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Resaca

El domingo voté en un rincón del colegio Virgen del Amor Reincidente donde nos apiñábamos como piojo en costura después de hacer una cola futbolera. Las papeletas estaban todas juntas en un rimero clavado al muro y nos dábamos de codazos para encontrar el montón deseado. Seguimos votando como en tiempos de Pericles. La modernidad no ha llegado a la democracia, máquina carísima, invasiva, arcaica que se atascará un día de estos.

Luego comí con amigos de cerebro de alta gama. Dos de ellos iban para senadores, pero su primer proyecto era la supresión del Senado. Constatamos que nada de lo que suceda en la política española nos es ajeno, pero también que nada nos produce mayor escepticismo. Este asunto está en trance de liquidación. Pasamos a hablar de cánidos, bovinos, cérvidos, equinos y demás hermanos oprimidos por los defensores de los animales.

A las ocho de la noche atendí a las encuestas a pie de urna que dan las cadenas. El resultado fue peor de lo esperado. El país será un caos: nadie puede pactar una mayoría suficiente. España habría alcanzado a Cataluña en viva la Pepa o alsa Manela. A las 23.00, bizco de tedio ante la plasta (¿o el plasma?), oí al espiritual ministro del Interior recitar resultados por comunidades autónomas. Apasionante. De todos modos, ya daba lo mismo: España será, en frase de Felipe, como Italia, pero sin italianos. O sea, con pepinos griegos y maduros.

El lunes, radios y diarios lo confirmaron: han perdido todos. Los grandes se han hundido y los pequeños no llegaron donde esperaban, pero estamos en España así que los jefes aúllan un triunfo indudable. ¿Dimisión? ¿Se escribe con zeta? ¡Tendremos Rajoy y Sánchez todos los días, misericordia divina! ¡Qué muerte tan lenta nos espera!

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22 de diciembre de 2015
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La familia monstruo

Las dos notables películas ‘El club', del chileno Pablo Larraín, y ‘El clan', una coproducción hispano-argentina de Pablo Trapero -que no sólo en su título, su materia y el nombre de pila de los cineastas se asemejan-, podrían llamarse con igual acierto ‘El club de los sacerdotes perdidos' y ‘El deshonor de los Puccio'. Ambas son el retrato de seres monstruosos de pía condición, la primera, y atractivo color social y empaque físico, la segunda, y se basan en hechos reales, la de Larraín sin locación ni tiempo precisos, y la de Trapero siguiendo de cerca la reconstrucción periodística y judicial de los sucesos que ocurrieron en Buenos Aires en los primeros años 1980. Más allá de esas coincidencias, sin embargo, las separa radicalmente el espíritu de su tragedia y la forma elegida para contar lo abyecto y lo elevado, la suave elocuencia del criminal y el alarido brutal de las víctimas.

    Confieso aquí que ‘No', la anterior película de Larraín, nominada a los Oscar al mejor film extranjero en 2012, me resultó abstrusa y confusa, sin que en ningún momento su combinación del documental y la ficción política de lo acaecido en el trascendental plebiscito anti-Pinochet de 1988 alcanzara para mí rango dramático. ‘El club', por el contrario, desde sus primeras imágenes de la playa, el adiestramiento del perro, los ritos de alimento y plegaria dentro de la casona, adquiere un poder de sugestión y una densidad en lo extraño que engarza con lo mejor del llamado ‘cine del silencio' (Dreyer, Bresson, Tarkovsky, por citar los grandes nombres), aunque no por ello sea Larraín un ventajista o un imitador. Con un registro formal reducido, de escasos movimientos de cámara y un módulo recurrente, muy eficaz, de interrogatorios ante una ventana del caserón, el director en ningún momento pretende denunciar o ridiculizar la aberración de conducta de los curas pederastas allí confinados por orden superior y en un momento dado  -tras el suicidio de uno de los acusados- investigados por el enviado de la curia. Ahora bien, tampoco esa investigación, que a la fuerza tiene algo de trama policial, se inclina por el suspense. A Larraín le interesa la figura de sus personajes, los culpables y los inocentes, descarnados todos pero sin los tintes negros del ‘thriller', y delineados en un equilibrado claroscuro emocional, también logrado, hay que señalarlo, gracias a un elenco de actores de primera magnitud, encabezados por Roberto Farías, en el papel de Sandokan, Antonia Zegers (la Hermana Mónica) y Alfredo Castro (el Padre Vidal). En ‘El club', la evanescencia entre los límites de la devoción y el estupro tiene un correlato estético de inusitada fuerza en el tratamiento fotográfico, al que al comienzo del film cuesta acostumbrarse: una tenue luz lechosa, borrosa, después enriquecida por los tonos vivos del canódromo y la noche lóbrega, y que, según ha explicado el director, se consiguió utilizando la luz natural y unas antiguas lentes soviéticas de óptica anamórfica que angulan y resaltan los rostros. Rostros y paisajes, y su fusión demente, en escenas tan inolvidables como las dos confesiones monologadas de Sandokan, la primera en un ‘stream of consciousness' hipnótico de imagen y de verbalidad, y la segunda, no menos convulsiva, insertada en el diálogo que el mismo Sandokan sostiene ante las marismas con el Padre Vidal.

