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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mi voto es por España

 

Voté ayer por España.

Si quieres saber quién perderá cualquier elección, pregúntame quién la ganará.

Por lo mismo, anoche decidí no seguir la maratón de nervios que son los programas dedicados a la matemática electoral, esa superstición norteamericana. No he llevado bien el favoritismo de los conglomerados mediáticos por su obvio candidato, por quien no podría yo votar debido a una fundamental diferencia: pago más impuestos que él.

De modo que agonicé con mi apuesta por Obama.

Mi amiga Beatriz Pastor se nacionalizó para poder votar contra Bush pero, insolentemente, ganó Bush. A ella no le quedó sino pasar de electora a elegible: se presentó de candidata al congreso de New Hampshire y, prodigiosamente, ganó. Espero que le hayan dado las debidas gracias por la diligencia que puso en sus proyectos de inclusión.

Después de treinta años de vivir en EEUU, decidí hacerlo para no tener que ir más al Consulado español por una visa a España.

Encontré que solo tienes que llenar los formularios de nacionalización en Internet y pagar 600 dólares. A poco, te citan; pronto, ya tienes una nacionalidad más.

Pero, claro, antes de dar semejante paso, necesitaba yo de un marco teórico. No puede uno asumir otro pasaporte, aun si no pierdes el tuyo, sin una figura hermenéutica.

La encontré en la teoría jurídica. Según los estudios teóricos sobre la nacionalidad, hoy día la ciudadanía es concebida como un “membership.”  Aprendí que en el futuro tendremos varias nacionalidades y los pasaportes serán como los carnés de las bibliotecas que frecuentamos. Según la RAE, “carné” de identidad (en lugar de la fonologización nosotros  preferimos la reapropiación: “carnet”) se sobredefine así: “Documento que se expide a favor de una persona, provisto de su fotografía y que la faculta para ejercer ciertas actividades o la acredita como miembro de determinada agrupación” .  Esta consolación por la dialectología me aliviaba el trámite.

 

El hecho es que ayer me tocó votar por primera vez en este país. Como los latinoamericanos somos los ciudadanos que más veces hemos votado en este mundo electoral, el proceso me resultó fácil y hasta deportivo. En Perú, para votar uno es encerrado en una cabina secreta y debe, luego, entintarse el dedo pulgar no sé si para dejar su huella digital o para demostrar con esa mancha que ya ha votado y no puede repetirlo. En México, el Instituto Federal Electoral (IFE), presidido impecablemente por José Woldenberg, fue el instrumento legitimador de la transición mexicana.  En las últimas elecciones, con la vuelta del PRI, la compra de votos con tarjetas prepagadas de almacenes y mercados puso al día viejas prácticas.  Sin embargo, no he visto que académicos y escritores hayan protestado el plagio de los votos. ¡La falta que nos hace Monsiváis!

 

De modo que voté temprano y voté por España. De las muchas causas para votar, entiendo que no pocos hemos apostado por una coalición política capaz de restablecer el equilibrio perdido en  Europa por la intransigencia de un modelo ideológico que pasa por verdad universal y no es sino el poder del Mercado sobre la vida de los ciudadanos.  Confiamos que el gobierno de Obama promueva el proceso de remontar humanamente la crisis.

 

Esta  ideologización impuesta está terminando con la representatividad  concedida a  gobiernos paralizados  por la crisis del sistema, cuya legitimidad es puesta a prueba por su abuso de la “violencia legítima”. Obama tiene el mandato de mediar y, si es posible, paliar el feroz control de la Banca Central y las imposiciones de austeridad irrestricta de los órganos internacionales de pensamiento único. Se trata de una feroz concertación contra España, que el gobierno español busca navegar con el agua al cuello.  Los españoles están siendo desahuciados de España por no poder pagar la deuda per capita que la misma banca miltiplicó.

 

A los latinoamericanos y los hispanos migrantes y nomádicos, allí como aquí, el derrumbe de España y el desamparo de los más jóvenes, nos empobrece.

