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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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Asuntos metafísicos 9

El mundo que reivindica un realista cabal

 

 Los físicos que más han subvertido la concepción clásica e ingenua de la naturaleza, el propio John Bell entre ellos, han puesto también en cuestión las bases filosóficas del determinismo. Si el realismo, consiste en afirmar que el mundo físico es independiente, es decir, que se da aun en ausencia de todo observador, el determinismo añade que este mundo subsistente, independiente del sujeto, no es aleatorio, sino que se haya sometido a una regularidad que eventualmente permite hacer previsiones, conjeturas razonables sobre cómo se modificará el estado de un sistema en una circunstancia dada.
Pero con ello aún no hemos agotado todas las exigencias de un realista cabal. Sea por ejemplo una moneda que lanzamos al aire. Obviamente no sabemos si saldrá cara o saldrá cruz, pero ello no significa que una u otra posibilidad resulta del azar. Tras la aparente aleatoriedad habría para el realista una pluralidad de causas que, de sernos conocidas, nos permitirían prever cual sería el resultado.
Lo aparentemente azaroso de lo que acontecerá es en última instancia la expresión de nuestra impotencia para conocer y eventualmente controlar todo lo que está operando. En un mundo determinado la probabilidad sólo hace referencia al grado de ignorancia en el que un observador se encuentra respecto a las variables que intervienen en relación al acontecimiento. Si poseyéramos el saber de todas las fuerzas que actúan no habría aleatoriedad y por consiguiente no habría lugar a cálculo meramente probabilístico. Ya Aristóteles era radical en este punto: hay para nosotros azar y suerte (buena o mala), pero no cabría hablar de azar en sí, como lo indica esta prodigiosa frase del Estagirita, premonitoras de la tesis según la cual el mundo no es resultado de un juego de dados:
"El azar y la suerte (tò autómaton kaì e túche) son posteriores a la inteligencia y a la naturaleza (kaì noû kaì phýseos) De hecho azar y suerte " son, o bien un conjunto de causas naturales o bien de causas fraguadas por la inteligencia". Y la aparente aleatoriedad se debería tan solo a que "el número de tales causas es infinito."
Esta exclusión del azar permite sostener que la naturaleza constituye un reino de leyes, que está marcada por una objetiva necesidad, de la cual la ciencia sería el reflejo en la mente humana. La convicción laplaciana según la cual el conocimiento exhaustivo de los datos iniciales permitiría describir el devenir del mundo, tiene obviamente soporte en la creencia de que efectivamente el estado inicial determina unívoca e irreversiblemente todo acontecer.
Si en el mundo exterior a nuestras construcciones cupiera el azar, la mecánica determinista no podría ser considerada ciencia del mismo. Obviamente queda la salida de afirmar que se trata precisamente de eso, que la mecánica clásica ha de ser sustituida por la cuántica. ¿Pero cabe entonces separar la realidad de nuestra intervención en la misma? Si así no fuera, la exclusión del determinismo vendría en suma a ser exclusión de la exterioridad. En suma:
Excluir el determinismo equivale a decir que del mundo objetivo no puede dar cuenta la mecánica clásica, sino en todo caso la cuántica. Mas en la medida en la que la mecánica cuántica hace muy difícil separar la objetividad de la intervención de un sujeto, la puesta en tela de juicio del determinismo equivale a puesta en tela de juicio de la autonomía del objeto respecto al sujeto, es decir: puesta en tela de juicio del postulado según el cual el mundo está constituido por cosas dotadas de propiedades, las cuales eventualmente (sólo eventualmente) vendrían a encontrar reflejo en el espíritu, puesta en tela de juicio.

 

_____________________

1  Aristóteles, Fisica,II, 7, 198 a 9-11. Sin desperdicio asimismo las líneas inmediatas: "En consecuencia, si el cielo tuviera causa en el azar y la suerte, sería necesario que con anterioridad la inteligencia y la naturaleza fueran causa de múltiples cosas [que subyacen tras el azar] y del universo mismo".  

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12 de septiembre de 2013
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Asuntos metafísicos 8

Avance sobre un problema central: ¿una naturaleza independiente del hombre dónde el azar no cabría?

