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La cara y la mirada

La mirada es una conjunción copulativa entre dos cuerpos. Una “y” entre “yo” y “él”, como diría Buber.

Para Lévinas toda cara era una súplica, cuando no un grito, en cambio para Leonardo toda cara era un abismo.

A veces cuando entramos de verdad en una cara es como si nos sumergiésemos en un lago transparente. Vamos descendiendo más y más, y las aguas se tornan cada vez más oscuras. Al fondo de toda mirada gravita un mundo abisal al que no quisiéramos llegar nunca.

Una vez me encontré en la calle con una mirada que decía: “Me falta el aire”.

 

Hay miradas que matan, miradas que hablan, miradas que callan, miradas que producen lástima, miradas que delatan, y dicen que también hay miradas que salvan.

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18 de enero de 2018
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Un Chile desencantado recibe al Papa Francisco

El lunes 15 de enero a mediodía, seis horas antes de que aterrizara el avión de Alitalia que traía al Papa Francisco a Santiago de Chile, un millar de carabineros ya se desplegaba por la Alameda, la principal avenida de la capital. Los vendedores ambulantes que todos los días venden gaseosas y empanadas, voceaban hasta desgañitarse las banderas con el escudo del Vaticano, los rosarios y las chapitas con la cara del Papa.

Pero faltaba la gente.

“¿Por qué no llenan las calles?”, preguntaba perpleja una joven inmigrante venezolana. “¿No se dan cuenta de que es el Papa?”

Sí, es el Papa, pero esta visita se vive en Chile de forma muy distinta a la única visita papal anterior, de Juan Pablo II en 1987. En los estertores de la dictadura militar, Karol Wojtyla apareció en el balcón del palacio presidencial de La Moneda con Augusto Pinochet, pero la Iglesia chilena era vista como una fuerza moral de la sociedad: más del 70 por ciento de los ciudadanos se reconocían como católicos, y tanto la mayoría de los curas de las poblaciones pobres como muchos obispos clamaron por los derechos humanos y por la vuelta a la democracia.

Hoy la democracia está consolidada, pero menos de la mitad de los jóvenes se consideran creyentes y, en palabras de una joven escritora chilena, “en 1987 la Iglesia representaba la unidad nacional; hoy no representa a nadie”. Hoy el país es más ateo y más volcado a los cultos protestantes.

Además la iglesia está cuestionada por su complicidad con la pederastia. El caso del poderoso sacerdote Fernando Karadima, denunciado en 2010 y que dio lugar a una película de éxito, hizo bajar drásticamente el prestigio de la curia. El obispo de la ciudad sureña de Osorno, Juan Barros, quien fue mano derecha de Karadima, se convirtió en esta visita en símbolo de la exigencia a Francisco de que haga algo concreto para mostrar que no se tolera y se castiga el abuso sexual. Así lo pidieron teólogos críticos y una carta firmada por muchos ciudadanos de Osorno.

Frente a la Universidad Católica, le pregunto a un carabinero cuántos uniformados se despliegan en las calles.

“Demasiados”, me dice.

El número oficial son 18.000. Algunos de ellos persiguen a pequeños grupos de manifestantes, que muestran carteles contra la pederastia de los curas y la desigualdad social y económica. Pero la respuesta de gran parte de la población es la indiferencia. En encuestas y en redes sociales, predomina el hastío y el cuestionamiento por el costo de la visita (más de 10 millones de dólares en tres días) y por el hecho de que el gobierno decretara feriado cada día de la visita en las ciudades en las que estará el Papa.

Son las dos de la mañana del martes. El padre jesuita José Luis Carca pregunta al medio millar de feligreses que se juntan en el Colegio Ignasiano para iniciar la peregrinación al Parque O’Higgins: “¿Se han fijado lo agredidos que hemos estado?”

El sacerdote llama a su grey a recuperar el afecto de la población, y rescata el gesto de Francisco: desde el aeropuerto, fue a rezar a la tumba del 'obispo de los pobres' Enrique Alvear. “Hace 30 años lo tildaron de marxista-leninista y hoy lo homenajea el Papa”.

