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Libertad: individuos humanos exclusivamente al servicio de la propia especie

"El individuo de la especie humana sólo puede estar al servicio de la propia humanidad" decía, lo cual hace en primer lugar erigiéndose en paradigma de tal humanidad, desarrollando en sí mismo las potencialidades que hacen su naturaleza, y en segundo lugar aboliendo las barreras que impiden la realización de esta naturaleza en los demás humanos.
En esta no subordinación a otra cosa que a su propia esencia, en este rechazo de toda alienación, consiste la libertad del hombre, aquello sin lo cual simplemente no hay efectiva humanidad, suponiendo incuso un amenaza para el propio orden natural. Pues que el hombre sea o no un buen cuidador de la naturaleza depende en gran parte de su propio equilibrio, índice del grado de realización de sus expectativas. Pero la especie humana decididamente va mal si la libertad de los humanos no se da, si grupos de hombres son instrumentalizados por grupos de hombres, cuyos intereses carecen de universalidad.
Sin libertad no hay pensamiento y sin pensamiento no hay realmente humanidad. Por ello cabe decir que va contra el orden natural el convertir a un individuo humano en instrumento de intereses que no sean los de la humanidad en general.
Es de señalar que, tratándose de las demás especies animales, no cabe sobrecargar la exigencia de cuidado con aspectos relativos a este respeto de la voluntad racional que, por definición, sólo se dan en el caso del hombre. Autodeterminarse, y hacerlo de tal manera que la ley social esté protegida en sus esenciales imperativos, es cosa de hombres y tan sólo de hombres. La realización del animal no exige cumplimiento de los contenidos de una voluntad de auto determinación. De ahí que el lobo ahora convertido en sabueso auxiliar en la caza, sigue en lo esencial viviendo en conformidad a su naturaleza, sin que esta se halle esencialmente perturbada por el hecho de que esté ahora sirva los intereses de la especie humana. Si lo estaría por el contrario si la domesticación llegara hasta la reducción hasta la conversión en ese animal carente de función natural que es tan a menudo el animal urbano.
Y avanzo una pregunta: ¿que decir en esta perspectiva de todo orden social, ya sea garantizador de la subsistencia y de determinadas "libertades", que pasa intrínsecamente por la subordinación de un individuo humano a otro individuo o grupo de individuos con intereses no coincidentes con los de la humanidad? ¿Qué decir por ejemplo de un estado de cosas en el que un individuo tiene su cotidianidad marcada por un trabajo mecánico, cuyo único beneficiario es un grupo con objetivos indiferentes tanto a los intereses de su trabajador y a los de aquellos mismos a los que va destinado ese producto innecesario e insalubre, como a la salvaguarda de la naturaleza directamente amenazada por la fabricación del mismo ?

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29 de enero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Carátulas de Orgullo y prejuicio.- No solo existen diversas…

Carátulas de Orgullo y prejuicio.- No solo existen diversas versiones cinematográficas de la novela de Jane Austen, sino también múltiples carátulas a lo largo de estos 200 años y tantísimas ediciones y traducciones. El diario ?El País? hace un recorrido por algunas carátulas, como esta clásica diseñada por Hugh Thomson en 1894. Pueden ver, además, la carátula de bolsillo de Penguin, la fea edición japonesa -que parece de anime- y las últimas carátulas en castellano.



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28 de enero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un memorándum para George Saunders

 

Estimado George, dicen las malas lenguas que eres un "escritor para escritores", pero que, después del perfil del New York Times de hace un un par de semanas, más de uno de esos escritores ha comenzado a odiarte. Apenas dejaron pasar que David Foster Wallace te considerara uno de los dos mejores de tu generación; la cosa se puso sospechosa con tantos canonizados diciendo maravillas de ti en la contratapa de tu último libro, Tenth of December -Eggers, Zadie Smith, Franzen, Pynchon--; para colmo de males, hasta Michiko Kakutani -esa misma que no deja pasar una a DeLillo y Roth--, escribió que le gustaba el libro. Con el perfil en el NYT -tantas páginas y fotos en la revista del domingo--, tu transformación ha sido completa: ahora eres "el escritor de nuestro tiempo" y hasta vendes libros. 

