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Escrito por

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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El amigo alemán

Después de haber hecho una lectura de La batalla del calentamiento en Waldbronn (que a esta altura es lo más parecido a un segundo hogar que tengo en Alemania), llegué a Frankfurt, la ciudad que los escritores registramos ante todo como sede de la Feria más importante del mundo en materia de libros. Y allí conocí a la gente de la Sociedad para la Promoción de la Literatura Africana, Asiática y Latinoamericana. ¿Qué es lo que hacen estos alemanes tan delirantes como maravillosos? Pues lo que su augusto nombre propone, dado que están convencidos de que la ficción literaria no se agota en Europa ni en los Estados Unidos: promueven las traducciones al alemán de autores de los tres continentes mentados (en este año, sin ir más lejos, han colaborado económicamente con editoriales para traducir novelas del peruano Daniel Alarcón, de Martín Kohan y de la uruguaya Cristina Peri Rossi, entre otros autores -como yo, por ejemplo), /upload/fotos/blogs_entradas/cuando_me_muera_quiero_que_me_toquen_cumbia_med.jpgcompilan material informativo sobre nuestras letras asesorando a editoriales y medios alemanes, mantienen al día un banco de datos al que todos pueden acceder (me encanta descubrir allí a Der Robin Hood von San Fernando, que es como rebautizaron al maravilloso libro de Crstian Alarcón Cuando me muera quiero que me toquen cumbia) y organizan lecturas y encuentros, además de colaborar con la mismísima Feria.

Conversando con una de sus representantes, Corry von Mayenburg, le cuento que en América Latina ni siquiera podemos coordinar entre nuestros propios países para difundir la literatura que hacemos. Los colombianos no conocen la inmensa mayoría de lo que hacemos los argentinos, los chilenos no saben de los mexicanos, los uruguayos desconocen a los ecuatorianos -y viceversa, en todos los casos. ¡Y eso que ni siquiera tenemos que sortear la dificultad de que alguien nos traduzca!

Espero que Corry haya entendido que las desventuras latinoamericanas de las que le hablé (nuestros países no parecen tener gran interés en fomentar el intercambio cultural) eran un elogio indirecto al interés que ellos ponen en conocer y difundir voces distintas de las suyas, y también de las predominantes en inglés.

Por la noche, al término de mi lectura en un pequeño castillo que lleva el apropiado nombre de Gotisches Haus, conozco a Roland Spiller, un profesor de la Universidad de Frankfurt con particular debilidad por la literatura latinoamericana en general, y argentina en particular. Me dice entusiasmado que viajará a la Argentina en mayo, para participar de un coloquio sobre el tema. Poco después me entero de un encuentro que también ocurrirá en la Argentina entre traductores alemanes que trabajan sobre originales en español. Es obvio que esta gente tiene un interés militante en el otro: otras voces, otros ámbitos, diría el viejo Truman. Y que ese interés los dignifica, en tanto muestra cuán abiertos están a nuevas experiencias.

A este respecto, al menos, me gustaría que alguna vez caminásemos en sus huellas.

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25 de noviembre de 2008
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La venganza del zeppelin

Ravensburg también se salvó de las bombas. A pesar de que muy cerca se producían los infames zeppelines, los aviones enemigos perdonaron a la ciudad medieval. Que de allí en más hizo honor a la gracia de esa supervivencia: pocos sitios he visto más preocupados en conservar estructura y fachada de sus casas, que siguen siendo un flash del pasado a pesar de su adaptación a las necesidades modernas. La amiga Anek me lleva a ver la sala donde delibera el Concejo Municipal: aunque la mesa, la iluminación y los micrófonos hablan del presente, el resto de la estancia es la misma que albergó a los concejales de Ravensburg durante los últimos cuatro o cinco siglos. Techos de madera. Vitreaux. En uno de los muros, el mapa centenario de la ciudad amurallada.

