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La ciudad de las desapariciones

En los últimos meses han coincidido en las librerías cuatro libros dedicados a otras tantas ciudades: París, de Lèon-Paul Fargue; Berlín, de Franz  Hessel; Valparaíso, de Joaquín Edwards Bello y, ahora, Londres, de Iain Sinclair. En el caso de los tres primeros, la relación de los autores con su ciudad natal era inequívocamente amorosa, pasional, casi podría decirse que biográfica en el sentido de que hablar de su ciudad era como hablar de sí mismos, pues su relato era fruto de la experiencia de toda una vida en sus calles y plazas, las vivencias de sus edificios y monumentos o los  recuerdos evocados por un olor, una determinada luz del amanecer, la nostalgia de algo  que pudo ser y no fue, o que sí fue pero ya pasó.

En el caso de Iain Sinclair su amor por Londres es evidente, pero su manera de manifestarlo es combativa, áspera, casi siempre surrealista o rozando lo grotesco, pero sobre todo fruto de  una agresividad sin límites contra eso que ahora llaman sistema y que es como un compendio de todos los viejos enemigos de cuantos inconformistas han tratado de romper las reglas de juego establecidas oponiéndose a las fuerzas sociales subterráneas o que actúan a plena luz del día: el capital, las grandes corporaciones supranacionales, los bancos que apoyan las prácticas de dichas corporaciones, las clases dominantes propietarias de los medios de producción, los grandes holdings de comunicación,  los especuladores inmobiliarios en connivencia con las fuerzas antes citadas, los corruptos, los manipuladores de la opinión pública con fines inconfesables, o sea, el sistema.

La ciudad de las desapariciones no es propiamente un libro de Iain Sinclair sino una recopilación de artículos realizada por el también traductor y autor del prólogo, Javier Calvo. Si por lo general es cada vez más aconsejable leer un texto teniendo a mano una tablet o un ordenador, en el caso de esta antología  de Sinclair es casi indispensable, primero porque abarca cuatro décadas de trifulcas, algunas de las cuales quedan ya muy lejanas, y segundo porque se dirige a un público, el londinense, que es testigo, muchas veces víctima y en todo caso actor de lo relatado. Y para qué dar explicaciones a quienes conocen de sobra los sucesos que les están contando.

 En el escrito que abre el libro, dedicado al arquitecto Nicholas Hawskmoor (1661-1736), resulta relativamente sencillo documentarse porque fue un discípulo de Wren que construyó ocho iglesias muy del gusto de Sinclair, ya que “invaden la conciencia y el instinto cartográfico” y son “la forma del miedo”. Pero en los apartados siguientes, cuando toma a los feroces pitbulls como metáfora de toda una época resulta más difícil situarse. ¿De verdad eran un símbolo de poder y riqueza? ¿De verdad los colgaban sus propietarios de un árbol para fortalecer sus ya de por sí terroríficas mandíbulas? No sé cómo andará el lector medio de cultura perruna en el Londres de los años 80 y 90 del siglo pasado, pero es casi seguro que, seguir el paso de Sinclair es una garantía de perplejidad.  Y no digamos nada cuando se arranca con el relato alucinante, surrealista y disparatado de un entierro en Bethnal Green. ¿Hay una sola imagen que se sustente en la realidad? Sí, dice San Google benévolamente: el difunto al que van a entregar a la tierra tan ostentosa como inverosímilmente es Ron Kray, uno de los gemelos Kray, famosos gangsters que en los años 60 y 70 compaginaban las brutalidades y crímenes propios de los gangsters con una presencia constante en los medios de comunicación a costa de unas fastuosas fiestas y saraos benéficos a los que asistían lo más granado de la política, las artes y la farándula londinense. Esa información se acompaña (en Internet) de abundantes fotos, entrevistas y declaraciones de los dicharacheros y rumbosos Kray (que por cierto acabaron sus vidas en prisión, aunque el entierro de uno de ellos, el contado por Sinclair, es lo más parecido a la multitudinaria despedida de un héroe popular).

