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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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Ficticia arrogancia… dinero real

Sobre la familia protagonista de Pride and Prejudice, los Bennet, pesa la sombra de la ruina, pues -al no haber hijos varones- a la muerte del padre la hacienda pasará a manos del tan estúpido como sinuoso y resentido primo, el clérigo Collins. La primera conversación entre Elisabeth Bennet y Wickham, apuesto oficial, en apariencia un modelo de elegancia y caballerosidad, deriva muy rápidamente hacia asuntos de pasta, concretamente de la sustracción de herencia de la que habría sido objeto por parte del entonces considerado engreído y egoísta Darcy. Este mismo Darcy tiene la certeza de que sólo el dinero ha movido ignominiosamente al citado Wickham a intentar ligarse a su hermana, una adolescente.

A Elisabeth Bennet le parece en el fondo totalmente razonable que, tras haber coqueteado con ella, el galán se haya decidido por otra más fea... pero que dispone de fortuna. Cuando, tras fracasar con esta última, el otrora considerado caballero se fuga con la hermana de la protagonista y pone como condición para casarse- y así lavar el honor de la familia -una determinada dote, el padre de la seducida se dice "únicamente avergonzado de que pida tan poco" (I am only ashamed of his asking so little ). Y podría llenar páginas de observaciones análogas.

En la contraportada de la popular edición de que dispongo, se anuncia que "esta aguda comedia de costumbres se sumerge y reaparece entre bien trabadas tramas, hasta alcanzar una conclusión inmensamente satisfactoria".

Conclusión menos satisfactoria, obviamente, para unos que para otros, pues no todos ocuparán el mismo lugar preferencial a la vera del falsamente arrogant, pero auténticamente wealthy Mr. Darcy. Entre los salvados, los Gardiner, los tíos de la protagonista con las que visitó la mansión de Darcy y que, en sus cavilaciones, Elisabeth consideraba que hubieran quedado excluidos de su vida de haber aceptado la mano del propietario (lo cual -recuerden- la salvaba de lamentar el rechazo). Enfatizaba la importancia de este momento. Transcribo ahora las últimas cuatro líneas de la novela:

"Darcy realmente estimaba a los Gardiner tanto como Elisabeth; uno y otro mostraban siempre la mayor gratitud a las personas que, por haberla llevado a Derbyshire, habían constituido el instrumento de su unión."

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26 de septiembre de 2008
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Las cavilaciones de Elisabeth Bennet

Tras haber rechazado sin miramiento alguno la mano de Darcy, a quien entonces considera un engreído, traidor a un amigo de infancia por el que su propio padre le había pedido velar, /upload/fotos/blogs_entradas/pride_and_prejudice_elisabeth_bennet_med.jpgy responsable de que se frustraran las expectativas de noviazgo de su hermana Jane, la protagonista de Pride and Prejudice, Elisabeth Bennet, es invitada por sus tíos a un viaje a Derbyshire, donde precisamente Darcy tiene su mansión familiar. Sus tíos se empeñan en hacer una visita turística al dominio. Una sirvienta les atiende amablemente y mientras sus tíos hacen extasiados comentarios sobre las estancias, mobiliario, cuadros, etcétera, la recta, la inflexible, la tan noble de espíritu Elisabeth va para sus adentros haciendo estas elevadas reflexiones:

"Pensar que yo hubiera podido ser la señora de este lugar. Podría hallarme en familiar relación con estas habitaciones, en vez de contemplarlas como un visitante. Podría sentir en ellas el confort de mi propia casa, y recibir en ellas como invitados a mis tíos..."

Ciertamente la heroína encontrará rápidamente un pensamiento que sirva de oportuno contrapunto, a saber que el despectivo Darcy nunca le permitiría invitar a sus tíos, con lo cual -intolerable idea para un alma bella como Elisabeth- la relación con estos sería sacrificada en el altar de su propia conveniencia. Edificante sentimiento filial, cuya real utilidad para la conciencia de la protagonista no escapa a la narradora "se trataba de una feliz enmienda, pues la salvaba de una suerte de arrepentimiento". Arrepentimiento, claro está, por haber rechazado la mano de alguien con tanta pasta. Arrepentimiento que, sin embargo, no tardó en llegar, pues, con ayuda del azar y de algún duendecillo, el bueno de Darcy se cruzará muy pronto de nuevo en su camino y los ojos ciegos de Elisabeth se abrirán, descubriendo que su aparente altivez era en realidad control de una pulsión generosa, y que lejos de ser infiel a un amigo había sido víctima de la traición de éste...etcétera, etcétera.

