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Que se doble, pero que no se rompa

He aquí otra cuestión que me quedó rondando después de la visión de The Night Listener. Cuando lee la autobiografía del inexistente Pete, Gabriel Noone se detiene en un pasaje que refiere a la biografía de Charles Dickens. A los doce años Dickens fue enviado por sus padres a trabajar en una fábrica de betún, hecho que, según “Pete” escribe y Noone acepta, le partió el alma y al mismo tiempo generó al narrador. La pregunta que me quedó dando vueltas es simple: ¿hace falta estar roto para ser buen escritor?

Si optamos por la ruta de la comprobación fáctica, responderemos por la afirmativa. Basta con mencionar nombres de grandes escritores y revisar sus biografías: la mayor parte de ellos han sufrido experiencias tremendas. Cervantes. Shakespeare. Kafka. Borges. Arlt. Stevenson. Hemingway. Hammett. Conrad. (Agreguen los nombres que les vengan a la mente.) Pero el recurso es engañoso: con el mismo criterio, podríamos preguntarnos si existe en verdad mucha gente que no haya sufrido hasta el desgarro. No pretenderé que el niño que fabrica betún y Paris Hilton comparten el mismo dolor, pero tampoco soslayaré el hecho de que los seres humanos tenemos una tendencia innata al sufrimiento, más allá de nuestras circunstancias; los ricos en quienes depositamos tantas fantasías de dolce vita conocen la angustia, la inseguridad y el temor tan bien como nosotros. Así somos. La conciencia de la muerte nos permite a todos saber que, aunque más no sea en el tramo final, nadie escapa al género de la tragedia.

Lo que hay que buscar, entonces, son nombres de grandes escritores que a pesar de haberlas pasado mal en uno u otro momento -como casi todos, a fin de cuentas-, han vivido lo que puede ser definido como una vida plena. Un García Márquez, por ejemplo. Un Cortázar. Un Murakami. (Aquí también se pueden agregar nombres.) Recuerdo haber leído alguna vez –no pregunten dónde, ni de boca de quién- el caso de dos escritores que habían concebido relatos sobre naufragios. Uno, que había sido víctima de un naufragio en la vida real, había escrito un relato mediocre. El otro, que jamás padeció experiencia semejante, había escrito una narración sublime. Lo que define a un gran escritor es en esencia su capacidad proléptica, el talento para imaginar lo que nunca vivió como si estuviese experimentándolo en carne propia. Lo que la anécdota no decía pero yo presumo, es que el escritor que no había padecido naufragios debe haber sufrido aunque más no sea una experiencia parangonable, tal vez en términos de privaciones físicas pero ante todo de privaciones afectivas. En último término, un naufragio no deja de ser una expresión violenta de aislamiento, un tema sobre el que tantísima gente sabe mucho aun cuando nunca en su vida se haya subido a un barco.

No hace falta romperse para ser buen escritor. Lo cual es un alivio, porque me gustaría llegar a serlo algún día sin necesidad de quebrarme en el proceso. Pero tengo claro que la experiencia de vida otorga profundidad, empatía, perspectiva. Lo mejor es vivir intensamente, que la buena escritura se produce por añadidura.

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29 de mayo de 2007
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DE AQUÍ HASTA EL SOL

Vean estas cifras y asombrémonos entre todos quienes vivimos en este mundo nuevo virtual:

El año pasado la información digital generada en el planeta representó 160 mil millones de gigabytes. Si queremos comparar, un IPod almacena apenas 80 gigabytes, equivalente a unas 20 mil piezas musicales.

Los 160 mil millones de gigabytes equivalen a 12 pilas de libros que llegarían cada una de ellas desde la corteza terrestre hasta el mismo sol. (¿Cuántas piezas musicales serían entonces, de aquí hasta el sol?)

