La escritora argentina Pola Oloixarac ha publicado una nueva novela, luego de su exitosa Las teorías...

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Todos los que somos fans de Vladimir Nabokov conocemos la dedicatoria, simple y contundente, en los...
Me gusta mucho lo que del Quijote dice Ramón Gaya en sus Obras Completas,y es que Thomas Mann no entendió ni papa. Entendió otras cosas, pero no lo más importante. Se quejó el novelista alemán de que Cervantes hubiera devuelto la cordura al protagonista en la hora de su muerte. Para Mann, un Alonso Quijano cuerdo significaba la humillación del gran Don Quijote, vencido por el aburrido sentido común. Muy al contrario, asegura Gaya, lo único que puede salvar al Quijote es justamente su regreso a la cordura, porque habiendo cumplido el entero ciclo de la locura, podía ya volver a su sensatez original. Sólo quien ha pasado por el dolor, el sufrimiento y el calvario de la negación tiene derecho a estar cuerdo y a vivir la parte jubilosa de la vida.
Es argumento hegeliano (aunque ignoro si Gaya leyó al filósofo) el de que nada haya verdadero que no lleve incorporada su negación. Sólo el conocimiento de la negación (así, la muerte) puede ayudarnos a entender la afirmación (así, la vida). Don Quijote ha hecho la experiencia de la locura y ha constatado que no se correspondía con absolutamente nada bueno del mundo. La realidad no le entregaba, a cambio de su esfuerzo moral, ningún saber que no fuera el del dolor. Así pues, ya podía volverse cuerdo... y morir, que es la cordura suprema.
Se acaba de editar el Quijote más monumental de la historia. Dos volúmenes que suman casi 3.500 páginas con toda la sabiduría que requiere la pieza. Y también se acaba de editar un Quijote traducido al español actual que no exige ningún conocimiento para proporcionar una lectura gozosa. Un Quijote para quijotes y otro para sanchos. Un Quijote cuerdo y otro loco. Pero, ¿cuál es el loco?
La unión cada vez más estrecha de los europeos, incluida en el texto del propio Tratado de la UE, es hija de un método único, que solo ha funcionado continuadamente en el territorio cansado de guerras y genocidios de nuestro continente. Este método es el del consenso, obtenido siempre mediante pequeños pasos, que van creando unas solidaridades prácticas y contribuyen a una solidaridad política mayor entre todos los socios. No está escrito en ningún tratado, pero todos saben que de las reuniones europeas nadie debe salir derrotado. La Unión Europea es exactamente el mecanismo contrario del juego de suma cero, en el que lo que gana uno lo pierde el otro. De ahí que el Consejo Europeo sea una fabulosa máquina de componendas, que permite a cada Gobierno regresar a casa con la cesta suficientemente llena aun después de haber cedido en sus pretensiones. Hubo un momento en que parecía que Tsipras lo había entendido. Hasta el pasado viernes, cuando el primer ministro griego anunció unilateralmente un referéndum que traslada la decisión sobre la última propuesta europea directamente al voto de los ciudadanos. Jean-Claude Juncker se lo aclaró ayer en la sala de prensa de la Comisión: los griegos no decidirán sobre el euro, sino que votarán si quieren seguir participando de la solidaridad europea. Tienen todo el derecho a hacerlo, naturalmente, pero también deben saber lo que se juegan. La UE ha resuelto, mal que bien, pero hasta ahora mejor que nadie, el célebre trilema de Dany Rodrik entre democracia, soberanía y globalización, que solo permite salvar dos elementos de los tres en juego y obliga siempre a renunciar al tercero. La fórmula europea funciona por la atenuación que produce el consenso: la democracia de cada socio queda sometida a la democracia de los otros y al acuerdo de mínimos entre todos; la soberanía se comparte: y la globalización se controla y gobierna desde Bruselas y desde el Banco Central. Así es como Europa ha superado el trilema. El golpe antieuropeo de Tsipras pone en juego la democracia directa y acciona la plena soberanía, pero si los griegos quieren seguir en la globalización deberán renunciar de nuevo y aceptar que también se les gobierne desde la UE. En caso contrario, les quedarán dos opciones: o caer en manos de un imperio que funciona verticalmente, sin métodos solidarios y, por cierto, sin democracia, como podría ser el ruso, o encarar la globalización en solitario con el riesgo de caer en el pozo de la depresión y la pobreza. Grecia forma parte de la UE desde 1981 y de la Alianza Atlántica desde 1952. A diferencia de España y Portugal, Grecia no tenía continuidad geográfica con el núcleo de Europa, era un país propiamente balcánico y su economía poco tenía en común con las de los países fundadores en el momento en que se tomaron las decisiones políticas de su integración. Si ahora se va de la UE, también será fruto de una decisión política, que revertirá incluso los efectos geopolíticos que tuvo su incorporación entonces y puede incluso aconsejar a Syriza el abandono de la OTAN.
