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Escrito por

Vicente Luis Mora

Vicente Luis Mora (Córdoba, España, 1970), es Doctor en Literatura Española Contemporánea y licenciado en Derecho. Ha trabajado como gestor cultural y profesor universitario. Estudioso de las relaciones entre literatura, imagen y tecnología, hasta el momento ha publicado la novela Alba Cromm (Seix Barral, 2010), el libro de relatos Subterráneos (DVD, 2006), y la novela en marcha Circular 07. Las afueras (Berenice, 2007). También ha publicado Quimera 322 (2010), inclasificable proyecto sobre la falsificación literaria desde la teoría y la práctica, a través de 22 seudónimos, que apareció como nº 322 de la revista Quimera. Como poeta, cuenta con los poemarios Texto refundido de la ley del sueño (Córdoba, 1999), Mester de cibervía (Pre-Textos, 2000), Nova (Pre-Textos, 2003), Autobiografía. Novela de terror (Universidad de Sevilla, 2003), Construcción (Pre-Textos, 2005) y Tiempo (Pre-Textos, 2009). Ha publicado los ensayos Singularidades. Ética y poética de la literatura española actual (Bartleby, 2006), Pangea. Internet, blogs y comunicación en un mundo nuevo (Fundación José Manuel Lara, 2006); La luz nueva. Singularidades de la narrativa española actual (Berenice, 2007) y El lectoespectador. Deslizamientos entre narrativa e imagen (Seix Barral, 2012). La parte de narrativa de su tesis doctoral, galardonada con premio extraordinario de Doctorado, aparecerá próximamente en la Universidad de Valladolid en una versión breve y actualizada bajo el título de La literatura egódica. El sujeto narrativo a través del espejo.  Ejerce la crítica literaria y cultural en su blog Diario de Lecturas (I Premio Revista de Letras al Mejor Blog Nacional de Crítica Literaria), y en revistas como Ínsula, Quimera, Clarín o Mercurio. Ha recibido los premios Andalucía Joven de Narrativa, Arcipreste de Hita de Poesía, y el I Premio Málaga de Ensayo por su libro Pasadizos. Espacios simbólicos entre arte y literatura (Páginas de Espuma, 2008).

Sus últimos libros son la novela Fred Cabeza de Vaca (Sexto Piso, 2017), el libro de poemas Serie (Pre-Textos, 2015), el ensayo La huida de la imaginación (Pre-Textos, 2019), la monografía El sujeto boscoso (Iberoamericana Vervuert, 2016), el libro de aforismos Nanomoralia (Isla de Siltolá, 2017), y la antología La cuarta persona del plural. Antología de poesía española contemporánea (Vaso Roto, 2016). También ha practicado el monólogo teatral, el hoax (Quimera 322, 2010), la literatura digital y hace crítica en su blog Diario de lecturas (http://vicenteluismora. blogspot.com).

Copyright de la foto: Racso Morejón

Eder. Óleo de Irene Gracia

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66. Pantallas de papel, versión 2013

"como si yo fuera el protagonista de una película cómica en la que mi terror no tenía más función que producir la risa de unos espectadores invisibles"; Juan Aparicio Belmonte, Un amigo en la ciudad; Siruela, 2013. / "Aquella actitud tan desenfadada divirtió al equipo de televisión, aunque aún le sorprendió más la relajación y naturalidad con que actuaban delante de las cámaras. Sin embargo, cuando las felicitaron por ello, parecieron confusas. La mayor y más directa de todas, la señora Cheng, dijo que no sabía de qué le hablaba el director. Si se suponía que debían de ser ellas mismas, ¿a qué venía el comentario sobre su actuación?"; Yiyun Li, Muchacho de oro, muchacha esmeralda; Galaxia Gutenberg, 2013, traducción de Laura Martín de Dios. / "Esperé una ayuda del pasado, pero la realidad no empezó a temblar como paso previo a que nos succionase un flashback, tampoco nos rescató un fundido en negro, y como no me atreví a salir corriendo lo que hicimos fue sentarnos a la misma mesa"; Gonzalo Torné, Divorcio en el aire; Mondadori, 2013. / "(...) aquella anécdota se desplegó ante mí con sorprendente viveza, como una película en la que yo me sentía tan solo y desamparado como en aquel momento"; Aparicio Belmonte, Un amigo en la ciudad. / "Fueron el tono de desesperación contenido, las puntas de cabello todavía húmedas y la voluta de humo que se sacó de los labios los que me convencieron de que Helen se sentía encuadrada en la escena de uno de esos telefilmes donde la mujer indomable y rubia se decide a pelear por el bien de su hijo contra el hombre que ama"; Torné, Divorcio en el aire. / "era fácil que su cerebro se excitase por el paso rápido de imágenes y acabase proyectando en el ventanal otras a la misma velocidad: desaparecían los paisajes junto a la vía para dar paso a la película de su vida, de acelerada, la secuencia de decisiones que la habían conducido hasta aquí, puestas en orden a la ida y luego remontadas a la vuelta hasta llegar al momento original en que todo se torció"; Isaac Rosa, La habitación oscura; Seix Barral, 2013. / "Y tú que te piensas y te crees mejor que ellos, / sentado en un cómodo sofá con la nevera a rebosar / de mentiras que te llegan con un mando a distancia / que te da un cierto poder, el mandar en algo. / Pero en ese resquicio de poder una advertencia / mira tu alrededor, lee estos informativos y date cuenta / de que no tienes ni idea de nada, / de que no has entendido nada / porque ese poder es como todos, / terrenal y pasajero, el reloj sigue contando / y tarde o temprano te los encontrarás, / todas esas caras de los informativos / te estarán esperando, tarde o temprano"; Pablo Lorente, Informativos Tele Nada; Fundación Cultural Bajo Martín / Comuniter, 2013. / "Me quedé mirándola un rato (...) tratando de que no me conmoviera nada de la situación, como si yo fuese un actor secundario al que no le han dado más que un papel de extra, sin intervención hablada, un personaje que entra en una habitación semioscurecida, se sienta en un butacón, mira a la paciente que está dormida y, antes o después, posa las yemas de sus dedos en sus propios ojos, masajea sus párpados y, de repente, pierde pie en la realidad y cae hacia el lado de la inconsciencia apaciblemente"; Juan Bonilla, "Cuidados paliativos", Una manada de ñus, 2013.



