Skip to main content
Escrito por

Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Sangre sabia

La mejor película argentina que he visto en mucho, mucho tiempo se llama La sangre brota. Segundo largometraje de Pablo Fendrik (el primero fue El asaltante, que no vi pero por cierto trataré de procurarme en DVD), cuenta una anécdota mínima pero tensa como piel de tambor. Historia coral de esta ciudad que, como casi todas hoy, ha sido vejada por la crisis, hace centro en Arturo (Arturo Goetz), un profesor de bridge metido a taxista, y en su hijo Leandro (Nahuel Pérez Biscayart), que circula por la vida sin norte visible y tan dispuesto a lastimar y lastimarse como un buscapiés.  
    La llamada de Ramiro, hijo de uno y hermano del otro, solicitando dos mil dólares para poder regresar a la Argentina desde Houston, Texas, funciona como detonante. Arturo decide usar sus ahorros y buscar el dinero que le falta cuanto antes, para tenderle a Ramiro la mano que pidió. Leandro, en cambio, codicia ese dinero con la intención de usarlo para comprar droga que vender en la costa.
    Fendrik los sigue a ambos durante el día crucial, en sus encuentros y desencuentros con otros personajes con el mismo olor a submundo: un jugador profesional, un adolescente que acaba en el hospital, una ex alumna de Arturo metida a terapista new age, una chica que reparte volantes y es dueña de una sensualidad inquietante, una mujer enferma que coquetea con la idea de abandonar a su bebé.
    Su cámara trabaja (sobre todo al inicio) con planos muy cerrados, casi con vocación de microscopio. Poco a poco la trama empieza a urdirse, sumergiéndonos en un mundo que a pesar de verse conocido suena tan inquietante, que uno pasa el film sentado en el filo de la butaca.
    A Fendrik le han tirado encima un montón de etiquetas, con la intención de que alguna se le quede pegada: he oído la mención de nombres como Scorsese, Tarantino y los hermanos Dardenne (de quienes se diferencia en lo esencial, porque Fendrik no observa desde una distancia clínica: es más que evidente que está metido en la historia hasta el caracú). Yo preferiría ir por otro sendero y en todo caso mencionar a Dostoievski. Pero lo fundamental, creo, es decir que Fendrik es Fendrik.
    No resulta nada habitual que en su segunda película un cineasta demuestre tal dominio del lenguaje expresivo: todo en La sangre brota está puesto donde debe y funciona como los dioses, desde la fotografía de Julián Apezteguía, pasando por el uso de la música y del sonido, el maquillaje, hasta las actuaciones de Goetz (una máscara inolvidable), Pérez Biscayart y la pequeña Ailín Salas –un hallazgo.
    La sangre brota propone una experiencia intensísima. Traten de no perdérsela.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
25 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Poner la tapa (2)

