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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Balance de la revolución

Mohamed Bouazizi, totalmente cubierto de vendajes y sondas, fue fotografiado con el dictador Ben Ali en la cabecera de su lecho de muerte. Era el 28 de diciembre, apenas diez días después de su gesto suicida y liberador ante el ayuntamiento de Sidi Bouzid, en protesta por el maltrato de la policía, que le había confiscado su carrito de vendedor ambulante de fruta. Fue la chispa que encendió Túnez y a continuación la región árabe entera.

Dos años ya. Y cuatro dictadores derribados: Túnez, Libia, Egipto y Yemen. Una larga y sangrienta guerra en Siria sin desenlace a la vista. Una transformación del entero mapa político de la región, desde el gris cobalto de la dictadura que imperó hasta 2011 al verde islamista de hoy. Un desplazamiento geopolítico: a diferencia de lo que sucedió a partir de 1989 con la caída del comunismo, ahora Europa no cuenta, Estados Unidos pierde fuelle e intenta dirigir desde atrás, Rusia y China hacen notar su presencia económica y diplomática, y las potencias petroleras del Golfo sacan pecho gracias a su dinero y a sus alianzas con Washington. La dinámica del cambio también ha intensificado la guerra fría entre Irán y Arabia Saudita, a partir de las raíces sectarias que dividen la región entre chiitas y sunitas, y de la competencia entre ambas potencias regionales por la hegemonía en la zona. Solo una variable se mantiene fija e imperturbable, el conflicto entre israelíes y palestinos, incapaces unos y otros de mover la más mínima pieza en la buena dirección de la paz.

Este es el balance sumario de los dos años transcurridos desde que empezó el tsunami que ha barrido la entera geografía árabe. Aunque sea mucho lo que ha cambiado, no faltan los analistas que se niegan a registrarlo con palabras solemnes. A la primavera árabe y a las revoluciones del jazmín o de la dignidad les sucede el invierno islamista. Los jóvenes globalizados y laicos de las primeras revueltas han dejado el protagonismo a los experimentados militantes islamistas, perfectamente encuadrados y de ideas tan sumarias como obstinadas. Ellos son los que se hacen con el poder con el objetivo de crear un Estado islámico en el que se establezca la sharía como el fundamento de la legalidad. La revolución, si acaso es una revolución, empezó en la periferia tunecina, pero su escenario central se halla de nuevo en el centro del centro del mundo árabe: en Egipto, en su capital El Cairo, en la plaza Tahrir o de la Liberación donde se han librado y se siguen librando todos los grandes combates por la libertad. En vez de Mubarak, el gran hermano musulmán Mohamed Morsi es quien tiene ahora todo el poder, astutamente acumulado en una cadena de jugadas de ajedrez desde que venció por poco las elecciones presidenciales apenas hace medio año. Además, ha mostrado su vocación de protagonista internacional, en la guerra civil Siria, en la tensa relación entre Teherán y Riad y sobre todo como exitoso agente de paz entre palestinos e israelíes en Gaza.

También ha conseguido la apresurada aprobación de la nueva Constitución a pesar de la abstención y de la oposición en la calle de las fuerzas ajenas al islamismo. Pero el resultado final es preocupante y anuncia una etapa de gran inestabilidad: con tan baja participación en el referéndum constitucional (un tercio del censo) y el resultado adverso en la capital cairota (casi 60 por ciento de votos negativos) no tiene el consenso mínimo exigible en una democracia, por lo que deberá buscar la relegitimación en las elecciones legislativas dentro de dos meses y en una interpretación flexible y útil de la Constitución.

Así está el centro árabe, perfectamente trabado todavía por los acuerdos que atan a los militares egipcios con Estados Unidos e Israel desde la paz de Camp David (1978). Esta alianza proporcionaba un aura de invulnerabilidad a Mubarak, pero dos años después de su caída la alianza es lo que todavía permanece. Los militares egipcios han conseguido lo que querían. La nueva Constitución les reconoce la autonomía que reclamaron desde el primer momento, tanto respecto a los presupuestos como a la política de defensa exterior.

Donde la revolución, si es una revolución, está cobrándose el más alto precio, sobre todo en vidas humanas, es en Siria. A punto de cumplir dos años en marzo, ahora está entrando en una fase decisiva, llena de interrogantes sobre la naturaleza y la estabilidad de lo que sucederá al régimen de Bachar el Assad. Con un grado de virulencia mucho menor, se mantiene viva también en Bahréin, donde el régimen familiar de los Al Jalifa, protegidos de la monarquía saudí, está estrechando el dogal sobre las reivindicaciones democratizadoras de la mayoría chiita. Y ha prendido de nuevo en Jordania, todo en el vecindario inmediato de Israel.

