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Religiosos

La propuesta del PSOE para eliminar la asignatura de religión es ingenua. Una medida de izquierdas negaría a la autoridad religiosa el derecho a elegir profesores. De ese modo crecería la oferta de trabajo para desahuciados de la filosofía o las humanidades, porque en la asignatura de religión bien considerada no se hablaría de los viejos mitos religiosos, sino de los mitos presentes.

La asignatura de religión debería enseñar, explicar y criticar la revelación técnica de los últimos 20 años. Confundir la religión con la red educativa y comercial de una Iglesia (que no es sino otra multinacional) es un error típico de esta izquierda que ignora en qué mundo vive. La única religión actual es la de la técnica, acerca de la que no sabemos nada, pero que dirige nuestra vida como el cristianismo dirigió la de los romanos a partir del emperador Constantino.

Las sectas cristianas, la algarabía islámica, las cábalas judías, la modorra budista, las viejas religiones, no tienen la menor influencia moral en España, sólo la presión de sus respectivos aparatos económicos. La verdadera creencia (o la verdadera fe) que dirige moralmente a nuestra sociedad es la de la técnica, casi siempre asociada con una promesa siniestra: el progreso. En ese punto sí hay conductas sonámbulas, intereses dirigidos por la fe, reparto de limosnas (teléfonos, relojes, teles, ordenadores, quincalla técnica), santos y mártires (fundadores o "inventores", hoy megamillonarios), sectas heréticas, condenas a muerte, zelotes, guerras informáticas y así sucesivamente.

Si a los estudiantes se les explicara cómo actúa sobre ellos su religión, esa desconocida, a lo mejor podrían mejorar su soberanía. En la actual ignorancia somos como los cristianos del siglo V, que ni siquiera sabían que eran cristianos. No había alternativa

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27 de octubre de 2015
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Rostros penetrables

Fue uno de los logros de un género que siempre hemos execrado, la traducción española de los títulos de películas extranjeras. Con una rara inspiración poética, nada sintomática, a alguien, en algún lugar, se le ocurrió cuando su estreno en 1962 que ‘One-eyed Jacks', el extravagante pero en absoluto desdeñable western interpretado y dirigido por Marlon Brando, se llamase ‘El rostro impenetrable'; un título que esquivaba el difícil juego de palabras con un naipe y un comportamiento insincero, conteniendo a la vez  -si le seguimos dando crédito de ocurrencia al anónimo retitulador del original-  una mordaz alusión a la manera estudiada, metódica, con la que el gran actor ocultaba sus facciones en una máscara de opacidad, de impermeabilidad.

Me he acordado de esa película, que vi de adolescente y me penetró, leyendo el libro de Manuel Gutiérrez Aragón ‘A los actores' (Anagrama, 2015), en el que se hace una lúcida separación del relato fílmico y el literario no basada en la manera de contar sino en el cociente de los actores, que, escribe el cineasta y novelista, "son un antes, una señal en el tiempo, una prioridad, no una preferencia", añadiendo, páginas después, con característica sorna: "siempre he procurado no perder de vista al actor, por si me engaña con la cámara, esa desaprensiva". Las cámaras de cine, incluso ahora, en su portátil conformación digital, son desaprensivas en la gula; se tragan todo lo que tienen delante, y en ese festín las ‘personas' son los tropezones más substanciosos del paisaje. Ahora bien, un actor no es sólo el intérprete de un personaje. Yo no me acuerdo apenas de la enrevesada trama edípica de ‘El rostro impenetrable', pero cincuenta años después me acuerdo de los tics de Brando debajo de un sombrero mexicano. El actor crea memoria en el espectador, y esos recuerdos se superponen, creando una especie de ‘ur-personaje' o ‘super-marioneta' que unas veces es sólo mecánica -y no por ello decepciona- y otras inteligente, significativa.