 

A modo de ejemplo de temas de lo que aquí nos va a ir ocupando avanzaré en tres columnas (esta y las dos siguientes) algo sobre el problema filosófico del realismo, precisando que la cuestión no será abordada de manera precisa más que al final de estas reflexiones sobre asuntos metafísicos y, espero, enriquecida por las mismas.
Citaba en una de las columnas anteriores al físico John Bell reconociendo que los físicos quisieran en el fondo "poder tener un punto de vista realista sobre el mundo, hablar del mundo como si realmente estuviera ahí cuando no es observado". Sugería que retomar este problema con todas las armas que confiere la ciencia de nuestro tiempo constituye uno de los retos mayores de la filosofía. Obviamente al ver que se cita a un científico de la talla de John Bell para evocar un problema filosófico central, eventualmente el lector puede sentirse abrumado por la complejidad de los instrumentos de los que el filósofo debería disponer. Debo insistir sin embargo en que el problema es en sí muy elemental, que todo el mundo está en condiciones potenciales de abordarlo y que probablemente ya lo ha abordado alguna vez. Todo el mundo ha visto cogido por la cuestión del realismo, al menos bajo la forma siguiente:
¿Hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá tras mi eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, cuya percepción de esa realidad coincide aparentemente con la mía? Los instrumentos para responder en uno u otro sentido a esta pregunta cubren hoy miles y miles de páginas de sesudas revistas filosóficas o científicas y han sido esgrimidos como armas por algunos de los pensadores más importantes del siglo veinte...pero la pregunta sigue siendo sencillísima y cualquier persona es susceptible de sentirse interpelada por la misma, hasta el punto quizás de que, si su vida material y social se lo permitiera, acuciado por tal interrogación, empezaría a ahondar en los escritos eruditos, y se dotaría de los argumentos para entenderlos. Disposición de espíritu por la cual la erudición misma alcanzaría un sentido, pues se mostraría como instrumento para lo que realmente importa y no como fin en sí.
No es fácil desde luego ser realista, o no es fácil serlo a bajo precio. Ya Kant intentaba escapar al reproche de idealista postulando que tras las determinaciones que las cosas presentan ante nuestros sentidos (su color, su impenetrabilidad, su carácter inerte o animado etcétera) las cuales serían resultado de la configuración de lo inmediato por el sujeto del pensamiento y el lenguaje (lo que Kant denomina sujeto "trascendental") están las cosas "en sí", es decir las cosas sin esos atributos que muestran cuando nosotros las percibimos. Este expediente le parecía suficiente para contraponer el idealismo "dogmático" de Berkeley al suyo propio el cual, por prudente y razonable, no rompería los puentes con el realismo. Argumento poco convincente: la postulación por Kant de que hay cosas "en sí" que no coinciden exactamente con las cosas dotadas de propiedades (pues estas se deberían a la elaboración de las mismas por nuestras facultades) le permite salvar los muebles ante un realismo digamos poco comprometido, que se limita a sostener la existencia de algo exterior e independiente de las determinaciones que dan contenido a la percepción sensible y al conocimiento.
Pero el realismo en un sentido estricto y radical es más exigente, pues postula que ese mundo exterior se compone de objetos dotados de atributos con valores bien definidos, que pueden eventualmente ser objeto de observación y hasta de exactas mediciones, pero que de no ser medidos tienen realmente tales atributos. Es más: el realismo, de hecho, tiene tendencia a reivindicar una serie de principios ontológicos complementarios, como el determinismo, la localidad y la individuación, imbricados de tal manera que el fallo a alguno de ellos debilita a los demás. Ocuparse con cierto detalle de estos principios será uno de los objetivos centrales de esta reflexión. En la próxima columna haré una primera aproximación vinculándolos al problema del realismo e intentando mostrar que para un realista cabal (Aristóteles, pero también Einstein) ninguno de estos principios puede ser sacrificado.
 

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10 de septiembre de 2013
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Asuntos metafísicos 7 ( Revisión)

