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LIBRO DE COCINA

Es lo peor que se puede hacer con un libro: cocinarlo. Hablo en serio: la revista New York (que tiene buenas reseñas sobre los libros) pidió a un chef cocinar Heat, el libro de Bill Buford. El método elegido es un paso rápido por un sartén con aceite, vino y salsa Tabasco. Las fotografías muestran un resultado definitivo: así se verifica que un libro no se puede comparar con chipirones. Es mejor comer el libro crudo, con los ojos, y pasar a los chipirones por el sartén, antes de comerlos con la boca.

La razón del insólito experimento es la estupidez de la publicidad para la edición de bolsillo de Heat: "Now stain-resistant!", "kitchen-friendly", "waterproof" (no se puede manchar, no tiene problemas en la cocina, resiste al agua) promete la casa editorial Vintage en un intento de desperrado de estimular la lectura de la obra en la cocina.

Buford, que fue el editor y mejor dicho el inventor de Granta tal como la conocemos y luego el editor de ficción del New Yorker, acaba de tener un gran éxito de crítica y comercial con este libro dedicado a un reportaje sobre la cocina de un chef, Mario Batali, en Toscana. Así consiguió su reconversión de la ficción a la no-ficción en términos norteamericanos. Pero su editor no inventó el libro que nos falta: el libro que lo aguanta todo. Lo que hizo para la edición de bolsillo fue poner una capa de plástico en la tapa, como para muchos otros libros. A lo mejor, si se pone el libro de Buford sobre unas gotas de agua en una mesa, no pasa nada. Mas allá, sabemos que entre los enemigos del libro, el agua permanece en la primera fila, al lado del fuego. La mala broma de la revista New York era combinar los dos enemigos que, por suerte, nunca actúan juntos.

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11 de julio de 2007
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OTRO CINE ESPAÑOL

El cine español goza de la desigual salud que tiene la misma realidad de España. Es una realidad desenfocada, como aquél personaje del Woody Allen - que desde hace tiempo ha puesto un foco que agradecemos mucho en esa chica rubia con labios llamada Escarlata -anterior a su etapa española. Yo no me fío mucho de los míos. No los reconozco. No sé quiénes son. No me creo, y tampoco tengo por qué creerles a ellos, aunque los vea, aunque existan, aunque nos congreguemos. Lo siento, no me creo y no me los creo.

Dos días de alegres, pedantes, divertidas, estériles y fructíferas charlas de/ sobre / por y para entender el otro cine español. Todo se mezcló. Aunque, la verdad, hablo de oídas, porque muchas veces me dormí, otras me despisté, algunas me fugué y el resto me auto dispersé. Así que todo lo que cuente, como casi todo lo que contaron mis compañeros del cine raro, minoritario, experimental, malo o desconocido cine español, tiene que ver con las manías, fijaciones, fobias o filias de esta extraña familia que hace otro tipo de cine. Casi nadie se entera. Pero si algunos de ellos es capaz de conseguir una reseña en alguna parcela, por pequeña que sea, de la prensa cinéfila francesa…ya es considerado uno de esos genios a seguir. Ya puede entrar en el circuito de esos raros a los que tenemos, sobre todo las instituciones, el Ministerio de Cultura o los correspondientes responsables del dinero cultural de las autonomías. Y así seguirá siendo si así nos parece. No veo otra solución.

No creo que haya otra fórmula que no sea la subvención -o el dinero de la familia o de algún compadre en una institución bancaria o así- para que sea posible la existencia de un cine español, raro, minoritario, vanguardista, de ensayo o de mucho morro, si no se paga desde algunas voluntades de subvencionar a los minoritarios. De todos esos creadores extravagantes, vanidosos, incomprendidos, atrevidos, azarosos o clásicos de la ruptura, suelen salir alguna vez una obra que merezca la pena. Ahora, si nos olvidamos de las clásicas de la vanguardia de Buñuel- y un poco de Dalí- no recuerdo ninguna obra maestra. Pero sí muchos intentos frustrados, algunos muy interesantes. Algunos arrebatos del cine español, sí merecieron ser y estar subvencionados. ¿Qué hubiera pasado si la familia de Buñuel no hubiera sido rica, si no hubiera encontrado a los Noailles, tan exquisitos mecenas o si a su amigo Ramón Acín no le hubiera tocado la lotería?... Pues que no tendríamos en nuestra historia cinéfila ni El perro andaluz, ni La Edad de Oro ni Tierra sin pan. Tres piezas claves del mejor cine de vanguardia. Del mejor cine. Nunca se hubieran defendido por la taquilla. Ni por los críticos, aunque eso son un caso aparte. Subvenciones, sí por favor. El problema es cómo, quién y por qué se dan las subvenciones. Otro trabajito para el poeta y cinéfilo César Antonio Molina… Le espera un largo camino. Vengo de su tierra, de su ciudad, de esa que tanto cambió desde su infancia. Allí hablamos mucho del cine y sus subvenciones. Y todos queríamos más, más cine, más subvenciones. Menos mal que ninguno éramos ministros, ni mecenas. El cine experimental será subvencionado o no será.

