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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Canadá

Todavía hoy la palabra frontera pone en marcha profundos e incontrolados anhelos en el subconsciente colectivo de los norteamericanos. La frontera implica la existencia de un horizonte situado más allá de la línea que delimita lo alcanzado hasta ahora y que sería lo real como oposición a la promesa que se intuye (y anhela) más allá del horizonte.
Pero qué pasa si al atravesar la frontera resulta que no hay vuelta atrás; qué pasa con la vida tal y como se adivinaba antes o qué pasa con la vida tal y como ha resultado ser en realidad.
Casi al final de la narración, y cuando ya está aquejada de una enfermedad terminal, Berner, la hermana gemela de Dell, el narrador, lo expone con esa lucidez exclusiva de quien habla sabiendo tener la muerte a tres pasos de distancia: "Siento, a veces, que mi vida de verdad no ha empezado aún. Ésta no ha estado a la altura, podrías decir. [...] Me fui por aquella calle, sola, aquel verano, ¿recuerdas?".
Pero dejo que sea el propio Dell, el narrador, quien, en el párrafo que abre la novela, plantee por sí mismo la situación: "Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos que vinieron después. El atraco es la parte más importante, ya que nos puso a mi hermana y a mí en las sendas que acabarían tomando nuestras vidas. Nada tendría sentido si no contase eso antes que nada".
Para terminar de plantear adecuadamente la situación es de precisar que quien habla es un viejo profesor a las puertas de la jubilación al que el encuentro con la hermana moribunda, a la que apenas había vuelto a ver desde que la vida les separó; la entrada en posesión de unas páginas escritas en prisión por la madre poco antes de suicidarse, o su propia conciencia de estar en los últimos tramos de un largo camino, parecen haberle animado ahora a contar (y reflexionar) su vida mirándola con la perspectiva de los quince años que tenía cuando todo cambió.
En otro momento del relato, al rememorar los días posteriores a la detención de sus padres, Dell hace la siguiente reflexión:"Los hechos que resultaron decisivos en las vidas de nuestros padres se estaban convirtiendo en secundarios respecto a los hechos que me llevaban a mí hacia adelante desde aquel día de agosto. Aprender este hecho nada sencillo ha constituido la materia prima del presente relato".
Es decir: el padre (un ex piloto militar licenciado sin honor y tras ser degradado de capitán a teniente por su relación con un feo asunto de tráfico clandestino) y la madre (una profesora convencida de que el matrimonio y los hijos le han impedido cumplir su sueño de ser poeta) cometen un atraco chapucero y patético pero decisivo, pues ellos terminan en la cárcel y sus hijos en la calle. Ante el peligro de caer en las garras del sistema de protección de menores, Berner, la hija, decide escaparse a California y vivir su vida en esa última frontera del gran viaje americano; Dell, por su parte, se deja llevar a Canadá por una amiga de la madre. Son una maravilla las descripciones de la gran pradera, ya sea cuando toda la familia trata de asentarse en un pueblo de Montana como durante los viajes en coche con el padre o en la propia huida hacia la vecina provincia canadiense de Saskatchewan. Dell no ve diferencias físicas, ambientales o humanas entre Montana y su próximo hogar en Canadá  porque, y lo repite varias veces, todo es una única y misma pradera. Pero sí acabará descubriendo diferencias, pese a la aparente uniformidad.
Para contar ese viaje iniciático Richard Ford ha elegido una curiosa técnica basada en hacer uso del atraco (en la primera parte) y de "los asesinatos que vinieron después" (en la segunda parte) como puntos de referencia que le permiten avanzar o retroceder en el tiempo y en espacio como el flujo y reflujo de una marea narrativa que muchas veces parece estancarse e insistir en lo mismo (igual que las olas golpean una y otra vez un punto fijo) para luego cambiar de ritmo y dirección con un lenguaje engañosamente sencillo, como también es engañosamente sencilla la estructura interna de la narración entera. Sólo un aviso: en ciertos momentos esa técnica puede resultar un poco irritante, pues al fin y al cabo en las 250 primeras páginas sólo hay un hecho trascendente (el atraco) siendo lo demás meros precedentes de aquél, mientras que "los asesinatos" son lo trascendente de la segunda parte y el fundamento sobre el que se erigen las 250 páginas siguientes. Pero lentitud y reiteración forman parte de las reglas de un juego en el que se gana sólo por jugar.

