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Escrito por

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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Un Kafka en la pampa

Tuve la suerte de que Viviana Paletta me obsequiase en Madrid la edición española de El sueño del señor juez, de Carlos Gamerro. Me alegra que Gamerro sea difundido más allá de las fronteras argentinas: es de nuestros escritores más inventivos y ambiciosos -lo cual equivale a decir: de los más próximos a la perfección. Más allá de su obra ensayística, de la que hablé en una oportunidad en este mismo lugar, Gamerro es autor de la monumental Las islas, de El secreto y las voces y de La aventura de los bustos de Eva, además de la colección de cuentos El libro de los afectos raros. /upload/fotos/blogs_entradas/el_sueo_del_seor_juez_med.jpgLa ‘nouvelle' El sueño del señor juez es su segundo libro de ficción, y ya desde su título anuncia el parentezco con el Kafka de las paradojas y del humor surrealista -sólo que, en este caso, se trata de un Kafka perdido en la inmensidad de las pampas.

No creo que la trama agote en sí misma las resonancias del relato; baste decir que el juez de Malihuel, Urbano Pedernera, despierta un día después de haberse topado con un vecino dentro de su propio sueño, y procede a emplazarlo durante la vigilia como si el vecino fuese responsable de sus actos en paisaje onírico ajeno. A partir de allí -la narración está dividida en tres partes que podrían ser autosuficientes-, Gamerro se ata a la punta del ovillo y echa a correr, dispuesto a no parar hasta haber agotado todas las implicancias de su delirante premisa. La segunda parte se concentra en el fracaso del sueño que el vecino acusado, Rosendo Villalba, había alentado toda su vida: el de la libertad verdadera en territorio indio. Lo que encuentra al cruzar las líneas es una pesadilla a mitad de camino entre Max Ernst y los alucinados relatos de los primeros colonizadores de América -en especial los sacerdotes católicos que narraban desde el prisma del infierno reservado a los infieles.

La tercera parte es aquella en que el juez descubre que su propio sueño lo juzga, encontrándolo en falta en todos los frentes. Leopoldo Brizuela escribió que Gamerro había encontrado aquí ‘un modo de volver a hablar de política en la ficción sin volverse panfletario', inspirado -imagino- por la imagen ecuestre del juez con que la Historia lo honra en Malihuel, y la ceremonia anual de arrojarle basura y huevos e invertir la postura del jinete sobre el dudoso caballo que lo alza. Pero si se me permite la vuelta de tuerca, yo prefiero leer el relato en clave teológica. (A Borges le gustaba buscar rastros de judaísmo en la literatura de Kafka.) ¿O acaso no es posible interpretar la Biblia como el relato de la reacción intempestiva de Yahweh, cuando descubre que los hombres interfieren con su sueño -y lo llaman a responder a la misma clase de justicia que les dispensa? 

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26 de diciembre de 2008
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Una utopía fugaz

‘Yo no soy una pensadora utópica', dice Naomi Klein en el artículo del New Yorker del que hablaba ayer. ‘No imagino mi sociedad ideal. Ni siquiera me gusta leer esa clase de libros. Me siento más a gusto escribiendo sobre cosas que existen'. Y aun así recuerda con cariño una experiencia que los argentinos ya casi hemos relegado al olvido: aquellos meses de crisis económica y política durante los que filmó aquí en Buenos Aires el documental The Take / La toma con su marido, Avi Lewis. ‘Ese momento fue increíble', dice Klein, ‘porque se había abierto un vacío. Los argentinos habían echado cuatro presidentes en dos semanas, y no tenían la menor idea de qué hacer. Todas las instituciones estaban en crisis. Los políticos estaban escondidos en sus casas. Cuando salían, las amas de casa los atacaban con escobas. Y caminando por Buenos Aires por las noches, se veían reuniones en cada esquina. En cada plaza había gente conversando sobre qué hacer con la deuda externa -lo juro por Dios. Grupos de cien, de quinientas personas. Organizándose para hacer compras en conjunto y conseguir precios más baratos... Fue la cosa más inspiradora que nunca vi'.