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21 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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67. Pasadizo entre Mark Z. Danielewski y Alberto Chimal

Cuando House of Leaves se publicó en el 2000 pensábamos que literariamente ya no podía haber nada nuevo bajo el sol pero nunca se nos ocurrió que podría haberlo bajo tierra", escribió recientemente Esther García Llovet. / La novela de Danielewski acaba de traducirse, trece años después, al español, de la experta mano de Javier Calvo. Casa de hojas ha requerido la colaboración de dos editoriales, Pálido Fuego y Alpha Decay, debido al ímprobo trabajo que supone editar un libro tan distinto y complejo como es éste. No quiero extenderme sobre House of Leaves, porque ya lo hice en El lectoespectador, pero quizá allí se me olvidó apuntar una idea que he recordado ahora, después de leer La torre y el jardín (Océano, México D.F., 2012), la fabulosa novela de Alberto Chimal. Uno de los muchos aspectos interesantes de la novela de Danielewski es que -como en cierto cine de terror- introduce el miedo y el desconcierto en el lugar que debería ser más tranquilizador y confortable: la casa propia. Para la familia Navidson, el espacio familiar se convierte en un auténtico monstruo de medidas variables, ya que la casa es más grande por dentro que por fuera. / Similar planteamiento tiene La torre y el jardín, de Chimal. La novela describe un edificio, el Brincadero (nombre deliberadamente polisémico, con tres significados en dos lenguas), que también es mayor (infinitamente mayor) por dentro que por fuera. Como en House of Leaves, lo fantástico permite al narrador abordar una historia que abarca varias temporalidades y varios protagonistas, con absoluta libertad y dando pábulo a una imaginación desbordante. La torre y el jardín es un juego de espacios, sí, pero también es un fascinante juego de tiempos: paralelos algunos, superpuestos en capas otros, que abordan un territorio (el de la posthumanidad, arrancando del jardín la flor humana) en el que pocos narradores actuales se adentran (recordemos al Houellebecq de La Possibilité d'une île, 2005). / Como en House of Leaves, en la novela de Chimal los protagonistas sienten "la impresión de una caída interminable hacia las entrañas de un monstruo" (p. 318). / En ambas novelas el lenguaje ocupa un lugar importante, cuyo destino es, finalmente, su ruptura o terminación: "Y ese sitio único", escribe Isabel, la protagonista y conservadora del Brincadero, a su padre, "es el jardín, ¿se da cuenta? Es el único donde no cuentan las palabras: donde aún están por llegar o ya se fueron hace mucho o jamás van a aparecer" (p. 358). La limitación del lenguaje también aparece en ambas novelas por su dimensión textovisual, por la especial maquetación que hace que el edificio parlante de Chimal cierre o encuadre su discurso, o lo abra para que los personajes lo escuchen; o cuando Danielewski remeda el laberinto de Asterión con la maquetación de House of Leaves. Sí, tiene razón García Llovet, no sólo el monstruo y el lenguaje estaban bajo tierra, también parte de lo nuevo que pasa, que viene pasando, en la literatura de nuestro tiempo.



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13 de diciembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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68. Algunas ideas interesantes (porque son de otros)

Algunas ideas oídas en diferentes foros durante las últimas semanas, que me parecen interesantes, aunque no esté de acuerdo con todas, y que he ido apuntando. / Antonio Orejudo: "Internet está sobrevalorado". / Arcadi Espada: "el columnista es la muestra de la decadencia del oficio". / Daniel Innerarity: "En una sociedad compleja aumentan las cosas (...) cuya racionalidad debemos dar por supuesta". / Alejandro Fernández Aldasoro: "Estos chicos leerán los 5.000 libros que tienen en su ebook después de escuchar las 30.000 canciones que tienen también guardadas en él". / Innerarity: "La nuestra es la sociedad de la desinformación y del desconocimiento". / Pere Gimferrer: "João Cabral de Melo decía que no es posible ver una angustia amarilla, pero sí una virgen en un prado, y que la poesía debe plantearse cosas visualizables". / Orejudo: "la gente no entra en Internet para formarse una opinión, sino para ver reflejada la suya. El lector virgen no existe". / José Luis Moure: "El pueblo fija la lengua, como fija la ley". /   Espada: "Tan baratas son las opiniones que la gente las da gratis. Los hechos son caros, su naturaleza varia, multiforme (...) obliga a ejercicios estilísticos concretos y precisos". / Hernán Casciari: "Nos resultaría vergonzoso que se hiciera público nuestro historial de navegación de anoche". / Manuel Dávila: "es fácil encontrar a Bolaño en ediciones piratas, pero es imposible encontrarlo en una versión digital legal". / Tomás Granados: "los editores van a tener que pasar a ser productores como los productores de cine, además de creadores de los nuevos productos editoriales". / Espada: "Hay que tomarse en serio la repetición, esa música-máquina en que se ha convertido la difusión de argumentos en nuestro mundo". / Javier Celaya: "los editores locales deben traducir a otros idiomas a los autores locales, y no esperar a que los extranjeros los traduzcan". / Orejudo: "el hipertexto, a día de hoy, sigue sin parecerme un avance definitivo". / Roger Bartra: "Jacobi, en The Latest Intellectuals, explicó que las universidades estadounidenses habían aniquilado la bohemia intelectual, sacándola de la ciudad y llevándola a campus suburbiales, donde dejaba de ser visible políticamente". / José María Pozuelo Yvancos: "a día de hoy Internet no ha hecho sino aumentar la necesidad de una crítica hecha con conocimientos. Cuanto más gente hable y hable o escriba y escriba, y eso ocurre a diario en cientos de blogs, Facebook, Twitter, etcétera, más necesario será que haya especialistas capaces de que su voz sea distinta e informada". / Hernán Casciari: "ya no puedo escribir sin checar cada media hora el móvil". / Celaya: "los libros digitales deben ser pensados por sí mismos, atendiendo a las necesidades específicas de sus lectores". / Txetxu Barandiarán: "Por qué hablar de algo que no existe. Si no se crea en digital lo que se comercializa en digital es una mala copia y, además, casi siempre, con preservativo". / Alejandro Fernández Aldasoro: "Soy pesimista, pero no espero convencer a nadie de ello porque hasta en eso soy pesimista".