He leído Tenth of December y debo decirte que no es un libro perfecto. Dos de los diez cuentos no me han parecido convincentes. En cuanto al resto, dicen que eres un escritor experimental, un posmo lúdico, un heredero de Vonnegut y Barthelme, pero tres de los mejores cuentos -"Puppy", "Al Roosten" y "Tenth of December"- son más bien tradicionales (en el buen sentido de la palabra, lo admito): puede haber un juego cruzado con las perspectivas de los narradores, pero uno se preocupa por el destino de los personajes y quiere que les vaya bien, por más que a ti te guste acumular desgracias sobre ellos (¿de dónde eso, George?)

Dicen que uno de tus mejores logros es ver la miseria de tus personajes en el contexto del capitalismo salvaje actual. Ahí detecto un ethos George Saunders: el bueno de Al Roosten, el padre de familia de "The Semplica Girl Diaries", el empleado de "My Chivalric Fiasco", todos ellos tienen buenas intenciones y quieren lo mejor. Quieren superarse pero el sistema no los ayuda. Luchan, pero están destinados a fracasar. Son seres de buen corazón, ingenuos que se corrompen casi a pesar de sí mismos. ¿A qué voy? Tratemos, si se puede, de minimizar las quejas y dudas acerca de lo que vemos. Tratemos de no analizar cada pequeño incidente como si fuera bueno/malo/indiferente en términos morales.

No quiero caracterizar esto como un lamento, pero tu Estados Unidos futurista está dibujado con trazos siniestros (no, no voy a usar la palabra distopía): corporaciones que experimentan con drogas nefastas en los individuos ("Escape from Spiderhead"), cables que cruzan las cabezas de mujeres tercermundistas, parques temáticos donde los empleados deben perder su dignidad para ganarse unos dólares, adultos convertidos en niños. En tus cuentos hay una sátira salvaje a Estados Unidos (era cierto lo de Vonnegut y Barthelme) y no me gusta esa actitud, George. ¿Acaso no quieres a tu país? Admítelo, el sistema no es tan malo (has sido premiado con una MacArthur, ¿no?)

¿Pero qué estoy diciendo? Lo que estoy diciendo (y diciéndolo fervientemente, porque es importante): tienes múltiples registros y puedes hablar con el tono burocrático de tanto oficial acostumbrado a escribir memorándums ("Exhortation"), parodiar el inglés del siglo XVII o escribir una suerte de diario en un lenguaje quebrado. Tu estilo --si se puede hablar de estilo- mezcla el informe corporativo con el tono nostálgico del hombre con el corazón roto -disculpa el cliché-- por esa misma corporación encargada del informe. Ahora que lo pienso, te estás haciendo la burla de nosotros. Bueno, no lo he descubierto yo. Lo han descubierto los superiores y me lo han hecho ver. Y quieren que te lo haga ver. Que al menos lo intente.

Por favor, ven a mi oficina si tienes dudas acerca de lo que quiero decir. Y por supuesto esta información, esto es, la información acerca de tus dudas, y de que has venido a verme a mi oficina, no irá más allá de esta oficina, aunque por supuesto estoy seguro de que ni siquiera tengo que decírtelo a ti que me conoces desde hace tantos años.

Todo irá bien todo irá bien todo irá bien etc etc.  

 

 

(La Tercera, 26 de enero 2013)



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28 de enero de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La fertilidad del miedo

El miedo es un medio donde el puñal se hunde y acaba disipando su influencia en los blandos humos del pavor. Nada ata más, emascula más, obnubila más que la presa del temor. Y ahora no es solo una amenaza lo que nos paraliza, sino ya un psicofármaco atmosférico que ha aspirado el inocente pulmón social. ¿Pero miedo, miedo tóxico y más miedo adónde puede llevar? Efectivamente, a una exasperación de su dosis y a la producción del efecto paradójico mediante el cual se llega al punto en que, saturados, ya no se tiene nada más que temer.

En ese momento, la explosión de ira es igual a la de Los Miserables de Víctor Hugo, que no por azar se representa en los teatros, en la música, en la televisión y en el cine de la actualidad. El miedo, el miedo y el miedo continuos. La Santísima Trinidad bajo la que se ha sacralizado el discurrir de esta Gran Crisis ha sido posible gracias a inculcar miedo a granel en la totalidad de los cerebros sociales. ¿Una conspiración satánica para la trepanación? Un efecto quirúrgico de la aguda seducción del mal.

