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Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Cuándo empezó el recreo?

El ministro de Exteriores español, José Manuel García Margallo, ha decretado el final de recreo. Se refería a Gibraltar pero aludía directamente a la política de su predecesor, Miguel Ángel Moratinos. En un momento en que el Gobierno y sobre todo su presidente se hallan cuestionados por sus responsabilidades en los asuntos de corrupción, viene como anillo al dedo una crisis que tenga dos efectos simultáneos: desalojar de las tertulias y los titulares de periódicos de espacios informativos el caso Bárcenas y proyectar sobre los socialistas en general los males que sufre España gracias al recreo decretado por Zapatero y a cuya interrupción no quiere adherirse Rubalcaba.

No importan los efectos estratégicos de la operación: acierta The Economist cuando asegura que la actual confrontación entre Londres y Madrid a cuenta de Gibraltar impedirá un acuerdo sobre la Roca para toda la actual generación, exactamente los efectos que tuvo la política lanzada por el ministro de Exteriores Fernando María Castiella, que condujo al cierre de la verja por Franco en 1969, y fue origen en cierta forma de la identidad ?nacional? gibraltareña.

No es un exotismo el endurecimiento de la derecha española en esta cuestión. Está inscrito en su ADN y en el tipo de nacionalismo español que la caracteriza. La soberanía nacional no es exactamente la voluntad democrática de los ciudadanos según la ideología escasamente liberal hegemónica entre los conservadores españoles, sino una idea patrimonial sobre un territorio. El recreo es la idea de conseguir la adhesión de los llanitos a un proyecto de soberanía compartida, tal como han intentado distintos ministros de Exteriores, principalmente socialistas.

Este tipo de proyectos, ocurrencias en su lenguaje, son del mismo calibre que los intentos de encontrar una vida intermedia entre las reivindicaciones de mayores cotas de autogobierno de las nacionalidades históricas y el mantenimiento del vínculo constitucional español. No interesa la voluntad de los gibraltareños como no interesa tampoco la de los vascos o los catalanes. Si mucho se apura la situación, apenas interesa la voluntad de los españoles, con tal de que se exprese en unas elecciones cada cuatro años y devuelvan la mayoría natural y absoluta a quienes les corresponde gobernar casi por mandato de la historia, ya que no de los designios divinos.

El final del recreo y el regreso a la gloriosa política de Castiella pudo decretarse bajo presidencia de Aznar, pero entonces no convenía hacerlo por el flanco gibraltareño, pudiendo hacerlo en el otro lado del estrecho con Perejil: la alianza con Londres para realizar el gran salto transatlántico vía cumbre de las Azores de la mano de Blair y de Bush era más importante. Ahora se da la circunstancia de que todos los socios europeos se hallan en tesituras paralelas de endurecimiento renacionalizador, que Reino Unido piensa en largarse, y que la cuestión de la soberanía está al rojo vivo dentro de España mismo. Gibraltar es una buena ocasión para demostrar que España, tal como ha dicho un periodista muy español, no va a renunciar a su soberanía ni sobre Gibraltar ni sobre Cataluña. Así: "sobre".

Las ventajas tácticas, sobre todo de consumo interno, son estupendas. No lo son tanto las externas. España solo puede esperar el auxilio de Cristina Kirchner y compañía. Basta con leer la prensa internacional para hacerse una idea del disparate. El ministro de Defensa, Pedro Morenés, que sabe lo que valen un peine, un submarino y un drone, está intentando quitarle hierro al conflicto y devaluar su contenido político. La OTAN todavía es algo serio. Nada suscita más desconfianza entre los países solventes que los irredentismos anacrónicos y desproporcionados. La Unión Europea y las relaciones bilaterales con Londres no se merecen esta crisis. España es menos fiable desde que terminó el recreo.



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11 de agosto de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Black Mirror: Todos somos ciborgs

Hace un par de semanas, mientras miraba por televisión la comparecencia del presidente español Mariano Rajoy al Congreso, le escuché decir a un amigo: "A éste deberían hacerle como al primer ministro inglés en Black Mirror". Días atrás, una amiga me dijo, a propósito de un mensaje de condolencias que recibió de la cuenta todavía abierta en Facebook de un pariente suyo recién fallecido: "Como en Black Mirror". Esta miniserie inglesa ha conseguido fieles adeptos muy rápidamente, prueba de que tiene algo poderoso que decir sobre nuestra relación perversa con la tecnología.