La casa está hecha para acoger y la cama, además, para reposar del quehacer diario. Sin embargo, el insomnio que tiene lugar precisamente en la cama de dormir presenta esta salvaje contradicción: la cama, sus sábanas, su colchón, su almohada son incapaces de ofrecerse benéficamente al sujeto como también el sujeto, pese a sus deseos, no halla el modo de integrarse en la preparada amabilidad del lecho. El sujeto y la cama se ven incapaces de entablar una inteligible conversación y el individuo es despedido hacia una zona adusta en la que tampoco puede entenderse con los elementos espabilados del mundo, empezando por sí mismo.
En definitiva, la revelación más dura en que la que el insomne se sume es aquella que lo muestra como un ser incompatible con su medio. Despegado brutalmente de él y abocado a un barranco donde nunca llega la muerte y la muerte enmascarada no cesa de llegar.
El deseo de dormir o, lo que sería lo mismo, la amorosa voluntad de abandonar este compás de la realidad diurna para obtener en el descanso una segunda melodía de vida, se ve anulada por una acérrima barrera que le vence una y otra vez. Lo vence y lo abate en el universo indeleble del insomnio. De este modo casi todo lo que ocurre en el trance de no poder dormir adquiere un carácter espectral y una significación tan fuerte que en su indeterminación hace enloquecer cualquier manera de abordarla.
Más allá del sueño, al otro lado, se halla no sólo la vigilia en alerta sino la pesadilla viva del insomnio. En la vigilia consentida hay una querencia sobre lo real pero en el insomnio es la irrealidad, disfrazada de conciencia la que de ningún modo podemos disolver para, una vez abatida, yacer en su ausencia.
El insomnio es así no una oposición enérgica del consciente al inconsciente sino una segunda verdad autónoma del ser que no cede ni cesa. Es posible que cada noche tras la línea que nos separa de la lucidez pura discurra el insomnio en diferentes grados y también que como una constante el insomnio sea, amortiguado, una compañía que permanece apegada todo el día, seamos o no capaces de entender.
Pero el insomnio explícito y especialmente nocturno, el insomnio de noche interminable, se alza como una pantalla de acero y piedra en los entresijos de la realidad. Esa pantalla parece compuesta por un materia trasparente, cerrilmente transparente, que se lame o enfervoriza a costa del sueño. A costa del sueño que nos roba como su alimento esencial de tal modo que su hambre se corresponde con nuestro anhelo insatisfecho, su hartura siniestra con nuestra falta del sueño esencial. Porque el sueño parecía pertenecernos como una secuencia natural del día y ese animal nos la roba como un efecto malvado.
De toda esta vida antagónica que constituye el insomnio no tenemos noticia alguna cuando habitualmente dormimos. Cuando no podemos dormir, sin embargo, aparece con toda su maligna magnitud de platas e insectos de plomo.
Estaba acaso allí ese animal insomne y su influencia resulta irrebatible ahora , cuando antes, el día anterior, la oleada del sueño los plegaba y dejaba en un cuarto de restos sin color ni fuerzas.