Dinero... "que es mi alma", e incluso más que el alma, si por ésta se entiende tan sólo las voliciones, los temores, las esperanzas y los pensamientos en general que ocupan nuestra conciencia. Quizás Wickham, cuyo comportamiento es conscientemente motivado por el dinero es menos esclavo de él que todos los demás protagonistas, pues del dinero se es devoto muchas veces sin saberlo. Se responde a las exigencias del dinero como se responde a las de una ley oscura, una ley tanto más imperativa cuanto que ni siquiera es formulada. Estos personajes, de los que nos separan ya dos siglos, parecen tener, al igual que nosotros, tan sólo una obediencia verdaderamente estricta.

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25 de septiembre de 2008
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Orgullo, prejuicio… y dinero

Los editores de una popular edición de bolsillo de la novela de Jane Austen Pride and Prejudice ofrecen en un apéndice una selección de comentarios que han realizado sobre el libro afamados escritores de lengua inglesa. /upload/fotos/blogs_entradas/jane_austen_pride_and_prejudice_2_med.jpgJunto a la propia Jane Austen figuran Walter Scoot, Mark Twain, Somerset Maugham, Charlotte Brönte, etcétera. Cabe añadir a Rudyard Kipling, evocado en la introducción de Carol Howard, quien, en uno de sus relatos cortos hace referencia a soldados ingleses, combatientes en la Gran Guerra, unidos en una sociedad secreta con el nombre de Jane Austen. Estos soldados compartirían un sentimiento de nostalgia "por un mundo de estabilidad social, moral y económica, en el que, sin embargo, los caracteres fuertes se hallarían en condiciones de llevar a cabo lo que se habrían propuesto sin sacrificar sus sentimientos", escribe Howard.

Elisabeth Bennet, la protagonista de la novela sería el paradigma de esta singular disposición, distanciada respecto a los intereses inmediatos, fiel en todo momento a sus principios, y desde luego -en esa campiña inglesa protegida de los avatares de la industria incipiente- adalid de la causa de mujeres fieles a su corazón e idearios, y que se negarían a inmolarlos en razón de la ambición o la mera angustia por el futuro.

Pues bien, me ha llamado la atención que en ninguno de estos comentarios, ni tampoco en los de aquellos -que los hay- críticos, y hasta sarcásticos, con la atmósfera supuestamente etérea en la que bañarían los personajes, se diga una sola palabra de algo evidente, a saber, que en tal atmósfera llega desde algún lado un perfume sospechoso, que cuando el viento arrecia se convierte en verdadera peste.

Pues determinados o no por el orgullo, el sentimiento de clan, la convicción religiosa, o la mera estupidez, los comportamientos de los personajes se hallan marcados por algo primordial: la pasta, ese dinero al que en un texto anterior me refería con la expresión "es mi alma", y que desde luego, constituye el verdadero engrasador de los ejes de esta edificante historia.

Obviamente el dinero es el único acicate que mueve a Wickham y a esa síntesis de arrivismo y estulticia que es el clérigo Collins, pero también el dinero esta anclado en el alma de la protagonista, de lo cual daré mañana un indicio, empezando por recordar la circunstancia.

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24 de septiembre de 2008
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Cosechar sin sembrar… recoger sin esparcir

Hace unos meses transcribí aquí el texto del Evangelio según San Mateo relativo a la parábola de los talentos. Dado el tema planteado ayer, me parece útil presentarlo de nuevo, añadiendo al final un comentario:

 

"El Reino de los Cielos es también como un hombre que, al

ausentarse, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno

dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su

capacidad; y se ausentó.

Enseguida, el que había recibido cinco

talentos se puso a negociar con ellos y ganó

otros cinco. Igualmente el que había

recibido dos ganó otros dos. En cambio el

que había recibido uno se fue, cavó un hoyo

en tierra y escondió el dinero de su señor.

Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de

aquellos siervos, y ajusta cuentas con ellos.

 

"Llegándose el que había recibido cinco

talentos, presentó otros cinco, diciendo:

‘Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado.'

 Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; en

lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te

pondré; entra en el gozo de tu señor.'

 

"Llegándose también el de los dos talentos

dijo: ‘Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he

ganado.' Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has

sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.'

 

"Llegándose también el que había recibido un talento dijo:

‘Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste

y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra

tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo.' Mas su señor le respondió:

 

‘Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y

recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a

los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los

intereses. Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los

diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará;

pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo

inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el

rechinar de dientes."

 

Mateo 25, 14-30

 

Si todos los momentos álgidos de este prodigioso texto que es el Evangelio de Mateo, merecen ser tomados muy en serio, este en particular produce auténtico escalofrío. Y no pudo dejar de venirme inmediatamente a la mente cuando vi el pórtico de la catedral de Barcelona totalmente recubierto por el anuncio de la filantrópica tarea de la mayor institución bancaria de España. Una instantánea nos permite entender con toda acuidad las consideraciones de Webern sobre la esencia de la ética protestante y el vínculo con el espíritu del capitalismo... con la salvaguarda de que tal espíritu ha ampliado ahora sus dominios... También para los hijos del catolicismo, el vestíbulo del reino de los cielos se asemeja al vestíbulo de una institución bancaria... y para aquel que en la misma carezca de crédito no cabe otro destino que el del siervo ruin y perezoso, a saber, el crujir de dientes y la estéril lamentación. No lo olviden nunca: al que tiene le será dado y al que no tiene le será arrancado.

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23 de septiembre de 2008
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El pórtico del reino de los cielos

Una amiga, artista plástica de profesión y acostumbrada a utilizar el dinero, es decir, a emplear lo que obtiene por sus obras en viajes, gastos ordinarios de su casa, celebraciones festivas, etcétera, se extrañaba de que alguien al que considera una excelente persona y al parecer inmensamente rico, pareciera sentir que le estaban arrancando el alma cuando, en la barra de un bar, tras avanzar retóricamente y esperando la protesta de los otros, que aquella era su ronda... resultó que los demás le dejaron pagar.

Mi amiga no se percataba de que ese hombre, por lo demás en efecto buena persona, respondía a una suerte de exigencia ética profundamente anclada. Pues si para los creyentes en el Dios de Abraham el mayor pecado es utilizar su nombre en vano, para los devotos del dinero el mal absoluto consiste en hacer de él algún tipo de uso que no lo haga fructificar.

Los pequeños burgueses que usamos el dinero (en comilonas, compras que no desgravan, noches de cabaret... o por debilidad ante un amigo en apuros) seremos siempre gente de bajas pasiones. Pasiones sobre las que se eleva todo aquel que practica la filantropía bien entendida, aquella que, por caminos más o menos sinuosos, muta en beneficios bajo forma de exenciones fiscales o meramente de imprescindible lavado de imagen, que objetivamente equivale a un pastón. Los señores Soros o Gates saben algo de todo ello y también, más cerca de nosotros, el hombre cuyo nombre propio encierra una premonición del destino prodigioso que es el suyo y que le ha llevado a cubrir bajo el logo de su institución bancaria el entero pórtico de la catedral de Barcelona. ¿Infracción al precepto de dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César? Todo depende de cuál es realmente el dios todopoderoso. Recordemos que, en la parábola de los talentos, el criado que, al retornar su amo de un viaje, no ha hecho fructificar el talento único que le había dejado en préstamo, es tachado de "siervo ruin y perezoso" y condenado a las tinieblas exteriores "donde será el llanto y el crujir de dientes". Recuérdese asimismo que tal parábola sirve a Cristo para responder a una pregunta sobre cómo es el reino de los cielos, al cual están destinados los "siervos fieles y laboriosos" que, temerosos de la ira de su amo (quien se reconoce a sí mismo como cosechero dónde nunca ha sembrado y recolector donde nunca ha esparcido), fueron a ver a los banqueros y duplicaron y triplicaron lo recibido.

