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Escrito por

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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La vida se hizo verbo

 

La polaridad entre dos concepciones del hecho lingüístico que ocupa esta columna, y el posicionamiento a favor de una de ellas, ha sido como un trasfondo en muchos de los asuntos hasta ahora abordados. Algunas veces el problema era una vez más explícitamente retomado, otras veces daba por hecho que el lector lo tenía en mente. En cualquier caso, tras la reflexión hace dos columnas sobre el peso de la metáfora, me parece oportuno una nueva presentación explícita:

 De entre las muchas concepciones divergentes del hecho lingüístico, tiene importancia mayor la polaridad entre la concepción ambientalista y la concepción innatista. La primera considera que al igual que un niño aprende a nadar o a usar instrumentos, aprende asimismo a hablar. El aprendizaje del lenguaje sería una expresión entre otras de las capacidades cognitivas del animal humano.  Estas capacidades no sólo dependen del contexto (cosa que también acepta la posición innatista), sino que en gran medida son forjadas por el contexto. Lo verdaderamente específico del lenguaje no se daría en el ser humano que viene al mundo, sino que le sería transferido desde el entorno social en el que se mueve.

Por el contrario, la posición innatista, sin negar la importancia del entorno, considera que al abrirse a la lengua materna lo que un niño efectúa es implementar, en un marco cultural concreto, unas capacidades heredadas, que comparte con los demás seres humanos y sólo con estos. Aprende una lengua determinada, como resultado de que los datos característicos de la misma responden a la estructura general que ya posee.  Por ejemplo: siendo ese niño portador potencial del conjunto de elementos fonéticos de cualquier lengua, ello le permite reconocerse por igual en la fonética del inglés o del chino, aunque ciertamente si se concentra solo en una de ellas…  progresivamente perderá su potencialidad de implementar la otra. De hecho, también los ambientalistas se ven forzados a aceptar que únicamente el ser humano se halla biológicamente dotado para aprender a hablar, y ello en razón del fracaso de las tentativas por lograr que un delfín o un chimpancé   adquieran el mínimo de recursos lingüísticos que un niño adquiere con toda facilidad.  

Como antes decía hay en estas columnas un sesgo a favor de la tesis innatista, pero más allá de la dificultad para seguir a los lingüistas en los meandros de sus discusiones técnicas, el soporte de esta reflexión no es otro que el estupor que provoca el singularísimo hecho del lenguaje, es decir, un filtro que mediatiza toda presencia exterior e interior y que, en razón de ello, parece realmente tener la dignidad de ese verbo que, según el mito, un día tomó forma de hombre.

No cabe racionalmente discutir sobre si el verbo se hizo carne, pero siendo, como es, indiscutible que nosotros representamos una singular vida de la cual emerge el verbo, cabe perfectamente preguntarse cómo tal cosa ocurrió. Cabe preguntarse por la razón de que en el registro genético se operara esa revolución por la cual a los instintos que reflejan simplemente la tendencia de la vida a perseverar, se sumó el referido "instinto de lenguaje", tendencia no tanto a conservar la vida, como a conservar una vida impregnada por las palabras.  Y el carácter subversivo de este nuevo instinto se refleja en el hecho de que puede llegar a no ser compatible con los instintos directamente vitales, tal como sucede cuando, bajo amenaza de tortura o muerte, un ser humano no traiciona convicciones forjadas en la complicidad de una palabra compartida.

Apostar por una legitimación genética de la hipótesis según la cual el hombre, y sólo el hombre, posee un dispositivo que lo capacita para el lenguaje, equivale apostar por el peso de las palabras, sin por ello hipotecarlas buscando su matriz en un ser trascendente. Palabras quizás sin Dios, pero no por ello menos portadoras de una promesa de plenitud de la cual es indicio la disposición de espíritu de narradores y poetas en el acto creativo.  Nuestra condición de seres de palabra posibilita que, con plena lucidez, repudiando toda esperanza incompatible con el buen juicio, podamos sentir que nos motivan objetivos no subordinados al mero persistir; podamos sentir que la finitud inherente a los entes naturales y por consiguiente también a los seres vivos, siendo lo inevitable, no es sin embargo lo único que cuenta.

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4 de octubre de 2023
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Cuando la evolución sirve al lenguaje

La profesión de docente es forjadora de un vicio: la reiteración. Ello es incluso independiente de las disciplinas. Recuerdo a un profesor de matemáticas que empezaba su clase resumiendo enteramente lo hasta entonces avanzado a lo largo del curso. Su pericia era tal que esta propedéutica ocupaba exactamente los mismos minutos, aunque obviamente el contenido conceptual se había enriquecido semana a semana.  Preliminar este, para señalar que las consideraciones relativas a ciertos hechos fisiológicos que en esta columna me ocupan son en cierto modo un recordatorio, que creo necesario para la temática general que vengo tratando.

Compartimos con otros animales ciertos órganos que tienen una función biológica bien definida. El tórax, la garganta o los dientes son partes del organismo formadas en función de las necesidades fisiológicas, y evolucionaron mejorando la capacidad de adaptación del ser humano. Ciertamente la función principal de los pulmones es transformar el oxígeno en dióxido de carbono, como la de los dientes es masticar y no la de facilitar la articulación de sonidos.

