El diario El País ha invitado a varios editores y agentes literarios para hablar del rol de los...

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Es de esas fotos que hacen las delicias de las redes sociales. ¿Qué hacíamos con fotos así antes de Facebook? El pescador se llama Hirasaka Hiroshi, y pescó hace unos días este monstruo marino cerca de Hokkaido, entre Japón y Rusia. El pez se conoce como “wolffish”, o pez lobo. Suele medir un metro y pesar 15 kilos. Este es el doble de grande y el triple de pesado.
¿Quién parece más asustado, Hirasaka o su pez lobo? Yo diría que el pez: según los relatos periodísticos de los últimos días, lo más probable es que haya terminado en la sartén del pescador. Pero esa no es la única ganancia del señor Hosaki. Como suele pasar con las fotos que se vuelven virales en Internet, este no es un pescador japonés cualquiera: viaja por el mundo pescando y fotografiando seres extraños, y la foto circuló tras aparecer en su blog y su Twitter. Él sabía que este bicho le daría sus 15 minutos de fama.
Pero la noticia es otra: tiene que ver con la zona en que fue atrapado el pez lobo gigante y horrendo: es cerca del sitio del tsunami del 2011. Cerca de Fukushima, el reactor nuclear. En nuestra memoria, la cara desencajada de esta criatura nos recuerda los portentos humanos y animales que surgieron en los alrededores de Chernobyl. En nuestras pesadillas, es la imagen del peligro nuclear.
Al menos tres diarios que dan la noticia (en Gran Bretaña, Australia y Japón) usan el mismo dato para explicar el tamaño de las fauces del pez lobo: podría deglutir a un niño pequeño. Lo repiten para aumentar nuestro miedo, aunque los expertos insistan en que esta especie come algas y plancton. ¿Por qué mentar al niño?
No creo que sea solo la combinación de sensacionalismo y pereza, esa mescolanza que llene los diarios de fotos que llaman la atención, sin historia ni contexto.
No: esta foto es mucho más. El niño que podría devorar el monstro somos nosotros. Es la especie humana, que desató hace exactamente 70 años el monstruo del desastre atómico en Hiroshima y Nagasaki, muy cerca de estas aguas.
Esta es la cara de angustia de nuestro miedo al desastre nuclear. El pez lobo nos mira a la cara. ¿Qué vamos a hacer?
Por fin un candidato que se perfuma con Nenuco, y que es muy de llorar. Porque Antonio Baños admite que le hace llorar prácticamente todo. Como buen hijo de la generación X, no solo ha alargado la adolescencia, sino que parece dispuesto a no perder la infancia; ahí donde, según el poeta, descansa la mejor idea de la patria. ?Mi infancia fue muy feliz, toda ella está llena de buenos recuerdos?. La acidez que exhibe estos días en campaña no excluye una emotividad que lo envuelve como capas de cebolla: sin impostura, fajador de mano en la cintura que a veces también se acaricia el cuello, al estilo Séneca. En los debates televisivos ha explicado igual que un psicólogo cognitivo el vínculo emocional entre España y Catalunya: ?La España que llevamos en la memoria y el corazón, la de las luchas y los afectos, es irrompible; pero el Estado español es inviable?. Confiesa, como buen hombre nenuco ?aunque en las redacciones aseguran que le privaba el olor a hombre?, que de niño quería ser antropólogo: ?Creo que imaginaba a un antropólogo como una especie de explorador/periodista/escritor?. Un poco más tarde fantaseaba con ser una estrella de rock, y, de hecho, ahí están sus pinitos sobre los escenarios con Los Carradine. Pero también le ha echado codos para escribir su Posteconomía. No va de puntillas por la vida y denuncia la rebelión de las élites que no sueltan sus yates en la Costa Azul ni sus esquís en Gstaad: ?Son unas élites irresponsables, que no pueden ser demócratas porque no se vinculan a una comunidad?. Le pido que defina a nuestra generación: ?En mitad de todo: mitad analógicos, mitad digitales; mitad 68 mitad antiglobalización; mitad punk, mitad grunge… Fuimos la primera generación precarizada, la primera criada con la televisión, Vimos caer el Muro y flipamos con el Spectrum. La primera decepcionada con la transición, testigo de todas las derrotas de la izquierda y el triunfo del neoliberalismo?. En verdad parece que Baños se lo pasa muy bien: tan solo lleva 57 días en política y afirma convencido en los debates que el día 28 comenzará una nueva república ?y no la de Ikea? y que lo cambiará todo. Con su corbata rosa y su chaleco negro, vestido a ratos como el mago Tamariz pero con un aire entre Umberto Eco y Fernando Arrabal, no hay que negarle sentido del humor, acaso el más destacado entre los candidatos del 27-S. No en vano su película favorita es La vida de Brian. En el cortometraje de campaña de la