La mano izquierda acabará realizando las tareas de la derecha lesionada, siempre y cuando sea estimulada para realizar tal función. En los niños, la división de funciones entre hemisferio izquierdo y hemisferio derecho, es mucho menos rígida que en los adultos, de tal manera que las lesiones no tienen el carácter irreversible que, en principio, cabría temer. Cosas bien conocidas, pero de las cuales no extraemos los corolarios que se imponen. Nos ayudará quizás a hacerlo el ejemplo de Rita Levi-Montalcini... la dama, que ocupa su mente en las horas de insomnio, no precisamente contando ovejas, sino resolviendo problemas relativos a la economía del sistema neuronal de las mismas.
Un apunte final: Rita Levi-Montalcini ha puesto en varias ocasiones de relieve que el nacimiento de eso que los griegos designaban mediante el término logos, no puede en absoluto ser fruto de un código unívoco, como lo son los códigos de señales, dado que constituye la expresión de una imperfección. Los seres vivos más programados, son precisamente aquellos que se encuentran filogenéticamente alejadísimos de nosotros, como es el caso de los invertebrados. Desde el punto de vista de la familiaridad ontológica los invertebrados se aproximan a los robots... unos y otros en las antípodas de lo humano.

No sólo la variable niño/adulto cuenta. Sabemos también que las personas zurdas y las diestras no comparten la misma cartografía. Pues bien: Rita Levi-Montalcini puso de relieve que, desaparecidas unas neuronas vinculadas a tal o cual función, las otras neuronas proceden a una suerte de redistribución de las tareas, de tal manera que la función en cuestión es garantizada por el colectivo. Ello no ocurre siempre, pues de lo contrario no habría en general disfuncionalidad, pero puede ocurrir y en esta potencialidad reside lo interesante.
Esta misma distinción jerarquizada posibilita que el segundo sea eventualmente un protector de los primeros... amenazados en el seno de su propia especie: Nanoook construye un refugio paralelo para los evocados cachorros, evitando así que sean devorados por los canes que, hambrientos, duermen a la intemperie. Sólo en nuestros tiempos es preciso hacer explícita la obviedad de que Nanook no mantiene a los canes en el frío exterior por deseo, sino por necesidad. Necesidad que exige en ocasiones confrontarse a ellos y reducirlos. Tremendas son las imágenes en las que, mientras Nanook les arroja los despojos de la presa que los hombres han comido, los perros dan signos de rebeldía y la tensión contagiosa del cazador parece traducirse en un temblor de la cámara.