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11 de julio de 2007
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Mi visión del Paraíso

Al hacer la broma ayer sobre mi Paraíso personal, que imaginé con proyecciones de mis series favoritas a toda hora, me quedé pensando en las restantes características que debería tener el lugar para ser un Cielo en toda la regla. La primera pregunta que surgió era fundamental: ¿está bien pensar en un Paraíso privado, o lo más sensato sería pensar en un Cielo comunal? Después de todo hemos sido en vida seres sociales, más allá de las ocasionales quejas por la existencia de tanta compañía indeseable; no creo que nadie imagine un Paraíso en el que se desee solo por toda la eternidad. Por lo demás, supongo que sólo se nos concedería un Paraíso en caso de que hubiésemos resuelto nuestras cuestiones de convivencia: con los amores, con la familia, con los amigos y en el trabajo, y también con la gente que nos cruzábamos en la calle y con tantos conocidos y desconocidos que en un momento u otro necesitaron de nuestra buena voluntad. Pero en fin, aunque más no sea para seguir con la corriente del juego, imaginemos que nuestros Paraísos privados sólo estarán poblados por aquellos a los que quisimos bien. Esa lista es personal en cada caso, y por eso huelga consignarla. Vayamos, entonces, a los rasgos que sí podrían sernos comunes.

Lo primero que pensé es que mi Paraíso debería tener rasgos caribeños. Nada me gusta más que el mar, así que la posibilidad de bucear y de navegar en aguas cálidas me sería insoslayable. Pero enseguida empecé a lamentar todas las cosas que ya no vería en caso de esa elección: nevadas como las del lunes sobre Buenos Aires, montañas como las del sur, ciudades como Londres, Barcelona y París. Por lo que concluí que mi Paraíso debería serme bastante parecido a la Tierra misma en toda su amplitud y variedad, eso sí, en la medida de ser posible con pasajes gratuitos en primera clase.

Después pensé que mi paraíso debería proporcionarme acceso inmediato a las cosas que más me gustan. Esto es libros, en cantidad digna de la Biblioteca de Babel. Y películas en igual proporción. Y series, como ya mencioné: desde las viejas que tanto me gustaban –por ejemplo Los Vengadores- hasta las nuevas que me fascinan, como Lost y Héroes. (Tratándose de una Paraíso, lo ideal sería poder ver la segunda temporada de Héroes antes de que sea filmada, incluso.) No es que actualmente padezca muchas limitaciones al respecto: todavía tengo muchos libros por leer (y releer) en mi biblioteca, y DVDs apilados, y lo que todavía no tengo o no leí o aún no vi puedo conseguirlo con casi total certeza por internet. Dado lo cual volví a concluir que mi Paraíso se parecería bastante a este mundo, eso sí, con un poco más de tiempo (ah, las ventajas de la eternidad) y algo más de cash para satisfacer caprichos.

También me gustaría poder disfrutar de algunos vicios. Dentro de los legales, mencionaría comidas (jamón español, guacamole, tacos picantitos, mariscos; mi Paraíso tendría dentro una sucursal del Kiosko Universal de Barcelona) y bebidas: con buen vino tinto, tequila y el ocasional brandy me daría por feliz. En lo que hace a los vicios prácticamente ilegales, debería tener suministro constante de Gitanes sin filtro y habanos para cuando la ocasión lo amerite. (Le tengo cariño a los Partagás, porque eran los que fumaba mi abuelo.) Esta certeza me hizo pensar que mi versión del Paraíso tampoco estaba tan alejada de la vida real, que me depara con bastante frecuencia semejantes placeres.