En el sueño lo ignoramos casi todo. El sueño discurre por un cauce natural que como los ríos que avanzan por el corazón de las ciudades dibuja una encalmada estela de agua, exenta de cualquier deconstrucción. El río serpentea la ciudad desentendido de su urbanismo y su arquitectura, traza un fluido que mantiene su cauce propio y primordial. El río duerme la historia y las artes y las conquistas. Sedimenta su vida en el olvido de todo aquello que no sea su discurrir dormido. No hay en ese mundo un espeso fondo que deducir ni una fantasía recurrente a la que visitar.
Más bien el insomnio espanta y acentúa la geología natural. En su presencia, la barrera que separaba el sueño de la vigilia cae y queda al desnudo el mundo crudamente sin el refugio o la funda de seda de dormir. Sabemos, interiormente, que el mundo no es exactamente así, tan fácil en su posible placidez, pero el insomnio posee la capacidad de vencernos aunque sólo sea por la debilidad del pobre sueño que llegamos a reunir y en consecuencia por lo pobre que nos sentimos ante la inalcanzable fortuna del sueño.
El sueño es el forraje de los animales, su rendición a la cultura de la naturaleza, mientras el insomnio sería el imperio de la cruel autoridad divina. Nos dormimos y quedamos ausentes de este mundo tanático. No podemos dormir y, mientras padecemos la alerta indeseada, somos capaces de reconocer que el mundo importante es una locura acosada por las quebraduras de la imaginación y el dolor.
En cierto modo seríamos no sólo culpables sino inocentes víctimas de dormir una noche tras otra ignorando esa realidad porque la razón de que no podamos conciliar el sueño es diferente a la de otras frustraciones. Aquí de una manera terminante, el insomnio se impone al sueño y lo quebranta de la misma manera que un guerreo desarma s a su oponente y de esta manera descubrimos que cada noche cuando nos disponemos benévolamente a dormir nos comportamos como seres castrados.
El sueño emascula a todo el mundo, desde el amo al criado, desde el explotador al obrero. El sueño inunda el estatus real o cotidiano de cada cual para convertirnos en ahogados iguales. Todos sumergidos en su circunstancia cargada hasta el borde de sal y grava.
Gracias al insomnio accedemos a un conocimiento que, por indeseable, se agrega al cansancio y la desesperación. Pero ¿cómo no pensar que estas tortuosas noches forman parte indeleble de nuestra condición? Dentro del insomnio nos afirmamos como personas no lúcidas sino translúcidas. Y no sólo porque es raro que los animales conozcan el cristal del insomnio sino porque nuestras historias de esas malas noches son siempre imposibles de grabar.
¿Una mala noche en una cama incapaz? Cualquiera que haya sufrido esta experiencia y todavía quienes la vean repetida conocen que un mundo, ni correspondiente al inconsciente ni a la divinidad infernal, saben que el insomnio constituye una forma aciaga de saber. Un mundo humano, demasiado humano donde, entre bosques y ruinas, se abre paso una noche infinita.
Noche mala, noche superreal. La mala noche que acerca a la cama, dentro del dormitorio, encerrado en la vivienda y desasistido de los servicios médicos, los mimos, los mordiscos y el abismo de la otra realidad. Por otra parte tan cerca, que al despertar todavía sigue presente y es preciso tacharla para tratar de vivir en paz.