    La comunidad cerrada y compacta de ‘El clan' es mucho más vistosa, y su gradación violenta más epidérmica, subrayada además en todo momento, de modo empalagoso, por la música pop de la época, The Kinks en especial, que alguna vez hace pensar en el videoclip o en el ‘juke box'; en ese sentido, y aun abusando de ella, es más inteligente la función que Larraín confiere en la banda sonora de ‘El club' a varias composiciones de Arvo Pärt, un compositor a estas alturas demasiado socorrido, por no decir socorrista (en momentos muertos). Pablo Trapero narra muy bien la casi increíble saga de la familia Puccio, encabezada por el padre, Arquímedes (magnífica interpretación del actor cómico Guillermo Francella), una esposa y dos hijas dulcísimas y un efebo jugador de rugby, Alejandro, todos, junto a sus sicarios y dos hermanos más, uno dubitativo y el otro plenamente corrupto, embarcados en una de las trayectorias criminales más repulsivas de la dictadura argentina. Pero su narración es gruesa a veces, y no le importa caer en el efectismo, como en la secuencia que, en un contrapunto fácil, alterna las torturas al preso con el coito de Alejandro y su novia dentro del automóvil, ese vehículo totémico y siniestro del tiempo de los ‘milicos'.

   Al contrario que ‘El club', cuya base verídica importa sólo en cuanto soporte de una fascinante aporía sobre la moralidad, ‘El clan' se sigue con interés por la gravedad de su asunto, que no admite en este tratamiento matices, sino más bien colores simples. De modo que dos películas que parten de un semejante universo concentracionario, los dos con marcado componente religioso, se bifurcan en la línea que separa el arte del alegato. Larraín, en la incertidumbre, nos pregunta sobre nosotros mismos. Trapero, lógicamente horrorizado por el legado histórico no del todo resuelto en su país, nos da respuestas.

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22 de diciembre de 2015
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En nombre de la rosa