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22 de septiembre de 2008
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Qué conmueve al pequeño burgués

Evocaba ayer la confianza de André Malraux en la potencialidad redentora de la obra de arte. Tal confianza es en realidad lo más natural, si a la naturaleza humana nos estamos refiriendo, y lo sorprendente es que pueda llegar a perderse. La cosa es muy sencilla. El propietario de sólido establecimiento comercial, su contable que alcanza a vivir sin estrecheces, el laborioso pequeño industrial, el profesional de la medicina o la notaría... todos esos honorables miembros de una sociedad fabril, o ya post-fabril, encuentran coartada espiritual para sus vidas, acudiendo el domingo por la tarde al teatro de Hannover, Barcelona o Rouen, a una representación de Tristán e Isolda, y sienten elevarse la autoestima cuando su delicada hija, recogiéndose con un poemario de Gerard de Nerval o de Josep Carné, baña en tal atmósfera espiritual el propio hogar. Pues bien:

La figura del ser humano que ellos representan, no podría doblar así su universo de referencias, no podría jugar de esta manera a redimirse de un destino que en algún registro considera poco exaltante, si en Wagner y Gerard de Nerval no hubiera realmente algo terrible y profundo, algo que da la posibilidad de escucha y de emoción. Emoción no exactamente para el yo resultado de una educación que hace encontrar honorables, y hasta virtuosas, actividades sociales que a menudo encubren la mera rapiña (y que, entre otras cosas, reducen el arte a mero valor) sino para ese aspecto de uno mismo que, en las circunstancias moral y espiritualmente más penosas, es muestra de la presencia en cada uno de la exigencia de humanidad. Y precisamente porque esta exigencia de reencontrar nuestra humanidad no ha llegado a ser erradicada, la obra de arte puede llegar a ser un sorprendente espejo, revelador de una realidad tan propia y profunda como desconocida.

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19 de septiembre de 2008
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Viejo asunto de la redención por el arte

André Malraux, tan comprometido en su juventud con las causas más nobles de la vida política de su tiempo -la defensa de la República española entre ellas- /upload/fotos/blogs_entradas/andr_malraux_delante_de_una_avioneta_y_vestidp_con_el_uniforme_de_la_aviacin_republicana_espaola._med.jpgpero sinuoso y ambiguo en su madurez, y acabando por ser llanamente reaccionario en su crepúsculo, coincidente con responsabilidades de ministro, no dejó sin embargo nunca de considerar que algo en el arte trascendía las vicisitudes miserables de la vida de los hombres y aún de los pueblos, que en el arte cada uno de nosotros tenía la oportunidad de reconciliarse con su humanidad.

Corolario de lo que precede es el escritor en particular y el artista en general está sin duda atravesado por cierta pulsión a traspasar los límites, una pulsión de infinitud. Sí, en el arte y el pensamiento hay quizás realmente un rescoldo de esa inmanencia de lo infinito en lo finito que Hegel creía discernir en el mero "amor del hombre por la naturaleza, por su familia, por su patria". Receptáculos todos ellos bien sospechosos para algo tan elevado, si consideramos el cúmulo de falacias, miserias y hasta atrocidades que la erección en deidad de cada una de las tres abstracciones ha supuesto: los valores familia y patria del abominable régimen del general Petain venían precedidos en el eslogan por el valor trabajo, pero podrían encontrar complemento en esa naturaleza tan venerada por los jóvenes cachorros de régimen nacional-socialista, como lo sería más tarde por sus émulos falangistas (reducidos, eso sí, a la hora de expresar sus líricas emociones a la caricatura plagiada del canto a miríficas montañas nevadas...desde tierras de secano); naturaleza venerada asimismo hoy en día por todos aquellos que, impotentes para transformar un orden social que convierte sus vidas en un escandaloso simulacro (simulacro de los lazos afectivos, del trabajo, del sentimiento de colectividad), sustituyen a veces la causa auténticamente ecológica en pos de un entorno armonioso, es decir, humanizado, por la causa de una Tierra virginal, eventualmente despojada de testigo humano, causa que se erige en un nuevo ideario religioso. Religión ciertamente sin catedrales, lo cual deprimía, en los días en que llevaba con enorme dignidad la conciencia de su inminente fin, a mi amigo Ferrán Lobo, nostálgico entonces de la catedral de Chartres y de los versos de Peguy, nostálgico en suma de algún tipo de veracidad, y concretamente de algún tipo de veracidad en relación a la obra de arte, que desearía ver como la plasmación de las exigencias radicales del espíritu.