He visto en las últimas semanas películas que no eran ni mucho menos obras maestras y complacían enormemente mientras duraba en pantalla la escapada adúltera del actor y la actriz con la cámara, que les amaba tanto que se olvidaba de su legítimo enlace con el director. Films como ‘Cut Bank', de Matt Shakman, en el que un genio como John Malkovich decide que la historia narrada y el modo de narrarla son tan elementales que hay que compensarlos facialmente. Su personaje, improbable, y por ello más apetecible, de sheriff en un remoto villorrio de Montana, "el pueblo más frío de Estados Unidos", conduce la película cuando él aparece en pantalla, mirando lo que sucede a su alrededor con una conmiseración escéptica que completa el sentido del ‘thriller' grotesco. En ‘Mi casa en París' (‘My Old Lady'), de Israel Horovitz, comedia ñoña en la que tres excelentes actores, Maggie Smith, Kevin Kline y Kristin Scott Thomas, se han de desgañitar para dar verdad a una trama de poco recorrido, quien sale más airosa es la ‘vieja dama' inglesa, que recurre a una añagaza en la que los actores de experiencia se sienten a sus anchas: los acentos recreados. La anciana interpretada por Smith es una francesa que habla perfectamente el inglés pero con un  deje, algo similar a otro ‘tour de force' reciente, el de Helen Mirren, británica de pura cepa, deformando su inglés con erres franco-suizas en la comedia culinaria ‘Un viaje de diez metros'.

Los grandes actores, una vez alcanzado el estrellato, quieren no ya sólo acumular premios, sino hacer el ganso, una de las facetas más nobles y más primigenias de su oficio. De ese modo, en una comedia hábil, de éxito en Italia, ‘Latin Lover', aquí traducida, esta vez con poca poesía, como ‘Mi familia italiana', la realizadora Cristina Comencini, semejante a su padre Luigi en la combinación de intencionalidad crítica y trazo grueso, cuenta el vacío estruendoso que deja al morir un actor celebrado y conocido también por su donjuanismo. Los sucesos, que tienen una gracia limitada y una interesante sorpresa final, importan menos que el desmadre a la española que aportan, en un reparto donde también despuntan Valeria Bruni Tedeschi y Virna Lisi (que murió poco después del rodaje), Marisa Paredes, Candela Peña, Lluís Homar y Jordi Mollà, haciendo un sainete gestual y vocal en un italiano macarrónico que vitaliza mucho las escenas en que aparecen. La Paredes en particular se desboca y se deja poner un pelucón intolerable que, lejos de rebajarla entre el elenco de viudas del difunto donjuán, le da una dimensión de gran histriónica dueña de los recursos cómicos incluso cuando los desborda.

En ‘Mr. Holmes', el director Bill Condon, que ya sabía por un trabajo conjunto anterior, ‘Dioses y monstruos', lo que Ian McKellen es capaz de hacer, le deja suelto en una extensión japonesa más bien inverosímil de las andanzas del detective imaginario, y una subtrama familiar con cansina fabulación apiaria. Los incidentes detectivescos apenan importan, cuando el espectador tiene delante dos rostros, dos dicciones y una duplicación somática en un solo intérprete. Pues de eso trata ‘Mr. Holmes' esencialmente, de un actor, McKellen, haciendo de un Sherlock Holmes nonagenario que se levanta dificultosamente de los sillones y olvida las cosas, y de otro hombre que con treinta años menos está en plenitud deductiva y viveza corporal. Esa misma cara y voz a los noventa, McKellen la convierte en un paisaje derrelicto de ojos sin lustre y labios sumidos que pronuncian, en uno de los grandes momentos del film, la palabra "Portsmouth", con un odio a ese lugar costero (donde su ama de llaves quiere irse a trabajar en un hotel) que hace del fonema un castigo bíblico. La palabra, la cara, las extremidades: el romance privado que los actores de cine sostienen con la cámara, distinto al que ejecutan sobre las tablas teatrales. Ante el objetivo copulan sin que nadie ajeno al equipo les vea. Por eso el director puede sentirse celoso y cortar el plano, o montarlo sincopadamente. La pasión clandestina quedará.