Dentro de apenas tres años, esa cifra se habrá multiplicado por 6, para llegar a 980 mil millones, o sea 990 exabytes. (¿Y en otros tres años? Pronto deberá existir otro término para designar a otra cantidad mayor que los exabytes).

  Hay mil cien millones de usuarios de Internet en el mundo, (o sea, habitantes del espacio ciberal, como nosotros).

Hay mil seiscientas millones de cuentas de correo electrónico, (la red postal más grande jamás vista en la faz de la tierra).

Los empleados de una empresa o entidad pública o privada gastan 15 horas a la semana leyendo y contestando correos electrónicos, 14 horas creando documentos, 10 horas buscando información en la red, y 10 horas analizando esa información. (Tomen en cuenta que una jornada normal de trabajo semanal tiene 40 horas).

Son los datos ofrecidos por Joe Tucci, presidente de EMC, en la conferencia magistral dictada en la convención mundial de esa corporación celebrada en Orlando, Florida hace unos días.

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29 de mayo de 2007
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EL ESTÓMAGO II

El aparato digestivo, en su último tramo intestinal ha acumulado tan mala fama que, según cuenta Lévi Strauss, los indios de la Guayana se cuentan la llamada leyenda de Puito.

Puito es el nombre del ano y se acepta comunitariamente que en el origen del mundo los hombres carecían de él. El ano vivía su propia vida aparte, mientras los seres humanos fingían no tener ese maldito orificio. Nadie se refería a él como cosa familiar o conocida y la defecación se desarrollaría como una circunstancial cooperación entre Puito y uno.

El inconsciente freudiano se encuentra a su vez lleno de estas fantasías. El cuerpo imaginario no es anatómico y la imagen inconsciente del cuerpo lleva a  pesadillas en las que la idealización del yo se ve asaltada por  servidumbres satánicas e impuras. El ano es el ojo del demonio y por donde el íncubo logra poseer la pureza del alma.

También el ano, es en la fase anal, las sombras temibles de un sujeto que todavía no ha alcanzado la razón o la lucidez bastante para enfrentarse a lo real y combatirlo u obedecerlo.   

A este propósito, Lévi Strauss cuenta también de una tribu africana donde el rito de paso hacia la edad adulta se realiza introduciendo un tapón en el recto para significar mediante esta obturación que, desde ese momento, las cosas sucederán claras y reales ante el sujeto y con su acrecentada constitución deberá hacerles frente.   

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29 de mayo de 2007
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DESCREÍDO/ INGENUO

Le extrañaba, le parecía imposible al amigo Grifo -¡cada uno se llama como quiere!- que yo hubiera sido en años veinteañeros a la vez descreído e ingenuo. Como dudo de tantas cosas me puse a dudar si efectivamente fui así. Además me hizo reflexionar sobre si se podían ser esas dos cosas a la vez. Así me recordaba, así fui y, ¡oh, sorpresa!, así me sigo viendo. Algunos seres humanos evolucionamos poco, tirando a nada. Recuerdo que me sentí mayor a esa edad, que era la edad en que convencionalmente se llegaba a la mayoría de edad, los veintiún años. Cuando digo mayor, quiero decir que sentí que yo no cambiaría mucho a partir de ese año, de aquél verano. Me pilló en un viaje, siempre me gustó estar en fuga, en el norte de Túnez, huyendo de Argelia y en una noche concreta muy cerca del Cabo Blanco. Desde aquella noche fui mayor. Me crecieron los descreimientos y me siguió acompañando una cierta ingenuidad.