Puedo entender perfectamente la desconfianza de Klein hacia las ideologías primero y los políticos después. Y el hecho de que haya vivido una verdadera utopía, aunque fugaz, en la Argentina, no deja de producirme algo parecido a satisfacción -estoy acostumbrado a que mi país sólo inspire cosas negativas. Pero me temo que, por más justificada que parezca, la desconfianza hacia los partidos y hacia los políticos termina siendo funcional al estado de cosas. Porque por más inspirador que sea un vacío como el de entonces, con tanta gente intentando tomar su destino en sus propias manos, hace falta organización para cimentar cualquier beneficio real y convertirlo en derecho cotidiano. Sin organización -partidaria o no, cualquier agrupación que opere sobre la vida social es en esencia política-, no habrá nunca cambio duradero.

Por supuesto que necesitamos pensadores y organizaciones independientes. Pero ante todo necesitamos una respuesta política. Para lo cual deberíamos reivindicar la práctica política como algo muy distinto del coto de los mercaderes y de los corruptos.

Y eso, al menos en mi país, está muy pero muy lejos de hacerse realidad. 

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23 de diciembre de 2008
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La experiencia del shock

Espiando entre las páginas del New Yorker encontré un artículo sobre Naomi Klein que, citando argumentos del libro The Shock Doctrine -que no leí, pero me convenció de leer- explica cuestiones que la experiencia argentina viene demostrando desde hace años en la (triste) práctica. Según Larissa MacFarquhar, Klein considera al economista Milton Friedman apenas un escalón por debajo de Satán. Sumo sacerdote de la Escuela de Chicago, Friedman predicó el Evangelio del Libre Mercado y le puso letra a la música que los ricos del mundo más les gusta: convenciendo a pobres y clases medias de que un mercado libre era la solución a todos sus problemas -cuando en todo caso era, más bien, la condición sine qua non de sus dolores de cabeza.

/upload/fotos/blogs_entradas/the_shock_doctrine_med.jpgLa tesis central de The Shock Doctrine es, según MacFarquhar, que ‘el capitalismo fundamentalista es tan impopular, y tan obviamente dañino para todos salvo los más ricos entre los ricos, que el establishment requiere en su mejor momento la práctica de la decepción, y en el peor, terror y tortura'. ‘...La única circunstancia -prosigue- en que la población aceptaría reformas al estilo Friedman ocurre cuando está en estado de shock, a continuación de algún tipo de crisis -un desastre natural, un ataque terrorista, una guerra. Una persona en estado de shock regresa a un estado infantil en el que añora que una figura parental tome control sobre su vida; de modo similar, una población en estado de shock le concederá poders excepcionales a sus líderes, permitiéndoles destruir las funciones regulatorias del Gobierno'.

Klein dice que la Escuela de Chigago es ‘un movimiento que reza para que haya crisis del mismo modo en que los granjeros acosados por la sequía rezan por lluvia'. Y sugiere que a veces los acólitos de Friedman son demasiado impacientes para esperar actos de Dios. ‘Algunas de las más infames violaciones a los derechos humanos de nuestra era -escribe- tienden a ser interpretadas como actos de sadismo, perpetrados por regímenes antidemocráticos' como los de Pinochet y la Junta argentina, cuando de hecho ‘fueron cometidos con la intención deliberada de aterrorizar a la población o manipulados para preparar el terreno para las reformas radicales del mercado'.

Yo no soy economista ni ensayista político, pero ¿saben cuánto tiempo hace que vengo diciendo estas cosas? ¿Saben cuántas novelas llevo sugiriendo lo mismo, señalando además la complicidad explícita o tácita de buena parte de la sociedad argentina en los hechos -sin la cual nada, ni las muertes ni las ‘reformas', habrían sido posibles?

La sigo mañana. 

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22 de diciembre de 2008
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Baby you’re a star (3)

Yo entiendo que a veces la devoción por los hijos se extralimita. En mi novela La batalla del calentamiento, la señora Pachelbel dice odiar a los más pequeños. ‘La mujer toleraba a duras penas el infortunio de vivir en un mundo del que los niños se habían apoderado. ¿O acaso no existe hoy en día la alta costura para niños? /upload/fotos/blogs_entradas/la_batalla_del_calentamiento_2_med.jpg¿No les consagran industrias enteras: juguetes, por supuesto, pero también música, vestimentas, electrónica, bebidas y alimentos? Todo es producido por ellos y para ellos: por ejemplo los libros y las películas, que en esta época no resisten análisis a no ser que se los reciba con una infantil carencia de juicio. ¿Y no está el mundo gobernado por líderes con la crueldad y la sinrazón de una infancia perpetua?'

