Skip to main content
Escrito por

Rafael Argullol

Rafael Argullol Murgadas (Barcelona, 1949), narrador, poeta y ensayista, es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Es autor de treinta libros en distintos ámbitos literarios. Entre ellos: poesía (Disturbios del conocimiento, Duelo en el Valle de la Muerte, El afilador de cuchillos), novela (Lampedusa, El asalto del cielo, Desciende, río invisible, La razón del mal, Transeuropa, Davalú o el dolor) y ensayo (La atracción del abismo, El Héroe y el Único, El fin del mundo como obra de arte, Aventura: Una filosofía nómada, Manifiesto contra la servidumbre). Como escritura transversal más allá de los géneros literarios ha publicado: Cazador de instantes, El puente del fuego, Enciclopedia del crepúsculo, Breviario de la aurora, Visión desde el fondo del mar. Recientemente, ha publicado Moisès Broggi, cirurgià, l'any 104 de la seva vida (2013) y Maldita perfección. Escritos sobre el sacrificio y la celebración de la belleza (2013). Ha estudiado Filosofía, Economía y Ciencias de la Información en la Universidad de Barcelona. Estudió también en la Universidad de Roma, en el Warburg Institute de Londres y en la Universidad Libre de Berlín, doctorándose en Filosofía (1979) en su ciudad natal. Fue profesor visitante en la Universidad de Berkeley. Ha impartido docencia en universidades europeas y americanas y ha dado conferencias en ciudades de Europa, América y Asia. Colaborador habitual de diarios y revistas, ha vinculado con frecuencia su faceta de viajero y su estética literaria. Ha intervenido en diversos proyectos teatrales y cinematográficos. Ha ganado el Premio Nadal con su novela La razón del mal (1993), el Premio Ensayo de Fondo de Cultura Económica con Una educación sensorial (2002), y los premios Cálamo (2010), Ciudad de Barcelona (2010) con Visión desde el fondo del mar y el Observatorio Achtall de Ensayo en 2015. Acantilado ha emprendido la publicación de toda su obra.

 

Blogs de autor

Las vengadoras

Que el pasado, con diferentes máscaras, siempre vuelve es algo que se aprende con los años y supongo que la lucidez tiene relación con la capacidad de convivir con este retorno. Tan perjudicial resulta la ocultación del pasado como su exhibición como una llaga viva que no permite habitar el presente. Aunque sólo sea por este motivo es aconsejable ver la última y excelente película de Roman Polanski, The ghost writer, traducida aquí impropiamente como El escritor para evitar la incorrección política de la expresión el negro, que es como en el argot editorial se llama a quien escribe por cuenta ajena aceptando que, a cambio de cierto dinero, otro figurará como autor del libro que él escriba. En la actualidad centenares de políticos, deportistas, actores o cocineros recurren a negros para escribir las obras que luego presentan como propias. Y me temo que no faltan los escritores que hacen lo mismo.

La película de Polanski está protagonizada por el negro contratado por la editorial que tiene que publicar las memorias de un tipo que es Tony Blair en todo menos en el nombre. Cinematográficamente es una obra de madurez en la que el cineasta polaco recupera el ritmo de películas como Chinatown o la opresión metafísica de paisajes como las de la primeriza Cuchillo en el agua. También hallamos huellas de las indagaciones dramáticas de El pianista o La muerte y la doncella. Un hombre atrapado por su pasado como Polanski, y así se lo recuerda implacablemente el fiscal de Los Ángeles que persigue su viejo delito, está en condiciones especiales para bucear en el ayer. En los mitos griegos se creía que las Erinias eran deidades vengadoras que llevaban inevitablemente a la destrucción mediante la memoria y el castigo. Es posible que Polanski no escape a sus Erinias, o al tribunal americano, pese a que el tiempo transcurrido invitaría a un ejercicio de perdón.

Sin embargo, curiosamente, en The ghost writer él mismo pone en marcha el violento engranaje de las vengadoras para cebarse sobre Tony Blair e indirectamente sobre George Bush. La novedad es la inmediatez histórica con que Polanski realiza el ajuste de cuentas y que a mí me ha recordado aquella magnífica falta de prejuicios -y de eventuales querellas- con que actúa Dante en La divina comedia. No sé si en la actualidad el poeta toscano podría sumergir tan fácilmente, y con nombres y apellidos, a sus enemigos en el infierno o, por el contrario, debería estar atento al alud de demandantes que acabarán de hundir su ya de por sí maltrecha economía.

