Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

Golfos sin golf

La presidencia de la Comunidad de Madrid se ha hecho evanescente igual que una tortilla marinera con salsa verde. La sirven esponjosa en el Qüenco de Pepa, el restaurante del norte de Madrid. Allí tiene reserva fija Fernández Tapias, Fefé, una mesa redonda y muy animada donde se sientan con regularidad y bonhomía Alberto Ruiz- Gallardón, Enrique Cerezo o el actor Arturo Fernández, aleación madrileña donde las haya. La gente bien de Madrid se ríe con muchas ganas. Compiten en carcajadas: cuáles son más contagiosas, más excesivas, más antiguas incluso. Son risas capitalinas, aunque también huérfanas de paraíso. Me lo contaba el otro día un informático que nació en la calle Princesa: cuando llegaba el verano, todos los niños se iban al pueblo, y por mucho que sus padres le explicaran que ellos no procedían de ningún otro lugar que ese secarral, ese kilómetro cero de la hispanidad, él se compungía, forastero de sí mismo por no tener a dónde escapar.
Hoy, muchos madrileños –con o sin pueblo– se sienten también extraños en su propia ciudad. Qué bochornoso espectáculo el del poder el pasado 2 de Mayo, la fiesta que conmemora el levantamiento popular contra el invasor, el orgullo herido y los fusilados de Goya. A Madrid le ha ido mejor con los alcaldes que con los presidentes de la Comunidad, ese artefacto sospechoso desde que el PP empezó a ensuciar la tapicería del sillón principal de Sol. Tanto es así, que el Madrid costumbrista, el ochentero, el financiero, el del visón Benarroch, el de los curas rojos vallecanos, el de los chalets Bauhaus de El Viso y el de los hipsters de Malasaña se siente estafado hasta las trancas. Sólo Joaquín Leguina acudió a la celebración de los fastos regionales, el único expresidente no investigado ni procesado en la actualidad. Y habló pintoresco, sin paracaídas: que si “no podemos meter la institución en un agujero”, que si el problema obedece al fallo en la “selección de personal”… Profesional eufemismo el de Leguina, y a la vez, qué encantadoramente añejo. ¿Así que a la Comunidad de Madrid, un constructor artificioso y centralista que ha acabado por erigirse en autonomía alfa, le ha fallado sólo su departamento de recursos humanos? Aguirre proyectó un Madrid con golf, inspiradísima, después de ver una película, porque había que soñar a lo grande aunque a pocos kilómetros de los terrenos del Tercer Depósito del Canal de las vergüenzas fueran desangrándose los poblaos de la droga como Valdemingómez o la Cañada Real o el macroprostíbulo de Europa: la colonia Marconi.
Cifuentes fue la última chula, pero tuvo buenísima escuela. La pérdida de la decencia del poder madrileño ha sido puesta en evidencia, una vez más, por la calle, que ha salido en tromba a pedir un poquito de por favor. Ya saben, a los madrileños siempre les han gustado más los órdagos del mus que los del golf.
Leer más
profile avatar
7 de mayo de 2018
Blogs de autor

La historia de los raros

Qué distintos son los homosexuales de las tres recientes películas de gran éxito en las que aparecen: tan distintos como los seres humanos lo somos unos de otros, con la particularidad de que estos hombres unificados por su deseo son del pasado, cuando la historia les ponía un estigma y les daba un plus de peligrosidad. La vida de Oliver y Elio en el verano de 1983 plasmada en Call Me by Your Name es de "calme, luxe et volupté", y el peligro, que los padres de Elio o la cocinera de la mansión campestre italiana del siglo XVII adviertan que el adolescente que toca el piano y el estudiante post-graduado en visita académica no solo se intercambian libros y pasean en bicicleta; las ganas de consumar físicamente su mutua atracción se realizan, y no hay escándalo, aunque antes las solventa Elio, solo en su dormitorio, penetrando con el miembro viril un melocotón de la huerta familiar, en una escena a la que Luca Guadagnino, director de gran habilidad, sorprendentemente no le saca, valga la paradoja chistosa, el jugo que tal episodio tiene en la obra homónima de André Aciman. Y eso a pesar de que, por lo demás, la película supera en gracia espiritosa, en el trazo de los personajes, en la creación de una atmósfera lánguida y sensual, al libro, novela rosa de un buen profesor y ensayista ‘highbrow' como es Aciman, muy bien trasladada a la pantalla por dos cineastas ‘middlebrow', James Ivory, autor del guión, y Guadagnino, que lo rueda muy atento a que la belleza de los interiores naturales y los paisajes de la Lombardía no desmerezcan junto a la rotunda apostura de Armie Hammer (un Oliver de escasa relevancia interpretativa) y la hermosura radiante de Elio, llena de inteligencia en los ojos y poderosa imantación en los gestos del nuevo ‘wonderboy' de Hollywood Timothée Chalamet.

