Xavier Velasco
IV. Más fuerte es el bouquet.
Recuerdo la primera vez que entré en una alberca. Para evitar un round de rudeza innecesaria, mi padre me compró un flotador con la forma de una rana sonriente, que yo tomé como un seguro de vida. A partir de ese día -tendría tres, cuatro años- me acostumbré a pasar largas horas chapoteando en el agua. Luego, en la escuela, nada me hacía sentir más poderoso que ver a algunos de los bravucones tiritar de pavor ante a la perspectiva de un mínimo clavado. Cada semana, durante una hora, la clase de natación me hacía sentir fuerte y valeroso. Por eso pronto conseguí destacar entre los que jugaban caballazos.
Era muy mal jinete. Perdía el equilibrio y me tiraban rápido, pésimas credenciales para un juego donde ganaban los que quedaban en pie. Como caballo, sin embargo, era casi invencible. Soportaba al jinete sobre mis hombros con una suerte de estoicismo arrollador. No conocía artimañas para tirar a nadie, pero tampoco lograban rendirme. Imaginaba, durante la batalla, que los participantes reconocerían mi incalculable resistencia al castigo, pero al final era siempre el jinete quien se ganaba la fama de fuerte.
Cuentan, quienes han visto a Arnold Schwarzenegger participar en fotos grupales, que poco antes del click se le ve dar un paso hacia adelante. De esa forma, el gobernador de California luce siempre más fuerte y alto que los demás. Tiene que demostrarlo todo el tiempo, no puede darse el lujo de no verse espectacular ante una cámara. ¿Existe acaso debilidad más angustiante que obligarse a ser fuerte en toda circunstancia, como cuando tenía uno nueve años y no podía mostrar sus puntos flacos?
Hoy todavía pienso en la fortaleza no como la capacidad de derribar al otro, sino como la decisión de no ser derribado, pase lo que pase. Porque nada hay más fuerte que el olor a renuncia. Un hedor asqueroso, donde los haya. No admiro a los jinetes que conquistan reinos y corazones, como al caballo que muere reventado sin haber ni pensado en capitular. Si he de elegir equipo, juego en el de esa clase de niño que se encierra en el baño dispuesto a resistir todo el peso del mundo, incluyendo la fama de alfeñique invencible que jamás le dará prestigio de héroe. Fuerte, al fin, es aquel que no se ahoga.
Mañana: V. Déjenme destemplar.