Sin embargo, la forma y la ubicación de algunos órganos no se explica fácilmente si nos remitimos tan sólo a la evolución encaminada a la lucha por la supervivencia. Esto ya lo habían notado el psicolingüista Eric Lenneberg y sus colegas hace más de medio siglo (Eric Lenneberg, Biological Foundations of Language, John Wiley and Sons, New York 1967). Lenneberg mostró que, mientras la mayoría de los órganos se desarrollaron para servir a funciones vitales, como la respiración o la digestión, algunos de ellos empezaron a ejercer otras funciones, y esto fue aumentando progresivamente. Estas funciones estaban relacionadas con la capacidad de articulación del discurso, aunque ello tuviera un cierto gradode incompatibilidad con las funciones primitivas.

Los órganos que se desarrollaron para posibilitar la articulación se hicieron anatómicamente muy diferentes, comparados con los mismos órganos de cualquier especie, incluso estrechamente relacionada con la nuestra, como la de los chimpancés. La laringe fue propuesta como un ejemplo magnífico de las transformaciones causadas por este segundo criterio evolutivo. Es sabido que la laringe (dónde se ubican las cuerdas vocales) es un órgano esencial en la fonación en general y en la articulación lingüística en particular, aunque su originaria función no fuera esta, sino la de servir de conexión entre la faringe y la tráquea a través de la cual el aire llega a los pulmones. La posición de la laringe humana es quizás la diferencia anatómica más pronunciada en relación con otros mamíferos, chimpancés y gorilas incluidos.

En otros animales, la laringe juega un papel esencial a la hora de proteger la tráquea y los pulmones de los trozos de alimento que caen a lo largo del tubo faríngeo.  Pues bien, en el caso humano esta función tan esencial quedó dificultada por la posición que la laringe ocupa. Para cumplir su función fisiológica, en otros mamíferos la laringe se localiza en lo alto, justo detrás de la lengua. En nosotros, sin embargo, se ubica más abajo y por consiguiente la epiglotis   puede tener dificultad para obstruir el paso de los alimentos evitando que estos se deslizan hasta la tráquea. De ahí que seamos los animales mayormente susceptibles de atragantarnos al comer. En suma, el órgano evolucionó en su localización y estructura de tal modo que perdió eficacia para cumplir su función primordial.

Dada esta amenaza potencial, la pregunta surge: ¿por qué la naturaleza se desarrolla de un modo tan potencialmente lesivo para nuestra especie? La respuesta se encontraría en la ventaja que la posición inferior implica para la articulación de fonemas.  De hecho, la laringe humana parece formada y localizada para el discurso, y su objetivo original jugaría hoy tan sólo un papel secundario.  La singular ubicación de la laringe en los humanos ha supuesto una particular constitución de la faringe, que une la parte posterior de la boca con la apertura de cuerdas vocales. El conjunto favorece el discurso de dos modos: por un lado, incrementa la resonancia, la cual en otros animales se debe exclusivamente a las cavidades nasales u orales; por otro lado, permite la emisión de los sonidos "guturales", muy importantes en algunas lenguas como el árabe.  Por todo ello ha podido verse en la caída de la laringe una suerte de emblema del ascenso de la humanidad.

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1 de septiembre de 2023
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En efecto, las palabras no mienten

 

He evocado muchas veces la imagen del pozo artesiano (utilizada por Marcel Proust para referirse al trabajo del arte), en el cual la elevación de lo sumergido es proporcional a la profundidad. Metáfora en este caso con una función bien definida, al servicio de la idea que Proust quiere expresar sobre su propia tarea. Pero cabe enfatizar también que, en ocasiones, tratándose de metáforas, lo que hace emergencia desde lo profundo no es sino el lenguaje mismo restaurándose en sus fuentes: “la ola viene del fondo, con raíces/ hijas del firmamento sumergido”. Y para atenerse al mismo Neruda, ¿hay siquiera que saber de la existencia de las estatuas de Rapa Nui, al escuchar “los más altos rostros que concibió la piedra”? La piedra, que en boca de otro de los más grandes “es una espalda para llevar al tiempo”.

Mientras, bajo el peso de los asuntos cotidianos, las palabras parecen estar al servicio de una representación con fuente exterior a las mismas, ha debido darse en la vida de cada uno un momento en el que las metáforas, hoy oscurecidas por la reducción instrumental del lenguaje, constituían, sin necesidad de explicación, simplemente lo más luminoso. Neruda, Mallarmé, Góngora o Lorca, son como los embajadores milagrosos de un país ya muy lejano, en el que las palabras, persiguiendo tan sólo la emulación de sí mismas, precisamente por ello empapaban todo acontecimiento y toda cosa presente. ¿Es la Tierra azul como una naranja? Así ha de ser si las palabras no mienten (La terre est bleue comme une orange/Jamais une erreur les mots ne mentent pas, Paul Éluard, L’ Amour, la Poésie).