No he dejado de ser aquel escéptico, ese descreído más o menos simulador y amable -uno tiene que supervivir con muchos disimulos- ni me abandona una cierta ingenuidad, que debe estar unida a un optimismo moderado por la realidad. Quizá es una voluntad de no dejar que la realidad te derrote con su tozudez. Ayer, sin ir más lejos, comprobé una vez más esa doble condición que me sigue acompañando. No creía nada, o más bien poco, en los que me disponía a votar. Mi escepticismo, más alguna información, me hacía ver que la cosa no estaba bien. Que esos candidatos no eran los mejores para ilusionar a casi nadie, menos a un escéptico. Pero aún así, con mi escepticismo a cuestas, a votos, me dirigí para cumplir el rito ciudadano. No siempre lo hice. Tuvieron que avanzar mucho los años 80 para creer que el voto, mi voto, debería servir para elegir o negar a esos candidatos que me gustan entre un poco y nada. Fui, voté, pensé que podía valer para algo, que muchos escépticos como yo harían lo mismo, que podíamos burlar a los sondeos… una ingenuidad. Sólo acudimos los escépticos mayores. Los otros, los jóvenes, los que hacen añicos cualquier sondeo, esos pasearon su escepticismo por caminos alejados del voto. No son tan ingenuos.

Volveré a ser ingenuo. Volveré a votar en las próximas. Aunque tenga que volver a perder. Todavía sigo siendo aquél ingenuo escéptico. Pero, eso sí, me sigo considerando un descreído. ¿Seré ingenuo?

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28 de mayo de 2007
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EL ESTÓMAGO

He ojeado un libro sobre los males del estómago. No en vano me considero un conspicuo profesional de sus innumerables torturas. El libro se refiere, desde luego a los males de la gastritis, el colon irritable, del estreñimiento, la hernia de hiato, la flatulencia, pero no como unidades aisladas sino como conjunto  sistematizado en el aparato digestivo cuyo sufrimiento no viene de este tubo o de aquella cavidad sino de sus profundas interacciones con el alma.

Desde la fatiga al dolor de espalda, desde el reflujo a la depresión, desde la frigidez, la impotencia o la eyaculación precoz, tienen que ver con el mal de estómago. De hecho, en la Antigüedad, el vientre fue considerado la regia sede del alma y hasta hoy todas las medicinas orientales se organizan alrededor de él. En Occidente, los psicólogos declaran que su especialidad es el estómago, la fábrica y el depósito, el ámbito del conflicto.   

El estómago sería, de acuerdo al doctor  Pierrer Pallardy, un segundo cerebro enlazado el primero por el nervio vago, llamado también pneumogástrico, que partiendo de la caja craneal desciende a lo largo del cuello, atraviesa el tórax y penetra en el abdomen. Un itinerario que recorre los tres sistemas capitales: el cardiovascular, el respiratorio y el digestivo.
El estómago tiene mala prensa debido a sus oscuras derivaciones hacia abajo  pero se dignifica plenamente en la peripecia de su línea ascendente. Estar en paz con el estómago es hallarse en paz con el centro y con el cielo. Con el yo y el superego. 

Respirar  con el estómago significa recuperar la respiración del niño primordial inaugurando su reunión con la naturaleza y la ternura del mundo materno. 

El estómago habla de nuestros ajustes y desajustes, habla con una elocuencia y concreción retórica que supera a todas las demás voces del cuerpo. Si la salud es el silencio de los órganos, los borborigmos, los pinchazos, los ardores, las diferentes  expresiones dolorosas del estómago, constituyen el lenguaje básico de los demonios que cultivamos o se adentran progresivamente en nosotros. No habrá intervención quirúrgica capaz de extraerlos radicalmente y acabar definitivamente con su influjo puesto que su esencia se halla mezclada a la psiquis.

El estómago metaboliza los alimentos tanto como nos metaboliza. Nos reelabora las emociones para convertirlas en lesiones y desdichas; o, también, si se atiende consecuentemente, para traducirlas en gozos y medicinas. 