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27 de octubre de 2015
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Pizpiretas con piernas

Presentábamos el libro de un amigo; tres mujeres y el editor. A este le correspondió abrir el acto e introducirnos. Y bien que lo hizo: ?Ahora les dejo con estas tres bellas damas?, asintió complacido. Cuando me tocó el turno no pude soportar pasar por alto la galantería del bello caballero y sus cumplidos. El hombre se afanó en enmendarlo: ?Bellas e inteligentes?, añadió, a punto de entrar en territorios peligrosos. Los piropos fuera de contexto suelen ser como la visita de un pasado vitriólico. Abruman como una gaita en un balneario. Ahí está la pervivencia de un machismo que, pese a su descrédito, sigue instalado en los dobladillos de periódicos y transmisiones deportivas. A mí me parece muy bien el arrebato, incluso la exaltación del que ruge ante un cuerpo esbelto, ese mismo que pensadores como Gilles Lipovestky aseguran que no tiene tanto que ver con la dictadura de la imagen ni la presión social, sino que es un signo de emancipación femenina, lejos de los pliegues adiposos de las nodrizas. Hoy, en España, las mujeres copan la actualidad deportiva. Ganan más medallas que ellos. Pero en las noticias siguen alabando sus piernas. “¡Qué guapa es esta mujer!”, dice a ratos un comentarista ahogado en el síndrome Stendhal, y se queda verdaderamente relajado. ¿Se imaginan que adjetivaran a Nadal de la misma forma que lo hacen con Garbiñe Muguruza, que acaba de ganar el Open de China? De Ronaldo se dice que es antipático; de Mireia Belmonte, que tiene unos preciosos ojos. “No quiero saber si tienen novio o no, si juegan maquilladas (?) Pero no paro de leer sobre ello. En serio, maduremos. Les aseguro que el Kun Agüero tiene una sonrisa acojonante, de no presentarle a tu pareja por si acaso, y nunca lo he visto en una crónica del Atleti, del City o de Argentina. “Lógico”, escribía hace unos días en las páginas de El Mundo Iñako Díaz-Guerra. Me pareció un artículo de oído fino. Porque en las mismas secciones donde se han criticado las praxis de federaciones y entrenadores que con un rancio paternalismo vejaban a las campeonas, se suma la crónica ilustrada de un periodismo de carajillo y adjetivos trasnochados. ¿O es que nadie se ha preguntado por qué en las contraportadas de los periódicos deportivos siguen cerrando con una chica medio en pelotas cuando incluso Playboy ha decidido que vestirá a sus conejitas ahora que el género ha caducado? Ante la decadencia de no pocas de nuestras figuras internacionales, al deporte español hoy lo defienden globalmente unas deportistas llamadas Carolina Marín, Mélani Costa, Anna Cruz ?y todas nuestras grandes del baloncesto?, Ruth Beitia o Laia Sanz. En cambio, apenas el 5% de las noticias de informaciones deportivas están protagonizadas por mujeres, tal y como contabiliza una investigación de la Universidad Carlos III de Madrid. Nos dicen: el deporte femenino aún no vende. Ni con unas piernas espectaculares. (La Vanguardia)

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26 de octubre de 2015
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El mandato electoral del 27S

Puede parecer un ejercicio ocioso ante la escandalera del 3% y el creciente pesimismo instalado en las filas de Junts pel Sí acerca de la investidura de Artur Mas, pero no hay que dar por cerrada todavía la discusión sobre el mandato electoral surgido de las elecciones del 27S. Sobre todo porque no hay nada que permita aceptar, como a veces pretenden los más entusiastas y querrán reflejar incluso en una declaración del Parlamento, que de las últimas elecciones autonómicas haya surgido algo parecido a un mandato para proclamar la independencia.