El edificio contiguo es lo que se llama la Torre de las Trompetas. Allí vivían prácticamente dos trompetistas -uno católico, el otro protestante- que soplaban de manera estridente para levantar a la población, marcarle la hora del almuerzo, la vuelta al trabajo y el receso de la tarde. Ravensburg es una ciudad de torres. Anek me pregunta qué tan viejos pueden llegar a ser los edificios de Argentina. Con alguna excepción, nada más allá del siglo diecinueve. Somos tan nuevos, pienso. Y después me corrijo. En realidad somos tan antiguos como el que más, pero casi nada nos queda de las civilizaciones originarias. Somos, más bien, hijos de las cenizas de los pobladores naturales de América.

Por la noche, la lectura en la librería RavensBuch es un verdadero placer. Esta vez el actor encargado de leer los textos traducidos al alemán es Steffen Nowak. Durante la cena no puedo dejar de desdoblarme, y mientras trato de entender algo de la conversación (mis cinco años en el Goethe Institut no han quedado del todo en el olvido), me desdoblo y pienso en la situación: ¿qué hago allí, tan lejos de casa, en la cálida compañía de gente con la que no comparto casi nada -empezando por el idioma y el continente- y que, sin embargo, se manifiesta emocionada por mis historias? No se dejen engañar: la vida de un escritor puede resultar maravillosa aun hoy.

Después de cenar caminamos por una ciudad vacía. Resulta difícil sustraerse a la tentación de imaginarse en un set de cine, al que Errol Flynn saltará en cualquier momento desde un balcón utilizando una cortina como liana./upload/fotos/blogs_entradas/zeppelin_med.jpg

Por la mañana, en la estación de tren, descubro un zeppelin en el cielo. Quiero decir un zeppelin de verdad, no esos globos que GoodYear utilizaba para promocionar sus cubiertas. A la distancia, no alcanzo a leer las letras que lleva pintadas en su costado. Pero es lo que es, sin dudas.

A veces pienso que nuestra capacidad de destrucción está sobrevalorada. La vida es siempre más fuerte que nuestros peores instintos.

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24 de noviembre de 2008
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Esslingen, Tarzán y yo

Caida la noche sobre Esslingen, Alemania, me quedo en mi habitación de hotel leyendo los primeros cuatro volúmenes del Tarzán dibujado por Harlod Foster entre 1931 y 1935.

Ha sido un buen día. Por la mañana, una lectura en público de La batalla del calentamiento (Das Lied von Leben und Tod, aquí) y una conversación con Sabine Giesberg, traductora del volumen. La preciosa sala de la librería LesArts -se escribe así en efecto, todo junto- está a tope, lo que ayuda a que uno se sienta más rock star que escritor. La gente es amabilísima, y la música de un grupo alemán llamado Tango Five nos levanta a todos los espíritus. Al final, mientras firmo libros me corto con el papel y mancho un ejemplar con sangre. Lejos de ofenderse, la dueña del libro regresa a los pocos minutos con una curita que ha conseguido para mí. Así es toda la gente aquí: amabilísima.

Esslingen am Neckar -o sea, sobre el río Neckar- es una ciudad de muñecas. A diferencia de la vecina Stuttgart, que ya ha comienzo del siglo pasado se destacaba por su perfil industrial, logró sobrevivir intacta a la lluvia de bombas. Por lo demás, los vecinos se han preocupado por mantener en forma a los bellos edificios que en el resto del mundo imaginamos alpinos. En el centro de su Markplatz sigue brillando su reloj astronómico , como lo ha hecho desde 1591; y por encima suyo un glockenspiel suena varias veces al día.

/upload/fotos/blogs_entradas/edgar_rice_burroughs_med.jpgSiempre fui fan de Tarzán, desde muy pequeño. Me gustaban más los libros originales de Edgar Rice Burroughs que las películas (hoy las detesto a todas por igual, no hay una sola, ni siquiera Greystoke, que esté a la altura del original) y por supuesto las adaptaciones a historieta: Foster el primero, pero también Burne Hogarth y Russ Manning, cuyos dibujos compraba cada quincena en revistas mexicanas editadas por Novaro. Encontrar esta edición en Madrid fue una suerte. Pero esta noche, al comenzar la lectura, temo que no me sea posible el regreso al disfrute de la infancia con que contaba. La historia del primer volumen es errática, Foster persiste en ese extraño ‘traje' que su predecesor Rex Maxon y el actor Elmo Lincoln le atribuyeron a Tarzán, una suerte de malla enteriza de leopardo con un único bretel -ridícula. Para colmo, por lealtad a su amigo el francés D'Arnot, Tarzán salva a un fuerte colonial francés del ataque de los locales. ¡Tarzán imperialista! El mundo y la experiencia me están complicando el goce de la aventura...