Comienza la peregrinación en medio de la noche. Nadie saluda a los peregrinos, que lucen gorras y camisetas moradas con el lema del Papa “Quiero una iglesia pobre para los pobres”. Pasamos frente a balcones vacíos y ventanas oscuras. Solo crepita una lámpara en la entrada del Night Club Delirio. Una señora mayor con poca ropa, de piernas rotundas surcadas de cicatrices, casi la única persona que vemos en nuestro peregrinar, se sumerge en la penumbra del antro.

Cada 10 metros, nuestro recorrido se ve interrumpido por los vendedores de parafernalia papal. Las banderas primero están a mil pesos (1,65 dólares); después a 500; ya a las puertas del parque, se consiguen tres banderas por mil.

En las afueras del Parque O’Higgins a las tres de la mañana miles de jóvenes voluntarios orientan a los feligreses. El que toma mi entrada comienza la frase, que supongo es común para los que frecuentan las iglesias en la era de Francisco: “Todo es amar y…” Ante mi ignorancia, completa la sentencia: “… y servir”. Y sonríe beatíficamente.

Son las ocho y ya pica el sol. Tras una larga noche de frío a la intemperie para muchos de los 400.000 asistentes a la misa, se escucha por los parlantes una marcha militar. Es la llegada del Papa al Palacio de la Moneda, para ser recibido por la presidenta Michelle Bachelet. Desde las pantallas gigantes vemos y escuchamos los discursos: Bachelet recuerda el año (1960) en que el entonces sacerdote Jorge Mario Bergoglio estudió en Santiago. Francisco llama a escuchar a los indígenas, los migrantes, los niños, los ancianos.

En su único gesto de autocrítica, el Papa manifiesta “el dolor y la vergüenza por el daño causado a los niños por parte de ministros de la Iglesia”. Expresa su apoyo “con todas las fuerzas” a las víctimas “para que no se vuelva a repetir”. Esta mención provoca los mayores aplausos en el Parque O’Higgins. En la tarde del jueves el Papa se reunirá a puertas cerradas con un grupo de víctimas. Pero si bien pidió perdón y expresó vergüenza, para los medios chilenos y buena parte de la opinión pública, en el momento de las medidas concretas, Francisco sigue en deuda.     

Son las diez de la mañana, y castiga un sol implacable. Ante un una melodía ramplona con ritmo machacón (“Chile una mesa para todos/Chile una patria donde todos podamos estar”), el papamóvil recorre el parque y comienza la misa.

En su homilía, Francisco cita al recordado jesuita chileno San Alberto Hurtado: “Si quieres la paz, trabaja por la justicia”. Esto despierta el mayor aplauso de la mañana. Pero entre los cientos de obispos y sacerdotes de blanco impoluto que rodean a Francisco se encuentra Juan Barros, el encubridor de Karadima.

A la tarde Francisco visita la cárcel de mujeres. Una representante de las internas denuncia el encarcelamiento de madres menores de edad y las condiciones del sistema que acoge a sus hijos. La frase más contundente del día la dijo Nelly León, Capellana del centro: “En Chile se encarcela la pobreza”.

Ante las presas, el Papa, en un discurso improvisado, apela a su memoria cultural de porteño: cita el tango Yira Yira de Enrique Santos Discépolo: “Todo es igual, dale que va, que allá en el horno nos vamos a encontrar”. Las presas, que conocen la amargura de los tangos, le dedicaron su primer aplauso.

“No todo es igual”, dice el Papa. Pero en el único gesto concreto que le pedían, acogió al obispo cuestionado por complicidad con el pederasta. Joge Mario Bergoglio no apartó del rebaño a los sospechosos de ser lobos disfrazados.  

 

 Una versión más breve salió en portugués el miércoles 17 de enero de 2018 en La Folha de Sao Paulo

http://www1.folha.uol.com.br/mundo/2018/01/1951074-ante-chile-desencantado-papa-nao-afasta-bispo-que-acobertou-pedofilia.shtml

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17 de enero de 2018
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La carrocería