 



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7 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Razones para una victoria

Lo más sorprendente de estas elecciones ha sido la ausencia de sorpresas. El triunfo de Barack Obama estaba proyectado por la gran mayoría de las encuestas. Pese a que los medios quisieron crear cierto suspenso hablando en las últimas semanas de un "empate técnico", sobre todo después del primer debate, lo cierto es que Mitt Romney nunca pudo romper la barrera erigida por la campaña de Obama en los estados cruciales de esta elección.

Son muchas las razones para entender la victoria de Obama. La principal es que, a pesar de que el presidente ya no contaba con el fervor de sus votantes de las elecciones pasadas, logró mantener intacta la coalición que lo llevó al poder: blancos de las grandes ciudades, latinos y negros. Buena parte de esa victoria no se debe necesariamente a lo hecho por Obama, ya que su administración no logró presentar una prometida ley inmigratoria para regularizar a la gran cantidad de hispanos indocumentados en los Estados Unidos; fueron más bien los republicanos, con su retórica agresiva contra los hispanos y las mujeres, con un discurso excluyente que sigue soñando con un país dominado por hombres blancos y protestantes, quienes hicieron todos los esfuerzos para ser rechazados por unas minorías cada vez más conscientes de su poder político.

Otra razón fundamental para la victoria de Obama tiene que ver con el sistema electoral norteamericano, en el que las elecciones no se deciden directamente por el voto mayoritario de la gente sino por el peso cualitativo de ciertos estados en el colegio electoral. Suena raro que en el país más poderoso del mundo la presidencia sea decidida por solo diez estados influyentes, pero es así.  En esos diez estados, la campaña de Obama se hizo fuerte desde el principio, apoyada por los errores de Romney. Durante la gran crisis del 2008, Romney cometió el error de ir en contra del deseo gubernamental de intervenir para evitar la bancarrota de las empresas automotrices. En Ohio, el plan de Obama fue la salvación de la economía local. La campaña de Obama lo único que tuvo que hacer fue recordarle constantemente a los votantes que Romney no estuvo de su lado en el difícil momento de la crisis.

Obama era un candidato débil porque la economía, pese a haber superado su peor momento, no terminaba de despegar, y porque la retórica poética de la anterior elección fue reemplazada por un lenguaje prosaico que no ofrecía un proyecto ilusionante para los próximos cuatro años. Pero, si Obama era débil, Romney lo fue más. Romney es un exitoso hombre de negocios, pero eso no es suficiente para llegar a la presidente. Le faltó el carisma, y también la empatía: nunca conectó con las clases populares, y se convirtió en el estereotipo del hombre rico desdeñoso de la plebe.

Las tendencias demográficas del país auguran buenos años para la coalición demócrata. Obama tiene tiempo para consolidar su legado: el plan sanitario y el control de la crisis económica son sólidos puntos de partida para su siguiente gobierno. Los republicanos, por su parte, tendrán que hacer un análisis profundo para ver cómo reestructurarse. El país rechazó su discurso radical; insensibles a las mujeres y a los gays, incapaces de articular un proyecto que incluya a las minorías, toca ver cómo expanden su electorado. No será fácil.

(El Deber, 7 de noviembre 2012)
 



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7 de noviembre de 2012
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La ausencia de Agustín García