Call Me by Your Name
se ve con agrado, como se veían en su día las sólidas adaptaciones de mejores novelas hechas por Ivory, Oriente y Occidente, Una habitación con vistas, Los restos del día, de Ruth Prawer Jhabvala, E. M. Forster y Kazuo Ishiguro, respectivamente. Por su parte, Guadagnino, un director que pasa de lo pretencioso a lo superficial con innata facilidad, sabe en este caso sacar buen partido dramático de personajes episódicos, como son la madre de Elio, Annella, interpretada por la siempre solvente actriz francesa Amira Casar, o Marzia, la chica con la que el indeciso muchacho flirtea, que encuentra en Esther Garrel el aplomo y el talento de una familia de casta en el cine europeo. Y hay en el final una gran escena, tomada fielmente de la novela, que aborda con emotividad sutil la historia fantasmática de la desgracia homosexual, cuando el padre de Elio -ilustre arqueólogo al que en ese placentero verano ha ayudado en sus investigaciones Oliver, ya de regreso en los Estados Unidos- nota en su hijo la carencia del amor que allí en la mansión ha tenido lugar, y le insinúa al chico que también él vivió cuando era joven una historia ‘prohibida' que quedó irrealizada. La misma frustración, en otro contexto pero años coincidentes de la Guerra Fría, en torno a 1963, la sufre Giles (Richard Jenkins), el amigo y cómplice de la protagonista de La forma del agua (The Shape of Water), rechazado por su diferencia sexual, no tan aparatosa como la de la muda Elisa y el monstruoso hombre anfibio, pero igual de demonizada en un película, brillante como todas las de Guillermo del Toro, lastrada a mi juicio por los subrayados en la metáfora de la rareza.
En los primeros años 1980 los propios homosexuales norteamericanos, los más radicales, cambiaron de apelativo; ‘gay' les parecía demasiado optimista, o demasiado inocuo, prefiriendo asumir, con el término ‘queer' (raro), la dimensión de su extrañeza anómala dentro del tejido social de las mayorías dominantes. Era, naturalmente, un desafío, que en parte quedó truncado por la eclosión y devastador crecimiento del SIDA, que mantuvo al menos dos décadas el baldón ignominioso de ser una enfermedad (o condena) reservada a esa minoría sexual. 120 pulsaciones por minuto (120 battements par minute) es la crónica de unos humillados que combaten con orgullo la mortalidad de su dolencia y la ofensa del castigo adherido a su condición privada. Act-Up fue fundada en Francia en junio de 1989 por activistas infectados por el VIH, que reclamaban, con acciones llamativas, un tratamiento sanitario eficaz, no discriminado, y denunciaban los abusos de las empresas farmacéuticas; una de las secuencias más logradas de la película reproduce el asalto a la sede de una de aquellas, Melton Pharm, con bolsas de falsa sangre contaminada arrojadas en despachos y oficinas.
El director Robin Campillo hace un film histórico documental, incurriendo en sus 140 minutos de duración en debates interminables que evocan los de La clase, el film de Laurent Cantet del que fue co-guionista, sin el poder de síntesis y la ligereza que tenía aquella psico-comedia escolar. Combativa, bien interpretada, 120 pulsaciones por minuto cuenta la valerosa historia de unos hombres y algunas mujeres (lesbianas, madres de afectados) que fueron fundamentales en la consideración de una grave epidemia mundial y la toma de conciencia que fraguaría en el reconocimiento de derechos sociales y personales antes negados a los ‘raros'. No llega en ningún momento a la contundente y a la vez refinada altura patética que tenían, por no salir del ámbito francés, las últimas novelas de Hervé Guibert, que murió de SIDA, o El hombre herido (L´homme blessé) de Patrice Chéreau, pero abre páginas de una historia que no debe olvidarse, en todas sus facetas. Por ejemplo, la persistencia del deseo aun en momentos de extremo dolor o aflicción, como reflejan la escena de Sean (Nahuel Pérez Biscayart) disfrutando, ya moribundo, de la masturbación que le hace su compañero en el hospital, y, tras, la velada fúnebre, la normalidad de los que sobreviven al ejercer su voluptuosidad.
Leer más
profile avatar
3 de mayo de 2018
Blogs de autor

