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SOPORTE DE POESÍA

La Société des Gens de Lettres (SGDL) en Francia es una vieja institución que se dedica a defender los derechos de los autores, repartir un poco de plata de ayuda social y entregar premios. Su sede es un palacio parisiense, en la Rue St Jacques, el Hotel Massa, que recuerda cómo Francia fue un lugar exquisito hace un par de siglos. Al entregar ayer sus premios de primavera  había como siempre galardones para todo, novelas, poesías, traducciones, etc., y también multimedia.

Lo interesante en el trabajo del ganador del premio multimedia Philippe Boisnard es que no se puede negar su dimensión de poeta. Hace poesía. La compilación de sus trabajos viejos, en su viejo sitio,  hace pensar directamente en la poesía de Guillaume Apollinaire cuando se dedicaba a hacer lo que él llamaba (neologismo suyo) «calligrammes», es decir, escritura que configura una forma inteligible como el retrato de una mujer con un sombrero.

Tarde o temprano será necesario plantear el problema de la utilización de la página electrónica como soporte de la poesía. La tecnología Flash permite poner hojas una por encima de la otra sin un orden preciso, es decir, sabiendo que es el lector el que determina el orden de la lectura.

Boisnard, al recibir su premio, puso en su nuevo sitio enlaces hacia varios de sus trabajos donde el papel del vídeo es muy importante. No lo veo como gran artista, más bien como un pionero. Georges Brassens, el poeta que utilizaba la canción como herramienta, escribió una malísima obra de teatro que tenía un título encantador Los enamorados que escriben sobre el agua. De eso se trata: escribir poesía sobre el agua del ciberespacio.

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8 de junio de 2007
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El arte de perder con elegancia

Julio César Uribe es, sin duda, el hombre más elegante de esta noche. Desde que emerge de los camerinos del Miniestadi de Barcelona, su traje rigurosamente negro resalta por su sobriedad entre las camisetas amarillas del equipo ecuatoriano y las rojiblancas de los peruanos. Mientras camina hacia su asiento parsimoniosamente, el brillo dorado de su camisa, su reloj de oro y el broche reluciente de su solapa dan fe de su sobrenombre: el Diamante Negro.

El entrenador peruano tiene razones para estar más nervioso de lo que aparenta. Éste es su último ensayo antes de la copa América, y le llega en un momento difícil. Le acaban de rebajar el sueldo en un tercio tras comprobar que, durante la gira japonesa del equipo, pasó más de una noche en una discoteca y luego mintió para ocultarlo. Además, un partido contra Ecuador nunca es fácil. Muchos peruanos aún piensan que no importa perder con cualquier país, pero Ecuador es una cuestión de honor. Y viceversa. Sin embargo, Uribe observa el partido con flema inglesa, sin levantarse del asiento, sin gritar.

El terreno neutral juega a su favor. En Cataluña, bajo la mirada vigilante del Tibidabo, todo tiene el aire distendido de un torneo interbarrios. El Miniestadi no se ha llenado, y entre los fans de ambos equipos reina un clima de concordia. Incluso los piques entre ambas barras –que se llaman mutuamente “monos” y “gallinas”- tiene un aire de cachondeo familiar. Muchos hinchas rivales han venido juntos al partido. En la barra de Perú incluso hay un ecuatoriano con su esposa peruana y su niña española.

Para los asistentes, el partido cumple la función de un campo ferial. En la puerta hay un grupo de ecuatorianos pidiendo firmas para la asamblea constituyente del presidente Correa. Otros venden a diez euros camisetas con la leyenda “¡Viva el Perú Carajo!”. Una señora ha llevado una pancarta que dice “saludos a mis hermanitos y a la familia Vargas”. Incluso hay un grupo de bolivianos con una pancarta de protesta por las restricciones de la FIFA a los estadios a más de 2500 m. sobre el nivel del mar. El clima de esta noche dice: di lo que quieras, sé lo que eres, pásala bien.