            Black Mirror, creada por Charlie Brooker, se refiere al "espejo negro" de las pantallas con las que convivimos todos los días: vamos de la de nuestro celular a la de la televisión a la del cine, pasando por la de la computadora y quizás la del iPad y la del Kindle y las de los monitores de seguridad en aeropuertos, urbanizaciones, centros comerciales. Muy pronto, también habrá una pantalla en nuestros ojos, como en "Tu historia completa", el mejor episodio de la miniserie; en ese episodio, ambientado en un futuro cercano, todos tienen un implante detrás de la oreja que les permite grabar lo que les ocurre. Cuando Liam tiene un ataque de celos y le pide a su esposa Ffion que le muestre escenas pasadas de su relación con Jonas, un amigo común, ella se niega en principio pero al final, apremiada, accede; no sabemos qué es lo que ve Liam en la pantalla, pero está claro que su relación ya no volverá a ser la de antes.

Black Mirror sugiere que si nuestras vidas son un infierno debido a la fragilidad de la memoria, podrían serlo aun más gracias a avances tecnológicos que nos impedirían olvidar. Como en La invención de Morel, la distopía de Adolfo Bioy Casares, los artefactos tecnológicos de esta miniserie son figurados como seductoras promesas de vida (incluso inmortalidad) que terminan brindando la muerte (en este caso, de una forma de entender la identidad). Los sueños paranoicos de Black Mirror no son tan lejanos; en la vida real pronto tendremos Google Glass, nuestras gafas se convertirán en cámaras y podremos filmar todo lo que pasa delante de nosotros; el ejército norteamericano está desarrollando lentes de contacto que permitirán a sus soldados recibir información actualizada del territorio por el que se desplazan.

En "Vuelvo enseguida", esta promesa de una nueva vida gracias a la tecnología se convierte en metáfora de nuestros deseos de vencer a la muerte, aunque sea a través de avatares que nos representen cuando ya no estemos: Ash muere, dejando inconsolable a Martha, su pareja. Gracias a un nuevo servicio, las fotos, los videos y los mensajes de email de Ash son usados para crear un Ash virtual que seguirá comunicándose con Martha más allá de la muerte, una voz de ultratumba que en principio ofrece sosiego a la viuda pero luego será una intranquilidad permanente (en la vida real ya existe LivesOn, un servicio que, después de analizar el estilo de nuestros tuits, puede seguir enviándolos una vez que estemos muertos).

La buena ciencia ficción no se ocupa tanto del futuro como del presente o incluso de aquello que ya ha sucedido. Los futuros alternativos de Black Mirror no son más que radicalizaciones de tendencias culturales y pulsiones identitarias con las que convivimos hoy. Su sátira puede ser cruel -en "El himno nacional", el primer ministro inglés debe tener sexo con un cerdo, delante de las cámaras y ante una audiencia global, si quiere salvar la vida de una princesa secuestrada--, pero es siempre certera: sugiere que, "mientras estábamos distraídos, mirando pantallas", todos nos hemos convertido en ciborgs. Vivimos conectados a las máquinas, nos han seducido con su promesa de extender nuestra memoria, nuestras redes de amigos, incluso nuestra misma vida. Alguna vez pudimos prescindir de ellas, ir de vacaciones y desconectarnos. Hoy necesitamos que esas pantallas relucientes que nos reflejan estén siempre encendidas, por más que ese reflejo sea a veces siniestro. Apagarlas sería apagarnos. Y no queremos apagarnos, ni siquiera muertos.   

       

(La Tercera, 10 de agosto 2013)



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10 de agosto de 2013
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La santidad en la política

