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Escrito por

Sergio Ramírez

Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942). Premio Cervantes 2017, forma parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom. Tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania, abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la revolución sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Ganador del Premio Alfaguara de novela 1998 con Margarita, está linda la mar, galardonada también con el Premio Latinoamericano de novela José María Arguedas, es además autor de las novelas Un baile de máscaras (1995, Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera traducida en Francia), Castigo divino (1988; Premio Dashiell Hammett), Sombras nada más (2002), Mil y una muertes (2005), La fugitiva (2011), Flores oscuras (2013), Sara (2015) y la trilogía protagonizada por el inspector Dolores Morales, formada por El cielo llora por mí (2008), Ya nadie llora por mí (2017) y Tongolele no sabía bailar (2021). Entre sus obras figuran también los volúmenes de cuentos Catalina y Catalina (2001), El reino animal (2007) y Flores oscuras (2013); el ensayo sobre la creación literaria Mentiras verdaderas (2001), y sus memorias de la revolución, Adiós muchachos (1999). Además de los citados, en 2011 recibió en Chile el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por el conjunto de su obra literaria, y en 2014 el Premio Internacional Carlos Fuentes.

Su web oficial es: http://www.sergioramirez.com

y su página oficial en Facebook: www.facebook.com/escritorsergioramirez

Foto Copyright: Daniel Mordzinski

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La muchacha de Pernambuco

El reparto Lomas de Monserrat hasta hace poco hervía de paramilitares encapuchados. Muy cerca de allí se encuentra la Universidad Nacional Autónoma, tomada por estudiantes desde los inicios de la protesta cívica que sacude al país. Siempre fue inminente un ataque para desalojarlos, el cual se dio por fin la tarde del viernes 13 de julio. Los estudiantes corrieron a refugiarse en la vecina iglesia de la Divina Misericordia, y los disparos incesantes continuaron hasta la madrugada del sábado 14, ahora contra la iglesia, dejando dos muertos. Los encapuchados continuaron en Lomas de Monserrat tras la "operación limpieza", y el 23 de julio aún estaban allí.

Esa noche, Raynéia da Costa, de 31 años, originaria de Pernambuco, estudiante de sexto año de medicina, tras terminar su turno de practicante en un hospital, asistió junto con su novio, Harnet Lara, a una fiesta en ese reparto. 

Bella como una modelo de revista de modas, según se la ve en las fotografías de su muro de Facebook, había llegado a Managua 6 años atrás, recién casada con un nicaragüense de quien después se separó.

Para sostener sus estudios fabricaba "brigadeiros", trufas de chocolate y coco, y cuando sus compañeros la veían acercarse sonriente ofreciendo su bandeja de dulces, silbaban en su homenaje La garota de Ipanema.

Tras la fiesta, cerca de medianoche, los novios abandonaban el reparto, ella por delante conduciendo su auto, un pequeño Suzuki, y él detrás al volante del suyo. Al escuchar disparos, Harnet aceleró y la encontró sentada en el pavimento, bañada en sangre. Ya herida, había logrado deslizarse fuera del vehículo. 

Al descubrir a tres paramilitares encapuchados, las armas en ristre, se acercó con las manos en alto. La cargó en brazos hacia su auto, sin que los enmascarados se lo impidieran, para llevarla al hospital más cercano. Es lo que relató a los practicantes que la recibieron en la sala de emergencias, algunos de ellos compañeros de clase de Raynéia.

Todo fue inútil. Había recibido un balazo lateral de alto calibre a la altura de las costillas que le dañó el corazón, el diafragma, y parte del hígado.

Agentes de policía se presentaron al hospital en busca del novio para llevarlo "a reconstruir la escena", pero los médicos lo impidieron debido a su estado de shock. Fue dado de alta al día siguiente. 

La Policía imputó primero a un guarda de seguridad del reparto, al que no identificó. Pero luego señaló a Pierson Gutiérrez, de 42 años de edad, oficial del Ejército hasta 2009, y profesor de taekwondo, a quien le fue incautada una Carabina M-4, de uso militar.

Gutiérrez, militante del partido oficial, es empleado de Petronic, que funciona bajo el paraguas de Albanisa, la empresa a cargo del negocio del petróleo venezolano. Tiene sus oficinas en Lomas de Monserrat. 

Desde que abandonó el hospital, no se sabe de Harnet. Se lo tragó la tierra. El Suzuki de la víctima desapareció de la escena del crimen. Se esfumaron los paramilitares de Lomas de Monserrat. Las cámaras de vigilancia del vecindario fueron desmontadas.

El inculpado fue presentado subrepticiamente en los tribunales el 1 de agosto, feriado obligatorio pues se celebraba al patrono de Managua, Santo Domingo de Guzmán. La audiencia se celebró a puertas cerradas.

Las malas novelas resultan incongruentes. Y mal contadas. La Fiscalía empieza por culpar a la víctima de su propia muerte por conducir de forma "descontrolada y con actitud sospechosa"; y respecto al hechor, explica que venía de buscar, a esas horas, un local para abrir una escuela de taekwondo; de camino se acordó que conocía en Lomas de Monserrat a unos guardas al servicio de Displuton S.A, una empresa de seguridad también cubierta por el paraguas de Albanisa,, y fue a ofrecerles capacitación en defensa personal y uso de armas de fuego. 

Es entonces cuando queda sellada la suerte de Raynéia. "Debido al comportamiento y movilización errática del vehículo" los guardas sentían "que sus vidas estaban en peligro", dice la Fiscalía. Ambos portaban escopetas.

Pierson, diligente en proteger a sus amigos, sacó de su auto la carabina M4, se apostó tras un poste de alumbrado, y disparó contra el Suzuki.

La Fiscalía acusa al hechor de homicidio, que merece una pena menor a la de asesinato. Pronto estará libre, digamos, por razones de salud, como es usual cuando se trata de estos juicios arreglados.

Mientras tanto, el cadáver de Raynéia, la muchacha que se pagaba sus estudios vendiendo brigadeiros, ya fue sepultada en su tierra natal de Pernambuco.