Por fortuna, según pasan los capítulos y las narraciones se acercan en el tiempo, el lector empieza a gestionar su propia información porque la suicida transformación de Londres a partir de la denostada Margaret Thatcher ha sido extensamente comentada en la prensa europea: la conversión de los Docklands en una lujosa zona residencial, la autopista orbital M25, la Cúpula del Milenio, esa horrenda noria a través de cuyos radios se ve un diminuto Big Ben, el ofensivo supositorio de colorines que tiene su réplica en Barcelona o los Juegos Olímpicos de 2012, vistos a paso de carga a través de la ácida prosa de Iain Sinclair son una  visión a la vez surrealista y angustiosa de una Gran Jugada que aportó fortunas fabulosas a los promotores de tan faraónicos empeños pero que también supusieron un coste económico y humano no menos faraónico. Y que a saber cuándo se acabará de pagar.

Para hacerse una idea de lo que es recorrer Londres en compañía de Iain Sinclair, nadie mejor que él mismo lo puede expresar: “El concepto de “pasear”, de deambular sin meta por la ciudad, de hacer de flâneur había quedado desbancado. Habíamos entrado en la era del acosador […] caminar con una meta, sin entretenerse, sin curiosear. Sin tiempo para saborear los reflejos de los escaparates, para admirar las rejas estilo Art Nouveau. Ahora tocaba caminar con una tesis. Con una presa […] El acosador es un paseante que suda, un paseante que sabe a dónde va, pero no cómo ni por qué […] una investigación somática del interfaz que conecta sueño y memoria”. El resultado de tal propósito no es de fácil lectura, pero sí instructiva y provechosa.

 

La ciudad de las desapariciones

Iain Sinclair

Selección, traducción y prólogo de Javier Calvo

Alpha Decay

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12 de octubre de 2015
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Hitler tiene futuro

Muchos son los historiadores que han indagado sobre el exterminio de los judíos de Europa durante la Segunda Guerra Mundial, pero ninguno hasta ahora había estudiado el Holocausto como una posibilidad de futuro, es decir, como una advertencia. Es evidente la apelación moral ?¡nunca más!? que siempre ha sugerido aquel genocidio organizado por el régimen nacionalsocialista alemán, pero el historiador estadounidense Timothy Snyder ha dado un paso más al convertirla en el estudio de las posibilidades materiales en que se podrían repetir en el futuro matanzas masivas como las que sufrió una parte de la población europea hace algo más de 70 años.

Su libro Tierra negra. El Holocausto como historia y advertencia sale en un momento especialmente oportuno, cuando Europa se enfrenta a la llegada de centenares de miles de refugiados a Europa, procedentes principalmente de Oriente Próximo, un acontecimiento que permite en buena medida verificar el grado de certeza de sus teorías. En su caso, la tarea del historiador ?interpretar el pasado para mejor comprender el presente? adquiere una dimensión casi profética al convertirse además en una severa advertencia para el futuro.

Los genocidios no surgen por generación espontánea como una súbita erupción del mal en el mundo, sino que hay condiciones objetivas que los favorecen. La más evidente de todas, por paradójica que pueda parecer, es la debilidad o la retirada del Estado de los territorios sobre los que pende la amenaza. Snyder ha invertido el lugar común del Holocausto como el trabajo planificado de la maquinaria burocrática de un Estado totalitario alemán para describirlo como la acción desencadenada por una ideología criminal allí donde las poblaciones no cuentan con la protección del Estado y de la ley.

Una parte de aquellas condiciones se producen ahora, cuando 60 millones de personas, según cifras de Naciones Unidas, vagan de frontera en frontera huyendo de las matanzas, las guerras civiles y los regímenes totalitarios, y muchos de ellos dejan sus vidas cuando intentan alcanzar los países que puedan proporcionarles el asilo. Nada les hace más vulnerables como los territorios sin ley, donde el Estado se ha apartado, ha sido destruido o se ha convertido en una estructura fallida y sin efectividad, tal como Snyder pudo estudiar y cuantificar comparativamente respecto a las matanzas de judíos en el conjunto de Europa.

En el corazón del monstruo totalitario nazi o en los países de Europa occidental ocupados, como Francia o Países Bajos, los judíos contaban con una tenue protección que no existía en los países bálticos, en Polonia o en la Unión Soviética ocupada por los alemanes, donde reinaba la simple y brutal ley de la selva. Las mayores matanzas y el exterminio en masa de Auschwitz se produjeron en la Europa oriental, donde los Estados habían sido arrasados, en algunos casos dos veces, primero por Stalin y después por Hitler, y las víctimas eran los judíos que habían sido totalmente desposeídos de sus derechos por expulsión de sus países o por la desaparición de los Estados.