Si en el ámbito profesional, cuando hace una propuesta o se discute una idea en equipo, alguien le dice “no me siento cómodo”, active la señal de alarma. Entienda que le dan un no, adornado. Creen que escogen una manera elegante, pero la fórmula, entre compungida y egoísta, resulta una exhibición de superioridad en toda regla. “No me gusta, no lo veo, no funciona…”, hay muchas maneras más secas y más sinceras de rechazo. Es probable que sea una traducción del anglosajón unconfortable, una manera fina de decir no apelando a lo oportuno, lo fácil y proporcionado. A defender la llamada zona de confort, el disturbio que supone cualquier decisión o cambio. Pero experimentar es probarse como ser humano, y a menudo significa equivocarse. Este es el espíritu s tart-upque agita el mundo, no puede permitirse anteponer comodidad a desafío, por pequeño que sea.
Digámoslo por una vez al revés: los treinta son los nuevos cincuenta gracias a la tecnología y el emprendimiento. Bastan una idea audaz y un jefe menor de treinta años. El baremo de la confianza se ha invertido: un nativo digital con camiseta y mochila, sin hijos, empeñado en darle vueltas a la nube, inspira mayor confianza que un ejecutivo cincuentón con brillante expediente, los chavales adolescentes, la madre con cáncer y un maletín de cuero. Zuckerberg tenía 19 años cuando inventó Facebook, y muy lejos de caer en la desgracia de la precocidad, de despuntar antes de tiempo y convertirse en un maldito Rimbaud, aprendió a multiplicar el negocio, y como los gurús de Palo Alto, viste sudadera y se sienta en cuclillas.
Tad Friend escribe en The New Yorker acerca del ageism –edadismo, según la Fundéu– en EE.UU. La discriminación por edad en el ámbito laboral aumenta y seis de cada diez americanos de entre 45 y 60 años han sido ofendidos e incluso marginados porque ya son talluditos. Se extiende otro tipo de duelo. Tanto, que las palabras de Ralph Waldo Emerson vuelven a describir socialmente las calles: “El tiempo cae sobre la ciudad. Pero, en las prisas y el bullicio de Broadway, si uno mira a la cara a los viandantes, hay abatimiento o indignación en los mayores, cierta sensación disimulada de estar heridos”. Qué fatal paradoja la de nuestra era antiaging: ¿por qué vamos a vivir los 120 años que la ciencia calcula para el 2050 si con apenas 45 se nos pasa el borrador? Entre experiencia y empuje, resulta más atractivo lo segundo; sin embargo, cada vez somos más viejos: la media de edad española es de 43 años. Hablo con una directiva con cuerpo de treinta y DNI de cincuenta, muy optimista: “El seniorality se valora cada vez más en las empresas”, me dice. Algo tendrán que inventar para acomodar semejante carrocería.
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17 de enero de 2018
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Dolores Morales

Cuando presenté en el Instituto Cervantes de Madrid mi nueva novela Ya nadie llora por mí, alguien de entre el público preguntó por qué mi personaje, que está también en El cielo llora por mí, siendo hombre llevaba nombre de mujer.

Expliqué que en Nicaragua hay casos en que a los niños varones se les encomienda a la protección de la Virgen María al bautizarlos, bajo sus diferentes nombres: Virgen de Dolores, de Concepción, del Carmen, del Pilar, de Mercedes, de Guadalupe; en este último caso, en México abundan los Guadalupes, o Lupes.

Un tío abuelo mío, de apetito pantagruélico, se llamaba Mercedes Gutiérrez, y en las comarcas de Masatepe, mi pueblo natal, conocí algún don Pilar, o don Concepción, o "Chon". De modo que el nombre de mi personaje no responde a una invención mía, y ya me gustaría que lo fuera, sino a que conozco a más de un Dolores, o "Lolo" Morales.

Semejante conjunción de nombre propio y apellido le ofrece al novelista la singular oportunidad de tener como protagonista principal nada menos que a un Dolores Morales; pero siempre he repetido que no tuve intención de ir más allá del atractivo de una coincidencia tan graciosa: como mi inspector es bastante mujeriego, su compañero de aventuras, el circunspecto pero cáustico Lord Dixon, le dice que más bien debería llamarse Placeres Físicos.

Es lo que pasa con el nombre de la guerrillera panameña con quien se casa en el Frente Sur, Eterna Viciosa. Tampoco es invención mía. El nombre Eterna, y el apellido Viciosa, existen de verdad en el Caribe. Eso me lleva a recordar que en Masatepe había una Zoila Clara, de apellido Luna, quien se casó con un Monterrey, de lo que resultó un nombre más que poético: Zoila Clara Luna de Monterrey.

