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Una nota sobre la nostalgia

Acudieron, decíamos, Menelao y su hemano a Néstor, que significa “salvador” y su papel es el del líder que ha regresado salvo de expediciones anteriores y da consejos.
La capital antigua de los hititas se llamaba Nesa, que significa “salvadora” y su papel era el de la ciudad donde ponerse a salvo.
Son dos ejemplos del radical indoeuropeo nes- “quedar salvo”.
Del mismo radical viene 'nostos', que es "regreso a salvo", y nostalgia, que es un deseo de salvación (la traducción sería “deseo doliente de regresar a salvo”). En el sentimiento de nostalgia, el cerebro crea el espejismo salvador del canto de la propia vida y se ensueña la huida a un tiempo a salvo de todo. Es un mecanismo endorfiniano, la nostalgia responde al deseo de salvación.
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29 de enero de 2015
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Shakespeare en el desierto

El rey de Arabia Saudí es siempre un anciano enfermo, de muerte próxima o inminente, objeto de todas las atenciones y rumores. Se conoce el nombre de su sucesor e incluso del sucesor del sucesor, aunque al final son meras cábalas, puesto que este rey tiene todo el poder, incluido el de nombrar a quien deba sucederle, y los sucesores, ancianos normalmente enfermos, pueden morir antes de alcanzar el trono. Shakespeare funciona en el desierto. Oculta en la opacidad de los palacios de Riad hay una larga historia de celos y peleas familiares, asesinatos incluso e intentonas de golpes militares, antes y después de la fundación en 1932 de este reino tribal, en el que los hijos que el fundador tuvo con sus 22 esposas legales son los que han venido sucediéndose en la continuidad de la corona. La función del rey es procrear y mantenerse en el poder, y eso los príncipes sauditas saben hacerlo. Fueron 44 los hijos varones de Abdelaziz Ibn Saud, el primer monarca de un país que, en consonancia con la realidad del poder, adopta el nombre de la familia. Reinan cuando les toca y colocan a sus hijos más capaces en los puestos claves del Gobierno y de las fuerzas de seguridad, defensa e inteligencia, además de prepararles para reinar. Con el actual, Salman, 79 años, son ya seis los hijos de Saud que han reinado y queda todavía Moqrim, 69 años, sucesor ya designado a la espera. El siguiente, Mohamed bin Nayef, 55 años, es el primer nieto de Saud que llega tan alto y deberá esperar a la muerte de sus dos tíos para ese relevo a la tercera generación que todavía no se ha producido. Todo esto es enormemente exótico. La atención europea está en Atenas y no en Riad, y tiene toda la lógica. No es el caso de Estados Unidos, que ha mandado una delegación de altísimo nivel, con Barack Obama al frente, a dar el pésame por la muerte del viejo rey y dar su apoyo al nuevo. El cortejo americano representaba al país entero, todos a una, republicanos y demócratas, la actual presidencia y las anteriores que trataron con Abdalá, la Casa Blanca y el Congreso. Nada que ver con la política doméstica. Y no es casualidad. Saud selló una alianza con Roosevelt, en febrero de 1945, antes de que terminara la II Guerra Mundial, en un célebre encuentro a bordo de un barco de guerra en el canal de Suez, que se ha revelado una de las más sólidas de la historia, tanto al menos como la OTAN. Uno garantiza el suministro de su petróleo inacabable a occidente y el otro ofrece protección y seguridad. No cuentan las diferencias de regímenes y menos las susceptibilidades occidentales sobre las complacencias y rivalidades por la hegemonía entre el rigorismo wahabita de los saudíes y los terroristas islámicos de Al Qaeda o el Estado Islámico, todos ellos sunitas. Tampoco cuentan las fuertes divergencias bien recientes, sobre la guerra de Irak, la primavera árabe o la negociación nuclear con Irán y, naturalmente, un desencuentro de siempre como es el conflicto israelo-palestino. A la vista del cortejo americano, la alianza estratégica sigue plenamente vigente, y con mayor razón justo cuando Washington quiere terminar su guerra fría con Teherán y arden al menos tres hogueras árabes de inestabilidad en Libia, Siria y Yemen, las dos últimas alentadas precisamente por el enfrentamiento entre chiitas y sunitas.