Por supuesto, también me gustaría tener la oportunidad de hacer lo que más me gusta. Esto es seguir escribiendo y produciendo cine, en lo que hace al puro trabajo (¿cuál sería la gracia de leer y de ver tantas películas y series, sino uno no puede jugar también?), y seguir relacionándome con las personas que amo, en el terreno del puro corazón. Lo cual tornó inevitable entender que mi Paraíso personal se parece mucho pero mucho a este planeta tal como es, con algunas diferencias menores (la cuenta bancaria que se haría necesaria, el tiempo disponible) y algunas sinceramente mayores. Para mí esta Tierra no será nunca el paraíso que podría ser mientras haya gente –¡mientras hayan niños!- que se cagan de hambre y sufren las demás variantes de la violencia, esto es marginación, persecución, analtabetismo, desocupación… ya saben. La parte buena del asunto es que este planeta produce riquezas suficientes para que a nadie le falte nada, lo cual vuelve al problema en un simple asunto de redistribución, o sea político. No digo que realizar el cambio sea fácil, pero no dejó de satisfacerme el descubrimiento de que esta vida y este lugar se parecen bastante al mejor de los mundos posibles. Lo que falta para que lo sea, en todo caso, es precisamente lo que determinaría que nos ganásemos el Paraíso en la contingencia de que este asunto siga siendo cuestión de meritocracia.

(Para ser honesto, tampoco me disgustaría que mi Paraíso se pareciese a una isla a compartir con Evangeline Lily, la chica de Lost. O a un bar donde encontrarme con Sienna Miller a beber un dry martini. En fin: ¿cómo serían sus propios Paraísos?)

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11 de julio de 2007
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V. LA AVENTURA DE SER COMO LOS OTROS

El otro, el que no somos nosotros. El próximo, el prójimo. Sólo podemos alcanzarlo con el pensamiento que salta barreras, anula las distancias, crea civilizaciones. Averroes y Avicena fueron dos sabios islámicos que en las oscuridades de la edad media preservaron y desarrollaron la filosofía de Aristóteles, que llegaría a ser por siglos la base inamovible del pensamiento de occidente. Un acto de sabiduría, y un acto de imaginación. Pero también fue un acto de valentía.

            Diderot, en su Carta sobre los ciegos para uso de los que ven, construye una gran metáfora acerca de la concepción del mundo que tienen los ciegos de nacimiento. “Es que yo presumo que los otros no imaginan de manera diferente que yo”, dice el ciego de Diderot. El mundo es lo que el ciego piensa, y como lo piensa. La ceguera congénita, o adquirida, que conduce a la imaginación única, al pensamiento único, y de allí a toda suerte de fundamentalismos destructivos. Por causa de ese libro, juzgado subversivo, Diderot fue llevado a las cárceles de Vincennes en Francia, igual que Amos Oz, más de dos siglos después, fue acusado ante los tribunales de Israel por causa del suyo, La pantera en el sótano.

            Más allá de la simple tolerancia es que empieza la verdadera aventura, la de ser como los otros.

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11 de julio de 2007
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EL LLANTO

Los animales tampoco lloran. Para llorar tendrían que compadecerse de sí mismos y lo característico de su condición es que carecen de reflexión y en consecuencia de cualquier recreación voluptuosa desde las propias desdichas.

Todo ello en el improbable caso de que los animales estuvieran capacitados para elaborar alguna idea de desdicha.

La contrariedad en la vida animal forma parte de la vida natural mientras entre los seres humanos el anhelo de estar bien, la ambición de ser felices, comporta que casi cualquier contrariedad sea pesadumbre.

No habrá sentimiento de tristeza donde no es posible la autocontemplación porque lo que nos impulsa fundamentalmente a entristecernos procede de lo mal que somos capaces de vernos. No lloramos por los demás y ni siquiera por el desastre del mundo que nos rodea sino, como tantas veces se dice, por la piedad que nos inspiramos.

La muerte del ser querido rebota en su cuerpo inerte para llegar a nosotros en forma de dolorosa metralla, lágrimas que indican la lamentación por nuestro estado de desconsuelo.

El muerto viaja hacia un destino desconocido y nos abandona. El que muere nos deja, se va, y de esa abrupta desafección que sufrimos nos autocompadecemos. Los animales son tales animales porque no les aflige ningún daño mental propiamente dicho y porque, además, nunca en su formación originaria han pasado por el psicoanálisis de su identificación, su desarraigo y su autocastigo.

