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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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La matriz del odio

Leo ("Le Monde Diplomatique Julio 2013) un impresionante informe del profesor Vicenç Navarro sobre los orígenes de la conmoción económica actual, en el que se describe la rebelión del poder contra el compromiso, trabado en los años de posguerra, entre la defensa de los intereses del capital y la defensa de los intereses del trabajo, el cual había permitido que lo globalmente percibido por el trabajador (salario directo más beneficios sociales) aumentara paralelamente a la productividad. Puesto en cuestión desde principio de los ochenta, el pacto quedaría tocado de muerte desde la caída de la Unión Soviética, aunque el ataque se disimulara por la necesidad de subvencionar la reunificación alemana que exigió aumentar el déficit público y generar una dinámica de endeudamiento, primero en la propia Alemania y después en toda Europa, mediante el expediente de esa "alemanización de los intereses monetarios" que supuso la creación del Euro.
Este endeudamiento habría a lo largo de unos años disimulado que la batalla la iba ganando el capital, y las cifras que da el profesor Navarro son escalofriantes: "Durante el período 1981-2012, el descenso de las rentas del trabajo fue de un 5.5 en Alemania, un 8.5 en Francia...y un 14.6 en España". Naturalmente para que esto pudiera ocurrir la forma de terrorismo consistente en disciplinar a los trabajadores con la amenaza del paro fue un ingrediente clave. De tal forma que el desempleo, lejos de ser una maldición para los gestores, del capital es un arma indispensable...que obviamente puede conducir a la explosión del sistema. Bastaría quizás con que los trabajadores alemanes empezaran a sumir las consecuencias de que "tienen más en común con los trabajadores de los países GIPSI [acrónimo que al incorporar a Italia vendría a sustituir al "ocurrente" PIGS] que con su establishment financiero y exportador". Obviamente, tras los alemanes habrían de incorporarse a la causa los trabajadores del norte de Italia y los de Cataluña o Finlandia...
¿Y entretanto? Simplemente la guerra fratricida, el rechazo a la otra víctima, sustituyendo a la lucha contra el capataz propio (y digo "capataz", porque aquí efectivamente nadie tiene el mando, lo cual, aunque exime de responsabilidad a los que parecen tenerlo, no por ello les hace menos viles). En el ínterin... simplemente la obediencia, obediencia que alimenta la matriz del odio.

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25 de julio de 2013
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“Nunca hubo tanto odio”

Los que, en apariencia al menos, tienen cierto mando sobre nuestros destinos, gestores de la finanza en primer lugar pero también las vacas sagradas de la ciencia económica, mantienen en ocasiones serias discrepancias sobre cómo ha de ser pilotada la nave de cada una de las grandes zonas económicas del planeta. Así frente a la invitación de Georg Soros para que Alemania asumiera claramente el mando en la Eurozona, el economista alemán Hans Werner Sinn afirmaba taxativamente ya hace casi un año en Inglaterra "Germany should not lead in Europe". Sinn se ha mostrado en muchas ocasiones escéptico en relación a la moneda común, y desde luego soy, como casi todo el mundo, incapaz de seguirle en las razones técnicas que esgrime, no digamos ya de responder a la pregunta sobre qué está defendiendo con sus tomas de posesión, en la empantanada guerra de los intereses grupales. Sin embargo una declaración suya en el foro económico de Mandeburgo, de la que se ha hecho eco la prensa económica, apaga el alma por su pavorosa lucidez. A su juicio "nunca como ahora hubo tanto odio en el seno de Europa", lo cual sería una muestra fehaciente del fracaso de un proyecto que en teoría realizaría el sueño (esencialmente social-demócrata) de una confraternización sin precedentes entre los europeos. ¿Nunca tanto odio? Quizás sea exagerado, no estamos en la Europa de esa guerra en la que "al llegar la primavera ya sólo florecen tumbas", pero en todo caso nunca probablemente hubo tanto desprecio. Desprecio que puede ser tanto más afirmado de manera explícita cuanto que la canalización de la energía hacia la confrontación entre enteras comunidades es la vía adamantina para impedir (provisionalmente al menos) que se restaure el objetivo fraternal de apuntar a la auténtica matriz de esta gangrena.