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29 de enero de 2015
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Asuntos Metafísicos 83: Necesidad natural

En un prólogo a su novela  Los trabajadores del mar, Víctor Hugo se  refiere a la penuria que para  la condición humana  supone el hallarse acotado en primer lugar por sus propios prejuicios, en segundo lugar por las leyes de organización social y en tercer lugar, por lo que él denomina las cosas, es decir, el entorno físico o  necesidad natural. Los protagonistas de la narración  son marinos de la isla anglo normanda de Guernesey, en la que se hallaba exiliado, y el escritor toma como punto de arranque la tercera de estas constricciones, la necesidad natural, concretizada en el combate del hombre para quien el océano es el horizonte de vida.

El libro lleva una bella dedicatoria a la propia  isla que le acogió, la cual hará  quizás evocar  La Terra Trema,  aquella maravillosa parábola sobre el destino humano en un pueblo marinero de Catania, filmada por un Luchino Visconti cuya visión solidaria y conmovida del Mezzogiorno italiano se hallaba en las antípodas de los prejuicios hoy alimentados  por los sórdidos manipuladores de la Lega Norte: "Dedico este libro a la roca de hospitalidad y libertad, a este rincón de antigua tierra normanda habitada por noble y modesta gente del mar, a la isla de Guernesey, severa y amable, mi refugio actual, mi tumba probable"

                                                           ***

En estas notas, he venido  defendiendo la tesis de que la metafísica, lejos de constituir una figura pasada o declinante, tiene precisamente en nuestro tiempo la ocasión de un verdadero renacer. La idea de base es que en el  arranque  del siglo XX la física  sitúa a sus protagonistas en posición que guarda analogías con la de los fisiócratas  jónicos del siglo VI a. C. Ya he señalado que la singularidad jónica no radica en lo más o menos elevado de su conocimiento de la naturaleza. Tales  de Mileto se nutre del  saber  de las civilizaciones del entorno, y el eclipse que se le atribuye hubiera podido ser previsto con igual o mayor acuidad por un astrónomo babilónico o egipcio. La diferencia no reside tanto en el grado de conocimiento técnico, como en la manera de considerar  aquello de lo que se tiene tal conocimiento.

Los jónicos saben que la naturaleza es  necesidad. Intencionalmente evito expresiones como la naturaleza " responde a una necesidad", que podría dar a entender que la necesidad es exterior a la naturaleza, que ésta obedece a la misma, pudiendo eventualmente no haberlo hecho.  La naturaleza  es para el jónico algo tan concomitante con la necesidad, que  conocer la primera no es otra cosa que reflejar el entramado de la segunda. Los jónicos se ocupan de lo que determina todo acontecer, y por ello con los jónicos se inicia la física en la que, como es sabido, las conjeturas serán baremadas  por el grado de adecuación a esta  implacabilidad.

Lo implacable de la necesidad natural no significa que el hombre no pueda modificar la secuencia de lo que acontece. La técnica consiste precisamente en esta potencialidad de intervención. Pero la técnica no hace sino actualizar una de las potencialidades de la necesidad, la técnica no intervine a la manera de los dioses, la técnica no lleva a cabo más que aquello que la necesidad posibilita. Por eso precisamente los protagonistas del relato de Victor Hugo a los que arriba me refería, confrontados a la tarea de recuperar la maquinaria de un barco encallado,  son presentados por el escritor como paradigma de la limitación por la necesidad.

Traía a colación el texto de Victor Hugo para recordar que  esta necesidad ha de ser distinguida de la ley (nomos), la cual  determina el tipo de constricción que se fragua en la sociedad humana.   No hay ciertamente  ciudad (polis)  sin ley  ( nomos), habrá como mucho una ciudad con una ley amenazada o desquebrajada, pero mientras haya un rescoldo de organización humana la  ley está presente. La ley que no tiene nada de natural,  no es menos constringente que la necesidad. La ley es a la ciudad como la necesidad es a la naturaleza, pero una y otra han de ser perfectamente diferenciadas, aunque no es tarea del físico focalizarse en esta  diferencia. El físico explora la necesidad, nunca esa cosa de los hombres que es la ley. Ello en  todo caso mientras permanezca físico, y salvo  que su misma práctica le conduzca  a dar un radical paso. 