CUP, ?Anaven lents perque anaven lluny?, sus compañeros piden a Baños un gato para cambiar una rueda pinchada, y él aparece con un Maneki-neko, ese felino amuleto japonés. Poliédrico ?periodista y escritor, tertuliano, analista económico, músico y ahora político?, quienes le conocen dicen de él que es un buen tipo, que escribe muy bien, radical anticapitalista, coherente incluso en el vestir y que nunca llegaba a final de mes. Según sus propias palabras, de hombre sincero y enrollado que confiesa: ?En la vida de un servidor, un par de cosas le han traído problemas de forma persistente. Son los gin-tonics y el optimismo?. Su papel el 27-S podrá reducirse al de fiel escudero de Romeva y Junts pel Sí. Pero un escudero, como Sancho en El Quijote, con voluntad de arremangarse y hacer política. Sancho sorprende a propios y extraños al declarar que el objetivo de su gobierno en la Ínsula Barataria será ?limpiar esta ínsula de todo género de inmundicia?. Baños está empeñado en que el aburrimiento no acabe por matar a la identidad. (La Vanguardia)
¿Qué es Europa? Esta es una vieja pregunta de respuesta jamás satisfactoria. Han intentado responderla poetas y filósofos en numerosas ocasiones, también geógrafos e historiadores, al igual que economistas y sociólogos, incluso algunos teólogos, pero al final nadie ha conseguido una definición exacta y eficaz.
Una tal definición puede valerse de varios instrumentos. Uno de ellos es la delimitación del perímetro, sus fronteras. También cuentan los principios o valores políticos establecidos en sus cartas constitutivas. Es muy evidente la existencia de un mercado común a todos, donde puedan circular personas, capitales, bienes y servicios, de la que se desprende fácilmente una moneda común. Pero la que más se exige y a la vez se echa en falta cuando hay un proyecto que no funciona es el demos, el pueblo soberano, los ciudadanos que eligen a sus representantes y gobernantes.
Desde la caída del muro de Berlín y el final de la división del continente por la Guerra Fría, se ha intentado a menudo y con objetivos muy prácticos. ¿Hasta dónde debía llegar la ampliación de la Unión Europea, este proyecto de unificación de los pueblos y los ciudadanos europeos? ¿Debe incluir a Turquía? ¿Debería llegar algún día incluso a Rusia?
Una cumbre estableció en 1993 en Copenhague los criterios que debían salvar los países candidatos al ingreso. Sirvió para situar bien alto y claro el listón y evitar que ingresaran países que no cumplen con los estándares democráticos ni respetan los derechos humanos, no tienen una economía de mercado, no desean aplicar la legislación europea o no comparten los objetivos fundacionales. Una definición surgida de la filosofía moral, elegante y eficaz, la definía en la misma época como el territorio libre de la pena de muerte.
La discusión entre juristas y políticos surge en cada una de las numerosas reformas de los tratados: Maastricht (1992), Ámsterdam (1997), Niza (2001), Lisboa (2007), además del Tratado Constitucional (2004), que es probablemente donde más se discutió, aunque nunca llegó a entrar en vigor porque los franceses y los holandeses lo rechazaron en sendas consultas populares. Finalmente, siempre con resultados inconclusos.
Esta vez la pregunta va muy en serio. No son los juristas y los políticos quienes la formulan sino unos ciudadanos extraeuropeos, sirios, afganos, eritreos, y la hacen con los pies. Las respuestas les llegan de los países europeos que les reciben o les rechazan, y de los Gobiernos e instituciones abocados a construir una política de asilo europea en la que quedarán definidas las fronteras (gestionadas finalmente en común), los valores (Hungría, por ejemplo, ya está fuera) o la ciudadanía (los refugiados serán candidatos y los inmigrantes económicos lo tendrán más difícil).
La Europa del derecho de asilo será más pequeña, como sucede ya con la del euro y dejará muy atrás una gran parte de la definición territorial: Ucrania y Turquía quedan mucho más lejos ahora. Esta crisis de los refugiados nos enfrenta a los europeos ante un momento definitorio: o la Europa de las dos velocidades o nada; es decir, la desintegración, el regreso a los nacionalismos y la irrelevancia.
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Puede que aboque al abismo a no pocos pero para mí, una vez consolidada la existencia, la improvisación es la forma absoluta de la creación. Añadiré un incomodo más: para mí son menores o mediocres aquellos que escriben a partir de multitud de notas, que pintan a partir de bocetos, que componen a través de una u otra composición circunstancialmente anterior. Hacer arte es como hacer el amor. ¿Guión? No hay otro que el presente de la pasión.