Lecciones de Ética…sin redacción

He evocado aquí en más de una ocasión al filósofo francés Jean Cavaillès quien, detenido en 1942 en la Francia ocupada y consiguiendo evadirse, tras un encuentro con el general de Gaulle en Londres, retorna a Francia, encargado de importantes misiones de resistencia. En agosto de 1943 es de nuevo arrestado por la Gestapo, torturado, encarcelado en Fresnes y finalmente fusilado el 17de enero de 1944 en la ciudad de Arras. Y he citado sus palabras ante el tribunal alemán que le interroga por los motivos subjetivos que le habían movido a la acción de resistencia: dado su amor a la Alemania de Kant y de Beethoven, con su postura militante "demostraba que realizaba en su vida el pensamiento de sus maestros alemanes". Cavaillès conocía bien Alemania constatando personalmente como la piel de los ciudadanos se había hecho progresivamente porosa al ungüento del nacional socialismo. Cavaillès asistió incluso a un meeting de Hitler en una cervecería de Munich, llegando a la conclusión de que aquella ideología naciente no sólo era contraria principios de universalidad, sino que "anunciaba el fin de la filosofía racional". Su compromiso político se explica pues, en parte, por una exigencia de defender las condiciones de posibilidad de la actividad del pensamiento. Como señala el físico francés Etienne Klein en un artículo en Le Monde Diplomatique de mayo de 2014 "Cavaillès entró en la Resistencia no por fidelidad a un partido o a una línea política, sino por lógica. Pero hay algo más (1).
El propio Etienne Klein enfatiza que la exigencia de subordinación de los intereses de la subjetividad a fin de alzarse contra lo inaceptable, tendría en Cavaillès una raíz spinozista: "Bajo la influencia de Spinoza, considera que el sujeto tiene poca importancia en comparación con la necesidad en la que se encuentra atrapado. La lucha contra lo inaceptable es inevitable, por tanto necesaria y eso es todo (...) Con un personaje de esta envergadura no se puede intentar disociar la profundidad de lo que comprendió como filósofo de la grandeza de lo que hizo como combatiente". Y en otro momento:" filosofar es demostrar, y no hacer confidencias sobre su propia subjetividad; filosofar es una cuestión de conceptos antes que una efusión de estados de ánimo del intelecto. La búsqueda de la verdad implica en suma que uno se olvide un poco de sí mismo"(2).
En cualquier caso fue ciertamente la exigencia de coherencia y no la obediencia a una línea ideológica lo que condujo a Cavaillès a su toma de posición. No se reconocía en ninguna de las dos ramas que alimentaban en Francia la resistencia contra la ocupación y el gobierno de Pétain: por un lado, la de los partidarios del general De Gaulle; por otro lado la de los militantes comunistas.
Laico pero marcado por la tradición de la ética protestante, era universalista frente a los nacionalistas, pero patriota frente al internacionalismo proletario; no lanzaba anatemas sobre la ideología de unos u otros, pero sin embargo... iba a su aire. Ausencia de espíritu doctrinal que no podía sino aumentar la admiración de aquellos de sus compañeros (al menos los que se negaban a ponerse ojerizas) que sí estaban comprometidos con una posición política determinada. Pues en efecto:
 
Nada más reconfortante para el rescoldo de rectitud en el alma de una persona, que constatar con admiración la entereza en alguien con quien esa persona difiere, y no precisamente en cuestiones superficiales, sino en asuntos relativos a la organización de la sociedad, e incluso en la forma de dar salida a situaciones de confrontación. Entereza que pone de relieve la fidelidad a principios que están más allá de los presupuestos de una u otra posición ideológica o política. Me atrevo a decir que están incluso más allá de los axiomas que posibilitan el conocimiento y en particular el conocimiento científico o filosófico. Quiero evocar un ejemplo cercano:
En los años en los que Franco agonizaba, tuve una fuerte discrepancia ante el juicio severísimo de un amigo (compañero de aventuras, fiestas, retos, proyectos y fracasos) respecto a lo que entonces se llamaba socialismo real. Pues llegó a señalarme que, a su juicio, salir del franquismo (régimen que le hizo perder su puesto de profesor y le detuvo) podía llegar a resultar un mal negocio, si el precio a pagar era el triunfo del partido comunista. El momento de apuro digamos provenía de que yo mismo estaba afiliado... al partido comunista. No compartíamos entonces la posición política y de hecho seguimos sin compartirla a lo largo de los años, e incluso en el momento actual. Y si evoco ahora (me atrevo a decir con sana envidia moral) a esta persona es en razón de lo siguiente:
Es fácil coincidir en ciertos axiomas éticos generales. No se necesitan formadores de virtud para saber (o sentir si se prefiere) que el que se aprovecha de la situación del débil es intrínsecamente un canalla. Pero tal certeza o sentimiento no consigue siempre paliar la "prudencia" (que tantas veces es coartada para la pusilanimidad) que conduce a no alzarse efectivamente ante la contemplación del abuso del débil. Cabe incluso que la presencia (incluso en el ser más vil) de ese imperativo moral le mueva a disfrazar ante sí mismo su inclinación a infringirlo, buscando en la víctima algún rasgo que parezca dar justificación a su comportamiento objetivamente canallesco.
El amigo que estoy evocando ha sido particularmente perspicaz y riguroso en este aspecto. Ha sabido siempre discernir quien es el débil en una situación concreta: constataba que se puede ser débil, aun amparado en la distancia por amplios poderes. Y no se le ocultaba que la existencia de ese poder a distancia (susceptible ciertamente de mostrarse ferozmente efectivo a medio plazo) podía ser usado como pretexto para la complacencia en el rechazo, el desprecio, la amenaza e incluso el paso al acto violento, contra una persona concreta, que en determinada situación o lugar constituía objetivamente el ser a proteger. De ahí que, en momentos durísimos, tomara parte en favor del señalado por las voces fariseas ("gracias te doy señor por no ser como ese"). No lo hacía por afinidad política con aquel a quien defendía, sino por honestidad intelectual, la cual en ocasiones es la expresión mayor de un imperativo ético. Y lo hacía corriendo un grave peligro, pues sabía que la fidelidad a la verdad exige en ocasiones el prescindir de sí mismo, prescindir al menos de los propios intereses.
Fernando Savater es un gran lector de Spinoza y en sus años de docencia fue un magnífico profesor de ética (reconocido como tal por algunos de sus alumnos de la vieja facultad de Zorroaga en San Sebastián, los cuales en ocasiones eran sus más radicales adversarios políticos). Pero no lo evoco aquí por su condición de catedrático de ética (respecto a algunos autores -y aunque a él no le guste la expresión- me atrevo a decir que es un auténtico erudito), sino por la rectitud de su disposición. Como filósofo supo cambiar de opiniones cuando las que sustentaba no le parecían pasar la criba de la razón, pero en lo que creía ser principio regulador del comportamiento, siempre ha sido el mismo. Utilizando una metáfora que no es muy de uso, diría que en el borde del terreno del toro nunca enmendó. Por eso me atrevo a decir lo que Georges Canguilhem decía de Jean Cavaillès, a saber, que en su reacción en circunstancias concretas a hechos que juzgaba intolerables "nos daba una lección de moral sin tener que redactarla".