Sin más del 50% de los votos a favor, por brillantes que sean los malabarismos, nadie puede entender dentro y fuera de España que JxSí tenga la obligación y el derecho contraídos en las urnas de aplicar su programa de independencia exprés en 18 meses y mucho menos de hacer una declaración unilateral tal como le piden los más aguerridos. La cruda realidad legal y constitucional, la única que se entiende en el escenario internacional, tratándose como es el caso de una democracia europea y un Estado de derecho, es que de momento no hay camino para conseguir así la independencia tal como propugnan JxSí y la CUP en su programa.

La mayoría exigible para que el parlamento catalán actuara soberana y legalmente en tal dirección es la de los dos tercios necesarios para reformar la ley electoral y el Estatuto. Las resoluciones que aprobara una mayoría tan cualificada, aunque desbordaran la Constitución, difícilmente podrían ser desatendidas en el Parlamento español y en la Unión Europea, que se verían obligados, el primero a negociar, y la segunda a reconocer la decisión y a presionar a Madrid para la negociación.

Con lo que hay ahora, ese 39'6% de votos y 62 diputados, sumados al difícil y quizás imposible complemento del 8'2% de votos y los 10 diputados de las CUP, JxSí no tiene un mandato claro e indiscutible para su plan, ni siquiera en el caso de que consiguiera los dos diputados que le faltan para la investidura de Mas o de otro de sus candidatos. Esa es una mayoría para gobernar la autonomía, no para romper con el Estado autonómico. El único mandato que se deduce de las urnas es el de negociar sobre el futuro de Cataluña y hacerlo desde su legítima y por primera vez explícita posición independentista.

Un mandato de negociación de la independencia no es lo mismo que un mandato para hacer la independencia y ni siquiera para hacer un referéndum de independencia. Mas se encuentra ahora, si consigue la investidura, en la misma posición que Salmond en 2011 tras vencer en las urnas y antes de que Cameron aceptara su propuesta de referéndum: no era obvio que el premier británico lo acordara; y ni siquiera era la independencia la única opción que el premier escocés quería someter a votación, pues estaba dispuesto a propugnar una tercera vía, a la que llamaba devolution max, que quería incluir en el referéndum. Obtuvo menos votos que Mas, pero el Scottish National Party tenía en cambio la mayoría absoluta para formar Gobierno, cosa que no tiene JxSí.

A la vista de los resultados y de la división del voto en dos mitades, si Mas tiene un mandato es para negociar una consulta en la que se incluya la eventualidad de la independencia. No lo tiene para el camino de los hechos consumados ni para la desconexión con la legalidad constitucional que culmine con un referéndum de ratificación. No lo puede hacer porque está fuera de la ley, pero también porque no tiene suficiente fuerza electoral.

Sí la tiene en cambio para abrirse a quienes consideran imprescindible consultar a los catalanes sobre su futuro en razón del viejo y sensato argumento de que es la única forma de revertir los efectos de la sentencia del Constitucional de 2010. Es decir, para regresar al derecho a decidir. Pero también a otras cosas: a la multilateralidad, al diálogo sin condiciones, al reconocimiento de la pluralidad catalana. Y a la sensatez y al realismo: el independentismo ha llegado muy lejos en su acumulación de fuerzas, pero si no consolida pronto sus posiciones para negociar se arriesga a perderlo todo.

Parecerá poco creíble a estas alturas, pero lo propio y sensato es que unos y otros accedan a sentarse a negociar sin restricciones y con todas las posibilidades abiertas: los unos, para discutir una reforma constitucional cuya aprobación por los catalanes se considere el ejercicio del derecho a decidir tan reivindicado; y los otros, para escuchar la propuesta de un referéndum de independencia. Si todos se muestran abiertos a todo, es fácil que al final se consiga la salida que a todos convenga.