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29 de noviembre de 2013

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69. Por qué Bilbao tiene razón

Me gustan las metáforas urbanas porque no todo el mundo desentraña con facilidad un mapa, pero cualquiera entiende un paseo. / El otro día salí caminando del centro de Bilbao. Llamémosle Centro, mejor. Observé algunos edificios vetustos, bien reconocibles, tradicionales. Advertí la encarnación pétrea y estanca de la Historia en los muros. Escuché el ritmo pausado de las tabernas de toda la vida. Constaté la lentitud del tráfico por algunas calles. El Centro es un entorno por el que los bilbaínos se mueven sin pensar, como han hecho siempre, de forma automática, sin cuestionar. Conforme caminaba, una nueva ciudad -avanzada por el perfil lejano e inmenso de la torre Iberdrola-, comenzaba a anunciarse. Calles y avenidas se ensanchaban, se avistaban franjas de horizonte, el tráfico cobraba viveza: ya no veía tiendas en mi paseo, sino edificios; ya no veía edificios, sino montañas y cielo. / Y entonces llegué a la orilla de la Ría del Nervión, junto al Guggenheim, y comprendí. A la literatura le ha sucedido lo mismo que a Bilbao en los últimos 30 años. Han sufrido los mismos cambios o, con más propiedad, la geografía de Bilbao representa a la perfección esas variaciones. Desde el puente Zubizuri veía la autovía elevada por el Puente de la Salve (Salbeko Zubia), desde la cual casi puede tocarse con la mano la parte oriental del Museo de Frank Ghery, y contemplaba también el propio Guggenheim. Al acercarme después andando no podía ver los coches lanzados a toda velocidad varias decenas de metros sobre mi cabeza, pero sí oírlos, y frente al Museo, pensé que este exterior de Bilbao, en el que velocidad y estética y polémica e incertidumbre están soldadas, es la imagen de la literatura en Internet, discutida y veloz, presente y llamativa pero cuestionada; y entendí la tensión entre el Centro sólido, tradicional, reconocible, el núcleo del canon fijo, resistente, con escasa movilidad, y la inquietante e inapelable movilidad de las Afueras, donde sucede lo nuevo; y vislumbré el peligro de no conversen o no puedan comprenderse unos a otros, el Centro y las Afueras de lo literario; y recordé, como el Octavio Paz de El mono gramático y la canción de Santiago Auserón, la forma del camino hecho "y el sonido de mis propios pasos / en la gravilla"; y luego retrocedí hasta Mazarredo Zumarkalea y me quedé allí, bajo la lluvia, vertical en medio de la calle, entre el Centro y las Afueras, con un pie a cada lado, y me dije que había algo de verdad en el centroafuerismo, y recordé que para Wittgenstein, "en una proposición hay tanto como hay detrás de ella", y supe que Bilbao tiene razón: que en esa gran carretera elevada sobre el puente que une dos orillas, ese vial que te mete en el Centro ralentizando el vehículo o que te saca de él acelerando hacia las Afueras; en esos carriles que rozan el lateral del Guggenheim se esconde el símbolo, la mejor imagen, de cuanto está sucediendo.



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15 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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70 y 71. La República de las Letras

 

Marc Fumaroli, La república de las letras; Acantilado, Barcelona, 2013,

 

 

La "República de las Letras" desarrollada en Europa -de forma paralela a cualquier sistema político, religioso o cultural- desde finales del siglo XV hasta varios o muchos siglos después, según autores, es una historia tan apasionante como desconocida por el gran público. Avanzo ya que este volumen del profesor y crítico francés Marc Fumaroli puede ser un acercamiento recomendable a este inmenso fenómeno sociocultural; sin embargo, debo decir también que resulta algo sorprendente la aseveración de Fumaroli de que "la noción misma de República de las Letras (...) no ha conocido hasta ahora el favor ni de la investigación histórica en un sentido amplio, ni de la historiografía de las ideas" (p. 112[1]). Aunque no es este mi campo de especialidad, recordaba de mis tiempos de doctorado los estudios de Peter Burke o Paul Dibon ("Communication in the Respublica Literaria of the 17th Century", Res Publica Litterarum 1, 1978), y, tras buscar un poco, he encontrado trabajos de numerosos autores como Richard Marber, N. Fiering (1976), V. Karady (1988), L. Daston (1991), Saskia Stegeman, J. Álvarez Barrientos, Anthony Grafton, Helena Carvalhão Buescu, F. López, I. Urzainqui, Dena Goodman, Robert Darnton (1994), Perla Chinchilla Pawling, Pedro Ruiz Pérez, David Hall o todos los autores incluidos en Paul Scott (ed.), Collaboration and Interdisciplinarity in the Republic of Letters: Essays in Honour of Richard G. Maber; Manchester University Press, 2010. También recomienda Fumaroli pensar en la actualidad el término de modo "transnacional" (p. 43), como si no lo hubiera hecho Pascale Casanova hace catorce años, en The World Republic of Letters (1999). La cuestión es que Fumaroli considera que el tema, a pesar de los numerosos antecedentes, merece mayor análisis y se lanza a rellenar lo que él denomina la "semántica" de la misma desde diferentes acercamientos.

 

