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La presentación en el Templo

Ayer, 29 de mayo, se presentó en la librería La Central de Barcelona el libro Abierto a todas horas, una selección del blog que aquí todos conocen. Se presentó también el blog de otros dos amigos de El Boomeran(g), Santiago Roncagliolo y Marcelo Figueras. Los introdujo Eduardo Mendoza, el más escéptico de los escritores, acompañado por Basilio Baltasar. Fue muy divertido.

Para mí fue, además, emocionante.

La nebulosa de los que comparten este blog, esos nombres falsos perfectamente verdaderos, de pronto comenzó a tener cuerpo. Hasta ahora era un alma. Una sola. Una voz única, aunque coral. Para los que sean musicales, la voz única y coral era polifónica, pero componía un sólo canto. Ayer ante mis ojos las voces comenzaron a individualizarse como en una película de Harry Potter.

Os parecerá una pedantería, pero ese proceso es el que transformó la ópera a finales del siglo XVIII. La ópera anterior a Mozart no construye personajes individualizados, aunque lleven nombres como Orfeo o Julio Cesar. Las voces no expresan la personalidad, sino el contenido pasional, histórico o ideológico de los personajes. Con Mozart las voces toman cuerpo y se hacen individuales. Don Giovanni puede dudar, puede tener oscuridades en el alma, puede ser "psicológico". Y también la Condesa y Zerlina y Doña Elvira. Todos los personajes adquieren cuerpo individual, contradicción, vida espiritual, carácter.

Ayer, en la presentación del libro, me pareció vivir el paso de Monteverdi a Mozart a velocidad de vértigo. Las voces que conocía como encarnaciones puras de la Idea, de pronto dejaron su parte angélica (o demoníaca) y se hicieron humanas.

Lloré mucho de los ojos.

Una mezcla explosiva de temor y agradecimiento.

Porque ahora sé que sois mortales.

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30 de mayo de 2007
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CLÁSICOS

Dos sobres en mi buzón: la revista francesa Le magazine littéraire dedica su tapa a “Julien Gracq, le dernier des classiques” y Ñ, la revista de cultura del diario argentino Clarín propone en la portada “Onetti, la poesía del fracaso”. Nada que ver: son dos escritores con ningún vinculo obvio pero creo que son dos maestros y, además, dos personas que conocí alguna vez en mi vida.

Gracq está vivo. Tiene 97 años. Vive cerca del río Loire. No ha publicado nada en los últimos quince años y dice muy claramente en la entrevista que no publicará nada en adelante. Y a pesar de esto, queda como la figura mayor, digna e inalcanzable de las letras francesas. Fue el primer escritor incorporado durante su vida en la “Bibliothèque de la Pléiade”. La revista le dedica un número que es un homenaje inmenso. Sé que Gracq es un desconocido en el mundo hispanohablante. Su literatura es la del clasicismo dominado: una literatura de fragmentos a partir de la lectura de los maestros. Sobre Chateaubriand, sobre Rimbaud, sobre todo el siglo XIX, Gracq tiene la última palabra sin pretender tenerla. El mejor de estos libros es En lisant en ecrivant (Al leer al escribir) que es imposible de resumir. Gracq es un clásico por acercamiento continuo a los clásicos.

Me parece que Onetti es todo lo contrario. Llegó a ser un clásico con novelas que contaban la búsqueda del prostíbulo perfecto. Su lenguaje, directo, muy inspirado por la literatura policíaca, fue una renovación/creación del castellano. En la revista hay también una entrevista, con Dorotea Muhr, la viuda del escritor. Es solo una página pero llena el corazón de tristeza. Es la gran historia del exilio. Dolly (su apodo) dice que iba a Montevideo para fotografiar las calles cuando Onetti vivía en España sin posibilidad de volver a su país. Todo lo contrario de Gracq, por supuesto. Onetti no buscó a los clásicos sino al hampa triste del cono sur, para hundirse en el humo de una confitería donde sonaba un disco de Gardel. Escribir algo perfecto era para él inalcanzable. Dolly dice que Onetti hablaba a veces en sueños y se despertaba preguntándole si recordaba sus palabras. “Yo le contestaba que no y él me lo reprochaba diciéndome que era una lástima porque este sueño era un cuento perfecto”…

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30 de mayo de 2007
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El gato

Desde que mi esposa me abandonó por el coach, me había sentido muy solo. Hasta que conocí a Alejandra. Creo que Alejandra sería mi mujer ideal de no ser por un problema: su gato.