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23 de julio de 2013
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…en la misma montaña

El paleontólogo Eudald Carbonell co-director de Atapuerca reitera en una entrevista en un diario barcelonés su convicción de que un día los humanos nos comportaremos respondiendo a intereses de la especie, en lugar de responder a meros imperativos de subsistencia individual o de conveniencia grupal. Ese día las diferencias contingentes ("color de piel, lugar de nacimiento") serán variables secundarias, de tal manera que -cabe decir- la humanidad empezará a sentar las bases de su realización. La humanidad que nosotros constituimos...y algo más, pues como ya he tenido ocasión de comentar aquí mismo, el descubrimiento de que el genoma de hombre de Neandertal presenta la misma mutación en el gen FOXP2 que en homo sapiens constituye una de las condiciones de la articulación lingüística, hace que -sin subordinar lo esencial- la causa del hombre pueda hoy entenderse como causa de todo un grupo de homínidos. Todos aquellos cuando menos que (marcados por el hecho determinante de la techne) comparten con nosotros, "capacidad de socialización, herramientas, vida en grupo", de tal manera que a la pregunta "¿qué le gustaría encontrar en Atapuerca?" Carbonell puede dar la bella respuesta siguiente: "Ya tenemos Homo erectus, Homo antecesor, Homo heidelbergensis...y ahora me gustaría hallar un neandertal y así reunir a todas las humanidades en la misma montaña".

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18 de julio de 2013
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Solo los comunistas