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28 de mayo de 2007
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La isla devorada por el delirio de grandeza

Cuando tú, lector, vayas a subir algún día al monte de Randa, dejando atrás la pequeña aldea del mismo nombre, atraído quizá por la ilusión de estar a solas con tus pensamientos, podrás vislumbrar desde la cumbre un paisaje insólito: orfebres holandeses repujan con láminas de oro las chimeneas de la ciudad, ebanistas egipcios tallan gárgolas en los aleros de las casas, majestuosos caparazones de nácar cubren los estadios de los atletas, un asombroso bucle de titanio sostiene el elíptico puente tendido entre las islas, transparentes redes diamantinas filtran los rayos del sol, las naves de los potentados hibernan en astilleros subterráneos... O al menos eso es lo que verías si estuvieras intoxicado por los delirios de grandeza que hoy gobiernan el archipiélago.

Por el momento, sin embargo, lo único que alcanzarás a ver desde Randa es un paisaje maltratado: penosas colmenas de ladrillo cuelgan de las escarpadas laderas del litoral, murallas hoteleras se erigen en la orilla de las playas, apretadas divisiones de adosados avanzan por los llanos, anchas autopistas desdoblan sus tentáculos de asfalto.

No es algo de lo que un gobernante pueda sentirse muy orgulloso pero en contra de lo que cabría esperar este paisaje es un motivo de celebración.

Los carteles electorales muestran el rostro risueño de los candidatos, los informativos de la televisión autonómica emiten sus declaraciones triunfales y la prensa comenta su agenda de inauguraciones sin llegar a encontrar en su rostro la más mínima arruga de remordimiento. Ninguna mueca de reflexión estropea el eslogan elegido por el gobernante Partido Popular para atraer a sus simpatizantes: Funciona". Esto funciona, viene a decir el mensaje.

Y no les falta razón. El presidente del Consell Consultiu, máximo órgano jurídico de la Comunidad, una especie de Consejo de Estado en miniatura, no dimite después de ser detenido e interrogado por la policía como sospechoso de tráfico de influencias. Uno de los miembros del mismo consejo es el abogado particular del famosísimo alcalde de Andratx, enviado a prisión por el juez y ahora en libertad bajo fianza. El consejero de Interior que presumiblemente delató la operación de la Guardia Civil contra el alcalde de Andratx tampoco dimite ni sabe por qué debería hacerlo. La aureola de la expedición oficial al club moscovita Rasputín -a cargo de los fondos parlamentarios- no se ha disipado y un guiño de complicidad evoca lo que debió ser una inolvidable jornada de confraternización. El jefe de todos ellos, Jaume Matas, activísimo aforado a salvo de los fiscales, no ha sido juzgado por espiar a los parlamentarios socialistas ni por dirigir la trama de empadronamientos furtivos en Formentera. Su palacete, rehabilitado como vivienda particular, se encuentra, puerta por puerta y tabique por tabique, junto a la sede del organismo encargado de vigilar las finanzas autonómicas: el Síndic de Comptes.

Evidentemente, la cosa funciona. Mientras la policía registra los despachos de notarios y los bufetes de abogados, y los fiscales se queman las pestañas rastreando sus transacciones bancarias, Jaume Matas, actual presidente de la Comunidad y candidato del Partido Popular, convoca a la prensa. Quiere anunciar, junto al arquitecto Calatrava, el Palacio de la Ópera que ha mandado construir en el centro de la bahía de Palma, en el espigón que se alzará sobre las aguas como una monumental consagración valenciana de sí mismo. La Junta Electoral le prohíbe esta flagrante malversación publicitaria y Matas -sólo por esta vez- se muerde los labios.

El candidato Matas mantiene un locuaz diálogo con los famosos y como si creyera en la unción carismática, en la transferencia mágica del prestigio, se fotografía con todos los que puede: el tenista Nadal, el pintor Barceló, el actor Douglas, la modelo Schiffer. Rosa Estarás, su actual vicepresidenta y candidata a presidir el Consell de Mallorca, una institución de rango protocolario inferior, se fotografía con Antonio Ozores.