Nuestra relación fue perfecta mientras no tuvimos que ir a su casa. Cenitas, cines, bailes. Todo lo que hacíamos en exteriores era como una chispa de magia entre los dos. Y a la vez, lo tomábamos con calma, sin necesidad de apresurarnos, conscientes de ir lento pero seguro. Finalmente, llegó la noche de la consagración. Al terminar nuestra cita, la acompañé a la puerta de su casa. Y ella me invitó a subir.

Empezamos a besarnos en el sofá y, cinco minutos después, ya estábamos quitándonos la ropa. Ella empezó a emitir un gemido sordo, como un ronroneo amargo cada vez más intenso. Al principio, el sonido me excitaba. Tras unos minutos descubrí que no provenía de ella sino de un bulto negro que sobresalía de la alfombra.

-Ah –sonrió Alejandra al ver que me había detenido-. Él es Fufi.

Fufi era una especie de tigre de Bengala en miniatura que me miraba fijamente desde el suelo con odio visceral mientras rumiaba ese sonido amenazador. Pero Alejandra hundió su cabeza en mi cuello y yo decidí olvidarme de él y concentrarme en el sostén de ella. Acometía el forcejeo con el broche y estaba a punto de abrirlo, cuando sentí un lanzazo en la mano, como si me hubieran marcado con un hierro caliente, y salté en retroceso.

-¿Qué pasa? –dijo Alejandra.

Yo me miré la mano. Tres surcos rojos la recorrían desde los dedos hasta la muñeca. Fufi me observaba atentamente sin dejar de emitir su gemido.

-Tu gato me ha atacado.      

Alejandra me observó con incredulidad.

-¿Fufi? Será que está celoso. Pero es bien bueno. Ven acá.

Traté de reanudar la batalla, pero el gato no dejaba de mirarme desde su siniestra oscuridad. Cuando acercaba la mano a las zonas de riesgo, aumentaba el volumen. Después de algunas escaramuzas y retiradas, tuve que rendirme.

-Escucha –dije-, creo que no me siento muy bien. Mejor lo intentamos otro día.

Para nuestra siguiente cita, le propuse a Alejandra cocinar para ella un pescado al horno. Pero fui armado de una tableta de Ketalar, un tranquilizante para gatos infalible. Mientras cocinaba, pulvericé una pastilla sobre el plato de galletas de Fufi. Como esperaba, el gato se comportó muy bien durante toda la cena. Y sin embargo, no se durmió. Al contrario, después de comer, yo empecé a sentirme mareado, atontado. Busqué las pastillas. Ya no estaban en mi bolsillo. Traté de mantenerme despierto. Balbuceaba. Tropecé y caí sobre un sillón. Antes de cerrar los ojos definitivamente, creo haber visto a Fufi escondiendo la tableta. Levantaba la alfombra con el morrito y ocultaba su botín con la pata, feliz de su victoria, el muy canalla.

Alejandra empezaba a impacientarse por mi actitud, así que me sentí obligado a una acción de alto impacto. El día de mi siguiente visita, le llevé un gigantesco ramo de rosas y unas entradas para un concierto. Pensaba sorprenderla, llevarla al concierto y luego invitarla a mi casa. El plan perfecto.

Esta vez, Fufi me esperaba en el ascensor. Nada más abrirse la puerta, saltó sobre mí, destrozó el ramo, se comió las entradas y acabó con mi ropa. Alejandra estaba frente a mí cuando se abrió la puerta del ascensor. Pude ver cómo se borraba su sonrisa antes de escuchar:

-Veo que ya ni siquiera te arreglas un poco para venir a verme.

Amigos, estoy desesperado. Esto se ha convertido en un duelo de honor del que sólo uno de los dos saldrá con éxito. Pero no sé cómo derrotar a ese animal. Necesito consejo, necesito ideas. Los necesito a ustedes. Por favor, díganme qué hacer.

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30 de mayo de 2007
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LA MARCA DEL CORAZÓN

Los anuncios en la televisión tienen los días contados. Puede sonar como una paradoja cuando una última disposición legal permite entrometerlos cada 30 minutos en vez de cada tres cuartos de hora pero la condena existe. Un anuncio que incomode es un contra-anuncio. Un spot que irrite perjudica tanto al espectador como al producto.

