veneciano y antiguo embajador de la Serenísima en la corte de Mantua, le fue presentado al compositor, según ciertas fuentes, por su discípulo Cavalli, quien le sugirió que en Busenello encontraría al escritor idóneo para rematar, a la edad de 75 años, su repertorio operístico; fue en efecto la última escrita por Monteverdi, y a mi juicio su gran obra maestra. Busenello mezcla entre los personajes una trama celeste, que inicia la ópera, en un delicioso aunque tal vez innecesario prólogo con intervenciones de la Fortuna, la Virtud y el Amor. La acción terrenal empieza pronto, con un Otón anhelante ante la casa cerrada de Popea, a lo que sigue, en una de las escenas vocales de más carácter y atrevimiento del compositor cremonense, el diálogo entre los soldados que vigilan la casa de la amante del emperador. Hartos del permanente trasiego erótico del que son testigos y no parte, maldicen al amor, que no les deja dormir "ni estar ociosos ni una hora", mientras su señor descuida los asuntos de estado, roba a los ciudadanos, hace únicamente caso de los consejos del "pedante Séneca", y es "el perverso arquitecto que construye su casa sobre los sepulcros de los otros".
Busenello, que siguió el libro XIV de los ‘Anales' de Tácito, no traza ningún personaje enteramente positivo, algo que le permite a Monteverdi mostrarse sardónico, como en los retratos del filósofo Séneca y la nodriza Arnalta (cantada por un contratenor en la grabación de Harnoncourt y por el tenor José Manuel Zapata en la estupenda producción del Teatro Real ahora presentada en Madrid), y deliciosamente faltón cuando presenta a Nerón y a su ‘poeta en residencia' Lucano exultantes al saber el suicidio de Séneca en la bañera, una muerte ordenada por el propio emperador. Con Popea, protagonista de una obra con muchos personajes de importancia, tanto el libretista como el músico parecen rendirse y esmerarse, perdonando (dentro de lo posible) incluso su desorden amoroso. El ‘Tornerai?' ansioso con el que despide a Nerón en la tercera escena del primer acto es conmovedor y suena sincero, por mucho que a continuación sepamos que Popea tiene una capacidad de amar inagotable. Por supuesto no hay patada mortal a la mujer gestante ni túmulo funerario en ‘L´incoronazione di Poppea'. La obra acaba con la apoteosis que sugiere su título, en uno de los pasajes de más refinado lirismo de toda la (extensa) ópera, quedándose sus autores en una fase de feliz hechizo que olvida o difiere la histórica verdad de la tragedia y el crimen.
Vincenzo Grimani, al escribir más de sesenta años después para Haendel su ‘Agrippina' hace casi un vodevil galante, una comedia de enredos sin veneno ni incesto ni matanza. Tampoco hay coronación. Popea es una mujer libre que entona himnos voluptuosos (son estupendas y llenas de brío sus arias ‘Vaghe perle, eletti fiori' y ‘Se giunge un dispetto'); sólo quiere gozar junto al hombre amado, en este caso más Otón que Nerón, mientras Agripina, que aquí no muere por las malas artes de su hijo, sólo se preocupa de intrigar para que Nerón llegue al trono. La ‘Agrippina' de Haendel, en la que se ha querido ver un intento de sátira política encubierta (la figura ridiculizada del emperador Claudio sería así un trasunto del papa Clemente XI, enemigo político de Grimani), queda como anticipo de un drama jocoso que, unas cuantas décadas después de su estreno veneciano en la navidad de 1709, entronca con el espíritu más festivo de Cimarosa y Donizzetti.
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25 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pierre Michon eliminado de la Eurocopa literaria 2012

Pierre Michon. Foto: Daniel Mordzinski. Un enorme escritor de novelas breves, uno de los mejores del siglo XXI, Pierre Michon, representando a Francia, ha sido eliminado de la Eurocopa literaria 2012 de Moleskine Literario. Lo cierto es que el partido de ayer, que se anunciaba como uno de los mejores partidos de la Euro, fue un partido aburrido y denso. El primer tiempo de estudio, Francia prefirió poner a jugadores fuertes para contención (como Malouda) antes que jugadores rápidos, para tocar la bola, como Nasri. Además, como otros equipos le han hecho a España (y Barcelona), le cedió la bola a España, confiados en una individualidad de Ribery o de Benzemá. España con la pelota en su poder, no tuvo profundidad salvo en una ocasión, que fue el gol del primer tiempo. En el segundo tiempo se animó Francia, puso dos 9 en el área (Gouvu y Benzemá), puso a Nasri y creó más peligro, pero España aguantó bien el golpe (impecable Ramos y Casillas), mientras Iniesta no tuvo ahora acompañantes (mal partido e Cesc) y al final fue una jugada inesperada, una caída en el área de Pedrito (que para eso está este año, incluso en el Barca, para buscar el foul o inventárselo)  dio la tranquilidad. Doblete de Xabi Alonso y pasa España dejando demasiadas dudas.  Así es como Enrique Vila Matas logró pasar un partido que se le presentó muy difícil desde el principio, venciendo a Pierre Michón, que merecía más coraje del equipo que representaba, que cedió muy rápido el partido.Casi desde el vestuario.