Una brisa perfumada por el tomillo, un golpe de aire cálido y húmedo, te hará abrir los ojos en el monte de los tres templos, y desde Randa, elevándote sobre el infernal bullicio de los candidatos, comprobarás, lector, que no se puede hablar de las elecciones en Baleares sin hacer un balance de la devastadora maquinaria de la corrupción urbanística en su prepotente plenitud institucional. Pero los adefesios inmobiliarios, los paisajes hociqueados, las urbanizaciones salvajes, la recalificación concelebrada y el reparto clandestino de los beneficios de la especulación entre servidores públicos son una minucia insignificante si lo comparas con el verdadero desastre oculto tras el telón de la evidencia delictiva.

Cada negocio consumado al margen de la ley, cada ganancia ilícita embolsada, acentúa el agravio de las víctimas humilladas. Ni las ves ni las oyes desde Randa, pero están ahí, desperdigadas entre los pueblos de la isla, avergonzadas de lo que ven y del miedo que sienten por saber. Secretarios municipales obligados a transigir, secretarias inducidas a colaborar, funcionarios asustados, pasantes de abogados que teclean cláusulas inteligentes, celadores, guardias municipales, empleados de banca, albañiles; son los testigos inevitables de las operaciones furtivas y lo saben todo. También se han familiarizado con el alarde de impunidad que ostentan sus jefazos, tan displicentes con las cautelosas diligencias judiciales.

Pero necesitarías el olfato místico de Ramón Llull, aquél esteta ermitaño en las cuevas del Puig de Randa, para descifrar el secreto de los avergonzados. Deberías embriagarte con su fe de misionero para adivinar en qué momento el hombre humillado por la corrupción comprende el mensaje electoral. Te haría falta su arrebato de locura divina para descubrir cómo se transmuta el rubor en complicidad. Pues a pesar de tanto oprobio no les falta imaginación para preguntarse: "¿Te imaginas, el día que los inspectores y archivos de la Agencia Tributaria estén en manos de esta gente? ¿Te imaginas, el día que reciban las transferencias de Interior?".

Una joven pareja compra en Andratx un terreno pero no consigue la licencia para construir su casa. Un día encuentra por casualidad a un desconocido, alentado por la autoridad municipal, levantando en su solar un edificio con piscina. Insaciables en su apetito subversivo, los cómplices del desmán urbanístico "no respetan ni la propiedad privada". Así funciona.

Además de ser un templo destinado a ceremonias mayúsculas, la Catedral de Palma es un espléndido negocio por el que cada año pasan -pagando- centenares de miles de visitantes. La nueva capilla de Miquel Barceló se convertirá con el paso del tiempo en un icono universal, en un lugar abierto al culto de la peregrinación mundana. Ante los ojos extasiados del turista se levantan las agrietadas paredes de una caverna submarina decorada con las figuras de una suprema sinfonía sensual: quizás la más descarada obra de arte instalada nunca en un recinto religioso. Con deslumbrante inspiración, con el formidable talento del que ha hecho gala, el artista ha concebido una monumental epifanía erótica. Evocando deleites inequívocamente paganos, convocando los placeres de la joie de vivre, pulsando las emociones de un mundo ya redimido, libre al fin del circunspecto cilicio gótico, Barceló ha derramado los estimulantes frutos del mar -escurridizas lampugas, pulpos ansiosos, caracolas y erizos- y de la tierra -higos, racimos de uvas y sandías- a los pies de un Cristo resucitado, desnudo y feo. La única concesión que negoció el artista fue disimular los cojones que obviamente debían colgar de su entrepierna.

Si el obispo encargado de custodiar la Catedral fuera un fiel intérprete de las revitalizadas esencias cristianas de la Conferencia Episcopal Española pondría el grito en el cielo y clausuraría, con un ardiente entusiasmo integrista, la capilla de Barceló. Pero a su manera también él comparte el relativismo acomodaticio de la derecha mallorquina, impresionada por la eficacia pragmática del esto funciona.