Como ha expuesto Peter Burke, "esta unión o república de ‘letras', en el sentido de aprendizaje, fue fundamentalmente una comunidad imaginaria, a veces descrita en textos como República Literaria (1655) de Diego de Saavedra Fajardo o Deutsche Gelehrtenrepublik (1774) de Friedrich Klopstock, como una ciudad circundada por un foso de tinta y defendida por plumas de escribir, o en ocasiones como un estado soberano con su propio senado y leyes"[2]. Fumaroli examina sus comienzos e intenta esclarecer algunos períodos concretos mediante una profunda inmersión en la documentación de la época. Apunta que "la expresión ‘República de las Letras' (...) aparece por primera vez en 1417, en una carta latina dirigida por el joven humanista Francesco Barbaro a Poggio Bracciolini para felicitarle por el descubrimiento de unos manuscritos" (p. 21); documento natal del término que agrupará, según describe Fumaroli, a un inmenso grupo de humanistas europeos que, al margen de las universidades, mediante trabajos o prebendas que les permiten dedicarse al "ocio estudioso" (pp. 338ss), tejen un inmenso tapiz discursivo con el objetivo de recuperar el saber clásico grecorromano, elaborar traducciones notables de sus textos, establecer una conversatio similar a la que sostuviesen Petrarca y Boccacio, desarrollar questiones o querellas intelectuales y conservar un latín "puro", alejado de las hablas vulgares. La correspondencia es el cauce por el que esta lejana forma de "red social" (p. 16) se comunica (véase este mapeado virtual de las cartas por investigadores de Stanford); las modernas Academias (en imitación de la ateniense) son el lugar donde sus miembros se reúnen al principio para abandonarlas después, y la aparición de la imprenta es el medio que permitirá a estos humanistas recuperar los clásicos antiguos en ediciones críticas, que harán circular entre ellos. Vuelve a florecer de este modo la lectura crítica comentada (algo habitual en la Grecia de Filodemo[3] que se busca imitar) y comienzan a gestarse las bibliotecas privadas como forma de distinción intelectual: "este banquete de libros", dice Fumaroli, aludiendo a los tempranos cuadros y grabados que retratan mesas llenas de libros como si fueran bodegones, "se extiende idealmente a todos los letrados, abarca y resume toda la Respublica litterarum" (p. 58), constituyendo el lugar donde entregarse "a la compañía de los muertos" (Guy Patin, citado en p. 55), o vivir "en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos" (Quevedo, "Retirado en la paz de estos desiertos"). Los miembros de la República letrada también se encargaban de restituir la "gloria" literaria a los escritores a sueldo de mecenas o poderosos, evitando que éstos se llevasen los laureles (pp. 59-60). En 1664 Pierre Bayle funda la revista Nouvelles de la République des Lettres y se termina de conformar, y confirmar, la existencia de este difuso colectivo de humanistas. Se construye en ese marco para la posteridad el mito del Parnaso, por lo común situado en la Arcadia, "en el que los poetas-pastores itinerantes se encuentran en compañía de Apolo y de las Musas, emblemas de la inspiración y la gloria literarias" (p. 91). El propio Parnaso, como sabemos, pasaría mucho después a configurar el territorio simbólico de la gloria para un escritor (sea esto lo que sea), e incluso a denominar un tipo de lírica. "En los siglos XVI y XVII", escribe Paul Bénichou, se lleva a cabo una "apología de la literatura al nivel espiritual más elevado", y entre los escritores "se asiste (...) a una dignificación de la literatura profana. Desde luego, todo lo que puede decirse para gloria de las letras recuerda su situación en el mundo antiguo"[4]. De modo que en esos siglos, y en esa República de las Letras, comienza a configurarse un estatuto simbólico del escritor que no será sustituido hasta la llegada del Romanticismo.

 

Lo mejor del libro de Fumaroli es que pone rostro a la creación y desarrollo de esta República libresca, explicando la función que tenían algunos de sus personajes principales. Especialmente interesante es la recuperación de la figura de Vincezo Pinelli, fundamental no por sus obras escritas sino por su privilegiada e influente situación en el campo literario de la Venecia del siglo XVI. Mientras que la filología ha obliterado su legado literario, Fumaroli explicita el lugar de Pinelli y sus pautas de comportamiento dentro de los habitus epocales, del mismo modo que Pierre Bordieu estudia los de Flaubert en una época posterior. También explica Fumaroli cómo "la Venecia de Barbaro y de Pinelli es la parcela de Italia en la que está preservada la tradición de las Letras inaugurada por Petrarca, la segunda patria de todo humanismo" (p. 121); y esclarece cómo esa irradiación veneciana cede su empuje ante la parisina a partir del XVII, centrándose ya el estudio en personajes franceses. Es normal que se destaque la importancia de ciudades como Venecia o París en este proceso; como ha explicado Pedro Ruiz Pérez, "las nóminas de poetas son expresión de este desplazamiento que lleva de la corte a la ciudad y muestra la directa relación con ella de la república de las letras, una república que comparte rasgos con la ciudad y en la que, como en ésta, se despliegan estrategias de reconocimiento y de toma de posición en el campo" (El Parnaso versificado. La construcción de la república de los poetas en los Siglos de Oro; Abada, Madrid, 2010). En resumen, Fumaroli explica a la perfección el qué, el quién, el cómo y el cuándo de la cuestión, convirtiendo el libro en un manual complejo y completo de este interesante fenómeno cultural.

 

Uno de los aspectos más atrayentes -a mi dudoso juicio- del volumen es el hecho que Fumaroli entre a fondo en algo "irrecuperable": las conversaciones privadas sobre las que se sustentaba en buena parte de la convivencia de la República. A pesar de que no es posible acceder, obviamente, a aquellos hitos orales entre humanistas, Fumaroli entiende que pueden explorarse al menos su funcionamiento y fines. Así, apunta que para evitar la censura y por prudencia ante la vigilancia religiosa (tanto anterior como posterior a la Reforma), los humanistas prefieren hablar a escribirse, siempre que no lo imposibilite la distancia (p. 184). A juicio del autor, "la conversación mundana (...) se convierte entonces en una especie de género literario nido, anfibio (a la vez oral y escrito), colectivo, que asocia a la invención lingüística todo un ambiente (...) Como viera bien Sainte-Beuve, mejor sociólogo que Proust, conversación y literatura francesa se volvieron por entonces indisociables" (p. 225). La descripción de los ámbitos conversacionales y las pesquisas de la documentación (testimonial, no directa, como es lógico) de los diálogos internacionales entre humanistas me parece una de las partes más fascinantes del libro. Lástima que Fumaroli no aborde la cuestión de la República de las Letras en nuestros días. Burke, por el contrario, contempla dos fases históricas más recientes de la respublica litterarum, que llegan incluso a describir la presente "República Digital de las Letras", mientras que Fumaroli reivindica nostálgicamente su creación en el último párrafo del libro; por su parte, Eloy Martos Núñez ha comparado la práctica de la fanfiction y otras prácticas colaborativas desinteresadas en línea con las prácticas antiguas, defendiendo que "su conducta se parece a la de los librepensadores que impulsaron los primeros tiempos de la República de las Letras"[5].