Canadá
Richard Ford
Traducción de Jesús Zulaika
Anagrama



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5 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Euromaidan

La identidad se define en el espejo del otro. Sucede con las personas y los países. Y también con la Unión Europea. Nada define mejor lo que somos que delimitar claramente lo que no somos. Una Europa que cierra las puertas a Turquía define a la vez su propia identidad e incluso sus valores. El espejo se halla ahora en los confines orientales de la UE, donde la crisis económica no ha golpeado en los últimos años como en el flanco meridional. Allí se encuentran los países mejor situados en la clasificación PISA sobre los resultados de la enseñanza (Finlandia, Estonia o Polonia). Allí están también los europeos con mejor notación en los índices de corrupción que elabora Transparencia Internacional (Dinamarca, Finlandia, Suecia). Los europeos nos miramos en el espejo oriental y nos encontramos con los ojos fríos de Vladimir Putin. Todo regresa. Regresó Alemania, aunque por fortuna de otra forma: la Europa monetaria alemana en la que manda la Alemania europea. Regresa también Rusia, o peor aún, la sombra de la Unión Soviética bajo el manto de una unión aduanera euroasiática. Regresa la guerra fría en versión posmoderna y con epicentro en Ucrania. Europa se construye en tres niveles, los Estados soberanos, los despachos de los funcionarios europeos y los ciudadanos, cada uno de ellos con una carga distinta: la del pasado histórico de los Estados nacionales, la del presente de la gestión de los asuntos corrientes, y la del futuro de los anhelos ciudadanos. Así lo explica Luuk van Midelaar, consejero y speechwriter de Herman van Rompuy, el presidente del Consejo Europeo, en su libro El paso hacia Europa (Galaxia Gutemberg). Se construye dentro, a veces con enormes dificultades, pero también fuera. Sobre todo fuera: no ha habido una herramienta de política exterior europea tan eficaz como las sucesivas ampliaciones. Ahora hay ciudadanos fuera de la Unión que levantan su bandera como símbolo de paz, bienestar y prosperidad, que es lo que ha sido para los que están dentro, al menos hasta que empezó la crisis. La mejor Europa es un espacio público, libre y abierto: una plaza, un lugar donde se reúnen los ciudadanos para expresar su voluntad política, como lo están haciendo estos días los ucranios en la plaza de la Independencia (Maidan Nezaleznosti en ucranio), convertida en plaza de Europa, Euromaidan. Justo cuando Europa se deprime, en su frontera oriental ondea la bandera azul con doce estrellas como símbolo de la libertad. De Ucrania nos llega una mala noticia que alberga una esperanza. Mala porque Rusia no quiere que Ucrania se una a la UE, ni siquiera en un acuerdo de asociación, hasta exigir incluso el derecho de veto en sus relaciones con los países que fueron parte de su imperio. Putin respira todavía por la herida de 1991, cuando se disolvió la Unión Soviética y Rusia perdió grandes retazos de territorio, Ucrania incluida. Europa se pregunta por sus fronteras, pero también se pregunta por sí misma. Rusia no cabe, es evidente. Y propone, además, una alternativa a la UE. Menos liberal, más soberanista, menos democrática, pero eso sí, mejor surtida en energía. Los ciudadanos de Ucrania creen que luchan por su futuro pero su futuro incluye también el de los europeos. Ellos son la esperanza.