Coincido con la señora Pachelbel en el hecho de que los padres suelen irse de mambo. ‘¿Acaso no aplauden sus deposiciones cual si fuesen triunfos del espíritu? ¿No consagran cada tropiezo en el lenguaje como si se tratase de una muestra de personalidad? ¿Y no persiguen como zelotes a cualquiera que insinúe que sus niños no son perfectos?' Pero al mismo tiempo sé que el rechazo de la señora Pachelbel tiene mucho que ver con el fracaso personal, al mejor estilo de la zorra y las uvas de la fábula: detesta aquello que no puede tener, porque no ha sabido conservarlo.

Seguramente estamos sobrecompensando. Por todo el desamor con que se trató a los niños a lo largo de la Historia, por el desamor que todavía reciben aquellos que hoy pasan hambre o nos piden monedas en los semáforos o en el metro. Porque ahora entendemos -no por lucidez personal, sino por el peso de la experiencia acumulada por la especie- que lo deseable es criarlos en el amor y el cuidado constante, para que puedan contar con el máximo de las capacidades de su cuerpo y de su mente y no pierdan oportunidad alguna de ser la mejor versión de sí mismos -algo que desgraciadamente no les resultará tan fácil a aquellos que son víctimas de la violencia de la pobreza. Por eso buscamos darles infancias ideales, aun a riesgo de procrear una generación de estrellas.

Lo que se le escapó a Touré en el texto de The Daily Beast es precisamente la razón por la cual les damos tratamiento de alfombra roja. ¿Qué es lo que nosotros, como público, les agradecemos a las estrellas? Que nos provean de exquisitos momentos de iluminación, de experiencias de felicidad plena, de recuerdos imborrables. Eso es, ni más ni menos, lo que nos regalan nuestros bebés. Cada mañana le agradezco a mi pequeño Bruno su despertar hiperkinético, coronado por inmensa sonrisa, con que comunica su alegría por haber abierto otra vez los ojos en un mundo tan lleno de gente que lo ama. En esos instantes -al igual que me ocurre con las grandes actuaciones, con los escritores geniales, con las mejores canciones- Bruno ilumina mi vida.

Pero más. 

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19 de diciembre de 2008
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Baby you’re a star (2)

La tendencia a tratar a los bebés como estrellas es muy nueva en la especie humana. Antes se los encajaba en fajas o corsés y hasta se los colgaba de un gancho hasta que llegaba la hora de alimentarlos, o se los entregaba a poco de nacidos a los ‘especialistas': nanas o tutores, que los entrenaban como a soldados y los castigaban físicamente por cada error, debilidad o negativa a hacer lo mandado. En un episodio de la primera temporada de Mad Men, durante una reunión entre familias amigas un adulto le pega un sopapo a el hijo de otro, por el simple hecho de pasar corriendo por el lugar. Lejos de sorprenderse u ofenderse, el propio padre del niño se suma a la reprimenda, amenazando a su vástago con un segundo sopapo. ¡Y eso que la serie transcurre a comienzos de los sesenta! Lo cual establece que no hace ni medio siglo que dejamos de tratar a los niños como punching balls. ¡Qué diremos entonces de Esparta, de la Edad Media o de los pobres protagonistas de Dickens, él mismo un niño obligado a trabajar a temprana edad!

(No sé ustedes, pero si alguien le pusiese una mano encima a alguno de mis hijos yo le bajaría los dientes y después le preguntaría qué opina de la gente que abusa de su poderío físico para castigar a los más débiles. Mi padre, que forma parte inevitable de la vieja guardia, no necesitó de manuales de psicología infantil para entender que no debía castigarme de esa manera. Cada vez que hablamos sobre el tema, se torna evidente la sensación de vejación, de impotencia que le produjo en su momento ser golpeado a modo de correctivo. La conserva fresca, casi como si la estuviese sintiendo todavía. Y eso que se trata de hechos que ocurrieron en su vida no hace menos de setenta y cinco años...)

Cuando quiero ver el vaso medio lleno, me digo que es posible que la distancia histórica que los adultos ponían entre ellos y sus niños tuviese mucho que ver con la gran mortalidad que era común en aquellos tiempos; es decir, la necesidad de no apegarse locamente a una criatura que tenía enormes posibilidades de morir antes de los cinco años. Pero al mismo tiempo me pregunto: ¿cuántos de esos niños que sucumbieron a enfermedades e infecciones habrán muerto, además, por la falta de apego a la vida que se torna inevitable consecuencia del desamor?