No discuto la legitimidad de preguntarse qué quiere decir Éluard en estas líneas, de qué verdad el poeta se siente portavoz. Estoy diciendo simplemente que esa verdad no consiste en adecuación a una realidad extrínseca, y que lo esencial en tal decir no es de orden epistémico, que lo conmovedor del asunto reside simplemente en otro decir, esencial al espíritu humano y al que Kant, en estos asuntos ineludible, intentó aproximarse. La metáfora no es aquí ese “instrumento” al que a veces ha querido ser reducida. Y desde luego no cumple la exigencia de subordinarse a un relato ajeno a la propia metáfora. Otra cosa es que los acontecimientos afortunados o desventurados, y de hecho ya porosos al lenguaje (pues de lo contrario no serían acontecimientos para el hombre) den a este la ocasión de su propio despliegue: “Porque la piedra tiene simientes y nublados/ esqueletos de alondras y lobos de penumbra”.

 

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24 de agosto de 2023
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El peso de la metáfora y las tentativas de reducirlo

De la misma manera que el genio matemático hace que a un momento dado emerja una nueva fórmula, la inteligencia poética parece, cuando menos, exigir la aparición de una metáfora nunca anteriormente contemplada. Esta erección de la metáfora en criterio mayor se inserta en la concepción anteriormente expuesta (¡y defendida!) del lenguaje como singular emergencia en la historia evolutiva que no tiene otra finalidad que sí mismo, y en la consideración de que la metáfora es como la cristalización mayor de dicho código.

El argumento obviamente se desmorona si se niega alguna de estas dos premisas, considerando que el lenguaje es un instrumento de comunicación entre otros, todo lo complejo que se quiera, y que la metáfora es un recurso más al servicio del mismo. No se puede dudar que en ocasiones la metáfora juega un papel instrumental, así la metáfora del Big Bang para referirse al origen de la expansión del universo, de hecho, un paradigma de la utilización de la metáfora en ciencia.

En una columna de este foro correspondiente al 18 de marzo de 2022 analizaba un artículo que reivindica el carácter instrumental de la metáfora, mediante el recurso de la homologación de las funciones de la misma en la ciencia y en las artes (Walter Veit and Milan Ney: “Metaphors in arts and science”, European Journal for Philosophy of Science, Springer Nature B.V.2021.  Published online: 03 May 2021). Recojo de nuevo la tesis general del artículo (que utilizo como un hilo conductor contrapuntístico), añadiendo algún aspecto en aquella ocasión no comentado, e incrementando las   observaciones por mi parte que iban en el sentido de diferenciar radicalmente la situación en la que la metáfora juega un papel instrumental y la situación en la que constituye un fin en sí.

El recurso instrumental a la metáfora adopta múltiples formas, Tanto en arte como en ciencia se utiliza la metáfora para diferentes funciones, por ejemplo, mnemónica, económica o ética. Así el fresco “Triunfo de los Medici entre las nubes del Monte Olimpo” de Luca Giordano añadiría a su valor pictórico un efecto reactivador de la memoria en lo concerniente a la magnificencia de esta familia.  Como ejemplo de función económica, una idea expresada en frase más corta, los autores del artículo señalan que la metáfora del Big Bang, es desde luego más concisa que “expansión del universo desde un estado de extremada alta densidad y alta temperatura”. Y en lo referente a la ética se ofrece como ejemplo la expresión “especies invasivas”, que por ella misma induciría a cambios en el comportamiento en nuestra relación con la naturaleza. Pero estas funciones mnemónica y económica serían secundarias respecto al uso epistémica de la metáfora el cual, a juicio de los autores, concerniría tanto a la ciencia como al arte. También la función estética sería compartida por igual en el arte y en la ciencia.

No discuto las razones para sostener que la metáfora tiene importantes funciones epistémicas tanto en arte como en ciencia, pero este lazo de unión entre la actividad cognoscitiva y la actividad estética (sea creativa o receptiva), no excluye la conveniencia y aun la necesidad de no confundir ambos roles.  En el caso de la ciencia, la metáfora tiene (cuando menos muchas veces) la función de servir de peldaño para alcanzar el concepto, y a menudo simplemente para encontrar un sustituto del mismo. Sustituto siempre débil, pero que a falta de lo esencial (por ejemplo, la fórmula en matemáticas) ya es mucho. He señalado aquí varias veces que el nombre de Einstein está asociado a prodigiosas metáforas que han servido a los no físicos para introducirse en la relatividad, y quizás a los físicos mismos para percibir con mayor acuidad la trascendencia filosófica de la disciplina. Tratándose de la función epistémica de la metáfora cebe diferenciar diversas modalidades: expresar un conocimiento proposicional simple; comunicar información cuyo carácter de verdad es fácilmente aceptable como logro científico; facilitar el conocimiento holístico de lo tratado; facilitar la predicción, etcétera. Los autores enfatizan el hecho de que en ocasiones “las metáforas pueden suponer beneficios epistémicos que son difíciles o imposibles de proporcionar con otras expresiones.

