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Clases de corazones

Me asombra encontrar a muchos amigos pintores que se declara autodidactas. Cierto que en la escritura pasa a otro tanto o más. La diferencia es que la pintura requiere una técnica no siempre disponible industrialmente. Las letras están hechas y, encima, suelen ser siempre negras, mientras que contemplar al pintor -todavía existente- que tensa y monta sus lienzos sobre el bastidor y les procura su personal apresto e incluso sus colores elaborados artesanalmente, nos recuerda las maniobras de un amante durante los primeros compases de la alcoba y el lecho. 

El escritor puede que tenga parte de estos sentimientos consigo -"metafóricamente" dentro se sí- pero en el pintor o el escultor, la analogía de hallarse en creciente contacto con la que será su amante en el lienzo despierta una emoción singular. Y lo digo yo que soy de los que nunca se ponen a escribir en pijama, o con las manos sin lavar y en zapatillas. Es decir, tal como hacen algunos desharrapados neobohemios que creen en que basta echar humo y miasmas enrarecidas gdesde la mente o el aturdido corazón.

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15 de abril de 2016
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La perestroika del desierto

Una cierta perestroika ha empezado súbitamente en Arabia Saudí, cuando menos se esperaba y por parte de quien menos se esperaba. La policía religiosa, puntillosa y vigilante ante los comportamientos religiosos desviados de los ciudadanos, y especialmente de las mujeres, ha sido desposeída por el gobierno de sus poderes para perseguir, detener y castigar directamente a los infractores de la ley islámica, a la vez que se le ha recomendado que actúe ?con amabilidad y gentileza? cada vez que tropiecen con un comportamiento sospechoso.

Los designios de Riad se cuentan entre los más opacos y secretos del mundo, tan difíciles de interpretar como eran los del Kremlin en la era soviética. No es fácil comprender el significado de esta medida, que convertirá al temido cuerpo de policía religiosa en algo más inofensivo que los bobbys de Londres, dedicados a dar buenos consejos y a ayudar a las viejecitas a pasar los semáforos en vez de amedrentar e incluso castigar a la población.

Cuesta creer en una reblandecimiento del actual poder saudí, en manos del joven príncipe Mohamed bin Salman, número tres en la jerarquía e hijo del rey Salman, que ha dado suficientes pruebas de radicalización bélica y de la proverbial dureza saudí en el mantenimiento del orden público y la aplicación de castigos medievales, incluida la pena de muerte con sable, que en 2015, con 157 ejecuciones, alcanzó la mayor cifra en 20 años.

También cuesta creer que haya empezado a agrietarse el pacto fundacional, en el que se aliaron, ya en el primer Estado saudí (entre 1744 y 1818) la casta guerrera de los Saud con el clan religioso wahabita. El método saudí para resolver los conflictos solía ser una adecuada proporción de represión brutal y de compra de voluntades, con reparto compensatorio de subsidios a los disidentes y a la casta religiosa encargada de vigilarlos. En esta ocasión, en cambio, la medida consiste en quitar competencias y por tanto poderes a los religiosos y de ahí que haya levantado una auténtica oleada de euforia en las redes sociales.

El nuevo poder, instalado tras la muerte de Abdala en enero de 2015, está aplicando con tanta energía como sigilo un programa de reformas y recortes sociales destinado a afrontar la caída de los precios del petróleo. No son pocas las dificultades en un país de población creciente y joven, acostumbrado a los subsidios y con gastos de defensa en aumento, debido sobre todo a la peculiar guerra fría que mantiene con Irán y a sus expresiones calientes en las guerras de Siria y de Yemen.

La neutralización de la policía religiosa es un gesto de apaciguamiento hacia quienes acusan al régimen saudí por su colusión con el terrorismo de Al Qaeda y del Estado Islámico. Ambos beben de idénticas fuentes rigoristas wahabitas, tienen formas muy similares de impartir su justicia islámica, y ostenta idéntico desprecio destructivo hacia el patrimonio arqueológico. El escritor argelino Kamel Daoud ha calificado a Arabia Saudí como ?un Daesh o Estado Islámico que ha triunfado?. (New York Times, 20 de noviembre de 2015).

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14 de abril de 2016
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El aldeano de París

En principio puede parecer ocioso leer libros como El aldeano de París, de Louis Aragon, El peatón de París, de León-Paul Fargue, o Pasear por Berlín, de Franz Hessel. Están escritos, el primero, en 1939, y los otros dos en la década de los años veinte del siglo pasado. Por lo tanto los tres hablan de un París o un Berlín “que ya no existe”. Ni una sola de las personas que se mencionan en todos ellos, empezando por sus autores, está viva.  Y los monumentos, hoteles, restaurantes, tiendas o burdeles que tanto parecían fascinarles seguramente habrán desaparecido o serán una caricatura de sí mismos si es que todavía siguen en pie.

