Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

Murió Pierre Albret

 

El pasado octubre moría en Pau (Francia), a los 96 años, el lingüista y erudito Pierre Albret, hombre bueno, apasionado por la cultura española. Autodidacta, jubilado en edad temprana por un terrible accidente en la serrería de Arudy que le costaría una pierna, consiguió que la soledad de las bibliotecas obrara como punto de inflexión, como giro vital que calma la desesperanza y abre las puertas al sosiego y al conocimiento. Su viuda, Josette Ivrognaz (de soltera), tuvo la gentileza de regalarme varios cuadernos en los que Pierre deja constancia de sus agudas observaciones sobre numerosos escenarios que concitan su atención. De uno de los cuadernos, anotado en un viaje a Zaragoza, extraigo las siguientes reflexiones que, lógicamente, pierden encanto al ser traducidas. Dice Pierre Albret que al cruzar la frontera de Somport quedó maravillado ante el cartel que un camión cargado de escombros llevaba en la parte posterior de la caja volquete: EXCAVACIONES y DERRIBOS. LADY COCINAS. Para el sabio francés sólo un país de elevada fantasía y elegante dominio del lenguaje puede conjugar acciones tan dispares como la destrucción y el arte culinaria y, además, a esta última, adornarla con el delicado apelativo LADY. Instalado en un hotel de Jaca, es testigo directo del ejercicio de esa alambicada práctica aragonesa que es la ultracorrección. Escribe Pierre: “conscientes, las clases más culturalizadas, del repudio a los esdrújulos que se atribuye secularmente a los aragoneses, optan por acentuar de ese modo cualquier vocablo de aspecto señorial o de conceptualidad poco definida”. De hecho, frente al hotel, una tienda de artículos de menaje anuncia, en un gran rótulo, la venta de MÁMPARAS y, en amena conversación con algunos huéspedes y empleados del hotel, tiene ocasión de oír GRÁNITO, HIPÓTECA, PEPSÍCOLA, MALÁBARES y BÉCADAS, palabras pronunciadas con la deleitosa satisfacción que produce saberse escuchado. Pierre Albret no es partidario de las carreteras que circunvalan poblaciones y ello le permite disfrutar de la lectura, al día siguiente, al atravesar la localidad de Sabiñánigo, de una memorable inscripción zoológicamente descontextualizadora plasmada en la pared maestra de una nave industrial: MANDRILES DEL PIRINEO. Luego, se detiene, pasado el puerto de Monrepós, en un espacioso restaurante de carretera llamado FETRA en el que “los comensales”, dice nuestro amigo francés, “no parecen ser conscientes, mientras devoran suculentas tapas e ingieren espumosa cerveza, de las resonancias lácteas, embrionarias y coloquiales del nombre del establecimiento”. Y ya el paroxismo lo alcanza entrando en Zaragoza, a la altura del polígono industrial de Villanueva de Gállego, al ver una camioneta de reparto con matrícula de Gerona que luce, a ambos lados de la caja, la denominación de la firma propietaria del vehículo: FELATIO; eso sí, debajo, se explicita y amplifica el acrónimo: Felipe Lastra y sobrino. “España”, enfatiza Albret en la última página y sin un ápice de sarcasmo, “vive feliz dando la espalda a las más conspicuas señales, a los más evidentes significados”.     

  