En una ocasión, una amiga recibió una invitación a una cena benéfica, razón por la cual se sentía doblemente obligada a asistir, aunque aquellos días andaba desganada. Se sentó frente al ordenador y empezó a idear una buena excusa para justificar su ausencia: ?Querida amiga. Lo siento, no podré ir a tu cena porque tengo un viaje a Londres este fin de semana??. Pero al rato pensó que alguien podía toparse con ella, y que era mejor buscar otra razón ?de peso?. Clicó y escribió: ?Siento mucho no poder acompañarte pues este fin de semana vienen mis suegros a casa?. Qué poco inspirada se sentía aquel atardecer, echarle la culpa a los suegros era tan poco creíble como chusco. Al final decidió ahorrarse la molestia que siempre comporta una mentira y optó por una versión más profesional: ?Lo siento, no podré ir a tu cena benéfica porque debo entregar un trabajo el lunes?. Y envió el correo. Cuando se dio cuenta de que no había borrado la cola de las excusas, ya era demasiado tarde. A la mañana siguiente en su buzón de entrada recibió la respuesta: ?Querida amiga, que te vayan muy bien el fin de semana en Londres, la visita de tus suegros y el trabajo que tienes que entregar?. Sólo podía responder de un modo: mandando urgentemente un donativo tan solidario como expiatorio. Gmail, conocedor de los sonrojos y malos ratos que padecen sus usuarios cuando aprietan el botón de enviar sin haber respirado profundamente ni revisado el texto, ha decidido ofrecer la posibilidad de eliminar un e-mail justo después de haber salido. Se acabó flagelarse por el error, esa tortura instalada como un pensamiento parásito difícil de atemperar. ¿Cuántas veces no hemos borrado las colas de e-mails en los que, por ejemplo, llegaba a dudarse de la idoneidad del destinatario? Otras, tan sólo por un errático clic hemos tenido que leer lo que nunca hubiéramos querido saber de lo que piensan de nosotros. Para algunos, la iniciativa de Gmail significará una bendición: tener a alguien que cuenta hasta diez por ti. Pero otros se preguntarán si la ya menguada naturalidad en la comunicación no se verá afectada. La tecla del arrepentimiento no es un filtro opaco, sino una especie de ?mecanismo antipánico? denominado de-send (deshacer el envío), una opción que existe desde hace un tiempo en los laboratorios experimentales de Google y que ahora universalizan a todos sus usuarios. Se dispondrá de hasta 30 segundos para abortar un mensaje que puede traer problemas, malentendidos o sobresaltos. El alivio de la tecnología capaz de deshacer un entuerto choca contra el vuelo del subconsciente, entre las capas más impenetrables de nuestro ser. Porque a menudo en nuestros propios errores podemos encontrar explicaciones de lo que en verdad queremos, pero no nos atrevemos a expresar. (La Vanguardia)
Hay quien atribuye a la izquierda esta mala costumbre, en la que se esconde algo más grave que un prurito repetitivo. No es verdad. La superioridad moral se ha practicado desde todos los puntos cardinales de ideologías y creencias. Los más viejos del lugar entramos en contacto con ella y la sufrimos por la derecha y por el clericalismo. Nadie la ha practicado con tanta desenvoltura como los clérigos del nacionalcatolicismo. Y después, los clérigos de las izquierdas y más específicamente de la izquierda autoritaria y totalitaria. A pesar de su apariencia inocente, desde tiempos inmemoriales hasta el trágico siglo XX ha sido uno de los salvoconductos para el crimen. Es un racismo de la moralidad, un sectarismo de la verdad revelada, una indulgencia perpetua para los defectos propios y los de la propia tribu acompañada de la máxima exigencia y crueldad para los otros. Quienes lo practican tienen bloqueada cualquier capacidad de empatía y comprensión, no son capaces de situarse en el lugar del otro. Pero no nos pongamos estupendos. Bajemos unos peldaños hacia la prosa más cotidiana. La superioridad moral se exhibe incluso en el humor. El mundo del chiste se divide en dos meridianos: el de quienes se ríen del género humano a través del ejemplo que tienen más a mano, que es uno mismo; y el de quienes se mofan y ridiculizan a todos los humanos que caen bajo su mirada, principalmente si son débiles y perdedores, para enaltecer su propio ingenio y su mirada superior. No hay humor en la superioridad inmoral del chiste cruel y desalmado. Es cuartelero, violento y machista por definición. Bajo la apariencia de una rica imaginación