En medio de la algarabía mediática que acogió la caída del muro de Berlín, toda voz no ya discordante sino prudente respecto a la significación de los acontecimientos lo tenía verdaderamente difícil, y un reiterado argumento bastaba para acallarla: derribar aquel muro significaba socavar por fin el estalinismo, con su cortejo de deportaciones, fusilamientos y paranoica vigilancia de la población civil en la que había caído el régimen soviético. Nadie se preguntaba por las causa de aquella brutal desviación respecto a los idearios de la Revolución de Octubre. No cabía entonces siquiera aventurar la hipótesis de que la tiniebla era resultado de condiciones exteriores al ideario mismo, que la negativa relación de fuerzas que había hecho imposible la universalización de la revolución se hallaba en la base de la conversión de un proyecto de dignificación de la entera humanidad en efectiva sumisión de una parte de esa humanidad.
Sin embargo, mientras se repetía una y otra vez que el muro derrumbado era el símbolo de la conquista por el mundo de la libertad (¡ni más ni menos que de la libertad!) no faltaron los aguafiestas. Alguno se atrevió a conjeturar que si la caída del bloque soviético era quizás liberadora para una fracción de las poblaciones de los llamados países de Este, estaba por ver si era bueno para los trabajadores, e incluso para una parte de la clase media de los países llamados occidentales. Se estaba sugiriendo simplemente que, abolidos los principios de la Revolución de Octubre e invertida la relación de fuerzas entre los países del llamado socialismo real y los países capitalistas... las bases del proyecto social demócrata no tardarían en ser laminadas. Pues bien:
No fue necesaria la actual crisis para cerciorarse de lo acertado de aquel temor. Tras un tiempo de forzada transición (debida entre otras cosas a la necesidad de cerrar el ciclo histórico, unificando Alemania bajo el mirífico paraguas de la construcción de Europa) lo real, la verdad del régimen social llamado de libre mercado, ha emergido en toda su crudeza, despertándonos de la ensoñación. Una máquina que nadie controla, surgida sin duda del ser humano, pero indiferente a la causa del hombre, y hasta enemiga de la
misma, se ha impuesto. Esta máquina genera situaciones sociales que hace un cuarto de siglo nadie podía prever que se darían en nuestro horizonte; genera la pauperización de un enorme sector de la población y con ello toda una secuencia de corolarios, inevitables en ausencia de resistencia, dificilísima resistencia que pasaría en primer lugar por asumir la tremenda contradicción en la que nuestra existencia social hoy se desenvuelve.
Y así en esta Europa que se presentaba como un ámbito de reconocimiento mutuo de las culturas y las lenguas que forjan los pueblos, se desata desde hace años una tormenta casi sin precedentes de desprecio y resentimientos. Desprecio y resentimiento gestionados por políticos que ni siquiera cabe calificar de oportunistas, por tratarse de meros comparsas de ese invisible Señor que recibe el nombre de mercado. Y así, mientras se iban fraguando para designar a países enteros acrónimos tan trivializados como intolerables, en el seno de esos mismos países se desencadenaba una tremenda lucha, no por reivindicar la dignidad colectiva, sino por intentar escapar aisladamente al vocablo despectivo de turno, considerado justo tratándose del vecino del Sur más o menos inmediato, pero obviamente injusto cuando se lo aplican a uno mismo.
Y como el resentimiento se nutre tanto de triunfo como de fracasos, el despreciado encuentra argumentos ad hoc para descalificar al otro, sea por lo pretendidamente provinciano de su cultura o su lengua, sea por lo intrínsecamente mezquino de su
fenotipo social. Los eslóganes forjados hace precisamente veinte años `por el sórdido Bossi se generalizan. Su "SPQR...sono porchi questi romani", con el que desencadenaba las carcajadas del auditorio "liguista" ( cargado de sentimiento cívico falso pero odio auténtico ) se convierte en la expresión local del acrónimo de los pigs, a la par que la vaca padana es clonada por doquier en esa vaca que cada uno aspira en su triste ombliguismo a defender.
Y en lugar de resistencia contra el mal, se produce un desgarro en el seno de la ciudadanía, concretamente en España ( de momento en el orden de los símbolos) dónde nos despellejamos por las patrias o por lo aleatorio de un resultado deportivo, perpetuándose así la explotación, la genuflexión y el miedo. Todos contra todos y el capital a la vez omnipresente y agónico aspirando la poca sangre de esos pueblos confrontados. Y mientras los forzados por doce horas de trabajo ven como enemigo al que está obligado a aceptar aun dos horas suplementarias de esclavitud, el hablante de una lengua ve como enemigo al hablante de otra, sometiendo así a una suerte de selección (que nada tiene de natural) aquello que en su diversidad es epifanía de la matriz que hace a la humanidad.
En la Europa de los años en los que la actual calamidad social, la conversión en pesadilla de la ensoñación social-demócrata, aun no se daba, sólo los comunistas veían que tal sería el destino de nuestras sociedades si el ideario de la revolución de octubre fracasaba. Sólo los comunistas tenían claro que, en la sociedad sometida a la lógica del capital, el criterio del provecho es inevitablemente la medida de todas las cosas, siendo entonces imposible que pueda cumplirse el destino de la humanidad, a saber la lucha por la realización en cada uno de las potencialidades que nos corresponden como individuos de una singularísima especie, esa asunción del problema global de la existencia evocado por Marx al final de sus Manuscritos del 44.
Por atenerse a nuestra historia, sólo los comunistas encontraban en la España del túnel franquista, (como siguen encontrando ahora) insoportable que la energía que habría que concentrar en la etapa previa (la liberación de las cadenas sociales) a la confrontación que nos hace hombres, fuera canalizada hacia querellas de cuyo desenlace positivo nada realmente cabe esperar, aunque el desenlace negativo sea causa de frustración sin medida. Y desde luego sólo los comunistas denunciaban con radicalidad las tentativas de jerarquizar las diferencias de cultura y procedencia, unificando en las zonas fabriles la defensa de los inmigrantes de la España rural y la defensa de la cultura y la eventual lengua autóctona.
Mas si en la confrontación actual de todos contra todos, favorable tan sólo a los intereses de una maquinaria desalmada, alguien osa denunciar en nombre de los principios de una u otra manera reivindicados por los comunistas, se le objetará de inmediato que el estalinismo del pasado le priva de toda legitimidad respecto a la denuncia del presente y se le comparará al fascista o al franquista, haciendo insoportable amalgama entre lo que supone una tragedia de la humanidad ( el fracaso del noble ideario que movía a la Revolución de Octubre) y lo que constituye desde su misma raíz un proyecto de doblegamiento de esa misma humanidad.