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18 de septiembre de 2008
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Leyes propias del orden simbólico

Los personajes de la Recherche no sólo obedecen a unas leyes propias del orden simbólico (pues tampoco escapa a éstas ningún ser humano) sino que son fruto exclusivo de las mismas, son en el sentido más riguroso del término, literarios. ¿Cuáles son esas leyes? El Narrador no las enumera, simplemente las aplica. Y si como resultado de esta operación surgen figuras ideales en las que nos reconocemos, si el libro nos permite leer en nosotros mismos, ello no se debe a una eventual intersección entre la posición social o las peripecias afectivas o de salud de tal o tal personaje y nosotros mismos. Tal intersección en realidad es muy poco probable pues el Narrador nos presenta un universo en gran parte desaparecido; ni las jeunes filles en fleur de Balbec tienen mucho que ver con las muchachas que pueblan nuestras calles, ni hay en nuestro entorno figuras como Basin Guermantes o Madame de Stermaria; tampoco es probable que en la ciudad en la que vive el lector de la Recherche haya un lugar como esa "isla del lago del bosque" en el que se encuentra un albergue para que el Narrador -en una cita a la que sólo él acude- pueda comportarse como si la citada Madame de Stermaria compartiera efectivamente con él la cena y la botella de vino del Loira.

Nada de esto ocurre en nuestras vidas ni puñetera falta hace que ocurra. Lo que hace que la Recherhe sea ocasión de leer en nosotros mismos, es el hecho de que también nosotros somos en realidad hijos de la literatura, hijos de todos esos recursos del lenguaje que el Narrador explora y estudia a fin de fertilizarlos, y que tenemos nostalgia del tiempo en el que tal matriz era efectivamente reconocida como nuestra principal patria.

Decía antes que la tarea del Narrador no consiste en enumerar y consignar los instrumentos de los que el lenguaje dispone para tender una suerte de telaraña sobre el mundo, sino en operar con ellos, en mostrar en acto su portentosa fertilidad. La literatura crea en el lector ingenuo un sentimiento de vida paralela. Pero desde esta perspectiva, en base a la asunción de que la maraña del lenguaje es ya indisociable de todos y cada uno de nuestros lazos con el mundo, tal vida paralela es como una imagen especular de una realidad que quizás habíamos perdido de vista y que coincide con la nuestra.

La fuerza de este libro, como de todos aquellos a él comparables, consiste en última instancia en retrotraernos a ese momento en las cosas se descubrieron para nosotros mediante el tremendo procedimiento de reconocerlas a través de su nombre y de los intrincados lazos que este nombre mantiene con todos los otros nombres.

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17 de septiembre de 2008
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Efectos de mutación

El Narrador encuentra así un lugar adecuado no sólo para descubrir la realidad de los demás sino también algo quizás aún más valioso. Pues, contrariamente a Narciso las aguas en las que se percibe (a saber la mirada de aquellos que, como él, se sorprendieron quizás al percibir que la matinée constituía en realidad un bal masqué) le devuelven una imagen tan atroz como verídica de los efectos de mutación que se han operado en sí mismo:

"Y pude verme como en el primer espejo verídico hasta entonces encontrado, en los ojos de los viejos, que en su opinión seguían siendo jóvenes, como yo lo seguía siendo en la mía, y que cuando me ponía a mi mismo, en espera de un desmentido, como ejemplo de viejo, no tenían en sus miradas, que me veían de una manera diferente a como se veían a sí mismos, pero coincidente con la mía sobre ellos, ni un solo rasgo de desacuerdo. Pues nosotros no veíamos nuestro propio aspecto, nuestras propias edades, sino que cada uno, como un espejo invertido, veía tan sólo el del otro.