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5 de diciembre de 2013
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El buzón está lleno

Cuando en la bandeja de entrada del correo aparece este mensaje, la sensación de ingravidez que procura internet se desvanece. El usuario común, y poco previsor, se siente atrapado por el juego de producir caducidad. De golpe es consciente de que ha ido acumulando memoria y el programa, que ya no admite más almacenamiento, amenaza con la parálisis, advirtiéndole de que quedará incomunicado si no borra mensajes. Es frecuente que, ante esta situación de colapso digital, un rapto de pesadez nos invada, debatiéndonos entre la premura de continuar hacia delante, a la búsqueda de lo nuevo y prometedor, o mirar atrás para limpiar. ¿Por qué borrar se trata de un gesto fastidioso para algunos, y de un sentimiento reconfortante para otros? Revisar lo anterior, marcarlo y eliminarlo del buzón resulta incluso más farragoso que hacer limpia de las cartas del banco el sábado por la mañana, o que ordenar cajones y estanterías, actividad que procura un henchido sentimiento de eficacia gracias al reencuentro material con pequeños objetos olvidados… A nadie le gusta relacionarse con la basura, claro, aunque sea la suya. Y a pesar de que las directrices de los coach para vivir conscientemente cada momento de la vida se impongan -con esos sermones de que toda acción es única y tiene su sentido, que hay que amar el presente y bla bla bla-, no he conocido a nadie que sienta que bajar la basura sea una vivencia gozosa, sino apestosa. En Los emigrados, el admirado W. G. Sebald contaba el caso de un pintor (Frank Auerbach en la vida real, Max Ferber en la novela) amante incondicional del polvo. “El polvo le importaba mucho más que la luz, el aire y el agua. Nada le resultaba más insoportable que una casa en la que limpian el polvo, y en ninguna parte se encontraba mejor que allí donde las cosas pueden reposar a su aire y en paz bajo la escoria gris y sedosa que se forma cuando la materia soplo a soplo se disuelve en la nada”. Nos cuesta borrar e-mails, acaso porque la pátina del pasado, que conforma una nebulosa irreal, nos hace compañía, como al personaje de Sebald. Seleccionar y eliminar mensajes del teléfono o del ordenador representa una condición indispensable para continuar hacia delante. Mientras que un buzón postal lleno es un síntoma inequívoco de abandono, la acumulación digital mide la hipercomunicabilidad del individuo. También su éxito social. El insistente aviso de que el buzón está “casi” lleno vibra como una metáfora de la condición humana: somos finitos, y estamos obligados a administrar nuestros detritus y vaciar la papelera, porque en verdad, cuando lo hacemos, sentimos como si nos prorrogaran nuestra existencia (digital).

(La Vanguardia)

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4 de diciembre de 2013
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Huevos ilustres

 

En la Feria del Libro de Guadalajara, mientras me dirigía al buffet del desayuno pasé al lado de la mesa donde comían Mario Vargas Llosa y Patricia, su mujer, y con sonrisa en la que había culpa y satisfacción él me mostró con ambas manos el plato, toda una evidencia dichosa, y me dijo: "me estoy comiendo unos huevos rancheros".

Una de las cosas en que primero pienso cuando el avión empieza a descender sobre el desértico valle de Anáhuac para luego entrar en la densa penumbra tóxica que cubre la ciudad de México, o lo mismo, cuando voy llegando a Monterrey o a Guadalajara, es en los espléndidos e incomparables desayunos mexicanos. Ni los desayunos decimonónicos ingleses descritos con tanta fruición en las novelas de Dickens, ni los desayunos rurales rusos que aparecen en Las almas muertas de Gogol se les comparan.

En México hay tantas clases de desayunos como regiones culinarias, aunque tengan hilos de conducción comunes, el más visible de ellos los huevos compuestos de todas las formas imaginables, y los chilaquiles verdes y rojos, los frijoles molidos refritos, las quesadillas, y las tortillas calientes envueltas en un lienzo acogedor, unos desayunos capaces de tomar media mañana, y que luego de consumados, por muchas entrevistas de prensa que uno tenga, sólo incitan a volver a la cama a rumiar el gusto de la hartura.

