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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica XII

XII Medida cuántica y humanismo

Para intentar hacer perceptible como esa modalidad de la techné que constituye la medida cuántica nos conduce inevitablemente a una situación de estupor no solamente en relación al entorno físico sino al ser del hombre, conviene empezar evocando un ejemplo concreto que inevitablemente  tiene un cierto carácter técnico.

En la senda del conocido como teorema de Bell (calificado en ocasiones con exceso de retórica como el descubrimiento más grande de la historia de la ciencia ) se publicó  en 1993 un importante trabajo firmado entre otros por el actual Premio Newton de Física Antton Zeilinger, que por su trascendencia y por permitir una fácil traslación cualitativa me permito sintetizar aquí.

Sean dos parejas de  partículas 1, 2, emitidas por dos fuentes A y B que  se hallan   separadas  entre sí por una distancia D. La primera fuente emite hacia su derecha,  más o menos  perpendiculamente a la línea que une A y B, la partícula 1 y hacia su izquierda la partícula 2;  y lo mismo hace la fuente B, con las partículas 3 y 4,  de tal manera que 1 sigue una trayectoria paralela a  4 y 2 una trayectoria paralela  a 3. Como consecuencia de su interacción cuando residían en la fuente,   las partículas que forman la primera pareja mantienen una correlación opositiva y ocurre lo mismo con las de la segunda pareja. Concretamente, como el momento angular de la rotación conocida como spin en la dirección z era (por una ley llamada de Pauli) opuesto antes de la separación, por la ley de conservación del momento, esta oposición  se mantiene cuando  se separan.  Si el spin de la partícula  1 es arriba, el de la partícula 2 será abajo; y lo mismo ocurrirá si consideramos las partículas 3 y 4. Es necesario señalar que  sólo sabemos la oposición del spin,  no cual tiene cada una de ellas. Si por ejemplo las fuentes lanzan muchas partículas en un minuto pudiera darse que a la izquierda unas dieran spin arriba y otras abajo; lo que siempre se mantendría es que las correspondientes de la derecha tendrían spin diferente. O sea : hay aleatoriedad  en el resultado individual,  no en la oposición de resultado respecto a la partícula correlativa.

Nótese  que  las partículas  1 y 4,  no tienen lazo alguno en el pasado y por consiguiente llevan una existencia indiferente la una respecto a la otra. Y lo mismo ocurre con las partículas  2 y 3.

Supongamos,  sin embargo, que se establece  una correlación entre 2 y 3. Por  ejemplo,  que al proceder a la medida del spin en la dirección z  el valor coincide en ambos y que tal valor cuantitativo es registrado. En el  artículo mencionado se establecía un protocolo matemático, del que se infería que en razón  de  haber establecido la relación entre los spin de las partículas  2 y 3, queda establecida  instantáneamente una correlación entre las partículas  1 y 4,  que sin embargo se mantienen alejadas en el espacio y en las cuales no ha habido la mínima intervención directa. O en otros términos: la constatación matemática  del destino común  (por coincidencia  o por oposición-en la jerga spin z o bien compartido o bien opuesto-) de las partículas 2 y 3 supondría un destino común en las partículas 3 y 4, permaneciendo cada una en su sitio y sin que nada ni nadie las hubiera conectado:

Por ejemplo si el spin de la partículas 2 y 3  fuera arriba (designado por el número cero) en ambos casos, entonces el de las partículas 1 y 4 sería abajo (correlación); si el 2 fuera arriba y el de 3 abajo entonces el de  1 sería abajo y el de 4 arriba (anticorrelación)

La cosa era tan extraordinaria que pese a lo rigurosamente consistente del protocolo, el escepticismo perduró hasta que en  2002 hubo ratificación experimental.

Pues bien han pasado casi 10 años y referirse sin más al artículo que avanzaba el protocolo en 1993 o la publicación de resultados experimentales de 2002,  puede  provocar irónicas sonrisas si uno lo hace en un medio académico, precisamente por que se habla de lo que  todos sabemos. "Todos"- es decir los que están por profesión o afición en berenjenales cuánticos-  saben que ya fue en 2002 cuando se probó experimentalmente lo que se entiende por cesión o más bien trueque de entrelazamiento (Entanglement Swapping),

La remisión directa a lo que en su día se reveló novedoso en relación a nuestra ordinaria concepción del entorno o de nosotros mismos, corre peligro de ser considerado como reiteración de lo bien sabido. Pero que sea bien sabido no es razón para que desaparezca el espontáneo y  fresco estado de ánimo que lleva a la interrogación cabalmente filosófica, que el científico tiene derecho a plantear, como  lo tiene simplemente el ciudadano (sin duda exigiéndose a sí mismo un esfuerzo en las necesarias mediaciones). ¡Cómo no va a se sujeto de estupor, por ejemplo, el que dos realidades físicas espacialmente separadas se encuentren vinculadas por  la simple constatación de que otras  dos  lo están¡ ¿Cómo es posible, se preguntará cualquiera que haya entendido el protocolo  evocado  en el que se describe un efectivo experimento realizado en 2012?  ¿Qué confianza seguir teniendo en las ideas nucleares con las que elaboramos nuestro concepto del orden natural, entre ellas la de que no puede haber intervención física a distancia (es decir intervención no mediada ni por la materia ni por el campo) si las partículas a las que se reducen las cosas que percibimos se comportan de este modo?