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26 de octubre de 2015
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¿Lobos solitarios o tercera Intifada?

La Intifada empieza como una rebelión espontánea, pero no adquiere carta de naturaleza hasta el momento en que alguien se hace cargo de su conducción. No es fácil definir lo que es una Intifada, palabra árabe que significa rebelión o levantamiento, sobre todo en una región tan disputada como es la que hay entre el río Jordán y el Mediterráneo, donde los enfrentamientos violentos y las guerras entre árabes e israelíes son la norma desde 1936, y los periodos de paz, una auténtica excepción.

Las Intifadas, como la primera revuelta árabe de 1936 a 1939, se dirigen contra la ocupación. En aquel primer levantamiento, los árabes tenían dos enemigos, la potencia colonial británica y los emigrantes judíos cuya llegada e instalación querían evitar. La ocupación que han combatido las Intifadas que hemos conocido desde 1987 es la israelí de los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania, incluyendo Jerusalén Oriental, conquistados por Israel en 1967 tras la llamada Guerra de los Seis Días.

La tercera Intifada viene anunciándose desde hace tiempo. Cada vez que las cosas andan mal, y casi siempre andan mal, aparece el temor a un levantamiento más violento que el anterior. Es una profecía apocalíptica y una amenaza disuasiva. En la primera, las armas palestinas eran piedras y palos, y la respuesta israelí, piernas y brazos rotos. En la segunda, los palestinos pusieron coches bomba y comandos suicidas, y los israelíes respondieron con aviones, tanques y misiles que arrasaron las instalaciones de la Autoridad Palestina y sus infraestructuras, y luego construyeron un muro de separación. En la tercera, si eso es la tercera, hay jóvenes palestinos que atacan al primer israelí que encuentran con lo que tienen a mano, con cuchillos o atropellándoles con sus automóviles, y los israelíes responden a tiros.

Las Intifadas dejan unos balances escalofriantes de muertos y heridos, en proporción siempre desigual, y llena las cárceles de jóvenes palestinos; y esta, aunque no sea exactamente una Intifada, no será una excepción. Aunque no esté claro que esa oleada de acuchillamientos sea realmente una revuelta organizada, es evidente la conexión o al menos el mimetismo entre tantos comportamientos idénticos por parte de palestinos de los territorios ocupados, pero también de árabes de nacionalidad israelí.

La explicación del Gobierno de Benjamín Netanyahu a tanta violencia es la incitación al odio y al antisemitismo por parte de las organizaciones palestinas, su sistema educativo e incluso los máximos responsables de la Autoridad Palestina. La explicación palestina, por su parte, es que se trata de una reacción incontrolada ante el fracaso del proceso de paz, la ocupación y las constantes humillaciones que sufre la población palestina en los territorios ocupados.

Ambas explicaciones tienen sus fundamentos. La denuncia de la ocupación muy fácilmente acude a argumentos antisemitas y antijudíos, especialmente utilizados por el islamismo más radical y violento. Sobre las condiciones de la ocupación y sus efectos sobre la población palestina no hay testimonios más fiables que los que proporcionan entidades israelíes como Peace Now, B?Tselem o Breaking the Silence. Esta última asociación, formada por exsoldados israelíes, recoge los testimonios de jóvenes israelíes que han participado en la represión de los palestinos en los territorios. Los exsoldados aseguran que se les encomiendan misiones destinadas a desposeer y anexionar territorios mediante el miedo y la intimidación de la población palestina, tareas para las que las fuerzas de seguridad cuentan con la colaboración de los colonos israelíes, a los que no tratan como ciudadanos comunes sujetos a la misma ley, sino como socios en la ocupación (El libro negro de la ocupación. Testimonios de soldados israelíes en los territorios ocupados; El Viejo Topo).