Mi lector y amigo Porfirio Gómez se ha referido al nombre de mi personaje en un escrito, y dice que aunque yo afirme todo lo contrario, Dolores Morales encarna un dolor moral. "A mi juicio este es un nombre que carga una intención y, por lo tanto, no fue escogido al azar ni por ser usual", afirma.

Y yo creo que los dos tenemos razón: en una novela, los nombres de los personajes, y también la trama, llegan a tener consecuencias en la lectura más allá del ardid literario, aunque no hayan sido pensadas por el escritor deliberadamente; o es que a lo mejor están en su subconsciente, y es el lector quien las saca a flote.

Y cuando se trata no de uno, sino de varios o muchos lectores, entonces la novela llega a tener consecuencias sociales. Por eso es que una obra de ficción se escribe siempre entre dos, el escritor y el lector, o, en todo caso, entre el escritor y los lectores.

Tampoco es que el inspector Dolores Morales, más allá de su nombre, sea un personaje concebido de manera inocente. Es un viejo guerrillero que perdió una pierna en combate, tiene que soportar una prótesis, y más allá de ese dolor físico soporta, y aquí mi amigo Porfirio tiene razón, el dolor moral de su propia historia.

Como joven idealista quiso cambiar el mundo en que vivía, sus crueldades e injusticias, la opresión, la corrupción, y la ignominia de que una misma familia permaneciera en el poder década tras década. Por eso se rebela, arriesga la vida, pierde una pierna, y al triunfo de la revolución entra en la Policía Sandinista, donde se convierte en agente antidrogas, dueño de esos mismos ideales a los que no renuncia por mucho que cambien los tiempos después.

Y los mantiene hoy en día, cuando tiene que ganarse la vida como investigador privado que se ocupa de casos de poca monta, sobre todo infidelidades conyugales que investiga con el auxilio de su vieja colaboradora doña Sofía, fotografiando a parejas sorprendidas in fraganti.

Hoy en día, cuando la lucha se libra dentro de su propia conciencia donde pugnan su vieja entereza, sostenida por esos ideales para muchos ya caducos, frente a las tentaciones de acomodarse al sistema, aceptar la corrupción como norma, y despojarse de sus principios como si se tratara de una vestidura ya fuera de moda.

 

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17 de enero de 2018
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Elemental

Felices aquellos que vivieron épocas más esforzadas, cuando no había que pedir permiso a nadie para aprender. En el colosal legado gráfico de Leonardo da Vinci (7.000 folios) hay reflexiones y dibujos sobre mecánica, anatomía, geografía, zoología, aeronáutica, arte, pero el grupo mayor trata sobre el agua. Fue una obsesión del sabio desde su juventud y el elemento que más cerca estuvo, para él, de ser un organismo viviente y con alma, es decir, un dios. Anotó sus movimientos, formas, beneficios, cursos, domesticación, peligros, pero no en un tratado de hidráulica, sino en una verdadera mitología. Trata el agua como si fuera Poseidón.

Sin embargo, para Leonardo, conocer era dibujar. No bastaba con la palabra; era imprescindible cazar las cosas con su representación, como si la línea fuera la red de pesca del entendimiento. Lo que llamamos arte era, aún, ciencia. Los dibujos sobre la vida del agua son de los más portentosos: torbellinos, tifones, cataratas, tempestades, remolinos y el diluvio, todo lo dibujó, con preferencia por los estados anímicos del agua más turbulentos y belicosos. También, claro está, las máquinas que se le podían oponer, los ingenios técnicos capaces de paliar su destrucción.

Un poeta y un filósofo, Barja y Lanceros, han reunido una buena antología de estos dibujos y escritos sobre el agua (Abada Ed.). No es un libro para leer, sino para mirar y pensar. Sin embargo, creo que hay un modo de leerlo muy apropiado y este es entrar en él como si fuera un presocrático o leyéramos poemas. "Cuando va corriendo turbia y mezclada con tierra, y el polvo y la niebla, entremezclados igualmente con aire, como entremezcla el fuego sus ardores con todo", dice, por ejemplo. Puro Empédocles o quizás Lucano.