Pierre Michon nació en 1945 en Cards, en la Creuse francesa. Estudió letras en Clermont-Ferrand, pero no publicó su primer libro, “Vidas minúsculas”, hasta 1984, cuando tenía treinta y siente años, que lo consagró de inmediato como uno de los grandes escritores franceses del siglo. Todas sus obras han sido publicadas por Anagrama.

Las obras publicadas en castellano son: Rimbaud el hijo, Vidas Minúsculas, Señores y sirvientes, Cuerpos del rey, Once, El origen del mundo.

Aquí hay una columna que Vila Matas, su verdugo en la Euro, le dedicó a Pierre Michon.

Y aquí una entrevista que José Manuel Fajardo le dedicó en el 2009.



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24 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Petros Márkaris se despide de la Eurocopa literaria 2012

Petros Márkaris La propuesta de Grecia era aprovechar picaramente un error del rival, meter un gol y luego defender con once hombres abajo. Y así, con un poco de suerte pero sin muchos jugadores, ganar la Euro. Era un equipo incluso peor que aquel que ganó la Euro en el 2004, pero con el mismo ADN. Felizmente, Alemania puso las cosas en su sitio, aunque durante seis minutos del segundo tiempo estuvieron bajo la zozobra del empate. Daniel Kehlmann se convierte así, por ahora, en el más firme candidato al título. Es cierto que le tocó jugar con el más frágil de los cuartos de final, pero había que pasar ese partido y lo hizo con una goleada de 4-2 (los dos goles griegos son errores en la marca de Boateng, el único punto débil del equipo, al menos como central) y jugando bien, tocando la bola, con contundencia. Veremos qué pasará cuando juegue con un equipo que lo ataque (aunque ya sucedió, Holanda y Portugal lo atacaron, y Hummels respondió creció mucho). Nos despedimos así de Petros Márkaris, el escritor de policiales griegos más exitoso del momento, cuya obra ha sido publicada en castellla íntegramente por Tusquets. Además, fue colaborador, como guionista, del fallecido Theo Angelopoulus en la maravillosa “La eternidad y un día” (y otras películas más). Petros Márkaris nació en Estambul en 1937. Tras estudiar ciencias económicas en Viena y en Stuttgart, se trasladó a Atenas, donde reside actualmente. Guionista de televisión y autor teatral, ha colaborado en varios guiones del cineasta griego Theo Angelopoulos, entre los que destacan La mirada de Ulises (1995) y La eternidad y un día (Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1998). Asimismo, ha traducido a importantes autores de lengua alemana, como Goethe, Schnitzler, Brecht y Bernhard. Ha alcanzado fama internacional y prestigiosos premio, como el reciente Premio Pepe Carvalho 2012, con la serie de novelas policiacas protagonizadas por el comisario griego Kostas Jaritos, de la que Tusquets Editores ha publicado todos los títulos: Noticias de la noche, Defensa cerrada, Suicidio perfecto, El accionista mayoritario, Muerte en Estambul y Con el agua al cuello. Aquí está la página web que la editorial ha creado para él. Y aquí una entrevista con el autor en España.



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24 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Voto razonado

Desde la primera vez que tuve la oportunidad de votar, nunca me había sentido tan frustrado ante una elección. En todas las ocasiones anteriores me animó un impulso, que casi me atrevería a llamar moral, a la hora de escoger. En 1988 y en 1994 voté por Cuauhtémoc Cárdenas, para mí la opción más clara para terminar con el autoritarismo y la corrupción del PRI. En el 2000 No dudé en apoyar a Vicente Fox por las mismas razones. En 2006 me decanté por Andrés Manuel López Obrador, el eficaz alcalde de la ciudad de México, quien prometía combatir el que a mis ojos era -y aún es- el mayor problema del país: la desigualdad.

