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Viajero frecuente

Abilio recibe una misión de labios de su tío Maclovio —si todos tenemos un tío Maclovio, el suyo era el más Maclovio de los tíos—: avistar el mundo, desenredar nuevos idiomas, explorar la vasta redondez del planeta. Ahíto de curiosidad y de esperanza, aborda su primer avión para emprender una mínima odisea que al cabo lo traiga de vuelta al pueblo y a los brazos de su adorada Anacoluta, con quien se ha prometido en matrimonio.

Cerca del regreso, el joven recibe un premio inesperado que, bien visto, también es un obstáculo: un paquete de millas. En la letra pequeña: a riesgo de perderlas, ha de usarlas de inmediato. Abilio duda, pero, como todo buen héroe, al final no se sustrae a la aventura. Ni qué decirlo: al término de su periplo, una nueva lotería —con otra generosa dotación de millas— lo arrastrará a los más extravagantes rincones del planeta.

            Nuestro Abilio se incorpora así al selecto club de los viajeros frecuentes: esos argonautas modernos que, a fuerza de ganar e invertir sus millas, consagran sus vidas a tropezar de aeropuerto en aeropuerto y de escala en escala sin otra meta que —Cavafis dixit— el viaje mismo. Abilio pronto se topa con otros miembros de su gremio; todos admiran y envidian al Gordo Pelosi, el flemático poseedor del récord de millas en tiempos recientes, y reverencian a Liborio la Momia, un anciano que, cual judío errante, no se ha detenido desde tiempos inmemoriales y vuela sin reposo, medio adormecido, en su silla de ruedas.

            Nadie asuma que la vida del viajero frecuente es fácil: tras el deslumbramiento, empiezan a dolerte los riñones, ya no te ilusionan tanto Ulán Bator o Tasmania y te aburres de bañarte en los servicios de otra terminal. Cuando Abilio se topa con el Gordo Pelosi, éste le diagnostica signos del agotamiento y le anuncia la peligrosa tercera fase que se cierne sobre todo viajero frecuente, la temida Escala Tropecientos: el instante en que el regreso ya no es posible.

            Abilio, enfurruñado, cree que el Gordo —su competencia: su espejo— busca desanimarlo y no cesa en su afán por vencerlo. Pero éste es ya el segundo malestar que se incuba en su cuerpo: semanas atrás, durante el homenaje que se le rendía, Liborio la Momia alcanzó a balbucir que sólo ansiaba volver a casa antes de que los organizadores le arrebatasen el micrófono. Los siniestros augurios no refrenan, empero, a nuestro héroe, quien sigue acumulando premios, millas, ciudades, selfies. Hasta que recibe la absurda, trágica, pavorosa noticia: el Gordo Pelosi —sí, el Gordo— se arrojó de una avioneta sobre el Himalaya y desde entonces se halla desaparecido…

            No cuento qué más le ocurre a Abilio, el protagonista de Última escala a ninguna parte, el libro póstumo de Ignacio Padilla que acaba de publicar el FCE en su colección “A través del espejo”. Se trata, estoy cierto, de uno de sus mejores textos breves, el universo donde se sentía más cómodo. Como todo gran cuento para niños y jóvenes, Última escala… es una gran lectura para adultos: una profunda, melancólica, desencantada reflexión sobre la existencia, sobre las carreras que elegimos (o nos eligen), sobre el sentido o el sinsentido de atesorar millas y reconocimientos, ansias y recelos, sobre la inercia que nos atenaza sin remedio.

            Me es imposible, tras la muerte de Nacho, no desvelar los secretos autobiográficos que siempre escamoteó en sus textos para adultos e insertó en perfectos y retorcidos cuentos de hadas como Los papeles del dragón típico o Todos los osos son zurdos. Su reflexión, a punto de alcanzar esa mediana edad que se le escamoteó, gira aquí en torno a su propia carrera literaria, impulsada por decenas de premios; la amistosa competencia que nos unía; y la sensación compartida sobre la honda inutilidad de la batalla.

            Al comenzar este hermoso y triste libro pensé que Nacho se identificaba con Abilio; al terminarlo creo, en cambio, que él es el Gordo Pelosi: al saltar hacia su propio Himalaya y huir de la Escala Tropecientos me dejó aquí, obligado a contemplar esa foto anónima en la cual se le ve, o no, serenamente recostado frente a un mar azul muy intenso.