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16 de enero de 2018
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Las memorias perdidas de Abel y Galois

El 30 de octubre de 1826 en la "Académie des Sciences" de París, una de las instituciones más respetadas del mundo intelectual de la época, el joven matemático Noruego Niels Henrik Abel presenta una memoria titulada "Propiedad general de una clase muy amplia de funciones trascendentes (Propriété Générale d'une clase très étendue de fonctions trascendantes)". En el facsímil del manuscrito se entrevé en la cabecera la fecha de depósito y una indicación de supervisión a cargo de "Monsieurs Legendre et Cauchy". Todo ello sin embargo está tachado, probablemente en fecha ulterior y por inseguridad de algún funcionario, pues simplemente la memoria fue durante un tiempo extraviada; incidencia que puso a prueba la capacidad de encaje del joven autor, quien se sentía desarraigado en París y falleció tan sólo dos años y medio más tarde. No es la única desaparición de manuscrito matemático en la que la Académie se ve envuelta en esos mismos años y con un responsable común en las incidencias. En efecto:
El 25 de mayo de 1829, en esa misma institución se presenta una memoria titulada "Recherches algébriques" cuya supervisión se adscribe a tres matemáticos, entre ellos el evocado Cauchy y Joseph Fourrier. El autor es Evariste Galois un joven de 19 años al que sólo quedaría un año de vida. Unos días más tarde el primero de junio, el mismo Galois presenta una segunda memoria bajo el título "Recherches sur les équations algébriques de degré premier", cuya supervisión es encargada al mencionado Cauchy y a un segundo matemático Henri Navier, quien sería de hecho el sucesor del primero. Galois nunca tuvo noticia de la opinión de sus examinadores: los dos manuscritos se extraviaron.
Tres memorias perdidas en la misma institución y años, pertenecientes a dos jóvenes que desaparecerían poco después y que sin embargo marcaron la historia de las matemáticas.
Hace ya tiempo he evocado en este foro a Evariste Galois y la "carta testamentaria" escrita a su amigo Auguste Chevalier en la noche misma que precede al enfrentamiento del que saldría irreversiblemente mal herido ("un encuentro llamado de honor por inversión de sentido" según el también matemático Orly Terquem). Señalaba entonces que esa carta testamentaria es algo más que una punzante despedida de una persona amiga: pues en la misma Galois sintetiza los resultados de sus investigaciones sobre ecuaciones algebraicas y sus teorías sobre la integración, todo aquello que un poco clarividente editor matemático había rechazado publicar. "Necesito todo mi valor para morir con veinte años" tendrá aun tiempo de escribir a su hermano antes de expirar y ser conducido a la fosa común del cementerio de Montparnasse. Pues bien:
Evocaré hoy la vida del otro joven matemático mencionado al principio, Abel, víctima como Galois no sólo de una negligencia administrativa sino de la incomprensión de algún matemático eminente, de la penuria económica que afectaba a tantos espíritus de la época, y quizás simplemente... de esa misma suerte de la que se lamentaba Galois agonizante, temiendo que sus logros matemáticos quedaran inéditos.
Nacido en 1902, en la isla de Finnoy, hijo de un pastor luterano, Niels Henrik Abel entra a los 13 años en la escuela adjunta a la catedral de Oslo. Un profesor de matemáticas, Bernt Michael Holmboe percibe en el adolescente singulares dotes, que pone a prueba confrontándole a problemas de difícil solución para un principiante. Holmboe jugará un papel no sólo como profesor pues (cuando el padre de Abel fallece dejando a su familia en dificultades) sufraga los gastos de matrícula que permiten al muchacho inscribirse en la Universidad Christiania, nombre entonces de Oslo, dónde obtiene rápidamente un diploma.