Sea como fuera, Roman Polanski, y con el sólo disimulo del nombre de su personaje, ha idodirectamente a la caza de Tony Blair. Y se trata de caza mayor por cuanto Blair, junto con Berlusconi, es el más shakespeariano de los últimos políticos, y no precisamente por lo que se refiere a su honor y dignidad: Berlusconi por bufonesco y Blair por mordaz. Con todo, hay que reconocerle a este último una inteligencia poco habitual en la política del presente, de modo que fueron muchas las expectativas que originó y aún más las desilusiones a las que finalmente dio lugar.

De hecho, ha sido fascinante comprobar cómo Tony Blair ha intentado escapar de su propia sombra desde que abandonó el poder londinense, Ágil camaleón en todos los aspectos de su vida, hemos asistido al espectáculo de observar a Blair convirtiéndose al catolicismo mientras decía tener una suerte de línea telefónica directa con Dios, sin que estas cuestiones místicas le distrajeran de la necesidad de amasar una increíble cantidad de dinero en tan poco tiempo o de la búsqueda inquieta de una nueva oportunidad política en Oriente Próximo -un fracaso- e, incluso, en la presidencia europea -una quimera-. Blair ha ido de aquí para allá con tal velocidad que nos parece que han transcurrido decenios desde que cedió la maléfica herencia del poder al ahora destronado Brown.

Blair ha tenido la habilidad de Proteo y, sin embargo, Polanski, no le ha permitido escabullirse y le ha golpeado con una contundencia poco frecuente. No deja de ser irónico que el cineasta haya urdido toda la trama alrededor de las Memorias del antiguo primer ministro británico, el libro que tenía que servir a éste en varias direcciones simultáneamente: para hacer un suculento negocio, para camuflar el pasado, para forjar un futuro glorioso. En la película todo se interrumpe pues la muerte del personaje implica la muerte simbólica de Blair. Antes, no obstante, ha caído todo el andamiaje y la gloria prometida ha quedado cubierta por el polvo de la mentira. El ghost writer contratado para escribir las Memorias del político comprueba que éste ni siquiera se expresa medianamente bien en la primera y rudimentaria versión del libro. Pero lo peor viene después cuando, desencadenadas las Erinias, los grandes embustes de Blair quedan al descubierto, empezando por el mayor de todos: aquella mentira, la de las "armas de destrucción masiva", que condujo a decenas de miles de muertos en la guerra de Irak. Al álter ego cinematográfico de Blair se le va nublando la sonrisa forzada como si, en efecto, las vengadoras, vertieran sobre su cabeza la sangre acumulada.

El ejercicio de Polanski es valiente, intrigante y tiene la virtud de aclarar que sólo en Europa es posible todavía una tal libertad crítica. No estoy seguro de que en Estados Unidos se hubiera podido producir una película semejante, sustituyendo la figura de Blair por la de Bush, y estoy convencido de que tal tentativa será imposible en las demás regiones del planeta, donde los llamados secretos de Estado son las más eficaces formas de impunidad.

En Europa, pero no sé si en toda Europa. Si hemos de sacar conclusiones de la tragicómica incapacidad de España para afrontar hechos que ocurrieron 70 años atrás, no me imagino un ejercicio de sinceridad histórica a corto plazo. De hecho, ninguno de los grandes traumas de la época democrática, desde la "guerra sucia" al golpe de Estado de 1981, se han aclarado suficientemente. Viendo The ghost writer no podía sacarme de la cabeza que uno de los más íntimos cómplices de Tony Blair en la época de las andanzas denunciadas por Polanski era José María Aznar. ¿Se imaginan una película semejante con un casi-Aznar? Es improbable. Claro que Aznar, escritor dotado, a diferencia de Blair, escribe él solo sus libros sin ayuda de nadie, como es sabido.