            Hoy, en cambio, ninguno de los candidatos despierta mi entusiasmo. Aun así, no pienso que anular mi voto o abstenerme contribuya a mejorar las condiciones del país. Jamás voté por el PRI, y no lo haré ahora. Más allá del historial del partido, aduzco otro argumento: pese a la sobreexposición de la que se ha beneficiado, nada sé de Enrique Peña Nieto. Bajo su retórica no he logrado descubrir una sola idea propia, un solo rasgo de carácter, un solo signo que me permita atisbar su personalidad, sus convicciones, su verdadero rostro. Lo veo y lo oigo y no consigo intuir quién se oculta detrás de su cuidada máscara. Ése ha sido su plan: colocarse, gracias a los errores de sus rivales y a su cercanía con los medios, como puntero en las encuestas. Y, una vez allí, resistir los embates sin jamás mostrarse tal cual es. Incluso si aparcara mi desconfianza hacia el PRI, no podría votar por un espectro.

            Josefina Vázquez Mota me parece una mujer seria, eficaz, decidida. En la SEP intentó oponerse al control que Elba Esther Gordillo ejerce sobre la educación y por ello fue apartada del cargo. Confío en su honestidad y sus buenas intenciones. Por desgracia, sobrelleva un lastre imposible de obviar: la fracasada estrategia de seguridad del presidente Calderón. Los 60 mil muertos no son culpa exclusiva del Gobierno, pero aplicar una estrategia a todas luces equivocada, que ha generado un inédito escenario de confrontación y violencia, sin tomar las medidas necesarias para corregirlo, no sólo es prueba de soberbia, sino de una falta de responsabilidad que debe ser castigada en las urnas. Si Vázquez Mota hubiese hecho explícito su rechazo a esta herencia y hubiese presentado una nueva estrategia sobre el tema, que contemplase discutir la legalización de las drogas -a mi modo de ver, la única salida-, le hubiese otorgado mi voto. Aunque sospecho que ella hubiese querido hacerlo, al final quedó atrapada en la maquinaria electoral del PAN.

            Gabriel Quadri ha presentado el programa más inteligente y variado de los candidatos, pero tampoco podría votar por él. Su discurso liberal se halla al servicio de los intereses más anquilosados. Uno de los mayores problemas del país es la educación y yo jamás podría votar por quien ha sido corresponsable del estancamiento de miles de niños y jóvenes. Un voto por el PANAL es un voto a favor de la inmovilidad y el atraso.

            El López Obrador de 2012 no es, por desgracia, el López Obrador que gobernó la ciudad de México. Tampoco el candidato del 2006. Si bien puedo comprender su rabia tras perder la elección por unos cuantos votos -debidos, en mi opinión, a la intervención ilegal de Fox y a la campaña orquestada en su contra por los medios-, su deriva poselectoral le hizo un enorme daño a la izquierda mexicana. El plantón en Reforma es lo de menos. Haber "mandado al diablo" a las instituciones y asumirse como presidente legítimo constituyó, en cambio, una enorme irresponsabilidad política. Desde hace unos meses ha querido moderar su discurso, pero su tozudez e intransigencia no dejan de generarme dudas.

No obstante, será la opción que elegiré. No tanto por el propio López Obrador, sino por lo que representa: una vía de izquierda que, si continúa la senda emprendida por el PRD en el DF, defiende la agenda socialdemócrata en la que confío. Y, sobre todo, porque mi voto por AMLO es un voto por dos de las figuras públicas que lo acompañan: Marcelo Ebrard y Juan Ramón de la Fuente. El primero hubiese sido, en mi opinión, el mejor candidato que podría haber presentado la izquierda. Bajo su guía, la ciudad de México se convirtió en uno de los lugares más avanzados del mundo en términos de derechos sociales y de minorías. Creo que, desde la secretaría de Gobernación, Ebrard podría articular una nueva política de seguridad que, contradiciendo la lógica de la guerra, lograría sacarnos del violento atolladero en el que estamos. Por su parte, el ex rector de la UNAM me parece la figura ideal para reformar nuestro sistema educativo, enfrentarse al poder de la Maestra y lograr que nuestros jóvenes reciban la formación de calidad que merecen para convertirse en ciudadanos críticos. Mi voto por López Obrador es, pues, un voto por el proyecto al que se han sumado De la Fuente y Ebrard.

 

twitter: @jvolpi



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24 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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?Yo quiero lograr transitar por una realidad paralela a la cotidiana?