La advertencia de Snyder se centra, naturalmente, en las condiciones políticas para que pueda producirse de nuevo un genocidio, pero también apela a las conciencias individuales. ?Si se destruyesen los Estados, se corrompiesen las instituciones locales y los incentivos económicos se encaminasen hacia el asesinato, pocos de nosotros mostraríamos un comportamiento ejemplar?, asegura. Ni somos ?éticamente superiores a los europeos de los años 30 y 40? ni somos ?menos vulnerables al tipo de ideas que Hitler promulgó e hizo realidad con tanto éxito?.

Hay una buena conciencia europea que ha cosificado el Holocausto hasta inutilizarlo. Hitler es la barra de platino iridiado del mal absoluto, el equivalente del metro que se conserva en el museo de pesos y medidas de París. La comparación con Hitler es una trivialidad en los debates digitales que ha sido objeto incluso de humorísticas fórmulas matemáticas. Comparar a alguien con el führer, la reductio ad hitlerum, es un ejercicio que se vuelve contra quien lo usa: solo quien tiene simpatía con los nazis puede trivializar el mal absoluto que fue el nazismo. El Hitler de la cultura popular tiene algo del Satanás medieval. Situado en un nivel insuperable de la perversión, su invocación tiene poderes absolutorios o al menos relativizadores sobre quienes ejercen el mal contemporáneo.

Todo esto no es casualidad ni pertenece únicamente a la cultura popular de Europa occidental, sino que tiene en Europa oriental una presencia especial que Snyder, buen conocedor y estudioso de Rusia y Ucrania, también ha sabido localizar y denunciar. Hay un mito del antifascismo soviético, construido sobre un monopolio de la virtud y el control de la memoria, que contrasta directamente con las matanzas de civiles, judíos y no judíos, perpetradas por el Ejército Rojo en la Polonia ocupada y después en los territorios en disputa con la Wehrmacht. Además de absolver a los soviéticos de sus crímenes de entonces, el mito del antifascismo se proyecta en la actualidad, en Ucrania por ejemplo, mediante una inversión que convierte a Estados Unidos, Israel y la Unión Europea en el nuevo avatar del nazismo combatido por Vladímir Putin.

No es esta la más inquietante de las advertencias. Según Snyder, el miedo contemporáneo a las catástrofes ecológicas, sobradamente fundamentado en el calentamiento global o en la evolución demográfica del planeta, da una nueva verosimilitud a las ideas hitlerianas sobre la lucha por la vida alentada por ?demagogos de la sangre y de la tierra?. Hitler tiene futuro.

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12 de octubre de 2015
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Altavoces de nuestra miseria

Las sociedades oscuras eligen a líderes oscuros en los que proyectar su propia oscuridad.

Las sociedades cobardes eligen a líderes cobardes en los que proyectar su propia cobardía.

Las sociedades mediocres eligen a líderes mediocres en los que proyectar su propia mediocridad.

Las sociedades racistas eligen a líderes racistas en los que proyectar su propio racismo.

Las sociedades amargas eligen a líderes amargos en los que proyectar su propia amargura.

Y así hasta el infinito.

Los líderes no resuelven nuestros problemas, los agrandan y son nuestra gloriosa proyección en la nada.

No resuelven tu desdicha. La expanden y la multiplican.

No resuelven tu confusión. La expanden y la multiplican.

No resuelven tu cobardía. La expanden y la multiplican.

No son diferentes a ti y están tan inseguros como tú. Si confías en ellos demasiado y les das mucho poder, multiplicarán exponencialmente tus pequeñas desgracias hasta convertirlas en desgracias gigantescas.

Si los dejas, se convertirán en la expansión nuclear de la miseria.

No los guían los principios, los guía el delirio interpretativo, lo mismo que a sus fieles, pero elevado a la enésima potencia.

 

El sueño de la razón puede producir monstruos, pero nunca tan monstruosos como los que generan la oscuridad, la mediocridad y la confusión.

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12 de octubre de 2015
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Sangre, sudor y lágrimas: las nuevas fragancias

Una delicia de artículo. Un asco de noticia. La periodista Claudia del Águila, de la sección Vanitatis del sitio “El Confidencial”,  revela una nueva moda: perfumes con olor a sangre humana, a muerto, a secreciones vaginales, a cerdo, a sudor, a queso azul.

Pienso: para la mayoría de estos olores, no hacía falta gastarse un platal en comprar el perfume. Bastaba con dejar de ducharse por unos días. Y al quitarse los zapatos… ¡ya está el aroma de queso azul!