Cuando en mayo de 1949 el ejército revolucionario chino se ampara de Shangai, considerada el templo financiero del país, se encuentra en la ciudad Robert Guillain, periodista francés desaparecido en 1998 y que cubría los acontecimientos para el diario Le Monde. Robert Guillain transcribe en su crónica la reacción de un anciano francés a quien los comunistas aterraban, y que contempla emboscado como toman rápidamente el control. El francés empieza a llamar marcianos a los recién llegados , y ello en razón de que, tratándose de soldados ocupantes, resulta que "no hacen pillajes, no violan y no roban". Y tanto más marcianos se le antojan a aquel hombre, cuanto que por lo paupérrimo de su aspecto y lo frágil de su equipamiento militar, todo hacía pensar en descontroladas bandas: "Uniformes desteñidos, color zumo de hierba, viejas ametralladoras: es un ejército de guerrilleros que surge desde los campos de arroz para ocupar la ciudadela del capitalismo". Guerrilleros, sin embargo (reflexiona) "que respetan a las muchachas y duermen en las calles. Si cogen el tranvía pagan los billetes." Guillain señala otro aspecto sorprendente: a medida que la ciudad está ya controlada, estos marcianos no solamente están en el ejército, sino también en la administración. Civiles en uniforme, anónimos e inclasificables se deslizan sin destruir nada por los despachos e imponen muy pronto una disciplina de insólitas virtudes: austeridad e incorruptibilidad".
Robert Guillain no es un comunista y posiblemente se halla tan sorprendido como su anciano compatriota por el comportamiento de aquellos "marcianos". Comportamiento que se iría convirtiendo en rareza, cuando el ideario iba perdiendo fuerza, hasta desaparecer totalmente cuando, en China como en Rusia, la caída de confianza en la efectiva realización del ideario por el progresivo sentimiento de que se iba perdiendo la batalla, se traduce en la renuncia a su universalización, la trampa de la competencia pacifica con el otro sistema (para el que competir constituye la esencia), y la consecuente paranoia estalinista, es decir, la canalización hacia el control interior de la energía que habría que destinar a combatir al enemigo...
Y sin embargo, es corolario de la idea misma de comunismo ese comportamiento ejemplar de los soldados rojos en Shangai. Corolario de la apuesta por la realización de la humanidad, es decir - de entrada- apuesta por la abolición de las circunstancias sociales que mutilan las potencialidades humanas. Apuesta sustentada en la convicción de que la indigencia material y la ruindad moral tantas veces a ella asociada, no agotan el ser de los individuos humanos y que, en un registro más o menos inconsciente, cada uno está esperando que se le ofrezca la posibilidad de mostrar que así es.

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4 de julio de 2013
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La extraña lengua

Yanko Goorall, sobrevive al naufragio en las costas británicas del vapor Herzogin-Sophia Dorotea que conducía a América emigrantes centro europeos. Ignorante de dónde se encuentra, vaga por la campiña vecina a la costa, generando, terror y rechazo entre los habitantes de los cottages, desconfianza que se acentúa al oírle hablar su lengua montañesa, para ellos absolutamente indescifrable. Tras la mediación entre otros del médico de la comarca y narrador de la historia (que curiosamente avanza la hipótesis de que se trata de un vasco, por lo cual le dirige infructuosamente unas palabras en Español y en Francés), Yanko se incorpora como trabajador en una granja, siempre en una atmósfera hostil, que los niños del lugar interiorizan, oscilando entre la huída temerosa y la mofa. Una muchacha, Amy Foster se enamora no obstante del extraño y venciendo la oposición de su familia y vecinos acaba casándose con él, compartiendo ahora su vida en un cottage. La llegada de un niño procura a Yanko Gooral una alegría tanto más grande cuando que, por primera vez desde su naufragio, ve que muy pronto "habría un hombre con quien podría cantar y hablar en la lengua de su tierra".
Tal es la trama de uno de los relatos de Joseph Conrad que bajo el título de Amy Foster, ofrece un punzante caso de conflicto lingüístico, que corrompe una relación sustentada precisamente en la nobleza de carácter de las protagonistas y su capacidad de resistir con entereza a las convenciones sociales.
La fatalidad que acompaña a Yanko hace en efecto que Amy Foster empiece a ser minada por la idea de que el aprendizaje de aquella lengua "tan turbadora, tan pasional y tan extraña" desarraigaría a su hijo respecto a los valores del entorno, valores henchidos de prejuicios que ahora retornan en ella, como si en lugar de ser realmente vencidos hubieran sido meramente encubiertos. Y así, un día que en el umbral del cottage, Yanko entonaba para su hijo una de las canciones que las madres cantaban a los bebés en su montaña, Amy Sister arranca con brusquedad el niño de sus brazos. La diferencia, la inquietante alteridad que tanto le había atraído en Yanko, acaba por generar -¡también en ella! - temor y rechazo. Lo que sigue es de esperar: Amy Foster abandona el cottage levándose al niño. "¿Por qué?" se preguntará Yanko antes de expirar como clamando ante un responsable Hacedor ¿Por qué Amy Foster no quería que en su hijo hubiera una continuidad para su lengua? "Una racha de viento y un zumbido fueron la única respuesta".