no hay más que el refinamiento de la crueldad psicológica. El acoso escolar, el maltrato a niños y mujeres, la discriminación con los desvalidos y los disminuidos utiliza este falso humor darwinista y antiguo. No veo yo qué experimentos semánticos cabe hacer con los chistes primitivos que trivializan con el crimen y la muerte. Al parecer todo queda explicado por las redes sociales. El potencial dañino de tales artefactos corroe la moralidad de las personas decentes hasta convertirlas en alimañas. La responsabilidad personal queda transferida a la tecnología. ¿Cómo se explica, por ejemplo, que un notable escritor, y aparente buena persona, se deje llevar por sus bajos instintos y retransmita por twitter la conversación que está escuchando en el bar, donde un conocido suyo despotrica privadamente contra la independencia de Cataluña? ¿Cómo se explica que luego una web reconocida y premiada por el oficialismo nacionalista convierta esta acción de espionaje en noticia de portada, y por tanto en delación y denuncia? ¿Cómo se explica que el espía se deshaga en excusas autojustificativas que terminan con la siniestra sentencia de que el victimismo, típico de los nacionalistas, ha cambiado de bando? ¿Y todavía peor, que la publicación digital se disculpe ante el espía y los lectores pero no lo haga con el único afectado que es el escritor espiado y delatado por su antiindependentismo? Es la superioridad moral, en su variante catalana de superioridad nacional, que autoriza a espiar y delatar a quienes se resisten al proyecto unanimista del proceso independentista. Nada distinto, por cierto, a la que exhiben quienes defienden el siniestro humor del concejal de Fuencarral Guillermo Zapata, como ha hecho la alcaldesa de Barcelona en su página de Facebook. La superioridad moral se da por igual en todos los ejes, social o nacional. Si unos cuentan con la superioridad de los credenciales nacionalistas que les habilitan como poseedores de la verdad catalanista, los otros cuentan con los credenciales de su activismo social que les habilitan para difundir chistes antisemitas sin ser antisemitas o mofarse de las víctimas del terrorismo sin ser simpatizantes del terrorismo. Ciertamente, Ada Colau tiene razón: mientras no se produzcan incitaciones a la violencia, estas exhibiciones no merecen una acción de la justicia y están amparadas en la libertad de expresión. Pero no la tiene cuando dice que ?la gente sabe que un chiste, por reprobable que sea, no es comparable con la corrupción, a la mentira ni a la insensibilidad (sic) de los que nos han recortado derechos y servicios básicos?. Y no tiene razón porque es ella quien acude a la comparación con la corrupción, como hizo Pablo Iglesias, para exculpar y justificar el antisemitismo de los chistes de Zapata. La única coartada creíble para el antisemitismo chistoso y sus defensores es la frivolidad, probablemente la forma más liviana de la superioridad moral, que practica la asimetría de combinar la indulgencia consigo mismo y la inquisición para los otros.
El 30 de junio se estrena en el Teatro Real de Madrid la primera (y probablemente la última) ópera con puesta en escena de Woody Allen. Se trata de la única comedia de Giacomo Puccini, la ópera corta Gianni Schicchi. ¿Cómo es una ópera dirigida por Allen? ¿Cómo llega este cómico y cineasta al arte lírico? ¿Qué le aporta?
Este artista único sigue en esto la línea de otros directores de cine como Ingmar Bergman, Luchino Visconti, Franco Zefirelli, Anthony Minghella, Chen Kaige, Carlos Saura y Werner Herzog. Pero hay una diferencia, creo yo.
La música fue siempre un elemento central en sus películas, pero hasta hace muy poco la sensibilidad sonora de Allen estaba en otra música, en otra cadencia. Este acercamiento audaz a dirigir una ópera viene de un cambio: con el nuevo siglo, Woody Allen encontró un diálogo entre su cine actual y una música aparentemente más lejana en el tiempo y en la geografía, pero que le calza como un buen guante.
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En el comienzo fue el jazz. Desde Manhattan hasta Días de radio, de Annie Hall a Sweet and Lowdown, la música siempre formó parte importante en las películas de Woody Allen, pero durante casi toda su carrera, la banda sonora de sus imágenes fue el hot jazz de raíz sureña. Y como modesto clarinetista, viaja por el mundo montado en su fama, soplando los estándares de los clubes de Nueva Orleans.