Pero la simpatía sólo dura lo que tarda en romperse el empate. Con el primer gol de Ecuador, el monstruo despierta. La explosión en la barra ecuatoriana es sólo comparable a la glaciación de la peruana. “Y lloran los peruanos” gritan del lado amarillo del estadio. Pero los peruanos atónitos ni siquiera atinan a llorar. Tras su segundo gol, los ecuatorianos ya saben que pueden hacer escarnio de los perdedores. Y los perdedores ya saben a quién van a culpar.

Pitazo final. Los ecuatorianos reciben la copa apresuradamente y se marchan. Los jugadores peruanos los siguen. Sólo queda un hombre en la cancha: Julio César Uribe, sin perder la compostura, resiste en el banquillo la lluvia de latas, botellas y bolsas de papas fritas que cae desde la tribuna peruana. Los hinchas rabiosos insultan a su madre y le gritan que dé la cara para que se la puedan romper a gusto. Pero el rostro del diamante negro es inexpresivo, aristocrático y digno. Así debe haberse visto María Antonieta camino de la guillotina.

Los mossos d’esquadra protegen al entrenador con sus escudos, pero él se niega a dar el espectáculo de abandonar la cancha bajo escolta. Sólo cuando el cuerpo de seguridad disuelve a los revoltosos de la grada, Uribe se levanta tranquilamente y se dirige al camerino. En la soledad del estadio vacío, quedan los diez ocupantes del palco oficial, que le aplauden animosamente. Son el personal del consulado peruano. Uribe les agradece con un suave gesto de la mano antes de desaparecer en el subterráneo. Tras él, por unos instantes, permanece en el aire el halo de luz que emana de su reloj.

Artículo publicado en: periódico Latino , 8 de junio de 2007.   

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8 de junio de 2007
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El más glorioso de los fracasos

Un comentario de Antonio Larrosa me hizo pensar en el destino de los escritores. Inspirado por las palabras de Marechal, y por el sueño común de escribir que alentamos desde niños, el autoproclamado "peor escritor del mundo" recordaba la escritura de su primer texto de ficción a la edad de siete años. Me acordé entonces de algo que había leído días atrás, en la versión local de la revista Rolling Stone. Allí Rodolfo Fogwill, el autor de Los pichiciegos, Vivir afuera y Restos diurnos, le dijo al periodista Agustín Valle: “Ser escritor ya es fracasar”. Fogwill se refería, creo yo, a cierto lugar del alma que quizás sea el mejor para acometer la tarea. En ese tramo del reportaje, Fogwill se refería a ciertos “grandes escritores que en la cancha pueden ser virulentos peleadores y después en la literatura tienen miedo. ¿Pero de qué? ¿De fracasar? Si ser escritor ya es fracasar. ¿Qué peor te puede pasar? ¿Cuál sería el éxito de un escritor? ¿Ganar el premio nacional, 1.500 mangos por mes? ¿La jubilación de un sargento?”

Yo creo estar de acuerdo (y digo “creo” para cubrirme, porque Fogwill también es un gran peleador y le gusta agarrársela hasta con la gente que está de acuerdo con él) en eso de que existen muchos escritores timoratos, que a la hora de sentarse y marcar la diferencia narran desde el miedo, desde su costado más convencional. Por eso está bueno ubicarse en el lugar del fracaso: porque cuando uno es consciente de que ha elegido una profesión que hace del fracaso un destino, entiende que no tiene nada que perder –y entonces escribe sin que nada le importe, más allá del viaje en sí, de la propia aventura.

  Por supuesto, algunos párrafos más adelante Fogwill se desdice, o por lo menos arruina mi interpretación, al agregar: “Ser escritor es fracasar en la vida”. A mí se me hace que los escritores debemos trabajar desde esta noción del fracaso, de lo perdido por perdido, porque es liberadora: nos ayuda a quitarnos de encima toda otra expectativa que no sea la del placer que se obtiene durante la tarea. Pero aun cuando esto signifique que estaremos contando duros toda la vida (a fin de cuentas Fogwill se refiere al fracaso económico, a la imposibilidad de comprarse un Volkswagen Gol en vez de “esta mierda”, es decir su propio auto), yo no creo que eso entrañe el fracaso en la vida. Cuando uno abraza de corazón una profesión quijotesca –como Antonio Larrosa, que en su primer opus se atrevió a reescribir a Pierre Menard-, lo hace a consciencia de que, a Dios gracias, existen algunas formas gloriosas del fracaso.