Es obvio, por ejemplo,  que las  discusiones, a menudo de gran complejidad técnica, sobre los pros y los contras de una u otra interpretación de la teoría cuántica hacen más sutil la reflexión (que en cada paso ha de integrar todas las consideraciones avanzadas por otros al respecto), pero no hacen más sutiles los interrogantes de salida, cuya cristalina sencillez está en la base de que se necesitaran interpretaciones, interpretaciones en razón de cuyo conflicto se acumula la erudición, es decir la forja de nuevas armas para defender  una o  otra, para rechazarlas de pleno, o para avanzar una nueva.

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10 de noviembre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica XI

XI El saber que hizo posible lo que envuelve nuestras vidas

Vivimos rodeados de ordenadores, aparatos de telefonía móvil, reproductores de música  digital, los llamados ipod,  paneles que aprovechan la energía solar, susceptibles de ser instalados en la propia casa. Desde que en los años setenta, la fibra óptica empezó a sustituir a la transmisión eléctrica, las posibilidades  de comunicación rápida entre los seres humanos han  experimentado un progreso quizás mayor que en todos los siglos anteriores. Forman ya parte del lenguaje cotidiano, términos como semiconductor, laser, amplificador, o fotodetector...que para algunos hará evocar el viejo efecto foto-eléctrico que se haya de hecho en su origen. Estas mismas personas se hayan relativamente informadas sobre el hecho de que  los efectos físicos que hacen posible ese complejo entramado técnico, que  literalmente codifica  y acota nuestras vidas, son un reflejo de que, a nivel microscópico,  la naturaleza responde a lo descubierto- en ocasiones con gran estupor- por los pioneros de una disciplina, la Física Cuántica, a priori muy alejada de la experiencia cotidiana de los hombres. La descripción  del comportamiento de los electrones en el seno del átomo  resulta que   hace inteligible algo como la fotosíntesis, de lo cual cabe inferir que esa disciplina, focalizada en principio sobre la naturaleza elemental (Física y  no Biología),  abre una vía de acceso a la comprensión de la vida, e incluso, como veremos más adelante,  una vía de acceso a la comprensión del papel de la conciencia.

La Mecánica Cuántica puede (como tantas otras cosas interesantísimas, el arte en primer lugar) jugar el papel de comodín para espíritus  perezosamente adictos a la esperanza, pero asimismo puede incentivar la inclinación a retomar la interrogaciones mayores del espíritu humano, aquellas que se fraguan en la transición de la in-fancia a la humanidad cabal, que los griegos archivaron y exploraron y que hoy constituyen el contenido legítimo de lo que damos en llamar Filosofía.

De ahí que el caso paradigmático de hermenéutica de nuestro tiempo sea el de las llamadas interpretaciones de la Mecánica Cuántica. Algunas de ellas se deben a los creadores mayores de la disciplina. Sin embargo ninguna  es fundamental a la hora de efectuar experimentos o avanzar protocolos que permiten innovaciones tecnológicas. Por decirlo con toda nitidez: la diferencia entre una u otra interpretación es irrelevante desde el punto de vista del progreso de la física.  ¿Quiere ello decir que es irrelevante simplemente? Todo depende de si  se considera que el hombre tiene como destino el control de la naturaleza o si lo suyo es más bien la interpretación de la misma  la cual se revela indisociable de una interpretación de su propio ser.

El 14 de diciembre del año 1900, en una conferencia en la Sociedad Alemana de Física  (Deutschen Physikalischen Gesellschaft) en Berlín, hablando de un modelo de resonadores por él concebido para  intentar dar cuenta del rompecabezas que significaba la radiación efectivamente constatada a partir del objeto físico conocido como  cuerpo negro (la cual contradecía todas las previsiones conformes a las leyes físicas de la época) Max Planck pronuncia la siguiente frase:  

" Si el monto de energía E es considerado un continuo infinitamente divisible, la distribución de tal monto puede ser considerada de múltiples maneras. Consideraremos sin embargo- y este será el punto esencial de los cálculos que siguen- que E se haya compuesto por un número bien definido de partes iguales y consideramos además que la constante h  (de naturaleza igual a 6.55 multiplicado pr 10 elevado a menos 27 ergios por segundo) multiplicada por la frecuencia de los resonadores nos da el elemento  de energía epsilón. Cabe la posibilidad de que la energía total E sea un número entero de elementos de energía, pero de no ser exactamente así consideraremos en entero P más próximo y diremos que se dan  P elementos epsilon de energía"

 

La trascendencia filosófica de esta declaración reside en el paso entre las dos palabras subrayadas por mí: de hablar del continuo se pasa a hablar de un elemento. Se estaba abriendo la puerta a la más trascendente modificación de los conceptos en los que reposa nuestra concepción de la naturaleza.

