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Escrito por

Roberto Herrscher

Roberto Herrscher es periodista, escritor, profesor de periodismo. Académico de planta de la Universidad Alberto Hurtado de Chile donde dirige el Diplomado de Escritura Narrativa de No Ficción. Es el director de la colección Periodismo Activo de la Editorial Universidad de Barcelona, en la que se publica Viajar sola, director del Premio Periodismo de Excelencia y editor de El Mejor Periodismo Chileno en la Universidad Alberto Hurtado y maestro de la Fundación Gabo. Herrscher es licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y Máster en Periodismo por Columbia University, Nueva York. Es autor de Los viajes del Penélope (Tusquets, 2007), publicado en inglés por Ed. Südpol en 2010 con el nombre de The Voyages of the Penelope; Periodismo narrativo, publicado en Argentina, España, Chile, Colombia y Costa Rica; y de El arte de escuchar (Editorial de la Universidad de Barcelona, 2015). En septiembre de 2021 publicó Crónicas bananeras (Tusquets) y su primer libro colectivo, Contar desde las cosas (Ed. Carena, España). Sus reportajes, crónicas, perfiles y ensayos han sido publicados The New York Times, The Harvard Review of Latin America, La Vanguardia, Clarín, El Periódico de Catalunya, Ajo Blanco, El Ciervo, Lateral, Gatopardo, Travesías, Etiqueta Negra, Página 12, Perfil, y Puentes, entre otros medios.

 

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Jon Lee Anderson y el tortuoso camino del África post-post-colonial.

En los años setenta y ochenta, la mayoría de las viejas colonias africanas se liberó de sus amos europeos. Empezaban a vivir como estados independientes, gobernados por los héroes de la independencia. Pero pronto las esperanzas se truncaron: los liberadores se convirtieron en tiranos cleptócratas, las tribus obligadas a compartir territorio iniciaron cruentas y larguísimas guerras, los poderes coloniales volvieron en forma de amos económicos que alentaron y aprovecharon las guerras que decían combatir.

A este continente llega Jon Lee Anderson, uno de los más inquietos y ambiciosos periodistas internacionales de Estados Unidos de hoy. El resultado es una visión de África nueva, distinta a la que los medios tradicionales nos tenían acostumbrados. 

Como escribiría hoy Graham Greene si fuera reportero en África, Anderson cuenta sus viajes usando el ‘yo’ con encomiable economía, narra sus entrevistas con líderes gubernamentales y de la oposición, con víctimas y victimarios, con estudiosos y cooperantes como si fueran escenas de una novela en construcción. Hay una voluntad permanente por comprender, por más que muchos de los hechos que narra sean incomprensibles.

La mayoría de los reportajes de este libro siguen el célebre formato de los textos de política internacional de The New Yorker, donde Anderson ocupa el codiciado puesto de ‘periodista itinerante’. Son ensayos sobre los dramas de Angola, Liberia, Zimbabue, Somalia, Guinea, Libia, Sudán y Santo Tome, investigados con valentía y armas de periodista de investigación y vertidos con estilo depurado e incisivos análisis.

Anderson inició su carrera en América Latina, en un diario escrito en inglés en Lima, pero pronto se hizo un hueco en los grandes medios estadounidenses. Publicó una biografía imprescindible del Che Guevara, escribió sobre el Chile post-Pinochet, la Venezuela de Chávez y la Euskadi del final de ETA, y se curtió como reportero de guerra en las montañas de Afganistán y las calles humeantes de Iraq.

En castellano, Anagrama ya había publicado dos colecciones de sus reportajes literarios para The New Yorker: La caída de Bagdad y El dictador, los demonios y otras crónicas. Anteriormente, Emecé había publicado una traducción de sus crónicas afganas: La tumba del león.  