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7 de agosto de 2018
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Parque Jurásico

Hace poco el senado uruguayo votó por unanimidad una resolución de condena a la represión sangrienta que sufre Nicaragua. El Frente Amplio que cobija a la izquierda de distintos matices, el Partido Nacional y el Partido Colorado, de derecha y centro derecha, y los social demócratas, liberales, socialcristianos, todos concurrieron en reclamar a Ortega "el cese inmediato de la violencia contra el pueblo nicaragüense".
Durante el debate, el expresidente José Mujica, al referirse a los cerca de 350 muertos de la masacre continuada, dijo unas palabras que suenan ejemplares: "me siento mal, porque conozco gente tan vieja como yo, porque recuerdo nombres y compañeros que dejaron la vida en Nicaragua, peleando por un sueño...y siento que algo que fue un sueño cae en autocracia...quienes ayer fueron revolucionarios, perdieron el sentido en la vida. Hay momentos en que hay que decir 'me voy'". 
Son palabras ejemplares porque representan lo que siempre he creído son los fundamentos éticos de la izquierda, basados en ideales permanentes más que en ideologías que se quedan mirando hacia el pasado. Una postura similar la han asumido partidos y personalidades de izquierda en España, Chile, Argentina, México, que rechazan el fácil y trasnochado expediente de justificar la violencia del régimen de Ortega contra su propio pueblo, echando las culpas al imperialismo yanqui, según la cartilla.
Es lo que ha hecho el Foro de Sao Paulo, reunido en La Habana, al emitir una declaración en la que, con pasmoso cinismo , se rechaza "el injerencismo e intervencionismo extranjero del gobierno de Estados Unidos a través de sus agencias en Nicaragua, organizando y dirigiendo a la ultraderecha local para aplicar una vez más su conocida fórmula del mal llamado "golpe suave" para el derrocamiento de gobiernos que no responden a sus intereses, así como la actuación parcializada de los organismos internacionales subordinados a los designios del imperialismo, como es el caso de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)".
Hay que leer en voz alta a estos señores reunidos en La Habana la declaración de Podemos emitida en Madrid: "reclamamos la investigación y el esclarecimiento de todos los hechos sucedidos durante las movilizaciones, incluyendo la rendición de cuentas ante los tribunales por parte de las autoridades policiales y políticas que se hallen responsables de las violaciones de los Derechos Humanos cometidas". 
A un discurso trasnochado lo acompaña siempre un lenguaje obsoleto. ¿Esta del Foro de Sao Paulo es la izquierda, o lo es la que representa el pensamiento humanista de José Mujica? Aquella pesada diatriba nada tiene que ver con la realidad de Nicaragua. Es la retórica hueca, lejana a todo contacto con la verdad, que se quedó perdida en las elucubraciones de una ideología fosilizada. En el parque jurásico no hay pensamiento crítico.
El oficio ético de la izquierda fue siempre estar del lado de los más pobres y humildes, con sentimiento y sensibilidad, como lo hace Mujica. En cambio, el coro burocrático termina justificando crímenes en nombre de una ideología férrea que no acepta los cambios de la historia. Defender el régimen de Ortega como de izquierda, es solo defender su alineamiento dentro de lo que queda del ALBA, que ya no es mucho, tras el fin de la edad de oro del petróleo venezolano gratis, y el golpe mortal que le ha dado, también desde una posición ética, el presidente Moreno de El Ecuador.
Para entender el lenguaje perverso de quienes redactaron la resolución del Foro de Sao Paulo, y los sentimientos de quienes la aprobaron, hay que ponerse la capucha de los paramilitares que sostienen a sangre y fuego al régimen en Nicaragua, y olvidarse de las centenares de víctimas, entre ellos niños y adolescentes. 
No puedo imaginar a un ultraderechista aliado del imperialismo yanqui más atípico que Alvarito Conrado, el niño de 15 años, estudiante de secundaria, que por un natural sentido de humanidad corría a llevar agua a unos muchachos desarmados que defendían una barricada en las cercanías de la Universidad Nacional de Ingeniería, y le dispararon un tiro en el cuello con un arma de guerra.
Fue al mediodía del 20 de abril, muy al inicio de las protestas que ya duran tres meses. Lo llevaron, herido de muerte, al hospital Cruz Azul del Seguro Social, y se negaron a atenderlo. Murió desangrado.
Alvarito es hoy un icono, con su sonrisa inocente y sus grandes lentes. Agente del imperialismo, conspirador de la ultraderecha empeñado en derrocar a un gobierno democrático de izquierda. La izquierda jurásica.

 

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24 de julio de 2018
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Ayer es hoy, multiplicado