Dos años después, el balance es necesariamente provisional. El ritmo de ahora no tiene nada que ver con el de su brioso arranque. Si es una revolución, no ha hecho más que empezar.



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27 de diciembre de 2012
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La actitud ante la ciencia

La ciencia es minuciosa, y exigente con aquel que pretende abordarla. Las consideraciones generales sólo valen un momento, rápidamente hay que entrar en detalles. Al tocar un tema con cierta profundidad, el científico empieza recordando elementales cuestiones, al principio consideradas obvias, mas unos minutos después la pizarra o la pantalla se llenan de esotéricas figuras que derrotan al no suficiente iniciado, al que no realizó las necesarias mediaciones.
Mas para el que no se descorazona, para el que sigue con tenacidad y paciencia los meandros de una disciplina particular, la ciencia puede revelarse simplemente frustrante. Pues el tiempo se agota literalmente en la resolución de intrincadísimas fórmulas que a menudo conciernen solamente a un detalle del camino emprendido, detalle que, en razón de los propios recovecos del camino, ha perdido la perspectiva del paisaje general del horizonte de interrogantes en el que el pensamiento emprendió su tarea. Lo que se ha ganado en complejidad se ha perdido en significación, de tal manera que el espíritu baña literalmente en la insignificancia.
Y así, aunque nacida como exigencia de inteligibilidad vinculada a las cuestiones esenciales planteadas por el espíritu, arrancando en el estupor ante el comportamiento del entorno natural y la singularidad de los seres humanos, la ciencia se ve conducida al túnel de lo particularizado al límite, de lo carente de perspectiva, del detalle que sólo abre la puerta... a otro detalle. Tal es el momento de la inevitable especialización. "Espíritu sometido a la tortura de convertirse en máquina", cabria decir hegelianamente de ese momento. ¿Como ser fieles a la ciencia sin caer en la insignificancia? Obviamente es más fácil formular la pregunta que aventurar una respuesta. Quizás no hay remedio al principio, pues entonces la evocada lucha por descifrar y controlar los símbolos relativos al detalle puede acaparar todas las fuerzas de la inteligencia, quedando entre paréntesis la propia disposición subjetiva que condujo a buscar apoyatura en la ciencia.
Mas tal negatividad, tal momento de sombra, no coincide con el fin. La mediación por la ciencia se asemeja en ocasiones a una iniciación en la que sólo aquellos dotados de suficiente entereza salen enriquecidos. La riqueza consiste en este caso en el retorno al punto de partida, retorno a la interrogación filosófica. Pues bien:
Este retorno del estudioso de filosofía a su planteamiento originario, ya llenas las alforjas de los útiles indispensables, es como una proyección en la subjetividad del objetivo devenir del pensamiento, cuyo sentido se está evidenciando precisamente en nuestra época, entendiendo por tal el periodo que arranca a principios del siglo XIX y que recubre una secuencia de descubrimientos científicos que dejan literalmente estupefactos.
Tanto si los protagonistas de esos descubrimientos tienen formación filosófica como si no la tienen, es casi inevitable que la filosofía es a partir de ese momento cosa propia, lo cual no quiere decir que siempre respondan a esta llamada tan "indómita y nítida" como para el poeta John Masefield la llamada del mar (1).

 

______________________

(1) Se trata de un fragmento de "Salt-Water Ballads".
: "I must go down to the seas again/for the call of a running tide/ Is a wild call and a clear call/ that can' t be denied.
 

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27 de diciembre de 2012
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III. Un guardián solitario sobre los escombros

Era como una película a la que hubieran quitado el sonido. Algunos vecinos se mecían lentamente en sus mecedoras en las puertas, como si se tratara de una mañana de domingo, o una tarde de esas de tertulia apacible. No había gritos, ni lamentos, ni siquiera se oía crepitar el fuego que iluminaba las ventanas de los edificios con resplandor rojizo, ardiendo sin prisa ni estorbo porque el cuartel de bomberos se había derrumbado.