De todo esto hay poca duda, pero tampoco hay duda de lo siguiente: ninguna modalidad de ciencia puede quedarse en la mera metáfora, pues el meollo científico de la cuestión tratada no reside en esto que la metáfora ofrece. En ciencia, la metáfora no deja de ser auxiliar de la cosa misma, y en ocasiones un mero preliminar. Como los autores mismos escriben “las metáforas se adelantan a la intelección”, pero, en la ciencia, cuando se llega a esta última ya no es seguro que la metáfora tenga peso. La pedagógica metáfora del tren utilizada por Einstein apunta a facilitar un segundo momento, a saber, la compresión cabal de los lazos tiempo espacio y velocidad, comprensión que sí constituye un fin en sí en la teoría relativista y que exige pasar de la metáfora a la fórmula.

¿Mismo caso tratándose del arte? Está claro que en ocasiones la metáfora puede también tener valor propedéutico o pedagógico. Y en este caso cabe decir que se trata de un caso análogo al uso como apoyatura de la metáfora en ciencia. Pero no se trata de un peldaño hacia el mismo objetivo: en el caso de la ciencia, la metáfora es una impulsión hacia lo cabalmente epistémico (como decía, tratándose de la física matematizada, peldaño hacia la fórmula); en el caso del arte se trata de impulsión hacia otra dimensión de la vida del espíritu, difícil de determinar objetivamente, porque precisamente no se trata de episteme.

Las metáforas pueden ser verbales o visuales. Entre estas últimas quiero situar en contrapunto dos imágenes: por un lado, la doble hélice del ADN, junto a la cual se fotografían los descubridores Crick y Watson; por otro lado, la escultura conmemorativa realizada en 2010 por Charles Jencks para la Universidad de Cambridge.  La primera imagen no parece aspirar a otra cosa que a servir de trampolín para la intelección por parte de quienes carecen aún   del concepto propio de lo que está en juego. La segunda tiene una pretensión ornamental, pero también me atrevo a decir que artística (aunque el autor era un teórico del paisaje más que un escultor). No se trata de la misma dimensión: una cosa es una imagen como peldaño de la ciencia, otra muy diferente la imagen como obra de arte.  Por así decirlo, hemos pasado a un plano ortogonal al que estábamos.

Pues si el recurso utilitario a la metáfora se da en arte y en ciencia, cabe decir que para el arte el verdadero trato con la metáfora no es algo que tenga que ver con el uso. Las metáforas entonces no tienen ya (o no tienen exclusivamente) valor de uso, porque al menos en ciertas modalidades de arte, la metáfora es causa final. Intentaré en la próxima columna ilustrar este extremo.

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28 de julio de 2023
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 La fórmula con la metáfora

Y quiero enfatizar una de las tesis del texto de Novalis citado en la anterior columna:

“Si uno pudiera siquiera hacerle entender a la  gente que con el lenguaje ocurre lo mismo que con las fórmulas matemáticas... Estas constituyen un mundo en sí mismas; juegan solo consigo mismas; no expresan sino su maravillosa naturaleza y precisamente por eso son tan expresivas – precisamente por eso se espeja en ellas el singular juego de relaciones de las cosas”.

El sorprendente hecho de que las matemáticas den cuenta de la realidad física es una cuestión sobre la que se han interrogado múltiples científicos y filósofos.  La sorpresa misma es indicativa de que, de entrada, se considera que, en su esencia, los entes matemáticos no son reflejo en la mente de una realidad exterior, sino cosa exclusivamente mental, lo cual implica:

Las reglas que determinan las conexiones entre las mismas (que Kant veía como generadoras de auténtica novedad, es decir, de una síntesis que va más allá de la yuxtaposición de los elementos de salida), no exigen subordinación a una objetividad ajena a la propia tarea de la mente. Los métodos para descubrir y corregir errores, las hipótesis que se avanzan, los criterios para contrastarlas, serían cosa generada por los propios conceptos matemáticos, estos tendrían por así decirlo “vida” propia. Perseverar en tal “vida”, es decir, enriquecerla permanentemente con nuevas adquisiciones, vencer la amenaza de necrosis que supone la mera estabilidad (la reiteración de lo ya alcanzado) sería el objetivo primordial de la matemática. La matemática trabajaría al servicio de sí misma.

Interesantísima la afirmación de que es precisamente su independencia, la libre expresión de la riqueza de las vinculaciones, lo que habilitaría a las matemáticas para llegar a ser espejo de las cosas. Las cosas no forjan aquello en lo que se reflejan. Habría una primacía ontológica del espejo conceptual, en el cual las cosas vendrían ulteriormente a reconocerse; reconocerse tan exhaustivamente que ya no quieren saber de sí más que a través del espejo. De ello sería eco el hecho de que los físicos sólo se expresen en lenguaje matemático. Esto sería una prueba más de la autonomía del lenguaje, del cual las matemáticas no dejan de ser una manifestación.

Cuando se plantea el problema de la singularidad del ser humano, de la irreductibilidad (me atrevo a decir) de la inteligencia humana, en el seno de la animalidad, el texto de Novalis ayuda a reafirmarse en una  convicción: el hombre es el ser hábil para  fraguar fórmulas y hacer surgir metáforas; unas y otras, en lo esencial, al servicio exclusivo  del propio lenguaje.