Hace cuatro años nos reunimos varias personas en la facultad de filosofía de San Sebastián para evocar y lamentar la ausencia de Ferrán, un entrañable amigo. Mientras se iban desarrollando las intervenciones, Agustín García (conocido en el mundo cultural y académico por García Calvo) iba poniendo cara de disgusto, disgusto que hizo explícito en su intervención: lamentaba constatar que se le había convocado en razón "de que alguien había muerto y cosas por el estilo". Le irritaba especialmente que pudiera pensarse eso de Ferrán, "pues obviamente para morir hay que haber nacido" precisó.
Tras la aparente boutade, era evidente que Agustín hablaba con toda seriedad y que su enfado era real. Obviamente alguien tan razonable no podía estar negando la universalidad del segundo principio de la termodinámica y sugiriendo que el cuerpo de Ferrán escapaba al mismo. ¿Qué quería decir pues? La clave parecía hallarse en esa referencia al nacimiento. Los hombres nacemos como mínimo dos veces, al venir físicamente al mundo, pero también al contemplar el mundo a través del prisma de las palabras, lo cual constituye el nacimiento propiamente humano. Pero digo "al menos dos veces" porque el segundo nacimiento suele tener una  connotación complementaria que constituye casi un tercer nacimiento: el sentimiento de individualidad, es decir el sentimiento de que el lenguaje que filtra la percepción del entorno poblándolo de cosas que representan especies, el lenguaje por el que hay ante nosotros caballos, vasos, espinos y cerezos, el lenguaje que se sirve de la vida humana para iluminar el mundo... es cosa de uno, es propiedad de esa vida, o mejor dicho propiedad de ese cuerpo en el que, como todo otro animal el humano se hace animal concreto y presente.
Se procede con ello a una inversión de jerarquía de enormes consecuencias psicológicas. Pues una cosa es sentirse empapado por el lenguaje y otra cosa sentirse poseedor del mismo, una cosa es dar vida a las palabras y otra tener en las palabras armas para la vida. Si lo primero conduce al relato o al conocimiento, en lo segundo está quizás la clave de la formación del yo. Yo tanto menos transitivo, es decir tanto más temeroso, posesivo, amante de sí y tiránico cuanto más acusada es esa inversión de papeles.
Se comprende así que el morir de un ser humano no constituya un acontecimiento unívoco: morir trágico del que siente que la vida ya no sirve de soporte al espíritu, morir de aquello que hace a la humanidad, por un lado; morir sin grandeza, de aquel para quien sólo la vida cuenta, de aquel para quien la palabra nunca fue más que un expediente para asegurar la subsistencia y el dominio.
Y ese sentimiento de lo que significa la muerte, como rasgo clave del sentimiento de individualidad, viene reforzado por un segundo aspecto que es el nombre propio. Nombre propio a su vez vinculado al nacimiento oficial, cuya importancia Agustín García negaba en el caso de Ferrán, Lobo Serra en la inscripción llamada civil de su Gerona literalmente natal, apellidos que algunos ni siquiera conocían entre los componentes del heterogéneo grupo que se dejaba aburrir, en los cafés parisinos en las postrimerías del franquismo, cuando una mano que cabe llamar ingenua proponía una página de los presocráticos abierta al azar, para que Agustín inmediatamente la cantara en griego y después la vertiera al castellano o al francés, versión que, al ser recogida y glosada por uno u otro de los presentes, convertía por un instante a este en luminoso transmisor de la veracidad de los fragmentos transcritos, arrancándole en consecuencia a ese sentimiento de identidad individual que Agustín siempre veía como correlativo del sentimiento mismo de la muerte.
Solo el nombre propio, García Calvo en este caso, desde luego no ya mortal sino desde siempre muerto, neutralizaba a veces al lúcido Agustín García perseverante en su denuncia de las condiciones sociales en las que la vida de los seres de lenguaje se reduce a un sin vivir. Sin vivir de aquellos que meramente usan la palabra tras reducirla a la superficialidad de las reglas gramaticales; sin vivir de los que prostituyen las técnicas y el ansia de saber tras reducirlas a instrumentos de reconocimiento; sin vivir de los que, al erigirlo en excluyente patria, traicionan el lugar (siempre universal en su singularidad) en el que a través de la lengua materna vieron la vida bañada en palabra.
En tal sin vivir veía Agustín García la concreción de la muerte. Por eso, cuando el primero de noviembre la noticia de la muerte del gran filólogo y académico García Calvo me llegó en París, sentí que sería profundamente injusto vincularla a la ausencia de Agustín García, que en esta ciudad tanto amó y fue amado.
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7 de noviembre de 2012
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Todos los nudos del presidente