En el Campo de Marte de la avenida Roosevelt, donde funcionaban varios cuarteles y se hallaban las instalaciones de la Academia Militar, los muros del perímetro habían colapsado, y sobre un montón de escombros un gordo vestido de civil empuñaba una ametralladora Mazden, como se temiera un asalto inminente a aquellas instalaciones que no existían más.

Centenares de soldados habían muertos en sus covachas, aplastados por los muros, allí y en los cuarteles de la loma de Tiscapa, donde despachaba Somoza, que se había quedado solo en su residencia de El Retiro, con el micrófono del radioteléfono de su Mercedes Benz en la mano. Nadie respondía. Unos militares estaban muertos, o heridos, otros habían desertado para correr en busca de sus familiares. Hasta después del mediodía llegarían en camiones tropas del ejército de Honduras desde Tegucigalpa, y más tarde otras de Estados Unidos, transportadas en avión desde la zona del canal de Panamá.

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26 de diciembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El insólito peregrinaje de Harold Fry

Harold Fry es un insignificante jubilado que un buen día recibe una carta que le va a cambiar la vida: Queene Hennessy, una antigua compañera de trabajo de la que no ha vuelto a saber nada desde hace muchos años, le comunica en unas pocas líneas que padece un cáncer terminal y que le escribe para despedirse de él en nombre de los viejos tiempos. Fry, el jubilado, contesta con otra carta de unas pocas líneas y sale de casa con intención de echarla en el buzón más cercano. Pero deja atrás el buzón más cercano y luego el otro y después el siguiente e incluso deja atrás la oficina de correos hasta que de pronto, casi sin planteárselo, decide ir a verla y despedirse en persona porque si ella sabe que él está de camino, no se morirá. Y no sin cierta lógica decide que viajará a pie porque con ello le prolongará aún más la vida a la moribunda. La parte menos lógica de su decisión es que va a tener que atravesar toda Inglaterra de sur a norte, recorriendo un mínimo de 1.000 kilómetros. Encima sin equipaje ni preparación.
 A quienes estén leyendo estas líneas y tengan edad suficiente como para haber leído en los años ochenta del siglo pasado libros poco habituales en aquellas fechas es muy posible que el argumento les suene conocido porque está sacado (encima sin la menor intención de ocultarlo) de un libro de Werner Herzog que Muchnik Editores publicó en 1981 bajo el título de Del caminar sobre el hielo. 23.11 al 14.12 de 1974. En la nota preliminar Herzog decía. "Un amigo parisino me llamó por teléfono a fines de noviembre de 1974. Me dijo que Lotte Eisner estaba muy enferma y que sin duda se iba a morir. Le respondí: no es posible. No en este momento. EL cine alemán no podía prescindir todavía de ella. Tomé una chaqueta, una brújula, una bolsa de deportes y los enseres indispensables [...] Me puse camino hacia París convencido de que, yendo a pie, ella sobreviviría. Además, tenía ganas de estar a solas conmigo mismo".
Prescindo ahora de la discusión acerca de los méritos o deméritos de la copia frente al original porque me llama más la atención comprobar cómo la elección del género (el viejo debate sobre los denostados géneros) condiciona decisivamente la obra que dos autores someten al juicio del lector, incluso si en teoría ambos parten de un planteamiento tan idéntico que cabe hablar directamente de plagio.
Herzog, que como él mismo dice sin rodeos tenía ganas de estar consigo mismo, eligió una voz narradora que parece surgir de un presente continuo y que se alimenta de impresiones directamente llegadas del exterior: la nieve, una bandada de cornejas, la soledad, el cansancio y el frío combatidos con la jarra cerveza al amor de una chimenea bien retacada. Si no fuera porque el libro lleva nombre y apellido, sería difícil saber quién es la voz narradora o adivinar su avatar. Sólo importa cada presente, el resonar de cada instante trenzando un presente puro, incorruptible y único, y por lo tanto universal, porque es voz en el tiempo y su eco se mantiene como se mantiene el resonar del canto o la mera manifestación del sentimiento. No importa quién habla, ni sus circunstancias personales o su futuro. Basta con oírle hablar.
Rachel Joyce por su parte una vez "decidido" el argumento, en lugar de insertar su voz en un instante al mismo tiempo único y universal, ha optado por crear el tiempo y desarrollar a las diferentes voces protagonistas al compás de los acontecimientos. Harold Fry no es el insignificante jubilado que parece al principio y se intuye que irá creciendo según vayan pasando los kilómetros y se desvelen aspectos ocultos de su vida, de la misma forma que su matrimonio con Maureen tiene numerosos recovecos, que su relación con la hoy moribunda Queenie Hennesdy es más profunda de lo que Harold hace creer a su mujer sin saber que ésta sabe más cosas de las que dice, por no hablar de la presencia/ausencia de David, el hijo conflictivo, una circunstancia que encierra aspectos tan profundamente dolorosos que no se pueden manifestar de sopetón y menos ante un testigo tan desapegado y curioso, al menos de entrada, como es un lector. De manera que los instantes, el discurrir de los kilómetros, no son manifestaciones de la sensibilidad narradora (o ganas de estar a solas consigo mismo) sino ocasiones para que los protagonistas vayan desvelando sus respectivas historias hasta componer un fresco que no es la suma de instantes únicos y universales sino una tragedia coral que necesitará recorrer paso a paso mil kilómetros para ofrecerse en su totalidad.