Por fortuna enseguida Tarzán ataca un barco esclavista y libera a los prisioneros, lo cual me reconcilia con su noción de la política. Y de inmediato se hace obvio que Foster empieza a tomarse en serio el asunto. Los dibujos mejoran y los argumentos también, Tarzán pierde la malla enteriza y gana su taparrabos de rigor. Siguiendo la línea más fantástica del original de Burroughs, que mete a Tarzán en recodos de Africa que atesoran dinosaurios y civilizaciones perdidas, el Hombre Mono lidia con un pueblo que conserva las tradiciones de los egipcios imperiales y después con un enclave vikingo. Es absurdo, pero no me importa. Lo he logrado. ¡Tengo diez años otra vez!

Las callejas de piedra están desiertas en Esslingen. La CNN dice en un titular que han hallado una canción perdida de Los Beatles.

¿Cuánto más feliz puedo ser, en la ausencia de mis seres queridos? 

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21 de noviembre de 2008
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Esperando a Borges

Viajo de Madrid a Stuttgart, para presentar en Esslingen la versión alemana de La batalla del calentamiento (que allí se llama Das Lied von Leben und Tod, o sea La canción de la vida y de la muerte), leyendo en el avión la entrevista a Borges incluida en el primer volumen de entrevistas de The Paris Review. Realizada por Ronald Christ en 1967, quizás sea la mejor del volumen. /upload/fotos/blogs_entradas/la_batalla_del_calentamiento_1_med.jpgPorque describe bien el sitio en que la entrevista transcurre -una amplia estancia de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, de la que por entonces el autor de Ficciones era director-, porque recrea fielmente el estilo de Borges expresándose en inglés... y porque hasta tiene algo parecido a un argumento, con la secretaria de Borges interrumpiendo la charla cada dos por tres para recordar que ‘el señor Campbell (lo) está esperando'.

Me sorprendió que Borges intentase una crítica de sus por entonces contemporáneos que sigue siendo válida hoy, cuando pensamos en los escritores de estos tiempos. ‘En este país... hay una tendencia a considerar cualquier clase de escritura.. como un juego de estilo. ...Ellos (los otros escritores) han aprendido a escribir del mismo modo en que cualquier hombre aprende a jugar al ajedrez o al bridge. Nunca fueron escritores ni poetas de verdad. Se trata de un truco que han aprendido, y que han aprendido bien. Tienen la tarea perfectamente dominada. Pero la mayoría... parecen relacionarse con la vida como algo que nada posee de poético o de misterioso... Se ponen el sombrero de escritor, entran en el estado que consideran adecuado, y entonces escriben', dice Borges, para de inmediato ser interrumpido por Susana Quinteros, que anuncia por primera vez: ‘Excuse me. Señor Campbell is waiting'.

Admito que Borges se caracterizó siempre por decir cosas que en realidad significaban lo contrario de lo que parecían: fue un verdadero artista del elogio envenenado. Cuando un poco más adelante sostiene que un escritor debería ser juzgado ‘por el disfrute que produce y por la emoción que despierta', uno desconfía. Y sigue desconfiando cuando después alega que si sus textos no producen emoción, se debe a una limitación y no a una decisión consciente. Pero sí le creo cuando cita a Joseph Conrad. Según Borges, Conrad dice en el prólogo de The Shadow Line -cuyo nombre equivoca, llamándola The Dark Line: un error que lo humaniza- que aun cuando un escritor narra algo realista sobre el mundo debería leérse como un relato fantástico, en la medida en que el mundo mismo es fantástico e insondable y misterioso.