Leer más
profile avatar
7 de diciembre de 2015
Blogs de autor

Gin-tonics a dos euros

Se extiende con rabia una bronca progre que confunde el sarcasmo con la patada en los huevos, y que es capaz de chapotear en el respeto más básico salpicando al otro de barro. Qué lamentable resultó la actuación del pedagógico y recto Monedero ?ese analista tan bien pagado que tuvo que saltar del tren de Podemos en marcha arrastrando su mochila y su fular hindú? al insinuar en un debate que Albert Rivera es un cocainómano. Él, tan de hablar como un colega, actuaba con la saña de quien levanta suspicacias del guapo, a fin de penalizar el talento con dimes y diretes. ?No vamos a hacer un tiro largo?, exclamó, igual que un humorista de El Club de la Comedia, pasándose el índice bajo la nariz y esnifando sus propios mocos. ¿Qué numeritos son estos, y de qué forma descerrajan la risa en una democracia adulta, abandonando el necesario fair play que debería dominar el nuevo escenario político? Porque España ha desplumado a su clase media, ha tendido una alfombra roja a la corrupción, pasea avergonzada su déficit económico y social, y bracea por mantener sus porciones de quesos territoriales. Llevamos un mes de precampaña, y ahora que ya han pegado los carteles se reclama un debate de altura, dejando atrás pantomimas y cojines entre las piernas ?como hizo Pedro Sánchez con Bertín Osborne, esa nueva Oprah de la televisión pública?. El otro día se encontraron en el Congreso de los Diputados Celia Villalobos, vicepresidenta primera de la Cámara, y el candidato Pablo Iglesias. En un rifirrafe tenso y a micrófono abierto, la gata vieja fulminó el intento de sarcasmo del joven líder, que arremetía contra ella casi rozándole la barbilla para acusarla de pertenecer a un partido corrupto. Villalobos le dio una anticipada y condescendiente bienvenida, deseando poder tomar ?muchos cafés? con Iglesias en el bar del hemiciclo para discutir cuando se estrene como diputado. ?¿Con esos gin-tonics a dos euros? Igual prefiero tomármelo fuera?, contraatacó el candidato. ?Aquí no tomamos gin-tonic, tomamos café?, zanjó la política del PP. Hoy vivimos dosis bajas de sarcasmo fino, bien alejado de aquello que Wilde describía como ?la forma más baja de humor pero la más alta expresión de ingenio?. Así lo escenificaba Marc Twain: ?No me gustan los elogios, siempre se quedan cortos? (dejando en evidencia a los serviles y aduladores). Si bien los gurús de la inteligencia emocional recomiendan eliminarlo de la oficina o de la vida en pareja, y abundan aquellos a quienes se les pasan las ironías por alto ?por la patosidad del emisor o por la suya propia?, muchos son quienes lo defienden como un ejercicio creativo. Porque para manejar bien el sarcasmo, el cinismo y la ironía, hay que saber exponer contradicciones y combatirlas con humor y brillantez, no a base de estos chascarrillos que, desafortunadamente, se han convertido en tendencia. (La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
7 de diciembre de 2015
Blogs de autor

Resuelto el misterio de Jack el Destripador, escritor de cuentos para niños

Las grandes obras pueden originarse una tarde ociosa y banal, llena de sublimaciones como todas las tardes ociosas y banales.

Dos sacerdotes anglicanos pasean en barca con tres niñas. Es verano, arde el Támesis. Uno de los sacerdotes, Lewis Carroll, empieza a improvisar un cuento que gusta mucho a las niñas. Una de ellas le pide que lo escriba.

Lewis Carroll obedece y escribe Alicia en el País de las Maravilllas.

 

Un cuento surgido de forma tan circunstancial es ahora una obra capital de la literatura moderna. Se adelantó a tantas fórmulas que es imposible no verlo como el cofre de las anticipaciones.

Se adelantó al teatro del absurdo, al surrealismo, a la literatura fantástica en sentido moderno, y a la literatura inspirada en las matemáticas y la ciencia. A todo lo ya dicho hay que añadir desde hace años la sospecha de que Lewis Carroll fue Jack el destripador.