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25 de junio de 2013
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Recto hilo

Cuando en 1948 Claude Levi-Strauss presenta la tesis doctoral en la que mostraba la verdadera esencia de las relaciones de parentesco, hasta entonces confundidas con formas contingentes que el parentesco puede adoptar, una de las cuales, sólo una, tiene base en la comunidad de ancestros, se abría una puerta que permitiría relativizar el peso de ciertas estructuras abusivamente consideradas casi como universales antropológicos. Por dar un ejemplo provocativo: es perfectamente concebible el relevo generacional y la plena transmisión de la palabra en ausencia de los modos de organización que designamos con los vocablos "familia" o "estado", pero no es concebible tal cosa en ausencia de las estructuras básicas de lo que designamos por "música". Así pues, si queremos garantizar universales antropológicos, es decir, condiciones de posibilidad del perdurar de nuestra especie, mejor haríamos en defender la música que en hacer nuestras las tesis del primado Rouco (1).
Mas si ciertas instituciones han podido usurpar lo que para el ser humano es más caro, lo que garantiza el perdurar de su singularidad entre las especies animales, es porque en algunos de sus rasgos responden plenamente a lo universal, perturbado ciertamente en tal embalaje, pero abriéndose camino a través del mismo. Si la Naturaleza de Horacio (evocada por Freud) retorna en la furca misma con la que se intenta expulsarla, se diría que el espíritu (el conjunto unificado de facultades compartido por los seres de razón y de lenguaje) consigue desplegarse a través de los expedientes que intentan sino abolirlo, al menos canalizarlo o cercenarlo.

 

***

 

Una mujer de treinta y siete años, italiana del mezzogiorno, que había realizado estudios humanísticos en una universidad del Norte vive hoy en una ciudad extranjera, también vapuleada por la crisis, que busca paliativo en el turismo. Trabaja esta mujer tres días por semana en un establecimiento que es a la vez tienda y bar, atendiendo con una consideración que raya la ternura al grupo de parroquianos, jubilados o próximos a serlo, que confieren calor a un local que, sin ellos, se vería condenado a ser un eslabón más en el cansino deambular de los grupos de turistas. Pronto regresará por unas semanas a su localidad natal para contraer matrimonio, y me lo comunicaba mientras me alargaba "para acompañar al vino" un cartucho con unos pastelillos salados con los que uno de los habituales acababa de obsequiarla. La tremenda y profunda serenidad, la afirmación vital que emanaba de esta mujer, que poco antes me exponía su pesar por haberse visto obligada a abandonar sus estudios, su comprensiva sonrisa al escuchar las fantasiosas discusiones de los huéspedes, los chistes que olvidan a veces haber ya contado o sus recuerdos sublimados del pasado de la ciudad... Esta cotidianidad tan trivial como verídica me hizo sentir que el poder económico e ideológico que envuelve nuestras vidas no consigue impregnar el fondo, no deja de ser un armazón superficial, una superestructura.
La situación me retrotrajo a la vivida hace muchos años, en la adolescencia y en pleno Franquismo, cuando llegado al atardecer en autostop a un pueblo almeriense fronterizo con Murcia y decidir pasar allí la noche, compartí largas horas en la taberna vecina a la fonda, con los habituales del lugar. Tuve entonces la certeza de que una dictadura política era impotente a doblegar lo esencial de lo que forja el trato entre los hombres. Sentimiento que se repitió después ( siendo ya estudiante en París) en un pueblecito de una Grecia aun con la sombra del régimen de los coroneles, pesadilla política que de ninguna manera había logrado hacer de los griegos seres apagados. Aprendí entonces a amar una Grecia concreta, como en aquella estancia en el pueblecito de Velez Rubio, tuve enorme cariño por España, un España en la antítesis de la parodia castiza de los que veces han usurpado su nombre y que tantas veces se presta (con toda la estupidez del mundo) a servir de coartada a quienes, polarizados frente a ella, confunden a veces la dignidad de su propia identidad con el repudio del otro.
Hay en las relaciones entre los hombres un "recto hilo", una urdimbre simbólica esencial que mantiene con firmeza la trama de las costumbres, lazos vinculantes, ritos y fiestas que los poderes intentan canalizar con múltiples expedientes, los cuales al final se revelan impotentes. Lo esencialmente festivo en el día que se apresta a vivir esta mujer italiana está sólo encubierto por los ropajes del vínculo convencional y por el proyecto de constitución de una célula familiar. Por ello la crítica frente a estos ropajes sólo tiene sentido con vistas a, con mayor vigor, reivindicar lo que subyace. Por dar sin ambages un ejemplo: el repudio de la canalización de los lazos por la estructura parental ha de apuntar precisamente a una radical reivindicación de la fertilidad y del ciclo de las generaciones, condición no sólo del perdurar de la humanidad, sino del bien vivir compartido.
Me hablaban unos amigos vascos de que el reciente fallecimiento de una anciana fue aun ocasión de una auténtica fiesta de despedida, con los allegados y familiares desplazándose hasta el lugar dónde por reiterada voluntad de la fallecida deberían ser esparcidas sus cenizas. Quizás no es siquiera cierto que la muerte es lo más duro. Lo duro es tanto vivir como morir allí donde, con los ritos y costumbres a los que arriba me refería falta el sentimiento de fraternidad, sin el cual no es posible la posibilidad de fiesta y de afirmación, falta simplemente el bien vivir como falta el buen morir, en estas nuestras sociedades marcadas por la separación horizontal en las generaciones, configurada emblemáticamente en el apagamiento de la vida en esos espacios sin referencia, literalmente desarraigados, que son los contemporáneos tanatorios.