No son buenas o malas las inserciones comerciales de acuerdo a sus mejores o peores contenidos sino también respecto a su contexto. Interrumpiendo una película el anuncio provoca aversión. Rechazo al género publicitario y a la marca que se enarbola. Nada más contradictorio con el propósito de seducir que molestar; nada menos apropiado para crear clientes que sembrar enemigos.

De otra parte, la televisión la ven cada vez menos jóvenes y con el tiempo menos gentes con notable potencialidad compradora. En su lugar gana prestigio el universo de las películas.

Una publicidad descarada en un film perturba la visión del espectador, pero una marca integrada en el desarrollo del guión se asimila a la vez que el argumento. Pero, además, personalizando al protagonista llega a convertirse en una referencia persuasiva.

En los festivales de cine, las alfombras rojas cumplen ya el papel de grandes pasarelas y la disputa ha llegado a ser tan intensa que hasta el último momento saltan pujas entre las casas de diseño para que la actriz o el actor porten una u otra indumentaria.

A continuación, en la sala, se proyecta la película.

Armani hizo de todo el vestuario de Los Intocables un vasto despliegue de su colección, y las camisas, los trajes o las corbatas se solicitaban en los establecimientos mencionando a los personajes.  Antes que Armani, Hubert de Givenchy vistió a Audrey Hepburn en Sabrina y también Roger Vivier calzó a Catherine Deneuve en Belle de jour. Desde entonces los zapatos conocidos como el modelo “Belle Vivier” se siguen beneficiando de aquel glamour. Los chalecos o las botas en el vestido de la mujer, la rebeca o el pañuelo atado al cuello, fueron moda a partir de diferentes películas.

En Cannes, hace unos días, el film de Wong Kar-Wai (In the Mood for Love, 2046), My Blueberry Nights, llegó cuajado de vestidos y equipajes Louis Vuitton. Wong propuso a Vuitton una estrecha colaboración tratándose de una película de viaje. Se trataba de un viaje interior pero ¿qué puede distinguir un periplo del otro si la marca va y viene, se apega, identifica, ama, se estremece, actúa como un verdadero actor o una conmovedora historia?

Sobre la publicidad, los consumidores actuales hemos aprendido mucho. Ahora se trata no de seguir considerándola como un producto del mercado sino del corazón. Los creativos de la publicidad son hoy tan geniales o más que los artistas, tanto o más eficaces que las factorías tradicionales de la emoción, tanto o más espabilados que nuestros sueños.

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30 de mayo de 2007
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Se armó la gorda

Pocas cosas más creativas que el habla coloquial. El domingo, un artí­culo de Marina Aizen en la revista del diario Clarí­n informaba sobre la existencia de un libro colorido ya desde el tí­tulo: Che, boludo. Se trata de una compilación que James Bracken, oriundo de Colorado y actual morador de la sureña ciudad de Bariloche, hizo de los modismos con que los argentinos en general y los porteños en particular solemos expresarnos. Subtitulado A Gringo´s Guide to Understanding the Argentines, el libro traduce expresiones muy imaginativas, como "loma del orto" (es decir, un sitio muy lejano) o "pegar un tubazo" (llamar por teléfono), tanto literalmente -"the hill of the ass" queda muy gracioso- como informando sobre la mejor forma de usarlas. Esto se torna dificultoso con palabras como el "boludo" del tí­tulo, que según el contexto puede ser un insulto, una descalificación o un término afectuoso.

A pesar de lo alambicadas que pueden resultar expresiones como "sacar el cuero" (esto es, hablar mal de alguien a sus espaldas), a Bracken le sorprendió descubrir cuán frontales podíamos ser los argentinos. Viniendo de un país que es hoy el reino del eufemismo (donde a un petiso, recuerda Marina Aizen, se le dice "persona con limitaciones de altura"), a Bracken la franqueza argentina le resultó divertida... y hasta rendidora, ahora que su librito vendió miles de ejemplares -su madre lo vende por Amazon a 12,50 dólares- y que también prepara un segundo volumen.