 

La década pasada, hallándome en China, me encontré con la escritora Esther Tusquets, que estaba por allí adquiriendo auténticos tesoros orientales. Primero la vi en Pekín, en el vestíbulo de un hotel de lujo, y más tarde en la Gran Muralla junto a varias personas que parecían sus lacayos. Fue allí donde me confesó que había tenido que vender un ejemplar de la primera edición de Alicia en el País de las Maravillas. Parecía lamentar profundamente aquella pérdida. Era desprenderse de un fetiche supremo: más que vender un ejemplar de la primera edición de Robinson Crusoe, y estamos hablando de otro mito. Mucho más. Creo recordar que la escritora me dijo que el libro había caído en las manos de una oscura persona que vivía en Londres. Comentó que el ejemplar acabaría en algún museo, aquel ejemplar que ella había tenido tanto tiempo en su casa; y recuerdo que al oírla me invadió un cierto estupor. Era como si para mí Alicia fuese una entidad mitológica que gravitase fuera de los límites de los libros, y que por lo tanto no era creíble que existiese una presunta primera edición de Alicia en el país de las Maravillas, y si existía, todo indicaba que su materialización se remontaba a la noche de los tiempos.

Es sabido que las ediciones que se pierden en la noche de los tiempos tienen un valor incalculable. Preferí no preguntarle a Esther Tusquets por cuánto había vendido el libro y nos quedamos en silencio. Estábamos en la Gran Muralla, y allí las palabras resuenan mucho, amplificadas por los ecos, para luego expandirse en el infinito de las negras montañas y las negras estepas. Es un lugar de locos, y ahora, siempre que pienso en Lewis Carroll, absolutamente siempre, me acuerdo de aquel ejemplar de la primera edición de Alicia, que Esther Tusquets tuvo que vender a un enigmático coleccionista londinense, y esa imagen se mezcla con la Gran Muralla y sus geometrías imposibles, como si perteneciesen a la misma historia y estuviesen en el mismo campo semántico.

Vuelvo a aquella tarde otoñal en China: ya nos íbamos de la Gran Muralla y descendíamos por una cuesta al fondo de la cual se veía un pueblo y un río que se iba derramando en cascadas sucesivas. Estábamos cansados y nos montamos en una especie de balancín arrastrado por un chino de músculos compactos y aspecto fiero.

 

(Confieso que al advertir que la bestia de tiro iba a ser una persona quisimos desistir, pero entonces el chino se puso furioso y se sintió humillado y aniquilado. Así que tuvimos que consentir que nos arrastrara hasta el pueblo a la velocidad del rayo. Iba tan deprisa que no podíamos ver el paisaje por el que nos íbamos desplazando. Lo percibíamos todo borroso, como si nos deslizásemos a una velocidad superior a la que necesita la vista para retener algo).

En el pueblo, estuvimos bebiendo cerveza china en la terraza de un bar junto al río. Allí Esther Tusquets me dijo:

-Verás, el hombre al que le vendí el ejemplar de Alicia ha dedicado su vida a coleccionar objetos de Lewis Carroll. Los apiña en una bodega de su casa. Un día se los robarán todos y acabará loco como el primo Pons de la novela de Balzac. El comprador en cuestión se llama David Dodgson, y asegura ser familiar lejano de Carrol. Devid Dodgson defiende la misma tesis que Richard Wallace en su libro Jack the Ripper, a saber: que Lewis Carroll fue Jack el Destripador. De modo que según su apreciación, yo le vendí en realidad un ejemplar de la primera edición del cuento más famoso de Jack el Destripador, lejano y divinizado pariente suyo. ¿Qué te parece?

Conocía la tesis del señor Wallace, y le dije que me parecía una locura. En realidad todo parecía una locura aquella tarde en la muralla china, porque allí todo se agrandaba.

-Extraño el destino de Carroll -comenté-. Para algunos ha pasado de ser un sacerdote perverso a ser un asesino legendario.

 

Esther Tusquets asintió. Para ella estaba claro que la figura de Lewis Carroll podía encajar con cualquier fantasía de la humanidad, y que se iba agrandando con el tiempo. Ahora le estaban añadiendo a su curriculum todo el poder del mal, y eso podía convertirlo en un escritor gigantesco.