Yendo al aroma del asunto, hay algo que me huele mal. Si tenemos que pagarle 115 € a Blood Concept para recuperar el olor y el gusto de la sangre de cuando nos lamíamos esa herida por caernos del árbol en la infancia; si tenemos que pagar 24,90 € por el frasco de 100 ml de Vulva Original (esto no hay que explicarlo, ¿no?); si nos cuesta 80 € hacernos con unos 50 ml de Secretions Magnifique , una delicada mezcla de sangre, saliva, sudor y esperma… es que nos hemos deshumanizado más de lo que yo creía.

Los perfumes y aguas de colonia nacieron para que dejáramos de oler como olemos. Para cambiar o cubrir nuestras secreciones naturales. Pero ahora, en una triste época en que los niños deben aprender en talleres especializados a jugar como niños, tenemos que comprar los olores que, supuestamente, ya no nos salen o a los que ya no podemos acceder por medios más naturales.

Es triste pero es así: seguramente estas empresas pioneras tendrán éxito. Y yo propondría redoblar la apuesta: nuevos perfumes con olor a miedo, olor a engaño, olor a soberbia, olor a envidia, olor a desprecio, olor a insensibilidad. Los aromas de esta temporada.

Hace años el gran dibujante argentino Joaquín Lavado, Quino, mostraba en una viñeta a un joven sin atributos que machacaba en un mortero un fajo de billetes, los mezclaba con alcoholes y aceites y se fabricaba un perfume. Olor a dinero. El joven salía a la calle y los hombres lo miraban con envidia y las chicas con arrebatada pasión.

 

¿A qué huele el fracaso de la civilización?   

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11 de octubre de 2015
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11. Paravicino o la crítica

 

Paravicino

 [Imagen tomada de Google Art Project]

Este óleo de El Greco retrata a Hortensio Félix Paravicino, y es considerado uno de los mejores retratos realizados por el autor. Sobre esta obra escribió un poema Luis Cernuda, "Retrato de poeta" (en un claro desdoblamiento, según Rafael Alarcón Sierra, que ha abordado poema y cuadro en Vértice de llama. El Greco en la literatura hispánica, Universidad de Valladolid, 2014, pp. 119ss), poema que contenía estos versos:

 

"Amigo, amigo, no me hablas. Quietamente

Sentado ahí, en dejadez airosa,

La mano delicada marcando con un dedo

El pasaje en el libro, erguido como a escucha

Del coloquio un momento interrumpido,

Miras tu mundo y en tu mundo vives."

 

 

Detalle retrato de Paravicino de El Greco

 

 

El detalle al que se refiere Cernuda nos muestra el camino de la crítica literaria, a la que correspondería actuar como esa mano: silenciosa, suave, sensualmente, debería hallar su camino hacia el centro del libro. 

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11 de octubre de 2015
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Cuando Agatha se volvió misterio