Dos, como siempre, de mediana edad ?como casi siempre? y con corbatas intercambiables han pugnado para alcanzar la presidencia de EE.UU. A diferencia de François Hollande, ?el hombre normal?, quien acaso por esa misma condición es incapaz de llevar recta una corbata que siempre se escora hacia la derecha, Obama y Romney han extremado la pulcritud: el primero opta por un nudo simple, también conocido como americano, mientras que Romney prefiere un medio windsor, aunque lo estrangule demasiado. En la Universidad de Lynn, donde se celebró el último debate, investigaron la relevancia de las corbatas desde que Ford y Carter inauguraran el color en dicha tradición televisada. Y comprobaron que desde el 2000 han ganado las corbatas rojas a las azules (13-5). Los mismos tonos que han ido alternando Obama y Romney, por mucho que tengan una visión del mundo bien dispar. Y es reseñable que la puesta en escena de sus campañas haya tenido tanto en común hasta el detalle de que ambos llevan relojes Tag Heuer; una elección voluntaria cuando nada es casual en el ámbito de la telegenia política y el reinado del estilismo. La asimetría ideológica de los candidatos no ha querido corresponderse con el envoltorio. Y es que los nuevos códigos de imagen pública han virado hacia el conservadurismo, sin miedo a desdibujar al personaje. La moda electoral no admite riesgos: ?Usted no es la noticia, no debe llamar la atención?, señalan los expertos. Pero, cuando el miedo a no perder se impone al ansia de ganar de los candidatos, la fe en la política se resquebraja. El elemento diferenciador de Obama es la camisa blanca sin corbata, y arremangada. Con ella puede defender las bodas gais y el aborto o la retirada de las tropas de Afganistán, sin que el lenguaje estético chirríe frente a sus principios. Romney, en cambio, la luce con corbata de rayas azules y blancas, fiel a sus tiempos de hombre de negocios y su vida straight de obispo mormón, sin té ni café; nudos excesivamente apretados para vestir declaraciones como: ?El 47% de los norteamericanos viven de las ayudas sociales. No votarán por nosotros. Mi trabajo es no ocuparme de ellos?. Lejos han quedado los tiempos coloreados de personajes como Churchill y su elegancia british o el estilo preppy de JFK. Hoy sólo hay un código de imagen que valga: la contención, ahuyentando cualquier elogio de la diferencia y homologando de tal manera la imagen que incluso aquel primer Obama con aires revolucionarios ha moderado su porte para rebajar la arrogancia. Aunque en esto se le ha adelantado Artur Mas, todo ha sido no quitarse las gafas y ya ven adónde ha llegado.

(La Vanguardia)

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7 de noviembre de 2012
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IV. El arte de conocer el hielo.

En los textos de los despachos cablegráficos, escritos por los cronistas modernistas, dominan los párrafos cortos porque debían atenerse a la brevedad, lejos de las largas tiradas elípticas y floridas que heredamos de los cronistas coloniales.

La mano sigue escribiéndolos, pero el instrumento que los transmite impone la brevedad, y la celeridad. No pierden su calidad literaria, sino que cambia la naturaleza de la calidad literaria. Advertimos el pespunteo nervioso que impone el telégrafo, ecos de la clave Morse de puntos y rayas, la velocidad y el nerviosismo de la modernidad. Hemingway, corresponsal de guerra en la I Guerra Mundial, también creó así su estilo telegráfico. El twitter está creando ahora otro estilo de prosa, que se acerca al viejo haiku japonés, y al epigrama de Catulo.

Nuestros cronistas del modernismo fundaron esa tradición en la que se insertaron Tomás Eloy Martínez y Carlos Monsiváis, maestros de la crónica urbana, y maestros también del irreverente juicio a la historia presente y sus personajes, porque también hay que desentrañaran el mito, bajar a las estatuas de sus pedestales, y hacerlas andar por la calle.

Una tradición, ésta de la crónica, iluminada por Gabriel García Márquez, cronista mayor de Indias, de modo que podemos trazar ese arco mágico que va de Rubén Darío hasta él. A Ambos, su abuelo los llevó un día de la mano a conocer el hielo.

 

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7 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un bonzo en la corte del emperador Augusto

En el último año del reinado de Augusto, se presentó en Roma una embajada enviada desde la India. La comitiva estaba originalmente formada por un séquito numeroso, del que solo sobrevivieron tres personas, a causa de la lejanía y las dificultades del camino. Portaban consigo una carta escrita en griego sobre una piel. El autor era el rey Porus, soberano a su vez de otros seiscientos reyes, lo que no le impedía apreciar sobremanera la amistad de Augusto, hasta el punto de permitirle y hasta invitarle al tránsito por su lejano país, a través de la región que quisiera, y de ofrecerle su ayuda y colaboración para cualquier empresa imperial.
 