Leer más
profile avatar
7 de diciembre de 2015
Blogs de autor

Políticas de la tierra

¿Somos capaces de gobernar nuestro mundo? Se atribuye al fundador de uno de los Estados más rígidos y autoritarios de la historia como fue la extinta Unión Soviética la idea de que, una vez conquistado el poder, cualquier cocinera un poco sensata podía hacerse cargo de la tarea de Gobierno. Hace un siglo ya de tal manifestación de optimismo leninista, facilitada por los manuales de doctrina marxista y los márgenes infinitos de acción arbitraria que proporcionan las dictaduras a quienes las ejercen. Gobernar hoy es muy difícil, en cualquiera de los niveles, desde una gran ciudad hasta un país y no hablemos ya de las grandes organizaciones como la Unión Europea. No sirven recetas ni doctrinas como las que imaginaban los revolucionarios de hace un siglo ni hay tampoco, afortunadamente, facilidades para sus drásticos y sanguinarios métodos. Pero, sobre todo, no hay materia de gobierno, sea local o nacional, que no se enfrente a una compleja dimensión global y exija concertar internacionalmente las actuaciones más allá de los límites administrativos y fronteras. Al terminar la Guerra Fría la humanidad atisbó el breve espejismo de un nuevo orden internacional regido por Naciones Unidas, que gradualmente iría extendiéndose a todo el planeta. El mundo iba a ser gobernado; e iba a serlo por la construcción de instituciones internacionales al estilo de la pionera Unión Europea. De ahí surgieron iniciativas como la Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en 1992, donde se firmó la Convención Marco sobre el Cambio Climático, un primer tratado internacional con el objetivo de limitar la emisión de gases a la atmósfera, aunque todavía sin cuantificación de objetivos ni mecanismos de control y sanción. El incremento de la temperatura de la tierra como producto de la industrialización es solo una dimensión de los profundos y acelerados cambios que está produciendo la acción humana, hasta dibujar un planeta catastrófico en un futuro que ya se nos ha echado encima. En los primeros compases de esta conciencia ecológica eran muchas las voces escépticas que rechazaban la idea de que fueran los humanos los responsables del calentamiento global. O que discutían la legitimidad y la eficacia de las actuaciones sobre el clima desde gobiernos e instituciones internacionales y preferían dejar que el mercado actuara sin cortapisas. Casi todas estas ideas han quedado obsoletas y ya nadie discute la necesidad de cambiar el viejo modelo basado en el carbón y los combustibles fósiles por energías alternativas. Pero las resistencias de los grupos de presión mineros y petrolíferos siguen siendo potentes, sobre todo en la primera economía mundial que es Estados Unidos, donde hay que dar por descontado que el Senado, donde se sientan los representantes directos de los Estados, jamás ratificará tratados internacionales que cuantifiquen objetivos y establezcan mecanismos de control vinculantes. Exactamente lo contrario es lo que ha sucedido en Europa, especialmente ejercitada para la cooperación y la construcción de instituciones multilaterales. La Conferencia de las Partes (COP), que ahora se