                Y sin embargo, con los flâneurs pasa una cosa curiosa. Es cierto que leerlos implica volver la  mirada a una ciudad que sería inexistente si no fuera porque aquellos  paseantes ávidos de rincones y perspectivas inéditas se adelantaban a su tiempo y en su deambular veían una ciudad nueva  y proyectada al futuro o, por usar una palabra que a fuerza de liberar  tantos significantes ya casi no significa nada, posmoderna. Lo que para ellos era el futuro para nosotros es el presente, no el pasado.

                Los lectores contemporáneos de León-Paul Fargue o Louis Aragon,  al seguir sus pasos por callejuelas apartadas y oscuros pasadizos  se llevaban las mismas sorpresas y realizaban los mismos descubrimientos que los autores, pues en el fondo se trata de viajes iniciáticos en los que todos (autor, lector y ciudad) pasan del estadio de la oscuridad y la ignorancia al de la luz y el conocimiento.  Y en el caso de El aldeano de París hay un componente metodológico nuevo, original y de una importancia capital, y me estoy refiriendo al surrealismo. Esta novela marca el momento cumbre de la trayectoria vital de Aragon y su mayor aportación al surrealismo como vía de conocimiento.  Y si bien puede resultar chocante incluir al surrealismo en la metodología para el conocimiento, lo cierto es que, a su manera, era lo que buscaban.  Breton explicaba la aspiración máxima de su movimiento recurriendo a una pared: el objetivo era pintar una pared que suscitase en el espectador un deseo irrefrenable de saber lo que había detrás.  Y puesto que los métodos tradicionales habían fracasado en el intento, Breton y los suyos proponían fundir el lenguaje abstracto de la reflexión con el lenguaje emocional de la poesía. O lo que es lo mismo, un punto de encuentro lírico situado al otro lado de la pared para averiguar lo que ésta ocultaba.  

                Por aplicar esa noble aspiración al caso concreto de El aldeano de París, cabe decir que la narración transcurre en dos ámbitos casi antitéticos. Uno es el Pasaje de la Ópera, un universo interior, cerrado, casi subterráneo, en el que lo objetivo (los hoteles, las tiendas, las peluquerías o las sórdidas pensiones supuestamente dedicadas al placer) se diluye en lo subjetivo: de pronto, sin saber cómo, una simple tienda de aparatos ortopédicos emprende el vuelo y acaba convertida en la encarnación del dolor y la miseria humana, aunque también puede ser una tienda  de bastones  en cuyo escaparate aparece nadando una sirena bellísima que luego desaparece sin más.

                Hasta que de pronto ese universo oscuro y efímero (el Pasaje está a punto de ser arrasado para dejar paso al Boulevard Haussmann y de ahí el aire de precariedad que  transmite la narración), deja paso al Sentimiento de la la Naturaleza en Butters- Chaumon, unos jardines públicos rebosantes de luz, color y materia viva que deberían ser un remanso de paz pero en los que la reflexión o las violentas querellas contra unos y otros obran el efecto contrario de lo que ocurría con la oscuridad subterránea del pasaje condenado a desaparecer.   La naturaleza se convierte en un laberinto de senderos, estanques, grutas y estatuas  que inducen a la confusión y el desamparo, todo ello salpicado de imágenes (“ella era como una risa”) que nos recuerdan que Aragon era uno de los grandes poetas de su tiempo.  Y si alguien saca la conclusión de que se trata de una novela confusa o laberíntica  hay que achacarlo a que resulta más difícil describir adecuadamente El aldeano de París que leerlo. Y si alguna duda surge durante la lectura, la traductora facilita al final unas notas harto esclarecedoras y muy de agradecer. 

 

El aldeano de París

Louis Aragon

Traducción de Vanesa García Cazorla

Errata naturae

 

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13 de abril de 2016
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Beneficio de la ruina

 

El esplendor de la ruina está vinculado a la vegetalización y a la ausencia de materiales innobles no mineralizados. La ruina espléndida la forman, pues, hierro, piedra y madera. La escayola, como las telas y los plásticos, son materiales innobles que, además, tardan en desaparecer.

 

Habría que ir a una clasificación de las aves en función de la rapidez en colonizar un edificio abandonado, clasificación que se obtendría utilizando los parámetros de una línea de investigación parecida, la que valora la rapidez en posarse en un objeto -farola, chatarra, mobiliario urbano- instalado en sus áreas de campeo. (La restauración convencional de un edificio supone la pérdida de capacidad para albergar especies rupícolas)

Es recomendable una maniobra de acercamiento a la ruina reciente. Por ejemplo prestar atención a las instalaciones ganaderas o a las estaciones de servicio cuando han sido abandonadas definitiva y absolutamente por razones de peso como, en estos dos casos, la inviabilidad de las pequeñas empresas del sector ante una situación general de exceso de oferta y el cambio de trazado de la red viaria por la construcción de una autovía. Se trata de configuraciones mortecinas que, contempladas a cierta distancia en sus primeras etapas de degradación, proporcionarán notable placer al diletante.