Mario Bellatin El “Babelia” de hoy dedica su portada a Mario Bellatin, cuya obra El libro uruguayo de los muertos (Sexto Piso) acaba de ser publicada en España. Me pidieron que haga un breve viaje (no más de 600 palabras en total) por las cuatro obras más emblemáticas de Bellatin. Escogí Salón de belleza, Flores, El gran vidrio y El libro uruguayo de los muertos. Además, Pablo de Llano hace unas extensa entrevista titulada “Cien mil veces Mario Bellatin”. Dice:

Si el Mario Bellatin real se correspondiese con el Mario Bellatin que narra sus novelas en primera persona, esto no sería una entrevista para un suplemento cultural, sino una entrevista clínica. De acuerdo con las características que se atribuye en El libro uruguayo de los muertos, su última obra, recién editada por Sexto Piso, estaríamos ante un hombre tarado por haber crecido en una familia ?malvada, funesta, miserable?, en la que su madre recogía hormigas por la mañana para dárselas a sus hijos de desayuno y donde abundaba la deformidad: por ejemplo, una hermana ?que en lugar de boca tenía una especie de trompa como la de un elefante?, o un abuelo diabético, con una pierna y un brazo amputados, que a veces hablaba a solas con una foto de Mussolini colgada en el lugar principal de la casa. Mario Bellatin sería un cleptómano de plumas Inoxcrom aquejado al mismo tiempo de ?grafofobia?, y a unos metros del sofá en el que atiende esta entrevista, en su espartano hogar de Ciudad de México, habría un esqueleto llamado Agapito enterrado debajo de la plancha de cemento de la cocina. (…)A Mario Bellatin le gusta difuminar la línea entre su universo literario y el mundo cotidiano, y su propia apariencia ??mi estricto uniforme?, le llama? tiene elementos de personaje ficticio. La cabeza rapada. Una túnica negra combinada con pantalones negros y con unas aparatosas botas del mismo color que parecen más acordes a un punki londinense de los setenta que a un escritor mexicano de 52 años. Y envuelto en la manga derecha de la túnica, un antebrazo ausente desde su nacimiento que antes solía completar con una prótesis metálica con pinzas que le daba un aspecto a medio camino entre un monje y un ciborg. (…) Cuando se le pregunta por la veracidad de todas esas rarezas con que dibuja su figura en sus libros, Bellatin suele responder con un comprensivo pero indiferente ?no importa, eso no importa?. Explica que todos esos elementos autorreferenciales, así como los temas recurrentes de su escritura, como la enfermedad, la deformidad de los cuerpos o la presencia de la muerte ?que fabuló en una truculenta novelita de 1994 llamada Salón de belleza, una parábola implícita de la expansión del VIH en aquella época?, son pretextos para atraer al lector a un mundo diferente. ?Yo quiero lograr transitar por una realidad paralela a la cotidiana?, dice, ?y que el lector se salga del mundo real y entre a este universo que no es el mundo de todos los días, deslavado y aburrido?. (…)La actividad artística de Bellatin desborda la escritura. Además de ese filme, actualmente está terminando la edición de una ópera que ha filmado con la compositora Marcela Rodríguez en Ciudad Juárez, el lugar más mortífero de México. Dice que es una obra sobre la violencia que trata la violencia a la inversa, sin mostrar una gota de sangre. Está basada en Bola negra, un cuento suyo sobre un entomólogo japonés que se come a sí mismo. Para el coro eligió a chicos y a chicas de Ciudad Juárez ?en situación de extrema vulnerabilidad?. Según detalla, en el escenario se proyectan imágenes del muro fronterizo que separa Estados Unidos de México, de las nuevas urbanizaciones de la zona ??con casas abandonadas sin puertas ni ventanas y picaderos de droga?? o de la ?miseria humana? que traslucen los talleres de maquiladoras, como se conoce en Latinoamérica a las mujeres que subsisten de la industria manufacturera, en muchas ocasiones sin un contrato formal. Mientras tanto, el coro entona una letra que Bellatin recita en su casa de manera acompasada: ?Has-ta-har-tar-se / Con-su-mi-do-por-sí-mismo / De-glu-ti-do-por-sí-mismo…?. Bola negra es parte del material