Con mi plato en la mano me puse en la fila frente al cocinero que freía los huevos, a ver qué grata escogencia haría esa mañana, y tuve tiempo de estudiar de nuevo la lista escrita con tiza en la pizarra escolar, una variedad más que incompleta porque en México todo lo que es culinario es infinito:

Huevos rancheros (de los que estaba dando buena cuenta Mario con apetito de premio Nobel), fritos enteros, cubiertos por una fina salsa de jitomates licuados (tomates decimos en Nicaragua, pero me atengo al modo mexicano) y una o dos tortillas de maíz por cama.

Huevos embodegados, fritos enteros, metidos dentro de una tortilla de maíz.

Huevos atropellados, con tomate y rodajas de chile jalapeño encima de una tortilla de maíz, y debajo otra tortilla con birria, (carne de carnero, ternera o puerco a la barbacoa), al estilo tapatío, o con machaca (carne seca de res) al estilo norteño.

Huevos montados, fritos enteros pero desnudos, puestos  sobre una lonja de arrachera (un corte delgado de carne de res), con frijoles molidos al lado, guacamole, papa fritas, y rodajas de tomate y cebolla.

Huevos sincronizados, fritos enteros, sobre una tortilla de maíz con jamón y queso, y bañados con salsa ranchera, acompañados de frijoles refritos y papas ralladas.

Huevos divorciados, fritos enteros, uno bañado con salsa de jitomates verdes y el otro con salsa de jitomates rojos, acompañados de frijoles refritos y guacamole.

Huevos socorridos, con chorizos desmenuzados encima y salsa de jitomates verdes.            

Las muy variadas maneras de preparar los huevos del desayuno desbordan la inventiva mexicana y van a dar a la geografía centroamericana y caribeña aunque con menos abundancia de variantes. De la costa de Colombia recuerdo siempre con nostalgia de paladar las arepas con huevo.

La arepa, que comparten la cocina colombiana y venezolana, es una tortilla gruesa de maíz, pero en este caso, el de la arepa con huevo, como la masa se infla al freírse, da la oportunidad de meterle uno o dos huevos crudos mediante un orificio para llegar a la oquedad, orificio que luego se repara con un poco masa cruda, como quien repella una pared, y así se sigue en la fritura para que los huevos, ya cobijados adentro, se cocinen también. Una descripción parecida he escuchado de boca de Gabriel García Márquez, mientras daba cuenta de la gloriosa arepa en el patio enclaustrado del hotel Santa Teresa en Cartagena, donde se toma el desayuno.

En ambos casos, huevos a lo Premio Nobel.

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4 de diciembre de 2013
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Asuntos metafísicos 26: cuando un físico retoma la interrogación de Heidegger

Si no es usual (como indicaba hace unos días) que   que un profesor de Física en el curso de su tarea ordinaria se refiera a problemas psicológicos o psicoanalíticos, tampoco lo es   se  pregunte por el ser mismo de las cosas, retomando y refiriéndose  explícitamente a la interrogación de Heidegger de 1967 (Die Frage nach dem Ding). Pues bien, tal es el caso de Chris J. Ishman en el curso  relativamente avanzado de la disciplina en el Imperial College de Londres al que aquí ya me he referido  (Lectures on Quantum Theory Imperial College Press London, 1995, las referencias a Heidegger se encuentran en la página 65). Sin duda la pregunta no es abordada de la misma manera que en el caso del pensador alemán. La pregunta por el ser de las cosas es para él indisociable de la pregunta sobre las categorías y principios que posibilitan el hablar de cosas físicas, y logicamente (en el contexto de la física cuántica) el eventual desmoronamiento de los mismos. El autor evoca inevitablemente la decapitación por la Teoría de la Relatividad de los presupuestos sobre los que construíamos nuestras ideas de Tiempo y Espacio,  presupuestos que  se revelaron ser meros prejuicios. Pero el asunto va mucho más allá.