/upload/fotos/blogs_entradas/borges_med.jpgMe llenó de ternura que Borges argentinizase su inglés, por lo general encomiable, colocando como colofón de muchas frases la pregunta retórica en español: ¿...no? Como en: ‘La superstición es, supongo, una forma ligera de la locura, ¿no?' Una afirmación a la que de inmediato se le adosa una coda que introduce la duda; durante la entrevista, Borges utiliza este mecanismo muchísimas veces. Si bien es cierto que el recurso es propio del habla porteña (sin ir más lejos, cada vez que voy a un café o a un restaurant, en vez de pedir algo directamente yo pregunto: ‘¿Puedo pedirle...?', lo cual me obliga a formular dos preguntas en vez de una), creo que expresa la profunda inseguridad de Borges, que largaba opiniones y de inmediato sentía la necesidad de asegurarse que contaba con la aprobación de su oyente.

Un grande, el viejo. Por cierto, la secretaria sigue anunciando a Campbell, de modo cada vez más perentorio. ¿Quién sería ese hombre? ¿Existió de verdad, o habrá sido una invención de Borges para impedir que la entrevista se eternizara?

Me pregunto si no habrá sido otro escritor de la época, interesado en que Borges dejase de sacarle el cuero al resto de los representantes del gremio. 

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20 de noviembre de 2008
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El abrazo más sorprendente

Qué le ocurre a un autor cuando una obra suya que detesta se convierte en un clásico?

Yo sabía de la fobia que Sir Arthur Conan Doyle desarrolló respecto de Sherlock Holmes, su personaje más famoso, a quien llegó a matar para después verse obligado a resucitar por presión pública y, si no recuerdo mal, hasta materna. (Mamá Conan Doyle estaba más orgullosa de Sherlock que de su hijo...) /upload/fotos/blogs_entradas/thekillingjoke_med.jpgPero me sorprendí cuando leí declaraciones de Alan Moore diciendo que detestaba The Killing Joke, una historia ilustrada por Brian Bolland que es para mí -modestamente- la mejor historieta sobre Batman y the Joker que se haya escrito nunca.

Publicada originalmente hace veinte años, The Killing Joke es una historieta de 46 páginas que logra una hazaña: humanizar la figura de the Joker, inventándole una historia previa que justifica los niveles de locura a que llegará una vez asumida su personalidad delictiva, pero sin quitarle nada de su salvajismo y de su violencia. The Dark Knight -me refiero a la película de Christopher Nolan- tomaba otro camino distinto, al buscar deliberadamente que the Joker no tuviese historia ni identidad alguna, e insinuar que en cierto sentido es una corporización del lado salvaje e irracional que sigue existiendo en nuestras sociedades, apenas por debajo de la pátina de civilización. Ambos relatos coinciden en la psicosis desatada de the Joker; y difieren tan sólo en la exploración de un pasado posible, con Moore sugiriendo que nadie enloquece de semejante manera sin haber sido arrollado repetidas veces por el destino, hasta llegar a un punto del que no hay regreso. ¿Será por eso que Moore reniega de su obra: porque le parece blando haberle encontrado una justificación psicológica a the Joker, que suele ser más inquietante cuanto más inexplicables son sus actos?

Le guste o no a Moore, el relato es de una perfección formal formidable. Y el arco que describe entre el comienzo (Batman llega al Arkham Asylum y se enfrenta a the Joker mientras el texto dice, subrayando el paralelismo entre ambas figuras: ‘Estaban estos dos tipos en el asilo para lunáticos...') y el sorprendente final es de una elegancia clásica. The Killing Joke culmina con un chiste contado por the Joker, que de inmediato empieza a reírse de su propia broma. Lo insólito es que Batman también se tienta. Los dos hombres prorrumpen en carcajadas. Las viñetas de Bolland muestran el suelo bajo sus pies, lleno de agua de lluvia. Entre ambas sombras hay un haz de luz que se cuela entre ambos cuerpos, marcando la distancia que los separa.

Y finalmente la luz se extingue.  