reúne en París, en la que se reúnen los firmantes de la Convención del Cambio Climático, tuvo su primero encuentro en Berlín en 1995 bajo la presidencia de una jovencísima ministra de Medio Ambiente llamada Angela Merkel, y de ahí salió el impulso para el Protocolo de Kioto, tratado internacional de 1997 en el que se establecían por primera vez reducciones de emisiones cuantificadas y comprometidas. Diez años después, las emisiones habían aumentado un 24% y, aún así, quienes más y mejor cumplieron fueron los europeos. Aquel fue un tratado que afectaba solo a los países industrializados, aunque algunos no lo ratificaron, como EE UU, y otros, como China, ahora el mayor contaminador, no estaba concernida. Cuando en 2009 se quiso firmar en Copenhague un nuevo tratado que sustituyera al de Kioto, los europeos quedaron marginados por los países emergentes y sobre todo por EE UU y China, el G2, las dos superpotencias con vocación de controlar el siglo XXI y actualmente las más contaminadoras del planeta, que limitaron los resultados a una declaración de intenciones. Ya nadie se acuerda de que Angela Merkel era reconocida entonces, gracias a sus esfuerzos desde la presidencia del G8 para asegurar el éxito de Copenhague, como la canciller del clima, su primer y efímero título antes de destacar primero como canciller del rigor y ahora canciller del asilo. Con la Cumbre de París, que se reúne hasta el 11 de diciembre, han cambiado las reglas. No habrá un tratado vinculante y los objetivos serán meras propuestas voluntarias que se sumarán y analizarán conjuntamente, aunque todavía no están claros los sistemas y períodos de revisión. Como en anteriores cumbres, se han incorporado muchas instituciones y especialmente las grandes ciudades, pero al final solo cuentan los Estados reconocidos, las Partes del Convenio, y ninguno de ellos está dispuesto a ceder soberanía a los otros o a entidades supranacionales. A diferencia de las otras conferencias, los países llegan con sus propuestas cerradas previamente, con la dudosa pretensión de alcanzar conjuntamente la reducción a dos grados del aumento de las temperaturas del planeta al final de siglo en relación a la era preindustrial. China y Estados Unidos, los dos mayores contaminadores, llegan con los deberes hechos: en septiembre acordaron sus respectivos recortes de emisiones en un acuerdo bilateral. La otra parte de su éxito radica en la financiación para evitar las injusticias climáticas en una negociación que, al final, termina siendo una especie de lucha de clases, ricos contra pobres, para repartirse los derechos para seguir contaminando, los estímulos para no hacerlo o la factura de los desperfectos. Como ensayo de gobierno mundial, esta COP21 es una rareza. Tenemos un mundo multipolar sin gobernanza multilateral. Será un milagro si hay resultados satisfactorios y a largo plazo, más allá de la actual propaganda y del escaparate diplomático y político. La conferencia de París es, en todo caso, un excelente espejo del paisaje geopolítico mundial, en el que se registra el peso de cada uno de los países, esas partes soberanas que se reúnen anualmente con el propósito al menos nominal de salvar la vida en la tierra.