En 1824, Abel tiene 22 años y se halla confrontado a un reto matemático de primera magnitud: demostrar que no hay solución algebraica para la ecuación de quinto grado. Cree haber hallado una prueba irrefutable, y redacta en francés Mémoire sur les équations algébriques, où on démontre l'impossibilité de la résolution de l'équation générale du cinquième degré. Pese al apoyo de Holmboe, el trabajo es recibido con cierto escepticismo, pues al parecer en la ilustración mediante un caso particular existía un pequeño error, lo cual impedía la generalización. Sin embargo, interiormente convencido de su tesis, en 1824 imprime la memoria a cuenta de autor y la hace llegar a varios matemáticos eminentes, entre ellos el alemán Gauss, llamado "Príncipe de las matemáticas", quien (las versiones difieren) o se negó a reconocer que el problema estaba efectivamente resuelto, o estimó que se trataba de un resultado trivial, o simplemente extravió la memoria entre sus propios trabajos.
Aunque había grandes matemáticos en varios países, uno de los centros mundiales de la disciplina era entonces París, ciudad a la que Abel llega en 1926, tras pasar el invierno en Alemania. Prosigue su trabajo en la penuria, luchando por hacerse con un puesto que le permitiera vivir con decencia y apostando a un reconocimiento de la "Académie de Sciences", a la que hace llegar el manuscrito "Propiedad general de una clase muy amplia de funciones trascendentes" que evocaba al principio, al pie del cual aparece la fecha de conclusión ( 30 de Octubre), coincidente con la de presentación en la Academia y la dirección del autor, en el Faubourg Saint Germain, Rue Sainte Marguerite 41, (hoy inexistente bajo este nombre). El gran historiador de la matemática René Taton (1) hace un detallado relato de la peripecia, apenas verosímil, seguida por tal manuscrito:
Los destinatarios Cauchy y Legendre, cuentan entre los más eminentes matemáticos de su época. Hoy sabemos (por una nota del propio Legendre) que el segundo dejó el manuscrito en manos del primero. Dos años y medio más tarde, en febrero de 1829, Legendre se refiere en su curso a los logros matemáticos en la teoría de funciones elípticas de Abel y Jacobi, otro matemático ilustre, entonces profesor en Könisberg, la ciudad de Kant, pero no hace referencia al manuscrito depositado. Jacobi se halla al corriente de la memoria de Abel y en una carta del 14 de marzo de ese 1829 se extraña ante Legendre de no tener noticia alguna de la misma. Este le responde el 8 de abril en los términos siguientes: "He pedido a Monsieur Cauchy que me remita el manuscrito, el cual nunca llegó a mis manos".
El manuscrito acabará por aparecer. El 29 de junio de ese mismo 1829, Cauchy y Legendre hacen conjuntamente la presentación del mismo en la Academia, rivalizando ambos en elogios. Se propone a la Academia "conservar uno de los títulos de gloria del autor, insertando su obra en la selección de sabios extranjeros". Al año siguiente se le otorgó, ex-aequo con Jacobi, el Premio de la Academia que suponía 1500 francos...atribuidos a su familia. Era ya tarde para elevar la autoestima de Abel y fortalecerle en su angustia económica, pues el matemático había muerto el 6 de abril del año anterior en condiciones penosas, en su propio país.
El historiador de la matemática E. T. Bell (2) glosa una carta, escrita por Abel casi en las vísperas del envío de su memoria a la Academia, a su maestro y protector Holmboë en la que describe con amargura su desarraigo en la capital francesa: "Los franceses son mucho más reacios al contacto con los extranjeros que los alemanes. Es extremadamente difícil ganar su intimidad, y no he llegado ni a pretenderlo; finalmente todo debutante tiene mucha dificultad en ser reconocido aquí. Acabo de finalizar un tratado sobre un cierto tipo de funciones trascendentes, que presentaré el lunes próximo en el Instituto. Se lo he mostrado ya al señor Cauchy, pero apenas se dignó echarle un vistazo".
Hay cierta injusticia en la carta, pues en la Academia Abel tenía sus defensores, y de hecho al año siguiente, en votación anónima, la institución propuso su nombre como miembro correspondiente en sustitución del Vizconde de Newport fallecido en Bruselas. De hecho, pese a las dificultades, en París Abel nunca dejó de trabajar en matemáticas, llegando incluso a publicar artículos que muy pronto se mostrarían relevantes; pero con recursos que apenas le daban para alimentarse y descorazonado por la ausencia de perspectivas, en diciembre de 1926 abandonaba la ciudad, para él, como para tantos otros, áspera e inhóspita, dirigiéndose a Berlín.