La noche del pasado domingo, tras la derrota electoral, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, habló por teléfono con sus hijas. ?Entonces, papá, ¿hemos perdido??, le preguntaron apenadas. Ahí estaba su guardia pretoriana, los que cerraron filas cuando otros las reventaban: César Luena, Óscar López, Antonio Hernando, que contemplaron cómo el jefe desparramaba ternura paternal: ?No os preocupéis, tampoco es tanta la distancia con los ganadores?. Sánchez no estaba satisfecho con el resultado, había perdido las elecciones pero no se desplomaba. Su carnet de baile era tremendamente endemoniado, y Schz puede tener cierta gracia quitándose vocales pero ninguna moviendo las caderas. Espigado, apuesto ?la belleza penaliza?, algo menos atildado que Albert Rivera pero a la vez más Hollywood, y por supuesto más pulcro que Pablo Iglesias, el líder socialista ha tenido que gestionar pasado y futuro: generacionalmente se alinea con los líderes de Ciudadanos y Podemos, pero su partido tiene 136 años de historia. A ella ha apelado varias veces; lo hizo al empezar el debate con Rajoy en TVE sin miedo a renegar de una identidad maltrecha, demasiado zarandeada por la hecatombe económica. Una herencia envenenada que Sánchez ha sabido llevar con discreción, a pesar de ser recibido con una fría superioridad intelectual por los elefantes socialistas. Uno de sus gestos más característicos consiste en apretar la mandíbula, y sonreír, de tal forma que no sabes si lo está pasando francamente bien o mal. Su tensión es educada y risueña, pero la huella indeleble del esfuerzo asoma en el entrecejo como cuando en el mitin sevillano le coreaban ?Se nota, se siente, Pedro presidente? y él alzaba el brazo junto a Susana Díaz, que, muy descortés, no dejó que pegaran ni un cartel con la apostura del líder. Pedro Sánchez lleva un año y medio de campaña, desde que fuera nombrado secretario general. Primero quiso seducir a las bases, demostrarles que se lo ha currado a fondo, que lleva 14 años en política y que ha cerrado grifos, incluso para Pepe Blanco. Y después a la ciudadanía, al español optimista y esforzado que quiere reflejar. Cuántas veces hemos escuchado el relato del político joven y algo desengañado que pasó por la cola del paro, y que mientras escribía su tesis doctoral recorrió España, pueblo a pueblo, en coche, durmiendo en casa de militantes. Es su storytelling. Aunque el perfil que más ha potenciado es el de exjugador de baloncesto, bregado en el Magariños, que responde a un modelo de hombre saludable y tenaz, competitivo y ambicioso, casado con una mujer guapa y lista, y que se ha visto obligado a luchar contra su propio físico para competir con los apparatchiks. Sánchez ha buscado momentos muy Suárez en la campaña, mirándose el puño de la camisa, por ejemplo; o incluso en su lapsus de la aprobación de la Ley del Divorcio (no la hizo el PSOE sino la UCD, pero como si así hubiese sido). O cuando exclamaba ?¡madre mía!?, con ese punto marujón tan del presentador Vázquez en Sálvame ?programa al que, curiosamente, llamó en directo en su primera escala mediática? . Con un background familiar progre, chico de barrio (Tetuán) que estudió economía en la Complu y profesor de economía en la Camilo José Cela, no ha alardeado de político-profesor al estilo de Iglesias y compañía aunque sus trayectorias sean similares. Snchz no se cortará a la hora de tomar decisiones. Quienes le conocen dicen que es buen fajador y que puede pasar de la audacia a la imprudencia, como cuando le ofreció un escaño a Irene Lozano. Astuto, removido por los faldones del rencor, y poco empático con los barones con quienes no ha querido irse a tomar unas cañas y pelillos a la mar, ha sido acusado de frívolo debido a sus constantes rectificaciones. Le han dado por muerto en varias ocasiones. Ayer se barajaba de nuevo su defunción política, la que cual Némesis, la diosa de la venganza, le vaticinó Rajoy después de la estocada. El suyo no es un cariño pegajoso como el de Susana; es un roce helado y con un punto amargo, más de gin tonic. (La Vanguardia)

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22 de diciembre de 2015
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Si cae Schengen, cae Europa

Grecia es el eslabón débil de la construcción europea. Las dos grandes crisis europeas de los últimos cinco años, que han hecho temblar la entera estructura en la que se sostiene la arquitectura de la Unión, han entrado por el país heleno. Primero fue la crisis del euro, cuya existencia llegó a peligrar por el endeudamiento insostenible de Grecia, y obligó a los tres sucesivos rescates de la economía griega, además de conducir a profundas reformas del sistema monetario y bancario europeo para evitar una repetición. Ahora es la crisis de los refugiados provenientes de Siria, Irak y Afganistán ?un millón y medio en lo que va de año, de los que la mitad al menos han llegado por Grecia?la que está situando al borde del estallido el Acuerdo de Schengen que garantizaba la libre circulación de ciudadanos dentro del espacio europeo.