 

Amén de nuestra disensión en lo tocante a la "novedad" adánica del volumen, como reparos puntuales al libro apuntaríamos que se advierte con demasiada claridad que es una compilación de textos sobre el mismo tema, todos interesantes salvo el de "La diplomacia y el ingenio", demasiado particular y concreto y sobre el que el autor ya había publicado un libro homónimo (Acantilado, 2011), y quizá hubiese ganado mucho el volumen haciendo una limpieza de repeticiones innecesarias (en varias ocasiones se cita la carta de Barbaro donde aparece por vez primera el término). También apuntaríamos los previsibles accesos de galocentrismo, razonable el de la página 141 y algo excesivo (dejémoslo ahí) el de las páginas 368-70. Por lo demás La República de las Letras es un libro valiosísimo para los estudiosos de la Europa de los siglos abordados en el ensayo, y un volumen muy ameno -sin abandonar el rigor- para cualquier lector interesado en las dinámicas intelectuales y tensiones literarias que han forjado nuestra historia.

 

 

 

[Relación con el autor y la editorial: ninguna]

 


[1] Con independencia de que el texto original del que proviene esta frase fuese anterior, su mantenimiento en la actual edición, que cuenta con una introducción especial del autor, y que se presenta como libro orgánico, implica que se sigue sosteniendo el pensamiento contenido en ella.

[2] Peter Burke, "La república de las letras como sistema de comunicación (1500-2000)"; IC Revista Científica de Información y Comunicación, nº. 8, 2011, [pp. 34-49], p. 36.

[3] Cf. María Paz López Martínez, "La Poética de Filodemo de Gadara: estado de la cuestión", Ítaca. Quaderns Catalans de Cultura Clàssica, nº 19, 2003, pp. 115ss.

[4] P. Bénichou, La coronación del escritor (1750-1830). Ensayo sobre el advenimiento de un poder espiritual laico en la Francia moderna; Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2012, p. 23.

[5] Eloy Martos Núñez, "De la República de las Letras a Internet: de la Ciudad Letrada a la cibercultura y las tecnologías del s. XXI", Álabe, nº 1, junio 2010.



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9 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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72. Bibliomaquia con Pérez Galdós e Isaac Rosa

Concluyo diciendo que el presente estado social, con toda su confusión y nerviosas inquietudes, no ha sido estéril para la novela en España, y que tal vez la misma confusión y desconcierto han favorecido el desarrollo de tan hermoso arte (p. 34) / (...) el capitalismo se tambaleaba, era el fin de una época (p. 102) / Se puede tratar de la Novela de dos maneras: o estudiando la imagen representada por el artista, que es lo mismo que examinar cuantas novelas enriquecen la literatura de uno y otro país, o estudiar la vida misma, de donde el artista saca las ficciones que nos instruyen y embelesan. (p. 24) / El relato de nuestras vidas podría resumirse en la prosa de un currículum vítae: un par de folios apretados que enumeraban los episodios breves, la discontinuidad, las veces en que caímos, nos levantamos, empezamos de cero, cambiamos de empresa, de trabajo, de actividad, de formación, de compañeros, de casa, de ciudad, de pareja, de amigos (p. 103) / Examinando las condiciones del medio social en que vivimos como generador de la obra literaria, lo primero que se advierte en la muchedumbre a la que pertenecemos es la relajación de todo principio de unidad. Las grandes y potentes energías de cohesión social no son ya lo que fueron, ni es fácil prever qué fuerzas sustituirán a las perdidas en la dirección y gobierno de la familia humana (p. 25). / El dinero, por ejemplo, era central, ahora lo entendemos así pero entonces no lo veíamos, no lo nombrábamos, porque era natural, era el aire que respirábamos. Sin él nos asfixiábamos, claro, pero fueron años de buena ventilación, la mayoría no lo teníamos en abundancia pero sí suficiente y, más importante, con la expectativa verosímil de que aumentase. (pp. 51-52). / Podría decirse que la sociedad llega a un punto en su camino en que se ve rodeada de ingentes rocas que le cierran el paso. (p. 26). / Y menos mal que el tren llegaba a la estación (...) porque si hubiese más estaciones por delante se le aparecería en el ventanal la vida por venir, los años en que tendría que empezar de cero cada mes buscando algo con que completar los ingresos necesarios para llegar al final y luego empezar otro mes, y así un escalón tras otro durante cuántos años, hasta qué edad aguantaría sirviendo desayunos, hasta qué edad la seguirían llamando, qué vendría después (p. 121). / (...) los más sabios de entre nosotros se enredan en interminables controversias sobre cuál pueda o deba ser la hendidura o pasadizo por el cual podremos salir de este hoyo pantanoso en que nos revolvemos y asfixiamos (p. 27) / (...) nuestras vidas en aquellos años podrían contabilizarse, monetizarse, dejarían un rastro de billetes arrugados y monedas sin brillo allí por donde pasamos, como una huella de baba, la vida resumida en apuntes bancarios, ingresos, reintegros, pagos, recibos, un deambular frenético de hormigas sin un momento de descanso, dejando cada mañana en las sábanas el malestar acumulado como un residuo tóxico, como una secreción nocturna, para que el contador luminoso no se detuviese y prolongase su girar de dígitos como un metrónomo irresistible (pp. 48-49) / se advierte la descomposición de las antiguas clases forjadas por la historia (...) la llamada clase media, que no tiene aún existencia positiva, es tan solo informe aglomeración de individuos procedentes de las categorías superior e inferior, el producto, digámoslo así, de la descomposición de ambas familias (pp. 27-28) / Consumíamos menos, sí, pero consumíamos. Aunque fuese barato seguía siendo consumo, nos mantenía vivos: la cerveza internacional era de marca blanca, películas y series descargadas, aplicaciones gratuitas en el teléfono, vino de oferta, bares más económicos, ropa comprada en tiendas de liquidación de fábrica, mercadillos, vacaciones en la segunda vivienda de nuestros padres o en el pueblo familiar o en casas intercambiadas en otras ciudades. Aquellos relámpagos de felicidad también nos empujaban a seguir corriendo, y nos convencían de que en el fondo todo volvería a ser como antes, la máquina reanudaría su avance, el contador recuperaría su marcha. (p. 138) / en esta muchedumbre consternada, que inventa mil artificios para ocultarse su propia tristeza (p. 27) / quién propuso construir una habitación oscura (p. 26)  / diciendo que no han visto más que tinieblas (p. 27) / cuando esta última reunión a oscuras se convierte en un viaje en el tiempo, cuántos de nosotros nos cruzamos en un mismo recuerdo (p. 19) / todos, en fin, nos lamentamos, con discorde vocerío, de haber venido a parar a este recodo, del cual no vemos la manera de salir, aunque la habrá seguramente, porque aquí no hemos de quedarnos hasta el fin de los siglos (p. 27) / Quién nos iba a decir que la habitación oscura acabaría convertida en un escondite (...) como si esta invisibilidad y este silencio fuesen a durar para siempre (p. 135) / el Arte nos ofrece un fenómeno extraño que demuestra la inconsistencia de las ideas en el mundo presente (p. 29) / Cruzó el parque, se sentó en un banco pero se vio a sí mismo en una imagen tópica y patética, el derrotado que todavía con la corbata puesta se adormece mirando las palomas (p. 116) / Pero no creáis que de lo expuesto intentaré sacar una deducción pesimista, afirmando que esta descomposición social ha de traer días de anemia y muerte para el Arte narrativo (...) Y nadie desconoce que, trabajando con materiales humanos, el esfuerzo del ingenio para expresar la vida ha de ser más grande, y su labor más honda y difícil, como es de mayor empezó la representación plástica del desnudo que la de una figura cargada de ropajes (p. 32) / No, ya no nos creíamos inmortales. Pero todavía estábamos vivos. Ya no mirábamos el derrumbe con fascinación, ya no éramos turistas de guerra: algunos proyectiles nos rozaron, hubo edificios que se desplomaron demasiado cerca y su polvareda nos tiznó la garganta, algunas caídas dejaban más que magulladuras, heridas que se infectaban (p. 136).  / Y al compás de la dificultad crece, sin duda, el valor de los engendros del Arte, que si en las épocas de potentes principios de unidad resplandece con vivísimo destello de sentido social, en los días azarosos de transición y de evolución puede y debe ser profundamente humano. (p. 32)