que mostrará Bellatin en julio en la Documenta de Kassel (Alemania), la exposición quinquenal de arte contemporáneo. Él enfoca el musical como un cuestionamiento del rol social del autor. Bellatin está en contra del esquema ?binario? del escritor como un individuo con dos opciones, usar su obra como un medio para denunciar injusticias o ser un ente puro que crea de espaldas al mundo. ?Estoy de acuerdo en que la literatura es un mecanismo de cambio, pero no en el sentido de una inmediatez coyuntural, como si el texto fuese un instrumento que no se puede sostener por sí mismo, sin su contexto?. Ya en sus inicios, según cuenta, su heterodoxia se dio de frente con otra división de categorías en la que sus propuestas no encontraban acomodo: la separación de los escritores latinoamericanos entre autores internacionales como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes y otra corriente de compromiso social regionalista. ?Para las cosas que yo trataba de hacer usaban términos envenenados, como kafkiano?, recuerda. ?Y yo con 18 años pensaba, guau, puta madre, kafkiano, pero en realidad me estaban diciendo ?Muy bien, hijito; ahora, si quieres ser escritor, haz algo indígena o algo urbano que hable de lo que se tiene que hablar: del dictador, del realismo mágico o del exotismo de Latinoamérica?. (…) Después de unas tres horas de conversación sobre la mentira, la verdad, el arte y los entomólogos japoneses que se engullen a sí mismos, con la media taza de café ya en el recuerdo, Bellatin, agotado y hambriento, hace un esfuerzo no del todo exitoso por dar a entender su relación con el sufismo a un periodista con una capacidad de comprensión cada vez más obtusa: ?El sufismo me enseñó que todo es un todo?, arranca el escritor; ?que todo forma parte de lo mismo?, repite; ?que vivimos en tiempos paralelos?, dice escalando grados ontológicos; ?que no hay avance, que hay circularidad, paralelismos?, continúa hasta hacer una afirmación terminante: ?Que todo el tiempo, los vivos y los muertos vivimos en tiempos simultáneos, en el instante?. Se detiene un momento, se disculpa por estar ?un poco descerebrado? por el cansancio y finaliza con unas palabras que tampoco cuadran en la cabeza del interlocutor: ?Y ese mismo instante es lo que busca el derviche girador?. Bellatin se considera sufí y cumple con su estética austera. El mobiliario de su hogar es tan esquemático que la casa parece casi deshabitada, o habitada por un fantasma, como dice el escritor que se siente en ocasiones. Siempre lleva su uniforme negro, y conduce un coche negro sin cambio automático ni dirección asistida, cosa meritoria teniendo en cuenta que solo dispone de un brazo. El principal foco decorativo de la sala es un minúsculo cuadro con un derviche ?un bailarín sufí? congelado en un instante del giro permanente en que consiste la danza ritual de esta religión. Esa pared, como todas las demás de la sala y del estudio, estarán cubiertas pronto por enormes estanterías en las que piensa distribuir Los cien mil libros de Mario Bellatin, una obra que también presentará en la Documenta. Se trata de otro proyecto a medio camino entre la literatura y el arte conceptual, consistente en la edición de cien libros suyos en un formato mínimo y con una tirada de 1.000 ejemplares cada uno. Los comercializará por su cuenta, sin pasar por las librerías, intercambiándolos directamente con los compradores ?por un cigarro o por 1.000 pesos, dependiendo de mi estado de ánimo?. De momento ha publicado seis, y calcula que con todo lo que ha escrito durante su carrera ya tiene material para 52. ?A partir de ahora quiero seguir escribiendo para llegar a 100. Pero igual me muero antes, no importa. Lo importante es que el hecho de que aquí haya 100.000 libros o no haya nada solamente depende de un deseo, y nada objetivo, externo a ti mismo, se puede interponer a ese deseo?. Como el derviche que gira en un movimiento eterno, lo único que desean el hermano de la chica elefante, el ladrón de bolígrafos, el hijo de la cocinera de hormigas y el dueño del perro Perezvón es que Mario Bellatin permanezca siempre escribiendo.