 

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13 de julio de 2023
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Dejar que el lenguaje pese

El ensayista, narrador y músico francés Pascal Quignard, apostando a que el lenguaje tiene la capacidad de multiplicar los poros de la realidad, a fin de impregnarla de forma exhaustiva, reducirla y hacer de toda cosa palabra,   pone a prueba esta convicción de la única manera posible, a saber, en  la práctica literaria, de tal manera que la literatura viene a ser como el laboratorio dónde se pone a prueba una tesis filosófica. Y el autor, digamos, nos hace cómplices del método que adopta. “Yo hago lo siguiente: dejo que sea el lenguaje mismo el que pese, piense, penda, dependa (Pascal Quignard, Las sombras errantes. Swann-Ensayo Shangrila)

En el caso de Quignard, este proceder se traduce en  prodigiosos párrafos en los que la lengua francesa se hace (incluso para el lector formado en ella) temible, por irreductible a la ayuda que puede proporcionar un diccionario; párrafos en los que la lengua parece hurgar por vez primera en lo dado, no tanto intentando encontrar la palabra para el hecho, como intentando elevar este último a la categoría de palabra: “Todo sin excepción, incluso lo más ruin, una vez nombrado, incrementa su existencia, acentúa su independencia, viene a ser suntuoso”( Les solidarités  mystérieuses, Gallimard Paris p.193.).

Y un personaje sirve de ocasión para ilustrar tal tesis, Juliette, a quien la condición de profesora de ciencias naturales sirve de pretexto para decir el mundo: “La escuchaba (…) hablar y nombrar de una manera tan sencilla y firme. Dios es verdaderamente el Verbo. Obviamente no es Quignard el único escritor caracterizado por esta disposición. He aquí lo que, al respecto, escribe un grande entre los grandes:

"Ocurre algo loco, en verdad, en torno al hablar y el escribir. La  auténtica conversación es un mero juego de palabras. Solo cabe asombrarse por la equivocación ridícula de la gente, que cree que habla en relación con cosas. Lo que es precisamente lo más propio del lenguaje (el hecho de que solo se ocupa de sí mismo) no lo sabe nadie. Por esta razón es un misterio tan asombroso y tan fecundo que uno, al hablar solo por hablar, enuncie precisamente las verdades más grandiosas, las más originales. En cambio, si quiere hablar de algo determinado, entonces el chistoso lenguaje le hace decir las cosas más ridículas y erradas. De aquí proviene también el odio que tienen tantas personas serias contra el lenguaje. Advierten su ligereza, pero no advierten que ese despreciable charlar es el lado infinitivamente serio del lenguaje. Si uno pudiera siquiera hacerle entender a la gente que con el lenguaje ocurre lo mismo que con las fórmulas matemáticas... Estas constituyen un mundo en sí mismas; juegan solo consigo mismas; no expresan sino su maravillosa naturaleza y precisamente por eso son tan expresivas – precisamente por eso se espeja en ellas el singular juego de relaciones de las cosas. Solo por su libertad son miembros de la naturaleza y solo en sus movimientos libres el alma del mundo se manifiesta y las hace delicada medida y modelo de las cosas. De igual modo ocurre con el lenguaje: aquel que tiene un sentimiento refinado de su digitación, de su compás, de su espíritu musical, aquel que oye en sí mismo el delicado efecto de su naturaleza interior y mueve luego la lengua o la mano, este será un profeta; por el contrario, aquel que sepa sobre él pero no tenga el oído y la percepción necesarias escribirá verdades como esta pero el lenguaje mismo le tomará el pelo y los hombres se burlarán de él como hacían los troyanos con Casandra. Aunque yo crea haber indicado con esto la naturaleza y la misión de la poesía de la manera más clara, sé, sin embargo, que no lo puede entender persona alguna y que he dicho algo muy tonto, ya que quise decirlo y ninguna poesía surge de este modo. Pero ¿cómo sería esto si yo hubiera estado forzado a hablar?; ¿si este impulso lingüístico de hablar fuera el rasgo distintivo de la inspiración del lenguaje, de la eficacia del lenguaje en mí?; ¿si mi voluntad solo quisiera aquello que yo estuviera forzado a hacer? ¿Podría, entonces, ser esto finalmente poesía sin que yo lo supiera o lo creyera?, ¿y haber hecho comprensible un misterio del lenguaje?, ¿y yo sería, entonces, un escritor competente, ya que un escritor, acaso, no es más que un poseído por el lenguaje?

(Novalis, Monólogo, citado por Roberto Calasso, La literatura y los dioses Anagrama)

 

Es algo casi elemental. Si la capacidad para el lenguaje singulariza al animal humano, este será tanto más fiel a su naturaleza cuanto más permita que el   lenguaje se despliegue sin cortapisas, lleve al acto sus diversas potencialidades: desde las meramente funcionales (aquellas que le acercan mayormente a un código de señales, poniéndose al servicio de causas exteriores) hasta las cognoscitivas y creativas.