Por lo demás, la Historia está llena de relatos sobre padres y madres que realizaron proezas y sacrificios por amor a sus hijos. O sea que el amor de los adultos por sus pequeños tampoco es tan poco natural, tan invención moderna, como algunos sugieren. En la Biblia misma, el omnipotente Yahweh, que había creado a la humanidad toda y desde entonces vivía fastidiado (como niños caprichosos, los hombres no hacían otra cosa que desobedecer y demandar: más, más, más...), se ve sorprendido por el sentimiento de amor incontrolable que David le inspira y por primera vez habla de sí mismo como de un Padre; eso es a fin de cuentas la paternidad / maternidad, un amor incondicional como el de Yahweh experimenta por vez primera al ver bailar a David semidesnudo -diría Touré: ¡como un bebé!

Ugh. Ya me extendí otra vez. ¡Prometo terminarla mañana! 

                                                            (Continuará.) 

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18 de diciembre de 2008
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Baby you’re a star

Me divirtió mucho la columna que Touré escribió para The Daily Beast, el blog de Tina Brown. La tituló Babies! They're Just Like Stars y cuenta cómo, en el año de vida que lleva su hijo Hendrix (también, con ese nombre...), lo que más le sorprendió fue entender hasta qué punto tratamos a los más pequeños como si fuesen estrellas. /upload/fotos/blogs_entradas/jayz_y_beyonc_knowles_med.jpg‘Cuando uno camina por un salón detrás de Jay-Z o J-Lo, puede ver cómo las caras de todos los presentes se iluminan y el foco del lugar gira hacia ellos concediéndoles toda la atención. Lo mismo pasa cuando uno entra a un lugar con un bebé: todas las caras explotan de alegría y todos los ojos se vuelven hacia el pequeño', escribió.

‘Como la mayoría de las estrellas -prosigue- mi hijo tiene un entourage -asistentes personales que le consiguen cualquier cosa que quiera (Papá, Mamá, niñera), un chofer (Papá), una peluquera (Mamá), alguien que lo baña (Papá), un chef privado (Mamá). Y basta con que le gruña a la gente para obtener lo que desea. Cuando produce un desastre, siempre habrá alguien que lo limpie por él. Cuando se mete en líos, siempre habrá alguien que lo libre del problema. Para Britney se trata del abogado, del manager y del publicista que oculta su arresto a los medios, para Hendrix soy yo que lo agarro antes de que se caiga de la cama y se lastime. La única diferencia es de escala'.

Los parecidos continúan, dice Touré: ‘La gente siempre los está fotografiando. Son espeluznantemente egoístas. Son puro Yo. Se los reconoce por un único nombre. Se pasan el día jugando con sus juguetes. La gente viaja grandes distancias para verlos hacer lo que hacen. Y tienen muchas pero muchas más probabilidades que la persona promedio de pasar tiempo en público semidesnudos'.

Divertido, ¿no? Podríamos agregar: el vicio que los convierte en adictos a una bebida blanca -que no es vodka, en este caso-, la naturalidad con que chapalean en su propia mierda, la dificultad para armar una frase coherente y la compulsión a cambiarse de ropa veinte veces por día.

Por supuesto, esto no siempre ha sido así. Pero como ya se me ido muy largo, la sigo mañana. 

                                                           (Continuará) 

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17 de diciembre de 2008
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Amando gratis

‘Yo no soy latino', dice Soderbergh en la entrevista de Aint It Cool News, ‘y por lo tanto no tenía ninguna idea preconcebida (sobre el Che) que necesitase deconstruir o solidificar. Fui más bien una suerte de lienzo en blanco, tomando todo lo que leía y me decía la gente que lo conoció. En ese sentido, el film es realmente la impresión que me armé a partir de aquella información a la que me expuse. Quiero decir, (el Che) no era muy cálido que digamos, no era precisamente... alguien que se pudiese considerar abrazable'.