           

Twitter: @jvolpi

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30 de julio de 2017
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La brecha feliz

Cuánto se ha movido el mundo en menos de quince años para que seamos tan diferentes. Me re ero a nosotras respecto a las mujeres jóvenes. Sí, las que nacimos entre los sesenta y los setenta, las que quisimos ser Pippi Långstrumpf en el garaje a falta de granero, la primera hornada de la EGB que vio cómo sustituían el cruci jo del aula y la foto de Franco con la misma normalidad que en casa se cansaban de un cuadro, y que ahora aplaudimos a estas <em>millennials</em> de melenas lacias que parecen tener la llave del futuro.
Nosotras, que reivindicábamos educadamente el trato de “señoras” cuando nos llamaban “señoritas” y ahora maldecimos el enseñoramiento. Las que nos creímos tan modernas y sentíamos una atracción mágica por lo prohibido. Y ellas: valientes, instruidas, determinadas, pegadas a su teléfono; algunas llevan tatuadas mariposas en la espalda. Yo, que solo llevo perforados los oídos, me interrogo sobre la “personalización” de su cuerpo sin entender el gusto que les proporciona tunear su piel. Se abrazan entre ellas como si fuera la última vez que fueran a verse, poliamorosas; repiten “tío” a rabiar, su muletilla de júbilo. Creen en asambleas y cooperativas, no temen discutir –a diferencia de nosotras, que tantos con ictos verbales hemos querido evitar–, revenden lo que sus padres han olvidado que guardan en el trastero, y están dispuestas a plantarle cara al amor romántico, aunque esa audaz cruzada sonroje a académicos muy viriles para quienes el amor o es romántico o no es.
Hace unos días le escuché decir a una muchacha que aún no había cumplido los 20: “No, no voy a perdonar a mi exnovio porque me faltó al respeto. Perdonarlo equivale a fomentar el patriarcado”. ¿Qué estado mental provoca tanta vehemencia? Testarudas, han liquidado de un plumazo idealizaciones, y a pesar de que la precariedad se ha instalado sobre sus hombros, han aprendido a hacer auténticas piruetas para pedalear en el hedonismo. Nosotras creíamos saber cómo sería nuestro futuro. Convivíamos con su fotograma. Hasta que el primer desamor nos alertó de la trampa: la vida no era de una sola pieza. Y, como decían nuestras madres y Virginia Woolf, la independencia equivalía a tener una habitación y un dinero propios. Por ello nos casamos con nuestra profesión, tuvimos hijos, criamos ojeras y perdimos ilusiones.
Y ahora veo a Irene Montero, que ha impresionado a toda España desde que presentara la moción de censura a Rajoy, la primera defendida por una mujer en 40 años. Un cuerpo pequeño y una cabeza privilegiada. Posee una especie de antenas invisibles y no tuerce el gesto si le llevas la contraria, es polemista y vocacional. No está tatuada. Pero como muchas mujeres de su tribu, mantiene encendida la llama de la utopía, y por ello en su mirada prenden encanto y esperanza. Los sociólogos hablan de una brecha, de un cambio de mentalidad y por tanto de paradigma… Jóvenes que no se parecen a nosotros cuando lo fuimos. Bienvenida la diferencia.
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29 de julio de 2017
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Poema 172

 

La salud, desde luego,

no es la inteligencia.

Hay gente muy tonta

que a la que no le duele absolutamente nada. 

Ni siquiera le duelen las muelas

o las articulaciones

e ignoran la fiebre.

Todo ello dentro de una beatitud

saludable que parece injusta

o falsamente boba.

Frente a la supuesta lucidez e poetas gravemente enfermos -

que ofrecieron las llaves

de la sombra, la melancolía o la degeneración -

el mundo sanamente transparente.

Sin una sombra en la radiografía,

sin una mancha en el pulmón. 

La enfermedad, en cambio, es un monstruo

de diferentes morfologías

que empeñándose en convivir

apegado a nuestras carnes

termina por hacerse un órgano

más del  ser.

A través de la enfermedad de perciben 

las nocivas bacterias

y el mundo aparece

cuarteado en sus averiadas  piezas.

Ver a través de la enfermedad

equivale a usar una retícula que detecta

el material inseguro de la existencia,

las quiebras  diarias,  sus grietas,

sus barrancos y cárcavas.

Mientras estar sano,

por el contrario,

proporciona a menudo

un mundo enjuagado 

de sus peores amenazas.

¿Qué preferir?

La imposibilidad empírica

de la esta elección

es manifiesta

pero no anula, en su fondo,

la oposición entre el padecimiento

del conocimiento herido

y la condescendencia feliz.

Entre el dolor de un paladar sin sabor,

sembrado de llagas,

y el fragante sabor de los mil alimentos

que al enfermo le roba

el bárbaro imperio de su enfermedad.