 

El País, 10/05/2010

Leer más
profile avatar
16 de junio de 2010
Blogs de autor

Idioma universal

No soy amante de las encuestas pues, singularmente en los países de mentalidad católica latina, los encuestados acostumbran a responder para "quedar bien" antes que para reflejar lo que piensan (basta con contrastar la opinión de los españoles sobre su sexualidad con la información de los sexólogos sobre la sexualidad española). Ni confío en las estadísticas ni retengo sus resultados, pero una, escuchada o leída no sé dónde, siempre me viene a la memoria. Según sus datos, un campesino de los años cincuenta -probablemente analfabeto- utilizaba en su habla el doble de palabras que un universitario de principios de este siglo que, como media, reducía su vocabulario a unos 3.000 términos.

Como estoy educado en la idea de que hay una estrecha unidad entre pensamiento y lenguaje, y en la convicción de que éste es nuestro instrumento mediador con la existencia, aquella estadística me insultó alarmantemente ya que mostraba el empobrecimiento de nuestra relación con las cosas, por más que un universitario actual disponga de muchos más discursos técnicos que el pobre campesino de hace 50 años. Este no tenía ninguno de nuestros conocimientos globales, pero lo que sabía lo sabía con gran riqueza de detalles.

No siento nostalgia por la situación del campesino, pero reconozco mis reservas ante nuestra celebrada globalidad. Por ejemplo, leí que el globish es la propuesta más reciente y exitosa de un idioma universal basado en el inglés y dotado de 1.500 palabras, es decir, la mitad de las del universitario de principios de siglo y una cuarta parte de las que usaba el campesino analfabeto. El reduccionismo lingüístico y quizá mental gana adeptos.

Por lo que oigo en la calle, en los medios de transporte o en los restaurantes, la propuesta parece generosa, porque tengo la impresión de que con un par de centenares de palabras bastaría. El ansiado idioma universal de los ilustrados está finalmente a nuestro alcance, sobre todo si no queremos decir nada, más que gritar consignas de cualquier tipo. Para gritar, como sabemos por nuestros queridos tertulianos radiofónicos o televisivos, no hacía falta que el hombre se tormara la molestia de inventar el lenguaje.

El País, 08/05/2010

Leer más
profile avatar
9 de junio de 2010
Blogs de autor

Farenheit 2010

El otro día -quizá como preparación del día de Sant Jordi- emitieron en televisión Fahrenheit 451, película de François Truffaut sobre el relato de Ruy Bradbury. Se trata, ya saben, de la escenificación de un mundo en que los libros son perseguidos y quemados por parte de un cuerpo singular de bomberos que, en lugar de apagar incendios, se dedica a propagarlos, siempre que haya letra impresa por medio. Con algún anacronismo, la película conserva una gran intensidad visual. En cuanto a su diagnóstico profético, le sucede lo mismo que a las novelas de Orwell y Huxley: acierta en cuestiones esenciales, aunque es incapaz de prever los grandes cambios tecnológicos. Eso le otorga un cierto aire naïf tanto al contrastar la maldad como al sugerir la resistencia al mal.

Al contrario de lo que pronostica la película, como demuestra festivamente el día de Sant Jordi, estamos rodeados de libros, aunque en su mayoría nunca serán leídos y con mucha probabilidad, serán destruidos sin que ningún lector haya asomado la nariz en ellos (bajo la dictadura de la novedad los editores se han convertido, ellos mismos, en destructores sistemáticos de sus propios libros).

Lo curioso del caso es que, aun disponiendo de tantos libros, nuestros contemporáneos tienen la misma mentalidad que los habitantes de la película de Truffaut: en ambos casos se trata de una rabiosa necesidad de ser analfabetos, pese a que la sociedad haya gastado tanto en su alfabetización. Nuestros contemporáneos, como aquellos personajes ficticios, sienten miedo y desdén por los libros pese a que un día al año se sienten pródigos y compran un libro preferentemente televisivo. El olfato de Truffaut funciona con lustros de antelación: la verdad está en el marco publicitario que alecciona a los analfabetos a través de la pantalla.

La voluntad tenaz de analfabetismo coincide con la obsesión de unos seres humanos que creen que la felicidad reside en un igualitarismo por abajo. "Cuanto menos personas más felices seremos". Un buen lema antiilustrado que preside la película de Truffaut y nuestra vida social. Entre Sant Jordi y Sant Jordi, todo un año de Fahrenheit 451 en los cerebros.