La tarde del 23 de julio de 1959 se produjo en una calle de León la masacre de estudiantes de la que fui sobreviviente y que marcó mi vida para siempre, ejecutada por soldados del ejército de la familia Somoza. 
Era una manifestación de protesta, y ya nos retirábamos hacia la universidad cuando estallaron las bombas lacrimógenas, y a los primeros disparos de los fusiles comencé a correr. Me topé con la puerta de servicio del restaurante El Rodeo. La empujé, y cedió. Se oía el tableteo de una ametralladora y seguían las descargas de los fusiles. Subí a la segunda planta. Había ahí tres niñas en una cama, aterrorizadas, en compañía de una empleada. "Estamos solas aquí", me dijo la mujer", con voz temblorosa. 
En absoluta inconsciencia me asomé por el balcón y vi a los soldados colocados en tres filas: de pie, de rodillas y acostados en el suelo, los fusiles humeantes. El de la ametralladora, echado en la acera de la esquina. En el pavimento, los cuerpos desperdigados. Alguien me gritaba: "¡una ambulancia!, ¡una ambulancia!". 
Pregunté a la mujer si había un teléfono. No tenían. Un cura bendecía a un herido. Era norteamericano, según supe luego. Creo recordar que se apellidaba Kaplan. En ese momento escuché la sirena de una ambulancia, pero los soldados no la dejaban pasar. Fernando Gordillo, mi amigo, envuelto en la bandera de Nicaragua, marchaba a media calle, ofreciéndole su pecho al pelotón. 
El recuerdo de Fernando caminando envuelto en la bandera me parece un sueño. En ese momento el pelotón comenzó a retroceder en formación, sin voltearse, hacia el cuartel a una cuadra de allí. Erick Ramírez, mi compañero de banca en el aula de primer año de derecho, estaba tendido en la calle. Tenía un orificio en la espalda. Me arrodillé a su lado para decirle que lo llevaríamos al hospital. Cuando lo volteé vi que tenía el pecho desflorado por un balazo. 
Subimos a los heridos y a los muertos en taxis y en vehículos particulares para llevarlos al hospital. Allá, la confusión era grande. Descubrí sobre una de las losas a Erick, y en otra a Mauricio Martínez, también compañero de banca. Los tres nos sentábamos juntos en la primera fila, los tres teníamos 17 años, y ahora ellos dos estaban desnudos sobre las losas, bajo el chorro de una manguera que los lavaba. ¿Cómo se entiende eso de la muerte a los diecisiete años? También lavaban los cadáveres de José Rubí y Erick Saldaña, estudiantes de medicina.
Un grupo nos fuimos a la Radio Atenas a hacer un llamado a donar sangre. Entró al estudio una patrulla encabezada por el teniente Villavicencio, compañero de aula también, con órdenes de impedir que se siguieran transmitiendo los llamados. No se podía divulgar la noticia de la masacre, ni siquiera pedir sangre.
Regresamos al hospital y en el portón encontramos una caravana de seis ambulancias del Hospital Militar que enviaba desde Managua el presidente Luis Somoza. Venían médicos de gabachas almidonadas, enfermeras de blanco impoluto. En la primera ambulancia, viajaba al lado del chofer el arzobispo González y Robleto. 
Una multitud de estudiantes, furiosos ante el cinismo de la dictadura, impedía a los médicos y enfermeras bajarse, y luego empezó el intento de empujar las ambulancias para voltearlas. No olvido la cara de terror del anciano arzobispo detrás del vidrio de la ventanilla. Tres años atrás había decretado funerales de "príncipe de la iglesia" para el viejo Somoza, fundador de la dinastía. 
El presidente de los estudiantes impuso la cordura. Al fin las ambulancias pudieron retroceder de regreso a Managua. A la medianoche, llevamos los cuatro ataúdes en procesión hacia el paraninfo de la universidad.
Cerca de la madrugada, Rolando Avendaño, estudiante de derecho, me propuso que hiciéramos un periódico dedicado a la masacre. Conseguimos unas viejas máquinas de escribir, y amanecimos trabajando en las notas. Se imprimió de manera clandestina en un taller tipográfico, y antes del mediodía circulaba con sus gruesos titulares en rojo.
Fueron cuatro muertos y más de 70 heridos aquella tarde. Hoy, tras más de dos meses de siega, la cuenta se acerca a 300 asesinados, cazados por francotiradores, ejecutados con un tiro en la nuca, tiroteados por paramilitares desde vehículos en marcha, quemados vivos dentro de sus hogares, aún niños de pecho. La inmensa mayoría son jóvenes, y hay al menos 25 menores de 17 años. Como nosotros entonces. Y los heridos llegan a 1.500.
Ayer es hoy, multiplicado.

 

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9 de julio de 2018
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No volverá el pasado

Tras la caída de la dictadura de Anastasio Somoza, el último de su familia en tiranizar Nicaragua, José Coronel Urtecho escribió el poema "No volverá el pasado:

 

"Ya todo es de otro modo/Todo de otra manera/Ni siquiera lo que era es ya como era/Ya nada de lo que es será lo que era/Ya es otra cosa todo/ Es otra era/Es el comienzo de una nueva era/Es el principio de una nueva historia/La vieja historia se acabó, ya no puede volver/Esta, ya es otra historia..."

 

La historia de Nicaragua ha probado ser cíclica. No sabemos aún cuál será la salida de esta siega sangrienta, cuándo la lista de muertos de todos los días tendrá un punto final, cómo y de qué manera vendrá la democracia, cómo se hará justicia frente a los crímenes. Pero si de algo estamos seguros, es que no regresará el pasado. 

 

El pasado, tal como era, bajo la férula de un gobierno entre esotérico y populista, que pasó diez años ensayando la represión a dosis calculadas, ya no es posible. Desde que en abril murió el primer joven en las calles, el régimen inició su viaje hacia ese pasado de manera irreversible. La cifra de hoy se acerca a 250 víctimas mortales, y seguramente estará rebasada cuando estas líneas se publiquen, por lo que esa irreversibilidad será más absoluta. 

 

Mientras escribo, hoy día del padre, los policías y paramilitares que andan sueltos por las calles, encapuchados por igual, asesinaron de un balazo en la cabeza en el barrio Las América Uno en Managua, al niño de 15 meses Teyler Lorío, mientras sus padres lo llevaban hacia la casa de su abuela, donde solían dejarlo para irse a sus trabajos.

Como los dos niños quemados vivos junto con sus padres y familiares dentro de su casa en el barrio Carlos Marx hace tan poco. Es un poder en tiempo pasado que sigue matando desde el pasado. 

 

Es un poder incompatible con el presente, pero más incompatible aún con el futuro. Todos los crímenes, abusos, detenciones ilegales, torturas, fueron detallados en un informe presentado ante la OEA en Washington por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, cada caso debidamente investigado y comprobado.
La respuesta del poder, a través de la voz del canciller Moncada, fue que todo es una conspiración orquestada para desprestigiar a la democracia plena de que disfrutamos. Una democracia encapuchada. 

 

En 1978, cuando el régimen de Somoza entraba también en el pasado, el canciller Quintana dijo en el mismo salón de la OEA un discurso que se parece mucho al del canciller Moncada: mentiras orquestadas para desprestigiar al gobierno constitucional y democrático del general de cinco estrellas.

 

En la misma sesión de la OEA, el secretario general Luis Almagro planteó un adelanto de las elecciones presidenciales para dentro de nueve meses, y el canciller Moncada no lo desmintió. Es lo mismo que ha puesto en su agenda la Conferencia Episcopal, que actúa como mediadora y testigo del Diálogo Nacional, y ahora los obispos le han demandado a Ortega que lo confirme por escrito. Aparentemente, los representantes diplomáticos de Estados Unidos que lo han visitado en Managua, le han planteado lo mismo. 