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11 de julio de 2007
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Avaros y sin embargo suicidas

Una vez superado el pueblo mundialmente conocido como La Pera, dejarás a tu izquierda el viejo lupanar amarillo tan chulo como un fotograma de Wim Wenders; entonces tomas a la izquierda por el desvío de Serra de Daró procurando que no te aplaste un tráiler polaco. En el momento de superar la cresta previa al cruce de Foixá, verás que se abre un panorama excelente, sobre todo cuando sopla la tramuntanita y todo luce como en un Memling. Hasta ese momento, el turista ha cruzado poblachones crecidos a velocidad vertiginosa en los últimos diez años, enterrados por naves industriales, almacenes ruinosos, alpendres de Uralita, basura industrial, camionetas oxidadas y chalets de infame construcción para munícipes. Es un tramo abrumador con una vía nacional, la que cruza Celrá y Bordils, siempre atestada gracias a los camiones y a los semáforos impuestos por ayuntamientos que se negaron a permitir circunvalaciones. Son vías de línea continua ideales para el conductor local montado en una moto o en un cochecito con tuning. Te parece estar viendo la publicidad de la tele.

Por el contrario, desde la carretera de Serra, tras el desvío y el descrestar, divisarás un panorama casi intacto, respetable. Los campos ordenados y fértiles se extienden hasta el mar en dameros que sugieren trabajo y riqueza. La línea del horizonte la forman el femenino perfil del Mongrí y las peladas islas corsarias del Estartit. Es un paisaje que da idea de cómo pudo ser el Ampurdán de la invasión napoleónica y de cómo ha sido sistemáticamente machacado por todos los gobiernos (fascistas, nacionalistas, socialistas, conservadores o secesionistas) y por todos los ayuntamientos en sus complicados apareamientos, hasta hacerlo desaparecer. La causa de tan portentosa unanimidad en la destrucción es sencilla y rotunda: el dinero, el parné, la pasta. Aquí no hay ideología que valga, sólo codicia.

Un país raquítico, con una incultura secular, sediento de todo lo que se atribuía a "los europeos", desde las gabardinas hasta el bidet, y con una clase dirigente que no haría mal papel en Liberia, no ha dado más de sí en los dos últimos siglos. Las costas valencianas, gallegas, catalanas o andaluzas han sido laminadas sin misericordia. Cierto que hay también una cierta matización en el desastre, según sea la región; sin embargo, ese cromatismo lírico es un considerable misterio. De momento, ningún historiador o sociólogo ha sido asaltado por la curiosidad de investigar la España plural de la codicia. Un asunto tan interesante...

¿Ha sido el mayor grado de barbarie lo que ha creado en Murcia esos monstruos que sólo encuentran pareja en los secarrales de La Mancha? ¿El gen morisco? ¿Será la venganza del arroz lo que ataca con flatulencias dolorosas todo el Levante y su urbanismo excremencial? ¿Es el metódico destrozo catalán más sensato que el que asuela la costa asturiana, gracias a la herencia noucentista? ¿A la protección de la Moreneta sobre tanto varón célibe y ahorrativo? ¿Y qué decir del espanto de las rías cocainómanas? ¿Ataques de la gaita paranoica? ¿De la empanada alucinógena? Algún día alguien estudiará el episodio de salvajismo más interesante de la Europa de posguerra, sólo igualado por la Sicilia del cemento y la heroína (inyectable). ¿Cómo fue posible que el franquismo se prolongara tantos decenios hasta dejar el país convertido en una sartén donde hierven de sed los rascacielos vacíos? ¿Quién lo sustentó, a quién enriqueció el caos y el expolio?

Que los ciudadanos apenas cuentan en la política española es bien sabido y explicable dada la peculiar herencia eclesiástico-castrense del país, así como la no menos curiosa biografía de sus dirigentes jamás editada. A pesar de todo, que no se haya producido alguna corrección democrática en nuestro tradicional despotismo, sino quizás todo lo contrario, desconcierta. El equipo que gobierna en el Ayuntamiento de Barcelona, por poner un ejemplo, ha sido elegido por un veintitantos por ciento de la ciudadanía, pero, viendo actuar a los ediles, se diría que lo respalda el ochenta por ciento, como a Sarkozy. Una mayoría de ayuntamientos que han logrado componerse son el hijo putativo de negocios y pactos perfectamente opacos y por completo ajenos a los programas de los partidos. La ciudadanía sabe que tales bastardías son consecuencia de la más cruda codicia, pero no puede oponerse a ella, no tiene medios y sabe que en las próximas elecciones volverán a las andadas. Por eso va dejando de votar. También es cierto que, aunque pudiera oponerse, quizás tampoco lo haría, como han demostrado los protectores de la mafia del ladrillo en las últimas municipales. En España, la ideología política, como la fe religiosa de hace unos años, es el disfraz que dignifica la más cruda explotación económica y el exterminio del insumiso. En este punto, la España plural es una.