El País, 24/04/2010
Leer más
profile avatar
27 de mayo de 2010
Blogs de autor

Intimidad forzosa

Cuenta Boris Pasternak que a medida que se degradaba la Revolución Rusa y se imponía el totalitarismo, se generalizaba el uso del tuteo como forma cotidiana de dominación. En El doctor Zhivago, en efecto, los comisarios del pueblo quieren reducir la resistencia de sus supuestos adversarios con un "oye, tú, camarada" que, tras el aparente igualitarismo, implica la transformación de las personas en meros componentes de una masa que debe ser aleccionada y doblegada. El objetivo es claro: la intimidad forzosa, lejos de ser una muestra de amistad o familiaridad, es un método de sometimiento.

Por eso me alarma que en nuestra sociedad nada igualitaria se prodiguen cada vez con mayor frecuencia las expresiones de una intimidad no voluntaria. Esto es particularmente claro si te hallas en manos de quien va a imponer su intimidad, lo quieras o no. Llama la atención, por ejemplo, que una mayoría de médicos y enfermeros se permitan tutear a sus pacientes, sobre todo en los grandes hospitales y clínicas. Quien ha entrado en el recinto siendo una "señora" o un "señor" es convertido, mediante el tuteo, en un ser al que no sólo le falta la salud, sino también el respeto y la dignidad. Y algo semejante pasa en el transporte aéreo. Como también estás en sus manos, cada vez hay más pilotos y azafatas que se dirigen a los pasajeros con la familiaridad que antes se reservaba para los niños. Acaso porque en ambas situaciones sobrevuela la sombra de la parca, lo cierto es que se hace progresivamente difícil mantener el estatuto de persona en una cama de hospital o en un asiento de avión.

Pero lo decididamente insoportable es que el Estado se haya sumado al festín de la mala educación, con fórmulas que recuerdan lo evocado por Pasternak o, como ficción futurista, por Orwell en 1984. "Ponte el cinturón de seguridad", "si bebes, no conduzcas", "disminuye la velocidad", etcétera. En medio del capitalismo más feroz, el Estado (casi podríamos decir "el camarada Estado") se comporta como si el comunismo hubiera triunfado, aunque únicamente en el terreno de la vulgaridad.

Y quizá los publicitarios de esas campañas tuteadoras lleven razón y sea cierto que el comunismo de la banalidad ha triunfado. Sin embargo, no quiero esta intimidad forzosa con el Estado. Mis amigos los elijo yo mismo, y es con ellos con quienes comparto mi intimidad.

 

El País, 10/04/2010

Leer más
profile avatar
20 de mayo de 2010
Blogs de autor

Cuerpos especiales

Tras cursar sus estudios universitarios, master incluido, tenía la ilusión de trabajar en la conservación del patrimonio artístico. Le aconsejaron que lo mejor era presentarse a las correspondientes oposiciones. A la joven aspirante esto no le hacía mucha gracia, pues suponía que los estudios que había realizado ya debían abrirle las puertas del llamado mercado laboral. Al comprobar que no era así, tras varios intentos y muchos currículos enviados, se avino a examinarse en las malditas oposiciones. Según el ritual, debía superar una prueba general, primero, y, luego, una específica, restringida al ámbito en el que aspiraba a trabajar.

Para enfrentarse a la prueba general, paso inexcusable para acceder a la segunda prueba, la joven aspirante tenía que estudiar un amplio temario recogido en un volumen que costaba nueve euros. Para adquirirlo se dirigió a la librería oficial de la Generalitat, donde le informaron de que el volumen estaba agotado y que tenía, como alternativa, la posibilidad de comprar un libraco de centenares de páginas en el que el temario se hallaba generosamente desarrollado. El libraco costaba 60 euros y había sido editado por el centro de estudios Adams (nombre que debe de ser, sin duda, prestigioso en su campo pero que a mí, al conocer esta historia, me evocó aquellos centros pedagógicos que en verano amargaban la vida a los repetidores). Con todo, el libraco tenía un título sugerente: Cuerpos especiales.