Leer más
profile avatar
7 de diciembre de 2015
Blogs de autor

Maruja Mallo, vanguardia pura

Qué delicia pasear por los jardines de la Residencia de Estudiantes, entrar en su biblioteca o atisbar las habitaciones con los muebles estilo Bauhaus diseñados ex profeso. Sigue conservando su atmósfera sagrada y exquisita, la que actuó de bisagra con Europa, internacionalizó el talento y permitió que el arte, la literatura o el pensamiento gozaran de libertad y pálpito. Esta semana, en sus estancias, se ha inaugurado la exposición Mujeres en vanguardia. La Residencia de señoritas en su centenario. Porque ya ha transcurrido un siglo desde que María de Maeztu dirigió el primer centro oficial creado en España para fomentar la educación superior de la mujer. La muestra recoge los testimonios de mujeres excepcionales, valientes, ingeniosas, libres: desde Zenobia Camprubí a Victoria Kent, Josefina Carabias, María Goyri o María Zambrano. Ahora que, gracias a la cesión de obra y archivos por parte familiares y coleccionistas, se pueden exhibir piezas que no se veían en público desde hace cuarenta años, destaca entre todas el talento de una mujer dominada por el mito romántico del arte, una fuera de serie: Maruja Mallo. De ella se decía que ?no pintaba como si fuera mujer? , y Antonio Espina la presentó en La Gaceta Literaria como ?una nueva pintor?. Gracias al apoyo de Ortega y Gasset, Mallo pudo exponer en los salones de la Revista de Occidente. La crítica la bendijo exaltando su genialidad: ?Primero tiene talento y después pinta?. Volvemos a lo de siempre, ¿por qué el eco de Maruja Mallo es un susurro en la historia a pesar de su talento arrollador, iconoclasta y visionario, que le valió el reconocimiento y la amistad de los grandes, Gómez de la Serna, Buñuel y Dalí, André Breton o, años después, Andy Warhol? Surrealista de la primera hora, provocadora y disparatada, de joven festejó con Alberti ?con quien tuvo una relación sentimental intermitente?, y su imaginación, gracia y sensualidad fueron bendecidas por García Lorca. Y, en cambio, está muy lejos de figurar en la orla de los grandes nombres del arte contemporáneo, siendo con todos los honores y derechos el suyo uno de ellos. Maruja Mallo fue profesora en la Residencia de señoritas, al tiempo que avanzaba en su arte arriesgado, fuera con su Antro con fósiles, su serie Verbenas o sus retratos contundentes que bebían de las vanguardias y anticipaban el pop. Gracias a un padre culto y afrancesado salió del pueblo de Lugo y de una familia numerosa donde nunca se sintió postergada por ser mujer y fue a estudiar a la Academia de San Fernando, y después ?con una beca? a París. Los gemelos Loeb, marchands de Chagall, Dufy, Arp, Kandinsky o Balthus, le organizaron una exposición. Y el mismísimo André Breton le compró un cuadro: Espantapájaros. Cuando el gran marchante Paul Rosenberg quiso que firmara un contrato con él, ella decidió regresar a Madrid, con la esperanza de que prosperara la República. Pero la traición cainita la acabó abortando. Muchos aseguran que si Mallo se hubiera quedado en las terrazas de los cafés de Montmartre hoy sería una artista universal. Nunca se casó, a pesar de sus amoríos; se sentía libre desde la raíz del pelo hasta la punta de los pies. Cuando recorría Madrid con su amiga Concha Mendez, igual que dos flâneuses, pegaban la cara a los cristales de las tabernas como manera de protestar porque las mujeres no podían entrar en ellas. Con la Guerra Civil se exilió a Buenos Aires. Regresaría a Madrid en 1965, casi de puntillas. La fueron recuperando a sorbos hasta su muerte, a los 93 años. La suya fue una rebelión plácida y excepcional. Rafael Nadal / En boxers No lo puedo evitar: cuando avisté las primeras fotos de hombres musculados jugando al tenis con la única protección textil de un calzoncillo, sentí el mismo aflautado bochorno que me embarga al observar las minifaldas de las llamadas recogepelotas. Dice Nadal que verse en una valla a medio vestir le hace sentir extraño. Pero ya lo hizo con Armani porque deporte, cuerpo y moda forman un trío voraz. Asegura, no obstante, que le costó poco quitarse la ropa, al lado de su gran amigo estrellado: Tommy Hilfiger. Lección de maestro / Pere Portabella

Es un cineasta exquisito y de culto ?aquí, y en Francia o Estados Unidos?, pero su influencia no acaba ahí: tiene un larguísimo currículum político que, de la militancia antifranquista a la dirección de la Fundación Alternativas, abarca más de seis décadas. Ahora esos dos mundos, cine y política, vuelven a unirse en la recién presentada (en el Reina Sofía) Informe general II. El nuevo rapto de Europa, una cinta lúcida y combativa que trascenderá más allá de museos y filmotecas. Solo con tacones / Gigi Hadid y compañía El desnudo vale para todo: para protestar contra las pieles animales, para luchar contra el cáncer de mama,? y también para vender zapatos. Claro que este último, el de las modelos Gigi Hadid, Joan Smalls y Lily Aldrige, es uno de los llamados estéticos, que esconden las zonas húmedas escenificando al tiempo una fantasía fetichista: contemplar a una mujer desnuda dejándole solamente los tacones. El ojo está educado de forma diferente, piensen sino qué ocurriría al contemplar a tres modelos ataviados solo con sus zapatos. (La Vanguardia)