Todos nos preguntamos, desde los periodistas a los quiosqueros, desde los ministros a los obreros, cómo no se ha producido ya -o hace algún tiempo- un formidable estallido social. Cierto: hay huelgas, manifestaciones, carteles de diferentes colores, protestas airadas, pero lejos de coaligarse para crear una dinamita crítica, al borde de la explosión, las sublevaciones se disuelven en las aguas amargas de la cólera efímera y hasta los enfermos aceptan pagar a la ambulancia para que les practiquen una diálisis o les extirpen el corazón. El miedo ha hecho posible esta luctuosa coyuntura donde es posible la crueldad, el crimen o el desahucio sin que haya otra reacción popular que la de darse muerte y, sin embargo, no asesinar al comendador. Los miserables no dejan de amontonarse y de crecer. En un barrio de Las Palmas, con un 46% de parados, el 76% de sus habitantes son ya excluidos sociales. Si la tasa aumentara un grado más ¿qué quedará finalmente de la inclusión social?

Una de las perspectivas más seguras para los próximos años será, pues, el cambio de sociedad, porque como un cambio de piel ruinosa, la penuria va carcomiendo el tejido conjuntivo de la colectividad. En adelante pues, no habrá ya ciudad ni colectividad sino, como se va viendo, comunidad.

En ABC Punto Radio hay (o había, antes de su paso a la COPE) un programa vespertino de diez minutos en donde unos ofrecían aquellos bienes que les sobraban, desde una máquina de coser a una bicicleta estática, desde una mecedora o una bañera para el bebé, puestos de trabajo y puñados de euros para prestar. Seguro que con la COPE por medio continuarán haciéndolo, porque entre sus fines de hace unos días se hallaba animar a todas las emisoras a producir programas semejantes de caridad. Programas en los que se establecía una comunicación entre lo sobrante y la necesidad. La suerte y la muerte. El exceso y el deceso. La sombra y la sombra de la vaciedad.

En la radio, en la red y fuera de la red, en Caritas, en Médicos sin Fronteras o en la tendencia de la multicaridad se siembra la luminosa acción de auxiliar al otro. Solo en las guerras o las inmediatas posguerras se ha conocido un efecto parecido al que ahora cunde por toda España o Grecia, Irlanda o Portugal.

Vivir atemorizado incrementa la tendencia a la empatía y la agrupación, tanto entre los animales como entre los seres humanos. La riqueza diferencia, conlleva distancia, distinción, mientras la pobreza aglomera a la muchedumbre bajo el mismo tufo de privación. El amigable olor penoso de la misma especie.

Nunca la solidaridad, la idea de cooperación y el sentimiento de culpa han crecido, por tanto, con tanta intensidad. La reducción del consumo suntuario entre los más pudientes -que ahora se contienen empáticamente en el lujo o en las compras de arte- tiene que ver con esta clase de imantación paupérrima. Cuando el país es comunitariamente más pobre aumenta la igualación de barriada y, con ella, la idea de curativa de la vecindad.

¿La independencia de Cataluña o de Ciudad Real? Nunca una reivindicación separatista resultó más grotesca y tan ajena a lo real. Todo caso de este tipo, sea del carácter que sea, denota síntomas de una neurosis suicida o un delirio institucional o cerebral. Lo que no es del todo extraño contemplando la esquizofrenia del conjunto político-social al que hemos llegado sin apenas darnos cuenta y empeorando mes tras mes. Porque otro factor en perspectiva, pero ya evidentemente activo, es el creciente descrédito de toda autoridad. Y tanto más cuanto la autoridad se relaciona con la exigencia de su distinción retórica, sea nacionalista, salarial, condecorada o no.

El ridículo o el escándalo acompañan a todos aquellos casos en que la llamada autoridad pretende investirse de púrpuras identitarias, viajar en business o aumentar su cualificación gracias al AVE y la pompa volátil en general.

La totalidad del estamento autoritario arde hoy por sus cuatro costados y gracias al incandescente cinismo de la muchedumbre, excitada de antemano por la sofocante hoguera del poder.