Planck era un físico teórico y no exactamente un experimentalista,  pero  como en tantos otros casos, el experimento seguiría. De hecho la conjetura ya había sido verificada en el momento de esa conferencia para las grandes longitudes de onda. Pero no es correcto pensar que la techné sólo corresponde al experimento. En la medida en que se trata de dar  cuenta o razón la techné empieza  ya con la conjetura y el experimento es prolongación de la misma.

En la senda marcada por Planck siguieron los Einstein, Bor Heisenberg, Schrödinger, es decir todos aquellos a los que estás asociada la gran aventura de la Mecánica Cuántica

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8 de noviembre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica X

X Experiencia,  técnica y ciencia

Aristóteles se esfuerza en determinar dónde se sitúa exactamente la frontera que separa el universo del conocimiento que pueden alcanzar los animales, y el que pueden alcanzar los humanos. La experiencia es atribuida a ambos, animales y personas. Sin embargo, antes de pensar que se trata de lo mismo en ambos casos, es necesario determinar qué significa experiencia. Aristóteles afirma que la experiencia procede de la memoria ("pues de múltiples memorizaciones de una misma cosa surge finalmente la capacidad de una experiencia").

Empecemos por considerar la experiencia humana, es decir, la experiencia de seres que (con independencia de la experiencia misma) se hallan determinados por mediaciones conceptuales. Por ejemplo, yo reconozco a Calias, Sócrates y Menón como respresentantes de la humanidad, lo cual implica que tengo este concepto en mente. Y este conocimiento nada tiene que ver con la experiencia. Pero ahora constato que Calias, tras haber ingerido determinada bebida, se encuentra mal; luego, constato lo mismo en Sócrates, cuando finalmente también Menón se siente indispuesto tras beber... gracias al hecho de que tengo memoria, vinculo los tres casos y, eventualmente, evitaré beber, siendo así prudente (phrónimos en el texto de Aristóteles).

Es de señalar que podría haber alcanzado el mismo grado de prudencia si, en lugar de tratarse de tres individuos de la especie humana, la bebida hubiera sido ingerida por un gato, un perro y un hombre, o incluso por individuos de especies que no conozco en absoluto. Pues la experiencia se reduce a establecer un lazo entre algo que sucede ahora y la misma cosa que vuelve a suceder: la experiencia, nos dice Aristóteles, "es conocimiento de individuos".

Como la experiencia es adquirida con independencia de las especies o géneros que la generan, no necesito conocimiento de rasgos específicos con vistas a ser un hombre de experiencia, no necesito teoría (theoría en griego es usada por Aristóteles para expresar el conocimiento por especificación). En consecuencia, el hecho de que los demás animales vivan sin teoría no les impide en absoluto tener experiencia.

Una precisión a este respecto. La tesis según la cual  los animales tendrían  una capacidad cognoscitiva reducida a,  re-conocimiento   de un rasgo o signo por el que ya se ha sido previamente afectado, y con soporte  en una presencia que (por no aparecer como soporte material de  forma o especie) sería meramente individual    no implica sostener que el animal no sea susceptible de tener relación con  tipos, de estar afectado por algún modo de generalización. De hecho el propio re-conocimiento de un rasgo que ofrece un individuo remite  ya  a una tipologización. Lo que se afirma es simplemente que en esta tipologización del  universo animal   no entran  en juego conceptos, formas o especies.

Los expedientes lógicos de tal formación de tipos han de ser de otro orden y han de afectar también al animal que nosotros somos. Mas en cualquier caso la experiencia meramente animal  no estaría  perturbada por la intromisión de rasgos eidéticos o específicos, lo cual inevitablemente ocurre tratándose de la experiencia humana.

Cabría decir en tal sentido que para nosotros queda atrás la pura experiencia, que la mera percepción es para el hombre subsunción bajo un concepto. Nuestra experiencia funcionaría como la de los animales en la medida en que  aquello que en lo presente depende de lo conceptual resulta irrelevante, no porque se de realmente una situación en la que nuestra percepción este libre de concepto.

Tomemos de nuevo el caso de la indisposición de Sócrates, Calias y Menón. Incluso si su común pertenencia a la especie humana no cuenta tratándose de experiencia, es obvio que este conocimiento que tengo de que son humanos juega algún papel subyacente. Cabe decir que este segundo registro perturba  la experiencia, la cual, para nosotros jamás es pura, como tampoco es pura la percepción sensible.