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19 de noviembre de 2008
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Después de la boda

Salí de ver Rachel Getting Married (o La boda de Rachel como le han puesto en España, por donde pasé días atrás) tan conmocionado, que varias cuadras más allá del cine me puse a llorar como un idiota. Al comienzo no entendí la reacción retardada, pero enseguida me cayó la ficha. Pasaba por delante de un negocio de muebles y chucherías orientales, llamado Piedra de Luna. /upload/fotos/blogs_entradas/labodaderachel_med.jpgDe algún modo la música que puebla Rachel volvió a mi cabeza -de un registro sonoro de las culturas orientales a otro decorativo-, y mis lagrimales reaccionaron en consecuencia. La cabeza nos tiende trampas tan bonitas, a veces...

Rachel Getting Married es una película muy simple. Dirigida por Jonathan Demme (que además de la notoria The Silence of the Lambs ha hecho pelis tan pequeñas y bonitas como ésta, aunque no tan sentidas: por ejemplo Something Wild) y escrita por Jenny Lumet (la hija de Sidney, que obviamente algo aprendió del director de Network y de Serpico), Rachel cuenta lo que ocurre cuando -está de más decirlo- Rachel se casa y su hermana Kym (Anne Hathaway) sale de su clínica de rehabilitación para acudir a la ceremonia. Por cierto, la familia de Rachel está lejos de ser convencional. Ella se casa con un músico negro, su blanquísimo padre se ha casado en segundas nupcias con una mujer negra y los amigos e invitados -en su mayoría vinculados, también, con la música- parecen salidos de un anuncio de Benetton: los hay de todas las etnias y colores, unidos por la práctica de la misma tolerancia y el cultivo de un espíritu de bonhomía. (Hace cuánto que no usaba esta palabra. Se ha convertido en un vocablo propia de la ciencia ficción...) El hecho es que, por debajo del festival de las buenas ondas, yace una trágica historia familiar que todos conocen y sobre la cual pretenden, en el espíritu de la fiesta, surfear sin caerse. Pero claro, allí está Kym...

Con una vida que se parece más a un diccionario de heridas que a una biografía, Kym es el recuerdo encarnado de lo que todos querrían olvidar. Y al principio ese deseo de enterrarla es compartido por el espectador. Durante el ensayo de la ceremonia, por ejemplo, el torpe discurso de Kym hace que creamos que es el monstruo que aparenta: totalmente incapaz de pensar en nada más allá de ella misma, en busca desesperada de atención, sugiriendo que su desgracia la pone por encima de todos como una especie de medalla al coraje, Kym parece en efecto irredimible. Pero con el correr de las horas, y la aparición de la madre de ambas, Abby (Debra Winger), el verdadero mapa de la tragedia queda develado, sin subrayados melodramáticos ni explicaciones innecesarias. La actuación de Anne Hathaway -por completo devastadora- dice todo lo que es necesario decir. Pocas escenas más desgarradoras que las que muestran el esfuerzo que hace por participar de la celebración y de la danza, para ser reclamada de inmediato -expulsada del espíritu comunal, si se quiere- por los demonios que no dejan de acosarla./upload/fotos/blogs_entradas/labodaderachel1_med.jpg

Rachel Getting Married es una película sobre las cosas que salen mal aun cuando queremos hacer bien, y sobre las cosas que hay que hacer para sobreponerse a esos fracasos, a esas pérdidas. O mejor: es una película sobre las cosas que salen bien aun cuando todo ha salido mal -algo sobrevive siempre al fuego si se ha sembrado amor a tiempo. En esencia es un film sobre la familia, y sobre lo espantosamente preparada que está cierta gente para probar esa clase de asociación. Creo que desde Ordinary People de Robert Redford, es decir desde el personaje que allí interpretaba Mary Tyler Moore, que no veo una madre más gélida y prescindente que la Abby de Debra Winger.

Aquí no hay efectos especiales ni grandes estrellas ni 3-D. Hay sólo una cámara, actores maravillosos y una historia que habla de esas cosas que nos atraviesan a todos -en especial cuando, estando tan lejos de casa, estamos más sensibles que nunca. 