Sí, lector, son muchas las cosas que verás si subes a Randa. Lástima que la estatua de Ramón Llull, tan golpeada como lo estuvo el herético beato antes de morir, no pueda parodiar con nosotros al poeta Villon: ¿dónde están los ladrones de antaño? ¡Qué tiempos aquellos, verdaderamente! Cuando un hombre podía ser víctima de un atraco sin padecer además el desprecio de sus amigos...

Ajenos a la ruina moral que corroe las entrañas de la isla, los publicistas pulen las versiones del mensaje electoral y enseñan a la ciudadanía consternada el botín de la menstrual y carnicera avaricia. A fin de superar el miedo a la ley -un estorbo para que esto siga funcionando- ventean su hostilidad contra jueces, guardias y fiscales y dedican una pletórica ristra de elogios al club ser alguien en Mallorca.

Toma nota, lector, ahora que todavía estás en Randa, pues todos hemos sido invitados a este festín. En el bien entendido de que los primeros en llegar serán los primeros en comer.

Artículo publicado en: El País, 26 de mayo de 2007.

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28 de mayo de 2007
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Amnesia II

Y entonces, Guido abrió los ojos.

-¿Qué ha pasado? –dijo, y luego, la pregunta que todos temíamos-. ¿Quién soy?

El médico, la enfermera y el vecino con gastroenteritis de la cama de al lado me miraron a mí esperando mi respuesta. La pálida luz del sol se filtraba por la ventana como una rejilla sobre mi amigo. Me aclaré la garganta y dije:

-Pues... nadie. No eres nadie, la verdad.

El médico me miró con reprobación, pero yo continué:

-Has estado en coma durante toda tu vida. Bueno, casi. Esto te dio muy chiquito.

-¿Tengo nombre?

-Pues... yo qué sé... Amador. Sí, Amador está bien.

-¿Y ahora qué hago?

-Tienes la oportunidad única de ser quien quieras. Hacer lo que quieras. Eres un hombre en blanco. Puedes ser una estrella de rock, el entrenador del equipo ruso de gimnasia acrobática o un filólogo en lenguas muertas.

-Pero sé hablar. ¿Cuándo aprendí eso?

-No lo sé –y me quedé pensando una manera delicada de expresarle mi amistad-. En fin, adiós.

Me di vuelta y traté de irme para dejarlo vivir su vida maravillosa, pero no pude. Antes de cruzar la puerta, me volví. Amadorcito estaba de pie en medio de la habitación, sin saber qué hacer. Una enfermera le había dejado la cuenta en su mesita de noche. El vecino de la gastroenteritis le había robado su vaso de agua. Amador era la viva imagen del desamparo, incapaz de valerse por sí mismo, y todo por culpa de la irresponsabilidad de algún lector de blogs con exceso de romanticismo. Pensé que, al fin y al cabo, eso no era mi problema. Pensé que después de todo cada quien tiene su vida y no podemos estarnos ocupando de los problemas de todos los demás. Pero a mi pesar, me oí decir:

-Puedes venir a mi casa.

Durante los primeros días, traté de usarlo como servicio doméstico. Rompió cuatro platos y se hizo pipí en el armario de las toallas. A partir de entonces, me limité a dejarlo que viese televisión todo el día. Pero se hizo pipí en la televisión. Quien me dio el consejo de dejarle la mente en blanco me había dicho: “habrá cosas que pierda pero también que ganará”. Por lo pronto, había ganado un juego de pañales Pampers y una reprimenda.

Comprendí que empezar de cero implica carecer de la más mínima idea de nada. Nuestra libertad está hecha de miles de pequeñas tonterías que vamos aprendiendo durante la vida.

En fin, que lo inscribí en un jardín de infantes. A la profesora le extrañó que tuviese 45 años y barba, pero ninguna ley limita la edad de entrada si pagas matrícula completa.