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6 de julio de 2023
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«Donde algo auténticamente nuevo se escucha…»

En relación a la inteligencia artificial hay permanente alternancia entre expectativa entusiasta e inquietud.  Y lo más novedoso es quizás que la preocupación haya alcanzado al mundo del arte. No meramente al mercado del arte y su gestión, sino también a la creación artística.  Esta inquietud adquiere diversas formas. Así, en abril de 2023 la prensa generalista se hacía eco de las preocupaciones de ciertos creadores en razón de que un famoso chat habría combinado trabajos de diversos músicos y autores de letras para obtener un resultado homologable al de tal o tal cantante. Está por un lado la protección de derechos de autor, el uso de materiales sin la autorización de este e incluso, la posibilidad de plagio. Pero, más allá de intereses individuales, el asunto tiene una vertiente más general: si cabe generar música, incluida la vocal, sin artista de por medio, ¿qué sentido tendrán en el futuro las palabras mismas compositor, y libretista o letrista?

Así planteado, el problema sigue inscrito en el ámbito de la sociología y la economía. Pero un matiz en la pregunta modifica la dirección del asunto   hacia algo que cabe catalogar de filosófico. Pues sea cual sea la utilización por entidades maquinales de materiales creativos, ¿cabe decir que lo producido por el artefacto constituye realmente una creación? Varios son los casos recientes que suponen un verdadero envite. Evoco uno reciente:

Me presenté para saber si los [jurados de] los concursos están preparados para enfrentarse a imágenes realizadas por inteligencia artificial. No lo están”, declaraba en abril de 2023 Boris Eldagsen, tras renunciar al Sony World Photography Awards que distinguía con el primer premio la imagen   Pseudomnesia/electricidad, presentada por Eldagsen…pero no realizada por él ni por otro ser humano, sino por un artefacto artificial.

Eldagsen enfatizaba el hecho de que no se trata de una fotografía (no había personas reales cuya imagen hubiera sido captada por un artefacto) sino de una construcción, por consiguiente, no tenía sentido su presencia en un concurso fotográfico. Hasta ahí de acuerdo. La cuestión está menos clara, si se formula la pregunta: ¿tendría sentido su presencia en un concurso de obras de arte? Pseudonemsia es desde luego una imagen impactante e inquietante. Su efecto emocional es inmediato, y al no tratarse de un sentimiento moral ni cognoscitivo, ¿cómo no vincularlo al efecto producido en el espíritu humano por la obra de arte?

Si un conjunto de personas presentes ante la imagen   acordaran que estaban experimentando una emoción artística (a no confundir-reitero- con la vivencia mental cognoscitiva o moral) ¿podríamos, como consecuencia de este efecto coral, concluir que hay obras de arte no vinculadas a lo humano? Poco a poco.

Hay una primera dificultad para delimitar si una imagen como Pseudomnesia es clasificable como obra de arte, dificultad que viene por así decirlo de la cosa misma. Pues habiendo un criterio para delimitar la frontera entre lo que es un hecho empírico y lo que no lo es, lo que es científicamente asumible (al menos como hipótesis) y lo de entrada rechazable, lo que tiene consistencia matemática y lo que carece de la misma, no es seguro que haya un criterio análogo a la hora de establecer lo que merece ser tildado de creación artística ni correlativamente de lo que puede ser una percepción artística. Pero esta dificultad concierne a la obra de arte en general y no especialmente a las producciones del tipo Pseudomnesia. Y atniéndose a esta:

El artefacto realizó una síntesis, pero la idea directriz (o el conjunto de las mismas) que se haya en el origen del proceso, ¿fue generada por el propio artefacto? La cuestión tiene ciertas analogías con el papel del sujeto en la cadena implicada en una medida cuántica. El instrumento que mide puede a su vez ser objeto de medición por otro instrumento…que a su vez será medido por un tercero. Para evitar la remisión al infinito el físico Von Neumann se atrevió a afirmar la irreductibilidad a la medición cuántica de aquello que él denominaba conciencia humana. Que esta concepción haya sido objeto de fuertes polémicas no excluye que el hecho mismo de que el problema se haya planteado en el seno de la física tenga enorme significación.

En relación a Pseudomnesia, la pregunta es si cabe disociar totalmente de la autoría al ser humano que barruntó el proyecto, especulando sobre si un jurado artístico (de fotografía u otra disciplina) podría llegar a considerar como obra de arte una imagen sintetizada por un algoritmo.  Pero hay una segunda pregunta: confunda o no confunda a un jurado, cuyos miembros cabe suponer a la vez sensibles y eruditos, ¿es realmente esta imagen una obra de arte?