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27 de julio de 2017
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Mirada retrospectiva desde el «Teorema del libre albedrío”

He mostrado aquí muchas veces mi simpatía con la tesis de que la filosofía, en su sentido preciso  de meta-física (es decir de reflexión que sigue a la física y como resultado de las aporías a las que la propia física se ve conducida)  tiene origen y lengua de nacimiento en esa Jonia de los Tales, Anaximandro, Anaxímenes etcétera; ello en razón de que  allí aparece un concepto de que physis que posibilita la física... luego la meta-física. Esta atribución de lugar y fecha de arranque implica asumir que la disposición de espíritu y la manera de interrogar que caracteriza a la filosofía, no está presente en toda comunidad humana;  la filosofía no es desde luego un universal antropológico, como indiscutiblemente sí lo es, por ejemplo,  la música.    

Sin embargo hay interrogaciones que (insertas o no en el conjunto cohesionado de problemas metafísicos) sí acompañan, en un momento u otro, a todo grupo humano y a todo individuo del mismo; hay si se quiere interrogaciones que, ya sea de forma larvada, están presentes  en todo  ser de lenguaje, siendo una de ellas sin duda la interrogación sobre el destino, sobre si lo que acontece (en primer lugar, lo que a uno le acontece) estaba sellado e incluso sellado como resultado de una voluntad previsora. 

Estas interrogaciones inevitables pueden ser extirpadas de la preocupación consciente, pero resurgen cuando menos se las espera, encubiertas bajo una u otra modalidad;  eventualmente aprovechando la ocasión que ofrece el vínculo ya sea tangencial con otro asunto o con otro  problema. Retornar que se da asimismo cuando nos ceñimos a la tradición propiamente filosófica, o filosófico-científica.

En alguna ocasión  he aludido  aquí a cómo el jesuita español Luis de Molina intenta conciliar una dificultad  relativa al determinismo en su Concordia liberi  arbitrii cum gratiae  donis (Concordia del libre arbitrio con los dones de la gracia), texto de 1589 que además de importunar a calvinistas y luteranos fue inmediatamente objeto de crítica  por parte de  dominicos y representantes de otras órdenes, hasta el punto que en el Papa Clemente VIII  tuvo que mediar dos veces en la disputa. Recojo de nuevo  lo esencial del asunto:

Si nuestra libertad es sabiamente utilizada, por pecadores que aun seamos, demandaremos  la gracia, implorando  que aquello que nos condujo al pecado no haya tenido lugar. Gracia  que, de sernos acordada (la sinceridad de la petición sería criterio suficiente para el don), supondría  intervención humana sobre el pasado, aunque no directamente sino Dios mediante...lo sincero  de la petición de gracia desencadenando  la intervención correctora del Hacedor.  La objeción es inmediata: sin duda Dios  había previsto también si haríamos buen uso o mal uso de nuestra capacidad de alcanzar  la Gracia, es decir, de nuestra potencia de intervenir en el pasado, con lo cual todo seguiría predeterminado... de ahí que no hubiera concordia entre los protagonistas de la discusión, a la que el Papa puso fin, acabando por suprimir la Congregación creada ex profeso  para decidir sobre el asunto.

Indicaba en su día que  limitar el problema  a la diatriba en el seno de la iglesia sería algo así como juzgar el valor de las obras de la gran pintura  realizada para los templos de la cristiandad católica, en función de la mayor o menor fidelidad de las imágenes a la interpretación canónica de los Evangelios  o a la situación histórica. La tentativa de resolver el conflicto entre el  postulado de  la predestinación y la confianza en la gracia, fue una oportunidad para Molina  de intentar conciliar la idea de determinismo exhaustivo (por el cual  lo que acontece con posterioridad es meramente el futuro de lo precedente) y capacidad de intervenir de alguna manera en esa secuencia, incluso remontándose al origen. Pues bien: el asunto tiene más de un lazo con reflexiones, comunes a filósofos y científicos, sobre determinismo, libertad y la posible conciliación; lazo asimismo con el teorema del libre albedrío, del que aquí me ocupaba debido a los matemáticos americanos John Conway y Simon Kochen  hace unas semanas. 

Recuerdo lo esencial del teorema: si ese ser humano que es el físico  tiene realmente  un margen real de libertad para decidir el experimento que va a realizar (para el caso medir el spin de una partícula en una dirección... o en otra); si su aparente elección no está determinada por el cúmulo de informaciones que ha recibido hasta ese momento, entonces la partícula tiene exactamente ese mismo margen de libertad.

Desde el premio Nobel de Física t' Hooft hasta teóricos de la disciplina como A. Bassi , G. C. Ghirardi y R. Tumulka, las reacciones a la aparición del teorema en 2006 fueron inmediatas. Ello movió a los autores a proponer una nueva versión en 2009 que, bajo el título de "Strong Free Will Theorem", pretendía responder a las objeciones. El teorema del libre albedrío puede ser considerado desde diferentes perspectivas:

La primera, propiamente matemática, cabe decir que no es susceptible de objeción mayor: aceptados las premisas, la consistencia es absoluta,  como no podía ser menos dada la talla de  los autores y el nivel de exigencia  que para la comunidad matemática supone referirse a un teorema.