Después de padecer largas dictaduras militares a lo largo del siglo veinte en América Latina, y apartadas las polarizaciones ideológicas que llevaron a conflictos armados en no pocos países, la recuperación, o edificación, del estado de derecho fue la meta a conseguir como salvaguarda de un futuro en que democracia y desarrollo pudieran caminar juntos.
Bien podría decirse que la aspiración de finales del siglo veinte fue hacer que la realidad política respondiera a la letra de las Constituciones, un ajuste en el que gran parte de nuestros países habían fracasado desde los días de la independencia. Ni más ni menos, regresar al siglo diecinueve para poder tener siglo veintiuno.
Pronto descubrimos que la institucionalidad democrática era capaz de resucitar de las cenizas de las dictaduras militares solamente donde esa institucionalidad había prosperado antes, como en Uruguay o en Chile, o como siguió funcionando en Costa Rica mientras en el resto de Centroamérica de alzaban las llamas del conflicto bélico; pero donde históricamente había sido débil era difícil reinventarla, como en la mayoría de los mismos países centroamericanos.
Aprendimos, o recordamos, lo que ya la historia enseñaba: que la "democracia populista" no es más que un seudónimo del autoritarismo. Si hay concentración absoluta de poder, cercenamiento de la libertad de expresión; si hay miedo de los ciudadanos frente al poder, estamos en los umbrales de la dictadura. De allí a la represión sangrienta no hay más que un pequeño paso. Y el populismo no es más que el celofán en que se envuelve ese regalo envenenado.
Pero otro elemento, para nada sorpresivo, se sumó al panorama de fin de siglo, y se expande hoy con fuerza de incendio: la corrupción, tan adherida a la democracia recuperada, como si fuera una piel purulenta; y la propia debilidad institucional, que incluye la falta de transparencia y de controles sobre la voracidad de no pocos de quienes suelen ascender al mando, la facilita.
El panorama se agrava con la incidencia pertinaz del crimen organizado, que alienta la corrupción en todos los estratos, y el empeño de los narcocarteles en minar el estado de derecho. Los narcodólares tienen un peso excesivo y desproporcionado capaz de descalabrar el andamiaje institucional. Es una hidra de múltiples cabezas que apenas se le corta una, retoñan cien; una hidra capaz de asesinar masivamente, incinerar, decapitar, con mucho que enseñar en cuanto a métodos de crueldad a los sicarios del califato islámico.
Son los que dejan cabezas humanas en parajes públicos como símbolos de su poder sanguinario, que es también un ritual. Los narcos mexicanos propagan el culto a la Santa Muerte que hace resplandecer en su mano la afilada guadaña que decapita, descuartiza, y amontona cadáveres, y víctimas visibles de esta cacería son los periodistas. Decenas de ellos viven bajo amenaza, son asesinados o resultan desaparecidos en México, Honduras, Guatemala, Colombia, Paraguay o Brasil, por la osadía de meterse en las entrañas de la verdad.
Desde el año de 2007, más de 50 periodistas han sido asesinados o han desaparecido en México, y sólo en el estado de Veracruz las víctimas sumen 14 desde 2011. De acuerdo al Comité para la Protección de Periodistas con sede en Nueva York, "hay un clima de persistente impunidad. Los crímenes contra periodistas no son resueltos casi nunca, no sólo como resultado de la negligencia y la incompetencia, sino también debido a la corrupción que se extiende entre jueces, fiscales y autoridades de policía, sobre todo a nivel de los estados".
En el año 2013, tras la llegada del presidente Peña Nieto, se aprobó una reforma constitucional que otorga a las autoridades federales jurisdicción para perseguir a los responsables de crímenes contra la libertad de prensa, y el reclamo hoy es que se organicen medidas efectivas para proteger a los periodistas.
En agosto de este año unos 400 periodistas, escritores y artistas de todo el mundo, a raíz del asesinato del fotógrafo Rubén Espinoza, quien había huido de Veracruz a la ciudad de México tras constantes amenazas a su vida, y fue acribillado con otras cuatro personas, dirigimos al presidente Peña Nieto una carta pública que empieza diciendo:
"Con el apoyo de PEN y el Comité de Protección a los Periodistas, vemos con indignación los ataques contra los reporteros en México. Cuando se ataca a un periodista se atenta contra el derecho a la información de la sociedad entera".
La nueva novela de Orhan Pamuk, Una sensación extraña (Random House), habla de una Estambul ?en...