La actual Intifada de los cuchillos empezó según los palestinos como reacción al ataque con bombas incendiarias, a finales de julio, de una familia palestina en su casa cerca de Nablús, en la que un niño de año y medio murió quemado vivo y sus padres perecieron de las quemaduras al cabo de unas semanas, sin que se sepa nada a estas alturas sobre sus autores. Según el Gobierno israelí, en cambio, la Intifada de los cuchillos empezó al día siguiente de la intervención de Mahmud Abbas en Naciones Unidas, el 30 de septiembre, cuando anunció que los palestinos ya no se sentían obligados por los Acuerdos de Oslo de 1993, en los que se cambiaba paz por territorios, debido a la ocupación constante de tierras por parte de los colonos israelíes.

El espíritu de la época se expresa también en las Intifadas, y en ellas se fraguan las siguientes generaciones de la resistencia palestina. La primera tuvo su espejo en la americana CNN, que había lanzado su cadena internacional apenas tres años antes. En la segunda, iniciada en septiembre de 2000, fue la cadena global catarí Al Jazeera la que difundió las imágenes más impactantes. La actual revuelta, en sintonía con la primavera árabe, tiene en las redes sociales y los teléfonos móviles el principal instrumento comunicativo y de difusión de las imágenes de los ataques.

La primera Intifada terminó desembocando en los Acuerdos de Oslo y condujo a la instalación de la Autoridad Palestina en Gaza y Cisjordania. La segunda situó a la resistencia palestina en el Eje del Mal dentro de la Guerra Global contra el Terror de Bush, dividió a los palestinos, arruinó su autonomía y terminó finalmente con Arafat. Ahora, la figura del terrorista individual o lobo solitario escapa a la idea de resistencia política más o menos pacífica alentada por Al Fatah y también a la resistencia armada de Hamás y se acerca, en cambio, al nihilismo de la mística yihadista, antioccidental y antisemita del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés).

Varios vídeos difundidos por distintas ramas del ISIS presentan a los terroristas palestinos como "muyahidines de la Casa Sagrada", es decir, guerrilleros de Jerusalén, y descalifican a Al Fatah como agente del cristianismo y del sionismo y a Hamás como brazo palestino del desviacionismo chií y alauí. No sabemos hacia dónde conduce la actual oleada de violencia, ni quién puede sacar provecho de ella, pero nada sería peor que poner el conflicto entre israelíes y palestinos al alcance del califato del Estado Islámico.

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25 de octubre de 2015
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Lee Miller, al otro lado de la cámara