Pese a los esfuerzos del matemático Leopold Creole por retenerle, en Berlín permanece sólo unos meses esperando en vano alcanzar algún puesto académico. En mayo de 1927 retorna a Oslo, pesimista, sombrío, cansado, pues, aunque tiene un lazo afectivo se halla en la imposibilidad de hacer planes serios de vida en común. De hecho, mientras él se gana la vida dando clases particulares su prometida se ve obligada a trasladarse a Froland donde trabaja como asistenta hogareña.
En 1828, una inesperada suplencia en la academia militar hace que mejore su situación económica. En las navidades de ese año se permite incluso viajar a Froland y pasar las fiestas con su novia. Otras noticias parecen anunciar que las instituciones académicas empiezan a tomarle en cuenta. En Berlín su amigo Crelle consigue por fin un puesto universitario para Abel... cuya salud se va deteriorando. Ignorando que la situación es tan grave, Crelle sigue con sus exitosas gestiones. El 8 de abril envía la buena nueva de que le esperan para incorporarse a su cargo...Abel había fallecido tres días antes.
Decía antes que Legendre había hecho constar que nunca había recibido la memoria de Abel de manos de Cauchy. Este de hecho no tenía idea de dónde estaba. La noticia de la muerte de Abel le movió a buscarla con éxito. Pero las vicisitudes de este manuscrito no acaban ahí. El evocado René Taton nos da cuenta de la nueva peripecia. En 1841 es publicada (3) por la Academia. La edición es confiada a Libri recién incorporado como académico. El original queda en sus manos, y cuando le es reclamado confiesa...no saber dónde se encuentra. Se ha dudado de que se tratara de un verdadero extravío. En todo caso el manuscrito no reapareció hasta 1952, siendo descubierto tras afortunadas pesquisas y dotes de intuición por el investigador de la universidad de OsloViggo Brun (4) .
Pero hay una última peripecia que deja ya estupefacto. El evocado maestro y protector de Abel Bern N. Holmboe se propone editar las obras completas, cosa que hace en 1939. Obviamente para hacer esta edición Holmboe se había procurado los manuscritos con la cooperación del amigo alemán de Abel, Creele. Pues bien: en 1849 un incendio en la casa de Holmboe hace desaparecer la mayoría de estos manuscritos, salvándose sólo 5 al que hay que añadir el no presente de Paris. De ahí que la colección de manuscritos de Abel (hoy presentes en la Biblioteca Nacional de Noruega) represente sólo una parte de su obra.
En esos meses finales de 1929 que siguieron a las navidades en Froland, Abel a veces pierde la conciencia de la actualidad y parece como vivir en el pasado. Se había acentuado (en el propio viaje en trineo hasta Froland) la extrema debilidad que arrastraba al menos desde su estancia en París. El proceso de deterioro es atroz. La tisis no le permite un momento de respiro y casi no consigue estar de pie. A veces tiene que desistir en su lucha por no perder la capacidad y la vivacidad en el trabajo matemático, que se ha convertido en su principal anclaje. Una vez más viene a la mente la metáfora platónica, el cuerpo como una camisa de fuerza para las aspiraciones del espíritu, que sin embargo no renuncia: en la pobreza, los síntomas de la enfermedad y el sentimiento de mala fortuna, despliega su teoría de las funciones elípticas (5) y un manuscrito relativo a las funciones trascendentes lleva fecha del 6 de enero de 1829 (6) . Poco antes, en una carta a Crelle fechada el 18 de octubre de 1828 da vueltas al problema de las condiciones en que cabe encontrar solución para una ecuación de tres raíces irreductibles de primer grado (7) .
El paralelismo en los destinos es en ocasiones sorprendente. En aquel momento Galois lucha ya con problemas análogos y la solución por la propuesta a alguno de ellos figura en la memoria evocada al principio, presentada en 1930 en la Academia de Ciencias, de la cual no llegó a tener noticia alguna. Al igual que Abel, Evariste Galois es hoy un matemático universalmente reconocido, pero nunca tuvo certeza de que llegaría ese momento, cree que Francia le ignorará: "la suerte no me dio vida suficiente para que mi patria conozca mi nombre" se queja agonizante. Retomo de nuevo la evocación de Joseph Liouville, en su Journal des mathématiques pures et appliquées: "El geómetra ingenioso y profundo cuyas obras ofrecemos aquí murió apenas con veinte años. Y aun la mayor parte de los últimos años de una vida tan corta, perdidos en agitaciones políticas, frecuentación de clubs mundanos o tras los barrotes de Sainte Pélage.
 
