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David Bowie en la ciudad irreal

Por 18 de enero de 2016 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Jesús Ferrero

La canción que más me gusta de Bowie habla de una casa de locos al otro lado de la ciudad. El mismo Bowie confesó una vez que procedía de una familia de locos. Su hermano, por ejemplo, padecía esquizofrenia. A ese hermano Bowie lo abandonó, como el personaje que interpreta en la película Feliz navidad, Mr. Lawrence, donde un militar británico confiesa haber abandonado a su hermano discapacitado, en circunstancias terribles.

 

 

Feliz navidad, Mr Lawrence es quizá la mejor película de Bowie, que nunca fue un buen actor, quizá porque toda la imaginación y toda la fuerza que ponía en sus interpretaciones escénicas como cantante pop-rock, le abandonaban cuando tenía que interpretar un personaje cinematográfico. Misterios de la naturaleza.

Tenía un ojo de cada calor. Todo empezó la noche en la que uno de sus amigos le dio un puñetazo. Bowie pudo haber perdido la visión, pero tras varias operaciones consiguieron salvar su ojo, si bien la pupila le quedó permanentemente dilatada, haciendo que pareciera de otro color. Bowie se inventó historias mucho más pintorescas para explicar el milagro de su rostro, y en más de una ocasión lo esgrimió como prueba de su naturaleza extraterrestre.

Aunque David Bowie procedía del Swinging London y de finales de los sesenta, como músico llegó a la madurez, a una madurez deslumbrante, a finales de los setenta con la trilogía de Berlín: Low, Heroes y Lodger. En esa época llegué a sumergirme profundamente en su música. Antes de editar Low, Bowie hizo un viaje a Rusia y la recorrió en el Transiberiano. Se notaba aire estepario en sus nuevos discos. Su luz empezó a decaer en los años noventa, en parte porque el mismo David Bowie decidió huir de su propia sombra bajo los cielos de Nueva York y en compañía de una mujer que, según dicen, se parece mucho a la reina de Saba.

 

 

Muerto el héroe y el antihéroe, los que negaban sus últimos discos ahora lo alaban hasta el límite de lo posible. En toda sociedad, la necrofilia siempre ha sido una pasión muy por encima de la tendencia a cantar a los vivos y a la vida. Yo me he limitado a presentarlo como mito, como “relato compartido” por muchas personas que disfrutaron de su música, sus cambios, sus sobresaltos, sus noches a tumba abierta, sus amores de uno y otro signo, y sobre todo de su descubrimiento del verdadero Berlín, más allá de su propia fábula de espías, muros infranqueables y cenizas de la guerra.

En 1987 estuve en Berlín, a los dos lados del telón de acero, en parte por lo atractiva que me parecía la ciudad tras el filtro que le ponían Lou Reed y David Bowie, y en parte porque quería constatar que Berlín era una ciudad real.

Seguramente David Bowie había ido a Berlín por la misma razón. Se trataba de una ciudad que exigía ser constatada, no solo imaginada. Como todas las ciudades apocalípticas y vinculadas a la destrucción, Berlín era pura sustancia mítica. O te acercabas a ella y la tocabas, o te parecía más irreal que Avalón.

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Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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