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18 de noviembre de 2008
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Solo contra todos

Es en Serendipity, si mal no recuerdo, que el personaje de John Cusack elige Cool Hand Luke -o La leyenda del indomable, como se la conoce en la Argentina- como su película favorita. A más de cuarenta años de su estreno (y con el sabor agridulce de la reciente muerte de Paul Newman en los labios), acepto que el film de Stuart Rosenberg resistió bien el paso de tiempo. Luke Jackson será siempre uno de los rebeldes icónicos del cine. A la manera de Brando, que poco tiempo antes había respondido a la pregunta: "¿Contra qué te rebelas?" con el ya clásico: "¿Qué tienes para ofrecerme?", Luke no está enfrentado a nada en concreto. Es el sistema mismo, con sus reglas omnipresentes, con sus infinitas regulaciones, lo que lo conmina a embestir como un toro -con resultados no muy distintos a los de la lidia.

La sencillez de la anécdota se presta a ser leída como alegoría. Luke va preso por una razón banal -rebanar cabezas de parquímetros en una noche de borrachera-, lo cual suena gratuito en un comienzo e inevitable a medida que lo conocemos más: Luke está destinado a chocar con el sistema, el cuándo y el por qué termina siendo por completo irrelevante. En la forzada compañía de los otros internos de la prisión-granja, Luke se destaca de inmediato. Aunque no tiene ningún deseo de ser líder -jamás disputa la primacía de Dragline (George Kennedy)-, su insobornable rebeldía termina inspirando a todos los hombres. Con la excepción, por supuesto, de los represores que encarnan la autoridad en el penal. /upload/fotos/blogs_entradas/cool_hand_luke_2_med.jpgLuke es un cáncer para el orden que preservan por la fuerza. Y por eso se toman la misión de quebrarlo como una cuestión personal.

Si uno googlea Cool Hand Luke, encontará aquí y allá argumentos según los cuales hay muchas cosas en común entre Luke y Cristo. Yo creo que es llevar el asunto demasiado lejos. No hace falta elevarse a las alturas de Jesús para ser un hombre que rechaza la socialización forzada a que nos somete el mundo contemporáneo. En otros tiempos, cuando el planeta abundaba en territorios desiertos, Luke hubiese sido un anacoreta, un explorador o un baqueano, viviendo de acuerdo a sus propias reglas -podría incluso haber sido un héroe. Pero en este mundo de hoy, cualquier hombre que desconozca alguna de las regulaciones que nos mantienen mansos y ordenados las desconocerá todas, forzando al sistema a exhibir su esencia represiva.

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17 de noviembre de 2008
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Un hombre de palabra(s)

Hay dos cuestiones que no se apartan de mi mente desde el extraordinario triunfo de Barack Obama. En primer lugar las imágenes de Grant Park, en Chicago, durante el discurso de victoria: la convivencia de viejos y jóvenes, blancos, negros, latinos y orientales, de todas las extracciones sociales, unidos por la misma emoción, la misma sensación de estar formando parte de la historia viva y el mismo sentido de la esperanza. (Maureen Dowd contó en un artículo del New York Times que no paraba de ver gente blanca acercándose a gente negra y preguntándole cómo se sentía, para que tanto unos como otros confesasen al fin haber llorado como bebés el martes por la noche.) Me recuerda la emoción que siento cada vez que subo a los techos de la Ciudad Vieja, en Jerusalén. Al ver la yeshiva -la escuela religiosa judía-, la mezquita y la iglesia en el fondo, todo en un plano, coexistiendo en la paz de la misma mirada, uno se atreve a pensar en lo imposible y se pregunta: ¿por qué no?