Sin embargo, a partir de Match Point, la ópera entró en su filmografía. Hay una escena clave y obvia en un palco durante una función de ópera, pero a lo largo de la acción, es la voz de Enrico Caruso la que acompaña y enfatiza el clima moralmente ambiguo del filme. Hay más ópera en Conocerás al hombre de tus sueños y otras películas recientes, y en A Roma con amor, la ópera está en el centro de la acción: el personaje que interpreta Allen, un productor musical neoyorquino, descubre en su suegro dotes extraordinarias para el canto lírico… siempre que sea en la ducha.
Por eso no vino como gran sorpresa el hecho de que en 2008, Plácido Domingo, en su enésimo rol como director artístico de la Ópera de Los Ángeles, le propusiera dirigir por primera vez una ópera. Obviamente, no iba a ser una de Wagner: uno de los chistes más repetidos de Woody Allen es que al escuchar la música de Wagner le dan ganas de invadir Polonia. No: tenía que ser una ópera italiana.
La propuesta fue curiosa: Gianni Schicchi, la única comedia de Giacomo Puccini, estrenada hace 99 años.
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Durante los meses más duros de la Primera Guerra Mundial, el genial compositor, que ya había logrado fama, prestigio y dinero con Tosca, La bohème y Madama Butterfly, se enfrascó en un proyecto original y extraño: Puccini compuso tres obras breves que debían presentarse como si fueran los tres actos de una pieza larga.
Pero sus obras eran muy distintas en tema, en carácter y en género: Il tabarro era un dramón verista y moderno de celos y asesinato; Suor Angelica, solo para intérpretes femeninos, la tragedia de una monja con un lenguaje musical que miraba al pasado; y la última, Gianni Schicchi, una comedia de enredos basada en una breve escena del Infierno del Dante.
¿Por qué pensó Domingo que esta ópera corta de Puccini podía despertar la vena lírica del viejo jazzero? Para mí está claro: tiene muchos puntos de contacto con sus películas. Es una comedia con personajes de trazo grueso pero definidos y entrañables, es la historia de un pícaro de la ‘clase emergente’ que se alía y engaña a la vieja aristocracia, es una ópera donde la acción transcurre casi a ritmo cinematográfico, casi sin arias, sin que la acción se detenga para que los cantantes compartan sus sentimientos con el público.
De una mínima anécdota de La Divina Comedia, Puccini y su libretista Giovacchino Forzano construyeron la historia de la familia de un rico anciano que muere dejando toda su fortuna al convento: uno de los jóvenes de la familia llama en su auxilio al padre de su novia, el pícaro Schicci, quien se hace pasar por el muerto, engaña al notario y reparte los bienes entre los deudos… con la excepción de lo más valioso, incluyendo su casa, que lega a “mi caro amigo Gianni Schicchi”. En el aquelarre final, el flamante dueño echa a la familia de la que ahora es su casa, y los aristócratas, olvidando toda mesura, arrean con la vajilla y los muebles que pueden acarrear.
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En el exitoso estreno del Gianni Schicchi de Allen en 2008, el protagonista fue el gran barítono inglés Sir Thomas Allen. Woody, fóbico en las galas y mucho más en un teatro de ópera, ni salió a saludar.
Según la mayoría de los críticos y foros de ópera, la puesta del viejo novato es respetuosa con el original. Sitúa la acción en los años cincuenta en un ambiente más parecido al sur de Italia que a la Florencia de la historia original. Es un homenaje al neorrealismo italiano. Allen, con su inteligencia habitual, se acercaba a un arte nuevo desde su conocimiento del que domina, del lenguaje propio: Italia es para él el gran cine de Visconti, de Sica y Fellini.
Los detalles graciosos de su puesta incluyen el encuentro del testamento en el fondo de una olla humeante de macarrones, la vestimenta del protagonista como un mafioso de sátira (gracias al fiel escenógrafo y vestuarista de siempre de Woody, Santo Loquasto), y el cortejo al pillo de las rollizas damas de la casa, imitando la pose de las tres gracias de Rubens.
Pero el momento donde el director de escena más se escapa del argumento de la ópera es, curiosamente, el último.