 

Pero la pregunta es si el muro de cadáveres que separa al poder de los ciudadanos, deja algún resquicio para esperar nueve meses, antes de lograr un cambio político a través de elecciones, sobre todo si ese muro sigue creciendo día a día de manera tan brutal.

 

El Diálogo Nacional es la única manera de evitar que se desate en Nicaragua una nueva guerra civil, la peor maldición que podría caer sobre nuestras cabezas. Hasta ahora, la lucha ha sido cívica, aunque sean los desarmados quienes están poniendo los muertos. Y es incuestionable la representatividad de la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia, empeñada también, igual que los obispos, en encontrar una salida sin más sangre. 

 

Pero Karina, la madre del bebé Teyler Lorío dice, desgarrada: "que se vaya ya, ya, ya. En estos nueve meses que quedan va a seguir matando, matando y matando".
Para que el diálogo pueda seguir adelante, esta violencia insensata tiene que ser parada en seco. ¿Continuarán los asesinatos diarios en presencia de los organismos internacionales de derechos humanos que están por llegar al país, la CIDH, la misión del Alto Comisionado de la ONU, la Unión Europea?

"La vieja historia se acabó, ya no puede volver. Esta, ya es otra historia...". Que lo entiendan quienes están sordos en las alturas.

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25 de junio de 2018
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Los nietos de la revolución

Los muchachos que han salido a las calles a dar la cara por Nicaragua, nacieron en a partir de los años noventa, o en este mismo siglo, y por lo tanto la revolución que derrocó a Somoza es un hecho ignorado para muchos de ellos, o ha sido distorsionado por la propaganda oficial, lo que viene a ser lo mismo. 

Son los nietos de una revolución lejana o ausente en su memoria, pero la llevan de todas maneras en los genes, porque aquella se hizo también por razones morales, ante el hastío frente a una dictadura familiar que se creía dueña del país, y cuando se vio amenazada no vaciló en recurrir a la represión más cruel. Y al exterminio. 

La dictadura de Somoza marcó a los jóvenes como delincuentes, y la juventud se pagaba con la vida. Cada día aparecían cuerpos torturados y mutilados, o simplemente con un tiro en la cabeza, en la cuesta del Plomo, al occidente de Managua, una morgue a cielo abierto donde las madres iban en busca de sus hijos desaparecidos. Por eso, el lema que se corea hoy en las marchas, "¡No eran delincuentes, eran estudiantes"!, viene a resultar tan familiar, un eco que conecta al pasado de los abuelos con el presente de los nietos.

Todo ardor juvenil despierta la imaginación y llena las palabras de sentido, les da una dimensión que las vuelve verdaderas, y por verdaderas se convierten en parte de una cultura novedosa y fresca. Hablan entonces las paredes, los cartelones, y, hoy en día, habla también el humor desde los memes en las redes sociales. La improvisación ingeniosa se carga de legitimidad. Es un revés irreverente a la mentira.

"Nos quitaron tanto que nos quitaron hasta el miedo", se lee en una pancarta de papel de estraza. Y en otra: "Nunca había visto tantos valientes sin armas y tantos cobardes armados". Otro, pregona con mucha sabiduría: "Cuando se lee poco se dispara mucho". Una muchacha ha escrito con plumón en su barriga de embarazada: "Que se rinda tu madre, porque la mía no". Uno que está entre mis favoritos: "Disculpe las molestias, estamos cambiando el país para usted". Y este que tiene indudable peso histórico "Hay décadas donde nada ocurre, y hay semanas donde ocurren décadas".

Y también la insurrección cívica tiene su banda sonora, viejas canciones de los años setenta, en las que reviven las voces de los Quilapayún entonando con ritmo nostálgico "el pueblo, unido, jamás será vencido", y las que han compuesto los hermanos Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy, y muchos otros cantautores jóvenes.

La lejanía, ese vacío a través de las décadas, hace, no obstante, que los nietos desprecien, o rechacen, no pocos de los símbolos bajo los que pelearon los abuelos; y aquellos de esos abuelos que detentan hoy el poder, se han vuelto indeseables para sus descendientes. Ellos y los símbolos de los que se han apropiado. La propaganda oficial obra milagros malsanos, como ha sido el abuso a lo largo de la última década de la bandera rojinegra, que de herencia histórica pasó a ser incautada por una secta. 

Esa bandera, levantada por el general Sandino en las montañas de las Segovias en su gesta de seis años por la soberanía nacional, y cuyos colores identificaba en sus proclamas con los propósitos de su lucha, negro por el luto de la patria agredida, rojo por la sangre derramada, estuvo en las barricadas en la insurrección que dio fin al somocismo.

Y hay que advertir, porque es esencial, que entre una y otra lucha, la que culminó hace casi cuarenta años, en 1979, y la de ahora, hay una diferencia fundamental: los nietos pelean si armas de guerra. Son los que han puesto los muertos, en una resistencia cívica sin precedentes, y de esta manera, aunque con dolor y sufrimiento, y sacrificio, le abren al país la oportunidad de un cambio político: el paso de la dictadura a la democracia, sin que medie una guerra civil.

Esa bandera a la que vuelvo, fue expropiada y malversada de tal manera, que llegó a sustituir, a la fuerza, a la bandera nacional, y usada como elemento decorativo hasta la náusea, se ha multiplicado en tarimas de actos públicos, comparecencias oficiales, desfiles y concentraciones, igual que se multiplicaron los árboles de la vida, hasta convertirse en símbolos odiosos del poder.

No es extraño entonces que los nietos la adversen, y hasta le prendan fuego, ya que ignoran que se trata de una herencia de sus abuelos, a su vez recibida de un tatarabuelo lejano y difuso, y cuya figura también ha sido distorsionada, y la vean sólo como una impostura que el nuevo poder familiar ha colocado en lugar de la bandera del país, cuyos colores, azul y blanco, se multiplican en las marchas de protesta, en las fachadas de las casas, en las ventanillas de los vehículos, en pañoletas y cintillos de cabeza, en las mejillas de los jóvenes manifestantes.