El soporte de la tesis que hace de la filosofía un universal antropológico

 Aunque con múltiples digresiones sobre muy diversos temas, la reflexión desde hace años realizada en este blog ha consistido fundamentalmente en explorar los caminos que abre cierta concepción antropológica que tiene sino arranque sí al menos cimiento firme en los trabajos de Aristóteles.
Ante la interrogación sobre la especificidad de la naturaleza humana, sobre las facultades que caracterizan al hombre como especie animal, y sobre las condiciones socio-económicas, políticas o educativas sin las cuales no hay posibilidad de que estas facultades se desplieguen, he glosado en múltiples ocasiones la tesis aristotélica de que el hombre es un animal marcado por un doble rasgo, de hecho indisociable: por un lado lo que Aristóteles denominaba "techne" (técnica a la vez que arte), una facultad que le permite completar lo proporcionado por la naturaleza con cosas que no hubieran podido resultar de una convergencia ciega de causas; cosas que, en ocasiones, ni siquiera responden a exigencias de conservación animal (frutos de la techne en el sentido de arte). Por otro lado, el hombre es asimismo un animal dotado de la facultad de efectuar razonamientos (logismois), facultad en la cual se halla intrínsecamente imbricado el lenguaje.
Esta doble capacidad marca la naturaleza del hombre, la cual entre otras cosas se reivindica como inclinación a lo que Aristóteles llama "eidenai", inclinación a activar la potencia de idear, la potencia de subsumir bajo conceptos. Dado el vínculo íntimo entre esta actividad y la condición lingüística, esta tendencia del hombre no está lejos de lo que el pensador Steven Pinker denomina "instinto de lenguaje". Si este instinto en pos de enriquecer aquello que le singulariza es de alguna manera debilitado, cabe entonces decir que el ser humano se haya mutilado en su esencia.
Por ello la defensa de la causa del hombre pasa en primer lugar por contribuir a socavar la arquitectura social que hace imposible la activación de su singular potencia, la activación de las facultades que determinan su especie. El individuo humano sólo ha de estar al servicio de aquello que en si mismo es proyección de la específica naturaleza humana, lo cual en última instancia supone tener como fin en sí el enriquecimiento (con espejo en el propio espíritu) del pensamiento y del lenguaje. Esto tiene incluso un corolario: la capacidad de pensamiento y de lenguaje puede y debe ayudar a la propia subsistencia individual, pero de ninguna manera debe reducirse a esta función auxiliar; de ninguna manera debe renunciar a sus propios objetivos.
En concordancia con lo anterior he reivindicado esa modalidad de despliegue de la naturaleza humana que es la reflexión filosófica, defendiendo la tesis de que la filosofía no es en su esencia otra cosa que asunción de ciertas interrogaciones universales, las cuales son espontánea e ingenuamente planteadas por los niños, de cuyo espíritu sólo llegan a ser erradicadas mediante una auténtica violencia a su naturaleza. Cabe decir que se da en todo humano una disposición filosófica, simplemente porque los asuntos de la filosofía conciernen a toda persona tensada por lo desconocido e inquieta sobre su ser y su entorno, y en modo alguno tienen como condición el ser una persona culta y menos aún una persona erudita (la erudición alcanza su legitimidad como instrumento de la filosofía y no como presupuesto de la misma). El postulado, sin ninguna duda político, que anima este escrito es, en suma, el de que pensar constituye cosa de todos, pues en el pensar realiza su especificidad como animal. Y la concreción de este postulado consiste en un replanteamiento de algunos de algunas cuestiones que, siendo elementales y precisamente por ser elementales cabe considerar como universales del espíritu, cuestiones que cabe designar como asuntos metafísicos.

 

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5 de septiembre de 2013
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Asuntos metafísico 6. Hacer propia la radicalidad de descartes

Procedente o no de la física, el metafísico contemporáneo parece abocado a revivir la aventura cartesiana, a preguntarse de nuevo  si el mundo físico,  que fue su punto de arranque,  no tiene en realidad el mismo estatuto que las representaciones de los sueños, muchas de las cuales además de diferenciarse de lo que sentimos como propia  identidad, muestran  esa  irreductibilidad  a la misma que nos parecía ser una de las marcas de lo físico (pareciendo  moverse y ocupar posiciones, distinguiéndose así de líneas, superficies, intervalos tridimensionales carentes de densidad,  y otras entidades puramente abstractas).

Y lo que nos llevará a este replanteamiento del problema de la realidad del mundo no será ya exactamente la lectura de Descartes (que seguirá sin embargo siendo un gran punto de referencia), sino la reflexión sobre los principios que regulan nuestra concepción de la naturaleza y nuestro ordinario trato con ella. Interés  por los principios reguladores que obliga al metafísico a acercarse al trabajo del fisico, a menos que la aproximación sea en sentido contrario:

El físico, por definición, trata de una dimensión del ser  que no coincide fenomenológicamente con la dimensión del pensamiento, y no se ocupa del problema metafísico relativo a cuál es la auténtica relación entre ambos dominios; o si lo hace es en paralelo, como el Einstein interesado por las tesis de Kant a las que había sido introducido desde la adolescencia por Max Talmey, un joven universitario que frecuentaba su domicilio paterno en Munich.

Y sin embargo...el físico puede verse por su propia tarea científica, y precisamente  para mantener la fidelidad a la misma, conducido a plantearse el problema metafísico. Esto le ocurrió a Einstein en relación al problema de la significación física del tiempo y el espacio,  y le ocurrió  a los  físicos Antón Zeilinger y John Bell en relación al principio de localidad,  y le ocurre a todos ellos y  a muchos otros cuando  se trata  del realismo, problema en el que  la cual confluyen de hecho casi todos las demás. Objetivo de estas notas es abordar con cierto carácter  sistemático estos problemas. Terminaré hoy recordando esta interrogación de Husserl

"Todo esto nos dice Descartes. Pero, ¿vale la pena realmente intentar descubrir un sentido presente tras tales ideas? ¿Pueden aun conferir a nuestro tiempo nueva y potente energía?"