"Y sin duda, al descubrir que han envejecido, muchas personas se sentirían menos tristes que yo. Pues con la vejez ocurre lo que con la muerte. Algunos la afrontan con indiferencia, no porque tienen mayor valor que los demás sino porque tienen menos imaginación. Además, un hombre que desde la infancia apunta a una misma idea, un hombre al que su pereza y hasta su estado de salud, forzándole a postergar continuamente la realización, hacen que cada atardecer quede anulado el día transcurrido en pura pérdida, de tal forma que la enfermedad que acelera el envejecimiento de su cuerpo, retrasa el de su espíritu, este hombre se encuentra más sorprendido y conmocionado al ver que no ha cesado de vivir en el Tiempo, que aquel que vive en sí mismo, se adecua al calendario, y no descubre de repente el total de los años cuya adición ha perseguido cotidianamente. Pero una razón más grave explicaba mi angustia; yo descubría esta acción destructiva del Tiempo en el momento mismo en el quería emprender la tarea de hacer transparente, intelectualizar en una obra de arte, realidades extra-temporales". ( 930)

Clarísimas respecto a lo que aquí nos incumbe las últimas líneas. En el momento mismo en que la vivencia a-temporal se ofrece como materia noble para la creación y el trabajo (mil veces postergado por la abulia, la pereza o su ardid la enfermedad) la acción destructora del tiempo se presenta en toda su pureza al Narrador. Cuando vislumbraba la posibilidad de «clarificar e intelectualizar» la presencia de un pasado (y cabe señalar el aspecto profundamente racionalista de la presentación del proyecto), resulta que el Narrador topa brutalmente con el tiempo mismo, "el tiempo que de ordinario no es visible, más que para llegar a serlo busca cuerpos, cuerpos que cuando encuentra acapara y so­bre los cuales proyecta su linterna" (924).

Cuerpos, así, desintegrados en acto, pues, al decir de Aristóteles, el tiempo, medida de corrupción (fthora) y no de generación (génesis), no recrea sino su propia acción destructora. Cuerpos, además, singular y cruelmente seleccionados, es decir, exclusivamente humanos, cuerpos en los que, correlativamente al tiempo, se proyecta y recrea asimismo, la palabra.

De ahí esas punzantes líneas en las que el Narrador, describiendo los esfuerzos por alcanzar a los cincuenta años una modalidad ruin de belleza ("como una tierra ya estéril para la viña sirve aún para la producción de remolacha") nos indica que de tal atroz reconversión, como de la vejez que la motiva, se libran aquellas que, por exceso de fealdad o de belleza, han escapado a lo humano: las segundas "se desmoronan como estatuas" (...), las primeras "constituían monstruos y no aparentaban mayor cambio que el que hubiera efectuado una ballena". Pues la vejez en efecto es esencialmente "un rasgo humano" (945). De ahí asimismo las brutales frases relativas al valet de chambre del príncipe de Guermantes, quien, pareciendo escapar a la vejez, da tan sólo testimonio de que se dan entre nosotros modalidades de vida análogas a las de esas especies vegetales "que no cambian a la llegada del invierno" (934-935 nota al pie).

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16 de septiembre de 2008
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El guiñol científico – filosófico

Como consecuencia de esta percepción en el salón de los Guermantes, el Narrador, anclado unos momentos atrás en la vivencia plena de un pasado (o al menos en la ilusión de ello), es ahora parte integrante de la matinée, decora con su presencia el "guiñol", a la vez científico y filosófico, que ésta constituye:

" M. d'Argencourt acababa de hacer este extraordinario "número", que constituía sin duda la imagen más emotiva en lo burlesco que guardaba de él, a la manera de un actor que vuelve por última vez a entrar en escena antes que caiga el telón en medio de las explosiones de risa...

En realidad era excesivo referirse a d'Argencourt como a un actor, pues desembarazado como ahora se encontraba de toda alma consciente, era como una muñeca agitada, adornada con una barba postiza de lana blanca, que yo le percibía en este salón, como en un guiñol a la vez científico y filosófico en el cual ilustraba, como en una oración fúnebre o un curso en la Sorbona, la vanidad de todas las cosas a la vez que servía de ejemplo de historia natural.

Muñecas sí, y que sólo podían ser identificadas a los seres que uno había conocido mediante una lectura de varios planos a la vez, situados tras ellas, y que les conferían profundidad; viejos fantoches que exigían al espíritu un esfuerzo, pues era necesario contemplarlos a la vez con los ojos y con la memoria." (923-924)

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15 de septiembre de 2008
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