Según narra Estrabón en su Geografía (XV, I, 73), los regalos traídos por la embajada fueron presentados en la corte por ocho sirvientes desnudos y perfumados, excepto una faja alrededor de sus cinturas. Los presentes consistían en un Hermes, o sea, un hombre que nació sin brazos, el cual asegura Estrabón haber visto personalmente, unas serpientes gigantescas, una de ellas de diez codos de larga, una tortuga de río de tres codos, y una perdiz enorme, más grande que un buitre.
Acompañaba a los dones uno de los supervivientes del largo viaje quien, para asombro de los distinguidos circunstantes, se quemó ante ellos hasta morir. Explica Estrabón que tal es el caso de las personas que buscan escapar de las calamidades de su existencia y también el de otras que, aún hallándose en circunstancias prósperas, deciden partir. Así fue el caso de aquel que se quemó para celebrar el trabajoso éxito de su travesía, no fuera a sucederle alguna desgracia a última hora por seguir viviendo, que nunca se sabe. Así que, desnudo excepto la faja en torno a la cintura, ungido y sonriente, se arrojó a la pira. Sobre su tumba, se puso esta inscripción: “Zarmanoquegas, un indio, natural de Bargosa, que se inmortalizó, según la costumbre de su país, yace aquí”.
 
Si nos fijamos en el supuesto nombre del quemado, vemos que se trata de una transcripción emparentada con “Samanaioi” la forma de la lengua indoaria pali que designa a los budistas y aparece por primera vez en Clemente de Alejandría, forma quizá tomada a su vez de Alejandro Polyhistor, quien floreció o al menos hizo lo que pudo entre el 80 y el 60 a. C.
 
Clemente, en efecto, habla en su Stromata (I, XV, 72) de ciertos filósofos “Sarmanai”, llamados “Hylobioi”, o sea, “eremitas del bosque”, que comen raíces, visten cortezas de árbol y beben agua en la mano. Los compara con los encratitas, que estuvieron en boga por entonces y condenaban el matrimonio y la procreación. También Estrabón menciona en otro pasaje de su Geografía (XV, I, 60) a los “Garmanas” (quizá errata por “Sarmanas”) de los cuales los más honorables son eremitas del bosque (“Hylobioi”) que subsisten de frutos silvestres, se visten con cortezas de árboles, e ignoran el vino y las delicias del amor. Los reyes les envían mensajeros para interrogarles sobre las causas y naturaleza de la cosas, y para suplicar a la divinidad.
 
No parece temerario conjeturar que el quemado ante Augusto y sus romanos era un budista, un bonzo que fue a lo suyo. Se puede decir que él mismo era un don, y que no murió por su propia gloria, sino por los otros, para dar noticia de las maravillas de su país, tenemos, oh Augusto, hombres nacidos sin brazos, serpientes, tortugas y perdices descomunales, y bonzos combustibles.


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7 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La victoria tiene permiso para llegar tarde

A las 11 y cuarto de la noche, 05.15 en la hora española, ha caído la victoria, como cae el gordo de la lotería. Se sabe que saldrá, pero no se sabe cuándo. Nada en la larga noche electoral, que fue decantándose lentamente, hizo presagiar en ningún momento que Obama pudiera caer derrotado. La dilación de su llegada le da más sabor y satisfacción para los vencedores.

La victoria se cuece a fuego lento en la larga noche de los martes electorales: más de cuatro horas han sido precisas, desde las siete cuando han caído los primeros sondeos a pie de urna, hasta que la cadena Fox, una autoridad en la materia por su acreditada responsabilidad en las campañas contra los demócratas, ha reconocido la derrota. Ha sido la victoria de la aritmética sobre la economía. La aritmética tiene que ver con la composición étnica, el voto juvenil, el nivel de la participación y la distribución de los delegados. Entre todas las variables, la que mejor ha activado el voto para Obama, ha sido la pujante población hispana, especialmente sensible a las políticas contra la inmigración del partido republicano y a las promesas en sentido contrario del presidente.