 

 

 

[Los párrafos o frases en cursiva pertenecen a Benito Pérez Galdós, La sociedad presente como materia novelable (discurso de 1897, en la edición de Biblioteca Nueva, 2013); los textos restantes corresponden a la última novela de Isaac Rosa, La habitación oscura (Seix Barral,  2013)].



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2 de noviembre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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73. Como quien espera el alba

Como quien espera el alba[1]

 

Por la noche, tendido en la cama, Törless no lograba conciliar el sueño. El tiempo se deslizaba como las enfermeras pasan ante el lecho de un enfermo.

R. Musil, Las tribulaciones del estudiantes Törless, 1906

 

"Entregado a un suavísimo sueño dormía el Nestórida, / mas Telémaco en claro pasaba las horas y estaba / desvelado en la noche inmortal sin saber de su padre", dice Homero, (Odisea, XV). Después será Ulises quien reconozca haber "pasado las noches en blanco". Tema borgiano por excelencia (y por ello fácil de encontrar en el primer Juan Bonilla: "escucho derretirse el porvenir. / El insomnio es una pesadilla", Partes de guerra, 1994), el insomnio es un tema recurrente en la obra del argentino, autor de la que quizá es la mejor aproximación narrativa al mismo: el relato "Funes el memorioso" (Ficciones, 1944). Hay muchas formas de leer ese cuento, de inagotable simbolismo, pero la conexión con el tema de la vigilia, si alguna duda había, se refuerza por la mención borgiana en otro poema: "Insomnio" (El otro, el mismo, 1964): "las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto, / las duras cosas que insoportablemente la pueblan", lo que configura la vigilia nocturna como una especie de sesión continua de cine donde la película es siempre la misma, y pertenece al género de terror. El motivo de la adscripción al género es que durante la "peste del insomnio" (Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, 1969) aparece la "información". ¿Cuál? La expuesta por Vila-Matas en una lejana crítica a La información de Martin Amis: la de que vamos a morir, la de nuestra condición perecedera, que nos acucia a mitad de la noche: "Concilio el sueño como un inocente. Pero me desvelo a las tres o las cuatro de la mañana, en mi despertador biológico suena la hora de pensar en la muerte, y de los poros empieza a brotar ese líquido frío, que no puede ser sólo sudor" (Gonzalo Torné, Divorcio en el aire, 2013); o también: "la obsesión de la muerte (...) nos acomete a solas, en silencio, y a veces, en completa seguridad: antes de quedarse uno dormido, cuando la habitación pierde sus dimensiones" (José Saramago, Manual de caligrafía y pintura, 1983). Para Adorno, "en las impacientes noches de insomnio la duración origina un horror insoportable (...) la angustia de saber que los días están contados y la duración de la propia vida establecida en las estadísticas" (Mínima moralia, 1951). Otra vía de relación entre la muerte y el insomnio es más escabrosa: "El insomne es por necesidad, un teórico del suicidio", escribía Cioran en sus Cuadernos 1957-1972.

 

Sin embargo, no cedamos al dramatismo. No todos los insomnios son terribles. El insomnio también podría ser "una forma de resistencia", frente a la complacencia borreguil del sueño (Damián Tabarovsky, Autobiografía médica, 2007). Y dos clases de insomnio (los provocados por la pasión o por la escritura) pueden contarse entre las mejores horas de la existencia. El amor nos mantiene en un estado de tensión insoportable, al menos las primeras semanas, quiero decir meses. Sostiene Concha García que "el amor endereza los cabellos", y por culpa de ese estrés pretraumátrico que es el amor añade Isabel Escudero que "el enamorado no duerme, está como vigilante de su valioso y amenazado tesoro. Se hace constantes preguntas, deambula por la casa como alma en pena, aun teniendo la prueba de que el otro está allí a su lado. (...) En trance de celos el insomnio es el rasgo más acusado. Uno se ve como en la obligación de vigilar (...) Es frecuente querer también prolongar este estado de insomnio durante el día y el enamorado guarda cama en la vigilia como en una enfermedad" (Digo yo. Ensayos y cavilaciones, 1997). Afortunadamente, es episodio morboso que dura poco. El insomnio, quiero decir, supongo.