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29 de agosto de 2013
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Asuntos metafísico 5. Una traza en el tronco de un árbol

El hecho, indiscutible desde la teoría de la relatividad,  de que el espacio tridimensional, vacío y sin límites   carece  de realidad física no impide  que la intuición de tal espacio  tenga un enorme peso en nuestra configuración del  mundo, no impide que  pueda  ser considerado como una especie de universal antropológico posibilitador, entre otras cosas,  de la intuición de la geometría euclidiana,  esa geometría que hemos aprendido en la escuela y que para casi todos constituye de entrada pura y simplemente la geometría. Se establece así una suerte de doble verdad: verdad es que el mundo responde a métricas no euclidianas, pero verdad es también que, para algo tan importante como nuestro comercio con él, el  mundo es perfectamente euclidiano.

Hay muchos otros ámbitos en la intersección de la ciencia y la filosofía donde esta polaridad entre hipótesis de la razón y anclaje en nuestra percepción ordinaria de las cosas. ¿Hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá tras mi eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, cuya percepción de esa realidad coincide  aparentemente  con la mía? Respecto a esta pregunta que en una columna anterior formulaba,  en ocasiones me he referido aquí a John Bell, el físico cuyo teorema fue el más duro golpe para los principios clásicos a los que se aferraba Einstein, en particular el principio de realismo, que afirma precisamente  la existencia de un  mundo sometido a leyes  con independencia de que se dé o no un sujeto conocedor del mismo. Pues bien, el subversivo (en términos de principios ontológicos) John Bell  es, sin embargo, el autor de la siguiente  declaración:

«Desearíamos poder tener un punto de vista realista sobre el mundo, hablar del mundo como si realmente estuviera ahí cuando no es observado. Yo ciertamente creo en un mundo que estaba ahí antes de mí, y que seguirá estando ahí después de mí, y creo que usted forma parte de ese mundo. Y creo que la mayoría de los físicos adoptan este punto de vista cuando se los pone contra la pared (when they are being  pushed into a corner ) Hay en  esta afirmación un aspecto emotivo: el gran físico nos dice que cuando la interrogación filosófica aprieta, la respuesta realista sería pese a todo preferible. Cabe también citar a Alain Aspect,  el físico que completó  en el plano experimental el teorema de Bell, contribuyendo así   a que éste tenga el enorme peso filosófico que se le confiere:

"Estoy convencido de que  el físico elige hacer física porque piensa que el mundo es inteligible. Creo que el físico, a priori, cuando  imagina su vida de físico se ve como  alguien exterior que va a abrir el reloj para ver lo que pasa en el interior. Creo que, más que nadie, el físico tiene esta creencia ingenua, espontánea, de que existe un mundo independiente de él y que su papel es de descubrir la manera cómo funciona este mundo...el ideal en principio es que el mundo funciona y se halla ahí aunque el observador no se encuentre".

Sorprendentes afirmaciones en boca de científicos  que   han contribuido  en gran medida a laminar los principios de realismo y de contigüidad (según el cual una acción sobre un objeto A separado de un objeto B no tiene efecto  sobre este,  al menos  de que haya entre ellos una cadena de objetos C, D, etc.,  en contacto, de tal forma que el efecto no es nunca instantáneo). Principios   tan caros a un   Feyman, cuando afirmaba que una onda sonora deja un resto- por ejemplo una traza en el tronco de un árbol aunque nadie lo haya escuchado. Reto para la metafísica es que la ciencia natural, de la que ha de nutrirse necesariamente, haya llegado a poner en entredicho esta apuesta de Feyman, lo cual como veremos conducirá  a actualizar  la  reflexión sobre  si el hombre es o no la medida de todas las cosas.

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27 de agosto de 2013
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Asuntos metafísico 4. “libres de preguntarle a la naturaleza”

Un eminente físico de nuestros días, a cuyo nombre se asocian experimentos de un tremendo peso a la hora de  intentar entender realmente los mecanismos que rigen el orden natural, confesaba  su ignorancia en relación a algunos  de las referencias clave de la historiografía  filosófica., entre ellas algún pensador pre-socrático del que (tras la   vacua información recibida en los años escolares) había olvidado casi hasta el nombre. Ello no  fue óbice para que se sintiera inmediatamente interesado cuando se le dijo que las preocupaciones  del pensador griego no eran muy alejadas de sus propias reflexiones   sobre las consecuencias de sus  descubrimientos  en física, y que con una suerte de inocencia le llevan a responder a una interlocutora: "Me gusta decir, que hay dos libertades: nuestra libertad y la libertad de la naturaleza. Nosotros somos libres de preguntarle a la naturaleza lo que queramos, pero la naturaleza también tiene la libertad de darnos las respuestas que quiera, sin olvidarnos que nuestra pregunta limita las posibles respuestas que la naturaleza puede darnos".