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23 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Benjamín Black vuelve

John Banville John Banville usa el seudónimo Benjamín Black para darse el gusto de escribir novelas policiales. Muerte en verano es el título que aparece en Alfaguara. Es curiosa la relación que tiene uno con el otro. Dice la nota: “Banville asegura que Black ni siquiera le cae bien y que le envidia porque es capaz de escribir mucho más que él en menos tiempo”. La verdad es que yo, que soy fan de John Banville, tampoco soporto a Black. Dice la reseña de Laura Fernández en El Cultural:

Dicho todo esto, y añadiendo el gusto decididamente norteamericano del sentido del humor (negro) de Black, que por momentos parece algo así como el hermano irlandés de Ross Macdonald, restándole decorados y sumándole un pulso narrativo sin igual en la literatura de detectives (y, en este caso, forenses) de hoy, abordamos el cuarto caso de Quirke, Muerte en verano, teletransportándonos en primer lugar al Dublín de los 50 (porque es allí donde habita el Banville negro), en concreto, al despacho de Diamante Dick, Richard Jewell, el magnate de la prensa sensacionalista, que parece haberse suicidado. Aunque, qué curioso, su mandíbula está en la otra punta del despacho pero la escopeta con la que aparentemente se ha volado la cabeza sigue entre sus manos, manos que, por cierto, están completamente limpias. El inspector Hackett, más hundido de lo habitual, brilla, como siempre, en su papel de sombra del verdadero desvelamisterios de la historia: Quirke. El forense grandullón que no puede evitar beber más de la cuenta y enamorarse de la mujer del muerto, la misteriosa Françoise d’Aubigny. ¿Pero no estaba con Isabel Galloway, a la que conoció en su anterior caso (En busca de April)? Sí, pero Quirke siempre se enamora de la chica inadecuada. Black ha vuelto hacerlo. Armado con un pedazo del pasado de su querido doctor (su condición de huérfano y su fugaz paso por el St. Christopher, orfanato que la multimillonaria víctima visitaba a menudo por su condición de amigo del hogar de chicos perdidos), una ola de calor capaz de confundir a cualquiera (incluida a su más que sensata hija Phoebe) y la dosis exacta de corrupción (o el espejismo de poder del enemigo fatal del muerto, Carlton Sumner), deseo irrefrenable (y prohibido) y maldición familiar (maldición que encarnan la pequeña Dannie y la aún más pequeña Giselle), Black ha vuelto a elevar a categoría de clásico una aventura detectivesca al uso. Con una maestría que no tiene nada que envidiarle al maestro Ellroy, Banville inyecta alta literatura (como la de la escena en la que François cree haber perdido a su hija, en la que la acción parece exquisitamente ensayada, y las frases componen una singular coreografía) a la prosa de su otro yo, su yo oscuro y juguetón, un Black que es cada vez más Banville. De lectura deliciosa y adictiva, Muerte en verano es quizá, por su aparente sencillez, el ejercicio de esgrima perfecto del cada vez más poderoso Mr. Hyde de John Banville.



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23 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lo que nunca cambia

No hay golpe de Estado. Ni duro, ni blando. No hay contrarrevolución. Ni siquiera involución. Hay lo que siempre ha habido. Lo que nunca cambia, el poder de fondo, las estructuras pétreas del Estado, las realidades de hecho que componen la estructura de dominación de la sociedad egipcia. Todo esto es el ejército, representado por el Consejo Superior de las Fuerzas Armadas, que recogieron en la calle la vara ejecutiva soltada por Mubarak ante el ímpetu de los revolucionarios de Tahrir y no la piensan soltar de ninguna forma.

Mubarak perdió el poder, pero no lo perdieron los militares. Desde entonces ha habido una pugna, primero con los revolucionarios de la plaza de Tahrir y después con el islamismo político mayoritario de los Hermanos Musulmanes, de la que los uniformados solo quieren sacar una cosa: su primacía sobre cualquier otro poder, su capacidad para vigilar y vetar lo que decidan las urnas. Las dictaduras árabes han sido históricamente regímenes basados en el ejército, los servicios secretos y la policía, en los que solo se conoce una fórmula, la más cruel posible, para imponer la ley y el orden. El estado de excepción ha sido en ellos la normalidad. También la manipulación de la justicia, o el uso de tribunales militares, para reprimir a los revoltosos. Todo esto se ha mantenido en sus estructuras básicas en el Egipto posterior a Mubarak. Los vendedores de orden fácilmente se convierten en vendedores de caos. El Ejército egipcio sabe hacer muy bien ambas actividades. Desde que tomó el poder, exactamente en 1952, no ha hecho otra cosa. Vender orden, pero sobre todo imponerlo, aunque sea a sangre y fuego, y cuando sea necesario, vender miedo: miedo al caos sembrado por ellos mismos con un caracoleo constante de decisiones, a veces incomprensibles o contradictorias. Los militares egipcios han intentado ahora colocar a uno de los suyos en la jefatura del Estado. Ahmed Shafik, piloto de combate como Mubarak, fue su último primer ministro y anteriormente comandante de sus Fuerzas Aéreas. Como el veredicto de las urnas parece señalar la dirección contraria, a favor de Mohamed Mursi, el candidato de la cofradía de los Hermanos, en apenas una semana han conseguido la disolución judicial del Parlamento, han regresado a la ley marcial y han despojado a la figura del presidente de los poderes más significativos. Siempre tienen un as en la manga. Los militares quieren así mantener fuera del alcance de los civiles todo lo que concierne a sus presupuestos, nombramientos, organización e incluso funciones. Algunos creen que la transición ha terminado en Egipto, estrangulada por los militares. El caos de estas elecciones presidenciales demuestra que todavía no ha empezado. La revolución echó al dictador, pero no terminó con la dictadura.



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23 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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"La verdad es que la crónica que se escribe en América Latina no está mal, pero tampoco vuelve loco a nadie."