 

Y luego está la vigilia literaria, el insomnio que provoca quedarse levantado escribiendo, cuando la idea es tan buena que debe dejarse el lecho de lado y tomar otras sábanas blancas, las de escribir, para volcarse en ellas. Es el insomnio que tuvo Kafka y el que uno lleva ya tiempo sin coger ("Parece menos burocrático escribir cuando todos duermen"; Fogwill, Un guión para Artkino, 2009). El insomnio se impone sobre su esclavo y le marca su ritmo, su escritura. En el poema de Felipe Benítez Reyes, "Balada del insomne", los tres primeros versos reproducen en su sincopación el ritmo trunco del pensamiento nocturno, y presentan al final cierto consuelo: "cuando el día se abra en su blancura, / los ojos crearán ese otro sueño / que soñaré despierto y que, a lo sumo, / tendrá la realidad que tiene el humo" (Escaparate de venenos, 2000). La escritura mental del insomnio genera una vigilia diferente, paralela, que ha sido bien vista por Mario Bellatin: "Una de las razones del insomnio del paciente es que debe construir su propio sueño, su estar dormido, de la misma forma como ordena su escritura. Ya no le es posible descansar libre y abiertamente (...) No. Debe crearle una forma al sueño. Ir hilando un tejido textual que sea el que sustente esas horas en apariencia perdidas" (La jornada de la mona y el paciente, 2006). Es decir: el insomne escribe de forma deliberada sus visiones, construye un elaborado sueño no onírico dirigido a cubrir el vacío de su vigilia. El insomnio convierte en escritores a los no escritores, y a los escritores en meticulosos dibujantes de celdas.


[1] Reproduzco en este post, bastante corregido y ampliado, el artículo que hice para la revista El ciervo en 2003.

 



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29 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Congreso Internacional de la Lengua Española

Durante los próximos días administraré uno de los blogs oficiales del VI Congreso Internacional de la Lengua Española, el correspondiente a la Sección II, "Industria del libro", dedicado a actualidad editorial, libro electrónico, mercado del libro en Hispanoamérica y España, vigencia del idioma, nuevos lectores, etc. Los recientes cambios que el mundo editorial está registrando desde la aparición de las nuevas formas de soporte lector, con sus consiguientes repercusiones en la distribución y difusión de la cultura escrita, invitan a una reflexión colectiva.

Mi tarea consistirá en dar noticias del Congreso, resumir algunas de las ponencias y mesas redondas y, en su caso, rescatar de las conversaciones de pasillo algún comentario jugoso. También tuitearé desde @MoraVicenteLuis algunas citas y estampas más breves. Esta es la dirección del blog, si os interesa:

 

http://seccion2.virtual.cile.org.pa/ 

 

 



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20 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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74 y 75. Menos sigue siendo más

El extraño texto de contraportada que escribiese Ignacio Echeverría para Hilos de sangre (2010), donde oponía a Torné de forma inexplicable frente a otra cosa, me impidió hacer una recepción de la misma. Me gustó mucho la novela pero tenía, como es natural en mí, algunos reparos que oponer a la obra. La posibilidad de que exponerlos pudiera suponer mi adscripción a la "otra cosa", y convertir así mi posible reseña en un "acto estratégico" de "oposición o distanciamiento", en vez de ser entendida como la desprejuiciada lectura de un libro, me llevó cual bartleby a preferir no hacerla -nadie me obliga a reseñar-, y a limitarme a escribir al autor, tiempo después, para comunicarle mi admiración por su trabajo y hacerle preguntas sobre su estética.

 

Mi admiración por Torné sigue vigente tras la lectura de Divorcio en el aire (Mondadori, 2013), aunque es una novela menos ambiciosa y lograda que Hilos de sangre. De hecho, es una especie de historia derivada o "spin off" de la anterior, ya que el protagonista, Joan-Marc, es uno de los personajes secundarios de Hilos de sangre y cuenta su historia a Clara, la protagonista de ésta. Digo "cuenta" porque en la página 195 el protagonista recalca: "Lo que escuchas son los pensamientos de un hombre joven" (la cursiva es mía), luego no estamos ante una larga carta, ni un manuscrito encontrado, sino ante una especie de falso relato oral, recurso técnico elegido por Torné para contar una historia cargándola de intención y permitiendo el derrame de una subjetividad libérrima. La última aparición temporal de Joan-Marc, según ha explicado el autor en una entrevista, sería la última parte de Hilos de sangre, novela que además aparece simbólicamente descrita en la página 243 de Divorcio en el aire.

 

Quizá esta dependencia de la novela anterior pesa demasiado sobre Divorcio en el aire, pues obliga a quienes leímos Hilos de sangre a tenerla de forma constante en la cabeza durante la lectura. Los notables saltos históricos de su obra mayor devienen en esta novela breves saltos temporales. La épica de aquélla se convierte en ésta en (alta) sociología. Mientras que la de Hilos de sangre era una gran historia (la de la Cataluña, por no decir de España, de los últimos cien años, contada a través de varias líneas familiares), el asunto de Divorcio en el aire es menor: la vida sentimental de un protagonista bastante cretino, al que Torné dota de todos los defectos posibles (estupidez, egoísmo, homofobia, machismo, invasión de intimidades ajenas, clasismo, xenofobia) para impedir al lector empatizar con él. La vida sentimental y el periplo personal y familiar de Joan-Marc suelen resultar interesantes, con algunas caídas y reiteraciones, y son aliñados por el autor con sugestivas digresiones de todo tipo.

 

La mayoría de la acción está situada entre finales de los noventa y los primeros años del XXI, aunque el narrador habla en nuestros días. Es difícil situar partes de la narración porque la temporalidad es algo borrosa, y sólo podemos ubicarla por datos menores, como la remodelación de la Estació de França (p. 97), que tuvo lugar entre 1988 y 1992, fecha que sería posterior a la infancia de Joan-Marc. Éste va y viene por el tiempo reciclando métodos narrativos sacados de la comunicación de masas y la tecnología: el flash back (p. 40), los filtros fotográficos (p. 57), el Time Lapse (p. 97), el fotomontaje (pp. 145-46), el telefilme (p. 165), el pause (p. 244) o el teléfono móvil (p. 296).