Consideremos ahora la techné, palabra que tenemos múltiples razones para traducir por arte, pero también por técnica. Una de las razones de esta polaridad es quizás el hecho de que Aristóteles distingue radicalmente entre un tipo de techné que apunta a objetivos prácticos, y un segundo tipo que buscamos por sí misma, y que nada tiene que ver con las necesidades de la vida. En cualquier caso, el principal rasgo de la techné es el hecho de que implica siempre un juicio, es decir, la capacidad de razonar (recordemos que la experiencia, en el caso de los animales, es por definición un conocimiento sin juicio, ya que no lo tienen, al menos que neguemos que la particularidad del hombre sea ser un animal racional, es decir, de juicio... paso que, por cierto, algunos dan), y lo que es más: implica un juicio que concierne a un conjunto unificado, una clase de entidades y no meramente individuos:

"La techné surge cuando de múltiples nociones obtenidas por la experiencia, se emite un juicio universal sobre una clase de objetos. Pues juzgar que cuando Calias estaba enfermo de determinado mal, tal producto fue bueno para él, por serlo para todas las personas de determinada constitución, por ejemplo, los flemáticos o biliosos con fiebre... esto es materia de techné".

Ahora debemos determinar cuál es la frontera conceptual entre la noción de techné y la noción de epistéme, que se suele traducir por ciencia. No hay problema alguno, si por ciencia entendemos esto precisamente que dice Aristóteles. La diferencia entre la técnica y la ciencia  no reside, como a veces suele creerse, en que el científico sabría la causa del asunto, mientras que el  technités no se preocuparía de esto. Aristóteles afirma explícitamente lo contrario, al escribir: "Pues los hombres de experiencia saben que la cosa es así, pero no saben por qué, mientras que los segundos (los hombres de techné) saben el porqué y la causa".

Ni siquiera podemos decir que la ciencia difiere de la techné por tratarse de una actividad no subordinada, puesto que (como ya he indicado) cierta modalidad de arte tiene su fin en sí misma. Parece que  el arte y la ciencia forman un continuo con determinados momentos de discontinuidad. Una vez que la techné ha alcanzado su nivel superior (aquél en que se toma como fin), el espíritu está en condiciones de abordar interrogantes que, de facto, no tienen ningún lazo con la utilidad. Este es, para Aristóteles, el caso de disciplinas como la observación de los fenómenos astronómicos, o las preguntas naives sobre los orígenes tanto del universo como de nosotros mismos. Como El físico Max Born se complacía en señalar, incluso en la época de Copérnico la cuestión de la centralidad de la Tierra constituía un asunto puramente teorético, sin lazo alguno con intereses económicos, ni en general problemas prácticos. Y me atrevo a decir que la ciencia contemporánea, aunque tenga enormes implicaciones en nuestra vida cotidiana, no responde esencialmente a imperativos prácticos.

                                                ***

 La techné, tal como nos la presenta Aristóteles,  sería pues expresión cabal de la esencia misma del ser humano y a la par es un fertilizador de esta naturaleza. ¿Se halla este rico sentido aristotélico presente en la técnica de nuestros días? Todo depende del uso que se hace de la técnica y de la función que se le atribuye. En otros foros he tenido ocasión de  evocar  el admirable trabajo de recreación virtual, en coordenadas tridimensionales, del cráneo de Phineas Gage  por Hanna Damasio y sus colaboradores. Tal simulación permitió, ni más ni menos, que reconstruir la trayectoria de una barra de hierro que atraviesa el cerebro sin tocar las funciones motrices ni las áreas determinantes del lenguaje, pero sí las funciones emocionales.

Tenemos en este caso un ejemplo de fertilidad de la técnica puesta al servicio de la inteligibilidad. Obviamente esta inteligibilidad puede enriquecerse con objetivos prácticos, y en este contexto es inevitable  mencionar  las simulaciones tridimensionales en medicina. Éstas han posibilitado no ya avances en la transmisión del saber (dificultado en ocasiones por la deontología, dado que la medicina tiene como objeto al ser humano), sino un control suplementario de la práctica médica concreta, en intervenciones quirúrgicas, por ejemplo.

Mas en ocasión nuestra relación con la técnica, su valoración, la función que los ciudadanos le asignan, ha sido profundamente perturbada en razón de objetivos problemáticos. Así por ejemplo la idea misma de que cabe esperar de ella la construcción de entidades inteligentes. En las concepciones más radicales se hace abstracción de la inevitable etapa del genoma. Y el funcionamiento de las conexiones nerviosas (que en el ser animado que es el hombre da lugar a la inteligencia y al lenguaje) es reducido a funcionamiento de conexiones electrónicas y mecánicas, es homologado así con lo artificial. Mas entonces, la técnica deja de reducirse a mero instrumento de los objetivos de realización del ser humano y emerge como una suerte de demiurgo forjador de seres a los que, en última instancia, podríamos identificarnos. Esto ocurre ya, de hecho, cuando en nuestra civilización la percepción vehiculada por dígitos (única que, por analogía, cabría en principio atribuir a un ser carente de vida) es tomada no como interesantísima simulación o fantasma de la percepción real, sino como su equivalente.