La bandera nacional se ha convertido en un símbolo subversivo que se enarbola de manera espontánea, y masiva, y representa la unidad del país en la lucha por conquistar la democracia y las libertades públicas. El partido oficial ha corrido a rescatarla, pero de manera tardía, y fallida. En sus manos, todo resulta en imposición, y en falsificación.

No hay nada de nacionalismo mezquino en el despliegue de la bandera de Nicaragua. Es el símbolo de los nietos por recuperar a la nación, y detrás de esa oleada han seguido sus padres y no pocos de los abuelos, que se ponen también detrás de los pasos que abren el camino hacia el futuro, dichosamente, hasta ahora, un futuro sin apellidos ideológicos, lejos los partidos políticos de esta marea.

Un reclamo así, sin caudillos ni aprendices de caudillos, encabezado por jóvenes lúcidos y transparentes, dichosamente inexpertos en artimañas políticas, es lo que nos dará una nueva Nicaragua. Es la hora de los nietos.

 

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7 de junio de 2018
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Por fin empieza el nuevo siglo

De todos los meses, abril es el más cruel, escribía el poeta T.S. Elliot. Lo hemos probado en Nicaragua. El 4 de abril de 1954, la dictadura de los Somoza persiguió, torturó y asesinó a un puñado de jóvenes, civiles y ex oficiales de la Guardia Nacional, que se habían rebelado contra la tiranía. Ernesto Cardenal lo relata con maestría en su poema Hora O. Fue cuando Anastasio Somoza Debayle, “Tachito” sometió a torturas él mismo a Adolfo Báez Bone, y este le escupió sangre en la guayabera impoluta, pues iba para una fiesta después de acabar su tarea en las mazmorras de la casa presidencial en la loma de Tiscapa.
Y ahora, en este otro abril cruel de 2018, la masacre sanguinaria contra los muchachos estudiantes desarmados, asesinados por la espalda en las calles, un número de víctimas aún incierto que sigue creciendo. Muchachos torturados también en las mazmorras, rapados como criminales. Y esos a quienes les arrancaron las uñas, según el testimonio entre lágrimas de monseñor Silvio José Báez.
 
Este ha sido un episodio crucial de nuestra historia, y con esta masacre, que quiso ser la respuesta brutal a un clamor de rebeldía, empieza de verdad el siglo veintiuno en Nicaragua. No empezó con el pacto entre Alemán y Ortega, ni con los fraudes electorales repetidos, ni con la corrupción propiciada por los petrodólares venezolanos, ni con el zancudismo potenciado, ni, menos, con la gran mentira del Canal Interoceánico amparado por ese otro pacto truculento contra la soberanía del tratado Ortega-Wang Jing.
 
Este comienzo de siglo es tardío, pero arrancamos con un estallido moral. La modorra de las conciencias, ese cuerpo anestesiado que ha sido el país por años, ha despertado por fin, gracias a una juventud valiente y limpia, que le ha puesto a Nicaragua su marca de país, que es la marca de la ética. En las calles, a pecho descubierto, sin armas, enfrentando la mentira oficial, estos muchachos le devolvieron a Nicaragua la decencia. Purificaron el aire contaminado.
 
¿Nadie lo vio venir cuando esas voces juveniles indignadas se alzaron contra la quema de la reserva de río Indio-río Maíz, un crimen consentido y amparado oficialmente, una tragedia tratada con desidia y desprecio? A esos muchachos, desde su conciencia ética, les importó la selva agredida porque era una agresión más contra el país.
A ellos les debemos despertar al nuevo siglo. Lo que no hicieron los sindicatos blancos, protestar contra las medidas neoliberales aplicada al sistema de seguridad social, lo hicieron ellos, que ni son asegurados. Volvieron por los demás, por los perjudicados, y la solidaridad es siempre un acto ético. Gracias a esa ética solidaria, a ese desprendimiento radical, al punto de ofrecer sus propias vidas, es que tenemos ya un nuevo siglo, con un nuevo país.
Porque si bien la tarea no está terminada, Nicaragua cambió para siempre. El silencio, la sumisión, el temor, se quedaron en el siglo pasado. No caben ya en este nuevo siglo que empieza tarde, pero que no tiene retroceso. La ética de estos muchachos nos libró del peor de los males de la conciencia, que es el miedo. No olvidaré un cartel escrito a mano, sostenido por uno de esos jóvenes ejemplares: “Nos han quitado tanto que nos quitaron hasta el miedo”. Las palabras, cuando son verdaderas, son poesía. La poesía de la verdad.
 
La ética es una práctica, no son sólo palabras. En el lugar donde había los ignominiosos árboles de fierro, las manos de uno de esos muchachos  arbolito verdadero. La vida de lo vivo, contra la muerte de lo muerto.
La gente devolvía a los supermercados y a las tiendas los productos robados por los vándalos oficiales, los detenía en la calle y les quitaba lo robado. ¿No es eso ética en acción, verdad en movimiento?
 
Al devolvernos la moral, nos han devuelto la vida. Con esta juventud sin mancha, volvemos a renacer. Con ellos nace el nuevo siglo.
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9 de mayo de 2018
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Nunca cerrar los ojos

Jamás antes la doble condición que siempre he defendido en mí mismo, la del escritor y el ciudadano, se hizo tan patente como el mediodía del 23 de abril cuando subí a la cátedra del paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares para pronunciar mi discurso ritual tras recibir de manos del rey de España el Premio Cervantes.
 
Por varios días jóvenes estudiantes indefensos que protestaban en las calles de Managua y otras ciudades de Nicaragua habían sido agredidos por fuerzas policiales y de choque, y muchos habían resultado asesinados, en una cuenta que aún sigue creciendo, decenas de ellos apresados, y muchos desaparecidos.
 
Era una represión desaforada, que el mundo estaba conociendo de primera mano no sólo a través de las informaciones de prensa, sino de las imágenes que se multiplicaban en los videos filmados por los teléfonos celulares, estremecedoras, entre ellas la del periodista Angel Hernando Gahona, muerto de un balazo en la cabeza en Bluefields.
 