Esta colección de relatos verídicos del África actual completa la variedad de los temas e intereses de Jon Lee Anderson, y lanza al terreno de la no ficción a la exquisita editorial Sexto Piso. Lo único reprochable es que en el título (La herencia colonial y otras maldiciones) no mencione la palabra ‘África’. Aunque en cierta forma se adivina: la escalofriante foto de portada muestra el torso negro de un niño soldado con dos fusiles esculpidos a cuchillo.                

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28 de marzo de 2013
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Susan Orlean: encuentros sorprendentes con lo extraño y lo doméstico

No creo que haya un periodismo narrativo masculino y otro femenino. Pero muchos de los más talentosos e innovadores cronistas de la actual generación norteamericana son mujeres. Encuentro en ellas una mirada absolutamente personal, un fijarse en lo que otros no perciben, en escuchar hasta los más modestos murmullos, en percibir detalles secretos en las cosas, la gente y las historias, en contar con una mezcla atrapante de gracia y piedad.

¿Es una mirada femenina?

Yo siento que hay una mirada distinta a la mía, pero pero también tiene que ver con una forma personal de acercarse a la realidad. Eso lo encuentro en muchas páginas de periodistas norteamericanos actuales como Ted Conover o Charles Bowden. En definitiva, eso lo tiene que decidir cada lectora o cada lector.

Total, que hoy quiero hablarles de Susan Orlean.  

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Hace una década, Susan Orlean publicó en el New Yorker un perfil de “El hombre americano a los 10 años”. Es un artículo delicioso. Se le podía haber ocurrido a cualquiera; pero se le ocurrió a ella.

Con un sentido muy acuciado de lo importante que es prestar atención a los detalles para entender los cambios generacionales, Orlean se lanza a pasar una temporada no en una guerra lejana ni con un grupo de fanáticos incomprensibles, sino con un niño de 10 años, de clase media relativamente acomodada, un niño relativamente interesado por el mundo, relativamente inteligente y sensible. Un representante de los niños de hoy, que navegan a través del bombardeo de imágenes y mensajes publicitarios, que viven las relaciones y las amistades con sus pares de forma muy distinta a la que solían sus padres, y que se comunican a través de la alta tecnología de una forma radicalmente nueva.

Colin Duffy, el niño en cuestión, invita a la periodista a entrar en su mundo, a jugar con él, a entender sus códigos. Y ella nos invita a nosotros, los lectores, de una manera tan clara y al mismo tiempo tan cargada de ironía y profundidad ligera que terminamos viendo el mundo como lo percibe la siguiente generación.

El hombre americano de 10 años ya es un clásico, sobre todo por la simplicidad clásica con que Orlean trata un tema nuevo. Así comienza:

“Si Colin Duffy y yo nos fuéramos a casar, deberíamos tener libretas de superhéroes que hagan juego. Usaríamos pantalones cortos, grandes tenis, camisetas amplias con los nombres de atletas famosos todos los días, incluso en invierno. Dormiríamos con la ropa del día puesta. Seríamos muy buenos jugando Nintendo Street Fighter II, pero Colin sería mejor. Haríamos los deberes, pero nunca sería muy difícil y siempre estaríamos acabando de hacerlos. Comeríamos pizza y golosinas en todas nuestras comidas. No tendríamos sexo, pero nos sentiríamos atraídos el uno al otro, y como por arte de magia, los bebés empezarían a aparecer en nuestra casa. Ganaríamos la lotería y compraríamos tierra en Wyoming, donde tendríamos toda clase de animales chulos”.

Y así hasta completar la primera página.  El truco es simple, tanto que es raro que no haya sido popular antes. Pero quienquiera que lo use ahora en un artículo de revista en Estados Unidos, sería una copia de Susan Orlean. El desplazamiento de los sueños, aspiraciones y forma de ver el mundo del personaje hacia el periodista provoca a la vez hilaridad, comprensión y una forma original de colocar al reportero en el centro de la acción.