La segunda concierne a tres  axiomas que sirven  de base que sintetizo aquí en una nota[1]. Los dos primeros tienen un soporte en la teoría cuántica, el tercero sería más bien una consecuencia de la relatividad restringida (aunque los autores intentan no limitar la aserción al marco de esta teoría). Aquí hay margen para la discusión, puesto que de alguna manera se imbrican problemas de hermenéutica respecto a los resultados cuánticos- en el caso de los dos primeros - y de la relatividad restringida -en el caso del tercero. Por ello los autores  se refieren a estos puntos de arranque como axiomas, cuya eventual no aceptación fuerza de inmediato a abandonar el problema.

Pues bien, intentando responder a algunas de las objeciones que se hicieron a su teorema, Conway y Kochen se ven obligados a hacer encaje de ganchillo teorético- matemático para  evitar una interpretación de uno de los axiomas que  vendría a dar al traste con la libertad de las partículas, por suponer  una relación causal que, en determinadas condiciones, supondría que el efecto precede a la causa.

 Entiéndase bien que, a diferencia de Luis de Molina, los autores no defienden la tesis de la posible intervención sobre el pasado, sino que por el contrario hacen de su exclusión un imperativo; los eventos a los que se refieren obedecerían en exclusiva  a lo que ellos llaman "causalidad efectiva" la cual, en conformidad a la noción usual de causalidad, se atendría a la precedencia de la causa sobre el efecto. Pero lo importante no es tanto la posición ante la hipótesis de la causalidad inversa  como la necesidad de luchar contra la misma, lo cual constituye una verdadera demostración de la fuerza del problema.

Y si el lector se detiene en la nota que ahora añado[2] (sintetizando el asunto en términos relativamente técnicos) es entonces  invitado a tener en cuenta la hipótesis especulativa  siguiente:

Supongamos que la correlación entre las dos partículas  se explica como resultado de una información transmitida a velocidad superior a la de la luz. Así en un referencial en el que B precede, sin contravenir  la causalidad efectiva, B estaría predeterminando la respuesta de A. Sin embargo tal predestinación sería imposible desde la perspectiva de un referencial en el que lo precedente es la elección de A. Se diría que al pasar de insertarse en el primer referencial de B  a hacerlo en el primer referencial de A, la partícula a de alguna manera abole la pre-determinación de su respuesta. Obviamente esto es una mera especulación, pero quizás no es menos chocante para la racionalidad del asunto que aceptar la misteriosa correlación sin influencia a través de alguna entidad física. Y, acentuando la especulación, cabría decir que el paso al primer referencial propio de A, supone para la partícula a  una abolición de ese pasado determinante que en su momento había supuesto la decisión de B de elegir tal o tal dirección w, elegir por ejemplo entre la dirección w1 y w2. [3].

Luis de Molina intenta superar la aporía teológico-filosófica relativa a libertad determinismo y su posible conciliación  mediante las singulares virtudes de la gracia. Pues bien,  quizás no estemos demasiado lejos en el "teorema del libre albedrío" si se considera que la intervención en el pasado que supone el don de la Gracia no consiste en invertir el orden de la relación temporal manteniendo los términos de la misma de tal manera  que la causa (Dios decidió) vendría a  ser ulterior  al efecto (yo haría mal uso de mi libertad), sino meramente en abolirla: el don de la Gracia abole  la decisión restableciendo ahora mi libertad plena, que me llevará eventualmente a volver a hacer mal uso de la misma


[1] a) Cabe medir el cuadrado del spin de ciertas partículas de tal forma que  para tres direcciones ortogonales tenemos como resultado 1, 0,1 en algún tipo de orden; b) para ciertas parejas de partículas entrelazadas pese a la separación espacial la medición del cuadrado del spin en una dirección común da el mismo resultado; c) hay un límite para la velocidad de transmisión de información.

[2] "El único tipo de libre albedrío que discutimos, tanto para los experimentadores como para las partículas, es el activo tipo de libre voluntad que puede efectivamente afectar el futuro" escriben los autores. Ahora bien:

Se les presenta un problema (vinculado a las objeciones que les fueron hechas y que, como decía, son incluso lo que llevó a la nueva redacción  (strong) en la que se unifican la asunción de la libertad de los experimentadores y la exigencia de garantizar precisamente que la libre voluntad  sólo  pueda precisamente afectar  al futuro.
 