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8 de junio de 2007
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V. PARA ESO SE PINTAN SOLOS…

La gran discusión en México hoy día es si el ejército debe estar en la calle persiguiendo narcos, si es ése su papel. El alegato del gobierno es que la policía no sólo perdió capacidad para enfrentarlos, sino que se halla infiltrada y copada por los carteles. La revista Proceso decía hace una semana en su portada: “La policía, un cartel más”.

La guerra está en las calles. El teatro de la guerra se halla ya en numerosos estados: Quintana Roo, Yucatán, Tabasco, Guerrero, Michoacán, Sinaloa, Sonora, Durango, Chihuahua, Monterrey, Guadalajara, Tamaulipas, Baja California. Es una infección que venía comiendo debajo de la piel, y ahora ha reventado en múltiples pústulas.

Ajusticiamientos de distribuidores de droga de bandas rivales, venganzas perpetradas contra familiares de agentes judiciales, ejecuciones de cara a los niños de las víctimas, que pueden ser policías, agentes encubiertos, o abogados de la fiscalía. Cuerpos que aparecen en los caminos torturados con saña. Secuestros y asesinatos de periodistas que se atreven a informar sobre los carteles: 35 periodistas han sido ejecutados desde el año 2000, y hay periódicos que han decidido el cierre temporal ante las amenazas, como el diario Cambio Sonora.

Frente al edificio del periódico Tabasco Hoy, en Villahermosa, fue arrojada la cabeza de un funcionario judicial, mientras su cuerpo decapitado apareció en otro paraje de la ciudad. Ya el diario había sufrido ataques con bombas y granadas de fragmentación, y uno de sus reporteros aún no aparece, secuestrado tras la publicación de una serie de artículos sobre la distribución de drogas en la ciudad.

Horror y terror que no cantarán los narcocorridos.

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8 de junio de 2007
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YO Y LOS OTROS

Uno mismo nunca es uno mismo. De acuerdo, nos resulta familiar ese señor del espejo pero de eso a ser él mismo media un abismo. En el vídeo, en las fotografías uno se alegra o se decepciona ante la imagen que se ha plasmado pero, en todo caso, se sobreentiende que la sensación satisfactoria  o insatisfactoria se refiere no al mismo yo sino a esa proyección para las fotos o las cámaras que siempre se proyecta aberradamente.

El verdadero yo es inasible y se identifica precisamente con no ser nada. No existir, no aparecer, no poder ser juzgado ni aprendido, ni entendido ni amado certeramente. El yo elude cualquier descripción y mucho menos una documentación visible. Por definición nosotros no existimos -tal como eso se entienden en esta vida- en el trato con los demás, en el ejercicio del trabajo, en la relación de amor. Pero en verdad, existimos, en todos los supuestos, algo más atrás, escondidos de la investigación, sustraídos a la verdadera exploración, retirados o protegidos o condenados contra el conocimiento auténtico.

Todo lo que los demás conocen, odian o aman de cada uno de nosotros, no son sino versiones de lo que realmente es. Traducciones de una identidad que permanece siempre exenta, eximida, ausente de las consideraciones. De hecho cuanto se dice que somos se compone de los fragmentos más o menos unidos que han obtenido los demás como son -medio reales, medio inventadas- las restauraciones arqueológicas formadas por la insuficiencia o la deducción. El yo se va deshaciendo en la desesperación de no ser nunca dicho.

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8 de junio de 2007
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IV. NEGRO FOLCLORE

No es un asunto sólo de cantantes que desempeñan en los escenarios el papel de mensajeros de los extravagantes jefes de los carteles de la droga, y pagan con su vida la osadía, ni sólo de reinas de belleza a las que los capos financian sus trajes, fiestas de coronación y carrozas, y luego pasan a ser sus trofeos de caza.

