El escritor mexicano Juan Pablo Villalobos ganó el reciente premio Herralde de novela con
No voy a...

El escritor mexicano Juan Pablo Villalobos ganó el reciente premio Herralde de novela con
No voy a...
Interesante la propuesta de Mónica Zas Marcos en ?El diario. es?: cuatro revelaciones literarias del...
¿La muerte?
Cualquier discurso
sobre la muerte
quedó
obsoleto
ante el trance
de su proposición.
Toda proposición
era contraria
a la incógnita
de la vida.
Toda certeza
Comportaba
Su anulación.
¿Vivir para morir?
¿Cómo podría traducirse
esta ecuación
en una idea?
Solamente aceptamos,
entonces,
la incoordinación entre existir
y no existir.
Porque ¿cómo podría más existencia
conducir a menos.
El colmo del cero, dijimos,
sería
el infinito.
Científicamente hablando.
Pero ya
No poseíamos
lengua
transportara
la amargura
de tanta contradicción.
Cenizas y
y desechos de carne.
La sobreabundancia
de la existencia
llevaba su ausencia
El cúmulo en vacío.
Lo lleno en inanidad.
Y esta fue
la lección central
que la enfermedad mortal
nos brindó.
Ser nada a partir del todo.
ser menos a partir
de la abundancia
O bien
¿no será , en efecto,
la abundancia
una metástasis
del horror?
Uno de los buenos libros que se publicó durante el 2016 en el Perú fue Al fin el hombre bala (Campo...
La revista Letras Libres ha invitado a varios de sus colaboradores a escoger los mejores libros del...
Entre aguas
apreciablemente rotundas
el alma
era una nimia vela
de seda.
Un milagro
que se estrellaba
en silencio
sobre la lona blanca
mientras
su brillo creciente
regresaba
al cuerpo
como un faro
translúcido.
Un espíritu
conservado
entre una fría
incandescencia
de piedad.
Una lumbre
de dorado carbón
que marcaba
el orden de la visión,
la forma de sintetizar
en la pupila ya metálica
la materia objetiva
del pánico,
más dura
y compacta
de lo que se pudiera
imaginar.
Firme materia de pánico
que se colmataba
como una esfera
en una zona
antes blanda o gaseosa.
Un lugar crucial
y central
biológicamente importante
y que, con yodo,
brindó la clave de la
inesperada gravedad.
No hubo, en consecuencia,
prescripción
para una intervención curativa,
-dijeron-
puesto que el fulgor
del PET-TAC
que guiaba el pronóstico
indicaba claramente
una impensada navegación
entre tinieblas niqueladas.
Entre sombras baldías
o baldeadas
y eminentemente
propensas
al abismo.
De seda.
En 1900, en el mismo corazón de París se alzan los fastuosos escenarios que dan cabida a la Exposición Universal, extendidos desde los Campos Elíseos al Campo de Marte, el Sena de por medio; y entre la multitud de construcciones levantadas para la ocasión hay unas provisionales, que simulan palacios de marajás de la India, catedrales góticas, pagodas chinas, castillos medioevales, y aún otras, atrevidos edificios de vidrio y hierro como el Grand Palais y el Petit Palais, que habrían de quedarse hasta hoy como ejemplos cimeros de aquellos fastos.
Rubén Darío escribe para La Nación de Buenos Aires una serie de crónicas sobre este acontecimiento que es todo un catálogo de la civilización y el progreso a la vuelta del siglo, un mundo que cambia de manera vertiginosa y donde la industria del vapor, los ferrocarriles de larga distancia, los buques trasatlánticos, el cable submarino, el radiotelégrafo, la rotativa que imprime a velocidad pasmosa, la electricidad y el acero, van de la mano de la política colonial de las grandes potencias.
Pero cuando la exposición, abierta desde abril hasta noviembre, ha cerrado ya sus puertas, en otra crónica de ese mismo año, Noel Parisiense, describe la ciudad que se prepara para la noche de Navidad, y que entra en el lienzo con sus colores contrastados entre el bienestar y el crimen: "la nieve sin caer aún, aunque el frío va en creciente; Noël a las puertas, en los bulevares las barracas que hacen de la vasta ciudad una difundida feria momentánea...el Bon Marché, el Printemps, todos los almacenes fabulosos, caros a la honorable burguesía, invadidos profusamente por papá, mamá y el niño...en las calles asaltos y asesinatos con más furia y habilidad que nunca...un incógnito hombre descuartizado..."
Años después, en 1904, traslada el escenario navideño a la costa andaluza, y en otro lienzo nos ofrece la variada riqueza de la cocina española, tan distinta a la francesa, con sus acentos árabes incorporados al acervo campesino: "se compran en las dulcerías y confiterías las sabrosas cosas miliunanochescas o monjiles, hechas de harinas y mieles, y cuya nomenclatura regocijaría a pantagruélicos abates: turrones y mazapanes, pestiños, roscas, tortas de aceite y manteca, y entre cientos otros, los polvorones de Estepa y Laujar, los alfajores exquisitos y golosinas de almendras y azúcar que se deshacen inefablemente en el paladar..."