La zona geográfica que nos sirvió de entrada y sobre la que Pla escribió algunas de sus mejores páginas ha sido para mí como el hijo de un matrimonio amigo al que has ido viendo crecer sin participar seriamente en su vida. Le has visto pasar del potito de zanahoria al cochinillo asado como en una secuencia de diapositivas. Así que, aunque sus padres lo tengan por un cráneo privilegiado y la flor de Olmedo, uno sabe la verdad y no le ciega ni el sentimiento, ni el interés, ni el orgullo. Cuando lo conocí de niño aún guardaba un aire de criatura rústica, algo bruto, pero de buena madera, un muchacho con ilusión por no morir tan idiota como sus padres y abuelos. En la actualidad es un anciano que no sabe despojarse de la ropa infantil y simula bailar el twist, como en los viejos tiempos, cuando ya le conviene la danza macabra de Saint-Saëns. Dio el primer estirón con la masificación del turismo y las segundas residencias que brotaron como hongos venenosos en los años setenta. Los servicios y la pequeña industria consecuentes lo pusieron en la edad adulta, pero luego ya no hizo nada más y se dispuso a gozar de lo conquistado con aire de galán verbenero, se acomodó a la haraganería nacional. En la actualidad, unas carreteras que construyó Primo de Rivera para las diligencias soportan el paso de millones de vehículos entre los que se cuentan miles de camiones de hasta ocho ejes, pero también ciclistas y tractores, una belleza argelina. Al nene del Ampurdán todo se le ha quedado pequeño, pero persiste en el gesto de estar esperando a que las suecas se sienten a comer una ensalada por ver si liga y les saca unos duros para Varón Dandy.

El viajero que ha constatado cómo las zonas turísticas de Francia, de Inglaterra, ¡incluso de Italia!, mejoraban con el tiempo, eliminaban los restos de barbarie, añadían silencio y verdura a las zonas residenciales, se civilizaban y organizaban racionalmente separando lo industrial de lo turístico, lo agrícola de lo urbano, aunque se perdiera la pátina arcaica y romántica, se pregunta por qué en España el desarrollo y la riqueza han de dar siempre como resultado la hecatombe, el triunfo de lo cafre y de lo cutre. ¿Será por un atávico temor a la miseria acumulada durante siglos de bocio y malaria? ¿Por la inexistencia de una educación sensata, la cual, por cierto, ha ido empeorando de legislatura en legislatura? ¿Será el catolicismo, su desprecio de la vida terrena y su respeto por los depósitos bancarios? ¿O el nacionalismo y el hábito de esconder los billetes de quinientos bajo la bandera? ¿Qué componente de todas las regiones españolas es el que nos condena a vivir peor cuanto más ricos somos?

No todos, por supuesto, no estoy loco. Quienes vivieron en la más completa desesperación durante generaciones ahora gozan de una situación confortable. Las aldeanas ya no visten sayas y tocas negras como en los chistes de Forges, sino que exhiben estupendos piercings ombiliculares y se depilan los artejos pedestres. Los aldeanos ya no arrean la mula, sino que ponen a doscientos por hora el Golf. No obstante, eso también sucedió en la Francia, la Alemania y la Italia de posguerra, el paso de la miseria a la comodidad, pero con resultados opuestos a los nuestros. También allí se produjo un rápido enriquecimiento, pero no dio lugar al desbarajuste del territorio y al desierto de cemento.

El lugar infernal de la carne de cañón lo ocupan en España, ahora, los inmigrantes llegados por millones en los últimos diez años, justo en el momento de la explosión cementera. ¿Será esa la explicación? ¿La mano invisible del Zeitgeist está diseñando nuestro país para acercarlo a Quito, Turquía, el Magreb o Rumania, porque estamos creando un hábitat digamos que "mediterráneo" de igualados caracteres físicos y espirituales? ¿Está la Providencia diseñando un bloque urbano del sur, con un paisaje homogéneo, sin sobresaltos ni transiciones bruscas, desde Ankara hasta Algeciras, lo que explicaría, de paso, las quejas identitarias de los vascongados? ¿Sube Oriente y baja Occidente? En todo caso, me parece que nos ha tocado la china.