 

No puedo detenerme aquí sobre este aspecto, pero sí evocaré,  la denuncia realizada por John Searle, hace ya más de treinta años, del carácter abusivo de la expresión misma inteligencia artificial, y sobre todo de la concepción de ésta como un modelo explicativo del comportamiento humano. ¿Que desde entonces ha llovido mucho? Obviamente, pero a mi juicio nada ha cambiado en lo esencial. Como máximo las espadas siguen en alto. Y si de discusión teorética se tratara, nos limitaríamos a estar dispuestos, en todo momento, a modificar nuestra posición actual (favorable a la tesis de que sólo cabe hablar de inteligencia artificial, al precio de degradar hasta la caricatura el término mismo de inteligencia).

                                                         ***

Un aspecto insoslayable es el  de las  llamadas  nanotecnologías, vinculadas a la nanociencia, pero no reductibles a la misma. La cuestión ontológica  y en general la filosofía de la naturaleza quedan obviamente afectadas por  la posibilidad -hoy  ya efectiva-  de generar nuevos materiales (nanomateriales) no existentes en la naturaleza, operando a escala nanométrica sobre materiales previamente existentes, y transformándolos. Los sofisticados artefactos tecnológicos y las simulaciones tridimensionales (realidad virtual) de átomos y moléculas que posibilitan el transformar la estructura de un átomo actuando sobre sus electrones tienen un enorme  peso a la hora de interrogarse sobre si hay realmente rasgos omniaplicables y permanentes tanto de la physis en general  como del ser que  reflexiona sobre ella.  Pues en efecto, la importancia antropológica del problema de la técnica   se agiganta en un momento en el que la alianza de la tecnología y la genética  abren  la posibilidad de que una especie influya de manera determinante en los rasgos mismos que la especifican. Perspectiva con profundas connotaciones éticas  y que a algunos inquieta aun reconociendo el positivo papel de la técnica, por ejemplo, los avances posibilitados por la modelización virtual en el campo de la medicina. En este sentido no podemos olvidar el papel de la tecnología en la configuración de la mente, entendida esta como indisociable de los artefactos tecnológicos que aumentan nuestras capacidades cognitivas.

Lo que precede sirve de transición al tema, fundamental para esta reflexión relativo al peso  de la teoría cuántica en la determinación de nuestro entorno y de nosotros mismos,  concretamente a través de las sofisticadísimas técnicas que permiten ofrecer comprobación experimental a algunas de las sorprendentes previsiones de la teoría.

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3 de noviembre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica IX

IX La naturaleza humana 

Que lo  concerniente al ser  indiscutiblemente de palabra, homo sapiens, es   en última instancia lo determinante para los protagonistas de este diálogo, se refleja en la  razón que Jordi Agustí nos da para considerar que Darwin sería el hombre de ciencia más importante de la historia: "Ha habido otros científicos como Isaac Newton o Albert Einstein que revolucionaron la ciencia de su tiempo, pero sus teorías no cambiaron la comprehensión que tenemos de nosotros mismos".

 Si tremenda es una hipótesis científica que subvierte  la representación que nos hacemos de la naturaleza en nuestro entorno (por ejemplo la representación determinada por el prejuicio de que espacio y tiempo tienen realidad física), más parece en efecto serlo aquella que socavaría los cimientos en los que se sustenta la concepción de nuestra propia naturaleza. Y aquí me permito una precisión:

Es obvio que Darwin pone en tela de juicio las bases, aristotélicas en primer lugar, sobre las que se sustentaba la definición del ser humano, no es por el contrario seguro que ponga en tela de juicio tal definición. El propio Eudald Carbonell afirma al respecto con radicalidad: "Aun ahora no existe una definición más consistente que la que hizo Aristóteles: somos 'animales racionales'. ¿Lo somos  en virtud de algún designio trascendente al  orden natural? El gran aporte de Darwin es responder negativamente a esta pregunta: lo somos como resultado de un proceso que condujo primero a la hominización y después a la plena humanización (en lo que Carbonell denomina síntesis evolutiva  de nuestro género ); condujo en suma a la unificación del conjunto de rasgos que, especificándonos  en el seno del género homínido, permiten hablar de naturaleza humana.