Orlean pasó mucho tiempo e hizo muchas preguntas a Colin y a decenas de niños como él, obviamente, como para poder elaborar ese gran primer párrafo. A partir de allí, la escritura es algo más tradicional, y nos cuenta lo que hacen juntos, de qué hablan, cómo organiza su día y cómo ve su futuro. No hay nada de infantil, de búsqueda de un punto de vista aniñado en la prosa que usa la autora. Toma a Colin como un igual, y el resultado es a la vez divertidísimo y lleno de respeto.

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En la gran Antología de perfiles de New Yorker, hay otra obra maestra de Orlean: Show Dog, un perro de campeonato de belleza. Y el comienzo es una variante del mismo juego:

“Si yo fuera una perra, estaría enamorada de Biff Tuesdale. Biff es perfecto. Es amistoso, guapo, rico, famoso y está en perfecta forma. Casi nunca babea. No le asusta el compromiso. Quiere tener hijos – en realidad tiene varios, y quiere muchos más. Trabaja duro y es un gran profesional, pero también sabe cómo divertirse”.

Susan Orlean, una mujer esbelta, de piel muy blanca y pelo castaño que suele llevar largo y revuelto, juega con su propia autoimágen, con el juego de la mujer que se describe a sí misma como objeto de deseo de otros y que imagina relaciones con desconocidos. Tal vez esta sea una forma femenina de acercarse a los personajes de sus textos periodísticos, ya sea un niño o un perro. Pero yo prefiero verlo como una forma muy particular de una escritora de no ficción sorprendente, que ya traspasó la frontera del conocimiento popular.

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Buena parte de la fama de Orlean se la debe a su primera y brillante obra de no ficción, El ladrón de orquídeas, del que se hizo una película que no sigue la historia que cuenta el libro sino la investigación de la misma Orlean, representada por Meryl Streep. Con una perseverancia rayana en la obsesión, propia de todos los verdaderos periodistas literarios, Orlean se lanza a la caza de los buscadores de la orquídea perfecta. La delicadeza de esta flor única y su estética de formas y colores exagerados, que serían delirantes si no fuera que los creó la naturaleza, la llevan a seguir el camino de fanáticos orquidólogos.

El seguir a gente enamorada y obsesionada con su trabajo es una buena forma de interesar y atrapar al lector. Y en el mundo extrañísimo de las orquídeas, encuentra también Orlean, como en casi todos sus escritos, una forma de hablar de manera original de las pasiones, pulsiones y temores humanos.

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La colección de retratos de Orlean se llama La matadora revisa su maquillaje, y la portada la muestra a ella misma en pose torera, arrastrando el capote y mirando sobre su hombro al lector, como si este – nosotros – fuera el toro. Su personaje es la torera Cristina Sánchez, mujer valiente, osada y vilipendiada en un mundo de hombres.

Entre otros, incluye los perfiles de la cantante Tiffany, de 14 años, que vendió cuatro millones de álbumes de su disco debut, junto con los de famosos y desconocidos, todos extraños y llamativos.

En todos encuentra maneras de hacernos sentir de que son tan raros como para pensemos en nosotros mismos en nuevos términos, y que son al mismo tiempo parecidos, que nos podemos identificar con ellos, incluso con el perro Biff. Lo extraño y lo cercano, el alejamiento y la identificación, y siempre el personaje de la periodista en un lugar original, inesperado. 

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24 de marzo de 2013
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Una historia terrible y luminosa: «Los escogidos», de Patricia Nieto

Los escogidos de Patricia Nieto es una historia terrible y (no ‘pero’: ‘y’) luminosa. Patricia Nieto es una académica de la comunicación en la Universidad de Antioquia en su Medellín, pero no solo enseña a agradecidos alumnos hambrientos de crónica: ha organizado talleres para víctimas de la violencia, para que puedan sacar afuera el dolor y la angustia que los atragantaba, y que desde afuera se pueda escuchar su voz.

 

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La historia parece simple: a Puerto Berrío llegan, flotando por el río Magdalena, los cadáveres de mujeres y hombres, víctimas de la violencia colombiana. Vienen sin nombre, sin identidad, sin historia. Un grupo de vecinos los acoge, los nombra, los entierra, los visita y les cuenta cosas. Son actos de desagravio, que vuelven a humanizar a los que fueron torturados, asesinados y deshumanizados. A veces vienen familiares en busca de sus deudos. A veces los encuentran, y entonces los vecinos los dejan ir como a amigos que parten.