Agobiado por la edad avanzada, Nelson Mandela parece por fin a punto de sucumbir. Pero es uno de esos personajes extraordinarios a quienes la historia viva ha juzgado con bien desde antes de su muerte. Entre los héroes contemporáneos, y no son muchos, para mí él está a la cabeza. No sólo por lo que representa en su lucha al final triunfante contra el Apartheid en Sudáfrica, su patria, una lucha por la que pagó con largos años de cárcel en una celda de aislamiento, sino también por lo que luego representó como estadista, el primer presidente negro de su país, que no vaciló en apartarse del poder cuando cumplió con su período, sin dejarse tentar por ese demonio siempre despierto de la reelección, cuando pudo haber sido electo cuantas veces hubiera querido.
Salió de la cárcel para buscar como construir un país nuevo en el que no se excluyera a los soberbios y altivos blancos que habían inventado todo un perverso sistema institucional para oprimir y discriminar a los de su raza, y supo mantenerse lejos de cualquier deseo de venganza o de revancha. Qué difícil construir la democracia en medio del odio y la desconfianza, de los agravios, pero lo hizo. Impuso con su ejemplo el perdón y la reconciliación entre los suyos.
La austeridad en su modo de vida se ha vuelto legendaria, lejos siempre del lujo y de los oropeles. Y la sencillez fue siempre su regla, dueño de la humildad hasta en los momentos más dolorosos de su vida, como cuando le tocó comparecer delante de un tribunal que tramitaba el divorcio con su esposa de muchos años. Se despojó de la investidura presidencial, como cualquier ciudadano, y declaró en el juicio, respetuoso, sin pronunciar jamás una palabra fuera de lugar.
Qué pequeño se queda a su lado Robert Mugabe, por ejemplo, otra figura de la historia africana de nuestra época. Luchó con las armas por la independencia de Zimbawe, fue un héroe de la liberación de su pueblo, y cuando llegó al poder ya no quiso apartarse jamás, pisoteando los derechos de sus conciudadanos, llenando las cárceles de disidentes, abusando de los bienes públicos y construyendo una inmensa fortuna. Allí sigue aún ya cerca de los noventa años, convertido en un dictador indeseable ante la comunidad internacional. La historia viva la he dado también su lugar.
Cuando un héroe se convierte en villano pasado el tiempo, la explicación más simplista es decir que fue así desde el principio, y que lo que sabía era esconder muy bien su vileza. Demasiado simple. El ser humano es más complicado, y nunca debemos olvidar que el poder es el peor de los factores disolventes. Muy pocos son los que llegan a su cima y descienden de ella sin haberse contaminado de arrogancia, y sin haber corrompido los principios que lo llevaron a emprender su lucha con desinterés y entrega, y en medio de las peores privaciones, cárcel, clandestinidad, exilios.
O sin ir más lejos, ejemplos para comparar a Mandela podemos hallarlos dentro de las filas de algunos de sus propios herederos, quienes han malversado su legado. Él se apartó del poder para garantizar la alternabilidad en el mando, porque creyó siempre en la democracia, y luego vinieron otros, como el actual presidente de Sudáfrica, Jacob Suma, acusado de corrupción y violación, y que contradice en su ostentoso estilo de vida, a veces hasta el ridículo, todo lo que Mandela representa. Pero esos son riesgos que no se curan quedándose para siempre en el mando, y él lo tuvo claro siempre.
Héroes y villanos. Nelson Mandela ha probado que existe una santidad en la política, rara, por supuesto, como toda santidad. Mathama Gandhi, Martin Luther King. ¿Cuántos más podemos agregar?

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9 de agosto de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La divina locura de Hungría, según Laszlo Krasznahorkai

Tercer y último post para "La vuelta al mundo literaria", en el blog Papeles perdidos de El País:

            No conozco Hungría, pero desde que leo las novelas de László Krasznahorkai siento que todos los húngaros están poseídos por una divina locura, capaz de hacerlos contemplar planes de trascendencia mística lamentablemente destinados al fracaso. Korin, el protagonista de Guerra y guerra (1999), "está más loco que una cabra", como lo evidencia en el instituto psiquiátrico del distrito, en el que les hace ver a los doctores que no entiende cómo puede cargar la cabeza sobre sus hombros, cómo es que "su cráneo estaba fijado mediante ligamentos a su columna vertebral"; no es metáfora: que no se entienda esa conexión puede llevar "a la pérdida inevitable de la cabeza". Pero no importa: Korin ha encontrado un manuscrito en los archivos de su ciudad, un manuscrito que da cuenta del secreto de la belleza del mundo, y quiere darlo a conocer a todos. A esa empresa obsesiva dedicará sus días.

Los personajes de Krasznahorkai provienen de pueblos y ciudades de poca monta, en los que abunda el "espíritu de lo desértico, de lo abandonado, del fantasmagórico letargo fabril que se había aposentado durante décadas sobre aquel paisaje". Aparentemente, esos "gélidos y ventosos puntos del mundo" no son lugares para la poesía. Pero Korin y los personajes de novelas como Melancolía de la resistencia (1989) y Satantango (1985) son, pese a su indefensión, capaces de transformar ese mundo a partir de su mirada poética. Están a la espera de un salvador que los saque de su situación marginal, pero sólo encuentran vividores que medran con su inocencia, predicadores que los llevan a tierras prometidas más estériles que el lugar que han abandonado.