Como el resto de las especies animales y obviamente nuestros próximos parientes los primates, nuestro genoma- fruto azaroso de la evolución- determina ese conjunto de rasgos. Y expresión del buen funcionamiento  del mismo  es lo que en uno de sus libros el profesor de Harvard Steven Pinker (crítico contra las diferentes  teorías antropológico-filosóficas caracterizadas por lo que el denominaba denial of  human Nature) denominaba instinto de lenguaje. Instinto de lógos, me permitiría por mi parte precisar,  instinto indisociablemente de razón y de lenguaje; "en razón de su propia naturaleza, el ser humano desea el conocimiento", dice la sentencia fundamental de Aristóteles: homo...sapiens.

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1 de noviembre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica VIII

VIII "En filosofía"

El tercer protagonista del diálogo que vengo glosando anfitriona e interlocutora de nuestros "paleoantropólogos", confiesa a un momento dado sentirse abrumada por el hecho de que  toda respuesta a una pregunta avanzada supone para ella nuevos interrogantes. A fin de mostrar que ello es perfectamente lógico, Eudald Carbonell precisa: "En filosofia podemos utilizar   'tengo la convicción'  como elemento de autoridad, en ciencia no [...]en ciencia no se puede utilizar el 'yo creo' sino el 'yo pienso' [...]Lo más importante en ciencia es problematizar y cuestionar". Me permitiré matizar en este punto a Eudald Carbonell. Con  evocar a Platón (que exigía el sacrificio de las opiniones como punto de arranque para aspirar siquiera a alcanzar la verdad) queda claro que poco tiene de filósofo aquel que no se pregunta si sus arraigadas convicciones no son acaso prejuicios. Y en cuanto al pienso por oposición al creo la metódica duda cartesiana es un paradigma que parece insuperable.

En realidad la filosofía no tiene dificultad alguna en reconocerse en las afirmaciones de Carbonell y Agustí en la página que precede a la frase citada, y en la que ambos coinciden en que si bien es cierto que siempre convergemos en los mismos problemas, lo hacemos no sólo con mayor información sino confrontados a nuevas hermenéuticas. Ello es precisamente lo que hace que podamos considerar a Aristóteles como el padre, tanto de la disposición de espíritu que tildamos de filosófica como de la que tildamos de científica (con independencia de lo acertado  no acertado de sus propias respuestas a los universales problemas que él mismo plantea). La filosofía no difiere de la ciencia en razón del contenido, sino en razón de la radicalidad con la que se asumen las consecuencias de toda dimensión problemática de tal contenido. La filosofía lo que aporta es una exigencia de inteligibilidad global, exigencia de la aristotélica unidad focal de significación, por la cual la disciplina especializada escapa al riesgo de la insignificancia y el especialista que la asume se convierte él mismo en filósofo.

 Son muchas los ámbitos en que el propio explorador de la physis se convierte en metafísico. La mecánica cuántica es un paradigma, pues acuciado por sus propias aporías, el que la practica acaba esbozando modelos que subvierten nuestras más arraigadas convicciones sobre lo que constituye la naturaleza elemental. Pero algo análogo puede llegar a ocurrir con la genética en relación a la naturaleza viva, y con la paleontología (de hecho hoy  muy dependiente de la genética) en relación al ser humano.

Como antes indicaba, en este coloquio con Eudald Carbonell y Jordi Agustí se exponen de manera amena cuestiones de alta incidencia técnica, pero tras ellas subyace una pregunta que de alguna manera da unidad a todas ellas:  pregunta no ya por la cosa en general o  pregunta por la cosa viva, sino  pregunta por la rarísima cosa (cosa porque constituye pese a todo un sistema abierto sometido al segundo principio de la termodinámica) que es el ser hablante.

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27 de octubre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica VII

VII Homo technikós 

Algo análogo a lo que indicaba en el texto anterior en relación al carácter desinteresado de la ciencia podría ser dicho respecto  en relación al arte : "siempre me ha sorprendido nuestra pretensión por conocer para qué servía el llamado  arte rupestre, cuando en realidad no sabemos para que sirve eso que llamamos arte", dice con cierta ironía Jordi Agustí.

Eudald Carbonell enfatiza el peso de la correlación entre las áreas del cerebro que posibilitan la práctica del lenguaje y las que posibilitan la confección de herramientas y con ella lo que los griegos designan con el término téchne, que hoy se bifurca entre lo que llamamos arte y lo que llamamos técnica:

"Tallar una piedra, que requiere un ritmo biomecánico de las manos, para construir una morfología, coincide al igual que el lenguaje con las áreas del cerebro conocidas como la de Broca y la de Wernicke, y curiosamente a nuestra especie le resulta difícil hablar sin mover las manos, sobre todo cuando queremos ser vehementes." En este foro he tenido ya ocasión de preguntarme por el  sentido y el peso de la bifurcación del   término griego téchne  entre lo que denominamos ciencia y lo que denominamos arte, y que obliga por ejemplo a separar el Eduardo Chillida Premio Imperial de las Artes, del Eduardo Chillida reconocido por los ingenieros vascos por su dominio de la resistencia de materiales,  y al que el epistemólogo francés Gaston Bachelard dedica un precios texto bajo el título Le forgeron (el herrero). Separación, dicho sea de paso, contra la que el escultor se hubiera rebelado.  