Me trajo a la memoria una vieja sección del diario Buenos Aires Herald, de la que solía hablarme durante el secundario mi amigo Alejandro Figueroa. La sección se llamaba, si no recuerdo mal, Ramón Writes. Y allí­ el Ramón del tí­tulo trataba de traducir al inglés nuestras más intraducibles expresiones. Así, "se armó la gorda", que significa que estalló un problema serio, se convertía en "the fat one armed herself".

Ojalá algún día, como ya dije hace tiempo, se compilen todas las expresiones de este tipo que abundan en nuestro continente idiomático, de México a España, de Colombia a Chile. Me parece uno de los sitios más claros en los que volcamos nuestra natural creatividad. Y ojalá sea rápido, antes de que aparezca otro norteamericano como Bracken y vea el filón primero y entoncemos caguemos la fruta. (O para usar la traducción del librito: "to shit the fruit".)

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30 de mayo de 2007
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DE FERIA EN FERIA

El día de la lluviosa inauguración de la Feria del Libro de Madrid estuve en Burgos. La ciudad castellana también inauguraba su Feria del Libro, en el Paseo del Espolón, al lado de la historia de Castilla. Una de las más tristes historias de la historia. Pero esa es otra historia. Era el día que discutían en los medios sobre la autenticidad de la espada Tizona, una de las espadas del Cid. Por lo que cuentan los castellano/leoneses, los populares en gobierno han pagado una cifra desmesurada por una espada que seguramente no fue la del guerrero castellano. La quieren exhibir en la Catedral. Toda la lógica de la España antigua, las armas y los rezos. Las letras están en otra parte.

En Burgos, en la Feria del Libro, volví a comprar, para regalar, una de las novelas más interesantes de los últimos tiempos en nuestro país, la del burgalés Oscar Esquivias, Inquietud en el paraíso. Primera de su trilogía dantesca en la preguerra y guerra española en Burgos. Todavía no está publicada la tercera, una excursión por los infiernos. No tengo idea de a qué época nos trasladará. El infierno puede estar en todas las épocas.

Excelentes esas dos novelas del escritor Esquivias, la segunda se llama La ciudad del Gran Rey. En las dos hay milicia y catedral, como no podría ser de otra manera en esa ciudad. Hay otras muchas cosas en ese mundo provinciano que durante unos meses fue el centro del mal: la capital del imperio franquista. También ese día casi veraniego, soleado, de Feria del Libro, Burgos era una ciudad amable, tranquila e invitadora al paseo. No muy diferente del aspecto que tenía en los días previos al 18 de Julio de 1936, en las fechas en que transcurre la primera de las novelas de Esquivias. Un buen regalo para estos días de ferias y libros.

Y de feria en feria, como los titiriteros. Ahora en la de Madrid, en mi querido parque de El Retiro. La mañana, que terminó con lluvia, empezó con el esplendor de Inka Martí, una de las más hermosas lectoras que conozco. Sigue siendo una belleza pop, una mujer escapada de un cuadro de Lichtenstein. Hay quien opina que está fugada de un relato gótico y otros creen que vino de alguno de los cuentos del Rey Arturo, sea lo que sea, viniera de donde viniera, el caso es que está casada con Jacobo Stuart, antes Siruela, ahora el editor de Atalanta. Un verdadero experto en literatura fantástica, en realidades daimónicas, en fantasmas y en vampiros. Y sin embargo el hombre que se ha llevado a esa princesa rubia a su particular castillo. Al menos seguiremos suspirando y riendo con la presencia de Inka. Una mujer inquietantemente deliciosa. Hay algunos seres así. El otro día, después de vencer su silencio, yo conocí a una. No era rubia. Pero era, es, lectora. Esas cosas fantásticas existen, pasan, incluso alguna vez se aparecen. Me gusta la literatura fantástica. De esa literatura, de un libro, una novela de vampiros españoles quería haber hablado hoy. Lo haré mañana. Es otro de los libros que me llevaron a la Feria. Hoy me quedo con dulces sueños. Mañana hablaré de los vampiros del sur. También existen.

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29 de mayo de 2007
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DE AQUÍ HASTA EL SOL

Vean estas cifras y asombrémonos entre todos quienes vivimos en este mundo nuevo virtual:

El año pasado la información digital generada en el planeta representó 160 mil millones de gigabytes. Si queremos comparar, un IPod almacena apenas 80 gigabytes, equivalente a unas 20 mil piezas musicales.