Soderbergh repite la frase que le dijo un médico que trabajó con Guevara en la parte final de la campaña. Este hombre, Fernández Mell, expresó lo siguiente: ‘Al Che uno tenía que amarlo gratis'. Sugiriendo, según entiendo y también aventura la película, que uno tenía que tomarlo como venía sin esperar nada a cambio. /upload/fotos/blogs_entradas/benicio_del_toro_y_steven_soderbergh_med.jpg‘El Che era revolucionario todo el día y todos los días, y eso significaba para él la imposibilidad de sostener relaciones al modo de la gente común', dice Soderbergh. Ese es el Guevara que alcanzamos a ver en Che Part 1: un hombre lleno de características admirables, pero al que nunca podemos entender del todo -porque funciona de un modo implacable que está en las antípodas de nuestra sensibilidad posmoderna, egoísta y veleidosa.

Quizás en Che Part 2, al aproximarse al hombre en su hora más difícil, Soderbergh se permita -y nos permita- un ramalazo de luz sobre aspectos que Guevara prefería mantener escondidos. O tal vez no. A mí no me molesta que el Che sea opaco como el monolito de 2001 en tanto entiendo esa opacidad como desafío, el llamado a aproximarme cada vez más al calor de su misterio.  

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16 de diciembre de 2008
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El último revolucionario analógico

La verdad es que vi la primera parte de la película de Steven Soderbergh sobre el Che... y me encantó. Ya sé, ya sé: no es precisamente la peli sobre Guevara que la mayoría de los latinoamericanos imaginamos. (En nuestras cabezas funciona como una mezcla entre Lawrence de Arabia y La batalla de Argelia.) Pero esa es una de las razones por las que Che Part 1 -como dicen los títulos al final; o El argentino, como se la ha llamado en alguna otra parte- funciona tan bien: porque Soderbergh no practica el recurso trillado de la mayoría de las películas épicas, esto es, intentar meterse en la piel del héroe en su camino a la gloria, sino que más bien procura mantenerse a una módica distancia, como si las imágenes hubiesen sido registradas por uno de los tantos revolucionarios -y no precisamente uno de los más entusiastas- que acompañaron al Che hasta su entrada triunfal en La Habana. La narrativa de Che Part 1 construye con deliberación el verosímil de la objetividad: aunque esto es imposible por definición -cada plano y cada encuadre encubren un juicio de valor, consciente o no-, lo que Soderbergh comunica es su necesidad de mostrar las cosas tal como (imagina que) deben haber sido, para que cada espectador construya su propia lectura del personaje.

/upload/fotos/blogs_entradas/che_guevara_llegando_al_boho_de_fidel_castro_med.jpgEn una entrevista que concedió a www.aintitcool.com, Soderbergh (que por cierto, dista mucho de ser uno de mis cineastas favoritos) marcó algunas cosas que sustentan esta impresión. En primer lugar, la voluntad de narrar el proceso revolucionario cubano a través de la figura del Che. Estudioso confeso de procesos más que de resultados, Soderbergh dice que aquella fue ‘la última revolución analógica', subrayando la lenta tarea desarrollada por Fidel y compañía desde su desembarco en la isla, ganando terreno al tiempo que reclutaban y formaban voluntarios hasta los avances finales que determinaron la huida de Fulgencio Batista. Hoy, dice Soderbergh, en un mundo con tecnologías militares tan avanzadas, una campaña similar sería imposible. Consciente de lo anacrónico de la gesta, logró a mi juicio transmitir la experiencia de lo que debe haber sido ese proceso. Bajándole los decibeles a los discursos ideológicos, que nunca suenan a proclama sino a cosa obvia repetida con naturalidad; y concentrándose en las pequeñas epifanías cotidianas, aun en el medio de la circunstancia excepcional. Ningún relato de los que he visto o leido -a excepción del cuento Reunión, de Julio Cortázar- logró hacerme sentir que yo también estaba allí, con Camilo y el Che en plena Sierra Maestra, hasta la llegada de la película de Soderbergh. 

                                                              (Continuará.)

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15 de diciembre de 2008
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Lost Boys (2)

Días atrás ocurrió un hecho complejo y confuso, al menos para mí, que no soy experto en estas cuestiones. La Corte Suprema de Justicia revocó un fallo del tribunal de Casación que ordenaba la liberación progresiva de los menores de edad internados en el Instituto San Martín. Lo que me dejó helado fue la argumentación de los jueces. Al tiempo que admitían que la legislación que rige los destinos de estos menores dista de ser positiva (uno de los jueces, Raúl Zaffaroni, la definió como ‘inconstitucional'), fundamentaban su negativa a liberarlos en la certeza de que -esto es lo que entendí, así que puedo equivocarme... aunque me temo que no es el caso- si esos chicos regresaban a la calle iban a ser víctimas de la policía, que ya los tiene marcados.