¡Qué extravagante, qué inexplicada condena la de los nacidos en el Mediterráneo, y que me perdone Serrat, que es un santo y no tiene la culpa de nada de todo esto!

Artículo publicado en: El País, 10 de julio de 2007

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11 de julio de 2007
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La cláusula de Unamuno

No es lo mismo creerle a una mujer que creer en una mujer. En el primer caso se requiere que su argumentación parezca verosímil, en el segundo basta con que sus ojos no lo sean. Se cree en una mujer por excepción divina y razones paganas, con fanatismo y ánimo de cruzado, aun y sobre todo si miente con descaro. Se cree en una mujer igual que en el costal de Santa Claus, la canasta del conejo de Pascua, la cuenta bancaria del ratón de los dientes de leche y el vuelo bajo de la mariposa nocturna. Se cree en una mujer como quien organiza un motín en la cárcel odiosa del sentido común, pues contra él solemos pelear los fanáticos. Que otros rindan tributo a bautismos, circuncisiones, reencarnaciones y transfiguraciones, yo creo en las mujeres imposibles. 

—Ya le dije que para usted no soy mujer. Si insiste en verme así, coleguita, voy a verme obligada a solicitar mi transferencia y a ver entonces qué esperpento le mandan —Afrodita del Carmen tiene la facultad sobrenatural de cargar las ensoñaciones más ingrávidas con comentarios tétricamente sólidos. —Además, yo no soy imposible. Tenemos un contrato pro-fe-sio-nal que automáticamente me excluye de su horizonte galante. Cláusula 195, inciso C.

  En fin, que me he tragado todo con obediencia supersticiosa. Qué voy a hacer, si soy de esos ingenuos que creen en Santa Claus sólo porque lo vieron caer de la chimenea. Aunque, ya en la práctica, incluso los fanáticos sabemos ser escépticos, por eso es que a Afrodita le creo solamente lo que me conviene. Descreo profundamente, por ejemplo, de la cláusula 195 de nuestro contrato, especialmente de su inciso C. Eso de que ella pueda ser mujer para cualquiera menos para mí me parece una exclusión insensible, inhumana e intolerable. Es decir, tolerable sólo para quien gusta de cortejar mujeres imposibles.

  —La profesión de musa, coleguita, es bastante menos etérea y mucho más sacrificada de lo que deja ver el estereotipo.

  —¿No tendrías que hablar con acento madrileño? —súbitamente me urge que me ayude a creerle.

  —No, colega. Yo pertenezco a Unamuno.

  —¿A don Miguel?

  —A la Unión Nacional de Musas Novelistas. Las únicas autorizadas para operar en territorio nacional. Las demás son piratas, yo sé lo que le digo.

  —Querrás decir musas de novelistas.

  —Cuidado, coleguita, no se equivoque. Nos costó muchos años conquistar esa reivindicación que ahora usted pretende regatearnos. ¿Ya se puso a pensar que un día no muy lejano acabaremos dividiendo las regalías? Por lo pronto, y en unos cuantos días, cuando ya haya podido apreciar la calidad de mi trabajo, se va dar cuenta de que el novelista viene a ser algo así como un ejecutivo de la musa. Un secretario, incluso.

  Cuando se cree en una mujer imposible, poco importa que sea una legalista sin corazón, una impostora sistemática, una sindicalista mesiánica o una extorsionadora espiritual. Se cree en ella no tanto a pesar de una o más de esas cosas, como precisamente por su causa. Se cree en ella hasta el fin porque al final puede uno vivir sin ella, pero no sin contarla fervientemente a ella. Y cree uno en las cosas que cuenta porque es la única forma de que algún día sucedan.

  —Debe de haber millones de hechos verdaderos que hasta hoy todavía siguen sin pasar... —no sé si un día voy a acostumbrarme a apuntar sin complejos los comentarios de Afrodita del Carmen. Por un lado, me sigue intimidando que aborde así mi tren de pensamiento, por el otro me niego a darle gasolina para esos extremismos de índole golpista según los cuales yo tendría que ser su mayordomo —...anótelo, no se haga el occiso, si no luego qué va a escribir en El Boomeran(g).

  —Llena eres de gracia, Afrodita del Carmen —comento de repente, mientras voy anotando en el cuaderno.