Precisaré que en el coloquio que estoy glosando,  más que atribuir  la téchne y las construcciones simbólicas   exclusivamente a nuestra especie se enfatiza el hecho que nuestra especie es la primera en socializarlas. De tal manera lo que quizás homo heidelbergensis forja individualmente,  en homo sapiens se convierte en patrimonio colectivo que se transmite y se fertiliza, siguiendo pautas que parecen indicar una constante. Jordi Agustí señala que contrariamente a lo podría quizás  pensar la evolución del arte rupestre no va necesariamente de formas abstractas por mera deficiencia de concreción a formas realistas. Las cuevas de Chauvet en Francia, datadas en  más de 30000 años presentarían formas totalmente realistas, en contraste con las más esquemáticas posteriores.  

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25 de octubre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica VI

VI La metáfora y la fórmula

Todo individuo sano tiende a desarrollar en él los rasgos de su especie. En la medida en que la palabra y el conocer por ella mediatizado es en nosotros un primordial rasgo distintivo, desde el hombre de Herto hasta Albert Einstein o Marcel Proust, el ser humano ha dado muestras de su inclinación a mediatizar su existencia por el registro del símbolo, lo que puede traducirse tanto en labrar una  fórmula como en forjar una metáfora. "Probablemente somos la única especie que  fabrica cosas que aparentemente no sirven para nada" nos dice Jordi Agustí en uno de los momentos del diálogo que vengo desde hace columnas glosando. Y efectivamente un cántaro que además de hallarse horadado es demasiado  grande para servir de efectivo recipiente, no se conserva en razón de utilidad. Pero tampoco es seguro que fuera resultado de algún imperativo práctico la tablilla de  ocre    de Sudáfrica a la que se hace referencia en el texto, en la que  hace 77000 años un antepasado trazó una serie de líneas  que constituirían  "el primer tratado de matemáticas de la historia". Unas aspas cortadas por  paralelas configurando formas que son ya premonición de las que la privilegiada  libertad  de que gozaban permitía a los  sacerdotes egipcios entregarse a las matemáticas por el placer de la contemplación. Tampoco el sacrificio de tiempo y espacio por la teoría de la relatividad ( su conversión en prejuicio, o en todo caso en expresión de nuestras subjetivas condiciones de posibilidad de la experiencia)  respondía  exactamente a imperativos de utilidad, al menos que por utilidad entendamos, lo conveniente para nuestra naturaleza de seres racionales y la exigencia de inteligibilidad que esta conlleva.

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20 de octubre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica V

V El más antiguo festín caníbal

En el diálogo entre Carbonell y Agustí que vengo evocando  se  explora fascinantes  cuestiones técnicas:  ¿hemos de atenernos a la ortodoxa hipótesis de las sucesivas migraciones out of Africa o si cabría hablar de  into Africa a partir del Caucaso,  como cabría deducir a partir de los fósiles de Dmanisi? ¿Se ha superado definitivamente la tesis de que en África los homínidos habrían aparecido hace dos millones de años,  y en Europa tan sólo un millón de años después? ¿el canibalismo practicado por homo antecesor es meramente alimenticio- en un duro mundo marcado por la dificultad de sobrevivir entre carroñeros como las hienas gigantes?  Vale la pena detenerse sobe este extremo:

Hace unos años  los periódicos dieron cuenta de un caso de canibalismo entre  ciudadanos argentinos, supervivientes aislados  de un accidente, y del que sus protagonistas estuvieron años sin atreverse siquiera a hablar. Obviamente este canibalismo accidental poco tiene en común con un canibalismo estructural, consecuencia por ejemplo del aumento de la demografía humana en el seno de un territorio, como habría acontecido en Atapuerca a finales del Pleistoceno. Pero la frontera es mucho más radical cuando surgen  formas rituales de canibalismo, no marcadas   por  la  necesidad inmediata, sino por  imperativo que apuntan a la cohesión del grupo. Canibalismo, entonces, en última instancia defensivo, que se transmite de generación en generación y que  que no difiere en gran parte de lo que supone el sacrificio y consumo ritual  de animales, que de manera sublimada se práctica aún en nuestros días.