 

____________
 
 (1)Una pequeña digresión en relación al trabajo intelectual de Cavaillès:
Uno de los problemas que había estudiado con radical pasión era el del infinito. Cavaillès se ocupaba concretamente de la teoría de los números tras-finitos de Georg Cantor y de las paradojas que encierra desde la perspectiva del sentido común (no de la consistencia matemática), por ejemplo en relación al hecho de que el todo (el conjunto de los números enteros) no tenga mayor número de elementos que una parte (por ejemplo el conjunto de los números impares).
Asunto filosófico dónde los haya, este del infinito, precisamente por su inutilidad: no venía a resolver ningún problema acuciante relativo a la subsistencia de los seres humanos, ni al adecentamiento del marco en el que transcurren sus vidas, sino que afectaba a la "dignidad misma del espíritu humano". Palabras de David Hilbert que pueden ser completadas con las del también matemático alemán Karl Gustav Jacobi, quien al tener noticia del trágico fallecimiento (a la edad de veinte años y en un duelo posiblemente amañado) del matemático francés Galois se queja de un colega que analizaba la obra de este último sin apercibirse de que "la finalidad única de la ciencia es el honor del espíritu humano".

(2)Al releer estos párrafos sobre la actitud de Cavaillès me vino a la mente una frase de un texto contemporáneo: "Lo importante es la supervivencia de las personas que se hallan adecuadamente vinculadas a mí, no mi propia supervivencia" (It is the survival of people who are appropriately related to me that is important, not my survival per se)"
¿Proclama, más o menos sincera, de un guerrero o activista que reitera ante los suyos su espíritu de sacrificio? En absoluto. Se trata de una frase extraída de un escrito de 2007 que lleva el ascético título de "Probabilidad cuántica desde la verosimilitud subjetiva" ("Quantum Probability from Subjective Likelihood" Studies in History and Philosophy of Modern Physics. 38 (2007 pp.311-332) . Su autor David Wallace es uno de los físicos y filósofos de la física que mayormente ha hurgado en una de las interpretaciones más singulares de la mecánica cuántica, la de H. Everett, quien en 1957 ("Relative State formulation of Quantum Mechanics", Reviews of Modern Physics, 29) intentó una salida a las aporías de la disciplina abriendo la perspectiva de los múltiples "mundos", múltiples "mentes" o múltiples "historias" (de las tres maneras ha sido considerada), perspectiva que dejaría abierta un estado cuántico en superposición. Este es un ejemplo de que, al igual que en la cuestión del infinito, también en las controversias relativas a la física cuántica se pone de relieve este compromiso de la subjetividad, la "potencia emocional de controversias teóricas" a la que aquí me he referido en varias ocasiones.

 
Leer más
profile avatar
3 de mayo de 2018
Blogs de autor

Machos

En la última novela de Fred Vargas, Cuando sale la reclusa, hay varios centros de irradiación de la violencia. Un orfanato, comisarías, cárceles, centros psiquiátricos, las reclusas voluntarias, en fin, un sinnúmero de polos de intriga, como debe ser en toda novela de asesinatos, aunque quizás esta vez Vargas ha embrollado en exceso la madeja. Entre los grupos que circulan por ese entramado hay uno especialmente repulsivo. Son unos pupilos de orfanato que se dedican a aterrorizar a sus compañeros y se mueren de risa cuando los ven aplastados por el miedo y la humillación. Ese grupo de matones irá creciendo y se convertirá en una manada que se reúne para violar a mujeres desvalidas. Siguen desternillándose cada vez que una de sus víctimas queda abandonada y humillada en algún portal o en medio del campo. Les hace muchísima gracia.