Tampoco es sólo un asunto de personajes de novelas misterio que escribió la realidad, como Amado Carrillo Fuentes,“El señor de los cielos”, jefe del cartel de Juárez, que murió a consecuencia de las heridas infectadas tras hacerse en un quirófano clandestino una cirugía plástica que cambiaría su cara, y así pasaría invisible a los ojos de sus perseguidores. La leyenda, dice, sin embargo, que quedó vivo, como lo dice de Carlos Gardel.

Ni sólo un asunto de los gustos particulares de los barones de la cocaína, tal como se revelan en sus palacetes de docenas de habitaciones, piscinas olímpicas y múltiples salas de billar, donde coleccionan armaduras medievales y momias egipcias auténticas, y donde tienen harenes y zoológicos particulares con elefantes africanos, fieros tigres de bengala y osos Panda.

Los capos mexicanos heredaron el folclore caribeño de Pablo Escobar, capo di tutti capi, que mandó empotrar en el arco del portón de su hacienda la avioneta en la que había hecho su primer transporte de droga a Estados Unidos, así como los millonarios enmarcan su primer dólar. Y heredaron también toda la cultura atrabiliaria y vistosa de los narcos colombianos, patrocinadores del culto del Divino Niño, que les enseñaron a sentarse en retretes de oro macizo, y a hacer peregrinaciones a Jerusalén.

No es eso. La muerte es su mejor folclore. Su folclore negro.

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7 de junio de 2007
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Bajo las alas de Severo Arcángelo

Lo primero que hizo mi amiga Miriam cuando le dije que mi próxima novela iba a ser “una de aventuras”, fue –con buen tino- reírse de mí. Lo segundo que hizo fue enviarme un texto de Leopoldo Marechal. Se trata de prólogo a su novela El banquete de Severo Arcángelo (1965), que el viejo maestro dedicó a su esposa Elbia, a quien solía llamar en sus textos con el nombre de Elbiamor. (¿Se imaginan a un escritor de hoy dedicando su obra a una amada, y recreando su nombre con una apelación tan frontal al sentimiento que despierta en su alma? ¡Nadie tiene tantos cojones en estos tiempos!)

Pero en fin, Miriam me lo envió porque recordaba que Marechal había concebido su novela con intenciones parecidas a las que yo cacareaba. “Desde mi niñez vine soñando con escribir una historia de aventuras,” dice Marechal. Según cuenta, a los diez años produjo su narración inicial, El pirata rojo, “a la manera de Salgari, mi entonces querido y envidiado maestro”. Después confiesa que “se me trabucaron los planes y la vida,” como nos suele pasar a todos. De pequeño ansiaba producir “una historia de niños para niños”, y ya adulto escribió Adán Buenosayres, que era “una historia de hombres para hombres”. “No obstante, mi sueño infantil quedó en pie”, asevera: ese sueño hecho libro fue El banquete de Severo Arcángelo. Según Marechal, es una novela de aventuras que se dirige “no a los niños en tránsito hacia el hombre, por autoconstrucción natural, sino a los hombres en tránsito hacia el niño, por autodestrucción simplificadora”.

Me encantó. Más allá del hecho de que jamás podré escribir algo tan delirante y tan sublime como El banquete, me gustaría suscribir las palabras del prólogo como si constituyesen un programa de acción. Yo también sueño con este asunto desde niño, yo también idolatré –y todavía idolatro, ¿por qué no?- a Salgari, yo también escribo, o querría escribir, para los hombres y mujeres que se encuentran “en tránsito hacia el niño”.

Ojalá tenga el coraje alguna vez para dedicarle un libro a mi amada. Después de todo, pocas aventuras siguen siendo tan necesarias, y están a la vez tan necesitadas de épica, como el mismo amor.

Mi sueño infantil también sigue en pie.