La verdad, me enternece. A menudo lo ayudo con sus tareas y le he comprado un video de Barrio Sésamo. Le he enseñado a amarrarse los zapatos. De vez en cuando, saltando con brillo en los ojos, me pide quedarse en el colegio un rato más. Cuando le pregunto por qué, se ríe pícaramente y no me responde.

Creo que tiene una noviecita.         

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28 de mayo de 2007
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Una segunda oportunidad

Casi por casualidad cayó en mis manos The Night Listener, la adaptación al cine del libro homónimo de Armistead Maupin. Basada en un hecho real, The Night Listener cuenta la historia de un escritor, Gabriel Noone (una versión apenas ficcionalizada del mismo Maupin, interpretado por Robin Williams), que entabla una relación telefónica con un chico de 14 años, enfermo de sida y próximo a la muerte. Noone se entera de la existencia de este muchacho, Pete, mediante su editor, que está a punto de publicar un libro de memorias donde el chico revela, entre otras cosas, que sus padres lo sometían a abusos sexuales, permitiendo que otros extraños también participasen de la violación, para después vender imágenes del hecho. Con el correr del tiempo, Noone empieza a sospechar que el chico no existe, tratándose en cambio de una invención de la mujer que dice haberlo adoptado, llamada Donna. (Encarnada en el filme por la siempre interesante Toni Collette.)

Más allá de los pormenores del caso real –según Maupin, la existencia de “Pete” nunca pudo ser probada-, lo que me interesó fue la reacción del escritor ante la historia del muchacho. Al comienzo del relato, Noone confiesa que los escritores nos parecemos a las urracas: hurgamos entre las basuras, esto es entre las miserias humanas, en busca de algo brillante que robar. Noone se compra por completo la historia de Pete porque es tan dramática –en sentido humano, pero también en el sentido narrativo- que necesita creer en ella: la encuentra demasiado digna de ser relatada como para no ser real. Creo que pocos escritores podrían sustraerse a una tentación semejante. Somos demasiado sensibles a las buenas historias como para detenernos a considerar aspectos que parecen minucias, como el sustento real de lo narrado o la diferencia entre lo que debería ser claramente fiction en lugar de non fiction. Todavía no se han acallado los ecos de escándalos como el de A Million Little Pieces, la fraguada autobiografía de James Frey, o el de JT LeRoy, el falso autor de The Heart Is Deceitful Above All Things. Una vez demostrado que JT LeRoy no existía, y que por ende su historia de joven abusado era un invento, resulta difícil leer los relatos que firmó juzgándolos por sus propios méritos. Paradojas de la vida: el mismo hecho que debería haber probado el talento narrativo de Laura Albert –haber creado no sólo los libros de JT, sino también a JT-, terminó convirtiéndose en su condena pública.

Pero aunque todo parezca pintado para hablar de la inescrupulosidad de los escritores, creo que The Night Listener apunta a otra cosa. El filme se encarga de contar que Noone está atravesando una crisis personal cuando “Pete” ingresa en su vida. En el preciso instante en que Noone ha sido abandonado por su pareja, el trágico muchachito irrumpe diciéndole que lo admira y que necesita su aprobación. Noone no reacciona tan sólo ante las posibilidades literarias de la historia de Pete: reacciona además ante la existencia de (lo que cree) un ser humano a quien se ha despojado de toda dignidad; lo que devuelve a Noone a la vida es la posibilidad de ser necesitado y de recibir afecto a cambio. En esencia, le ocurre lo mismo que a la gente del pueblo donde Donna y “Pete” viven: tanto la mesera como el policía hacen lo indecible para proteger al chico inexistente, conmovidos –¡como Noone!- por sus desgracias.

Eso es lo que une a la mayor parte de los seres humanos, escritores o no: la necesidad de creer en la existencia de otro a quien podemos cuidar, y el deseo de marcar aunque más no sea una pequeña diferencia en una vida llena de iniquidades. Aunque a muchos les parezca un anhelo ingenuo, yo considero que es de las pocas razones que amerita que la especie se conceda a sí misma una segunda oportunidad.