 

Esos miserables serán perseguidos con determinación por el inspector Adamsberg, pero solo pillará a uno antes de que se resuelva el caso. Aquel al que logra atrapar pertenece al grupo de los matones, pero confiesa no haber participado en las violaciones conjuntas porque le daba horror que vieran su pene, más bien pequeño, y se burlaran de él. Solo por esa razón es el único que se salva.

En las violaciones grupales lo que excita de verdad a los matones es la visión de las vergas de sus colegas. Esa es la principal atracción, la pinga del amigo, si no, ¿por qué iban a hacerlo todos juntos? Lo sospeché al ver ese vídeo en el que los de La Manada bailan sevillanas unos con otros. Lo hacen con mucha sensualidad y lascivia. Se advierte que su objeto de seducción es, más que la chica, el colega. Ahora, en la cárcel, tendrán ocasión de experimentar en carne propia las violaciones en grupo. Se van a morir de la risa.

Leer más
profile avatar
3 de mayo de 2018
Blogs de autor

La amabilidad como antídoto

La búsqueda de la felicidad, durante la pasada década, se convirtió en el mayor de los ideales. Se escribieron infinidad de libros sobre el tema, se organizaron congresos y se la reivindicó como un logro personal y legítimo mientras el Estado de bienestar decrecía y dejaba al descubierto a la clase media. Un baño de realidad acalló los cantos de cisne. Las broncas fueron aumentando el volumen en la aldea global, y la economía de casino que heredamos reventó las ruletas en la banca. Aún y así nos entreteníamos en elogios de la felicidad, entendida como un trance pasajero, incluso como una voluntad, una conquista. Siempre regreso a madame Du Châtelet –intelectual del siglo XVIII, más conocida, desafortunadamente, por ser amante de Voltaire– y su brillante Discurso sobre la felicidad: no tener prejuicios, sustituir nuestras pasiones por inclinaciones, conservar celosamente las ilusiones, razonar sobre el paso del tiempo, no avergonzarse de haberse equivocado...

Hasta que advertimos que la felicidad se trataba de un ideal demasiado elevado y abstracto cuya búsqueda producía frustración. Acaso por ello una onda expansiva suma adeptos, a pesar del cinismo, que sigue gozando de tanto prestigio. Me refiero a la amabilidad. Es un nuevo nicho de mercado editorial, pero la bondad entre extraños adquiere vigor aunque se trate de pequeños actos invisibles. Así mismo cristaliza en el consumo, con una forma de atender menos ausente. No me refiero sólo a la botellita de agua o a la invitación a graduar la temperatura a tu gusto que te ofrecen los Cabify, sino a los gestos de complicidad, cuidado y solidaridad anónima. Eva Wiseman recordaba hace unos días en The Guardian que “aunque la felicidad y la bondad están indudablemente relacionadas, la diferencia es que la felicidad es pasiva”.

Los enconamientos políticos y la agresividad en las redes tienen su reverso: frente al cabreo permanente de la tertulia pública, crecen las habilidades sociales y emocionales. Nunca se había hablado tanto de empatía, también como valor económico. Hay demanda de historias en positivo, por mucho que el viejo periodismo sostuviera que las buenas noticias no eran noticias. Las mareas ciudadanas abanderan la defensa de lo público, las mujeres se llaman “hermanas” en pleno auge de la igualdad real, un momento histórico que hay aprovechar más allá de la pancarta. Y los jubilados protestan sólida y unitariamente, al tiempo que los sindicatos parecen diluirse en el pasado. La iniciativa ciudadana ha ocupado la primera línea de acción con energía, convencimiento, tolerancia cero ante el abuso de cualquier tipo. Y es que en ningún otro momento de la historia la gente se había abrazado tanto, rompiendo siglos de impostada distancia.

Leer más
profile avatar
2 de mayo de 2018
Blogs de autor

Nunca cerrar los ojos

Jamás antes la doble condición que siempre he defendido en mí mismo, la del escritor y el ciudadano, se hizo tan patente como el mediodía del 23 de abril cuando subí a la cátedra del paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares para pronunciar mi discurso ritual tras recibir de manos del rey de España el Premio Cervantes.
 
Por varios días jóvenes estudiantes indefensos que protestaban en las calles de Managua y otras ciudades de Nicaragua habían sido agredidos por fuerzas policiales y de choque, y muchos habían resultado asesinados, en una cuenta que aún sigue creciendo, decenas de ellos apresados, y muchos desaparecidos.
 
Era una represión desaforada, que el mundo estaba conociendo de primera mano no sólo a través de las informaciones de prensa, sino de las imágenes que se multiplicaban en los videos filmados por los teléfonos celulares, estremecedoras, entre ellas la del periodista Angel Hernando Gahona, muerto de un balazo en la cabeza en Bluefields.
 