Man Ray, Avedon, Horst, Capa? son nombres incontestables, reconocibles por el oído universal: la fotografía en mayúsculas. Pero, ¿qué ocurrió con Lee Miller? ¿Por qué a pesar de sus logros y su vida excepcional, que la llevaron de la portada de Vogue a la primera explosión de napalm en el asalto de Saint-Malo, su nombre apenas es retenido por unos pocos? La memoria de las mujeres en la historia es esquiva y frágil. Pocos admiten que su obra ha podido estar influenciada por Lee Miller, quien pasó de forma inaudita de la vanguardia artística a corresponsal de guerra, demostrando cómo ambas rozan los extremos: lo sublime y lo abisal. Sus fotos alcanzaron la perfección, capturaron la emoción necesaria para explicar la realidad. Como la del suicidio de militantes nazis en el Ayuntamiento de Leipzig, desvanecidos en el sofá. Y aún y así pocas formaron parte de exposiciones. Lee Miller era una niña rubia y preciosa que a los ocho años fue violada por un amigo de la familia mientras la cuidaba. Se rompió. Su familia hizo terapia con la fotografía: posaba desnuda para su padre, Theodor, el único hombre en que confiaba. Miraba trenes durante horas. De adolescente se enamoró de París y de su profesor de teatro, un viejo. La familia la subió a un trasatlántico, camino de la vieja Europa. Y a partir de entonces se inicia una carrera intensa que se extiende desde la escuela de Man Ray ?de quien fue asistente, modelo y amante? hasta los talleres de Picasso, con quien también se acostó. Pasaba de la fascinación artística a las depresiones y pensamientos suicidas. Pero como le contestó a un corresponsal del New York World Telegram al descender del barco que la devolvía de Europa, très parisienne: ?Preferiría hacer fotos a que me las sacaran?. Abrió su propio estudio en la Gran Manzana. Se hizo célebre. En París fue la fotógrafa preferida avant-garde y en Nueva York de la alta sociedad. Se ganaba muy bien la vida. Pero, enamorada, se fue a vivir a Egipto y abandonó su carrera. Regresó al estallar la II Guerra Mundial, acompañando a los soldados norteamericanos, documentando la liberación de París y el horror de los campos de concentración de Dachau y Buchenwald. Dos matrimonios fallidos, y un estrés postraumático de guerra. Se retiró a los 46 años. Venció al alcohol y vivió en una granja inglesa hasta que la mató un cáncer. Este mes, en el Museo Imperial de la Guerra de Londres se expone Lee Miller: a woman?s war, que recoge su obra como reportera de guerra. Dicen sus biógrafos que su belleza entró en conflicto con sus logros, ?como si existiera una cerrazón mental a aceptar que una mujer arrebatadora sea una fotógrafa de primera?. Al peso existencial de la fractura de su intimidad, siendo muy niña, se sumó la tragedia de la belleza. Su vida fue un desafío artístico cargado de mensajes, como haberse retratado en la bañera de Hitler en una personal venganza con el nazismo. Allí está desnuda, aseándose en el lujoso cuarto de baño del apartamento muniqués del Führer ?refugiado en el búnker del Reichstag?, que la observa frotarse la espalda desde un retrato colocado entre jaboneras y guantes de crin. De qué manera esta foto refleja la victoria de los aliados, impregnada de satisfacción y triunfo. Su sutileza es tan narrativa como técnica. Aquella americana chic y malhablada que sorprendía con sus tacos a los rudos soldados, aquella mujer bella que nunca borró el peso en sus ojos, aquel talento que se secó al regresar de las trincheras, consiguió el blanco y negro más radiante y silencioso de la historia. La última maldita / Lucia Berlin Lo que hace una buena crónica con la foto de una mujer maquillada y el título de su obra póstuma, once años después de su muerte: Manual para mujeres de la limpieza. Cuánta curiosidad por este libro que, contaba Sergio Vila Sanjuán, ha sido la sensación literaria en Frankfurt. Lucia Berlin, americana educada en Chile, tres maridos, alcohólica, con trabajos azarosos, se presenta como una Dorothy Parker oscura. Esa pareja explosiva: literatura y desvarío. Lo que te nace / Blanca Suárez

Dice la actriz Blanca Suárez: ?La moda está para arriesgar por cómo te sientas ese día y ponerte lo que te nace. Una buena manera de entender la libertad vestida con una camiseta Adidas, una falda tubo de lamé y un recogido Juego de tronos, tal y como se mostró (y espantó) en El Hormiguero. Pero cuando la vida fluye, se copa la pequeña y gran pantalla ?Carlos, Rey Emperador y Mi gran noche? y se cumplen 27 años, bendita seguridad la de salir en televisión juvenilmente disfrazada. No fallaste / Julio Iglesias 50 años cantando, 300 millones de discos vendidos y un estilo personalísimo que ahora la generación milenial recupera con su coletilla: ??Y lo sabes?. Durante una época fue sinónimo de hilo musical, relegado al couché; ahora su célebre exmujer pasea su nuevo amor y él ha estado fastidiado de la espalda. Pero los años juegan a su favor. Un videoclip con playback de famosos, Rafa Nadal, Cristiano… Homenajea sus ojos fruncidamente cerrados. Y es que nadie como él ha dicho mejor ?¡Hey!?.

(La Vanguardia)

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24 de octubre de 2015
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