Nada que sea vertical, jerárquico o impositivo puede ya consentirse o tragar con relativa facilidad. La gente, por mano de la reiterada injusticia de esta Gran Crisis y el ejercicio diario de las redes sociales, no acepta la arquitectura piramidal y sí, en cambio, la habitual y creciente vida en horizontal de la precariedad compartida. Odia en fin, la píldora y acepta consuetudinariamente el puré.

 De esto mismo deriva que, desde el Tribunal Supremo a los parlamentarios, desde el ministro de Educación al de Sanidad, todos se hallen cuestionados y a punto de perecer simbólicamente a causa de su arrogancia salvífica y, al cabo, tan ridícula como fatal.

La ciudadanía asustada y aplastada ha compuesto una pasta venenosa donde, tarde o temprano, van muriendo los barrocos gestos de autoridad. Lo privado, en sanidad o educación, en energía o en agua potable, es lo opuesto a la ley de la comunidad. El público ya no traga más relatos infantiles cuyo moral dulzor ha colmado su aforo de ingenuidad.

Porque dos relatos principales han sido los best seller de esta Gran Crisis. Uno es aquel que hace culpable de esta hecatombe a la actuación de los malvados. Tipos avariciosos y estafadores, que han robado los ahorros de la población, sea a través de las trampas preferentes o mediante todas las prevaricaciones bancarias aunadas al humus de una democracia en descomposición. Este relato de malos, al modo de un cómic, comporta un pensamiento religioso que explicaría el gran delito de la burbuja como un soplo diabólico, un desafío ante la respiración transparente del mismo Dios.

Pero Dios, como juez económico supremo y emperador del mundo, habría desencadenado su ira contra este delito que, en su extremo, no sería sino una directa profanación del espejo divino. El espejo o la luna del dormitorio donde habita, día y noche, la silente figura de Dios.

Pero hay, además, otro relato más, difundido entre la población española que obtiene su ascendencia en la estructura el cuento infantil. Alguien, como la madrastra de Blancanieves representada por la señora Merkel, nos impide obtener la dicha de una recuperación castiza y familiar. Merkel, como horrenda y extraña figura del Anticristo, señalaría la cercanía de un Apocalipsis al que la población otorgara su anonada pasividad.

El año 2013 habrá superado la profecía terminal de los mayas pero encerraría en la suma de sus números un maldito 6 (suma de sus cifras unitarias) que remite al compuesto numérico de la Bestia del Apocalipsis de San Juan. La Bestia, designada con el número 666, representa al nombre de Nerón porque el nombre de Nerón César es igual a NRWN QSR respecto a cuyas siglas, en los abecedarios griego y hebreo, la N ocupa el lugar 50, la R el puesto 200, la letra W el 6, la N el 50, la Q el 100, la S el 60 y la R el 200, hasta formar el 666 con que se alude al diablo mismo. Y 2013, sumado número a número arroja un fatídico resultado de 6. El principio de la Gran Destrucción.

No hay, por tanto, que extrañarse demasiado de las cábalas. 2013 puede ser un año apocalíptico o de inflexión crítica, ponderado así por muchos analistas. El año del "doloroso progreso" o el año del dolor del progreso en su peor opción hacia lo mejor. El mismo progreso, sea a través del "progreso decreciente" o "crecimiento negativo" vienen a ser la diabólica meta de la evolución de la que partiría el tiempo de la larga Parusía posterior.

Evolución social en metamorfosis, porque, así como en el ciclo del gusano de seda fuimos una vez mariposas especulativas, ingrávidas y volanderas, ahora somos larvas reptantes apegadas al suelo como al borde empedernido de la sepultura.

 ¿La muerte? Esa idea había casi desaparecido de la historia del aún breve siglo XXI. Así como el siglo XIX fue explícito respecto a la muerte (plañideras, corros y lloros en torno al lecho del moribundo) fue en el sexo una perfecta excavación. Por el contrario, el siglo XXI fue explícito con el sexo en todas de sus versiones y muy recatado, sin embargo, con la muerte en cualquier manifestación.