Del otro lado del Atlántico, lleno de estupor e impotencia, y también de admiración, veía como los jóvenes, desarmados, se multiplicaban en un levantamiento multitudinario que era ante todo ético. Le estaban devolviendo al país la moral perdida, o silenciada por el miedo, despertándolo de un sueño anestesiado.
 
Había preparado mi discurso con anticipación meditada, y entre los temas que iba a desarrollar estaba ese, el del escritor que es también ciudadano, y no debe callar. Qué incongruencia habría sido ignorar ese despertar moral, esa lección de civismo que los jóvenes nos estaban dando a todos, devolviendo a Nicaragua la esperanza de que la vida democrática, con libertades plenas, es posible; que es posible derrotar las mentiras oficiales
que prometen felicidad a la fuerza, administrada desde arriba.
 
Entonces, la noche antes escribí en la libreta de notas de mi teléfono una breve introducción a mi discurso, la imprimí, y la puse por delante de las hojas que ya tenía preparadas. Y al salir la mañana del lunes hacia Alcalá, me coloqué en la solapa el lazo negro que una muchacha emigrante de algún lugar de Nicaragua me había dado ese domingo cuando asistí con Gioconda Belli al acto de protesta en la Puerta del Sol.
 
“Permítanme dedicar este premio a la memoria de los nicaragüenses que en los últimos días han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia, y a  los miles de jóvenes que siguen luchando, sin más armas que sus ideales, porque Nicaragua vuelva a ser República”, empecé. Y supe entonces que todo lo que diría sobre mi escritura, tendría sentido.
 
Que narrar es un don que no brota sino de la necesidad de contar, esa necesidad apremiante sin la cual, quien se entrega a este oficio incomparable, no puede vivir en paz consigo mismo. Que desde el fondo de esa necesidad un novelista debe iluminar en su prosa todo aquello que yace en las profundas cavernas del sentido, acercar la antorcha a los rostros de los personajes ocultos en la oscuridad, revelar los entresijos cambiantes de la condición humana.
 
Que si bien escribo entre cuatro paredes, lo hago con las ventanas abiertas, porque como novelista no puedo ignorar las anormalidades constantes de la realidad en que vivo, tan desconcertantes y tornadizas, y no pocas veces tan trágicas pero siempre seductoras.
 
Que a ese paisaje iluminado y a la vez lleno de sombras, desolado y a la vez lleno de voces recurro, dominado por la curiosidad y el asombro, en busca de sus rincones ocultos y de los humildes personajes que lo pueblan, cada uno cargando a cuestas sus pequeñas historias, y que me seduce verlos caminar, sin ser advertidos, o sin advertirlo, hacia las fauces que los engullen, víctimas tantas veces del poder arbitrario que trastoca sus vidas, el poder demagógico que divide, separa, enfrenta, atropella. Ese poder que no lleva en su naturaleza ni la compasión ni la justicia y se impone por tanto con desmesura, cinismo y crueldad.
 
Que a través de los siglos la historia se ha escrito siempre en contra de alguien o a favor de alguien. Pero que la novela, en cambio, no toma partido, o si lo hace, arruina su cometido. Que el vasto campo de La Mancha es el reino de la libertad creadora. Que un escritor fiel a un credo oficial, a un sistema, a un pensamiento único, no puede participar de esa aventura diversa, contradictoria, cambiante, que es la novela. Porque una novela es una conspiración permanente contra las verdades absolutas.
Que la realidad nos abruma. Que los caudillos enlutados antes, caudillos como magos de feria hoy, disfrazados de libertadores, ofrecen remedio para todos los males, y se parecen tanto a los caudillos del narcotráfico vestidos como reyes de baraja. Que parte de esa realidad abrumadora es el exilio permanente de miles de centroamericanos hacia la frontera de Estados Unidos, impuesto por la marginación y la miseria, y el tren de la muerte que atraviesa México con su eterno silbido de Bestia herida, y que la violencia es la más funesta de nuestra deidades, adorada en los altares de la Santa Muerte. Que las fosas clandestinas se siguen abriendo, y los basureros siguen siendo convertidos en cementerios.
 
Que cerrar los ojos, apagar la luz, bajar la cortina, es traicionar el oficio. Que todo irá a desembocar tarde o temprano en el relato, todo entrará sin remedio en las aguas de la novela. Y lo que calla o mal escribe la historia, lo dirá la imaginación, dueña y señora de la libertad, “por la que se puede y debe aventurar la vida”, pues no hay nada que pueda y deba ser más libre que la escritura, en mengua de sí misma cuando paga tributos al poder el que, cuando no es democrático, sólo quiere fidelidades incondicionales. Que somos más bien testigos de cargo. Que nuestro oficio es levantar piedras, como decía José Saramago; y que si debajo lo que hallamos son monstruos, no es nuestra culpa.
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2 de mayo de 2018
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Puño y letra