Ejemplos de tales términos en apariencia inocuos que hoy habría que mirar con  lupa antes de remitirnos a ellos serían, entre otros,  observable en una entidad física, propiedad de esa misma entidad, cantidad física, medida de una propiedad, causa de un evento, efecto de tal causa, y un largo etcétera. Simplemente el honesto profesor de una disciplina especializada que es Chris J. Isham, no se siente autorizado para referirse a tales conceptos ante sus alumnos  dando por supuesto que la significación de los mismos es inequívoca y que por consiguiente son susceptibles de objetivo acuerdo entre todos los seres razonables:

"Una exposición relativa a cualquier área de las ciencias físicas contendrá inevitablemente términos que forman parte del trasfondo no sólo  científico sino cultural de la época en la que tal exposición se realiza.

La significación y aplicabilidad de tales términos son generalmente consideradas como  algo obvio y en consecuencia no necesitadas de ulterior explicación. Y sin embargo, a intervalos temporales, nuevos conceptos surgen que desafían este orden pre-establecido de verdades y mueven a una replanteamiento  radical de esos conceptos que no reflexionábamos..."

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3 de diciembre de 2013
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El amor no se explica

El misterio de las parejas sigue golpeando nuestra curiosidad, y planea sobre uno de los deseos más ávidos del ser humano: ser amado. Pero, ¿por qué hay auténticos coleccionistas de relaciones que se escudan en la corta duración de un sentimiento totalizador -el amor dura dos años, como máximo tres, aseguran- y, por otro lado, perviven los virtuosos de la vida a cuatro manos que celebran bodas de plata, de perlas y de oro? Siempre creímos que la cuestión era acertar; no dejarse llevar por el ímpetu ni la enfermedad que posee al enamorado, cuya energía está destinada a alimentar la construcción amorosa una vez cree que encuentra a alguien para ponerle rostro a su felicidad. “Cásate con una de tu misma calle”, aconsejaban hace años las madres burguesas a sus hijos. En su plan estratégico anhelaban la estabilidad como horizonte vital. Observemos cómo adjetivamos positivamente a una pareja: “estable y sólida”, bien lejos del ideal romántico. En Occidente también ha habido una gran tradición de matrimonios arreglados, eso sí, con disimulo y pericia. Hay parejas instaladas en la impostura sentimental, pero cuya unión funciona a la maravilla como empresa familiar. Mientras que otras relaciones más pasionales se han habituado ya a las curvas del yoyó pero siguen defendiendo la fuerza del vínculo que les une, la “larva”, dicen, de un sentimiento que atrapa y conmueve, y que persistirá en el tiempo por su poder evocador, como la magdalena proustiana. Este fin de semana, la prensa recogía una investigación de la Universidad de Florida publicada en Science, y que favorece lo inconsciente en el lenguaje del amor: no hay relación entre lo que las personas dicen que sienten y sus reacciones no conscientes. Una patada a la lógica, e incluso al sentido común, se instala en los dominios de la felicidad amorosa, deslegitimando de un plumazo una vasta colección de manuales de autoayuda, reglas de oro y píldoras conductistas para encontrar el amor de tu vida y sobre todo mantenerlo. Este periódico informaba de las conclusiones del primer autor de la investigación, James McNulty, ante estos resultados: “Tal vez las personas quieran prestar más atención a lo que sienten en sus entrañas”. Tanto es así que desde la ciencia se legitima el pellizco en las tripas y el imán irresistible, la flecha de Cupido que atraviesa sin saber por qué un objeto de deseo y no otro. A pesar de lo discutido que ha sido Freud, no el genio ni el escritor sino el investigador, e incluso habiéndose declarado a menudo obsoletas sus teorías, desde la ciencia -en esta investigación sobre el vínculo amoroso- se regresa al deseo no consciente. Y en estos tiempos mecánicos, de hojas Excel y coachings, cuando la subjetividad está en horas bajas, estos psicólogos de Florida concluyen que el amor duradero está pilotado por emociones secretas e incluso inadvertidas. Por un no sé qué.