Krasznahorkai escribe novelas picarescas desde el punto de vista de los que no son pícaros. El comunismo ya ha quedado atrás en Hungría, pero no el deseo de fundar un orden nuevo más justo. Los sobrevivientes del desastre caminan entre los escombros, visitados por sus sueños febriles y contemplando la belleza que asoma a su alrededor de tanto en tanto, como "una tropa de murciélagos pisando los talones al convoy rumbo a la estación de Rákosrendezó, sin ningún ruido, en perfecto silencio, como un medieval ejército de fantasmas... dando la sensación de que se dejaban arrastrar a Budapest aprovechando el corredor de aire formado por el tren..."

 

(El País, 2 de agosto 2013) 

 



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8 de agosto de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Glamour en vacaciones

La etimología suele ser una ciencia muy edificante e ilustrativa de las historietas humanas, siempre que se practique con un mínimo rigor científico, porque tradicionalmente se ha empleado con alegría hortelana, ya no solo entre los vascos, donde ha servido para aliñar incontables gansadas racistas, oteizianas y sabinianas, sino en general y desde la antigüedad, porque no hay más que fijarse en la Biblia, cuyo  texto rebosa etimologías populares, que ninguna resiste un examen serio, o en la Odisea, donde el poeta hace muchas veces juegos de palabras con sonsonetes seudoetimológicos, como cuando dispone que Laertes dé una explicación populachera del origen del nombre de Ulises.
Una etimología curiosa es la de glamour, que está reputado como galicismo, cuando viene del inglés. Algunos entendidos proponen que proceda del antiguo germánico glaem (brillo) que da el inglés gleam y el alemán glanz. Mas no hay tal, crean al experto, porque todos los indicios apuntan a que glamour provenga de grammar que, pronunciado a la escocesa, derivó hasta su son actual.  Como los más avezados quizá supongan, grammar no es sino ‘grammatica’ prestado por vía latina. Pero en origen, o sea, en griego, gramática viene a ser ‘la ciencia de las letras’. Glamour significó originalmente encantamiento o conjuro mágico, en virtud de un poder atribuido secretamente a las letras,  las guardianas del encanto, quién lo iba a pensar, compañeros poetas.
Otra etimología con trastienda es la de gopor (cuenco de madera, en vasco), que viene de caupolus (en latín, bote, pequeña barca, y por extensión, pieza de madera ahuecada en forma de bote o barquichuela). Aquí tendré que explicarme un poco más, porque ha de comparecer sin falta el filólogo vasco de guardia (es para alucinar y no creer la mara de licenciados en filología vasca por cáspita de que disfrutamos en estos pagos, me aseguran que los filólogos catalanes también asuelan la comarca en legión vifrédica y pilosa, pero lo verdaderamente increíble es la ignorancia con incontestable derecho a decidir que tienen en las nociones más elementales de su ciencia) y denunciará con la severidad propia de su sacerdocio que gopor no puede venir de caupolus, primero porque no se parecen en nada, ni hay noticia de que Mitxelena dejara instrucciones al respecto, y segundo, porque es imposible metafísico que nuestro puro neolítico venga de un extranjero represor.
Vaya ahí un curso portátil y comprimido de la materia en dos parrafadas: la mayor parte del vocabulario actual del vasco, un bien holgado ochenta por ciento, procede del latín y los romances, y se deben igualmente al latín la conjugación perifrástica y el participio pasivo, así como la parte más medular de la fonética, la morfología y la sintaxis de la lengua vasca actual. Hay además una parte fundamental en el vocabulario vasco que es de origen celta y otra, todavía más antigua, de procedencia lusitánica. Estos últimos préstamos se naturalizaron ya en aquitano, porque el vasco en sí no se formó hasta que el aglomerado de aquitano, celta y antiguo lusitánico, se topó y convivió con el latín. Por fin, la parte más antigua del vasco deriva del mencionado aquitano pero, como es natural, transformado y erosionado.
Cuando el vasco naturalizaba un préstamo, regía la ley de sonorizar las sordas iniciales, eso quiere decir que P-T-K se vasquizaba como B-D-G. Otra ley más antigua, regente ya en aquitano, es que enmudecía la