Angela Merkel estableció una ecuación cuando empezó la crisis de la deuda griega ?si cae el euro, cae Europa?, que bien podría valer ahora para la crisis de los refugiados: si cae Schengen, también caerá Europa. A la vista de lo sucedido durante todo 2015 y de las previsiones para 2016, no está claro que la UE sea capaz de aguantar la llegada de dos millones de refugiados o incluso más, casi todos por un mismo camino que pasa por Grecia, un país sometido al desbordamiento de sus sistemas de control fronterizo y de su capacidad de acogida justo en mitad de la crisis política producida por los recortes sociales a los que obligaba el tercer rescate.

Ahora Schengen cuelga de un hilo. El Tratado prevé suspensiones temporales y excepcionales que pueden llegar hasta los seis meses, como la que ha aplicado Francia con motivo de la Conferencia del Clima y otros países como Austria, Dinamarca o Suecia por la llegada de los refugiados. Algunos responsables de Interior quisieran contar con la posibilidad de suspender el acuerdo durante dos años, con la idea de dejar fuera a Grecia mientras dure la crisis de los refugiados. Como sucedió con el euro, el país más periférico de la UE se enfrenta a la idea de una marginación que podría empezar como temporal pero fácilmente podría convertirse en definitiva.

Bruselas se reconcilia con Turquía y prepara una guardia de fronteras para salvar la libre circulación También como en la crisis del euro, es Alemania quien carga con la factura más abultada. Es el país que ha recibido el grueso de los refugiados y el que lleva la batuta en la salvación de Grecia, con una cadena de iniciativas de difícil aceptación dentro de la UE: primera, asegurar un reparto racional de los refugiados que ya han llegado a territorio europeo entre los otros socios; segunda, obtener un acuerdo con Turquía para que frene la llegada de nuevos refugiados y acepte la devolución de los que sean rechazados; y tercera, convertir las actuales fronteras porosas y descontroladas de la UE en Grecia, los Balcanes y el Mediterráneo en unos límites exteriores bien custodiados.

Cada una de las tres tareas encuentra sus propios obstáculos, aparentemente de improbable salvación. Respecto a las cuotas de asilados, la resistencia de los países socios es enorme, por una cuestión de principio como es la soberanía; también por la carga económica y política; e incluso por la presión de una inconfesada islamofobia que les conduce a aceptar solo refugiados cristianos. De momento, hay un acuerdo de reparto de 120.000 en dos años, sobre los dos millones que se esperan; pero solo se han asignado 200.

También la colaboración de Turquía requiere contrapartidas que no todos los socios de la UE aceptan de buen grado. Para que Ankara asuma el papel que los europeos le quieren asignar hay que reabrir las negociaciones de adhesión a la UE paralizadas por Francia y Alemania desde que empezaron hace diez años; aprobar una exención de visados para los ciudadanos turcos que viajen a la UE; y disponer 3.000 millones de euros del presupuesto europeo en ayuda a Turquía para atender a los refugiados en su territorio.

La mayor dificultad radica en la tercera pata, la más estratégica, como es la creación de una Guardia de Costas y Fronteras europea que vigile los límites exteriores de la Unión, tramite las solicitudes de asilo, rechace a quienes no las cumplan y garantice los controles de seguridad para evitar la entrada de delincuentes y terroristas. Las resistencias nacionales a tal iniciativa serán todavía mayores, no tan solo por el incremento de costes y el aumento de personal de la actual Frontex, la modesta agencia que se encarga de apoyar a los Estados en su gestión nacional de la frontera exterior, sino de nuevo por la cesión de soberanía real que significaría dejar en manos de Bruselas la posibilidad de intervención en las fronteras, incluso sin el acuerdo del Estado miembro afectado.

Si el euro ha conducido a la pérdida de la soberanía bancaria y presupuestaria, la Guardia de Fronteras conduce a una cesión de soberanía que afecta a la seguridad e incluso a las relaciones con terceros países. Una Europa con una frontera exterior custodiada en común sería un salto hacia la unión política que los euroescépticos temen y rechazan.