La batalla del calentamiento hizo honor a su nombre y presentó dificultades a la hora de encontrarle un rostro. Se trataba de una historia complicada, aunque llena de elementos icónicos: un gigante, un lobo, una niña con poderes paranormales… Buscamos por todas partes. A mí me tentaban los coloridos dibujos que reproducían las ‘visiones’ de Hildegarda de Bingen (1098-1180), que además de monja y confidente de Dios era una gran compositora. Pero no di con ninguno que me convenciera del todo.
    Creo que fue Julia Saltzmann quien me contactó con la obra de Remedios Varo. La pintura que terminó en la tapa original se llama El juglar y data de 1956. Me gustó por la forma en que combinaba elementos neoclásicos con la presencia de un personaje que produce magia. Si bien no era una ilustración literal de la historia, estaba en conexión con su espíritu –igualmente neoclásico y juguetón.
    (Mayté querida: la tapa de La batalla está reproducida en este blog, en una entrada que dice Obras asociadas. No incluí las otras porque en un momento también figuraban aquí, hasta las de las traducciones. Pero creo que esa ventana ya no existe más… o bien olvidé cómo encontrarla.)
    Lo cual nos lleva a Aquarium.
    Existen dos elementos en la novela que me parecían esenciales a la hora de comunicar. El primero es que se trata de una novela de amor. (Entre el argentino Ulises y la israelita Irit, que ni siquiera comparten idioma.) El segundo es que esa historia transcurre entre Israel y Palestina en un momento particularmente complicado: el comienzo de la segunda Intifada. (Esto es, fines del año 2000.)
    Con Gabriela Franco, Julia Saltzmann y el Departamento de Arte de Alfaguara buscamos mil variantes. Dado que la novela se llama Aquarium y existe un narval que juega un rol clave, también probamos con imágenes ad hoc. Pero la intención era no redundar, tratar de que el título y la imagen no se anulasen mutuamente.
    Persiguiendo la imagen del romance contrariado recurrimos a la serie de Los amantes de Magritte. La tapa quedaba muy bonita, pero me parecía que transmitía una angustia (seguramente conocen la imagen, se trata de ese hombre y esa mujer que se besan a pesar de que tienen sus rostros encapuchados) que me perturbaba un poco. ¿Resabios de la experiencia de la dictadura, tal vez?
    En un momento propuse a la Drowning Girl de Roy Lichtenstein, que se menciona durante la novela. Tenía sentido: la chica que evidentemente sufre, rodeada por olas… Pero el editor Fernando Cittadini me la tiró abajo. ‘¡La gente va a creer que es una novela pop!’, nos dijo. Quizás haya tenido razón. En todo caso, se trataba de un motivo más para no optar por Magritte -¡Aquarium tampoco es una novela surrealista!
    Lo cual nos dejaba con las imágenes que sugerían Medio Oriente, guerra, violencia… Alguna de esas opciones pintaba muy bien, pero todos teníamos la sensación de que sesgaban la comunicación hacia un punto equívoco: si bien transcurría con la Intifada como telón de fondo, Aquarium tampoco era una novela sobre ese enfrentamiento-de-nunca-acabar.
    …Y entonces apareció ‘la’ foto.
    Pertenece a un artista llamado Kazuyoshi Nomachi y se llama Nomad Woman and Sand Dunes, o sea Mujer nómade y dunas.
    Lo nuestro fue amor a primera vista.
    Más allá de su belleza intrínseca, creo que transmite aquello que yo no quería perder: un sentido del misterio (¿quién es esa mujer que atraviesa las arenas?), del romance concebido como fuerza gravitacional, de una épica que no por personal es menos épica. Además me gustaba la contradicción: ¿una novela llamada Aquarium, ostentando una tapa que es puro desierto?
    Yo sé que lo importante es lo de adentro, querido Jan Nadir. Pero la tapa es la puerta de entrada –a un libro, a una película, a un disco, a un alma.
    Y uno trata de que la puerta sea bonita, funcione como debe y esté bien pintada, porque una obra no está completa hasta que alguien acepta la invitación para entrar a jugar.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
22 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Poner la tapa

Volviendo al asunto de la edición de Aquarium, mi nueva novela, puedo anunciar después de larga búsqueda y no pocos requiebros: ¡habemus tapa!
    La de la portada de un libro es una cuestión delicada. Es verdad que los autores la sobredimensionamos, otorgándole una importancia que el tiempo reducirá a sus justas proporciones: ¿cuántos libros maravillosos salieron al mundo con tapas detestables? Pero en la ansiedad del parto, la imagen se asimila en efecto al rostro del proyecto –y uno siempre quiere que su hijo sea lo más bonito posible.
    Si fuese apenas una cuestión de belleza, bastaría con recurrir a la imagen más preciosa del mejor libro de arte. Pero el quid del asunto pasa por otro lado. Lo que uno pretende es que ese rostro no sea equívoco respecto del contenido. Que más allá de su valor estético comunique algo que informe no sólo sobre el tema o la anécdota de la historia, sino también sobre su espíritu.
    A este respecto mi experiencia es variadísima. No recuerdo quién sugirió la tapa de El muchacho peronista (1992): ¡yo estaba tan ansioso por editar que hubiese aceptado cualquier cosa! Finalmente apareció ese rostro infantil, que me parecía potable como imagen del protagonista, el niño Roberto Hilaire Calabert, que fugaba un día de su casa para buscar aventuras y encontraba a cambio algo más parecido al Infierno. Algo bastante parecido a mi propia experiencia con la novela…
    El espía del tiempo tuvo una cara elegida en España. Como se trataba de algo que se me ocurrió describir como thriller metafísico, la opción no era mala: aire de misterio, sombras… La tapa de la edición hardcover de Drood, de Dan Simmons, me trajo recuerdos del asunto. Me pregunto qué portada elegirán en Alemania, donde está por editarse. Pero no me preocupa: mi experiencia con la gente de Nagel & Kimche ha sido más que buena hasta el momento.
    Kamchatka no costó nada: la idea del tablero del TEG y las manos de padre e hijo estaba casi cantada. Algunas ediciones utilizaron después imágenes de la película de Marcelo Piñeyro. Pero mi favorita es la versión holandesa, la foto de un niño que está de espaldas espiando algo oscuro. Me produce escalofríos porque podría ser un retrato del niño que fui, precisamente en aquella época que narra la historia: las mismas zapatillas, el mismo corte de pelo… Tiempo más tarde, la editora Nelleke Geel me informó que se trataba de una foto tomada durante los años 70 en Buenos Aires. ¡Pero nunca sabré si era yo en verdad o no!