Sean dos acontecimientos puntuales  X e Y. Cuando la distancia temporal que les separa es insuficiente para que un mensaje a velocidad inferior o igual  a la de la luz pueda llegar de uno a otro, se dice entonces que tales acontecimientos se hallan espacialmente separados. Supongamos ahora que en el marco R1 en el que los contemplamos, X precede a Y. Pues  bien la teoría de la relatividad restringida establece que considerados los acontecimientos  en otro marco R2 (en la jerga, un segundo referencial) que se halla en movimiento relativo respecto al primero y a una velocidad suficiente, lo contrario puede perfectamente ocurrir: en R2 el acontecimiento Y  precede a X. El orden temporal  de ambos eventos depende en suma de la elección del referencial. 

Supongamos ahora  que en el referencial determinado R1, X precede a Y. Supongamos asimismo que fuera posible hacer llegar información desde X que tiene un efecto en Y. Si nos mantenemos en R1 no pasa nada grave, pues la causa precede al efecto. Pero si vemos la cosa desde el referencial R2 en el que Y precede a X  entonces el efecto en Y del mensaje sería anterior a la causa. 

Una manera  de evitar esta consecuencia que atenta contra el principio de causalidad, y quizás contra el sentido común, es considerar que cuando se trata de acontecimientos espacialmente separados, no hay manera de hacer llegar información del uno al otro. Para ello basta con poner para el envío de información el mismo límite que hemos fijado para hablar de separación espacial, a saber la velocidad de la luz. Ahora bien:

Uno de los axiomas (el segundo) del teorema del libre albedrío es que hay una correlación entre la respuesta de la partícula b medida por el experimentador B y la respuesta de la partícula a medida por el experimentador A, las cuales sin embargo se hallan espacialmente separadas; tal correlación jugando incluso un papel esencial en la demostración misma  del teorema). Para que "el libre albedrío" de las partículas se cumpla, es necesario garantizar que la elección por el experimentador  B de la dirección w en la que hace su medición no determina la respuesta que da la partícula a (pues de lo contrario, a obviamente no sería libre). ¿Cómo garantizamos que así es? Pues simplemente ateniéndonos a un referencial Ra en el que el experimento con a, precede el experimento con b y asumiendo lo que los autores denominan "causalidad efectiva", a saber, que el efecto en modo alguno puede preceder a la causa (esto es lo que Conway y Kochen asumen en la primera versión de su teorema). Análogamente, para evitar que sea la decisión de A la que determina la respuesta de b, basta con considerar un segundo referencial Rb en el cual la medición de b es anterior.
 
Así pues, mediante el expediente de atenerse a la causalidad efectiva, aun no poniendo    la velocidad de la luz como límite (aceptando así que el cono de luz no acota lo que puede afectar desde el pasado) evitamos considerar que la correlación entre las dos partículas a, b, espacialmente separadas pueda ser considerada una relación causa -efecto. Supongamos en efecto que un tachyon (partícula hipotética que se desplazaría a velocidad superior a la de la luz)  llega a enviar un mensaje a la vez con el resultado de la posición de los aparatos dispuestos por  A (señal de la libertad de este) y de la respuesta de la partícula a, de tal manera que ello tiene una influencia sobre la respuesta de b (lo cual invalidaría la hipótesis de la libertad de la partícula). Basta considerar un referencial en el que la medición de b precede a la de a, para que, ateniéndose a la prohibición de tener un efecto sobre el pasado, esta influencia quede excluida.
 
En suma el  Free Will Theorem garantiza para la partícula  la libertad respecto al futuro, al precio de interpretar la correlación garantizada por el segundo axioma como inserta  en un referencial  en el que la hipótesis determinista entraría en contradicción con la causalidad efectiva, es decir, con la prohibición de intervenir sobre el pasado. Y aquí una pregunta:
 
¿Es esta intervención tan ruinosa para las hipótesis teóricas hasta el punto de que haya que excluirla a toda costa? ¿No habría manera de hacer compatibles la inserción de otro en un referencial en el que el propio actuar tuviera un efecto pretérito y a la vez seguir abierta a la auto-determinación futura? ¿No cabría incluso imaginar que la primera cláusula fuera incluso condición de la segunda? Intento avanzar algo al respecto en la siguiente nota.

[3] En síntesis, la especulativa hipótesis sería la siguiente:

El observador B, instalado en su propio primer  referencial Rb, elige en toda libertad  la dirección wy, en consecuencia,  la partícula b da la respuesta wn→1, o bien wn→0. La elección de B y la respuesta de b son transmitidas a velocidad superior a la de la luz a la partícula a que da idéntica respuesta para esa dirección; todo ello con escrupuloso respecto de la causalidad "efectiva" en  Rb.
 
Sin embargo, la partícula a junto con el observador A contemplan todo el proceso desde su propio primer referencial Ra, en el cual la elección de B y la respuesta de b son ulteriores a su propio proceder, por lo que se hace imposible considerar que hay una relación de [efectiva] causalidad. En consecuencia se anula la determinación de a por la elección de B.
 