Los fans de Agatha Christie acudieron el pasado mes de septiembre en peregrinación a Torquay, al suroeste de Inglaterra, la ciudad costera donde nació hace 125 años la reina del misterio. Pocos cultos son comparables al que se le profesa a esta mujer que tras la placidez de un moño ordenado y una corpulencia domeñada por un traje chaqueta de sufragista sigue siendo la mayor best seller de todos los tiempos ?sólo superada en ediciones por la Biblia y Shakespeare?. Avezada viajera, amante de los cruceros de lujo y de los vagones del Orient Express, también resultó una investigadora obsesiva con formación química y años de laboratorio. Sus voluntariados en el hospital de Torquay y la farmacia del University College de Londres durante las dos guerras mundiales la familiarizaron de tal manera con el fósforo y el cianuro que años más tarde fue admirada por la comunidad científica debido a la exactitud de sus fórmulas. Aunque ha sido enmarcada entre los tejedores de misterios intuitivos, junto a Chesterton o Conan Doyle, más preocupados por el ambiente y los personajes que por la exactitud de los mecanismos, tendía pistas con mesura y audacia para que sus lectores pudieran resolver el misterio al tiempo que sus propios personajes. Algo que no ocurrió en su biografía, donde figuran unos puntos suspensivos que nunca se acabaron de cerrar. La experiencia está llena de giros que oscilan entre el infortunio y la suerte, el abandono y la gloria, y así le ocurrió a la prolífica autora aquella noche del 3 de diciembre de 1926 en la que su automóvil ?que palabra tan antigua parece? apareció abandonado junto al lago de Newlands Corner. Su abrigo de pieles tendido en el asiento del copiloto, el equipaje en el maletero y alguna pequeña mancha de sangre hicieron temer lo peor. La inexplicable desaparición provocó gran conmoción en la opinión pública. Más de mil policías, quince mil voluntarios y varios aviones rastrearon palmo a palmo la zona donde desapareció. Once días después era identificada como una huésped del Swan Hydropathic Hotel en Harrogate, un balneario donde se había registrado bajo el nombre de Teresa Neele. La escritora, que después alegaría una extraña amnesia, afirmó no reconocerse en las fotos que publicaba la prensa y tampoco fue capaz de identificar a su marido cuando llegó a su encuentro. Nunca explicó nada de lo que le sucedió en esos once vaporosos días. Hay quienes vieron el episodio como una suerte de venganza contra su marido Archibald, tras conocerse que pocos días antes de desaparecer le había confesado su amor por otra mujer, Nancy Neele ?el mismo apellido que utilizó en su rocambolesca aventura?, y pedido el divorcio. Unos dijeron que quería avergonzarle públicamente, otros afirmaron que trató de hacerle parecer culpable de su desaparición, como si de una de sus novelas se tratase. También hubo quienes, a costa del inmenso éxito de El asesinato de Rogelio Ackroyd, denunciaron una sofisticada campaña publicitaria. Incluso algún biógrafo ha tratado de demostrar que sufrió un padecimiento psicológico denominado ?estado de fuga? ante el shock de la infidelidad. Dos años después Agatha encontró al hombre de su vida, egiptólogo, Max Mallowan, con el que fue feliz? e incluso se afirma que dijo aquello que se non è vero, è ben trovato: para ser feliz cásate con un arqueólogo, cuanto más vieja te hagas, más encantadora te encontrará. Portentosa figura que, aún a día de hoy, mantiene la cabeza bien alta en las librerías y los anaqueles de mujeres ?pocas? que murieron exitosas, ricas y felices. Vuelta al sofá / Renée Zellweger Pero, ¿quién echaba de menos a Bridget Jones? Esa caricatura que se vendió como ?posfeminismo? y encarnó la crisis de las treintañeras a las que no les valía el éxito profesional si no triunfaban en el amor. Inseguras a pesar de sus cualidades, torpes, siempre a dieta, inmaduras y dependientes con los afectos. Helen Fielding se forró con el género chick lit, una mezcla de glamour y mala leche. Ahora, en su comeback, la tuneada Renée Zellweger demostrará si Bridget ha cambiado también. A lo Botticelli / Maria Grazia Chiruri Sobrevivir a Valentino, el modisto que enfundó en rojo a la mismísima alfombra roja, el modisto de realezas y prime donne, parecía un ejercicio ocioso. Pero quienes asumieron la dirección creativa de la firma en el 2008, Maria Grazia Chiruri y Pier Paolo Piccioli, se han erigido en virtuosos de la moda. Su último desfile parisino, inspirado en África, levantó aplausos y silencios admirativos. Esculpen una hiperfeminidad refinada: una especie de Botticelli en el café Costes. Adiós en ‘noir’ / Henning Mankell Cuando la editorial Tusquets nos descubrió al inspector Wallander los países nórdicos solo eran ejemplares en diseño y políticas sociales. Sin embargo, con cada nueva novela de Mankell, Suecia y noir se convertían en sinónimos. En el 2014 le diagnosticaron un tumor pulmonar con metástasis vertebral. ?Moriré de esta enfermedad?, dijo, y así ha sido. Se ha ido tan negro como siempre: bromeando acerca de que la vértebra delatora de su mal es la misma que se rompe cuando te ahorcan. (La Vanguardia)

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10 de octubre de 2015
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Diario de lectura de Los diarios de Emilio Renzi

Viernes 18. Vi el nuevo libro de Ricardo Piglia en la vitrina de la librería Tipos Infames en Madrid y quise comprarlo de inmediato pero estaba cerrada. La primera vez que escuché hablar de los misteriosos diarios que lo conformaban fue a mediados de los ochenta, en la universidad de Buenos Aires. Me corté el pelo, di una vuelta por Malasaña, hice hora. Volví a las 5. Aproveché para comprar dos libros de Simon Leys.