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Con estos mimbres, Patricia Nieto construye un libro de periodismo narrativo con mucho de poesía. De hecho, le encuentro puntos de contacto con relatos de grandes cronistas que destilan prosa poética para acercar al lector a la esencia y el sentimiento de una historia. En primer lugar, Elogiemos ahora a hombres famosos, de James Agee. En América latina, uno de mis favoritos es Missing, de Alberto Fuguet. Y a caballo entre las Américas, Ciudad del crimen, de Charles Bowden. Cada uno a su manera, cuentan la realidad con prosa más poética que novelística. Leyéndolos, te dejas llevar por un ritmo intoxicante, que te hace bailar con las palabras como si fueras la serpiente del encantador hindú.

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A veces hay conversaciones entre la periodista y los personajes. De pronto, ellos hablan con los muertos. En otros momentos, interpelan al lector.

Pasan por Los escogidos la historia terrible de Colombia, la ciencia bruñida del forense, y como en el mejor Kapuscinski, de la niebla de lo que ignoramos tras investigar mucho, surgen las preguntas en estampida: “¿Quién divisó tu cuerpo detenido en un recodo del río. A qué horas se sorprendieron los niños con tu cuerpo como toro desollado. Cuántas horas permaneciste en ese pozo oscuro. Se alimentaron los peces de tu carne. Sorprendiste a los perscadores cuando emergiste del lecho frío. Sabe a hierro la tierra después de la lluvia. Te acompañó la luna?”

El libro de Patricia tiene la levedad del susurro y la profundidad de las sentencias definitivas.

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"Los escogidos" fue publicado en Medellín por la editorial Sílaba en 2012.

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22 de marzo de 2013
Blogs de autor

Contando se entiende la gente…

Un blog es siempre un camino de dos vías, y mucho más uno que nace bajo los auspicios de El Boomeran(g). Esta es por lo tanto, una invitación al diálogo, a la divergencia, al reconocimiento mutuo.

Pienso hablar principalmente de lo que sé, de lo que amo, de los me apasiona y me parece útil y necesario. En primer lugar, el periodismo narrativo, mi principal campo de trabajo, como escritor y periodista, como crítico y como profesor. Quiero contar, compartir, comentar y criticar historias.

Mi intención es hablar dos o tres veces por semana de este mundo de verdad donde se cuenta lo que pasa para que los lectores se enteren y se coman las uñas al mismo tiempo. Pero también haré comentarios de la actualidad política y social, de literatura y arte, de música y en especial de mi vicio no tan secreto: la ópera.

Parto de una serie de íntimas convicciones.

En primer lugar, de que contando se entiende la gente, de que las historias reales se comparten, se entienden, se viven y se sienten cuando nos las cuentan.

Sostengo, en segundo término, que la narración es la forma primigenia, esencial y óptima de la comunicación.

Estoy convencido, además, de que el periodismo narrativo (también llamado periodismo literario, crónica o relato de no ficción) es el que puede atrapar, emocionar, alegrar, indignar, involucrar y movilizar a los lectores jóvenes.

El mundo se nos está yendo de las manos: los dueños de casi todo quieren ser dueños de todo, y necesitan que no sepamos, que no entendamos, que no participemos. El periodismo es necesario para retomar el control de nuestras vidas, nuestros países y nuestro mundo. En este contexto, la larga y fecunda tradición de la literatura y del periodismo narrativo nos ayuda a contar lo que nos pasa de una manera apasionante y útil.

Agradezco a Basilio Baltasar y a Giselle Etcheverry Walker por su confianza, apoyo y amistad. Y me alegra mucho compartir este rincón del ciberespacio con amigos y escritores admirados. ¡Espero estar a la altura!

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19 de marzo de 2013
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