Lo que homologa al físico austriaco  Anton Zeilinger con algunos de los pensadores de la Grecia presocrática es de alguna manera la manera ingenua de abordar las cuestiones más tremendas, las cuestiones literalmente metafísicas,  convencido como está de que "siempre es más importante la pregunta de nuestros hijos que nuestra respuesta",  y siendo obvio que tras el niño que se interroga no se esconde la motivación del erudito

El planteamiento ingenuo de interrogaciones está mal considerado por el mundo cultural y desde luego por el académico. Se ha instalado subrepticiamente la idea de que para tener derecho a avanzar  alguna de las interrogaciones que ocupan a filósofos,  científicos, artistas,  o  a todos a la vez, hay ya de entrada que estar bien informado. Más que ser una persona tensada por lo desconocido e inquieta sobre su ser y su entorno, se exige de entrada ser una persona culta y hasta una persona erudita. Esto alcanza, desde luego, al mundo académico: un especialista en genética, por ejemplo,  no sólo se siente incompetente para emitir una opinión sobre algún interrogante de interés  general pero  técnicamente objeto de la  física, sino para formular el interrogante mismo, siendo obviamente cierta la recíproca, es decir, el temor a meter la pata del físico tratándose de uno de los abismos filosóficos a los que conduce la genética.

Se presupone que la información ha de preceder a la interrogación...incluso tratándose de las interrogaciones más  universales, cuya temática concierne a todos y cada uno de los humanos (otra cosa es que-como hemos visto-  se hayan visto forzados a repudiar de sus vidas tales interrogaciones). Ante este estado de cosas, se impone tomar posición:

Cabe eventualmente sentirse abrumado por la complejidad de los instrumentos con los que  especialistas  de una u otra materia (también curiosamente los filósofos, que no son especialistas de materia alguna, aunque deban alimentarse de muchas) abordan ciertos problemas cuyo origen es sin embargo muy elemental, pero no hay en absoluto que sentirse abrumado ante la cuestión misma, que no sólo todo el mundo está en condiciones  potenciales de abordar, sino que probablemente ya  ha abordado alguna vez. La formulación de una interrogación cabalmente filosófica nunca puede ser sofisticada en los términos. Ejemplo:

 ¿Hay o no hay una realidad física exterior, que seguirá tras mi eventual desaparición y la desaparición de todos los demás humanos, cuya percepción de esa realidad coincide  aparentemente  con la mía? Los instrumentos para responder en uno u otro sentido a esta pregunta cubren hoy miles y miles de páginas de sesudas revistas filosóficas o científicas  y han sido esgrimidos como armas por algunos de los científicos más importantes del siglo veinte...pero la pregunta sigue siendo sencillísima y todo el mundo es susceptible de sentirse interpelado por la misma,  hasta el punto quizás de que, si su vida material y social se lo permitiera, acuciado por tal interrogación, empezaría a ahondar en los escritos eruditos, y se dotaría de los argumentos  para entenderlos. Disposición de espíritu por la cual la erudición misma alcanzaría un sentido, pues se mostraría como instrumento para lo que realmente importa y no como fin en sí. Reitero la tesis, clave en esta reflexión: la información es no sólo válida, sino imprescindible cuando constituye un  arma para abordar un objetivo esencial; pero disponer de información por el hecho de estar informado  no tiene más interés que el que tiene para un saco estar lleno de patatas o de piedras. Pero el espíritu humano no es un mero recipiente, esa tabula rasa   a la que se refiere críticamente Steven Pinker. El espíritu humano es una estructura en la que se articulan  múltiples facultades que pugnan por desplegarse y el primer objetivo ha de ser precisamente el  de vencer la inercia que impide tal despliegue.