 “Donde algo auténticamente nuevo se escucha por primera vez con la serenidad de un nuevo amanecer”. Ante esta frase de    Walter Benjamin (Paris Capital del siglo XIX, Olañeta 2021. Citado por Hélène Ling Inès Sol Salas,“ la literatura un producto más”, Le Monde Diplomatique Abril 2023), se piensa de inmediato en lo que habría de ser la escucha literaria o musical, o, cambiando de registro perceptivo, la impresión producida por la obra plástica. Se supone que no son al caso de recibo metáforas ya utilizadas y ni siquiera una combinación de las mismas que las hiciera irreconocibles en razón de la complejidad matemática. pues la conjunción de elementos insólitos no es garantía de esa radical “novedad” a la que hace referencia Benjamin. Pues bien, recojo en los mismos términos una pregunta elemental ya planteada: ¿hay entre las producciones de artefactos, alguna metáfora, alguna frase musical o algún rasgo pictórico que constituya realmente una emergencia, es decir, algo irreductible a la suma de la potencialidad de sus componentes, criterio de toda obra del espíritu humano que quepa calificar de creación?

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26 de junio de 2023
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¿Qué ha pasado?

 

Recordaba en la columna anterior el debate (que ha llegado al extremo de plantearse la conveniencia de frenar la investigación), a fin de evitar que los algoritmos puedan desplazar al ser humano en muchas de las actividades que este hasta entonces era el único capaz de realizar. Son cotidianas las referencias a la posible sustitución por artefactos maquinales de tareas vinculadas a la recepción, la hostelería o los cuidados de personas mayores o incapacitadas. Pero también técnicos con responsabilidades en múltiples disciplinas podrían ser considerados reemplazables. La preocupación se ha extendido a la abogacía, la jurisprudencia en general, e incluso a la política.  Si un algoritmo puede conocer todas las variables en juego, y calcular en qué sentido modificar el peso de algunas de ellas para que el resultado final se acerque al objetivo… ¿qué será de los asesores políticos o especialistas en mercadotecnia?

 Y hay otra preocupación simétrica. Es usual, tanto en foros académicos como mediáticos o políticos, interrogarse sobre la conveniencia de implementar el bienestar de otras especies, llegando a proponer la plena homologación con la nuestra. Exigencia esta (paradójica muestra de puro y kantiano desinterés) que, de hecho, se ha planteado también, aunque con menor empeño respecto de las entidades maquinales.

Pues bien, sin obviar estas cuestiones (cuyo abordaje exigiría una ascética mediación por diversas disciplinas), cabe poner el acento en otras:

¿Qué ha pasado para que (frente al padre de la biología Aristóteles que se oponía a la hipótesis) se suponga que en entidades sin vida cabe presencia de alma y aún de alma racional, y se apueste (a la vez que se la teme) por la eclosión de tales seres? Y casi en contrapunto: ¿qué ha pasado para que en nuestra época se llegue a otorgar mayor peso al ser animal (versus planta) e incluso al ser vivo (versus materia inerte) que al ser hablante, cuya aparición supuso una singular emergencia en la historia evolutiva, una revolución en el seno de la animalidad y en consecuencia de la vida?

Al hilo mismo de estas preguntas, quisiera recordar que el espíritu humano es la única fuente de las interrogaciones más audaces sobre seres del entorno natural, y sobre eventuales seres lingüísticos que la naturaleza no habría generado por sí misma.  Tales interrogaciones dan precisamente testimonio suplementario de la radical y absoluta singularidad de nuestra especie: la especie que cuenta las cosas, da cuenta de las cosas y, en razón misma de ello, prioritariamente importa.

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14 de junio de 2023
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 ¿Problema real o querella encubridora?

 

Supongamos que un político que llegó al poder con excelentes intenciones de trasformación social, constata la imposibilidad de modificar la relación de fuerzas imperante y, en consecuencia, imposibilidad de cumplir sus promesas, relativas a problemas bien concretos (respeto estricto de los convenios sobre jornada laboral en determinados sectores, por ejemplo). Se le abren entonces dos posibilidades: declarar públicamente su impotencia, y renunciar, o pese a todo seguir en el cargo, con mayor o menor dosis de sentimiento de impostura.

En caso de la segunda elección le conviene una estrategia que, de hecho, se adopta por doquier, a saber: quitar peso a los problemas que había prometido resolver y dar mayor peso a otros que sí está en condiciones de afrontar. Estos problemas pueden ser en sí mismo relevantes o artificiosos, pero lo esencial es que su abordaje (exagerando eventualmente la eventual dificultad para su solución, es decir la oposición que presentan las estructuras del objetivo poder) permita que pasen a segundo plano los primeros.

Sirva este preámbulo para enfocar un asunto de otro orden, en el que también se pone de manifiesto lo eficaz de la estrategia consistente en sobreestimar el peso de un problema quizás para no afrontarse a otro.

Nuestra época se caracteriza por la aparición de interrogantes científico-técnicos, ético-políticos, artísticos y filosóficos que no eran apenas concebibles (al menos con tal acuidad) hace sólo unos decenios. Se debate  así sobre el grado de inteligencia que pudieran alcanzar ciertos artefactos, les hace susceptibles de  autonomizarse del ser humano y hasta de reemplazar a este, incluso en trabajos de alta exigencia científica o creativa Pues bien, ante estas cuestiones (cuyo abordaje exige una ascética mediación por diversas disciplinas) es lícito preguntarse: ¿se trata efectivamente de algo que afecta en lo profundo a la condición humana, o se trata de querellas sobrevaloradas para que reemplacen  a otras verdaderamente urgentes?