Más que poner en cuestión la causalidad efectiva, el argumento apunta a señalar un posible límite de la misma. La causalidad no dejaría de tener las características que tiene, pero al cambiar de referencial, la establecida determinación simplemente sería abolida. En el referencial propio de la pareja A-a nada determina el comportamiento de uno y otro.        
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27 de julio de 2017
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Campeones sin curvas

Aún se oye el lamento. El grito de la caverna, acalorado porque le han tocado las tripas. Agitados están en su penar los admiradores galantes de la belleza femenina “escultural”, como se decía antes. Mucha tinta ha derramado la presunta polémica: los ciclistas de la Vuelta a España ya no recibirán los besos de “una señorita respetable y en general guapa”, que así definen los representantes de la protesta a las azafatas del podio que hacían textualmente de florero. ¿Adónde vamos a parar? Feminismo infantil. El hazmerreír del mundo entero. No poder hacer las cosas con naturalidad. Todo esto he leído en internet, reacciones a la medida que reprueba la tradición de contratar a dos chicas para darle color a la foto. La organización de la prueba ciclista española ha confirmado que ya no habrá más besos, a menudo a dúo en cada etapa. ¡Qué fantasía de premio: dos chavalas de falda corta y melena lacia entregadas a un besuqueo respingón, instruidas para aportar apoyo emocional y plasticidad a la escena! Y dispuestas a enardecer al público entregando sus mohínes coquetos a las cámaras y al fatigado ganador, que siempre parece mirar al horizonte.
Lo escribía hace unos días Quim Monzó: ¿por qué no les entrega la copa la autoridad o el Rey? “¿Qué sentido tiene que salgan a recibir al ciclista ganador un par de chicas que poco tienen que ver con la competición?”. Se trata de un protocolo trasnochado, en las antípodas de los lenguajes de la igualdad, pero aún persiste la tradición de decorar el deporte con mujeres sexis. El deporte, sí, con su base de respeto, disciplina y fair play. De publicar esas contraportadas con chicas espectaculares de tetas hinchadas y culos redondos, prescritas al común lector de prensa deportiva igual que la dosis del adicto. En verdad se trata de un hecho naturalizado que muchachas con faldita tableada y top ceñido luzcan en las competiciones, ya sea de recogepelotas, animadoras, anuncios de publicidad andantes o aguantasombrillas.
En una ocasión me recibió un veterano director de prensa deportiva; en la antesala olía a carajillo. Charlamos amistosamente y, al despedirnos, le sugerí que encargara para su contraportada una columna escrita por una mujer, junto a la foto de la tía buena del día, que se titulara “Mis queridos machitos”. “Para compensar”, añadí. Hubo risas, pero luego me dijeron que se sintió ofendidísimo: “¿Qué se cree esta, que viene a darme clases?”. Y sí que lo sentí, como los amantes del deporte que durante años hemos soportado esa tremenda anomalía. ¿Por qué el cuerpo de las mujeres tiene que estar tan asociado a las pelotas?
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26 de julio de 2017
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El río

El único aspecto positivo de sufrir una enfermedad larga y por lo tanto pesada es que permite saldar viejas deudas. Una de la mías era El río, de Wade Davis. El original, One River, es de 1996  y la versión castellana la publicó Pre-Textos en 2004 con una excelente y proteica traducción de Nicolás Suescún. Mi ejemplar data de entonces y lo he tenido docenas de veces en las manos pero siempre lo dejaba para mejor momento porque, y eso es algo que se aprecia con solo hojearlo, se trata de un relato apasionante, de esos que si los empiezas no lo puedes dejar hasta la última de sus 637 páginas. Esperar la oportunidad de leer el libro de un tirón ha  merecido tanto la pena que incluso me perdono a mí mismo por la enfermedad.

            Resumiendo mucho, porque el contenido es como una avalancha, hay dos líneas narrativas. Una, la principal, relata las investigaciones del creador de la etnobotánica, Richard Evans Schultes, don Ricardo como le conocían en las estribaciones de los Andes colombianos y peruanos. Wade Davis, su discípulo, no tiene la menor  duda acerca de la valía de su maestro, al que compara sin más con Darwin y con otro de sus ídolos, el explorador y botánico británico del siglo XIX Richard Spruce, de cuyos asombrosos logros y hallazgos el lector acaba teniendo cumplida noticia. De hecho, el calificativo asombroso puede aplicarse a los botánicos de campo en general, gente sabia, sobria y dotada de una curiosidad científica solo equiparable a su capacidad para recorrer a pie kilómetros de selva impenetrable, navegar por ríos imposibles de dominar  y sin apenas equipo ni provisiones. Y todo para recolectar unas plantas que primero debían desecar entre cartones o unas semillas embaladas con serrín húmedo para que ambas cosas llegasen intactas a los museos y jardines botánicos que les financiaban.