Otra duferencia significativa: Herzog necesitó apenas cien páginas pafra contar su viaje, mientras que Rachel Joyce no tiene suficiente con trescientas,

El insólito peregrinaje de Harold Fry
Rachel Joyce
Salamandra



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25 de diciembre de 2012

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Adiós a las armas?

En su vibrante discurso posterior a la masacre de Newtown, el presidente Barack Obama sentenció: "Estas tragedias deben terminar. Y, para que terminen, debemos cambiar". Y añadió: "En las próximas semanas usaré todos los poderes que le han sido conferidos a esta oficina para comprometer a mis conciudadanos, a los responsables de aplicar la ley, a los expertos en salud mental, a los padres y a los educadores, en un esfuerzo dirigido a prevenir tragedias como ésta, pues, ¿qué otra opción nos queda? No podemos aceptar que estos sucesos se conviertan en rutina".

 

            Por desgracia, en Estados Unidos "estos sucesos" se han transformado justo en eso: una dolorosa rutina que se repite a un ritmo que no tiene comparación en ningún otro país. Desde 1982 han ocurrido 62 casos semejantes, en los que uno o dos tiradores han asesinado a decenas de personas en universidades, escuelas y otros lugares públicos. Según el sitio liberal Mother Jones, de las 142 armas usadas por los asesinos, más de tres cuartas partes fueron obtenidas legalmente, incluyendo 68 armas semiautomáticas y 35 rifles de asalto. Tras cada masacre, sin falta los políticos demócratas en turno han llamado a reforzar el control de armas y sin falta se han visto desafiados por sus colegas republicanos, por el lobby de la National Rifle Association (NRA) -el más influyente de Washington-, y por una cultura que considera que la posesión de armas es un derecho inajenable como la libertad de expresión.

            Los abogados de esta idea se basan en la segunda enmienda a la Constitución de Estados Unidos, que establece: "Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido". Su redacción deriva de la Declaración de Derechos británica de 1689, en la que el Parlamento desechó el decreto del rey católico Jaime II de desarmar a sus súbditos protestantes, si bien durante dos siglos esta provisión fue entendida como un derecho colectivo aplicable sólo a esa "milicia" que a la larga fue sustituida por el ejército federal. No fue sino hasta 2008 que esta interpretación sufrió un drástico giro cuando, en el caso District of Columbia vs. Heller, los cinco jueces ultraconservadores de la Suprema Corte eliminaron las restricciones a la portación de armas en D.C. al considerar que violaban un derecho individual.

Pero incluso antes de este fallo, la NRA -creada en 1871 por un grupo de cazadores- ya había tomado como bandera este supuesto, oponiéndose a cualquier restricción a las armas de fuego, incluyendo el derecho a portarlas cerca de escuelas o centros comerciales y a almacenarlas en los coches. Su negativa protege un lucrativo negocio -según Jill Lapore, en un artículo publicado en el New Yorker en 2010, en Estados Unidos hay unos 300 millones de armas en manos privadas- pero también posee un componente ideológico que se asocia con la tradicional desconfianza hacia el Estado de un alto porcentaje de la población: a nadie sorprenderá que la mayor parte de quienes poseen armas voten por los republicanos.