Los 160 mil millones de gigabytes equivalen a 12 pilas de libros que llegarían cada una de ellas desde la corteza terrestre hasta el mismo sol. (¿Cuántas piezas musicales serían entonces, de aquí hasta el sol?)

Dentro de apenas tres años, esa cifra se habrá multiplicado por 6, para llegar a 980 mil millones, o sea 990 exabytes. (¿Y en otros tres años? Pronto deberá existir otro término para designar a otra cantidad mayor que los exabytes).

  Hay mil cien millones de usuarios de Internet en el mundo, (o sea, habitantes del espacio ciberal, como nosotros).

Hay mil seiscientas millones de cuentas de correo electrónico, (la red postal más grande jamás vista en la faz de la tierra).

Los empleados de una empresa o entidad pública o privada gastan 15 horas a la semana leyendo y contestando correos electrónicos, 14 horas creando documentos, 10 horas buscando información en la red, y 10 horas analizando esa información. (Tomen en cuenta que una jornada normal de trabajo semanal tiene 40 horas).

Son los datos ofrecidos por Joe Tucci, presidente de EMC, en la conferencia magistral dictada en la convención mundial de esa corporación celebrada en Orlando, Florida hace unos días.

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29 de mayo de 2007
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EL ESTÓMAGO II

El aparato digestivo, en su último tramo intestinal ha acumulado tan mala fama que, según cuenta Lévi Strauss, los indios de la Guayana se cuentan la llamada leyenda de Puito.

Puito es el nombre del ano y se acepta comunitariamente que en el origen del mundo los hombres carecían de él. El ano vivía su propia vida aparte, mientras los seres humanos fingían no tener ese maldito orificio. Nadie se refería a él como cosa familiar o conocida y la defecación se desarrollaría como una circunstancial cooperación entre Puito y uno.

El inconsciente freudiano se encuentra a su vez lleno de estas fantasías. El cuerpo imaginario no es anatómico y la imagen inconsciente del cuerpo lleva a  pesadillas en las que la idealización del yo se ve asaltada por  servidumbres satánicas e impuras. El ano es el ojo del demonio y por donde el íncubo logra poseer la pureza del alma.

También el ano, es en la fase anal, las sombras temibles de un sujeto que todavía no ha alcanzado la razón o la lucidez bastante para enfrentarse a lo real y combatirlo u obedecerlo.   

A este propósito, Lévi Strauss cuenta también de una tribu africana donde el rito de paso hacia la edad adulta se realiza introduciendo un tapón en el recto para significar mediante esta obturación que, desde ese momento, las cosas sucederán claras y reales ante el sujeto y con su acrecentada constitución deberá hacerles frente.   

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29 de mayo de 2007
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Que se doble, pero que no se rompa

He aquí otra cuestión que me quedó rondando después de la visión de The Night Listener. Cuando lee la autobiografía del inexistente Pete, Gabriel Noone se detiene en un pasaje que refiere a la biografía de Charles Dickens. A los doce años Dickens fue enviado por sus padres a trabajar en una fábrica de betún, hecho que, según “Pete” escribe y Noone acepta, le partió el alma y al mismo tiempo generó al narrador. La pregunta que me quedó dando vueltas es simple: ¿hace falta estar roto para ser buen escritor?

Si optamos por la ruta de la comprobación fáctica, responderemos por la afirmativa. Basta con mencionar nombres de grandes escritores y revisar sus biografías: la mayor parte de ellos han sufrido experiencias tremendas. Cervantes. Shakespeare. Kafka. Borges. Arlt. Stevenson. Hemingway. Hammett. Conrad. (Agreguen los nombres que les vengan a la mente.) Pero el recurso es engañoso: con el mismo criterio, podríamos preguntarnos si existe en verdad mucha gente que no haya sufrido hasta el desgarro. No pretenderé que el niño que fabrica betún y Paris Hilton comparten el mismo dolor, pero tampoco soslayaré el hecho de que los seres humanos tenemos una tendencia innata al sufrimiento, más allá de nuestras circunstancias; los ricos en quienes depositamos tantas fantasías de dolce vita conocen la angustia, la inseguridad y el temor tan bien como nosotros. Así somos. La conciencia de la muerte nos permite a todos saber que, aunque más no sea en el tramo final, nadie escapa al género de la tragedia.