Como parte de los actos del premio Cervantes que he de recibir en próximos días de manos del rey de España en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, en el Instituto Cervantes de Madrid se celebra de previo el ritual del depósito de un legado.
El Instituto funciona en un imponente edificio adornado de cariátides en la calle de Alcalá, donde estuvo primero el Banco Español del Río de la Plata y más tarde el Banco Central de España, y por eso tiene bóvedas blindadas, a las cuales se da ahora uso literario, pues los legados se depositan en las cajas de seguridad que antes servían para que los clientes resguardaran allí títulos valores y joyas.
El legado tiene que ver con la vida y la obra del propio autor, algún objeto o instrumento relacionado a su oficio, manuscritos originales, libros que ha atesorado. El director del Instituto, Juan Manuel Bonet, me lo avisó hace meses para que fuera pensando mi escogencia; cuando en la ceremonia se deposita el legado en la caja correspondiente, hay que fijar un plazo para abrirla y revelar de que se trata, un plazo que puede durar hasta la muerte; o, siempre de por medio el plazo, se puede anunciar de inmediato el contenido.
¿Qué podría dejar yo allí, en esa bóveda? ¿Una pluma fuente? A duras penas escribo a mano, salvo las dedicatorias de mis libros, y hasta mis notas las apunto en el celular. ¿Unos lentes? Es lo más común en estos casos. ¿Una máquina de escribir? Dejé de usarlas hace más de treinta años y no conservo ninguna, porque en 1985 me pasé para siempre al teclado de la computadora, con lo que me considero un veterano digital. ¿Un manuscrito? Vale la misma razón de que no escribo a mano.
Hace algún tiempo, cuando me pidieron del Centro de Arte Moderno de Madrid algo relacionado con mi oficio, para el pequeño museo de escritores que allí tienen, me decidí por los trece discos floppies que contienen mi novela Castigo Divino, escrita en una computadora primitiva, que trabajaba con un sistema llamado Lotus Simphony, un modelo que por supuesto ya no existe, ni tampoco es posible descodificar su lenguaje. Una verdadera lengua muerta.
Entonces, pensé, mejor un legado que me trascendiera, a mí y a los instrumentos de mi oficio, y me decidí por este que enseguida las explico, que aunque he pedido sea sacado de la caja el 5 de agosto de 2022, cuando cumpliré 80 años, Dios mediante, es público desde el momento de su depósito: se trata de una carta original de Rubén Darío, y de otra de Augusto César Sandino, ambas conservadas en mi archivo personal por mucho tiempo.
La carta de Rubén está fechada en París, 9, Rue d´Odessa el 2 de enero de 1902, y su destinatario, según puede desprenderse del texto, es un íntimo amigo suyo, el doctor Luis Henri Debayle, médico de la Sorbona, a quien llamaban en su tiempo "el sabio", residente en León de Nicaragua, muy influyente en el país, y a quien pide gestionar ante el gobierno del general José Santos Zelaya que se le conceda el consulado en París, el cual obtuvo al año siguiente.
La carta de Sandino está fechada en el Cuartel General del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua el 11 de octubre de 1931, en las montañas de Las Segovias, y va dirigida general Simón González, al coronel Abraham Rivera, y al teniente coronel Perfecto Chavarría. En ella expide órdenes acerca de los preparativos de una expedición militar desde Wiwilí hasta la costa del Caribe, a través del río Coco.
Quienes firman estas cartas, ambas mecanografiadas, representan juntos la esencia de mi país, a través de la palabra y de la dignidad. Son ellos quienes nos dieron nuestro sentido de nación. Rubén transformó el idioma desde la literatura, dando a la lengua nuevos atrevimientos y sonoridades, y la poesía lo convirtió en un héroe nacional, suficiente para que a su regreso en 1907 la gente del pueblo desenganchara el tiro de caballos del coche descubierto que debía conducirlo desde la estación del ferrocarril en León, para pegarse a las varas y arrastrarlo entre vitores.
Sandino, quien se definía como un "trabajador de la ciudad, artesano como se dice en este país", se convirtió en soldado por la fuerza de la necesidad ante el imperativo de librar al país de la intervención militar extranjera que duró seis años.
Hay una frase suya, que es la de un poeta, porque las palabras desnudas por verdaderas, también son poesía: "El hombre que de su patria no exige sino un palmo de tierra para su sepultura, merece ser oído, y no sólo ser oído sino también creído".
Y al periodista vasco Ramón de Belausteguigoitia, quien lo entrevistó en su campamento en 1933, después de acordada la paz que lo llevó a la muerte, porque fue asesinado a traición por órdenes del primer Somoza, le dijo: "¡Ah, creen por ahí que me voy a convertir en un latifundista! No, nada de eso; yo no tendré nunca propiedades. No tengo nada...". Fue un voto de pobreza, que en política es como un voto de castidad, que nunca violentó.
Somos hijos entonces de la dignidad y de la palabra. Ambos salieron de la entraña de esa tierra pequeña y fecunda, una patria rural que nadie mejor que Rubén pudo describir: "Buey que vi en mi niñez echando vaho un día/ bajo el nicaragüense sol de encendidos oros,/ en la hacienda fecunda, plena de la armonía/del trópico; paloma de los bosques sonoros/ del viento, de las hachas, de pájaros y toros/ salvajes, yo os saludo, pues sois la vida mía..."
De manera que no puedo dejar nada mejor entre los tesoros del Instituto Cervantes, que las firmas de los dos nicaragüenses que me legaron un país. Su puño y su letra.
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20 de abril de 2018
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Un paseo ameno en una mañana soleada

Un libro es como una casa de muchas habitaciones, cada una con un decorado diferente, y uno puede asomarse, primero desde fuera, a través de las múltiples ventanas, y, así seducido, entra a vivir en esas estancias cordiales y acogedoras, porque siempre hallará abiertas sus puertas. Y como estamos en abril, el mes de Cervantes, quiero recordar al libro de los libros, el que más ventanas, puertas, pasadizos y corredores tiene, El Quijote.
Si alguien pregunta por qué debe leerlo, y le respondemos que es imprescindible porque contiene una filosofía de la vida, o porque nos revela un mundo de enseñanzas morales, habremos perdido de seguro un lector de ese libro imprescindible sin el cual viviremos una vida disminuida.
Por el contrario, debemos tener el valor de responder que se trata de un libro divertido, lleno de risa y disparates, acerca de un loco que anda por los caminos en busca de enfrentarse con los fantasmas de su imaginación, y ha convencido a un vecino suyo, simple, ambicioso y crédulo, que lo acompañe en sus aventuras de las que le promete va a sacar ventajas, entre otras nada menos que la gobernación de un país de mentira llamado Barataria.
En el camino el loco se dispone al combate contra molinos que cree un ejército de gigantes desaforados y espantables, y al atacar valeroso a uno de ellos ensarta su lanza en las aspas movidas por el fuerte viento que sopla, que para su imaginación descalabrada son los brazos del poderosísimo gigante, con lo que se hace "la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo".
Se topa con un carro donde llevan en unas jaulas dos leones africanos, hembra y macho, enviados de regalo al rey por el general de Orán, y se empeña en abrir la puerta de la jaula diciendo: "¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas? Pues ¡por Dios que han de ver esos señores que acá los envían si soy yo hombre que se espanta de leones!".
No menos risible, descabeza a los títeres de un retablo donde se representa la huida de un caballero que rescata a su dama de entre los moros que salen en su persecución, y, de pronto, decidido a acudir en auxilio de los amantes, "con acelerada y nunca vista furia, comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a éste, destrozando a aquél..."
Lo importante es que ese candidato a lector ande por el libro con pies ligeros, y se convenza de que no se le caerá entre las manos, la cabeza pesada de sueño. Hay que proponerle la lectura como un paseo ameno en una mañana soleada, no como una penitencia.
Solamente después, cuando haya terminado de leer, después que aquel triste hidalgo, de regreso a la cordura, muera en su cama, ya tendrá tiempo de lamentarse junto con Sancho: "no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía...". Porque para entonces su deseo encandilado será que el libro debió seguir, que debió haber más aventuras de aquellas donde el caballero andante que don Quijote cree ser, se queda haciendo la penitencia de fingirse loco, él, que ya está loco, puesto cabeza arriba, con las nalgas al aire, mientras envía a Sancho con una carta para su dama, que es analfabeta, y siendo tan hermosa se ve reducida a criar cerdos por obra de malvados encantadores.
Y la nostalgia por lo leído llevará entonces a ese lector, así ganado, a emprender dos o tres relecturas, y luego muchas otras, porque aquel libro se le habrá vuelto infinito, en el sentido de que siempre estará recomenzando, y esas nuevas lecturas llegará a hacerlas ya no en el orden en que están puestos los capítulos, sino entrando por cualquier de ellos, que son sus múltiples puertas y no tienen cerrojo.
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11 de abril de 2018
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La fuerza del destino

