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Este mes se cumplen 11 años de la apertura de Guantánamo y cuatro desde que Obama llegó a la presidencia con el propósito, todavía incumplido, de cerrar el campo de internamiento en doce meses. Por este agujero negro del derecho han pasado 779 hombres, todos musulmanes, de los que nueve han fallecido en reclusión. Quedan allí 166, de los que 86 han sido exculpados de todo cargo. A otros 46 se les ha asignado la detención indefinida sin juicio ni imputación. Estas y muchas otras cifras y datos sobre las violaciones de derechos humanos en la guerra de Estados Unidos contra el terrorismo son difundidos una y otra vez por el Centro para los Derechos Constitucionales, ocupado en el seguimiento del limbo legal creado por el presidente Bush.
Esta ong estadounidense dedicada a la defensa legal de detenidos se encarga de recordarle continuamente al presidente Obama esta y otras promesas incumplidas en el capítulo de derechos humanos y libertades. La persistencia de Guantánamo no es responsabilidad exclusiva del presidente, puesto que el Congreso de mayoría republicana ha interpuesto todos los obstáculos que ha podido para impedir el traslado de los presos a cárceles de EE UU y su juicio por la jurisdicción ordinaria. Tampoco han ayudado los países aliados, que solo han admitido en cuentagotas a presos de Guantánamo. Y menos aún los países de origen de los presos, porque podrían ser directamente liquidados, torturados o encarcelados en caso de ser repatriados a lugares como Yemen, Arabia Saudita o Argelia.
La cuestión es que Obama va a empezar su segundo mandato sin visos de resolver el rompecabezas y con la amenaza de dejar la Casa Blanca dentro de cuatro años con Guantánamo en funcionamiento. La prisión no es el único recordatorio sobre la ambigua política de derechos humanos de alguien que obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 2009. El estreno de una película como Zero Dark Thirty, en español La Noche más Oscura, de la directora Kathryn Bigelow, se ha encargado también de situar de nuevo en el primer plano del debate público un tema tan espinoso y angustiante como el uso de la tortura por la CIA en la lucha contra el terrorismo, en una narración trepidante sobre otra cuestión controvertida como es el asesinato selectivo de los terroristas por decisión presidencial, en este caso el del líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden en Abbotabad el 2 de mayo de 2011.
La película explica y sintetiza todas las artes empleadas por la CIA y el ejército de EE UU en su guerra contra el terrorismo. En primer plano, la tortura. Luego la detención ilegal y la entrega extraordinaria de terroristas a terceros países para su interrogatorio extrajudicial. Hay un atisbo de las vejaciones sexuales que fueron filmadas y fotografiadas en la cárcel de Abu Ghraib. También de las cárceles clandestinas, como la de Bagram, que nos remiten a la mayor de todas que es Guantánamo. Y como culminación, la ejecución extrajudicial de Bin Laden.
La Noche más Oscura arruina la insostenible tesis de que no son torturas el ahogamiento por agua, la privación del sueño, las posiciones forzadas, por no hablar de los golpes, las vejaciones y los malos tratos, como pretendieron demostrar los equipos de juristas de George W. Bush y todavía seguían defendiendo buen número de candidatos republicanos a la presidencia. Podemos reprocharle a Obama que no haya pasado cuentas con quienes infringieron la ley con sus autorizaciones y justificaciones legales para torturar, incluso que haya utilizado la información obtenida bajo tortura para liquidar a terroristas como Bin Laden, como puede desprenderse de la película: algo, que, por otra parte, haría cualquier gobernante responsable. Pero no que haya intentado legalizar la tortura, que es lo que ensayaron Bush y sus juristas neocons. Obama se está ocupando de otra cosa, de difícil sino imposible justificación, como intentar dar cobertura legal a los asesinatos selectivos de sospechosos de terrorismo, sin orden judicial ni proceso probatorio, por una mera decisión presidencial.
