En Barcelona se anunciaba a primeros de agosto una película documental que llevaba el título de "Vivir de la luz". La página conocida como "la contra" de un importante diario de la ciudad ponía sobre la pista del tema del documental: se entrevistaba a una persona que tras varios lustros sin haber ingerido alimento alguno de origen animal o vegetal sostenía que, sometiéndose a una rigurosa disciplina indisociablemente física y espiritual, era perfectamente posible vivir de la energía que se despliega naturalmente en la naturaleza, y concretamente de la luz solar.
No es mi intención en absoluto introducirme aquí en las consideraciones, generalmente irónicas, que he oído en mi entorno al respeto. A priori simpatizo con toda actitud que conlleve una apuesta en favor de esa singular capacidad de los seres humanos que en tantas ocasiones les permite relativizar el peso de las contingencias del orden natural. Lo irritante en este caso no era tanto lo abusivo de la tesis en sí (al fin y al cabo, nutrirse de manera convencional es en última instancia consunción de energía), sino ciertas connotaciones ideológicas que desprendía un folleto propagandístico de la película. Se indicaba en efecto que los personajes filmados y entrevistados darían testimonio de la conveniencia de hacer propias actitudes que caracterizarían a la espiritualidad oriental y que estarían desde hace ya un siglo encontrando inesperado apoyo en la ciencia de Occidente. Se indicaba concretamente que la potencialidad para subsistir meramente de la luz y hacerlo incrementando la propia lucidez (imprescindible el juego de palabras), por chocante que resultara para nuestros hábitos mentales, habría encontrado soporte conceptual y científico en los descubrimientos... de la Mecánica Cuántica.
Inevitable y tediosa referencia, habrá pensado más de uno al leer el evocado folleto propagandístico. Se diría que la Mecánica Cuántica tanto sirve para un roto como para un descosido. ¿Que nos resulta prosaica y poco excitante la tradición racionalista que ve en la asunción de leyes consideradas inflexibles del orden natural la base imprescindible para asumir nuestra propia condición?... la Mecánica Cuántica habría puesto de relieve que este pretendido orden natural objetivo sería en realidad una construcción del propio espíritu humano.
¿Que no nos resulta narcisisticamente satisfactoria la idea de ser un animal que como todos los demás ( y por muy relevantes que sean sus singularidades como especie) es fruto de la evolución?...la Mecánica Cuántica permitiría (en alguna de sus hermenéuticas) avanzar la hipótesis de que, en última instancia, todas las conjeturas de la ciencia -teoría de la evolución incluida- dependen de una suerte de nuevo sujeto trascendental, que sería efectivamente medida de todas las cosas, y que tendría epifanía en cada uno de los seres humanos.
¿Que nos aflige el pensamiento de estar circunscritos en un universo finito, sometido al segundo principio de la termodinámica y por ello a procesos determinísticos vinculados a lo que denominamos tiempo?...La Mecánica Cuántica nos consolaría (es bien sabido que se consuela todo aquel que quiere) con hipótesis cosmológicas que, o bien multiplican los mundos posibles o bien hacen intervenir una suerte de demiurgo transcendente al cosmos y al que se hallaría asociado la conciencia humana.
La Mecánica Cuántica, en suma, daría pie a una sorprendente restauración del principio de esperanza. Una esperanza aun a costa del buen discernimiento, tan poco alimentada por la gran filosofía del siglo XIX, que la sustituía por el imperativo de asumir la finitud de la condición humana como requisito indispensable para la auténtica riqueza que los humanos podemos esperar, y que no es otra que el despliegue de las potencialidades del espíritu.