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22 de agosto de 2013
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Asuntos metafísico 3. En libertad… el mundo asombra

"Pues sólo cuando las necesidades de la vida y las exigencias de confort y recreo estaban cubiertas empezó a buscarse un conocimiento de este tipo, que nadie debe buscar con vistas a algún provecho" decía un párrafo del texto de Aristóteles que antes citaba.
Si la subsistencia en un entorno digno no se ha logrado o se halla amenazada, cabe que se convierta en el objetivo principal que mueve al espíritu, y entonces el animal humano queda mutilado no sólo en su capacidad de conocer y simbolizar, sino muy probablemente también su capacidad de amar, si por amar se entiende inclinación a superar la barrera respecto a aquel en quien se ha reconocido otro representante la propia humanidad. Y obviamente todo aquello que se engloba bajo los términos genéricos de artístico, narrativo o poético queda fuera del horizonte, salvo en modalidades caricaturescas, que suponen ya una degradación del uso mismo de esos términos. Por ello, hacer propia esta tesis de Aristóteles conduce inevitablemente al combate político.
Supongamos pues que efectivamente las cuestiones de subsistencia no son ya una preocupación de los humanos. Supongamos asimismo que cada uno de nosotros tiene garantizado un entorno decente para proseguir su vida: un entorno salubre mas también un entorno armonioso, un entorno que responde a la exigencia de ornato inscrita en nuestra condición natural. Se hallaría así en situación de pensar... libremente, es decir, no sometiendo al pensamiento a otras obediencias y finalidades que las que impone el propio pensamiento. El pensamiento es sin duda tensión, pero en el individuo humano no domesticado o reducido se trata de una tensión natural. Piénsese en que también para el águila es tensión el volar, sin que por ello renuncie a hacerlo...salvo obviamente cuando las fuerzas le abandonan.
El niño, señalaba, plantea sorprendentes interrogaciones sobre aquello que le llama la atención, es decir que le deja estupefacto, el niño responde así a una exigencia que hace de él un filósofo, de atenernos a lo que Aristóteles describe como situación de arranque de la filosofía. Tal situación de estupefacción o asombro conduce a interrogaciones muy diversas, algunas concernientes a la moralidad y las costumbres, otras relativas a números o entidades abstractas como las figuras geométricas, mas también, y quizás en primer lugar, a preguntas relativas a lo denominado por los griegos physis, que nosotros vertemos por naturaleza, cuestiones vinculadas a los grandes fenómenos, astrales por ejemplo, y la regularidad que presentan.
Es necesario enfatizar el hecho de que esta disposición interrogativa no es en absoluto consecuencia de que el espíritu ha sido previamente enriquecido con datos informativos. La erudición no es el punto de arranque de la interrogación sino más bien al contrario: se buscan datos en razón de la inquietud interrogativa. Asunto este sobre el que vale la pena detenerse.

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20 de agosto de 2013
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Asuntos metafísicos 2. Lo que impide pensar…