Es un bodegón en movimiento, un mural animado pintado por la mano de un gourmet de corazón que sabe que la comida entra primero por los ojos y por el olfato antes de buscar el camino de la boca, un juego de espejos concertados donde todo es fruición, especialmente al hablar de dulces, como se ve.
Un inventario que nos lleva a recordar el que Mateo Alemán pone en boca de su Guzmán de Alfarache hablando de frutas: "allí estaba la pera bergamota de Aranjuez, la ciruela ginovisca, melón de Granada, cidra sevillana, naranja y toronja de Plasencia, limón de Murcia, pepino de Valencia, tallos de las Islas, berenjena de Toledo, orejones de Aragón, patata de Málaga...que me traían el espíritu inquieto y el alma desasosegada..."
Pero en la alegría de las descripciones de Rubén no puede faltar el recuerdo de la muerte, y así evoca la copla popular que se canta en las calles de Málaga para las Navidades: La Nochebuena se viene/la Nochebuena se va/y nosotros nos iremos/y no volveremos más...Y del mismo modo, reflexiona preguntándose: "¿Quién se acuerda en París, al engullir el boudin blanco, ni de Cristo ni de la muerte?"
Cuando en su Epístola a Juana Lugones, anota con sabrosa añoranza que en su existencia azarosa no le ha faltado gustar bocados de cardenal y papa, nos acude a la mente la ya manida frase bocatto di cardinale, que evoca lo más delicado y exquisito que alguien puede llevarse a la boca.
De allí al "bocado de Papa" no hay más que un paso ascendente. Existe un dulce andaluz, el Pío Nono, irresistible bizcocho cubierto con una crujiente capa de crema, del que da referencia Leopoldo Alas (Clarín) en La Regenta, y denominado así en homenaje al papa Giovanni Ferretti, hombre de buen diente, por lo que puede verse.
Los tratados culinarios suponen que semejantes delicadezas salieron de las cocina de los conventos donde las monjas se afanaban en días festivos para halagar el paladar de canónigos y obispos de mejillas carnosas y sonrosadas, ya que no podían sentar siempre en sus mesas a los cardenales del sacro colegio y jamás ni nunca al papa, tan lejano en Roma; es lo que habría ocurrido con los chiles en nogada de la cocina poblana en México, en cuya creación, según se cuenta, metieron sus sabias manos las agustina del convento de Santa Mónica.
En Nicaragua se sirve en Nochebuena el Pío Quinto, un postre de marquesote -torta de maíz remojada en miel y aguardiente- bañado de atolillo de maicena y huevos, y adornado con uvas y ciruelas pasas; un homenaje, también sin duda conventual, al papa Antonio Ghiselieri, que fue fraile dominico y comisario General de la Inquisición Romana antes de subir al trono de San Pedro, siendo elevado a los altares por Clemente XI.
Su cocinero personal se llamaba Bartolomeo Scappi, autor del tratado culinario Arte del cuscinare, y quien llevaba a la mesa pontifical platos tan refinados como las lenguas fritas de pavorreal, erizos de mar al horno, y tortillas de huevo revueltas con sangre de cerdo. Es explicable entonces que la fama de sibarita del papa Pío V haya traspasado los mares para heredar su nombre, tan memorable al paladar, a un dulce de la lejana provincia centroamericana.
Hoy sería imposible imaginar sentado ante una mesa plena de manjares semejantes al papa Francisco, quien comparte el comedor de su albergue de Santa Marta con curas de escasa jerarquía, y seguramente
En una de sus cartas, advertía Valle Inclán que, si uno recortaba las figuras de El entierro del Conde de Orgaz y luego trataba de volver a juntarlas, no le cabrían en el cuadro. Ese milagro de El Greco, al que llama "angostura de espacio", es lo que él se propuso hacer en sus novelas, una angostura del tiempo. El segundo volumen de las magníficas Obras completas de la Biblioteca Castro trae el poco leído La media noche, relato corto de 1917, encabezado por una Breve noticia que es el primer aviso de un cambio profundo. El Valle perverso, erótico, modernista y afrancesado va a quedar atrás y nace el desgarrado, expresionista, esperpéntico y moderno Valle de la segunda época. ¿Qué había sucedido? Un viaje al frente de guerra en 1916, invitado por el Gobierno francés, que incluyó un panorama de las trincheras alemanas desde el aire. Allí tuvo la intuición de una "visión estelar" capaz de reunir espacios y tiempos en una simultaneidad muy propia de las vanguardias del momento. Su realización será Tirano Banderas, obra maestra de la literatura europea.
Valle respetaba a sus mayores, a Galdós, a Pereda, a Clarín, pero estaba persuadido de la necesaria renovación de la prosa realista y castiza. Me parece muy interesante que el empujón primero, el modernista, lo recibiera de Rubén Darío y el segundo, el vanguardista, de sus viajes a México y su experiencia en la máquina del futuro, el aeroplano.
Varias veces Latinoamérica nos ha rescatado a los españoles de nosotros mismos. Pienso en la generación de los cincuenta, que pudo superar el realismo socialista y el casticismo franquista gracias al empujón de Borges, Onetti, Paz, Rulfo, Vargas, Gabo, Cortázar, Cabrera. Ayuda impagable. Y seguramente impagada.