  —Amén, coleguita —en términos concretos, uno cree en las mujeres imposibles porque sólo ellas llenan los altares. Lo demás ya es superstición y fanatismo.

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11 de julio de 2007
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El refugio de los fracasados

Un difuso pero extendido temor estremece a la sociedad europea: ¿y si la clase política aprendiera a ponerse a salvo de la periódica renovación que le imponen las citas electorales? ¿A dónde iríamos a parar entonces? ¿Podremos cargar en nuestros hombros con una casta dispuesta a ser útil toda la vida?

No deja de tener cierto sustento el resquemor. Se expresa con tímida torpeza pues los críticos del sistema no desean confundirse con los enemigos del sistema. (Se trata de perfeccionar el invento histórico de la democracia –disolver, diluir, vigilar a los poderes- no de impugnar el más notable de sus logros).

Hay motivos para sospechar que alguien puede estar soñando con la quimera de albergar en las instituciones europeas a los políticos que fracasan en sus países de procedencia. Como si fuera un premio de consolación del que se hubieran hecho merecedores.

Véase el caso de Tony Blair, por ejemplo. Debe salir huyendo del gobierno inglés para no conducir a su partido a la debacle y encuentra rápido acomodo en las altas esferas europeas. Después de contribuir decisivamente a montar el Cristo de Irak, se le encomienda armar la paz entre Israel y Palestina.

Como si fuera la recompensa a unos servicios de dudoso mérito, y pasando por encima del refrendo popular que los ingleses probablemente le habrían negado, alguien se apresura a contar con sus servicios para poner orden en Oriente Medio.

Como promesa a la clase política europea no está mal: aunque hayas organizado una guerra ilegal, aunque hayas propiciado una sangrienta y masiva matanza de inocentes ciudadanos iraquíes, aunque te hayas burlado de la opinión pública y engañado a todo el que tuvo la simpleza de creer en ti, aunque hayas hecho de nuestro mundo un mundo más peligroso, no importa, ven, sube, date prisa, aquí entre nosotros te encontrarás mejor.

Por si tuviéramos dudas, y no bastara el nombramiento auspiciado por los miembros del club más exclusivo de la tierra, un grupo de ministros de Asuntos Exteriores se apresura a darle la bienvenida en un artículo que reproducen los principales periódicos europeos.

El comienzo de esta Carta abierta a Tony Blair no tiene desperdicio: “el mundo se entristece por verle abandonar el primer plano”. ¿El mundo se entristece de ver dimitir a un político cansado, repudiado, chamuscado, quemado por la irritada opinión pública británica?

Después de homenajear sus años de servicio al Reino Unido, los ministros de los Estados Mediterráneos miembros de la Unión Europea, quizá pensando en su propio futuro, celebran que Blair haya aceptado “una misión más compleja, más imposible que todas aquellas a las que se ha consagrado hasta el momento”.

¿Consagrado? ¿Es este el lenguaje de los ministros de la Europa laica? El lector duda por un momento pues quizá está leyendo una diatriba cínica contra el hombre que viaja a Roma para despedirse del Papa de los católicos. Pero no, no hay ninguna broma a lo largo del texto. Se trata de un verdadero panegírico. Y así lo admite sin rubor Moratinos, Kouchner y sus colegas: “conocemos su inventiva y su determinación”.

(Mañana seguiré)

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10 de julio de 2007
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Nieve sobre Stars Hollow, Buenos Aires

Más vale tarde que nunca: vaya este texto como canto del cisne a esa magnífica serie de TV, sacrificada en el altar de los números, a la que conocimos como Gilmore Girls. Descansen en paz, Lorelai y Rory. De aquí en más vivirán por siempre, en las repeticiones por TV, en las temporadas editadas en DVD y en mi versión personal del Cielo, donde pasan todo el tiempo los capítulos de las series que me gustan.

En esencia, Gilmore Girls fue un relato construido sobre una sucesión de improbabilidades. En primer lugar, el pueblito de Stars Hollow, donde viven Lorelai Gilmore y su hija adolescente Rori: se trata de una comunidad idílica, llena de personajes que van desde lo simpático (la cocinera Sookie, la baterista Lane), pasando por lo excéntrico (el flaco Kirk, que parece sacado de un dibujo animado), hasta llegar a lo casi insoportable (el conserje Michel, Paris la amiga de Rory, la mismísima madre de Lorelai, Emily Gilmore), pero que se traduce en un conjunto querible, una comunidad de esas en las que uno soñaría vivir. (Recién ahora se me ocurre que Santa Brígida, el pueblo imaginario de mi novela La batalla del calentamiento, debe tener algún eco involuntario de Stars Hollow.)