Al volver a su casa, cargada con Cuerpos especiales, la aspirante se consolaba de los 60 euros depositados en la librería oficial pensando en lo mucho que aprendería con aquel ladrillo tan recomendado. Seguramente, allí encontraría todo lo concerniente a la conservación del patrimonio artístico, a sus condiciones y a su legislación. Pero su sorpresa fue mayúscula al observar algunos de los contenidos. El examen era de un rigor científico difícil de superar. Tanto que no pude evitar la tentación de copiar para ustedes un par de temas recogidos en el libraco (tema 22.3, "¿Cuál es la edad media de la maternidad en Cataluña?" a) 29,4 años; b) 30,8 años; c) 31,2 años; d) 31,8 años. Tema 24.10: "De acuerdo con el calendario previsto para el despliegue de los Mossos d'Esquadra, ¿en qué fecha estaba previsto ultimar el despliegue en las tierras del Ebro?" a) Durante 2008; b) durante 2007; c) durante 2009; d) durante 2010.

Según pueden ver, una delicia. ¿Cómo cabría calificar a los cerebros del asunto? a) Mentes estúpidas; b) mentes perversas; c) mentes ignorantes; d) imbéciles puros y duros.

El País, 27/03/2010

Leer más
profile avatar
13 de mayo de 2010
Blogs de autor

Catarsis y curación

En una época en que el entrañable y tranquilizador Juramento Hipocrático ha desaparecido de clínicas y hospitales, y en que la cuestión médica está en manos de las llamadas autoridades sanitarias -a menudo burócratas que lo ignoran todo del hombre, excepto que es un animal al que se le pueden extraer impuestos y votos-, resultan aleccionadoras las resistencias de ciertos médicos a considerar que la enfermedad es una pura mercancía sometida a la ley de la oferta y la demanda. A este respecto, por ejemplo, soy siempre un entusiasta seguidor de las opiniones del doctor Moisès Broggi, tan buen memorialista en este último periodo como cirujano a lo largo de toda su vida. Hay una lucidez especial en este hombre que ha alcanzado los 102 años.

En su última entrevista -realizada por Núria Navarro- hacía dos manifestaciones aparentemente muy alejadas entre sí pero que a mí me parecieron perfectamente unidas por un hilo invisible. Por un lado, siguiendo a los antiguos griegos, recordaba que "la fuerza que mueve las estrellas es la misma que hace palpitar el corazón del hombre"; por otra, respondiendo a la última pregunta de la periodista -"¿por qué querría ser recordado"- manifestaba lacónicamente: "por ser una buena persona". Las dos respuestas ensambladas significaban una magistral lección de medicina.

Por los mismos días en que el doctor Broggi hacía estas declaraciones cayó en mis manos un libro excepcional que, en cierto modo, venía a desarrollar el amplio espectro de interrogantes alojado entre aquellas dos respuestas. Se trataba del ensayo Catarsis. Sobre el poder curativo de la naturaleza y del arte, escrito por el cardiólogo y humanista polaco Andrzej Szczeklik, recién traducido entre nosotros. Debo confesar que el enigmático asunto de la catarsis es algo que siempre ha llamado mi atención desde que en los años estudiantiles leí -o me hicieron leer- la Poética de Aristóteles. En ella se contiene aquella famosa definición de la tragedia griega a partir de la que, precisamente a propósito del término catarsis, se han suscitado numerosas controversias. ¿En qué consistía esta catarsis que, según Aristóteles, se conseguía en los escenarios griegos? ¿Una purificación de las pasiones?; ¿una depuración de los desarreglos morales?; ¿una curación de las enfermedades del alma? Las traducciones no se ponían de acuerdo. Con el paso del tiempo, y como reincidente lector de tragedias -en especial de Esquilo y Sófocles-, llegué a la conclusión de que la catarsis perseguida por el teatro ático era una suerte de efecto de shock que conducía a los espectadores a un alivio anímico, a un relajamiento sensorial, después de haber sido llevados a la máxima tensión tras ver representadas las turbulentas peripecias de los héroes.

Dicho de otro modo: la tragedia griega, que lejos de ser un espectáculo elitista era una celebración popular (en el teatro de Dionisos cabía una cuarta parte de los ciudadanos libres de Atenas), tenía como objetivo poner ante el público un espejo terrible en el que el hombre pudieracontemplar todas sus contradicciones y límites, pero no para hundirlo en el sinsentido, sino para liberarlo del peso que pudiera albergar su conciencia. El espectador, a través de las vicisitudes de los héroes, era arrastrado hasta el punto de ebullición que pone en peligro cualquier equilibrio y luego, por la propia ejemplaridad trágica, era reflotado hasta la salvación. De ahí que fuera usual, tras la representación de una tragedia, que se celebrara festivamente el alivio de los espectadores con la puesta en escena de una pieza satírica. Para el público ateniense el efecto colectivo de una tragedia se parecía mucho a lo que, individualmente, se conseguía con el principio hipocrático de la "curación por la palabra". En ambos casos puede hablarse de catarsis.