 

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19 de octubre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica IV

IV Palabra sin fuego 

En otro momento del coloquio, el mismo  Agustí alude al hecho de que en la historia del ser humano  la Revolución Industrial (sea o no considerada en correlación al capitalismo) supone una ruptura radical con todas las formas anteriores de organización, a través de las cuales permanecerían rasgos invariantes que darían prueba de la esencial singularidad del ser humano:

"Hay que tener en cuenta que desde la revolución neolítica , hace casi 10000 años, hasta el siglo XVIII , a pesar de que aparentemente han sucedido muchas  cosas, tecnológicamente y, yo diría, también socialmente,  estamos ante ante  un sistema estable que practicamente  no cambia en  todo ese tiempo. Se trata de un sistema basado en la agricultura en los recursos energéticos de la tierra y en la ganadería[...] Este esquema se mantiene durante siglos (o durante miles de años) y es practicamente el mismo hasta que sobreviene la revolución industrial."           

Esto explicaría que un campesino del mezzogiorno italiano transportado hace 60 años  al universo de esa Fiat símbolo del  Piamonte fábril pudiera sentirse más desarraigado que si lo hubieran trasladado a  un pueblo de Anatolia. Pues bien:

La lectura de estas páginas sobre las formas de vida de los neandertales, me ha hecho pensar que el argumento es en parte  ampliable a nuestros lejanos parientes. El paisano  evocado por José  Saramago  que  se quitaba respetuosamente el sombrero ante el paso de la muerte  se sentiría  quizás más próximo al ritual funerario del neandertal que  al gélido trato con los difuntos en esos espacios sin alma denominados tanatorios.

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13 de octubre de 2011
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La técnica y el ser del hombre: del control del fuego a la medida cuántica III

III Las etapas de fuego

En el diálogo que estoy aquí evocando, Eudald Carbonell y Jordi Agustí se refieren al peso del fuego en la evolución de los homínidos y concretamente de homo sapiens. La sabana africana sufre incendios por lo  que topar con el fuego  y protegerse del mismo  aprendiendo a conocer las leyes de su despliegue es algo que muchas especies llevan en su cultura, y en consecuencia también aquellos  homínidos que hace 600000 años abandonaron ( por segunda vez y casi un millón de años después de la primera)África.  El fuego no obstante tiene varias etapas:

 Una cosa es encontrar el fuego  y otra muy diferente es producirlo, cosa que sólo homo sapiens habría conseguido. Pero como eslabón entre ambas etapas   habría la etapa fundamental del control. Si los primeros emigrantes de África (ancestros de Homo georgicus y homo antecesor),  se asientan prioritariamente en climas templados  del Mediterráneo o del Cáucaso, el control del fuego habría  permitido ya a Homo heidelbergensis expandirse por fríos climas del norte y este de Europa.  Pero localmente hay un segundo aspecto igualmente relevante: el control del fuego permite canalizarlo, transportarlo al refugio y estructurar en torno al mismo un singular modo de comportamiento:

 Al leer las afirmaciones de Carbonell he tenido la impresión de que ciertos grupos  de neandertales, y quizás también de heidelbergensis,   jerarquizaba el espacio a la manera más o menos como lo hacen aun las comunidades rurales de muchas partes del globo y hasta hace muy poco se hacía  entre nosotros, es decir, organizando la vida en común en torno a unidades de combustión en habitáculos de  unos veinte metros y sirviéndose del fuego, no sólo para cocer  alimentos y como elemento fundamental de profilasis, sino también para iluminarse y en consecuencia  para protegerse y...cohesionarse. Pues  el fuego que ahuyenta tanto a depredadores de otras especies como a semejantes prestos a   la rapiña, atrae por el contrario a los susceptibles de compartir intereses. Algo fundamental ocurre entonces: los pequeños asumen pautas de conducta  que son ya características del grupo y no de de la especie, en el seno de la cual se introduce la diversidad cultural. Complementariamente a la selección darwiniana, que  en sentido estricto afecta a los individuos por su mayor o menor potencialidad  para responder a las exigencias de la especie, surge una selección intra-específica que favorece la descendencia de grupos mayormente cohesionados.

 Carbonell y Agustí enfatizan que el proceso se acentúa en  razón de dos causas  quizás estrechamente vinculadas: homo sapiens   traspasa  la frontera entre  control del fuego y producción directa del mismo, pero sobre todo se sitúa sin lugar a dudas  a este lado de la frontera que separa el lenguaje de los códigos de señales, más o menos complejos; homo sapiens, indiscutiblemente habla en torno al fuego. Se dan ya entonces  las condiciones para que la  cohesión horizontal entre adultos se doble de cohesión vertical entre adultos y niños para quienes el hablar de los mayores supone fertilización de su propia potencialidad de seres de palabra, asegurando así el relevo de la misma.

 Jordi Agustí señala, que  desde la producción del fuego este hablar en torno al mismo ha permanecido como un universal antropológico...hasta la revolución doméstica que supuso la calefacción central, es decir, hasta ayer mismo. Asunto en modo alguno baladí y que nos retrotrae al tremendo problema del corte  en la sucesión de generaciones que caracteriza nuestro modo de existencia.

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11 de octubre de 2011
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El Boomeran(g)
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