El filme de Bigelow ha sido el detonante de varios debates cruzados sobre las fronteras entre la realidad y la ficción, la justificación y la utilidad de la tortura o la filtración de información secreta de la CIA a los periodistas y a los autores de la película. Sus autores sabían de su potencial explosivo, y por eso la estrenaron después de la elección presidencial. El estreno coincide con el relevo del general David Petraeus en la cúpula de la CIA por John Brennan, hasta ahora zar antiterrorista de Obama y con 25 años sobre sus espaldas como agente. Brennan fue precisamente el número dos de la agencia cuando Bush quiso convertir la tortura en una forma legal de extraer información a los detenidos, y ya con Obama se ha encargado de los asesinatos selectivos mediante el uso de drones teledirigidos.
El error y el horror se parecen no solo en su ortografía y ortofonía sino en que numerosas veces se funden en el mismo emoticón. El horror económico(Fayard 1996) fue un libro de Viviane Forrester que aunaba en muchos aspectos los dos términos de la crisis que llegó después. Traducido a unos 30 idiomas, este ensayo anunciaba con más de una década de antelación la miseria que se extendería de una parte a otra del mundo a causa de la miseria de la filosofía desarrollista sin factor humano. El abrumador error que el libro describía causó incluso en su autora una errática (o errónea) alteración del habla, según contaba la periodista y entrevistadora francesa Anne Marie Mergier.
Y ha sido, en definitiva, horrorosa la creciente agravación de la Crisis Económica porque anida un venenoso error. Ninguna de las políticas aplicadas han mejorado la situación. Más bien se ha alcanzado un punto crítico en que el enviscamiento en la austeridad ha engordado el yerro.
En la arquitectura, en la literatura o en la música, una errata en el papel o una nota desafinada nos llevan de inmediato las manos a la cabeza. Tal como si se tratara de detener una locura y un incesto sobrevenidos como efecto de haberse sumado error y horror en una pieza.
En verdad, la obra humana puede pasar de lo bello a lo siniestro y de lo encantador a lo grotesco en un instante fatal. Los errores en la construcción de un edificio provocan la tragedia horrenda. El mínimo error genético presagia la monstruosidad.
Puede que ocurra lo mismo en la creación de una pintura, pero nunca es de consecuencia tan explosiva. En la pintura, lo erróneo lleva a la torpeza y no, con tanta seguridad, al horror. En la pintura lo contrahecho acaba en el fallo de la obra y allí termina su daño.
La razón de que sea frecuentemente así proviene de que tanto la composición, en la música en la escritura o en la arquitectura tiende a un punto de culminación. Una cima sintetizadora que raramente se halla en el juego del cuadro cuya estampa se defiende por los cuatro costados.
El pilar, la nota musical o la palabra son un disparo que lleva a vivir o morir en el intento. A su lado, la pincelada traza sucesivamente un mapa y su itinerario, siendo errado en un cruce, no desmiente la cartografía integral. Un cuadro puede provocar un vuelco del corazón pero raramente su infarto definitivo.
Efectivamente la peor pintura provoca malestar pero el horror es otra cosa. El malestar dura mientras el horror carece de duración. Nadie puede sentirse tan estafado como ante una obra del pintor de más éxito y más pega. Pero estafado y horror son sentimientos diferentes. La estafa denigra pero el horror tiende a dar muerte.
La estética de la Navidad es ejemplo de esta tesis. Si son tristes las Navidades en manos de la Iglesia -y pese a su intención- es porque en su esencia exaltan un divino natalicio dirigido unívocamente a la agonía de la crucifixión. El error junta el gozo con el duelo y el bautismo con el funeral.
Este error de bulto es, por antonomasia, la Religión. En su interior el error es igual al pecado y el pecado es igual a lo infernal. Unos aman las Navidades y otros no pero, al cabo, masoquistas o inhibicionistas, resoplan aliviados cuando quedan atrás estas fiestas. ¿El próximo año nuevo? 2013, cuya suma de sus cifras es 6, alude al 666, nombre de la Bestia. De nuevo el inevitable horror del número 13 lleva casi inexorablemente a la continuación del error.
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