 

Sábado 19. El subtítulo es "Años de formación" pero Piglia parece muy formado desde el principio. Ha asumido la vocación literaria desde los 16 años, y a esa edad es capaz de analizar así a Salinger y Arlt: "En Salinger la oralidad es liviana, lexical, autocompasiva; en Arlt es áspera, antisentimental, sintáctica". Se inspira no en escritores vivos sino en los imaginarios ("El desprecio de Dedalus por la familia, la religión y la patria será el mío... escribía un diario [como yo]... Le gustaban las chicas de mala vida [como a mí]").

 

Dómingo 20. La madre y su lenguaje peculiar ("esta ensalada quedó medio desvencijada"). El abuelo y sus historias de la guerra. El rencor al padre (por eso, se es Renzi y no Piglia). La familia como punto de partida para la ficción. Aparición de Steve, el inglés en el bar del Ambos Mundos que se dice amigo de Lowry. Páginas que me recuerdan a Prisión perpetua y me hacen pensar que en Piglia no hay oposición esencial entre diario y ficción: ¿no es el diario otra forma de ficción construida con los retazos de una vida, en este caso con un personaje llamado Emilio Renzi?  

 

Lunes 21. Diarios muy intervenidos, muy editados: el autor llegó a acumular 327 cuadernos, lo que leemos es la punta del iceberg. ¿Qué ha quedado afuera? Hay también un prólogo y una conclusión, en los que el autor se desdobla y crea distancias con su mismo diario -se pasa con facilidad de la primera a la tercera persona--. En otros momentos el diarista menciona que es dos personas, "el que escribe y el que espera publicar", y en otros que "vivía una doble vida y practicaba la esquizofrenia que ha definido mi actitud ante la realidad": la práctica política, el círculo literario.

 

Martes 22. Entre los diarios propiamente dichos, cuentos y ensayos relacionados con ellos. Textos que a veces funcionan ("Hotel Almagro"), pero que en general hacen que se pierda la sensación de inmediatez de las anotaciones de cada año. El libro funcionaría mejor eliminando las ochenta páginas del prólogo, la conclusión y esos textos relacionados: lo que interesa son los diarios mismos, que construyen el mundillo de ese estudiante aplicado, que a veces pasa hambre, que no deja de meterse en líos sentimentales, que planea su primer libro (La invasión), escribe sus primeros ensayos, es vanidoso y muy consciente de su importancia, se hace cargo de trabajos editoriales, y siempre, siempre, está leyendo y pensando con lucidez en estrategias narrativas: "Hammett narra la acción desde afuera, necesita detallar los actos y los objetos y esa meticulosidad, ese cuidado en la inscripción es lo único que se quiere contar... ¿por qué se narra de esa manera? Porque en ese mundo todo está en peligro, todos se sienten vigilados y la violencia puede estallar en cualquier momento".

 

Miércoles 23. Llevé un diario durante mi primer año universitario en Berkeley. Anotaba lo hechos del día, reacciones a mis lecturas y muchas citas de libros. Duré seis cuadernos, el equivalente a tres meses. Lo que ocurría en mi vida era tan intenso que me impedía sentarme a dar cuenta de ello, reflexionar al respecto. Curiosidad, extrañeza ante un ser que se pasa toda la vida anotando los hechos de su vida, que trama sus días a partir de la escritura de sus días.

 

Jueves 24. Los diarios de Emilio Renzi como un laboratorio de técnicas narrativas -obsesión por el punto de vista, porque la forma diga por sí misma el tema de la historia--, un cuaderno de lecturas --el joven Piglia lee a todos los clásicos y está atento a lo que pasa en Argentina y América Latina (Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez)--, un depósito de tramas para explorar en el futuro. Ansiedad de la influencia de Borges, muy presente en los narradores argentinos de su generación, que lleva a definir su estilo en oposición a este. Sueños, a mediados de los sesenta, con escribir una novela de no ficción sobre un asalto a un camión pagador y la huida de los asaltantes a Montevideo.

 

Viernes 25. Final de este volumen en diciembre de 1967, con una reflexión sobre la prosa autobiográfica -"no podemos vivir si de vez en cuando no nos detenemos a hacer un resumen narrativo y tangencial de nuestra vida"--, cada vez más central, en buena parte gracias a Piglia, que ha influido en su recepción (sus lecturas tempranas de los diarios de Pavese) y en la ampliación de sus registros (quienes escriben diarios no son solo escritores), y la ha practicado con fervorosa obsesión.   

 

(La Tercera, 10 de octubre 2015)

 

 

 

 

 

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10 de octubre de 2015
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