Como si quisiera mostrar en un solo y breve ejemplo todas sus ideas sobre la ópera, Allen no deja que el pícaro se salga con la suya en un amable monólogo final. Al quedar solo y enfrentar al público, Schicchi se ve atacado por la tía Zita, que esperaba mayor porción del botín. Tras ser atravesado con un cuchillo de cocina, se escucha de otra manera la admonición del protagonista: en el original, el Gianni Schicchi triunfante hace un reverencia al público y entona su irónico pedido de disculpas final: sabe que irá al infierno pero espera ser perdonado por el respetable.
En la versión de Woody Allen, la comedia es a la vez tragedia, y la conjunción de los dos elementos deja perplejo al público. Su personaje está yendo al infierno en ese mismo momento: ¿debemos reír o llorar? Nos vamos a casa, apagamos la luz y todavía no sabemos cuál es la moraleja.
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Esta semana los vericuetos y enredos de la única comedia de Puccini llegan a Madrid con una nueva vuelta de tuerca.
El papel de Gianni Schicchi iba a ser protagonizado en el Teatro Real a partir del 30 de junio por el mismo Plácido Domingo, a sus 74 años y en su nueva tesitura de barítono. Los diarios lo anunciaron con bombos y platillos (yo mismo en Cultura/s de La Vanguardia, donde publiqué una versión de este texto hace unas semanas). Pero la muerte de su hermana, una persona muy cercana al cantante, le hizo tomar una decisión comprensible pero insólita en su carrera: no podía cantar una comedia en estas circunstancias. Se descabalgaba del proyecto.
Al final, aceptó cantar una colección de arias de otras óperas (todas trágicas) entre la representación de Gianni Schicchi (con otro protagonista) y la ópera breve que se interpretará antes, Goyescas de Enric Grandados.
No habrá por tanto ópera dirigida por Woody Allen y protagonizada por Plácido Domingo en Madrid en estos días. Pero tal vez haya una oportunidad de verla: este Gianni Schicchi de Allen-Domingo estaba también programada para setiembre en la Ópera de Los Ángeles. Tal vez allí sí se pueda ver, finalmente, este encuentro artístico entre el más musical de los directores de cine y el mejor actor de entre los cantantes clásicos.
Para Woody Allen será, sin duda, completar un cambio radical: empezó dirigiéndose a sí mismo en sus desopilantes tartamudencias y termina dirigiendo al gran Plácido Domingo en un escenario de ópera.
El pasado vuelve. O, mejor dicho, nunca se fue: ?Cuando pronuncio la palabra Futuro la primera sílaba ya pertenece al pasado?. Lo escribió la enorme Wislawa Szymborska, autora de versos sutiles que ilustran de qué manera la naturaleza humana vive en frases cortas. El heroico optimista Albert Espinosa, en una entrevista en televisión, recomendaba leer un poema suyo cada noche, antes de acostarse. Podrían fichar a Espinosa como asesor ministerial para devolver la palabra a los dormitorios y las plazas. Leer poemas en lugar de enredar con pantallas a fin de extremar la sensibilidad y cobijarse de la mugre de tanto tuit afanoso de convertirse en titular. ¿Por qué tantos personajes públicos desean que conozcamos su opinión, sin venir a cuento, y se empeñan en resucitar el fantasma del nazismo, banalizándolo? Es difícil comprenderlo, cuando el exabrupto procede de profesores cultos que han bregado con los fantasmas de la historia. ?El terrorismo financiero causa más dolor que el nazismo?, tuiteó Monedero, el primer emigrante de Podemos, una vez Hacienda dio con su sociedad unipersonal. No creo que hiciera ninguna falta establecer una simetría tan ociosa como insensible: cámaras de gas y corruptos que cuentan en billetes. Del fantasma del nazismo al del paroxismo persecutorio, en este caso un fantasma doliente, bulímico, devorado por la insidia de los flashes que regresa de forma inesperada: lady Di. Cuentan las crónicas que su hijo, el príncipe Guillermo, sufrió un colapso