Del otro lado del Atlántico, lleno de estupor e impotencia, y también de admiración, veía como los jóvenes, desarmados, se multiplicaban en un levantamiento multitudinario que era ante todo ético. Le estaban devolviendo al país la moral perdida, o silenciada por el miedo, despertándolo de un sueño anestesiado.
 
Había preparado mi discurso con anticipación meditada, y entre los temas que iba a desarrollar estaba ese, el del escritor que es también ciudadano, y no debe callar. Qué incongruencia habría sido ignorar ese despertar moral, esa lección de civismo que los jóvenes nos estaban dando a todos, devolviendo a Nicaragua la esperanza de que la vida democrática, con libertades plenas, es posible; que es posible derrotar las mentiras oficiales
que prometen felicidad a la fuerza, administrada desde arriba.
 
Entonces, la noche antes escribí en la libreta de notas de mi teléfono una breve introducción a mi discurso, la imprimí, y la puse por delante de las hojas que ya tenía preparadas. Y al salir la mañana del lunes hacia Alcalá, me coloqué en la solapa el lazo negro que una muchacha emigrante de algún lugar de Nicaragua me había dado ese domingo cuando asistí con Gioconda Belli al acto de protesta en la Puerta del Sol.
 
“Permítanme dedicar este premio a la memoria de los nicaragüenses que en los últimos días han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia, y a  los miles de jóvenes que siguen luchando, sin más armas que sus ideales, porque Nicaragua vuelva a ser República”, empecé. Y supe entonces que todo lo que diría sobre mi escritura, tendría sentido.
 
Que narrar es un don que no brota sino de la necesidad de contar, esa necesidad apremiante sin la cual, quien se entrega a este oficio incomparable, no puede vivir en paz consigo mismo. Que desde el fondo de esa necesidad un novelista debe iluminar en su prosa todo aquello que yace en las profundas cavernas del sentido, acercar la antorcha a los rostros de los personajes ocultos en la oscuridad, revelar los entresijos cambiantes de la condición humana.
 
Que si bien escribo entre cuatro paredes, lo hago con las ventanas abiertas, porque como novelista no puedo ignorar las anormalidades constantes de la realidad en que vivo, tan desconcertantes y tornadizas, y no pocas veces tan trágicas pero siempre seductoras.
 
Que a ese paisaje iluminado y a la vez lleno de sombras, desolado y a la vez lleno de voces recurro, dominado por la curiosidad y el asombro, en busca de sus rincones ocultos y de los humildes personajes que lo pueblan, cada uno cargando a cuestas sus pequeñas historias, y que me seduce verlos caminar, sin ser advertidos, o sin advertirlo, hacia las fauces que los engullen, víctimas tantas veces del poder arbitrario que trastoca sus vidas, el poder demagógico que divide, separa, enfrenta, atropella. Ese poder que no lleva en su naturaleza ni la compasión ni la justicia y se impone por tanto con desmesura, cinismo y crueldad.
 
Que a través de los siglos la historia se ha escrito siempre en contra de alguien o a favor de alguien. Pero que la novela, en cambio, no toma partido, o si lo hace, arruina su cometido. Que el vasto campo de La Mancha es el reino de la libertad creadora. Que un escritor fiel a un credo oficial, a un sistema, a un pensamiento único, no puede participar de esa aventura diversa, contradictoria, cambiante, que es la novela. Porque una novela es una conspiración permanente contra las verdades absolutas.
Que la realidad nos abruma. Que los caudillos enlutados antes, caudillos como magos de feria hoy, disfrazados de libertadores, ofrecen remedio para todos los males, y se parecen tanto a los caudillos del narcotráfico vestidos como reyes de baraja. Que parte de esa realidad abrumadora es el exilio permanente de miles de centroamericanos hacia la frontera de Estados Unidos, impuesto por la marginación y la miseria, y el tren de la muerte que atraviesa México con su eterno silbido de Bestia herida, y que la violencia es la más funesta de nuestra deidades, adorada en los altares de la Santa Muerte. Que las fosas clandestinas se siguen abriendo, y los basureros siguen siendo convertidos en cementerios.
 