 

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(1) Otra cosa es que las degradadas condiciones socio-económicas conviertan a las entidades sociales defendidas por éste (desde la familia tradicional a las instituciones de caridad) en consuelo de afligidos. Pero ha de quedar claro que se trata de una aflicción no inherente a la organización de los hombres, sino de una aflicción contingente, resultado de un mal evitable, mal insoportable que ha de mover a la rebelión, pues si el hombre se revela plenamente cuando mantiene su entereza ante el mal trágico, no es su destino asumir con pasividad el mal innecesario.

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18 de junio de 2013
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Los ojos del sapo

Me he referido aquí en ocasiones al hecho de que se nos presente como universales antropológicos, casi como expresión de una necesidad natural, ciertas instituciones perfectamente contingentes, que reducen la potencialidad social de nuestras aspiraciones, nuestros afectos o nuestra sexualidad, canalizando al servicio de las mismas asuntos tan trascendentes para la especie humana como el sentido que debemos dar al relevo de las generaciones. Un ejemplo:
Cuarenta años atrás era común en toda Europa la mirada crítica reflejada en películas como Family life del británico Ken Loach, hoy sin embargo la crisis sirve de coartada para que se expanda la tesis de que extra familiam nulla salus de tal forma que adaptarse al angosto horizonte que conduce a la locura a la protagonista del citado film, es considerado un precio menor a pagar por tener un resguardo ante la intemperie ( no es necesario evocar al primado Rouco, el principal dirigente de Esquerra Republicana de Catalunya mantenía análogas posiciones en una entrevista realizada hace unos meses, y no es el único en partidos de trayectoria laica).
Y como no podía ser menos, este camuflaje de los aspectos alienantes de estructuras colectivas y la pasiva sumisión a las mismas se traduce en pusilánime tendencia a negar la miseria subjetiva, cumpliéndose así en ambos registros el dicho según el cual jardines fantasiosos camuflan la presencia de sapos verdaderos. Pero el camuflaje no siempre alcanza a velar los desproporcionados ojos, que se agigantan una y otra vez en el mundo de los sueños, un mundo que es garantía de encuentro con lo real precisamente porque nada puede ya entonces ese sujeto de la cotidianidad que aplica mil argucias para soslayarlo. De ahí que si para nuestra entereza quizás sea confrontación mayor el pensamiento del último sueño, para nuestra pusilanimidad es ya prueba excesiva el sueño más trivial.