Y es este segundo plano, el del principio hipocrático, el que sirve a Andrzej Szczeklik como punto de partida para construir un fascinante espacio en el que convergen médico y paciente. Evidentemente, el doctor Szczeklik, cardiólogo de renombre internacional y pionero de las unidades de reanimación en su Cracovia natal, no ignora en absoluto los últimos avances de la ciencia y la tecnología médicas. Éstos están constantemente presentes en su libro. Sin embargo, su reivindicación principal se dirige al establecimiento de una complicidad entre el enfermo y el médico. Las palabras, y lo que alienta detrás de las palabras, son tan importantes como los más refinados instrumentos de diagnóstico o como los medicamentos más potentes.

Así, en Catarsis, se cruzan paso a paso todos los ámbitos de relación existencial, con la particularidad de que Szczeklik, en lugar de conformarse con los límites de su especialidad médica, se introduce en múltiples esferas de la historia de la cultura. La operación es altamente estimulante porque el alfabeto críptico con el que los médicos juegan a ser brujos se transforma, de pronto, en un lenguaje tan preciso como comprensible. Nuestro cuerpo deja de estar en manos de especialistas que ejercen de especialistas que ejercen un monopolio exclusivo para volver a ser "nuestro cuerpo". Desde esta perspectiva, la medicina es fundamentalmente la escucha del cuerpo, algo que cada hombre hace por sí mismo y que sólo en segunda instancia corresponde a los sofisticados aparatos que se hacen eco de nuestro organismo (en el sentido estricto de la expresión ecografías, resonancias magnéticas).

De acuerdo con Szczeklik aquella escucha es posible porque nuestro cuerpo no deja de ser el campo de experimentación del universo entero. En Catarsis el lector puede encontrar significativos paralelismos que lo confirman: el pulso del cosmos, como también ha sugerido el doctor Broggi, late al mismo ritmo que el pulso del corazón. Melómano convencido, Szczeklik tiende continuos puentes entre música y medicina. Memorable la correspondencia que establece entre el rubato de Chopin y la melodía del corazón. Pero no son menos interesantes sus sugerencias poéticas y sus alusiones pictóricas, con páginas dedicadas, a la Sibila de la Capilla Sixtina o a Velázquez. Me quedo, por encima de todo, con la exquisita comparación que atraviesa el libro entre la descripción de los síntomas por parte del enfermo y el camino del conocimiento defendido por Platón. Es decir, en ambos casos, la amnesis si para Platón conocer es recordar para el médico nada hay más valioso, para la tentativa de curación, que los recuerdos del cuerpo que sólo el paciente puede relatar.

Podría así decirse que la memoria del cuerpo, narrada verbalmente por el enfermo y rescatada por el médico (con sus propios ojos y oídos, además de los "ojos" y "oídos" de la técnica), sirve para aislar los síntomas, establecer el diagnóstico y preparar el organismo para la curación de un modo similar a cómo la representación trágica, al poner en escena las incertidumbres del hombre, lo educaba para la reconquista del equilibrio espiritual.

Sea como fuere, Catarsis, además de ser recomendable para pacientes y potenciales pacientes -"todos nosotros" como dice irónicamente Czeslaw Milosz en el prólogo-, debería ser obligatorio para todos aquellos médicos que no se conforman con ser únicamente especialistas o curanderos.

El País, 21/03/2010

Leer más
profile avatar
6 de mayo de 2010
Blogs de autor

El Partenón, en venta

Que la Unión Europea no pasa por sus mejores momentos es fácil de deducir contemplando la foto de sus actuales dirigentes: al provisional Zapatero, ese hábil vendedor de humo al que sus adversarios toman por ingenuo, y al incombustible Durão Barroso, de nulo carisma, se les suman ahora un presidente del Consejo con cara de estar permanentemente desbordado y una "ministra de Asuntos Exteriores" que en sus mejores momentos parece una de esas puritanas amas de llave de las novelas de Agatha Christie. Poca cosa, como se ve, para afrontar lo que pomposamente siempre llaman "retos del siglo XXI".