Que cerrar los ojos, apagar la luz, bajar la cortina, es traicionar el oficio. Que todo irá a desembocar tarde o temprano en el relato, todo entrará sin remedio en las aguas de la novela. Y lo que calla o mal escribe la historia, lo dirá la imaginación, dueña y señora de la libertad, “por la que se puede y debe aventurar la vida”, pues no hay nada que pueda y deba ser más libre que la escritura, en mengua de sí misma cuando paga tributos al poder el que, cuando no es democrático, sólo quiere fidelidades incondicionales. Que somos más bien testigos de cargo. Que nuestro oficio es levantar piedras, como decía José Saramago; y que si debajo lo que hallamos son monstruos, no es nuestra culpa.
Leer más
profile avatar
2 de mayo de 2018
Blogs de autor

Pablo Ruiz Picasso

 

 

Pablo Ruiz Picasso senil demente

junto al infinito árbol del delirio

abres los brazos a inmundas calamidades

y el corazón de cuerda metálica

resuena en la sala de máquinas

tampoco conozco el color del viento

pero sí en cambio sus pisadas

 

(1966)

 

Edad del insecto, Barcelona, SD Edicions, 2016 

Leer más
profile avatar
1 de mayo de 2018
Blogs de autor

Cada ocho horas

En nuestro país soleado y optimista, solidario y amable, europeo y pudoroso, cada ocho horas se viola a una mujer. Tres al día. Contando sólo con las que lo denuncian. Porque valientes son quienes, aún malheridas, abren un proceso en el que serán poco menos que humilladas. Puede ser cualquiera: flaca o curvada, joven o madura, pobre o rica, puede estar embarazada, tener una discapacidad, ser mendiga, extranjera, torpe, borracha, anciana, cadáver. Nadie lo ve. Ningún sofisticado control de seguridad, ninguna precaución que no sea la de las propias víctimas potenciales, de media parte de la población española: un 50,94%.
Desde niñas nos criaron con amor, aunque sin escondernos el miedo con cara de hombre malo. Fuimos asumiendo la fragilidad de nuestro cuerpo y la facilidad con la que podíamos ser engañadas. Yo sentía algo parecido al alivio y la victoria cada vez que cumplía años, un poco más liberada de ese terror. En los cumpleaños de mis hijas también lo celebro. Porque afortunadamente descienden los accidentes de tráfico y laborales, la criminalidad vive sus horas más bajas, pero los delincuentes sexuales siguen normalizando la cultura de la violación en la era de la inteligencia artificial, avalados por un antiguo silencio social.
Pero eso ha terminado. La sociedad, siempre más dinámica que las leyes, ha agotado su tolerancia y se ha plantado ante esa idea tan miserable de que una violación significa tener mala suerte. No es la primera vez que la justicia se burla de una víctima, que considera, como el juez Ricardo González –que pidió la absolución de La Manada–, que de los “gestos, expresiones y sonidos que emite la joven” en los vídeos y fotos se desprende su “excitación sexual”. El viejo argumento, vil hasta lo inhumano, de que las mujeres también pueden gozar cuando se las viola ha calado hasta en su señoría. De la descripción de los hechos probados emana un hedor patriarcal que paraliza: “La denunciante se encontró repentinamente en el lugar recóndito y angosto (…) rodeada por cinco varones, de edades muy superiores y fuerte complexión; al percibir esta atmósfera se sintió impresionada”. La elección del eufemismo responde a un punto de vista, a una posición moral deleznable.
Cuatro de ellos tienen antecedentes penales, dos son agentes de seguridad. La mirada subjetiva de estos magis­trados juzgando un delito de género, contemplando desde todos los ángulos el vídeo en el que prácticamente basan la “naturaleza” de la agresión, ha levantado a la calle. Porque sí es la primera vez en que las mujeres, y muchos hombres, protestan en público y en privado de forma masiva. Piden medidas urgentes. La revisión de la ley. Y esa corriente de sonoridad, de apoyo a una chica que ha tenido que soportar una agresión múltiple, física y jurídica, pone en evidencia una ­penosa prosa jurídica, tan retrógrada ­como perversa.
Leer más
profile avatar
30 de abril de 2018
Blogs de autor

Los papas

Si un historiador logra aunar la seriedad y el rigor que cabe exigirle a un hombre de ciencia con una pluma ágil y certera, el lector puede felicitarse y dar por seguro que le aguardan muchas satisfacciones durante la lectura. John Julius Norwich ya había dado pruebas suficientes de esas cualidades en dos libros que no deberían faltar en ninguna biblioteca mínimamente equipada: uno de ellos lo dedicó a la historia de Venecia y el otro a la huella de los normandos en Sicilia. Cada cual a su manera son dos veras joyas. Y quien desee saberlo todo sobre Bizancio tiene a su disposición una trilogía dedicada al nacimiento, el  apogeo y la caída del imperio nacido en el siglo IV como escisión del Imperio romano y que se mantuvo como potencia mundial hegemónica hasta la Caída de Constantinopla en  1453. La avasalladora irrupción de los otomanos por Oriente y el descubrimiento de América en extremo opuesto del mundo propició que Occidente ya no tratase de recuperar su otra mitad, acertadamente descrita como “la síntesis de la cultura helenística y de la religión cristiana con la forma romana de Estado». Lógicamente la institución que a la larga se benefició más de ese cambio geoestratégico fue la Iglesia católica, que llevaba ya unos cuantos siglos maniobrando diplomáticamente para resucitar –y en lo posible manipular– el imperio romano anteponiéndole el calificativo de “sacro”.