Cuando alguien cree ciegamente en la fuerza del destino, al que nada ni nadie puede cambiar, pensamos más bien en los personajes de las novelas. Pero no es asunto sólo de las novelas. Es lo que cree la mayoría de los jóvenes que viven en barriadas marginales de cinco capitales centroamericanas, donde dominan la pobreza, el desamparo, la violencia, y el miedo. Un destino fatal que para ellos no es nada halagüeño, y sólo les hace esperar el golpe falta que caerá inclemente sobre sus cabezas.
El Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad de Costa Rica desarrolló a finales del año pasado una encuesta de opinión, cuyos resultados acaban de ser publicados, en los asentamientos de El Limón, de ciudad Guatemala; Nueva Capital, de Tegucigalpa; Popotlán, de San Salvador; Jorge Dimitrov, de Managua; y La Carpio, de San José. La muestra incluye a 1501 jóvenes de ambos sexos, entre los 14 y los 24 años.
El destino tiene diversos rostros, el de la miseria irreductible, y también el de la violencia, a la cual estos jóvenes temen: ser reclutados o agredidos por las pandillas, o acabar como víctimas suyas en una morgue. Y la única manera de librarse es huyendo de sus garras poderosas: para ellos, la mitad de los cuales nunca ha ido a la escuela ni irá nunca, y peor las muchachas, cuya cota de falta de educación se acerca al 60%, la única oportunidad posible de salvarse es emigrar: esta proporción de exiliados en potencia, que alcanza también la mitad de los encuestados, se extiende en Popotlán al 70%; nada extraño, si un millón y medio de salvadoreños viven fuera de las fronteras, sobre todo en Estados Unidos.
Pero el destino tiene aún otro rostro, el del poder, frente al que los jóvenes se sienten aún más inermes, y lo aceptan tal como es, lejos de atreverse a imaginar que pueden enmendarlo: hay que obedecer a los padres aunque no se hayan ganado el respeto para ejercer su autoridad familiar; y de este molde paternalista derivan otras formas de sumisión: obedecer a las autoridades del gobierno, aunque tampoco tengan la razón. Y la mano dura como mejor remedio para enfrentar los problemas del país.
De allí que no resulte nada extraño que más del 80% de estos jóvenes considere que no importa si un gobierno es o no democrático si resuelve esos problemas; que da lo mismo un gobierno democrático que uno autoritario; y que, en algunos casos, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático. Los jóvenes del Dimitrov en Nicaragua, que piensa que un gobierno democrático es preferible a cualquier otro, quedan reducidos al 8%, y a 10% en Popotlán, El Salvador; mientras en La Carpio, Costa Rica, país de larga tradición democrática, llegan, con costo, al 20%.
Es el ideal de un estado que no depende de las leyes y puede dispensar prodigalidad, o represión, como los alcaides de las cárceles. Pero, más llamativo aún, un estado que en los territorios miserables donde esos jóvenes sobreviven, no tiene, por lo común, rostro visible, más que el de la acción policial.
El asentamiento Nueva Capital, a media hora de Tegucigalpa, fue fundado por un sacerdote, no por el estado, y sus habitantes acarrean en carretones el agua potable. Ese estado es así un padre irresponsable y desamorado. Y como anda ausente, tiene sustitutos eficaces en cuanto a la vida espiritual de los jóvenes.
La palma se la llevan las iglesias cristianas protestantes, con un promedio del 40%, mientras la iglesia católica sólo llega a un 18%. La mayor afiliación protestante se da en El Limón, Guatemala, con un 51%, y le sigue el Dimitrov, Nicaragua, con 43%.
¿Y los partidos? Apenas al 7% declara pertenecer a alguno, y es curioso ver cómo en Nicaragua, donde el partido oficial busca meterse en todos los resquicios de la sociedad, la incorporación política de los jóvenes del Dimitrov no pasa de esa exigua media del 7%; mientras en Popotlán, El Salvador, donde gobierna la antigua guerrilla del FMLN, sólo el 3% declaran ser parte de alguna agrupación partidaria.
Otras encuestas entre gente de diversos estratos económicos y edades, demuestran que sobre el descrédito de los partidos, la emergencia de las iglesias cristianas, que ganan cada vez más peso político, y la creencia en las virtudes del autoritarismo en desprecio de la democracia, las opiniones son parecidas. Y que la fuerza del destino, es la fuerza de la pasividad.
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4 de abril de 2018
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El Boomeran(g)
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