___________________________
 
(1) "Abel et l'Académie des Sciences " Revue d'Histoire des Sciences, 1948 pp. 356-358.
(2) Citado por E T Bell, Men of Mathematics Touchstone Book New York, 1986) 307-326
(3) Mémoires présentées par divers Savants à l'Académie Royale De Sciences de l'Institut de France. t. VII, Paris 1841.
(4) El informe de Viggo Brun sobre las peripecias del manuscrito y su relativamente fortuito encuentro se encuentra en la Revue d' Histoire des Sciences 1905, pp.103-106.
(5)Précis d'une Théorie des Fonctions Elliptiques
(6) Démonstration d'une Propriété générale d'une certaine Classe de Fonctions transcendantes
(7) "Si tres raíces de una ecuación irreductible de primer grado se relacionan de tal manera que una de ellas puede ser expresada racionalmente en términos de las otras dos, entonces hay soluciones radicales para esta ecuación"
 

 

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15 de enero de 2018
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Cien francesas y el ardor

Hace unas semanas, en la presentación de un libro, el director de un periódico digital me saludó con dos besos y a la vez posó su mano en mi rodilla. Estábamos sentados uno al lado del otro, y su gesto no fue propio de un sobón. Nada que ver con esos señores que al despedirse te cogen por la cintura con rumba en el cuerpo, o te estrujan como si acabaras de llegar de la Luna. Lo primero que pensé fue decirle “Me too”, pero la prudencia me contuvo: tal vez no hubiera entendido la broma. Porque a nuestro alrededor, y no sólo en el telediario, se ha extendido un clima de alerta que algunos quieren entender como la imposición de un nuevo protocolo de las relaciones sociales entre hombres y mujeres. Los hay que reclaman con ironía un nuevo manual, “para no meter la pata”. “Nos quedaremos sin hombres”, dicen las más alarmadas. Algunos se cuestionan la frivolidad de señalar en las redes a un acosador sexual y se interrogan sobre la credibilidad de algunas mujeres, “cuatro pelanduscas y oportunistas”. Mi colega Chus confiesa que sufre en el metro cuando va apretadísimo, y piensa en lo mal que deben de sentirse algunos hombres, en la incomodidad que hoy les habita. Los mismos que hace cuatro días se sentaban de forma que el mundo cabía entre sus piernas.
El debate se extiende a partir del manifiesto de las cien francesas que se han plantado frente al puritanismo de las norteamericanas, según ellas: una colección de pánfilas que no saben aguantar ni disfrutar de las importunidades masculinas. En cambio, minimizan la denuncia de violaciones y acosos reproducidos en todas las esferas. En su lugar se quedan en la anécdota: “…ellos sólo se equivocaron al tocar una rodilla, tratar de robar un beso, hablar sobre cosas ‘íntimas’ en una cena de negocios, o enviar mensajes sexualmente explícitos a una mujer que no se sintió atraída por el otro”, escriben y se refieren a una caza de brujas. Las señoras Deneuve y Millet encabezan su particular basta ya políticamente incorrecto. Están bien autorizadas: la señora Millet vendió más de tres millones de libros relatando sus prácticas sexuales con más de 150 personas a la vez. Es un as de las relaciones de todo tipo. A la diosa Deneuve, la entrevisté en una buhardilla del hotel Orfila de Madrid y lo envolvió todo de un hielo azul y una carcajada ronca. Ellas y sus 98 compatriotas apelan al derecho a la importunidad como parte del flirteo sexual. Pero implícitamente lo hacen al derecho a humillar. A mí me hacen pensar en esos tipos torpes, pesados, molestos que acaban hundiéndose a sí mismos. Porque la seducción es un baile que no entiende de presión ni de roces bruscos. Ni de abuso de poder, dolor o sometimiento. Es alegría y placer. Y eso no aparece en el relato de las denuncias. Querer deslegitimar la confesión pública y valiente de muchas mujeres cuyo silencio ha conformado un buen ladrillo del techo de cristal es un pésimo esnobismo.
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15 de enero de 2018
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