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29 de enero de 2015
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El motivo literario de los cedros

En Mesopotamia no había árboles de talla para ser objeto de labra y emplearse en la construcción. Las grandes coníferas constituían un material de lujo que era preciso traer de lejos, de lugares que debían ser conquistados. En las estatuas de Gudea, en la llamada B, col. V, se habla de la conquista del monte de los cedros, del cubicaje de la madera lujosa traída por el río y de la labra de una gran puerta. También en la estatua D se habla de traer árboles en barcos. Ya antes de la época de Gudea, Naram, el nieto de Sargón, cuarto rey de la dinastía acádica (2.300-2.200 a. C.) se jactaba de haber derribado los cedros. 
 
Son hazañas que se repiten en el poema de Gilgamés, cuando el héroe corta el gran cedro que atraviesa los cielos, fabrica con él una puerta gigantesca y, para transportarla, se embarca sobre ella y navega aguas abajo del río Éufrates hasta la ciudad de Nippur. Así entra el héroe en su ciudad, y adquiere un nombre duradero, recordado por la posteridad y los dioses. En un poema sumerio muy anterior, Gilgamés marchaba al bosque de cedros para matar al gigante Humbaba.
 
Como influencia del poema de Gilgamés, la tala de los cedros pasó a ser una atribución regia en el imaginario del ámbito mesopotámico y mediterráneo. En tumbas egipcias de la XVIII Dinastía (siglo XV a. C.) se ve representada la hazaña de los cedros, lo que de momento los egiptólogos leen de manera literal, como si hablase de una expedición de compraventa, pero que mejor harían en leer como emulación del célebre motivo de la literatura mesopotámica.
 
Por su parte, la Biblia está plagada de cedros gilgamésicos. En el libro de Isaías (37, 24) se habla de la arrogancia del rey Senaquerib, quien se vanagloria así de su dominio sobre Israel: “yo derribo la altura de sus cedros…” En el mismo libro (14, 8),  los cedros del Líbano celebran así la caída de Nabucodonosor:  “ya no sube el talador a nosotros”. En Job (40, 17) sale el monstruo Behemot que “levanta la cola alta como un cedro”. También en Daniel (IV, 8) se vislumbra un árbol gilgamésico que llega al cielo.
 
La Cipríada, primera gran epopeya griega, escrita en la segunda mitad del siglo VIII a. C., no se desarrolla por casualidad en once libros. Recordemos los “once cantos” o las “once tabletas” , luego ampliadas a doce en la recensión ninivita hallada en la biblioteca de Assurbanipal. Hoy sabemos que la tableta XII, el final feliz y edificante, fue añadido con posterioridad a la redacción de las once que constituían el Gilgamés “original”. En el contexto de ese clima de emulación literaria, vemos que el tema de los cedros reaparece en esta obra pionera de la épica griega y la literatura occidental. En la Cipríada, Alejandro derriba los cedros siguiendo instrucciones de Afrodita y con ellos construye las naves que servirán para viajar desde Anatolia hasta Grecia continental.
 
También en la Odisea, compuesta un siglo más tarde que la Cipríada, aparecen con profusión ecos del poema de Gilgamés. El lance de los cedros es memorado en un particular homenaje en el canto V, donde Ulises derriba “el cedro que toca el cielo” para construir la balsa con la que inicia su navegación famosa.
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29 de enero de 2015
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La mudanza de The New Yorker.- La mítica revista se muda a las…

La mudanza de The New Yorker.- La mítica revista se muda a las nuevas oficinas en el World Trade Center y ha ido colgando fotografías en su cuenta de Instagram acerca de la mudanza. En ellas podemos ver el desorden, algunos ejemplares de la primera edición, un acto de vandalismo de Truman Capote que será dejado en el olvido, las letras borradas. El blog de Silvia Cobo nos muestra la mudanza en ocho interesantes fotos. 

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28 de enero de 2015
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