            Schultes fue contratado en los años treinta por el gobierno norteamericano para que diese un informe exhaustivo sobre el árbol del caucho. De pronto un alto mando gubernamental  había caído en la cuenta de que si alguien (como por ejemplo hizo Japón años más tarde) invadía las explotaciones caucheras del Sudeste Asiático en Occidente no podrían fabricas coches, camiones, aviones ni todo el resto de artilugios que llevan componentes de caucho. Y se acabaría la civilización.

            Entre 1941 y 1953 Richard Schultes, en parte financiado por el gobierno y en parte por la Universidad de Harvard, recorrió las estribaciones de  los Andes colombianos y peruanos y sólo regresó a la civilización para dirigir el Museo Botánico de Harvard, pero lo hizo tras cartografiar docenas de ríos nunca explorados, convivir con docenas de tribus  y acumular 20.000 especímenes de plantas, 300 de los cuales no se conocían. Paralelamente se llevó consigo dos variedades vegetales sagradas para los aztecas (el ololinqui y el teonanacatl) cuyas propiedades alucinógenas fueron un componente esencial en las culturas precolombinas y que vivieron  un renacimiento imprevisto (y alucinante, claro) gracias a conversos tan mediáticos como Timothy Leary y William Burroughs.

            Hubo otro objeto de estudio por parte de Richard Schultes que iba a tener un impacto cultural y económico inimaginable: la  Erythroxylum coca, planta de la que se extrae la cocaína. Cabe decir que, según Wade Davis, tanto la aportación de Schultes al conocimiento del caucho (una variedad inmune al temible hongo Microcyclus-ulei), como sus conocimientos sobre las virtudes energéticas y alimenticias de la hojas de coca (nada que ver con el producto que se esnifan millones de personas en todo el mundo) fueron boicoteados y ninguneados por una ceguera burocrática estimulada por cuestiones puramente económicas.

            Años más tarde (década de 1970) Schultes tuvo oportunidad de mandar a dos de sus discípulos favoritos, Timothy Plowman y el propio Wade Davis, a recorrer muchos de los territorios recorridos por él treinta años atrás y con el mismo propósito: conocer mejor desde un punto de vista científico las propiedades de la coca. Ni qué decir tiene, tanto el maestro entonces como los discípulos más tarde eran científicos escrupulosos que gustaban de probar los productos que estudiaban. Y para hacerse una idea de lo que eran esos viajes acerca de los cuales habla este libro, véase por ejemplo esta frase de Davis en la página 537: “Yo quería quedarme unos días en Ollantaytambo, pero Tim estaba ansioso por regresar a la llanura, lo cual era comprensible. En 1963, un botánico había calculado que en los valles del bajo Vilcanota había unos ochenta millones de arbustos de coca”.  Pero conste que junto a los lógicos excursos alucinógenos, los viajes aquí narrados eran rigurosamente científicos y  Wade Davis los enriquece con estupendas  informaciones históricas, geográficas y etnográficas.

 

El río       

Exploraciones y descubrimientos en la selva amazónica.

Wade Davis

Traducción de Nicolás Suescún

Pre-Textos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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25 de julio de 2017
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Una invitación

Me voy de vacaciones, como todos ustedes. Bueno, no como todos, porque mis vacaciones son una quimera. Los escritores no dejamos de trabajar nunca. Incluso cuando estamos inmóviles en una hamaca y parecemos muertos o zumbados seguimos moviendo engranajes y polipastos en el cerebro. La nuestra es una actividad que ha de parecerse a la de los científicos, aunque con menos empaque social.

Ha sido un año políticamente nulo. El Gobierno no ha existido durante meses y cuando ha empezado a respirar no ha dado un solo paso para remediar la corrupción galopante y el golpe de Estado catalán. Ambos están destruyendo el país. Es cierto que se ha encarcelado o imputado a un buen número de sabandijas, pero los ciudadanos esperamos un compromiso público, un discurso de ideas, a lo Macron, que indique cuál va a ser el camino que emprenda Rajoy, si es que ve alguno. No es Churchill, claro.

Por parte de la izquierda el balance es aún peor. Los socialistas continúan su asombroso suicidio cada vez más liados con filofascistas maduros, etarras, populistas y separatistas, en una severa traición contra los principios morales del socialismo. Todo por codicia y vanidad. Menos mal que nos queda Ciudadanos, porque, si no, no habría a quien votar. Es tan negativo el balance que el Gobierno del PP no llegará a cumplir los dos años de gobierno. El acoso será feroz.

Emprendamos, pues, las vacaciones anulando la vida pública española, ese sumidero de ideólogos incompetentes. Dediquémonos a nosotros mismos de modo absoluto. Así, a lo mejor, a la vuelta de vacaciones mantenemos el egoísmo radical que es la base misma de la democracia (no os fiéis de filántropos y filántropas) y en las próximas elecciones los mandamos a hacer cursillos.