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7 de junio de 2007
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LA EDAD DE LOS LIBROS

Leo unos cuántos libros a la semana. Algunos con esfuerzo, la verdad. Suelo repartir con cierto equilibrio -¡que extraña palabra!, apenas la reconozco como mía- mis lecturas entre ensayos, poesía y narrativa. También “miro” algunos libros, cada vez más libros fotográficos, catálogos, algún comic. Me cuesta mucho desprenderme de ellos. Incluso, de los que son leídos con esfuerzo. Alguna vez ya hemos hablado de esta enfermedad cuasi crónica de los libros y el espacio que ocupan en nuestras vidas. El espacio mental, y el espacio físico. Dos problemas distintos y ninguna solución verdadera. Felizmente muchos de los libros leídos, no sé si demasiados, con el tiempo se esconden, se diluyen y casi desaparecen de nuestros recuerdos. Y sin embargo otros nos siguen acompañando, nos ven envejecer mientras ellos permanecen inmutables, como si no pasaran los años, el tiempo, ni el olvido por ellos.

Esta semana, por caminos distintos, han regresado a mi vida, dos libros, mejor dicho, dos lecturas que nunca se fueron del todo. Dos libros que no envejecen. Al menos dos libros que vuelvo a leer con el placer de aquellos años, de aquél tiempo perdido de cuando fuimos tan jóvenes.

Yo leí a Proust en la “mili”. Aquella puta, castigada y encarcelada mili. Puteada por dos frentes, por los estertores del franquismo y por los etarras que cada vez era más banda desalmada y sin sentido. Proust y otras lecturas, por ejemplo Bomarzo, Scott Fitzgerald, Borges… y otros tan poco cercanos a la milicia como aquellos poetas de la “generación del 50”,  la generación del alcohol, que también me entretuvieron aquellos días.

Ahora he recuperado uno de los más clásicos acercamientos de Borges a la obsesión y el misterio de la literatura, de la imitación literaria, Pierre Menard, autor del Quijote. Acabo de comprar una edición muy peculiar de la historia del Ingenioso Hidalgo, por Pierre Menard. A Borges, que sobre Menard escribió en Nimes en 1939, le hubiera parecido que recuperaba su tiempo. Con Menard, con Cervantes y con él mismo, el otro, el joven Borges.

El otro libro, también reducido, también de bolsillo, de “cuaderno”-así se llamaba la colección cuando lo compramos la primera vez-, es asimismo un homenaje, una no disimulada imitación de su admirado Proust, por el admirable Llorenc Villalonga. El libro se llama Dos pastiches proustianos. También ha sido capaz de devolvernos a los años tan jóvenes, de tan voraces lecturas. Felizmente el apetito por cierta literatura no se termina con los años. Se rescata la introducción de Villalonga, se añaden un prólogo de José Carlos Llop y un epílogo situacionista del editor Herralde, que añaden valor a éste oportuno rescate. Nos pasan los años por algunos libros. Y lo digo en la semana en que Cien años de soledad cumple sus primeros 40 años.    

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7 de junio de 2007
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NEUROSIS DEL BAÑADOR

No queda ya ninguna propuesta de adelgazamiento, mediante cremas, polvos, regímenes o aparatos de gimnasia, que no ponga en su propaganda la tremenda amenaza del bañador. La inminente asechanza de la playa donde nuestras carnes quedarán expuestas al ojo crítico, anónimo o conocido, deseado o enemigo que nos juzgará y sentenciará.

El cuerpo que mantuvimos protegido durante el resto del año se halla abocado a dar cuenta de sí sin prever sus efectos ni cuáles serán las consecuencias.

La presentación del yo en verano se hace depender en tal grado del aspecto corporal que resulta ínfima la subordinación que se haya sentido en otros meses. El verano es la visión total, el panóptico que abarca el todo de la desnudez. Podría ingeniarse algo para que fuera posible tomar el sol, librarse del calor, beneficiarse del mar o la piscina, sin necesidad de quitarse las ropas, pero todavía el invento se encuentra en proceso.