Tan favorables eran las expectativas de las grandes cifras que se llegó a especular con que Obama obtuviera la victoria en delegados y no en cambio en votos populares. Esta hipótesis la ha contado en privado Bill Clinton a algunos de sus interlocutores internacionales, aunque en tal confidencia puede haberle jugado una mala pasada el vanidoso inconsciente del único presidente demócrata de doble mandato desde Roosevelt, ahora igualada por Barack Obama.

La economía, en cambio, pesaba sobre los electores en un país acostumbrado a crecer, crear puestos de trabajo y castigar a los presidentes por las recesiones incluso cuando ya se sale de ellas. El hombre de negocios, los beneficios, la empresa privada son excelentes argumentos populares, más fácilmente creíbles cuando los exhibe un multimillonario. Esta era la principal preocupación del electorado y también para Obama y su estado mayor electoral.

El impacto de este argumentario ha sido insuficiente para decantar a los votantes indecisos en favor de Romney, que finalmente no ha sido capaz de convencer a suficientes electores sobre la bondad de sus fórmulas desreguladoras.



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7 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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No es día de elección, sino de descarte

Hoy no es un día de elección sino de rechazo. Ganará quien tenga a menos votantes enfrente. Ninguno de los dos candidatos despierta ilusión. Nada que ver con 2008, cuando la esperanza era el eslogan. Ni el titular ni el aspirante han sido capaces de proponer un programa claro con propuestas efectivas, salvo las ideas genéricas que corresponden a cada partido: Estado mínimo, nada de subidas de impuestos y más gasto militar el republicano, y políticas sociales, impuestos para los más ricos y contención del presupuesto militar el demócrata.

Uno y otro se han hartado, en cambio, de lanzar insinuaciones malévolas y descalificaciones mutuas. Contra Obama por socialista, blando en política exterior y de identidad poco americana. Contra Romney por multimillonario, destructor de puestos de trabajo y voluble en sus posiciones políticas. Nadie ha dicho abiertamente que un afro americano como Obama, un negro, no debe merecer un segundo mandato presidencial. Tampoco que un mormón como Romney, un sectario y un falso cristiano para una buena parte de la opinion religiosa, no debe llegar a la Casa Blanca. Pero muchos lo piensan aunque ya no se atrevan a decirlo. La campaña ha sido negativa y la elección es negativa, todo lo contrario de cómo fueron las cosas en 2008. El balance de los cuatro años de Obama no permite mucho margen. Es excepcional que un presidente sea reelegido cuando cuenta con casi un 8 por ciento de parados y no ha conseguido que la economía de su país vuelva a crecer con brío. Este es el principal argumento de Romney, que reivindica su experiencia empresarial como creador de puestos de trabajo.

Aun así, hay tener en cuenta que Obama se encontró con una economía arruinada, la banca de Wall Street en quiebra y la industria del automóvil a punto de echar el cierre. En su cuatrienio se ha producido el mayor terremoto geopolítico desde la caída del Muro de Berlín y ha quedado certificado el ascenso de las potencias emergentes, en un mundo menos occidental y menos americano. A la hiperpotencia de Bush le ha sucedido la obligada hipopotencia de Obama. Difícil lucir de buen balance cuando todo está en contra.

El candidato republicano tampoco es para tirar cohetes. Fue derrotado en las primarias republicanas en 2008 y en esta ocasión consiguió su nominación tras una larga pugna con el radicalismo del Tea Party, que contaminó a todos los candidatos. Sus cambios de chaqueta ya son proverbiales: ahora quiere aparecer como moderado, después del radicalismo de las primarias y de gobernar en Massachusetts como moderado. Y sobre todo, es un personaje gris y sin fulgor alguno al lado de la personalidad y del atractivo de Obama.