Sin embargo, que los asuntos vayan mal, sobre todo en Grecia, no justifica la afrenta contra este país por parte de la prensa amarilla británica y alemana. El Bild, por ejemplo, un periódico que envenena diariamente a millones de lectores, además de afirmar que los griegos son genéticamente manirrotos, ha sugerido que se pongan a la venta bienes patrimoniales helénicos, e incluso islas, para paliar el desastre de la actual crisis. Con respecto a las islas, el tema no debería sorprendernos, pues hace unos años ya se debatió en el Parlamento alemán la posibilidad de adquirir Mallorca.

Con relación a los bienes patrimoniales, supongo que lo que más apreciarían los compradores alemanes es el Partenón. Pero no sería de desear que pagaran justos por pecadores y la sociedad griega, la primera en sufrir la rapacidad de sus especuladores, no debería ser privada, también, de sus tesoros artísticos. ¿Venderíamos la Sagrada Familia o la Alhambra para hacer frente a los desmanes de Fèlix Millet, el Pocero y la gente de esa ralea que con tanto ahínco ha trabajado para nuestro bienestar? Sería un escándalo. Pero la prensa alemana y británica no considera escandaloso que Grecia se desprenda de sus bienes patrimoniales para pagar su deuda. Se me ocurre una idea: Gran Bretaña y Alemania podrían enjuagar esa deuda pagando el "alquiler" de los tesoros griegos depositados desde hace siglos en el British Museum o en el Pergamon. Tener los frisos del Partenón en casa es un lujo al alcance de pocos y los lujos, hoy, deben pagarse.

El País, 13/03/2010

Leer más
profile avatar
30 de abril de 2010
Blogs de autor

La muerte y el paraíso interior

Rafael Argullol: El arte ya no recoge solo la dignidad o el honor de la vida efímera, sino que tiene que preocuparse también por recoger las expectativas, ilusiones, esperanzas y quimeras de una vida nueva, de otra vida, de una metempsicosis, de un retorno al mundo de las ideas como lo dice Platón.

Delfín Agudelo: ¿Y cuál fue, entonces, el efecto?

R.A.: Cambiaron por completo las expectativas de ese gran documento de la vida del hombre que es el arte. Si nosotros ya no solo en Grecia estudiamos las repercusiones  de las concepciones en los documentos del arte, nos daremos cuenta de que sus intereses y actitudes varían en relación a esto. No es lo mismo el monopolio de la inmortalidad a través de la memoria, que es el caso de la épica homérica, que un arte como la Divina comedia de Dante, en el cual hay una clara afirmación de la existencia de un mundo interior. En la Divina Comedia la inmortalidad no viene tanto a través de la memoria y de los hechos pasados sino de encontrar un paraíso interior. Como lo dice bien en la comedia y muchos documentos todo el mundo cristiano medieval. Pienso que la tragedia está colocada justo en el momento en que lo que era esa concepción homérica o clásica, antigua, y que se concretaba en la idea del arte hijo de Mnemosina, hijo de la memoria, como vehículo de la inmortalidad, pasa a una nueva concepción en que el arte tendrá que tener en cuenta las expectativas de futuro de nueva o nuevas vidas, o las expectativas en que la parte espiritual del hombre sea mucho más importante que la cultura. En el caso de los pitagóricos y el último Platón desatan con toda su fuerza y luego tendrán tanta influencia. Evidentemente después de la tragedia, en el siglo IX a.C., el hecho de que se rompa el mundo de las polis griegas y se dé lugar al cosmopolitismo alejandrino, al cosmopolitismo helenista, aún va a provocar una mayor atomización de las concepciones de muerte, y diría yo una función mucho más multilateral del arte como documento.

Leer más
profile avatar
20 de abril de 2010
Blogs de autor

La tragedia luego de la muerte

Rafael Argullol: En la época de Alejandro las concepciones acerca de la vida y de la muerte de distintos pueblos y culturas penetraron en el acervo griego.