 

Las mayores virtudes de la novela, a mi juicio, son: la agudeza para analizar el presente; la habilidad para tejer y destejer las relaciones amorosas, familiares y de amistad, y el alto voltaje estilístico de algunos pasajes, con escasos parangones en la narrativa española firmada por autores menores de cuarenta años. Es asimismo destacable la capacidad del autor para recrear las miserias de la vida en pareja y la guerra psicológica de larga duración que suele conllevar en muchos casos. La mirada de Torné se instala entre los intersticios de lo cotidiano, allí donde fabular es más difícil: "tienen hijos, les ponen nombres, se divorcian, consiguen trabajos, los pierden. Una clase de existencia previsible y agradable de protagonizar, pero necesitarás una fantasía de novelista para extraer algo de agitación de esos surcos" (p. 42). En las descripciones, que evitan el naturalismo, también hay atisbos de maestría: "aspiré con fuerza pero apenas capté trazas del olor picante, a canela caliente, de papá" (p. 79).

 

En algunos puntos creo advertir cierta influencia de Javier Marías, como por ejemplo al plantearse enumeraciones del tipo "cómo se pierde la gente" (p. 42), aunque las series de largas frases que suele federar Marías esclareciendo posibilidades se convierten en Torné en una sucesión paratáctica de sintagmas. Creo que esto es mejor verlo. Inserto a continuación tres imágenes. La dos primeras corresponden a textos de Marías: la página 99 de Los enamoramientos (2011), y la página 13 de Negra espalda del tiempo (1998). La tercera imagen corresponde a la página 42 de Divorcio en el aire:

 

 

(Los enamoramientos)

 

(Negra espalda del tiempo)

 

(Divorcio en el aire)

Creo que la lectura seguida de los tres textos abre algunas claves. Y quizá es hilar muy fino, pero los juegos de Torné con el nombre de un médico en su novela (Dr. Strangelove, Dr. Muerte) me recuerdan mucho a los que Marías desarrollaba con El Solo (Only the Lonely, El llanero solitario, etc.) en Mañana en la batalla piensa en mí (1994).

 

Me gustaría apuntar una particularidad de la novela, respecto a su construcción. A pesar de que está publicada sin capítulos, ni pausas, ni espacios de separación, me parece que hay 12 capítulos muy claros en el libro. El primero iría desde la página 1 al segundo párrafo de la página 27; el segundo se extendería hasta el primer párrafo de la 50; el tercero hasta el último párrafo de la 78; el cuarto hasta "las membranas del ánimo" de la 92; el quinto hasta el tercer párrafo de la 135; el sexto hasta el tercer párrafo de la 158; el séptimo hasta "Supongo que le subí", en la página 181; el octavo y el noveno se dividen en el principio de la página 204; el décimo empieza en el cuarto párrafo de la 238; el undécimo en el tercer párrafo de la 256; y el duodécimo y último comienza en el tercer párrafo de la página 288. Cada uno de ellos se alarga entre 25 y 30 páginas y tiene una clara unidad temática y tonal (y casi siempre temporal, esto es, desarrolla períodos de tiempo más o menos homogéneos). Aunque paragráficamente son invisibles, el lector atento detecta de forma intuitiva los capítulos en fantasma. Sería muy interesante hacer una crítica genética de esta novela y trabajar sobre los originales (ya sean manuscritos o digitales, pues existen instrumentos para rastrear fiablemente los segundos) de Divorcio en el aire, a fin de comprobar cómo ha sido construida.

 

Dentro de los reparos a la obra, apuntaríamos que es poco creíble que Joan-Marc quiera regresar con Helen después de abandonarla y de que ésta haga cierta cosa que no explicitamos para no adelantar la trama. También, y como ya sucediera en Hilos de sangre, es extraño que un narrador solvente cometa tantos errores lingüísticos, teniendo en cuenta que el idioma no es uno más, sino el principal instrumento de trabajo de un escritor. Hay que lamentar algunos descuidos de la edición, fallos de concordancia o solecismos como "líe" por "lie / lié" (p. 68), "televor" por "televisor" (p. 77); "habrán grandes cambios" (p. 93); "Qué le den" (p. 162) por "Que le den"; "fonambulista" (p. 196) por "funambulista" (admitido por Moliner y Seco y muy común) o "funámbulo"; "relevaba" (p. 207) por "rebelaba"; "movil" (p. 208) por "móvil"; "habían hijos" (p. 225) por "había hijos"; "sobrevivir a ese instante en la que te librarías de las dos" (p. 193, cursiva mía); "esta tarde, mientras cerraba la consulta, me cruce" (p. 258), por "crucé", "derramar" (p. 258) por "derramarse" (si no tiene complemento directo y se refiere a la acción de verter, "derramar" debe ser pronominal); "esquive" (p. 284) por "esquivé"; o "habrían más citas" (p. 294).

 

Ninguna novela es perfecta, y los reparos puestos tampoco desmerecen demasiado al buen trabajo de Torné, aunque lo afeen un tanto. Que Divorcio en el aire no sea tan buena como Hilos de sangre, o que sea "dependiente" de ella, no deben extrañarnos: la razón es que Hilos de sangre era una novela magnífica, un acontecimiento editorial. Un libro que dará que hablar durante años. La cuestión sería, por tanto, esclarecer el valor de Divorcio en el aire, a pesar de su íntima y explícita relación con la obra previa. Y el juicio es el siguiente: la novela no siempre mantiene el interés y la calidad a lo largo de todas sus páginas, pero el nivel medio es superior al común; Torné sigue siendo uno de los mejores narradores en español, de cualquier edad; el hecho de que la lectura de Divorcio en el aire, sobre todo al final, nos resulte algo reiterativa, no empece que lo reiterado sea excelente. En suma, que esta novela no sea lo mejor de su autor no debe llevarnos al engaño de pensar que cualquier novela que usted lea este año vaya a estar a su altura. Apenas seis o siete lo estarán. Saque sus propias conclusiones.

 

 

[Continuando la política de mi otro blog, procederé aquí también a apuntar mis relaciones con la editorial y el autor al que reseño: relación con Mondadori, ninguna; relación con Torné: correspondencia cordial, nunca nos hemos visto]

 



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9 de octubre de 2013

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Sociofobia

 

Por razones de longitud, y porque se salía de mi esquema habitual de trabajo en este blog, les remito a mi bitácora de siempre, Diario de Lecturas, donde he colgado una larga reseña del último e interesante ensayo de César Rendueles, "Sociofobia" (Capitán Swing Libros). Aquí el enlace:

http://vicenteluismora.blogspot.com.es/2013/10/sobre-sociofobia-de-cesar-rendueles.html



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5 de octubre de 2013
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