IV. Matón a primera vista.
-Nunca he matado a nadie -seguido aún de cerca por sendos cañones, Segismundo Andersón se ha derrumbado sobre la alfombra del despacho. No oculta sus sollozos, pero tampoco hace inteligibles sus quejas. Desde que comenzó a trabajar con Don Alex, balbucea para sí, ha ido perdiéndose poco a poco el respeto. Para no ir más allá, los últimos dos meses los ha pasado manejando una camioneta panel plena de suripantas. Van de hotel en hotel, cargando y descargando pasajeras. Cada vez que un cliente se pasa de la raya, Segismundo deja caer sobre él la ira del patrón, además de la suya. Cabezazo, patada, rodillazo, puntapiés en el piso. Hasta que se le vaya el avión, a ver si así se enseña a ser decente.
-Eso es precisamente lo que te hace atractivo para el plan: va a ser tu primer muerto. Una cosa muy seria, mucho dinero metido en el ajo. A ver si ya me entiendes: este asunto es tan gordo que hasta el patrón pensó en sacarle al parche, pero lo convencieron los otros socios. Gente con pocas pulgas, no soportan perder. Eso le dio mucha confianza al jefe. Pero igual su papel es pequeño, comparado con el que tienes tú. Delante de la Historia, ¿me captas?
-¿Cuánto dinero se ha metido el patrón con mi idea?
-A ver, mi hermano, vamos a resolverlo de una vez. ¿Cuánto vale tu idea de la lotería?
-¿Cómo voy a saberlo, así nomás?
-Ponle precio, qué tal que te lo pago.
-No sé. Un millón de dólares.
-Bingo, amiguito. Yo te voy a dar más. ¿Cómo te gusta esta oferta exclusiva? Tu millón y además la invaluable oportunidad de tronar al tirano, respaldado por un equipo de expertos. Ellos van a encargarse de ponértelo a tiro. También van a esconderte, ya después, para que no te agarren. Todo eso te pagamos por tu idea.
-¿Tú y el patrón?
-Yo no soy más que el lubricante del negocio. El millón te lo pagan Don Alex y sus socios, por intermedio mío.
-¿Y si fuera muy poco?
-Es poco, yo lo sé, pero ya me dirás cuánto darías por servirte el gustazo de ser tú quien se quiebre al barbón. ¿No te das cuenta, pues, de lo que has hecho?
-¿Quién es el dueño de esa lotería?
-Don Alex y sus socios. Nadie que tú conozcas. En la calle jamás los toparías. Como tampoco encuentras en la calle los boletos para invertir en el Fidelotto. Y eso que está de moda, últimamente. Pero cualquiera sabe que hasta la lotería más jugosa vale menos que un trozo de carajo si la comparas con sus jugadores. Los grandes, claro está. Gente que bien podría haberse gastado diez millones de dólares en un casino, y treinta en otro, y el doble de eso en los jodidos caballos, pero lo han invertido en el Fidelotto. ¿Captas ya lo que hiciste, mi querido Andersón? Convertiste la próxima muerte de Fidel en un evento con valor de mercado, que por si fuera poco está en alza permanente.
A juzgar por el lenguaje corporal de los escoltas -se han relajado, apuntan con abulia a la cabeza de Segismundo- se diría que el ambiente es algo más amable. Mauricio, cuando menos, se ha arrellanado sobre la piel de tigre encima del sofá, como quien ya se alista para explayarse en torno a un tema pródigo, cual sería el caso del Fidelotto. En los días que vengan, Segismundo Andersón recordará en fragmentos aislados e inexactos la perorata del facilitador, pero ya esa pedacería narrativa le será suficiente para asumir que atrás de cada gran idea se oculta un precipicio equivalente, cavado a la medida de los miedos del perdedor que un día se pensó rescatado por ella.