ante su tumba, en el parque de Althorp. Los tabloides británicos describen los síntomas de un ataque más de dolor que de estrés, e incluso hallan una sentida justificación: la real realidad de que ella nunca podrá saber nada de sus nietos. En cambio, cuando la vida te sienta bien ?por el contrario al redondo título de un libro que acaba de publicarse, La vida me sienta mal, del poeta y filósofo Alberto Santamaría?, te remiendas y remedas una y otra vez. El pasado te devuelve de repente. Ahí está, saliendo de la boca del túnel, la gran Cher, multipremiada y multioperada. La intérprete de hits que se siguen bailando y actriz de sobrada calidad, vuelve por todo lo alto a punto de cumplir los 70, teñida de rubio Marilyn en la portada de Closer to the truth, su primer trabajo de estudio en 12 años. Aupada por Marc Jacobs, que la ha convertido en su icono fashion, ha dejado muy claro que antes de Madonna y Lady Gaga ella mandó en el pop. Versos en vena y con receta, que falta nos hacen. Como los de Manuel Vilas, puñales de acero y seda. Él también se despide de la madre, sin temblor; 974310439 se titula el poema. Es tan bueno que tienes ganas de llamar al número: ?Mira que fuimos pobres y desgraciados tú y yo/ ma mère, en esta España de grandes hijos de puta / enriquecidos / hasta la abominación. / Y aun así, pobres como ratas tú y yo, / mantuvimos el tipo, / como dos enamorados?. La tinta bella / James Salter
Qué hombre tan bello fue el nonagenario James Salter, que triunfó como escritor bien pasados los 70 años. Con menos de una docena de libros se convirtió en leyenda. ?Salter está entre los pocos autores norteamericanos de quienes quiero leerlo todo?, dijo Susan Sontag. Si aún no han leído su cuento La última noche (Salamandra/L?Altra Editorial) corran a comprarlo. Sutileza, hondura, personajes que se difuminan con el paso del tiempo anclados en el principio humano de la contradicción. Murió la pasada semana. Abandonó los laureles de West Point y la adrenalina de las patrullas al amanecer por la literatura. Elijo una frase de su novela Años luz: ?Aquella vida era como una prenda de vestir. Su belleza estaba fuera, su calor dentro?. Como la suya. Infiel freudiano / Seann Penn Fleur van Eeden debe de ser una mujer de siete cabezas que no conoce el miedo. Además de doblar a talentosas actrices ?como Helen Mirren? en escenas que su virtuosa anatomía puede resolver, escribe poesías románticas y tiene pensamientos profundos como este: ?Sean Penn es muy atractivo a pesar de su edad?. La ruptura de Penn y Charlize Theron ha coincidido con el rodaje de su nueva película, The last face (de la que ella es, junto a Javier Bardem, protagonista), que en lugar de acercarlos, los ha alejado. El shooting no sólo fue intenso, además Penn se lió con la doble de su novia ?también rubia, alta y sudafricana?. Freud ahondó en la figura del doble como ?anunciador de la muerte?, en este caso diez años más joven que la versión original. Todo tan freudiano. Tiempo de ‘flâneurs’ / Daniel Córdoba-Mendiola
El paseante urbano ?mítico flâneur? resurge en tiempos de yuccies (young urban creative) y alcaldes sin coche oficial. Pero los paseos que propone el coolhunter Daniel Córdoba-Mendiola en El mundo en 25 miradas (Libros de Vanguardia) incluyen un sibaritismo artístico propio de viajeros exquisitos. En lugar de seguir a su equipo de futbol, él sigue a sus cuadros: como el de las dos chicas asomadas en la ventan de Murillo que descansan en la National Gallery de Washington. Desde los mercados de Manila o los cocineros de saltamontes de Shanghai, a los food truck de Austin, hasta Le Laboratoire de París ?un espacio que combina gastronomía y diseño?, El mundo en? es una invitación al viaje de autor con mirada poliédrica, vibrante, cómplice y provocadora. (La Vanguardia)
Quizá con el tiempo se hará justicia al Charles Bukowski poeta, por encima del narrador, que es un...