La decisión del presidente Obama de usar todo el poder conferido a su oficina para acabar con esta situación se encontrará con múltiples obstáculos. En primer lugar, el poder de la NRA que, tras el veredicto de los mismos jueces ultraconservadores de la Suprema Corte en el infame caso Citizens United vs. Federal Elections Comission (2010), continuará invirtiendo millones de dólares para atacar a los candidatos que se oponen a sus políticas. Y, en segundo, los congresistas republicanos que ostentan la mayoría en el Congreso y que, ya sea para defender los intereses de constructores y comerciantes, o por motivos ideológicos, se opondrán a cualquier control estricto. Cuando aún no concluye el duelo por las víctimas, los más prudentes ya se han apresurado a advertir que "no hay que aprovecharse de la tragedia", mientras los más duros -y sinceros- no han dudado en afirmar que la única forma de evitar que se repitan las masacres en las escuelas consiste en permitir que maestros y directores lleven sus propias armas.

  Casi ausente de la discusión sobre la libre venta de armas en Estados Unidos ha sido su impacto en la violencia mexicana: las 65 mil muertes de este lado de la frontera, en buena medida producidas por armas adquiridas de aquel lado, resultan ajenas y anónimas frente a los niños de Newtown. Pero el argumento de la NRA y los republicanos vuelve a ser el mismo: la Constitución les concede un derecho superior a cualquier consideración hacia sus vecinos. En el mejor de los casos, Obama conseguirá reintroducir la prohibición de armas de asalto (suspendida desde 1994) y alguna cosa más, pero en cuanto el impacto de la tragedia de la Escuela Sandy Hook empiece a disolverse lo más probable es que sus enemigos detengan cualquier medida radical. Y, en unos meses, se repetirá la rutina y un nuevo asesino volverá a disparar contra otros inocentes.

           

twitter: @jvolpi

 



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25 de diciembre de 2012
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La familia

 

 

Esta noche, en un extremo de la mesa, a la misma hora y en distintos lugares del mundo, alguien derramará una copa después de brindar. Se oirá el sonido del cristal al chocar contra el marisco y los cubiertos de domingo e, inevitablemente, los comensales se mojarán la frente con las burbujas y dirán “da buena suerte”, aunque sepan que se trata de una promesa ociosa. En algunas mesas, esta será la noche de la silla vacía. La de la ausencia doliente y la mudez con guirlache. Si la pérdida del padre, la hermana o la esposa es reciente, nadie querrá ocupar esa especie de casillero hueco que aún conserva el perfume de su antiguo propietario, como si fuera ayer. Porque no se excusará el segundo en que los presentes se sientan cerca de los muertos y aprieten los nudillos, con las mejillas sonrosadas de chimenea y vino, eso sí, del lado de la vida. Recuerdo que mi abuela, en el brindis de Nochebuena, aprovechaba para anunciar que al año siguiente ya no estaría entre nosotros, y siempre parecía convencida. Repitió esta especie de sortilegio durante quince años, ante las carcajadas de hijos y nietos, hasta que llegaron las Navidades en que su anuncio resultó innecesario. En otras mesas, por primera vez habrá un biberón y un gorro de Papá Noel ante el cual más de uno renunciará a su escepticismo navideño. Conjugarán la tradición con la tele encendida o poniendo a los niños a cantar villancicos, y todas las almas del globo se dejarán atravesar, aunque sea un instante, por una palabra de costumbre: familia. El relato de una mujer virgen concebida por una paloma, un buen hombre de oficio carpintero y un humilde portal con mula y buey -pese a Ratzinger- se repetirá como un relato infinito capaz de trascender la historia. Y en su nombre se reunirán todos aquellos que se sientan familia, aunque sean tan distintos a quienes una noche áspera y fría, en Belén, se convirtieron por los tiempos de los tiempos en el símbolo del misterio y del amor. También de la humildad y la fortaleza, de la pobreza y el abandono, hasta que tres astrónomos cabalgando sobre camellos salieron al encuentro de la estrella para regalarles prosperidad allí, entre paja y heno, donde yacía el hijo de Dios. Esta noche, en un extremo de la mesa, alguien brindará en voz alta y en nombre de todos deseará salud, trabajo y calefacción. Los cinco millones de hogares recortados como una casa de papel que ya no compran carne ni pescado hoy comerán cordero, conocedores de que el deseo se multiplica en la ausencia pero también de que el amor se engrandece con la presencia. Como si formara parte del prodigio, en hogares, hospitales, pensiones, hoteles, iglesias, prostíbulos, palacios y cárceles sus habitantes convendrán, sin resistencia, ser partícipes de este cuento. Y se abrazarán, como si al acariciarse la espalda pudieran transmitirse un poder que les hará más altos, más fuertes, más buenos.

(La Vanguardia)

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24 de diciembre de 2012
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