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28 de mayo de 2007
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A LA CAZA DE FANTASMAS

La palabra “gui” quiere decir fantasma en chino. Viene esto a cuento porque las autoridades de industrias y comercio en Pekín, han mandado retirar de los estantes de las librerías y de los quioscos todas aquellas revistas que publiquen historias de fantasmas, y que tengan que ver con asuntos de horror, espectros, aparecidos, cuentos del más allá, tumbas y cementerios, y en esa lista no deben faltar, de seguro, ni Frankestein ni Drácula. La razón oficial que se ha dado es que los relatos de este jaez afectan la salud pública: temblores, insomnios, pesadillas.

Una de esas revistas prohibidas, editada en Hong Kong, ofrece un servicio expedito: si un lector envía a la revista el nombre de una persona, esa persona morirá pronto, tras aparecer en la lista de los condenados que se ofrece en una sección especial. Un rápido sistema para acabar con quienes no nos caen bien, o nos han hecho algún agravio, mandarlos al mundo de los fantasmas.

Las autoridades han pedido a los ciudadanos que reporten la presencia de cualquier revista de éstas en los puestos de venta, decididos como están los funcionarios de la salud pública mental a someter a todos los fantasmas que andan sueltos, tarea no tan fácil desde luego que sabemos que muchos de ellos tienen el donde de hacerse invisibles o regresar a sus nichos en los cementerios apenas alumbra el alba, criaturas, como son, de las sombras de la noche.

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28 de mayo de 2007
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Apunte para viajeros adultos

Hay una gloriosa corona en torno a París que el turista suele desconocer. Ninguna de sus augustas gemas está a más de hora y media en tren desde la capital. Es posible acceder, visitar y volver, no solo en el mismo día sino en la mitad de una jornada del Louvre, ese estadio para masas agónicas. El viaje tiene la ventaja, además, de permitir un almuerzo en las múltiples terrazas que todos los centros provinciales franceses han ordenado como zona peatonal, modelos de cultura urbana inteligente que uno imagina del todo imposibles en España.

La corona comienza en Saint Denis, donde nació la idea, y sigue por Laon, Chartres, Reims, Amiens, para acabar en la tragedia de Beauvais. En una semana se hace el anillo. Una vez en la vida, merece la pena intentarlo. Porque la idea que expone esa corona es grandiosa y por ella sola casi se justifica Occidente. No excusa las matanzas del siglo XX, solo invita a pensar cómo era Europa en tiempos más compasivos.

La idea se suele llamar arte gótico, pero con eso se dice poca cosa. En realidad, su inventor, el abate Suger de Saint Denis, puso en movimiento la imagen de la vida urbana y de la política moderna, todo ello expresado con una materia sutil: la luz. La pura luminosidad iba a hacer visible una sociedad que ya no era la masa informe de labradores esclavizados, sino eso que en el futuro se llamaría burguesía y cuya obra maestra fue la Revolución Francesa.

La idea comienza a desarrollarse hacia 1140 a pocos kilómetros de París (se llega en metro) y culmina menos de cien años más tarde, cuando la descomunal Saint Pierre de Beauvais queda inconclusa. Durante ese lapso, la luz entra en la catedral para iluminar, no divinidades arcaicas, sino a los nuevos ciudadanos y su libertad nueva. La pesarosa desnudez románica deja paso a esculturas por fin humanas, a vidrieras enjoyadas, inmensas columnas, cánticos, y el fuego del cielo lo alumbra todo en verde, rojo, azul y amarillo.

Esto requiere más espacio. De momento, que sirva de acicate para quien comience el éxodo y deba decidir si mar o montaña.

Artículo publicado en: El Periódico, 26 de mayo de 2007.

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28 de mayo de 2007
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