La segunda cuestión fue el discurso de Obama, concebido sin duda alguna como un faro a brillar por muchos años desde los libros de historia. Más allá de los conceptos en sí mismos, disfruté sobremanera del lenguaje, propio de un escritor de gran calibre. ‘Un crítico teatral se quejó una vez de manera memorable, diciendo que aquella no había sido una buena noche para el idioma inglés', escribió el celebrado ensayista James Wood en el New Yorker. ‘Entre otros triunfos, el martes por la noche (día de la elección) fue un muy buen día para el idioma inglés'. Wood no sólo distingue un tema central del discurso (‘la perfección de la Unión', así con mayúscula), sino que liga el texto con sus dos antecedentes más claros. El primero es el Abraham Lincoln de los dos Discursos Inaugurales, de quien tomó no sólo intenciones -por ejemplo la de ‘vendar las heridas de la nación'- sino también citas directas (‘No somos enemigos, sino amigos'). ‘Lo que sugirió está claro -escribió Wood-: que los ocho años pasados han sido una suerte de guerra civil'. El otro conjurado, como era lógico y deseable, fue Martin Luther King Jr. Según Wood, Obama tomó una célebre frase de King Jr: ‘El arco de la moral universal es largo, pero se inclina hacia la justicia', transformándola en la promesa de que más temprano que tarde pondremos nuestras manos ‘sobre el arco de la historia para inclinarlo una vez más hacia la esperanza de un día mejor'.

Durante toda la campaña pesó sobre Obama la acusación de ser ‘un hombre de palabras', como si las palabras careciesen de valor, como si ya hubiesen perdido su valor definitorio -como si ya no comprometiesen a aquel que las pronuncia. Entre el presidente saliente, conocido torturador del lenguaje inglés, de los prisioneros extranjeros y de los derechos individuales, y el presidente entrante y su compulsión a la mot juste, ¿quién puede creer que el martes 4 de noviembre no ha sido un buen día para el mundo entero? 

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14 de noviembre de 2008
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Un misterio nada elemental

¿Por qué perdura Sherlock Holmes? A simple vista, deberíamos considerar los relatos de Sir Arthur Conan Doyle, y por extensión a su personaje central, como puro objeto de nostalgia. ¿Un hombre que puede ‘leer' la realidad como si fuese un texto, entendiendo hasta lo que el mundo se empeña en ocultar mediante el uso de una percepción afiladísima en combinación con sus conocimientos, su capacidad de asociación y su imaginación prospectiva? /upload/fotos/blogs_entradas/the_sevenpercent_solution_med.jpg¿En este universo donde la realidad suele arrollarnos mucho antes de que tengamos la posibilidad de entender qué nos volteó? Holmes no desciende de los monos sino del pensamiento positivista y su fe en los poderes del raciocinio -lindantes con lo místico, más allá de la contradicción: ¿o acaso no fue Doyle mismo un ávido cultor del espiritismo? Y en estas sociedades al filo de una nueva Edad Media, ya nadie tiene fe en el intelecto per se. ¡Le hemos consagrado altares y civilizaciones, y miren dónde nos ha conducido!

Sin embargo Holmes perdura. De tanto en tanto resurgen nuevas películas o miniseries que lo tienen por centro, algunas siguiendo literalmente los relatos de Conan Doyle, otras tomándose todas las libertades. Todavía recuerdo el entusiasmo que me produjo la novela The Seven-Per-Cent Solution, de Nicholas Meyer, a mediados de los 70, no sólo porque resucitaba a Sherlock enviándolo a nuevas aventuras -a esa altura ya me había leido todas las originales- sino también porque se animaba a cruzarlo con otro personaje central a su época, en este caso real: el ilustre Sigmund Freud. No recuerdo haber visto el film que después dirigió Herbert Ross, con Alan Arkin en el papel de Freud, y quizás la novela no resista hoy una releida. Pero la idea de cruzar a Holmes con Freud fue y es brillante. Algunos años después Alan Moore recurriría al mismo artilugio en The League of Extraordinary Gentlemen, sólo que en este caso entrecruzando personajes de ficción que resultaban coetáneos: el capitán Nemo, Mr. Hyde, el Hombre Invisible, Allan Quatermain...