Estuve tratando de digerir la información durante días, leyendo cuanto artículo sobre el tema se me cruzó. No entendí mucho más: la mayoría de los textos me sonaban abstrusos, o bien -me parecía- esquivaban definir la cuestión de la manera que yo necesitaba para volver a conciliar el sueño. Finalmente se me cruzó esta idea, que al menos para mí sintetizaba el estado de las cosas. Creí comprender lo siguiente: que la Corte Suprema nos estaba diciendo algo que era mucho más grave que su crítica a la actual legislación. Al comunicar que pensaban ir en contra de sus principios para proteger la integridad física de los menores amenazados por la ‘marca' de la policía, lo que nos sugerían era lo siguiente: en la Argentina no hay ley. En la Argentina, dicen Sus Señorías, aquellos a los que la Nación dota de armas para que hagan cumplir la ley las usan para asesinar a estos menores, asumiendo en la práctica el rol de jueces, tribunal y verdugos. En la Argentina, ni siquiera la Corte Suprema de Justicia puede hacer cumplir la ley. En la Argentina, la Corte Suprema debe recurrir a una ley que sabe retrógrada y viciada por origen -dado que fue sancionada durante la dictadura militar- porque en medio del vacío legal que consagra con su confesión de impotencia, la considera mejor que la nada que nos amenaza desde el fuera de cuadro.

¿Habré entendido bien? Sólo sé que me vino a la cabeza otro verso de la misma canción de Charly García: ‘Los inocentes son los culpables / dice Su Señoría'.

Mientras tanto en Grecia la sociedad sale a la calle para protestar la muerte de un joven -uno, esto es 1, como en: uno sólo- a causa de una bala policial.

Nunca estuve en Grecia. Se ve que allí la vida cotiza distinto que aquí, en el extremo sur del continente americano al que Julio Verne describió en una novela como el fin del mundo, iluminado apenas, agónicamente, por un faro solitario.

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12 de diciembre de 2008
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Lost Boys

Cualquiera que viese un noticiero en estos días argentinos, pensaría que vivir aquí es una experiencia no menos traumática que la de la Londres de Jack El Destripador o la del Bronx legendario, en el peor de sus momentos: asesinatos, robos y violaciones por doquier. Por supuesto, la mayoría de los criminales denunciados y perseguidos -mediáticamente, cuanto menos: aquí nadie tiene mayor vocación policial que los medios- son menores de edad. Días atrás, la cacería y ulterior captura de un chico apodado Kitu cobró dimensiones de frenesí dionisíaco. Cualquier espectador desprevenido habría supuesto que Kitu era el Enemigo Público Número Uno. Sin embargo yo no pude ver en él más que otro Chico Perdido, a la manera de James Barrie; peligroso y hasta mortal, quizás, pero Perdido de todos modos.

Mientras tanto, los Enemigos Públicos que yo conozco siguen libres y gozando del favor de la comunidad: empezando por aquellos que abusan de su uniforme para dedicarse al delito organizado (en este país no existe verdadero hecho mafioso sin connivencia policial, o cuanto menos de ciertos funcionarios) -y también los otros: los que producen ganancias siderales y evaden impuestos, los que están en condiciones de alterar el mercado a favor de sus propias especulaciones, los que aprovechan el cuento de la crisis para despedir o posponer aumentos largamente postergados... (Lo dejo en puntos suspensivos para que completen la lista a su gusto.)/upload/fotos/blogs_entradas/daniel_scioli_med.jpg

¿Será suspicacia pensar que la campaña mediática en torno de la ‘ola de inseguridad' tiene que ver con que el tema es el único argumento efectivo de la oposición en contra del gobierno, ahora que el cuento del campo hizo implosión? ¿Será paranoia mía la sensación de que los crímenes denunciados ocurren casi todos en el Gran Buenos Aires, ahora que el gobernador Scioli hace campaña para bajar la edad de imputabilidad de modo de poder encarcelar menores cual si fuesen mayores? En ese caso pido disculpas, soy así porque la experiencia me enseñó a descreer de este tipo de ‘casualidades'.

No sé por qué me vinieron a la cabeza los versos de una vieja canción de Charly García: ‘Enciende los candiles, que los brujos piensan en volver / a nublarnos el camino'. 

                                                   (Continuará)

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11 de diciembre de 2008
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El Boomeran(g)
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