En Grecia se han juntado la crisis de endeudamiento con la de los refugiados, pero en el conjunto de Europa la amalgama es todavía mayor. Los atentados de París del 13-N han conducido a la injusta identificación entre terrorismo y refugiados, que ha sido atizada por las extremas derechas de varios países con beneficios electorales para sus posiciones populistas y antieuropeas. La crisis también afecta a las relaciones con Turquía y Rusia, países que están sacando ventajas de las debilidades de la UE.

Las mayores dudas respecto al futuro de Schengen surgen de la lentitud exasperante de la reacción europea frente a la velocidad de una crisis que afecta a la seguridad interior, a las fronteras exteriores e incluso a los valores democráticos y liberales de nuestras sociedades. Si se supera, será verdad que es en el peligro extremo donde los europeos encontramos la salvación.

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22 de diciembre de 2015
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Contra, sin, para con Cataluña

Con esta, son ocho las ocasiones en que los catalanes han acudido a las urnas desde 2010, cuando Artur Mas ganó por primera vez las elecciones autonómicas y anunció que Cataluña iniciaba su propia transición democrática con el propósito de ejercer el derecho a decidir. Han sido dos legislativas, dos municipales, tres generales y una consulta alegal sobre la independencia de Cataluña, que han sacudido, fragmentado y modificado el mapa político catalán, en un adelanto de la transformación que ahora acaba de producirse en el mapa español.

Nunca se había votado tanto en Cataluña y nunca se había votado bajo tan solemnes advertencias sobre el efecto del sufragio para el futuro. ?El voto de tu vida?, advertía la propaganda del Gobierno en las últimas autonómicas, las que fueron convocadas con pretensiones plebiscitarias. La historia ha llegado cansada a la cita electoral de ayer, después de haber sido invocada una y otra vez para firmas de documentos, conmemoraciones, declaraciones y naturalmente llamamientos a las urnas. Pero al final ha llegado, aunque ha sido en unas elecciones españolas que superan en capacidad transformadora a cualquier elección democrática desde las de 1977.

En las condiciones en que se han celebrado las elecciones generales en Cataluña, sin gobierno y sin rumbo claro del proceso soberanista, era evidente que su resultado iba a dilucidar varias incógnitas. Sobre el liderazgo del rupturismo en Cataluña, en favor de Podemos, que supera largamente a Esquerra. Sobre el liderazgo del nacionalismo, en favor de Esquerra y en detrimento de la vieja Convergència, imparable hacia la autodestrucción, y solo consolada por el cero absoluto de Duran i Lleida, el antiguo socio y ahora archienemigo.

También se ha dilucidado la fuerza del derecho a decidir, extensísima en votos y en diputados catalanes ?¡y ojo!, españoles? , y comprobado la inclinación de la pendiente en votos y diputados en que se desliza la independencia. Estos resultados son un consejo oportunista para independentistas: antes Mas que marzo, mejor evitar el batacazo en las urnas de marzo y hacer a Mas presidente, aunque esté descalificado y debilitado, sea un presidente agónico, un cadáver político al frente de un proceso que se halla bajo la amenaza de ser absorbido por un proceso mayor y más potente como será la transformación renovadora de la democracia española.

La aportación de Cataluña a esta trasformación es notable, especialmente el impulso de cambio de la nueva izquierda aglutinada por En Comú Podem, al estilo de lo que sucedió en la transición entre el PSC i el PSUC. Pero no se trata únicamente de una aportación desde Cataluña, sino desde el conjunto de la pluralidad hispánica, sin la que no se explica que Podemos llegue a situarse tan alto, como segunda fuerza en número de votos. Sin Cataluña no se entiende el resultado de Podemos, pero ahora se trata de saber cuánto contará Cataluña, es decir, la España plural, en la organización de este paisaje transformado que hoy se abre ante nuestros ojos.

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20 de diciembre de 2015
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