Un presidente desgastado y sin un balance que se imponga por si solo y un pretendiente poco fiable y sin brillo conducen a una campaña negativa y sin ilusión y llena de incógnitas de futuro. Si Obama vence, la principal duda es saber si podrá superar esta vez el bloqueo republicano en el Congreso, previsiblemente en manos de la oposición. Si gana Romney, la incógnita es todavía mayor, porque se sabe poco de sus ideas volubles y evanescentes y mucho, en cambio, de los neocons que merodean de nuevo por sus inmediaciones. Sí se sabe que un presidente republicano no será boicoteado por el Congreso, con independencia del color que tenga; lo contrario de lo que le ha ocurrido a Obama, al que quienes le han boicoteado le acusan de inmobilismo. Obama ha querido ser un presidente de consenso, bipartidista en terminología estadounidense. Pero el consenso es un baile de dos: los republicanos no han querido bailar. Solo quieren consenso cuando son ellos quienes mandan. Todo esto, siendo tan americano, suena tremendamente próximo y actual si lo trasladamos a la política española.



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6 de noviembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mala índole

Por unos motivos u otros, Javier Marías viene siendo noticia desde hace semanas. El suceso más controvertido, lógicamente, ha sido su negativa a aceptar el Premio Nacional de Literatura por su novela Los enamoramientos. Significativamente, antes había aceptado de buena gana el premio que los lectores de Babelia le habían concedido por considerar que esa misma novela había sido la mejor de las publicadas en 2011. El premio oficial en cambio lo ha rechazado alegando que hubiese sido una "sinvergonzonería" embolsarse los honores públicos y los 20.000 euros que conllevan dichos honores. Aunque aceptar un reconocimiento "privado" como el que supone a votación de los lectores de una publicación y rechazar otro "oficial", siempre susceptible de manipulación política, parece en principio una postura bastante coherente, no han faltado quienes han considerado que lo sinvergüenza era ponerse digno y no aceptar el premio.
Otra de las razones por las que Javier Marías está siendo noticia, esta vez por razones estrictamente literarias, es la aparición de dos volúmenes de recopilaciones, en ambos casos publicados por Alfaguara. Uno de ellos es Vidas escritas, aquel estupendo libro publicado en los años noventa y en el que se hablaba con desenfado de las manías, fobias, aficiones y rarezas de gente como Conrad, Faulkner, Nabokov, Lampedusa y demás figuras literarias de primer orden, tratadas con evidente cariño pero también en una actitud claramente desmitificadora. Quien se lo perdió entonces tiene ahora una ocasión ahora de rectificar su error.
Por último, aunque literariamente sea lo más ambicioso, está la recopilación casi completa de los cuentos que Javier Marías ha venido escribiendo a lo largo de sus 30 o 40 años de carrera. El volumen lleva por título Mala índole, un relato que el propio Marías considera "el más largo y acaso el más logrado" de sus piezas breves. El subtítulo es engañoso: Cuentos aceptados y aceptables. En principio, podría tratarse de una nueva categorización por géneros, ya que, en palabras del autor, los primeros son aquellos relatos "de los que aún no se avergüenza", mientras que los segundos son "aquellos de los que sí me avergüenzo un poco, pero no demasiado". Sin embargo, no hay que dejarse ofuscar por esta terminología algo engañosa, y creo innecesario resaltar ese guiño de complicidad que es el "aún" incluido en la apreciación de la primera categorización. Aceptados o aceptables, el autor los considera "las mejores piezas cortas de ficción" que ha escrito. El primer epígrafe incluye 23 relatos y el segundo otros 7 más. La mayor parte de ellos estaban incluidos en dos volúmenes titulados "Mientras ellas duermen" y "Cuando fui mortal". Pero los hay, como el que da título al libro aunque también otros, que eran muy difíciles de encontrar.
Por descontado que los lectores asiduos se van a encontrar con viejos conocidos y situaciones que les resultarán muy próximas. Pero sobre todo van a poder disfrutar de la habilidad de Javier Marías para crear un universo de fantasmas, asesinos, obsesos, mujeres peligrosas, situaciones equívocas o encuentros imposibles siempre a partir de la más próxima y reconocible cotidianidad. El narrador desde luego, pero también gran parte de los personajes y las situaciones descritas empiezan siendo perfectamente normales: un tipo que va al hipódromo a pasar el rato, otro que mira la calle desde la ventana de un hotel, el que se sube a un ascensor como hacen tantos millones de personas todos los días. Lo que pasa es que, tras esa primera capa de normalidad cotidiana, hay un universo que bulle de contradicciones, anhelos, deseos inconfesables y desenlaces inesperados. Por ejemplo ese tipo que está en la playa con su mujer y que por no querer sufrir una mezcla tan insoportable como es la arena y las lentillas no ve nada de cuanto le rodea y está obligado a depender de las descripciones que le hace su mujer. Hasta que, intrigado por algo que ella le dice, y siguiendo su consejo, se vale de un sombrero de paja a través de cuyas rendijas verá por si mismo aquello que llama su atención y que por descontado acabará siendo inesperado, intrigante y hasta terrorífico. Porque incluso así, aunque la relación con el mundo sea mediante un vínculo tan extravagante y poco práctico como es un sombrero de paja (un oftalmólogo lo explicaría diciendo que al forzar la vista para ver a través de las rendijas de la paja el ojo miope recupera por un instante la visión normal) el mundo te alcanza igual y te ves tan implicado en la vida como quien se siente protagonista de la misma y pretende estar siempre en primera línea o cree ser quien maneja las riendas. Pero basta con que el ascensor de detenga sin motivo para que todo cambie, quizá de forma decisiva.