 

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25 de julio de 2017
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Poema 171

 

La esperanza

es un estado del alma

que contempla

el porvenir como una  balsa

propia y estival

del añil

Mediterráneo occidental.

Los peces no se ven

pero denotan una salud

sin tiempo

niquelada e inmortal.

Las algas no se detectan

En su color ni minuciosamente

pero traslucen

un color seguro

y apaciguado.

La arena tampoco se distingue expresamente

pero se advierten sus reflejos de plata

sobre las olas de vidrio

que coronan la paz general.

Esa esperanza fundamental

es marina,

es decir, no terrestre,

es decir, no abarrancada o infernal.

El panorama evoca una lámina de agua

Interminable, natural,

culminante, cenital.

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25 de julio de 2017
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La última ambición

Un caluroso día de agosto de 1950, en el hotel Roma de la piazza Carlo Felice de Turín, Cesare Pavese tomó diez dosis de un potente somnífero y murió. Se suicidó cuando ninguno de sus amigos estaba en la ciudad. Lejos de cualquier lazo de afecto, huérfana la tentación de arrimarse a un hombro. En su diario dejó escrito: “En nuestros tiempos el suicidio es un modo de desaparecer, se comete tímidamente, silenciosamente. No es ya un hacer, es un padecer”, y añade: “La dificultad de cometer suicidio está en esto: es un acto de ambición que se puede cometer sólo cuando se haya superado toda ambición”.
Pienso en la violenta muerte de Miguel Blesa, en su último gesto de ambición. Viajó con su arma y una muda. Tuvo el detalle de darle el teléfono de su mujer al guarda. Un tiro, un padecer. El que fue todo un icono del dinero frondoso, dueño de un bosque de millones; un símbolo de esos atajos especuladores. El exbanquero amigo de Aznar escribió su final como víctima de sí mismo, igual que aquel financiero que se arrojó tras el crac del 29 desde la planta veinticinco del hotel Savoy-Plaza, donde se alojaba Churchill, entonces canciller de Hacienda británico. O del hijo de Madoff, que incapaz de soportar los 150 años de condena al padre, se ahorcó mientras su pequeño de dos años dormía en el cuarto de al lado. En el caso de Miguel Blesa hubo también cloacas de altura: tarjetas negras, prácticas desaprensivas, robos desalmados, lujos obscenos. Y acaso la ambición voraz fuera sustituida por la conciencia de vivir entre barrotes, un revés para un tipo que descorchaba los más caros vinos del mundo, como tantos presos exvip de España.
Cuando se suicida un personaje público, de nuevo aflora en los medios un asunto mucho más silenciado que el de la violencia machista. Entre el tabú y el respeto, y el temor a la emulación, autoinflingirse la muerte produce un agujero existencial: ignoramos sus porqués, sus patrones, y preferimos mirar a otro lado. Aun así, es la más heladora de las fantasías con las que juega el adolescente o el parado, mientras para los enfermos terminales consiste en su acto final de libertad.
En el 2015, último año con datos oficiales del INE, se contaron 3.602 suicidios, que frente a los 1.160 fallecidos en accidentes de tráfico nos dan cuenta de la gravedad del asunto, ya que la pérdida de ambición por vivir constituye la primera causa de muerte no natural en nuestro país. Diez al día. Decimos: “¡Qué fuerte!”. Se habla de depresión, drogas, desesperación. Sin embargo, apenas existe voluntad pública para frenar el problema. Catalunya es la única comunidad donde se ha activado un plan estratégico de prevención del suicidio. En su primer año, recogió 1.500 alertas y se activó el protocolo en un 73% de los casos.
Respetamos y a la vez tememos al suicida porque su darse muerte representa la derrota frente a la vida. A pesar de todo impera el silencio, roto de vez en cuando por un nombre en negritas.
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24 de julio de 2017
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Las junglas íntimas del deseo

Christine Angot es una gran exploradora de la angustia existencial vinculada a los abusos en la infancia.

Nadie como ella ha hecho autopsias tan reveladores de las fuentes del trauma.

Nunca sale del bucle familiar, pero lo va explorando cada vez más, con insistencia atroz, travesando de parte a parte fronteras que da miedo atravesar.

Es carnal y a la vez metálica como los aparatos quirúrgicos.

Unos la creen genial, otros la desprecian.

Ella sigue adelante, examinando el pasado, colocándolo bajo un foco cuya luz divide el relato en dos territorios: a un lado la odiosa claridad, al otro las odiosas penumbras de los hechos y los ecos que dejan en la memoria.

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24 de julio de 2017
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El Boomeran(g)
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