 

Escayola: yeso espejuelo calcinado.

Mineralizar: comunicar a una sustancia las condiciones de mineral o mena.

 

 

 

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13 de abril de 2016
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Insoportable

Recuerdo que en mi briosa juventud, un día llegué a la puerta de embarque de un vuelo justo cuando acababan de cerrarla, y las azafatas me invitaron a marcharme. Les rogué y supliqué, tenía una entrevista ?vital? ?entonces todo era vital? y además el avión aún permanecía panzudo en tierra, pero el no fue rotundo hasta que les solté: ?Si yo fuera alguien importante, seguro que la abrirían?. Ya estaba convencida de que el poder significaba, mucho más que patrimonio, una libreta de privilegios que la gran mayoría nunca llegaríamos a disfrutar, no ya por su inaccesibilidad, sino porque son éticamente deplorables. En los años del pelotazo, resaca incluida, mientras la clase media pagaba facturas sin IVA, los privilegiados querían ganar aún más escamoteando impuestos, llevándoselo fresco a lugares donde el dinero huele a magnolia y ámbar. A principios de los noventa tuve un jefe que, al coincidir en la terminal de El Prat, me pidió que le pasara por el escáner un maletín lleno de billetes que se llevaba a Suiza. ?Si te preguntan para qué es, di que vas a comprarte ropa y relojes?. Mi negativa fue entonada con tanto terror que el hombre se rió como si hubiera hecho una broma y se lo pasó a su mujer, que ya iba cargadita. Eran prácticas comunes: los que ganaban el dinero a kilos lo evadían con clics bancarios o maletines. Domiciliaban sus residencias y negocios en Costa Rica, las islas Vírgenes o Mónaco y se pasaban medio año viajando mientras la gran masa tiraba de créditos e hipotecas. Así nos fue. Unos y otros más pobres que nunca, aunque bien reventados los que han caído de muy arriba. Ahí están los papeles de Panamá, las visitas periódicas a bancos andorranos, la lista Falciani de cuentas en Ginebra o el último escándalo protagonizado por Mario Conde, reincidente. Qué ajenos nos resultan estos mundos secretos mientras desayunamos un café con leche los sábados por la mañana y revisamos los recibos del banco. Hay puertas que sólo se abren si conoces la contraseña, y cuando las cruzas ya no volverás a ser la misma persona. Cuando se está dentro, uno puede llegar a creerse el tío más listo del mundo, aunque tan sólo sea mitad cínico, mitad ingenuo. Piensa que los privilegios son eternos, y que para ello debe mantener una ambición desaforada, multiplicar sus cuentas, tener siempre más, como si viviera en un casino y estuviera asistido por la excitación del ganador. Pero cuando quiera salir fuera, deberá reinsertarse éticamente, con penitencia, de la misma forma que necesita hacerlo esta sociedad en la que los privilegios y chanchullos de algunos han sido enmascarados durante décadas ante el adocenamiento del resto. Pero ahora ya nadie lo soporta. (La Vanguardia)

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13 de abril de 2016
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Pasión

Si en lugar de leerla, la ves, te percatas de que La Celestina es una obra salvaje. Apretada en dos horas y media, servida por cuerpos que subrayan la violencia del texto, produce temor y temblor. El esquema es aún de vieja religión: una pareja de jóvenes ricos se retuerce como lombrices al sol, asfixiados por su deseo sexual, en tanto que los sirvientes copulan como mandriles sin estorbo alguno. La diferencia de clase es lo que produce agobio, dolor e impotencia en la pareja rica que no puede fornicar, en tanto que el servicio lo hace con todo el afán, mientras roba, canta, baila y finalmente asesina. Hay un resto medieval en este planteamiento, una Danza de la Muerte adaptada a un renacimiento nihilista. Un antepasado de Shakespeare más cerca del gótico que del barroco.

La condena cae, empero, sobre todos los fornicadores. El joven se despeña por accidente tras una de sus citas con Melibea, la cual se suicida al saberlo. Los sirvientes matan a Celestina para robarle y luego son decapitados por los alguaciles. La muerte es la inevitable compañera del gozo sexual y de la riqueza.

El turbador personaje de Celestina carga con todo el peso de la obra. La alcahueta es una creación inmensa y exige un actor tan considerable como José Luis Gómez para hacerla, no sólo verosímil, sino también conmovedora. La vieja miserable que busca mejorar su sórdido retiro es un Eros rapaz, arrugado, miserable, de secarral, que busca su lucro, pero también el placer del cliente. No hay consuelo en esta sublime tragicomedia. El lamento del padre ante el cadáver de Melibea concluye: "¿Por qué me has dejado triste y solo en este valle de lágrimas?". La respuesta sería: "Porque es de ley que toda pasión conlleve su muerte, padre mío". Pero no hay respuesta.

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12 de abril de 2016
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El Boomeran(g)
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