Delfín Agudelo: Después de la muerte de Edipo -que es la muerte de un sistema de pensamiento, de una tipología del humano-, ¿a qué se dedica la tragedia? ¿Hacia dónde se dirige?

R.A.: Creo que la tragedia es el gran punto de inflexión entre una concepción anterior relativamente identificable y unívoca en la cual el esquema del hombre y su existencia es relativamente fácil de entender. El hombre nace, crece y muere. En el crecimiento del hombre se identifica su posibilidad de alcanzar un honor, una dignidad, una gloria, y tras la muerte el recuerdo de ese hombre a través de los otros hombres, de su memoria, es su única posibilidad de inmortalidad. Si eso lo trasladamos al arte, que siempre es testimonio del paso del hombre por la tierra, tenemos que encontrarnos con un arte que está sobre todo construido o bien buscando afirmar el carácter efímero de la vida del hombre, caso de Hesíodo  en Trabajos y días, o bien buscando afirmar la dignidad que tiene esa existencia efímera, el honor que se puede adquirir, y la inmortalidad que a través de la memoria de los otros hombres puede conceder el arte.

Y es allí donde la épica en cierto modo es la explicación de esa memoria, de ese hacer inmortalidad en la vida colectiva de los hombres y del pueblo, y encontramos en este enorme peso todo lo que sería arte funerario, necrológico, elegíaco, en el cual se exalta esa dignidad y ese honor de algo que ha sido efímero pero que se convierte en inmortal gracias a la labor de la memoria. Ahí descartamos toda idea de inmortalidad en sentido trascendente: todo funciona a través del propio circuito, de la afirmación de la existencia en sí misma, en la memoria y documento o testimonio de esto que es el arte. En el momento en que se trastoca esa idea del esquema del hombre en la tierra -que es que el hombre nace, vive fugazmente, muere pero alcanza otro tipo de vida- en el momento en que introduces ese elemento cambias evidentemente el propio testimonio del arte. El arte ya no recoge solo la dignidad o el honor de la vida efímera, sino que tiene que preocuparse también por recoger las expectativas, ilusiones, esperanzas y quimeras de una vida nueva, de otra vida, de una metempsicosis, de un retorno al mundo de las ideas como lo dice Platón.

Leer más
profile avatar
16 de abril de 2010
Blogs de autor

El monje entre la basura

Hay imágenes que tienen la capacidad de erigirse en diagnósticos fulminantes de una época, por más que parezcan reflejar únicamente un pequeño fragmento de la misma. Esas imágenes nunca son "oficiales" y, frecuentemente, tienen un aire de improvisación, de marginalidad, como si, en efecto, hubieran sido captadas en el margen de la historia mientras los grandes protagonistas acaparan el escenario. Al tiempo que la magna representación tiene lugar en el pórtico, alguna sale o entra por la puerta de atrás.

En la que me ocupa alguien sale por la puerta de atrás: es un viejo monje con mirada entre sonriente y desamparada, el Dalai Lama nada menos, para muchos un campeón de la espiritualidad, y para otros un parásito religioso. Los periódicos han reproducido esa triste salida del Iluminado, por la puerta de servicio, solo, sin ruedas de prensa y entre grandes bolsas de basura. El mensaje no ha podido ser más claro.

Ha sido recibido en la Casa Blanca porque no había más remedio si se quería guardan las formas, pero recuerda que la recepción no ha tenido lugar en el Salón Oval, como corresponde a los auténticos poderosos, sino en una habitación contigua, destinada a invitados subalternos o a visitantes molestos. Recuerda también que, aunque de vez en cuando simpaticemos con tu causa y hagamos películas sobre ella, porque realmente lo del Tíbet es un atropello brutal, estamos obligados a halagar a China, al menos, a no irritarle en demasía. Nuestro corazón está con el Tíbet, como lo está con la libertad, con el honor y con todas esas cosas que tanto nos gusta citar. Sin embargo, comprende que nuestro bolsillo y nuestro miedo nos exigen ser comprensivos con China, pese a que murmuremos sobre su totalitarismo. Tanto es así que, en adelante, y sintiéndolo mucho, ya no podrás salir por la puerta de atrás porque ni siquiera entrarás en el edificio.

Un mensaje bien claro: para el viejo monje y para cualquiera de nosotros.

El País, 27/02/2010
Leer más
profile avatar
12 de abril de 2010
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.