La prescripción general ordena desprenderse del vestido, bajar hasta la orilla y quedar inerme ante el juicio físico-moral de los otros. Porque esos seres extraños y hacinados no sólo dirimen sobre la armonía de nuestra figura sino sobre las razones que nos han llevado a concretarnos abundosamente en ella. Abandono, depresión, alcohol, sedentarismo, malestar matrimonial, desequilibrio laboral. Nuestro cuerpo es una importante pieza documental bajo el resplandor solar.

En ese medio traspasado de luz los cuerpos se someten a un escrutinio severo. Ojeadas cargadas de prejuicios, juicios y comparaciones.

No basta haber escogido con tino el bañador. Lo crucial consiste en portar el cuerpo apropiado. Los bañadores son apenas atendidos –a diferencias de los atuendos generales en el periodo invernal- y la percha pasa de ser su soporte a la evidencia de lo principal. Somos el bulto carnal que se expone, el modelo ofrecido para el intercambio de valores a la vera del mar.

Playas pobladas de decenas de miles de cuerpos, decenas de miles de desajustes entre el yo y su composición exterior, decenas de miles de ejemplares reunidos en la feria de la carne construida, deconstruida, arruinada, restaurada, rehabilitada o inaugural. El espectáculo merece la máxima atención. De la misma manera que la cultura de consumo nos promete la posibilidad  de experimentar varias vidas, varios yoes en esta tierra, en el estío se representa la ocasión de incorporar diversos cuerpos, decenas de miles de patrones. ¿Pero no hay cuerpos que también toman sus vacaciones y descartan todo esto? Efectivamente, pero no pertenecen, de cuerpo entero, al gran sentido de la radiante convención.

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7 de junio de 2007
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SITIOS AMENAZADOS

No sé qué opinar de la lista de los 100 sitios históricos más amenazados en el mundo publicada por World Monuments Watch. Por lo menos, al nivel de la creación web demuestra un gran dominio de la utilización de la tecnología flash en un mapa. Pero hablando del mundo real, y no de su representación virtual, la lista me parece un perfecto ejemplo del barroquismo en una organización no gubernamental.

La lista incluye a 15 sitios de América Latina y uno en España (infiltraciones en el techo del Museo Miró de Montjuic en Barcelona). Frente a lo que ocurrió en la transformación de la ciudad condal para los JJ. OO. De 1992, la destrucción de las casas en la ciudad alta, la transformación de los palacios del barrio de San Gervasi en clínica o colegios, el goteo de la Fundación Miró me parece poca cosa.

No se pueden discutir las tres causas de la catástrofe según la ONG: conflicto político, desarrollo urbano e industrial descontrolado y cambio climático. Al anunciarlas hablamos de la vida de nuestro planeta. Me parece bien denunciar también la frenesís de los turistas cuya invasión se parece tanto al paseo de los barbaros saqueando a la Roma antigua. Pero la sinagoga Brener en Argentina, la Estación de Biología Marina de Montemar, en Chile, y el distrito histórico Porangatu, en Brasil, no son para mí, a pesar de su peso histórico, algo diferente de lo que vamos construyendo cada día en cada país: las ruinas de mañana. Hablé hace unos días del escritor francés Julien Gracq y de su fenomenal talento como crítico o más bien como comentarista de literatura. Pero no tengo duda: dentro de 20 años, muchos de los escritores citados por Gracq serán desconocidos.

Ya puedo adivinar la hostilidad que va a provocar mi opinión. Vivimos en un mundo que finge transformar el pasado en algo sagrado. «Who controls the past controls the future» (el que controla al pasado controla el futuro) dice George Orwell en 1984 hablando de un poder manipulador. Hacemos lo mismo en el intento de detener al pasado por razones culturales. ¿Dónde está el límite entre lo que hay que proteger y la necesidad de seguir vivos, es decir, de cambiar? Muchos países de América Latina pierden sus monumentos por culpa de los terremotos. Caso de Chile, de Caracas. Nadie en estos lugares denuncia a los terremotos. Pertenecen al movimiento de la Historia. Revisando la lista de los sitios amenazados en América Latina, tengo la sensación que se podría acortar, pero no voy a decir cómo

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7 de junio de 2007
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El Boomeran(g)
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