            (Continuará.)



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
21 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Elogio de la espina dorsal

Por culpa de Dan Simmons, que le agradece ‘la asombrosa lección’ al final de Drood, terminé anclando en las Lectures on Literature de Vladimir Nabokov. Como era inevitable, me fui de cabeza al capítulo sobre Bleak House, una de mis novelas favoritas de Charles Dickens. Más allá del placer que me dio comprobar que Nabokov veneraba al inglés (‘…me gustaría dedicar los cincuenta minutos de cada clase a la meditación muda, a concentrarnos en, y admirar a, Dickens’), me encantaron unas palabras del comienzo, en las que el autor de Lolita cifra su visión de la literatura.
    Para empezar, Nabokov dice que hay que encarar la lectura con abandono. ‘Todo lo que hay que hacer cuando se lee Bleak House –dice- es relajarse y dejar que nuestra espina dorsal se haga cargo. A pesar de que leemos con nuestra mente, el deleite ante lo artístico se asienta entre nuestros omóplatos. Ese pequeño escalofrío posterior es por cierto la más alta forma de emoción que la humanidad ha alcanzado en la evolución del arte puro y de la ciencia pura. Adoremos a la espina dorsal y su cosquilleo… El cerebro es apenas la continuación de la espina dorsal: el pabilo atraviesa la vela de cabo a rabo. Si no somos capaces de disfrutar de ese estremecimiento, si no podemos disfrutar de la literatura, entonces abandonemos la cuestión por completo y concentrémonos en nuestros comics, nuestros videos, nuestros libros-de-la-semana. Pero yo creo que Dickens –y por extensión la literatura toda, sugiere Nabokov- probará ser más fuerte’.
    No voy a discutir aquí el desprecio con que trata a comics y películas. A esta altura del partido está claro que la literatura no es el único registro narrativo que enciende nuestro pabilo. Lo que me importa es que Nabokov liga este arte con la emoción en su encarnación más alta.
    Sin disfrute, dice a las claras, no hay literatura.
    Eso es lo que yo creo, al menos, en mi modesta condición de acólito del culto a la espina dorsal.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
20 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

El hombre que escribía thrillers inteligentes

Estoy leyendo Los hombres que no amaban a las mujeres (o The Girl with the Dragon Tattoo, como se la rebautizó en inglés), del sueco Stieg Larsson, primera entrega de la trilogía conocida como Millennium. Me resistí durante meses al fenómeno, del mismo modo que en su momento cerré mis puertas a Dan Brown, sus códigos y sus demonios. Pero con el correr de los meses fui enterándome de cuestiones en torno de Larsson y de su obra póstuma (el pobre hombre murió a los 50 años, después de entregar a su editor el tercer tomo, La reina en el palacio de las corrientes de aire) que me convencieron de apostarle una ficha.
    Apenas recorrí un tercio de la primera novela, pero sentí deseos de compartir impresiones. A medida que avanzo en la lectura y mi deseo de seguir leyendo crece en directa proporción (la condenada cosa se resiste a ser postergada), y aun a riesgo de equivocarme de plano y verme compelido a retractación, se me ocurrió lo siguiente:

1. Larsson es el anti Dan Brown. Es fácil comprender las comparaciones entre El código Da Vinci y sus secuelas-precuelas y la serie Millennium: se trata de thrillers que lidian con conspiraciones en un contexto internacional exótico –el Vaticano en caso de Brown, la helada Suecia en el caso de Larsson. Pero ahí se acaban todas las ligazones posibles. Brown se especializa en misterios que nos apartan del mundo (la Iglesia es una institución colorida, pero escasamente relevante en estos tiempos), puras distracciones; mientras que Larsson construye thrillers para gente conectada con los problemas más acuciantes de nuestras sociedades. Tengo la sensación de estar leyendo a un autor que suena a cruza del periodista de investigación Seymour Hersh con el escritor Dennis Lehane (Mystic River, The Given Day): alguien que, mientras me entretiene locamente, me conecta con la maquinaria del mundo que me ha tocado vivir. Quizá no tenga entre manos más que un best-seller de lujo –todavía es temprano para saberlo-, pero por lo pronto, se trataría de un best-seller que no insulta mi inteligencia;

2. La clave son los personajes. Además de plantear un misterio, Larsson se toma todo el tiempo que necesita para desarrollar personajes que nos involucran emocionalmente. Tanto el periodista Mikael Blomkvist (claro alter ego de Larsson) como Lisbeth Salander nos invitan a seguirlos en sus aventuras, porque son criaturas tridimensionales: complejas, llenas de zonas grises y de talones de Aquiles –lo cual convierte su periplo en algo infinitamente más emocionante. ¿Cuál sería la gracia de acompañar la búsqueda de un personaje plano, unidimensional y que todo lo sabe? En cualquier caso, el triunfo de un personaje es más satisfactorio para el lector cuantas más adversidades (aquí las internas cuentan más que las externas) haya debido sortear para llegar a buen puerto. Y tanto Mikael y Lisbeth tienen sus regias cruces que cargar.

Está claro que me tragué el anzuelo con sedal y todo. Cuando termine les cuento.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
19 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Dos Fresanes

Durante años le envidié a Rodrigo Fresán su capacidad de leer todo lo bueno que se editaba, todo el tiempo, y de escuchar toda la música que valía la pena. Secretamente me decía que debía haber sido alumno de algún método de lectura rápida estilo Ilvem –teoría que se desmoronaba de inmediato, cuando me veía obligado a responder por su infalible oído musical.
    Rodrigo me regaló mi primer libro de John Irving y el CD debut de los Oasis. Con una capacidad casi mágica, parecía estar siempre en el sitio indicado, en el momento preciso. Yo me consolaba diciéndome: puede hacerlo porque no tiene hijos. Pero años después se convirtió en padre, y se los juro: no ha cambiado nada. No sólo sigue leyendo a velocidades sobrehumanas y registrando en su radar cuanta música interesante suene por allí, también se las ingenia para escribir artículos sobre el asunto –y prólogos, y ensayos, y la mar en coche.
    En el breve rato que pasamos el viernes en la maravillosa librería La Central de Barcelona (el local de Mallorca), se compró Brooklyn de Colm Toibin, me recomendó Netherland de Joseph O’Neill, una biografía de John Cassavettes llamada Accidental Genius (gran título), una caja de cuatro discos de Lloyd Cole y no sé cuántas cosas más. A esta altura del partido, no tengo duda de que sus recomendaciones son acertadas. No ha fallado nunca antes, ¿por qué debería comenzar ahora?
    Me alegró saber de su nueva novela, El fondo del cielo, de inminente publicación. Autor de Historia argentina, de Vidas de santos, de Esperanto, de Jardines de Kensington, Fresán no ha dejado de ser nunca uno de los autores más originales y osados de nuestra lengua. Nada indica que El fondo del cielo vaya a alterar este derrotero. A su manera esquiva, confesó apenas que la novela tenía que ver con dos escritores norteamericanos de ciencia ficción. Un dualismo (diálogo-enfrentamiento entre dos personajes) que suele estar presente en sus mejores relatos, desde El aprendiz de brujo a Kensington. Lo cual me tranquilizó, porque empecé a sospechar que en realidad existían no uno sino dos Fresanes, y que esa duplicidad explicaba su extraordinario desempeño como lector y escuchador.
    Lo de los dos Fresanes es una mentira, por supuesto. Pero me ayuda a dormir más tranquilo.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
18 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