El sexo, de hecho, se halla hoy por todas partes (o en ninguna) mientras la muerte es una esquela sin demasiada dimensión. El sexo ha sido liberado incluso del tabú del incesto en nuevas series televisivas o en el cine mientras la muerte permanece celada en los hospitales o consolidada en los birriosos tanatorios del extrarradio.

Ahora, sin embargo, con la Gran Crisis esa muerte marginada reaparece como una venganza capital. No solo hay muertes masivas en los colegios de primaria norteamericanos, sino muerte a granel en los países islámicos, muerte en las parejas románticas o muerte en las casas desahuciadas, tanto en los ancianos esquilmados como en la economía general. Muerte que no deja entrar en los ambulatorios a los pobres moribundos sin papeles y muerte lleva su agonía a los presupuestos de los hospitales, los quirófanos y la investigación.

La muerte regresa ahora, dos siglos después, con su imperio absoluto y como el hermoso paralelo de la crisis llamada sistémica. Porque no se trata ya de una crisis financiera, ni económica, ni de Bretton Woods o de toda su parentela liberal. Esto es la crisis de la vida social y personal. La perspectiva de un mundo que, mediante la muerte física o simbólica, ha regresado hasta años atrás para replantearse la flecha del tiempo y, para recobrar, gracias a Dios, el sentido de la vida comunitaria. Tan feliz o desdichada como humanitaria. Finita y perdurable con riqueza o sin ella en la voluntad de una nueva razón de ser.

 

 



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28 de enero de 2013
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En el poder y en la guerra

Coinciden en el tiempo dos noticias protagonizadas por mujeres que buscan su lugar en el mundo. Por un lado, el Pentágono acaba de hacer público que levantará la prohibición de que las militares puedan combatir en primera línea de fuego. Por otro, desde la City londinense, un grupo de escuelas europeas de negocios (entre las que se cuenta la española Iese) ha elaborado una base de datos con 8.000 profesionales cualificadas para ocupar una silla en consejos de administración. Esta iniciativa pretende callar a quienes aseguran que no existen candidatas válidas para intervenir en los máximos órganos de poder. Y aunque su fin sea el de reparar el desequilibrio en la paridad de los consejos, no se ampara tanto en las discutidas y tediosas cuotas como en la conveniencia del asunto. Evitando el registro victimista que señala con el dedo ese raquítico 14% de europeas que ocupan las butacas de respaldo vertical, las impulsoras de la iniciativa animan a las empresas con inusual entusiasmo: “Es una experiencia increíble tener consejos de administración con mayor diversidad”. Pero ¿se puede considerar, al igual que los consejos paritarios, la guerra mixta como una experiencia increíble? Hace unos meses, dos reservistas norteamericanas presentaron una demanda contra las restricciones que les imponía el Pentágono en zonas de combate, alegando que violaban sus derechos constitucionales. Las demandantes no solo se referían a la discriminación sexual en el frente o a lo arduo de los ascensos, sino también a cuestiones económicas como salarios y prestaciones de jubilación inferiores. Con el acostumbrado paternalismo investido de responsabilidad ética, algunas voces de las llamadas “autorizadas” se preguntan si en verdad ellas tienen la resistencia, fuerza y valentía necesarias para abrir fuego contra el enemigo, mientras no faltan quienes aseguran que el pueblo no tendría hígado para soportar la vuelta a casa de mujeres soldado en bolsas para cadáveres. Incluso ante la evidencia del carácter radical y extremadamente violento de las kamikazes palestinas, las milicianas de los Tigres Tamiles en Sri Lanka o las combatientes en el sur de Sudán, entre otras, aún hoy se cuestiona la idoneidad de las féminas para hacer la guerra, como si se quebraran las estructuras más profundas que consideran que el verdadero rol de la mujer es el de garantizar la especie. Imagino cómo reaccionarán quienes consideran que dedicarse a ser madres en exclusiva es el auténtico mandato femenino cuando las primeras soldados disparen a los talibanes. Incluso puede que al mismo tiempo, en los rascacielos de cristal, las que por fin tengan voz en los consejos de administración visen la compraventa de morteros y tanques. Probablemente, y sin entrar en juicios de valor, ese es el camino irreversible hacia la igualdad, sin beatificaciones que valgan.

(La Vanguardia)

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28 de enero de 2013
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