El segundo improbable es la forma en que los personajes de la serie, y en especial las protagonistas, se expresan. Lorelai, y por inevitable imitación Rory, conversan con la velocidad y la gracia que eran habituales en las comedias del Hollywood de oro, cuando Katherine Hepburn y Cary Grant reinaban indiscutidos. Nadie habla así en la vida real, pero a los que disfrutábamos de la serie no nos importaba: Gilmore Girls era nuestra cita semanal con la comedia brillante. (Mérito indiscutido de la creadora del show, Amy Sherman-Palladino: no debe ser fácil crear una versión semanal de Bringing Up Baby o cualquiera de las comedias enloquecidas de Frank Capra.)

El tercer improbable era la relación entre Lorelai y Rory. Está claro que Lorelai tuvo a Rory a los 16 años, lo cual las aproxima en edad y hace verosímil que parezcan compañeras de cuarto antes que madre e hija. Por lo demás, la difícil relación que Lorelai tiene con su propia progenitora, la rígida y pretenciosa Emily, torna comprensible que haya querido hacer de su lazo con Rory el perfecto opuesto de aquel que padeció toda su vida. Pero en fin, admito que en la vida real no conozco ninguna madre que tenga un rapport semejante con su hija adolescente. Imagino que buena parte del público de Gilmore Girls estaba cautivado por su versión de la vida no como es, sino como podría ser.

Siempre se consideró a Gilmore una serie para mujeres. Una etiqueta que me disgusta, al igual que cuando se la usa para calificar las películas románticas, relegándolas a un target de género específico. A mí me gustan las películas de Indiana Jones, pero existen muchas más cosas dignas de atención en la vida que los relatos cargados de testosterona. Cuando descubrí Gilmore Girls me topé con una historia llena de humor, sensible y original, cosas que nunca imaginé patrimonio exclusivo del género femenino. Y por eso la elegí semana a semana. Supongo que yo también podía proyectar mis propias fantasías sobre Stars Hollow. Me hubiese encantado invitar a Lorelai a beber algo y a conversar interminablemente: lejos de amedrentarme, las mujeres inteligentes me fascinan. Por lo demás, viviendo rodeado de mujeres como vivo, estoy más que habituado a la cháchara incesante: a esta altura del partido suena como música para mí.

A veces ocurren maravillas en la vida. Estaba terminando este texto cuando empezó a nevar sobre Buenos Aires. En lo que llevo de vida nunca vi nada así. La nevizca se disolvía apenas tocar el suelo, pero mientras duró, cayendo con mágica lentitud sobre los techos, Buenos Aires se transformó en una enorme sucursal de Stars Hollow, Connecticut.

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10 de julio de 2007
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IV. LOS MUROS DEL EGOÍSMO

Otro judío que habla el mismo lenguaje de Amos Oz, es Daniel Barenboim, músico de genio universal. Aspira a que halla una orquesta sinfónica formada por israelitas y palestinos, y ha creado en Ramala un jardín de infancia musical para niños palestinos, todo lo que debe resultar en una orquesta juvenil palestina. Y para que no queden dudas de que quiere ir más allá de la tolerancia, ha dirigido El anillo de los Nibelungos de Wagner en Tel Aviv. Wagner, el compositor acusado de manera recurrente de haber compuesto, con un siglo de anticipación, la música de fondo para la negra saga de los nazis.

La ignorancia es la base del conflicto entre Israel y Palestina, dice Barenboim. Y dice que mientras ambos pueblos no lleguen a conocerse a fondo, y no aprendan a aceptar el punto de vista del otro, y a saber lo que el otro quiere y lo que necesita, las matanzas cotidianas van a continuar.

Le parece una aberración que la política oficial de su país haya llevado a la construcción de un muro como parte de la escalada de guerra, uno más en la terrible secuencia de muros que han dividido a pueblos enteros a lo largo de la historia, muros alzados por razones ideológicas y raciales, o por egoísmo, y que han marcado siempre fronteras infames. “No es un muro entre Israel y Palestina —eso todavía sería tonto pero aceptable— sino que es un muro que divide tierras palestinas de otras tierras palestinas...”, dice Barenboim.

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10 de julio de 2007
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El Boomeran(g)
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