inicial de los préstamos. En esto, el vasco se ha conducido como el árabe y el ibérico. De ahí que el término indoeuropeo pilis (‘fortaleza’, emparentado con el griego polis) haya dado en aquitano e ibérico ‘ili’, y más tarde en vasco ‘iri’, y haya servido para elucubrar muchas fantasmadas sobre el vascoiberismo. También es preciso tener en cuenta que el aquitano no presentaba inicial en su vocabulario, lo cual suele servir como indicio para detectar préstamos casi siempre célticos y latinos en vasco, como es el caso del río Deba en Guipúzcoa y el monte Deio en Navarra, que son topónimos celtas. De modo que, por liquidar el excurso, el cau- latino daba gau- en vasco (por ejemplo, causa dio gauza) cuando se tomaba del latín más antiguo, y go- cuando era del latín más decadente, como es el caso de gopor derivado de caupolus > gopolus.

 
Hasta el siglo pasado, sin ir más lejos, existía en vasco la locución (g)opor egin, que literalmente era hacer cuenco, o sea, hacer hueco, con el significado lato de fallar, faltar al trabajo, a la carlistada, o en general allá donde se esperaba el esforzado concurso del vasco cumplidor de su palabra, y era por aquello de que se dejaba un hueco en las prietas filas. Cuando la superioridad que vela por la pureza idiomática tuvo noticia de dicha locución popular, decidió decretar que oporrak significara vacaciones. Esa forma de legislar el léxico, sin miramiento por la desmedrada tradición literaria ni por los hablantes naturales, tiene la ventaja de ser obedecida en el acto por la gran tropa de fieles acorazados por la ignorancia voluntariosa. Porque cuencos de madera no necesitamos, pero sí un término para decir vacaciones, que no sea un préstamo y parezca muy vasco, porque el enemigo no ceja en su empeño represor de poner en duda nuestra pureza neolítica. 
 
Pues bien, érase una vez, allá por los años 50-60 del siglo pasado, una maestra de Narbarte destinada a la villa de Eibar, donde tuvo entre sus alumnos a un niño de acendrada raigambre rural, que se llamaba Andoni y apenas hablaba castellano, ni casi nada. En aquellos tiempos franquistas, en la escuela nacional primaria de Eibar, contra lo sostenido y trompeteado por el tópico, también se daban clases de vasco y se enseñaba a escribirlo y traducirlo al castellano a chavales como Andoni. Y la maestra de Narbarte tenía debilidad por su Andoni, que era más bien llorón, y balbuceaba un vascuence encogido. Un día surtió un examen de vasco para la plebe parvularia y en el trance había que traducir determinadas expresiones al castellano. Estaba la maestra de Narbarte vigilando las prietas filas de infantes eibarreses haciendo el examen, y vio que Andoni no sabía qué era ‘oporretan’ y hacía pucheros. Entonces decidió ayudar a su enchufado, y le chivó muy bajito ‘en los cuencos’.
 
Andoni obtuvo un suspenso cum pitorreo, porque en la nueva normativa vigorosa ‘oporretan’ era ‘en vacaciones’, para asombro de la maestra de Narbarte, que sabía verdaderamente vasco, a diferencia de las demás maestras, que sostenían la nueva acepción dictada por la superioridad con la fe que solo podía prestarles su ignorancia indiscutible. Muchos años después, la maestra  jubilada se reía cuando nos contaba las conversaciones surrealistas que tenía con aquellas docentes patrioteras.


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8 de agosto de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Instrucciones para solicitar una beca

 
 
Con la noción actual de que vivimos ya en el futuro, robándole tiempo al  tiempo, no me es posible responder a cada estudiante sus preguntas por una beca de estudios en una Universidad de los Estados Unidos.  Respondo limitándome a las becas para hacer el doctorado en un Departamento de Literaturas Hispánicas, aunque el mecanismo es semejante para los departamentos de ciencias sociales, historia y política.  Son becas de cinco años, para toda la carrera, y pueden solicitarla estudiantes extranjeros. El primer año suele estar dedicado solo a los estudios; a partir del segundo hay que hacer de Teaching assistant y dictar una clase de español una hora al día. El tercer año se escribe una tesina de Master, aunque en muchos departamentos hoy solo exigen un artículo; en el cuarto se toma un examen, mitológicamente laborioso, que te deja expedito para presentar una propuesta de tesis o disertación y, por fin, el quinto año lo tienes libre para investigar y escribir. Con leves variantes locales, esa es la mecánica.
 