Mario Bellatin Mientras espero que mañana aparezca una entrevista en “Babelia” a Mario Bellatin, además de unos breves textos míos sobre cuatro de sus novelas emblemáticas (incluyendo la que acaba de aparecer en España, por Sexto Piso, El libro uruguayo de los muertos), leo las declaraciones de Mario Bellatin en Huancayo, recogidas por el diario “El Peruano”, donde anuncia su próximo libro, inspirado en una anécdota de César Moro y André Coyné:

El escritor mexicano de origen peruano Mario Bellatin afirmó que nuestro país ha sido y es fuente de inspiración para varias de sus producciones literarias. El narrador hizo estas declaraciones en el marco de la cuarta Feria del Libro Zona Huancayo, de la cual es el invitado principal. El autor, quien vivió en Lima hasta la década de 1990 y publicó sus primeras obras aseguró al Diario Oficial El Peruano que “sigo inspirándome en Perú”. El narrador dijo que “es una mezcla, porque lo que yo trato de lograr con mis libros es que el lector no sepa cuáles son mis referentes; sin embargo, internamente tengo mi propio libro y, en él, Perú es un motivo recurrente” (…) Otra confesión que hace es que ha escrito un libro, relacionado con Perú, que primero se publicará en francés y después en castellano. “Curiosamente, a pesar de transcurrir oficialmente en un pueblo francés, cuenta una anécdota ocurrida en Lima, en un lugar frente al mar cuando se encuentra el poeta César Moro con su amigo André Coiné y le cae una piedra en la cabeza. Y eso lo trasladó a Francia, a otros personajes. Siempre los recuerdos están presentes, pero no de una manera obvia y evidente. A veces se disfrazan de historias japonesas o árabes”, relató.

También leo las declaraciones que le dio a Enrique Planas, que aparecen publicadas hoy en el diario El Comercio, donde Bellatin va literalmente con la pierna en alto. Arremete contra la literatura peruana actual y contra el llamado “boom” de la crónica periodística latinoamericana. Como no hay enlace, salvo para suscriptores, transcribo aquí algunos de los párrafos:

El autor de ?Salón de belleza? partió a México en 1994, cansado de las taras de nuestra comunidad literaria y de la poca imaginación de nuestras empresas editoriales. Y por lo que a él respecta, las cosas no han cambiado mucho en casi 20 años. ?Esperaba que, con la llegada de una nueva generación, las cosas cambiaran. Pero no. Se mantienen los mismos contenidos literarios y lo que hay alrededor de la literatura: la forma de hacer los libros y los odios espantosos gracias a blogs con un increíble grado de violencia?, señala Bellatin. Por ello, el escritor ve muy lejos la posibilidad de afianzar una nueva generación de autores. Lo explica: ?No siento que haya relevos. Las generaciones se funden unas a otras y actúan de la misma manera. Ya que no hay nada que perder, es una lástima que no se aproveche el espacio de libertad que da la literatura para explorar nuevas formas de difusión?. Asimismo, con el pesimismo de quien observa el paisaje a la distancia, Bellatin lamenta el rezago que mantiene la literatura local con respecto a otras disciplinas artísticas: ?La literatura peruana sigue siendo conservadora. No se mueve, ni para atrás ni para adelante. A diferencia de las artes visuales o el teatro local, la literatura ocupa un espacio estático, respeta elementos inamovibles, ideas que no sé quién sembró y que hacen producir malos libros. El hecho de obedecer fórmulas hace que los productos literarios sean repetitivos. Salvo excepciones, no hay voces propias evidentes?, lamenta. (…) ?Decir que la verdadera literatura la están haciendo los cronistas tiene una razón de ser?, advierte. ?Es un discurso que proviene de grupos académicos extranjeros que necesitan conservar un material de estudio. Son gente que en los años sesenta tuvo un compromiso social muy grande y que encontró, dentro de sus aspiraciones políticas, una literatura como la latinoamericana para reflejar su interés sociológico. No veían lo innovador que había en esas novelas: solo buscaban temas: el indigenismo, lo urbano, las novelas de dictadores?. Bellatin afirma que al irse diluyendo el material de estudio, estos estudiosos han elegido a los cronistas para mantener sus puestos de trabajo. ?Es una falta de respeto a la literatura tomarla como un vehículo para una sociología o antropología ilustrada. La verdad es que la crónica que se escribe en América Latina no está mal, pero tampoco vuelve loco a nadie. Y ahora los grupos académicos buscan estandarizarla y proponerla como ?el nuevo camino??. Para el autor de ?Poeta ciego?, esta lógica perversa mantiene el antiguo esquema que define el ?deber hacer? literario. ?Lo que van a tomar de esta producción no será la gran prosa de Juan Villoro o de Julio Villanueva. Se enfocarán solo en la anécdota. Dirán: ?Mira, en México cortan cabezas, en Perú hacen ritos con ayahuasca?. Ese es el peligro de todas las etiquetas y clasificaciones?, explica. Curiosamente, el mismo fenómeno definió la suerte del ?boom? literario en su momento. ?Vargas Llosa, Fuentes, García Márquez, Donoso, todos eran autores disímiles, hasta que a alguien se le ocurrió etiquetarlos, venderlos y hacerles decir lo mismo. Eso coincidió con su decadencia?, añade.