Lo que hay que buscar, entonces, son nombres de grandes escritores que a pesar de haberlas pasado mal en uno u otro momento -como casi todos, a fin de cuentas-, han vivido lo que puede ser definido como una vida plena. Un García Márquez, por ejemplo. Un Cortázar. Un Murakami. (Aquí también se pueden agregar nombres.) Recuerdo haber leído alguna vez –no pregunten dónde, ni de boca de quién- el caso de dos escritores que habían concebido relatos sobre naufragios. Uno, que había sido víctima de un naufragio en la vida real, había escrito un relato mediocre. El otro, que jamás padeció experiencia semejante, había escrito una narración sublime. Lo que define a un gran escritor es en esencia su capacidad proléptica, el talento para imaginar lo que nunca vivió como si estuviese experimentándolo en carne propia. Lo que la anécdota no decía pero yo presumo, es que el escritor que no había padecido naufragios debe haber sufrido aunque más no sea una experiencia parangonable, tal vez en términos de privaciones físicas pero ante todo de privaciones afectivas. En último término, un naufragio no deja de ser una expresión violenta de aislamiento, un tema sobre el que tantísima gente sabe mucho aun cuando nunca en su vida se haya subido a un barco.

No hace falta romperse para ser buen escritor. Lo cual es un alivio, porque me gustaría llegar a serlo algún día sin necesidad de quebrarme en el proceso. Pero tengo claro que la experiencia de vida otorga profundidad, empatía, perspectiva. Lo mejor es vivir intensamente, que la buena escritura se produce por añadidura.

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29 de mayo de 2007
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DESCREÍDO/ INGENUO

Le extrañaba, le parecía imposible al amigo Grifo -¡cada uno se llama como quiere!- que yo hubiera sido en años veinteañeros a la vez descreído e ingenuo. Como dudo de tantas cosas me puse a dudar si efectivamente fui así. Además me hizo reflexionar sobre si se podían ser esas dos cosas a la vez. Así me recordaba, así fui y, ¡oh, sorpresa!, así me sigo viendo. Algunos seres humanos evolucionamos poco, tirando a nada. Recuerdo que me sentí mayor a esa edad, que era la edad en que convencionalmente se llegaba a la mayoría de edad, los veintiún años. Cuando digo mayor, quiero decir que sentí que yo no cambiaría mucho a partir de ese año, de aquél verano. Me pilló en un viaje, siempre me gustó estar en fuga, en el norte de Túnez, huyendo de Argelia y en una noche concreta muy cerca del Cabo Blanco. Desde aquella noche fui mayor. Me crecieron los descreimientos y me siguió acompañando una cierta ingenuidad.

No he dejado de ser aquel escéptico, ese descreído más o menos simulador y amable -uno tiene que supervivir con muchos disimulos- ni me abandona una cierta ingenuidad, que debe estar unida a un optimismo moderado por la realidad. Quizá es una voluntad de no dejar que la realidad te derrote con su tozudez. Ayer, sin ir más lejos, comprobé una vez más esa doble condición que me sigue acompañando. No creía nada, o más bien poco, en los que me disponía a votar. Mi escepticismo, más alguna información, me hacía ver que la cosa no estaba bien. Que esos candidatos no eran los mejores para ilusionar a casi nadie, menos a un escéptico. Pero aún así, con mi escepticismo a cuestas, a votos, me dirigí para cumplir el rito ciudadano. No siempre lo hice. Tuvieron que avanzar mucho los años 80 para creer que el voto, mi voto, debería servir para elegir o negar a esos candidatos que me gustan entre un poco y nada. Fui, voté, pensé que podía valer para algo, que muchos escépticos como yo harían lo mismo, que podíamos burlar a los sondeos… una ingenuidad. Sólo acudimos los escépticos mayores. Los otros, los jóvenes, los que hacen añicos cualquier sondeo, esos pasearon su escepticismo por caminos alejados del voto. No son tan ingenuos.

Volveré a ser ingenuo. Volveré a votar en las próximas. Aunque tenga que volver a perder. Todavía sigo siendo aquél ingenuo escéptico. Pero, eso sí, me sigo considerando un descreído. ¿Seré ingenuo?

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28 de mayo de 2007
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