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13 de junio de 2013
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Temor al último sueño

Desgraciadamente para nuestro yo más pusilánime, pero felizmente para el rescoldo de inclinación a la verdad que se halla en cada uno de nosotros...no hay manera de evitar los sueños. Y que nadie suponga que se trata allí de un reto menor, pues si lo onírico supone intervención de la imaginación, tras la síntesis que ésta realiza hay un contenido que viene dado (los colores en la paleta del pintor según la analogía efectuada por Descartes), un contenido que se impone, y que por su irreductibilidad misma tiene la dureza de lo propiamente material. Por eso cabe la conjetura de que aquí reside lo que el ser humano más secretamente teme, que el temor a la muerte oculta el temor a la trama del último sueño.
Sometiendo a baremo el peso de la variable muerte, o avanzándose al encuentro con la misma, el hombre puede tener el sentimiento de invertir la jerarquía, de que él marca la pauta, pues no es lo mismo precipitarse ante lo inevitable que esperarlo pasivamente o huir del mismo. Pero este control no se extiende en absoluto al contenido del último sueño. Ni siquiera hay garantía de la extensión finita del mismo, o cuando menos no hay garantía de la subjetiva vivencia de tal finitud pues, irreductible al segundo del reloj físico, la unidad de medida del sueño podría dilatarse sin cota, convirtiendo así en vivencia la metáfora del sueño eterno. La precipitación hacia el fin sería entonces de hecho inmersión en un horizonte de inquietantes incógnitas. De ahí que este sea quizás uno de los terrenos en los que la entereza humana puede verse radicalmente puesta a prueba...uno de los fantasmas que pueden llegar a apagar el ánimo de quienes han dado muestras de considerar que de ninguna manera la vida es preferible a la libertad.

 

 

 

 

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6 de junio de 2013
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El conflicto es filosófico

Las hipótesis de una teoría científica tienen a veces que compartir el terreno con hipótesis que no casan con las mismas, pero que no es posible sacrificar a fin de poder explicar fenómenos diferentes de los que se explican con las primeras. El paradigma es la hipótesis de la naturaleza corpuscular de la luz, que no logra desterrar la hipótesis de la luz como continuo ondulatorio. Pero en las columnas anteriores planteaba una cuestión muy diferente. Se trata de un problema filosófico, quizás el problema filosófico por antonomasia para cuyo abordaje es absolutamente imprescindible buscar anclaje en la ciencia, la cual sin embargo nos conduce a una aporía.

La teoría cuántica de la medida y la teoría evolucionista (hoy sustentada en la genética) no tienen entre ellas problema alguno en el terreno estrictamente científico. Lo tienen sin embargo en el terreno filosófico y concretamente en el de la antropología filosófica. Pues la segunda disciplina naturaliza al hombre mientras que la primera conduce a preguntarse si tal naturalización es compatible con el comportamiento ordenado de esa misma de la que el hombre sería exhaustivamente fruto.  

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4 de junio de 2013
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El hombre del que habla el naturalista y el sujeto de la medida cuántica

El asunto que evocaba en la columna anterior se halla directamente vinculado al problema del peso del sujeto en la observación cuántica, en la operación de archivar y consignar los resultados en un proceso de medición, y de hecho es indisociable del problema del realismo en un sentido fuerte, es decir, de la existencia o no existencia del universo como conjunto unificado de entidades provistas de propiedades, aun en ausencia de todo testimonio relativo a tal estado de cosas.
La teoría cuántica se ha encontrado ante el dilema de determinar si una medición nos da información sobre el estado de cosas que precede a la medición, o solamente sobre el estado de cosas que resulta de la propia medición. Y digo que se ha encontrado ante ese dilema porque a pesar de los protocolos teóricos y las concreciones experimentales que se suceden desde hace medio siglo y que van más bien en el sentido de la segunda hipótesis, la asunción de la cosa se antoja tan enorme que no han cesado de surgir tentativas para hace compatible el trabajo efectivo de la física cuántica con hipótesis realistas, deterministas y causalistas que permitan excluir la tesis de que el mundo físico se halla en un grado importante regido por el azar (1), pero sobre todo excluir la tremenda tesis antropológica según la cual, el singularísimo papel que el hombre juega en la configuración del mundo, hace imposible su reducción a momento en el devenir de ese mundo.

 

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(1) Ejemplo elemental: un fotón polarizado en un ángulo equidistante entre la vertical y la horizontal que se encuentra con un polarizador horizontal, tiene cincuenta por ciento de posibilidades de pasa o no el filtro, sin que quepa atribuir el comportamiento efectivo a otra cosa que el azar.

 

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30 de mayo de 2013
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