"Teniendo como particularidad de su especie esas facultades que son el lenguaje y la razón, el animal humano se realiza cuando las despliega y fertiliza, por ejemplo forjando metáforas o sintetizando fórmulas", sostenía al final de la columna anterior.
Mas entonces ¿por qué una persona puede llegar a sentir que el pensar no va con ella, qué sólo en la inercia, las costumbres, los hábitos y los elementales placeres a ellos asociados tiene sentido su vida? ¿Hay en el individuo humano una debilidad intrínseca que le mueve a ceder, a renunciar al esfuerzo que el pensamiento exige, repudiando así su propia condición específica? La hipótesis es más bien que esta astenia, este polo negativo en cada uno de nosotros, tiene raíz, cuando menos parcial, en una estructura social de la que todos somos partícipes, en un dispositivo creado por el hombre pero convertido en una máquina de deshumanización, en un generador de circunstancias que conducen a una situación mutiladora.
La pérdida en individuos de la inclinación a actualizar las facultades de las que están dotadas por naturaleza no es exclusiva del animal humano. También hay lobos no inclinados ya a alcanzar presas, aves rapaces que apenas alzan el vuelo, y caballos que, aun levantada la barrera, no iniciarían ya el galope. Y tampoco los individuos que representan a estas especies quebradas han llegado a esta condición espontáneamente, sino a través de un proceso no sólo de domesticación sino de transformación mutiladora. Paradigma d ello es la conversión del lobo (que aun el perdura en el perro que ayuda al hombre en sus tareas de caza o de vigilia) en el animal casi ya desprovisto de rasgos específicos, esa asténica sombra que es tan a menudo el pet de los hogares americanos.
Tratándose del ser humano, el mecanismo social que hace desaparecer de su horizonte, de su ámbito cotidiano de vida, el objetivo de desplegar la potencialidad de pensar y simbolizar empieza muy a menudo en la educación elemental, reducida a instrumento para objetivos como el de "conseguir ventajas competitivas en el mercado global", objetivo erigido (concretamente en nuestro país) en máxima explícita por el legislador.
Visión ciertamente totalmente alejada tanto de la concepción platónica según la cual la función de la educación es fertilizar las facultades del niño, no substituirse a ellas. Lejos asimismo del objetivo de incentivar ese "ardiente deseo de toda mente pensante" a hacer el mundo inteligible, objetivo que el físico Max Born consideraba como el auténtico motor de la ciencia, y en consecuencia de la educación científica.
Es bien sabido que la actitud interrogativa que caracteriza a los niños a menudo, desconcierta y hasta irrita a los mayores. Por supuesto que, muy frecuentemente, tal actitud no refleja sino un interés trivial por asuntos perfectamente contingentes. Pero, haciendo una criba suficientemente fina, en el discurso del niño cabe percibir el meollo de alguna de las interrogaciones más elementales, y a la vez más radicales, a las que se enfrenta la humanidad. De ahí que luchar contra las trabas sociales que mutilan esta potencialidad del niño constituya la primera de las exigencias éticas.
De todo aquello en lo que pueda jugar un papel el nivel educativo, nuestros legisladores privilegian "la capacidad de competir con éxito en la arena internacional". No parece pasarles por la cabeza la posibilidad de una ordenación social en la que el ciudadano no esté determinado por la necesidad de abrirse pasos a codazos con el fin de alcanzar esas ventajas competitivas de las que la educación sería instrumento.
Mas la tesis de que las bases de este horizonte social en el que nos desenvolvemos son tan inevitables como los principios que rigen el orden natural, y por eso sería absurdo luchar contra ellas, tiene como corolario el que nunca se dará la situación en que para los ciudadanos en general, y no tan sólo para un sector o una élite, "esté resuelto lo relativo a la naturaleza y al ornato de la vida". Condición esta que Aristóteles situaba como necesaria para que se desplegara el pensamiento y en general todo aquello que es fundamental para la existencia específicamente humana. Transcribo las líneas clave de este texto cuya lectura tantas veces ha vivificado la irreductible exigencia de libertad.
"...Pues los hombres empiezan y empezaron siempre a filosofar movidos por el asombro. Al principio su asombro es relativo a cosas muy sencillas, mas poco a poco el asombro se extiende a más importantes asuntos, como fenómenos relacionados con la luna y otros que conciernen al sol y las estrellas y también al origen del universo. Y el hombre que experimenta estupefacción se considera a sí mismo ignorante (de ahí que incluso el amor de los mitos sea en cierto sentido amor de la sabiduría, pues el mito está trabado con cosas que dejan al que escucha estupefacto). Y puesto que filosofan con vistas a escapar a la ignorancia, evidentemente buscan el saber por el saber y no por un fin utilitario. Y lo que realmente aconteció confirma esta tesis .Pues sólo cuando las necesidades de la vida y las exigencias de confort y recreo estaban cubiertas empezó a buscarse un conocimiento de este tipo, que nadie debe buscar con vistas a algún provecho. Pues así como llamamos libre a la persona cuya vida no está subordinada a la del otro, así la filosofía constituye la ciencia libre, pues no tiene otro objetivo que si misma".

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13 de agosto de 2013
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Asuntos metafísicos 1. El legado de andrónico de rodas

Preliminar

 

Retomo a partir de esta columna, y durante un tiempo ilimitado, asuntos ya parcialmente  tratados y que ahora presentaré de tal  manera que   el conjunto  pueda llegar a constituir una ordenada introducción a ciertos problemas fundamentales de la filosofía, asuntos que cabe tildar de metafísicos, siempre que el calificativo sea liberado  de  connotaciones con las que desgraciadamente se ha visto en ocasiones recargado. No se trata pues de plantear temas nuevos sino de corregirlos y ensamblarlos. Durante las entregas primeras intentaré sobre todo ilustrar  la disposición de espíritu que cabe tildar de "metafísica", y a un momento dado iniciaré un tratamiento sistemático. Se impone en primer lugar una consideración sobre  el origen del término "metafísica",  algo trivial quizás  para los estudiantes de filosofía, pero que no es ocioso reiterar (ya he hablado aquí sobre ello),  entre otras cosas porque estas reflexiones no están exclusivamente destinadas a los mismos.      