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22 de junio de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los cuentos de Marie Darrieussecq

Marie Darrieussecq Marie Darrieussecq convirtió la historia de una mujer que se convertía en chancha en un éxito literario. El libro Marranadas es su obra más famosa, pero no la única, aunque ninguna otra haya conseguido tanto éxito. Ahora, en Argentina la editorial Cuenco de Plata publica Zoo, una recopilación de cuentos aparecidos a los largo de más de una década en diversas revistas. Laura Galarza hace la reseña para Radar Libros de Página12. El resultado, aunque interesante, no es parejo, concluye. Dice la nota:

En uno de los relatos de Zoo (?Nadie se borda las piernas todos los días?) las mujeres de la familia tienen un don: el de saber bordar el cuerpo, el propio y el de otras mujeres. ?Bajo los vestidos largos, se bordaban un par de ligas?. Leído como metáfora, alcanzaría para definir este compilado de relatos de Darrieussecq: de lo femenino como marca. En varios de los relatos de Zoo los personajes quedan atrapados en situaciones siniestras gracias a los consejos de una madre. Como en ?Navidad entre nosotros?, donde la madre le cede a la hija su casa de campo: ?Te va a hacer bien cambiar de aire?, le dice, porque no comprende lo que la está haciendo infeliz. O en ?Conociendo a los monos?, donde una escritora pasa sus vacaciones en la casa de su madre mientras ella está de viaje y cuida de su mono, con quien termina teniendo una curiosa relación. En ?La rondadora?, otra escritora se aísla en un chalet en las montañas y recibe en medio de una noche tormentosa la visita de una extraña. ?My mother told me monsters do not exist? (quizás el mejor logrado de los relatos) cuenta el día en que una mujer encuentra colgando de la cortina de su departamento un bicho, que no logra definir si es una rata o un murciélago. Darrieussecq va siguiendo a la protagonista con un nivel de detalle exasperante, hasta que rendida, esta mujer sola y acorralada, termina comprándole una cucha. De lo siniestro, los relatos de Darrieussecq saltan a cierta reivindicación feminista de mujeres ?impenetrables? que, por ejemplo, simulan los orgasmos (?Simulatrix?). Aunque si se lee mejor, en el fondo todas ellas esconden una gran desolación: ?Seguro que había que remontarse muy lejos en el tiempo para encontrar algo semejante a un principio de ella, sola, aún no formateada, quizá completamente vacía?, En ?Aún aquí, después de la cesárea?, la protagonista no vuelve a ser la que era. La niña está ?atravesada? dentro de ella. ?No va a pasar?, dice el médico. ?¿Cómo se las arreglaban antes??, se pregunta. ?En algún lado leí que las cesáreas las hacían sin anestesia ni antibióticos, y que la madre se las arreglaba como podía. Le planteaban al padre la disyuntiva: `La madre o el hijo?. ¿Alguno habrá elegido el hijo? ¿Se sabe de algún caso semejante?? El resto de los relatos de Zoo resultan algo desparejos. Tanto en eficacia como en profundidad. Quizá porque el orden pareciera no responder a un corpus, quizá porque varios fueron escritos y publicados por Darrieussecq para medios bastante heterogéneos de Marie Claire o Vogue a Inckorruptibles, y, como ella admite, nunca escribe relatos si no es por pedido. Algunos fueron inspirados en muestras de pintura o fotografía. Lo dice la misma Darrieussecq a pie de página: ?A veces escribo para los artistas. Busco un equivalente de palabra a su trabajo plástico?. En cambio otros formaron parte de antologías, o fueron novelas a medio camino. Esta disparidad de ?demandas? a las que parece responder la autora, sumado a los homenajes (como ?Vecinos? a John Lennon), más los relatos que tienden al ensayo, o juegan con el tema de la clonación, termina afectando la consistencia global de la obra. De todas maneras la apuesta de Cuenco de Plata por dar una versión diferente de la autora después de transcurrido el tiempo y más allá de Chanchadas, deja un balance positivo. Sumado a la impecable traducción de Lil Sclavo, que con expresiones como ?laburo a lo bestia? o ?estoy con los nervios de punta?, juega a favor de la espontánea e irreverente voz de Darrieussecq.



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22 de junio de 2012
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