Se habla en foros de todo tipo no sólo de conocimiento científico maquinal, sino de creación artística con raíz en algoritmos. Inevitable pues la pregunta: ¿hay alguna metáfora, alguna frase musical o algún rasgo pictórico surgidos de un algoritmo que constituya realmente una emergencia, es decir, algo irreductible a la suma de la potencialidad de sus componentes, criterio de toda obra del espíritu humano que quepa calificar de creación?

La dificultad de la respuesta se acentúa por el hecho de que, ateniéndose a los humanos), la pregunta puede perfectamente extenderse a una enorme parte de la producción contemporánea calificada de creativa, empezando por la literaria. Los estereotipos que determinan el gusto del lector,  consumidor de música o compulsivo visitante de exposiciones, responden a las exigencias imperativas de producción masiva a las cuales está sometida la industria cultural, empezando por las grandes editoriales, con el corolario de la proliferación de premios a menudo fútiles (más de dos mil sólo en Francia según un artículo de Hélène Ling e Inès Salas en Le Monde Diplomatique), la estandarización de los temas, los estilos y hasta las tentativas de escapar a las categorizaciones. En suma:  cuando la inteligencia creativa de los humanos se muestra consignable bajo categorías delimitadas ¿qué tiene de extraño que un algoritmo pueda estar en condiciones de emular al humano en esa actividad?

Dónde reside, pues, la urgencia: ¿en determinar si algoritmos pueden reemplazar a los humanos en actividades creativas o en preguntarse si las condiciones sociales permiten realmente al ser humano activar el conjunto de facultades creativas y cognoscitivas que configuran nuestra frágil y abisal inteligencia?

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29 de mayo de 2023
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Verdadera inteligencia: triple prueba

En función de lo sostenido en las columnas anteriores, un ser equiparable a nosotros en inteligencia debería pasar por una triple prueba:

Debería en primer lugar explicar el conjunto de descripciones y previsiones a las que procede, y en los casos en que tal explicación no se diera, inquietarse por ello, a la manera en la que en el arranque del siglo XIX los físicos se inquietaban por el hecho de que el efecto foto-eléctrico, (controlado en el laboratorio, y en consecuencia soporte de posibles previsiones) no tenía explicación en el marco de la concepción de la luz como continuo ondulatorio.

Recuérdese al respecto que pese a su decisión de conformarse con la “generalización por inducción”, y no conjeturar hipótesis alguna, nunca Isaac Newton se sintió satisfecho con su desconocimiento de la razón de la gravedad. No vale en ningún caso el silencio al respecto del que hasta ahora da muestra un ente como AlphaFold2, en relación a la causa de sus prodigiosas previsiones.

En segundo lugar, debería desde luego eventualmente mostrar un comportamiento altruista (concretizado, por ejemplo, en espontánea y desinteresada ayuda a una entidad -maquinal, humana o animal- en dificultades), bien radicalmente egoísta, es decir, de un egoísmo no marcado por la necesidad sino por el deseo (por ejemplo, acaparando una fuente de energía para él superflua y necesaria a la subsistencia misma de otra entidad). Pero, sobre todo:

Debería dar muestra de deliberación en torno a imperativos que van más allá no sólo del propio interés, sino eventualmente del interés empírico de los seres que forman parte de su entorno favorable. Esta sumisión a imperativos puede tener diversas formas, siendo la más radical la explícitamente formulada por Kant como no traicionar la propia condición de ser racional, incluso teniendo la disposición de hacer el mal. Pero se manifiesta también en la fidelidad a una ley que conduce por ejemplo a no traicionar la palabra dada del secreto de confesión, pese a saber   que ello pudiera acarrear efectos calamitosos.

En fin, nuestra entidad debería sino producir una obra de arte (muchos humanos no la producimos al menos ateniéndose a la categorización usual de las formas de arte), sí el juicio estético, eventualmente en acuerdo singular (por irreductible a causa objetiva) con seres humanos o con otros entes maquinales que (de responder asimismo a las otras dos modalidades de juicio) deberían plenamente ser considerados inteligentes.

Variable secundaria sería en estas condiciones la diferencia entre ser maquinal y ser biológico, pues entre los predicados esenciales del concepto de inteligencia humana no figura el de animal y a fortiori el de vida.

Habría entonces que volver de nuevo la mirada al hombre e interrogarnos sobre la condición humana: ¿ese ser racional que es el hombre habría de ser necesariamente animal, es decir determinado esencialmente por la biología? Quizás fuera entonces legítimo pasar de considerar al hombre como un caso particular de animal (racional por oposición a los animales que no lo son) para poner en primer término su condición de racional que eventualmente (sólo eventualmente) tendría soporte biológico.

Pero desde luego, estamos bien lejos de todo ello. Por el momento, sólo los seres humanos parecen susceptibles de entrar en interlocución con quien, simplemente, efectúa las preguntas que preceden.

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18 de mayo de 2023
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