                                                                      ***

 Andrónico de Rodas, peripatético que  vivió en el siglo I antes de Cristo y ordenó con espíritu sistemático las obras de Aristóteles, se encontró con una serie de escritos sin nombre, lo que dificultaba su catalogación.  Mas al considerar el contenido y apercibirse   de que para su intelección cabal era conveniente  leer antes  los escritos  aristotélicos relativos a cuestiones de física,  Andrónico denominó al conjunto con la frase "de los [libros] que  vienen tras-meta- los de   física"  

Así pues, Metafísica es, sino ante todo, al menos de entrada, aquello que designa como tal ese recopilador griego de las obras de Aristóteles, a saber, una vía en la  que conviene  introducirse con las alforjas suficientemente provistas de datos procedentes de la ciencia física. Esto es lo que hay que retener, aunque obviamente la cosa puede hacerse más compleja y alcanzar incluso extremada sofisticación. Sofisticado es, por ejemplo, el conjunto de reflexiones que Martin Heidegger reúne bajo el título precisamente de  ¿Qué es metafísica?, a las que ya me he referido aquí. Recordaré lo esencial de su enfoque:

Heidegger nos anuncia que se dispone a abordar una pregunta metafísica concreta. Buen comienzo parece desde luego: no andarse por las ramas, enterarse de lo que es nadar en la propia lucha por no quedar sumergido. Sin embargo el autor nos dice que se impone un preliminar: "Nuestro propósito es comenzar con el despliegue de un preguntar metafísico, elaborar después dicha pregunta y terminar con su respuesta".  ¿Qué es un preguntar metafísico? Sugiero  al lector  seguir los meandros del propio texto  de Heidegger,  del que hay en Castellano al menos  una excelente traducción,  y prosigo en el asunto por mi cuenta:

Un preguntar metafísico es desde luego, entre otras cosas la focalización sobre  interrogantes que siempre han acompañado al pensamiento y que  siguen torturándolo, ya sea porque  nunca  han sido  aclarados, ya sea  porque la aclaración no ha hecho más que provocar nuevas perplejidades .

Obviamente  "metafísico" es también un preguntar sobre aquello  que de novedoso, y a la vez determinante  para la vida de este singular animal que constituimos,  haya podido surgir en nuestro tiempo. Y hay desde luego que pensar aquello que impide asumir la actitud que acabo de esbozar: hay que pensar aquello que impide pensar  y, en la medida de lo posible, hacer de esta reflexión un arma que contribuya a eliminar esa restricción.

Parece incluso necesario enfatizar la importancia de este último extremo, pues lo que impide pensar es una calamidad para los intereses de nuestra especie, por no decir el mal mayormente atentatorio para ella.  Sigue en efecto habiendo  razones para  suscribir enteramente la sentencia con la que Aristóteles abre precisamente el primer libro del conjunto de escritos denominados "Metafísica", según la cual pensar, pensar con toda radicalidad, constituye una exigencia inscrita en la naturaleza humana, y en consecuencia concierne a todos aquellos que participamos de la misma.  Cada ser humano desea que se actualice su condición natural en el acto de pensar, es decir, en el acto  de   subsumir  las cosas bajo conceptos y de explorar las posibilidades de las palabras de las que esos conceptos son polo constitutivo. Y ello, como ya he tenido ocasión de sostener aquí mismo,  al igual que  el  águila tiende a volar o el caballo tiende a galopar. Teniendo como particularidad de su especie esas facultades que son el lenguaje y la razón, el animal humano se realiza cuando las despliega y fertiliza, por ejemplo forjando metáforas o sintetizando fórmulas.

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6 de agosto de 2013
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El sentir del hablar

Citaba hace un tiempo el siguiente párrafo de Karl Marx relativo a la sociedad que surgiría de la abolición positiva de la propiedad privada:
"los sentidos y el goce de los otros hombres se han convertido en mi propia apropiación. Además de estos órganos inmediatos se constituyen de este modo órganos sociales, en la forma de la sociedad; así, por ejemplo, la actividad inmediatamente en sociedad con otros, etc., se convierte en un órgano de mi manifestación vital y en modo de apropiación de la vida humana"
Cabe enfatizar en este texto la referencia a órganos sociales que trascienden y enriquecen los órganos sensibles inmediatos y que, al igual que estos, tienden a actualizar toda su potencialidad. Añadiré por mi parte que concreción y testimonio de esta aspiración irreductible a la individualidad es simplemente la inclinación a hablar, y sobre todo la aspiración a que el lenguaje se despliegue en plenitud. Pues aunque uno pueda "hablar consigo mismo", aprender a hablar no es posible sin intrínseco lazo con otro ser de palabra, lazo que refleja toda la entera articulación del lenguaje. De nuevo esa afortunada expresión de Steven Pinker, de nuevo el "instinto del lenguaje". Dar todo su peso a la exigencia de hablar con plenitud, presente en todos y cada uno de los seres humanos, es lo que en realidad designa ese proyecto de "actividad inmediatamente en sociedad con otros", esa apuesta por la "apropiación de la vida humana" a la que el pensador se refiere.

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30 de julio de 2013
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El Boomeran(g)
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