(La Vanguardia) Foto: Mikel Uribetxeberria

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2 de diciembre de 2013
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Para Sergio Vila-Sanjuán, la cultura es un país acogedor

Hay libros que alegran la vida. Que renuevan el gozo de la lectura, dejan enseñanzas, abren puertas a mundos desconocidos, cuentan historias apasionantes escondidas en los pliegues de la Historia. Así es La cultura y la vida, la antología de crónicas culturales de Sergio Vila-Sanjuán que publicó este año Librosdevanguardia.

De sus tres décadas dedicado con pasión y rigor al ancho mundo de la cultura (los últimos como editor del prestigioso suplemento Cultura/s de La Vanguardia), Vila-Sanjuan ya había recopilado una amplia antología: Crónicas culturales. Pero después de lanzarse a la ficción con Una heredera de Barcelona y ganar este año el Premio Nadal con la novela Estaba en el aire, volvió con nuevos bríos a un género periodístico que domina como pocos en España.

La cultura y la vida es un libro decididamente barcelonés. No solo porque muchas de sus crónicas cantan con nostalgia de una ciudad que era pobre y  digna, donde todavía no primaban el negocio y el marketing.

También porque las crónicas de otros paisajes están construidas desde una sensibilidad muy catalana. Para mí lo mejor de la “mirada catalana” al mundo está en buscar siempre entender la peculiaridad de los otros, y sobre todo acercar una vela al alma de países pequeños u olvidados.

Así, Vila-Sanjuán se pierde y se encuentra en el exquisito museo del libro del industrial y coleccionista suizo Martin Bodmer a orillas del lago de Ginebra. Así pasea por el Bucarest de Mircea Eliade, la mágica ciudad de piedras mojadas repicando bajo el trote de los caballos donde el gran filósofo de las religiones y autor de El mito del eterno retorno intimaba con intelectuales judíos mientras aprendía de un maestro fascista.

Pero el territorio emotivo y mental del autor es evidentemente su Barcelona natal. En sus calles se cruza con el gran cronista de la ciudad Lluís Permanyer, quien cuenta su ciudad como si hablara de un museo viviente. Con Permanyer recorremos una ciudad todavía culta, atenta a su pasado, reflexiva y sorprendente. ¡Qué placer caminar por Barcelona con sus ojos!

El autor pasea también por la Barcelona vibrante de los sesenta de la mano de una fauna distinta: la de los escritores de la “movida”, como Ignacio Vidasl Foix, Marcos Ordóñez, o Llátzer Moix, quienes soñaron lanzarse a la fama con una colección de cuentos que mostrara al mundo el talento del grupo. Al contar la aventura, Vila-Sanjuán muestra la ciudad titilante de esa época, cuando todo estaba por hacerse y casi todo estaba permitido.

Así, a lo largo de 14 crónicas, desfilan Ferran Adriá y su creatividad, la trágica familia del novelista chileno José Donoso, los españoles que cruzaron el mar y entraron a un nuevo siglo de la mano de la Fundación Fullbright, la celebrada tertulia de la burguesa ilustrada Isabel Llorach, el mundo de las viejas librerías condenadas y muchos lugares, historias y personajes más.

Entre todos, demuestran que el periodismo cultural es una puerta excelente para entrar a conocer una ciudad y percibir una mirada al mundo, siempre que quien nos abra esa puerta sea un caminador dotado de una cultura tan grande como su curiosidad.

 

Así es Sergio Vila-Sanjuán, y seguirlo en paseos domésticos o lejanos proporciona ese cosquilleo en la nuca que al menos a mí me viene cuando estoy aprendiendo algo valioso.   

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1 de diciembre de 2013
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El Boomeran(g)
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