Leer más
profile avatar
5 de diciembre de 2015
Blogs de autor

La prohibición de los cuchillos

Imaginemos otro México. Se trata, en apariencia, de una sociedad idéntica a la nuestra. Mismos problemas: desigualdad, desempleo, impunidad, corrupción. De pronto, un consejero del presidente valorado por sus grandes ideas constata en una encuesta del Instituto de Estadística un dato extravagante -y, a sus ojos, gravísimo-: en los últimos años ha aumentado el número de personas adictas al cutting, una práctica de la que hasta el momento no había escuchado. Al parecer, ciertos sujetos, y en particular algunas adolescentes, son afectas a cortarse la piel de brazos y muslos. Nuestro consejero se precipita entonces a un informe que explica sus causas y pronto comprende que se halla frente a un problema de salud pública. ¿Cómo un país civilizado puede permitir que sus jóvenes se lastimen? Tras un lobbying pertinaz, convence al Congreso de aprobar un Decreto por el que se prohíbe la venta y uso de cuchillos, navajas, facas y cualquier arma punzocortante que pueda ser utilizada contra uno mismo. ¡Brillante!, piensa el consejero, sin reparar en que el mismo día en que la ley entra en vigor se pone en marcha una red subterránea de vendedores de cuchillos, los cuales no tardan en dividir al país en "plazas" controladas por sus distintos capos. No pasan ni un año antes de que estos grupos criminales comiencen a aniquilarse unos a otros y, de paso, a quienes se interponen en su camino. Semejante estallido de violencia no desanima a nuestro consejero, cuyo equipo de trabajo compila entonces una lista de productos que pueden resultar dañinos para la salud o la integridad de los ciudadanos. El índice comienza con las bebidas -alcohol, refrescos, jugos, agua carbonatada-, prosigue con los alimentos -fritangas y antojitos, grasas saturadas, azúcares, carbohidratos: la mitad de la canasta básica- y finaliza con los instrumentos caseros capaces de ser usados por una persona para hacerse daño. Terminada la tarea, el consejero convence ahora al Congreso de realizar una amplia consulta nacional, en la que intervendrán los mayores expertos del globo, a fin de determinar los riesgos a la salud de cada producto. En los medios de comunicación y en las redes sociales el debate se enciende cuando miles de activistas intentan demostrar los peligros del chocolate, las engrapadoras y las nueces, amparados en doctos estudios de Yale y Montpellier, frente a otros miles que sostienen lo contrario a partir de no menos sabios estudios de Harvard y la Sorbona. Poco a poco el país se divide en clubes en defensa de la mostaza o en contra de los cortaúñas. ¿Cómo saber quién tiene razón, qué análisis es más imparcial o más profundo, si en verdad el tocino o el vinagre, los clavos o los celulares son nocivos? Resulta claro, con esta cruda analogía, que la cuestión de legalizar o no las drogas no debe responder a una disputa bizantina en torno a sus efectos en nuestra salud. Aunque sepamos que hacen daño, ha quedado demostrado -piénsese en los Estados Unidos de los veinte- que prohibirlas es la peor estrategia posible. Desde entonces, a nadie se le ha ocurrido prohibir de nuevo el alcohol pese a que resulte mucho más peligroso que otras drogas, así como nadie aboga tampoco por prohibir los refrescos o las gorditas o el tabaco. Lo mejor que se puede hacer es reglamentar su consumo y hacer lo imposible por evitarlo entre los menores. Si el planteamiento de los abogados de la despenalización de la marihuana ante la Suprema Corte fue tan brillante, lo mismo que el proyecto del ministro Zaldívar, es porque desvió el enfoque hacia el lado correcto: el Estado no debe determinar unilateralmente lo que cada ciudadano puede o no hacer con (o contra) su cuerpo. Se trata de un derecho humano elemental. Así como no se puede castigar a quien se corte o se golpee, o a quien intente suicidarse, resulta tan demencial como hipócrita castigar a quien se droga. Las consecuencias de la prohibición total -cientos de miles de muertos y desaparecidos en una guerra absurda, la riqueza de las bandas de traficantes y la corrupción que ésta conlleva- son mucho más dañinas para la sociedad que permitir que cada mayor de edad haga consigo mismo lo que se le antoje. El debate, pues, no debe centrarse en dilucidar el carácter dañino o no de la marihuana u otras sustancias, sino en la necesidad de legalizar todas las drogas -dejando de tratar a los adultos como incapaces- y de poner en marcha una adecuada reglamentación para la producción y el consumo de cada una.

 

Twitter: @jvolpi

Leer más
profile avatar
4 de diciembre de 2015
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.