Mala índole
Javier Marías
Alfaguara



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6 de noviembre de 2012
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«Vencer la cobardía humana»

Hay en el texto de Breton que estoy glosando una expresión clave: refiriéndose a las condiciones de independencia del pensamiento, que permitirían la apertura al trabajo del espíritu, Breton habla de "vencer la cobardía humana". La cobardía y esa coartada fundamental que es la pereza. Aun en el caso de "cancelamiento de esa deuda aplastante" concretizada en el hecho de que "de una hora de trabajo el capital se atribuye la mitad...sin pago" , aun alcanzado un tipo de sociedad en el que el trabajo del espíritu no pudiera ya de ninguna manera ser considerado cosa de exquisitos... lo esencial estaría por resolver. La sociedad incentivaría la realización de las potencialidades del ser humano, en lugar de dificultar tal objetivo, pero sería necesario que en cada uno las exigencias del reconocimiento se subordinaran a las exigencias del pensar, y en términos del Discurso del Método cartesianos: sería necesario que el yo ególatra dejara paso al yo transitivo, ese yo que realmente se confunde con la genuina actividad del pensar.
Quizás una de las razones que contribuyen al fracaso sucesivo de las tentativas de emancipación de la humanidad sea un sentimiento inconsciente de que entonces ya no habría coartada. Breton, como Aristóteles, parece considerar que en ausencia de libertad la tarea del espíritu es simplemente imposible. Por eso sugiere que la lucha social constituye la tarea previa, incluso para el artista, o más bien: precisamente para el artista, para ser fiel a la exigencia del arte. Pero obviamente alcanzada la sociedad en la que la libertad concreta fuera un hecho, no habría ya excusas, ni coartadas. Pensar, es decir simbolizar o formalizar, sería entonces el imperativo. Pero pensar es durísimo, supone vencer constantemente la inercia y la costumbre, supone vencerse constantemente a sí mismo. Vencer el ego identificado tanto a la pereza como al miedo, aspecto este último por el que con toda justicia puede Breton referirse a la disposición subjetiva que pone trabas a la tarea del espíritu como cobardía.
Lo que tenían de admirable todos aquellos que, en las décadas que siguieron a la Revolución de Octubre, luchaban, al igual que Breton o Brecht, en el doble frente de la emancipación respecto al trabajo embrutecedor y de la causa general del espíritu (secuestrado en todas sus manifestaciones por la inercia de las convicciones adquiridas, inevitablemente convertidas en prejuicios de no ser puestas a prueba) era lo firme de su disposición, su elemental afirmación de la verdad vinculada a la singularidad humana, su anti-nihilismo.

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6 de noviembre de 2012
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