Es fundamental saber inglés y tomar el examen de rigor (TOEFL), asi como el exámen de conocimientos generales (GRE), cuyos resultados son decisivos pues cada Universidad tiene un puntaje mínimo como aceptable.  No importa la edad , tampoco el grado de estudios: todos son candidatos por sus méritos y tomarán los mismos cursos.  Si has hecho estudios de doctorado o tienes una maestría probablemente podrán convalidarte dos cursos. Es importante entender que solicitas admisión y beca para una carrera de investigador y profesor, de modo que no creas que el mejor candidato es el que se presenta como estudiante avanzado que sabe lo que quiere estudiar,  el tema que quiere investigar, y con qué profesor hacer la tesis.  Estos son, al final, los que menos aprovecharían la extraordinaria institución académica norteamericana, la división de Estudios Graduados, donde el estudiante se hace adulto en la lectura, académico en la investigación y la docencia, e hispanista internacional en la profesión de profesar las Humanidades públicas. La academia norteamericana no produce filológos: asume que la filología es una caja de herramientas, no un fin. Los mejores estudiantes (con su bachillerato o licenciatura bajo el brazo) son los que aprenden a estudiar: toman cursos no por interés de su especializacion sino por curiosidad intelectual. No hay un departamento de estudios hispánicos que cuente con especialistas en las áreas tradicionales impuestas por el positivismo arcaico o por la autoridad del canon. De manera que todos estudian literatura española y latinoamericana;  y si el inglés, el portugués o el francés le es cómodo pueden también seguir algunos seminarios avanzados en esas lenguas. Hay que recordar que cada literatura se dicta y estudia en su idioma.
 
 
No es preciso escribirle a los profesores, salvo al director de Estudios Graduados, si es necesario aclarar algún punto. Es bueno demostrar sentido común y empezar por las páginas en la Red de 1), la Escuela Graduada, donde están todos los requisitos y todas las formas para solicitar admisión y beca; y 2), el Departamento de Estudios Hispánicos, o de Español, donde se explican las reglas de admisión y beca,  la mecánica de estudios, y los términos del protocolo de ser un estudiante del doctorado en este país. Además de un buen puntaje en los cursos tomados, es preciso contar con tres cartas de recomendación de tus profesores, sobre todo de quien fue tu director de tesina porque puede decir más sobre tu capacidad de investigador. Te pedirán tambien una breve declaración personal sobre tu experiencia académica e intereses de estudio; y conviene argumentar  por qué quieres estudiar en ese departamento. Es importante, claro, que sintonices con su carácter. Puedes también estudiar el ranking del departamento al que solicitas, y conocer algo del trabajo de los profesores. Es fundamental saber que la carrera no se debe a los amigos o parientes sino a tus méritos. Tu capacidad de trabajo será puesta a prueba, y no podrás recibir dos malas notas sin perder la beca. El sistema funciona gracias a que esta evaluación continua permite que se corrija. Lo extraordinario es que todos los estudiantes son capaces de encontrar a tiempo su propio espacio operativo gracias a que descubren su talento entre opciones y desafíos. Al final, solo tienes la integridad de tu trabajo para ser admitido en la comunidad académica como profesional y colega.  Una de las reglas es que no podrás ser profesor en la Universidad en que te doctoras. Tendrás que competir por una plaza presentándote a las universidades donde se publicite una vacante, a la cual se postularán unos cien candidatos. Como joven profesor serás evaluado anualmente, y pasarás por un escrutinio más laborioso para obtener la permanencia. Como tu carrera será hecha por tus méritos, habrás dignificado el trabajo de tus futuros estudiantes.
 
Pero no nos apresuremos. Te sugiero solicitar admisión y beca por lo menos a tres universidades distintas. Lo ideal sería que te admitan dos, así puedes decidir luego de visitar los departamentos, conocer a los profesores y estudiantes graduados, y hacerte de una idea educada sobre tí mismo en ese colectivo. Por lo demás, recuerda que en Brown, por ejemplo, solo tenemos entre tres o cuatro becas por año (los seminarios son de seis o siete estudiantes) mientras que las grandes universidades estatales ofrecen diez o quince. Tus mejores consejeros serán los mismos estudiantes graduados. Lamentablemente, algunos departamentos están al borde del colapso por disputas internas de gente más autoritaria que autorizada, más ideológica que de ideas, aunque eso ya no pertenece a tu futuro sino al género menor de la mal llamada "novela académica."  
 

 

 

 

 

 



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7 de agosto de 2013
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