/upload/fotos/blogs_entradas/michael_chabon_the_final_solution_med.jpgLa novela de Michael Chabon The Final Solution, que enfrenta al detective casi nonagenario con el horror nada positivista del Holocausto, es del año 2005. Gregory House, el médico protagonista de la serie Dr. House, es una creación inspirada a consciencia en el Holmes más misántropo. Y ahora, mientras Guy Ritchie filma una peli de Holmes con Jude Law como Watson y Robert Downey Jr. como el detective (Downey es brillante aunque nadie en sus cabales pensaría en él como Holmes; y sin embargo, nadie pensaba tampoco que Downey podía interpretar a Chaplin), se prepara otra peli en clave de comedia, en este caso con Sacha Baron Cohen, o sea Borat, en el rol protagónico.

Holmes sigue siendo interesante en estos tiempos ya no por la enormidad de su intelecto (Bill Gates también es un cerebro, y no sugiere misterio alguno), sino por la oscuridad que ese intelecto hiperdesarrollado pretende disimular. ¿Una sexualidad inexistente o al menos mantenida en secreto, ataques de melancolía al son del violín, un hábito de cocaína en solución al siete por ciento? Lo que seduce de Holmes no es tanto lo que revela, sino lo que esconde. Por eso seguiremos virtiendo nuestra imaginación en el centro oscuro de su ser, porque en ese pozo sin fondo más que a Holmes, nos encontramos a nosotros mismos.  

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13 de noviembre de 2008
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Bruno el oscuro

La novela se llama Frágil y es la historia de alguien que logró ser fuerte (o al menos aquello que nuestra sociedad identifica con fortaleza) al precio de convertirse en nada. Bruno es un hombre joven, con una infancia desgraciada cuyo recuerdo intenta suprimir. Esa negación lo deja vacío, lo convierte en uno de los hombres huecos de The Waste Lands. /upload/fotos/blogs_entradas/frgil_med.jpgLa escritora Paula Pérez Alonso lo describe así: ‘Era un desconocido incluso para sí mismo'. Despojado de toda identidad, Bruno se convierte en un observador. Munido de un mapa de Buenos Aires, recorre el circuito que se ha armado para ver vidas ajenas. ‘Buscaba encontrar, con una mirada perspicaz, aquello que revelara la verdadera naturaleza de la vida', escribe Pérez Alonso: justamente aquello que a Bruno se le escapa como agua entre los dedos.

El encuentro con Celeste lo desbarata. Ella existe en otro plano; de hecho la encuentra en las alturas, Celeste se monta sobre zancos para repartir volantes de propaganda de un misterioso Centro de la Liberación, que promete ayudar a sus clientes potenciales a romper con todas las esclavitudes. Una palabra que Pérez Alonso repite como sonsonete es la siguiente: sobreadaptación, sobreadaptado. Eso es lo que todos hacemos, lo que todos somos para funcionar en nuestro medio, eso es lo que Bruno hace y es, aun con su historia extrema: por eso arma circuitos para circular por la ciudad, por eso trabaja en sistemas, lo suyo es cartografiar, concebir diagramas para lidiar con la realidad vestido de guantes -un turista de la vida.

Pero la levedad del turista se le vuelve imposible ante Celeste. Ella es la tentación de ser, por eso Bruno le propone un juego: que le revele qué ve en él, cuando Bruno mismo se mira al espejo y ve nada. La forma que empieza a entrever entonces -Bruno es oscuro por nombre, ‘mi nombre es mi forma' le dice Humpty Dumpty a Alicia- le hará pagar un precio, pero ¿qué identidad no lo cuesta? En los ojos de Celeste, Bruno recupera su historia y su alma. Que la suya no sea la forma de un ángel es lo de menos, lo que importa es que empieza a sentirse ‘uno como cualquier otro'. Aun cuando eso suponga aceptar la parte nuestra que siempre quisimos negar, la certeza de que ‘todos podíamos ser criminales, ladrones, verdugos, estafadores, parricidas, violentos, traidores, asesinos'. He ahí la verdadera naturaleza de la vida, la posibilidad que se nos entrega de serlo todo, empezando por lo malo.

Una novela atrevida, Frágil. Al menos en mi léxico, ese adjetivo es el mejor de los elogios posibles.  

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12 de noviembre de 2008
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El Boomeran(g)
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