                De cara al lector honesto, que se acerca a un relato histórico con el legítimo propósito de aprender, John Julius Norwich sumaba dos hándicaps importantes: uno, su condición de hijo del imperio británico, pues ya se sabe que una de las bazas para su propia cohesión inicial fue su rechazo frontal del papado. Y otro, como honestamente advierte el propio Norwich en el prólogo, su condición de protestante agnóstico, una posición ética y estética que no resulta en absoluto baladí para quien se propone escribir la historia de unos hombres, los papas, que nacieron de un magma de 22.000 gropúsculos religiosos que se decían cristianos (el dato es de Norwich) y que para asentarse y afirmar su primacía tuvieron que ir perfilando unos dogmas difíciles de ser analizados con objetividad por un no creyente, y ahí están, entre otros, los dogmas de la Inmaculada Concepción, la Asunción de la Virgen, la doble naturaleza divina y humana de Jesucristo o toda la carga ideológica y  teológica que conlleva la obligatoria aceptación de la infalibilidad de los papas.

                Para solventar ese y los otros muchos problemas que planteaba el propósito de contar la historia de los papas, desde Pedro hasta Benedicto XVI , es decir más de 300 aunque el cómputo varía de unos autores a otros debido a las repeticiones, los cismas, las excomuniones de unos contra otros e incluso si se acepta o no la inclusión de una papisa, John Julius Norwich ha escogido la única opción posible: una campechana y benevolente ironía que le permite, por ejemplo, dar noticia de un sucesor de Pedro llamado Juan XVIII (el primero, no el llamado “buen papa Juan” que gobernó en pleno siglo XX sino el original, un ciudadano de 1400 al que Gibbon calificaba de gran estratega y diplomático porque al ser finalmente depuesto por sus desafueros, logró que le retirasen los cargos más escandalosos  y que lo juzgasen únicamente por “piratería, asesinato, violación, sodomía e incesto”. A tales minucias Norwich le añade “un preocupante número de monjas violadas”. Obsérvese la ironía, pues no especifica cuántas monjas podría haber violado sin que llegara a ser una práctica “preocupante”.  

                Es misma actitud entre benevolente e irónica permite a Norwich lidiar con las peripecias de unos “príncipes de la Iglesia” que al fin y al cabo no eran muy diferentes a sus  congéneres laicos, con la única diferencia de que si éstos solo debían ocuparse de los asuntos de este mundo, los sucesores de Pedro debían poner orden también en el Más Allá. No es un libro que merezca ser reservado para leerlo de una sentada durante unas vacaciones, pero sí es un gran complemento informativo cuando al lector le interese una determinado periodo histórico: la fundación, la consolidación de Romo coma capital de la cristiandad,  el Cisma, la Revolución francesa, etc.  Cualquier cosa  que haya pasado en el mundo durante los últimos 2000 años, siempre habrá un papa por allí en medio.

 

Los papas. Una historia

John Julius Norwich

Prólogo de Antony Beevor

Traducción de Christian Martí-Menzel

Reino de Redonda

Leer más
profile avatar
25 de abril de 2018
Blogs de autor

Un regreso

De entre los grandes talentos del siglo XX, la singular peripecia de Walter Benjamin lo sitúa en un plano original y único. No solo porque se ha convertido en el filósofo más respetado y leído de la Europa previa a la II Guerra Mundial, sino porque se ha ido transfigurando a lo largo de los años como uno de esos personajes de película fantástica que sufren una metamorfosis a la vista del público, como el Hombre Lobo o Mister Hyde. Cuando murió, en 1940, era impensable que se convirtiera en un faro universal. Algunos de sus escritos solo se publicaron en 1955, pero su editor, T. W. Adorno, produjo un primer retrato de Benjamin que se parecía sospechosamente a T. W. Adorno. Hasta 1972 no se editó con seriedad una aceptable colección de sus ensayos, esta vez ya con cara de Benjamin, aunque tocado con la gorra de los marineros de Kronstadt. En otras ediciones parciales, Benjamin, en cambio, llevaba la kipá hebrea y casi jasídica cosida por Gershom Scholem. El pensador iba tomando los sucesivos rasgos del editor de un modo estupendo.

 

En España, su retorno vino de la mano de Jesús Aguirre en la editorial Taurus, allá por 1971. Aguirre fue otro gran transformista. De ser el hijo de una honrada limpiadora de escaleras pasó a jesuita; luego, a experto en filosofía alemana; luego, a director de Taurus, y, finalmente, como el gusanillo que acaba volando con fastuosas alas de mariposa, a duque de Alba. Aquellas ediciones del duque, en Taurus, fueron leyenda durante la Transición. Ahora regresa el sello Taurus con unas Iluminaciones de Benjamin felizmente revisadas y editadas, con prólogo y notas imprescindibles, obra de Jordi Ibáñez. Un nuevo rostro, un nuevo avatar, igual su grandeza y altura, pero esta vez no se parece a Jordi Ibáñez. ¿O sí?

Leer más
profile avatar
25 de abril de 2018
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.