El monstruo verde

Terminé de leer Drood. Sus casi ochocientas páginas, durante el viaje en avión a Madrid. Desde que su autor, Dan Simmons, irrumpió en mi vida, su presencia es ubicua. Drood –su versión en inglés, dado que todavía no la han traducido al español- está en todas las librerías que he cruzado aquí, mientras peregrinaba por la ciudad para conseguir otra obra de Simmons, Olympos, a pedido de mi amigo Nico Lidijover.
    Les recuerdo: Drood es una historia que intenta resolver el enigma de los últimos años de la vida de Charles Dickens y su novela inconclusa, The Mistery of Edwin Drood, un giro copernicano en la carrera del escritor en tanto anticipaba el género policial, tiempo antes de que Arthur Conan Doyle concibiese al inefable Sherlock.
    Lo que resulta innegable es que Dan Simmons es dueño de talento narrativo. ¿De qué otro modo explicar la carrera que uno emprende hasta el final, poniendo a prueba su resistencia durante tantas páginas? Porque aunque Drood no es perfecta, nunca deja de intrigar, de envolvernos –y finalmente de sorprendernos.
    El misterio original deja paso a algo muy distinto. Drood se convierte en una versión gótica de Amadeus, en el preciso instante en que revela su tema verdadero: la envidia –y no cualquier envidia, sino aquella que siente un artista por otro.
    Con Dickens en el papel de Mozart y Wilkie Collins (el autor de La piedra lunar) en el rol de Salieri, Drood se cuestiona hasta qué punto un artista puede disfrutar verdaderamente del triunfo de otro, aun cuando se trate de su compadre más dilecto. Morrissey demostró que comprendía este impulso con su canción Odiamos cuando nuestros amigos tienen éxito.
    La envidia es venenosa, pero nunca lo es más que cuando se apodera de un artista. Porque la envidia común tiene un componente lógico (el dinero que a mí me falta lo tiene otro, matemáticas puras), pero la envidia artística es por completo irracional: nadie puede argumentar que carece de éxito porque otro se lo ha arrebatado. (A no ser que estemos hablando de plagio, por supuesto.)
    La envidia que Collins siente respecto de Dickens lo empuja a un camino criminal. Yo que me considero humano como el que más puedo entender su tesitura; pero como desearía no descender a semejantes infiernos, cada vez que un amigo mío obtiene un triunfo hurgo en mi corazón tan profundo como puedo, preguntándome: ¿me alegro de verdad por él, o…? Porque no existe un artista que considere que no merece el éxito, y que no se pregunte a diario hasta dónde está dispuesto a llegar para lograrlo –nadie conoce sus límites hasta que los ha traspasado.
    Tengo muchos amigos exitosos. Y me alivia descubrir que su popularidad no me produce otra cosa que alegría.
    Ahora bien, despotricar contra los exitosos que no son amigos de uno tiene propiedades tan catárticas…



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
14 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Viudas alegres

“¿Terminaron?”, pregunto, móvil en mano, desde mi refugio transitorio en Madrid.
    “Terminamos” dice Marcelo Piñeyro desde Alicante, con un tono de voz que revela que está sonriendo mientras habla.
    Ayer miércoles por la tarde, en los estudios Ciudad de la Luz, concluyó la filmación de Las viudas de los jueves. Después de más de seis semanas de rodaje en Buenos Aires y otras tres y media en España, la película basada en la novela de Claudia Piñeiro arribó a buen puerto. Ahora es tiempo de celebración, un tiempo que no puede ser sino breve: más temprano que tarde Marcelo se abocará a la edición del film aquí en Madrid, con el montajista Juan Carlos Macías como asociado.
    Cuando la filmación de cualquier película termina, ocurre algo (al menos me ocurre a mí, tratándose de relatos que he escrito) que va más allá de la satisfacción de una tarea resuelta. Yo que he asistido al proceso en su totalidad, desde la idea apenas verbalizada hasta la campaña que termina involucrando a docenas de personas en un objetivo común, entiendo que lo que acaba de tener lugar es la creación de un pequeño universo. Algo que antes no existía ha aparecido (casi) desde la nada. Más allá del resultado en sí mismo, lo que sucedió no está por debajo del milagro, en tanto supone un acuerdo de voluntades desafiando el discurso único, que presume que los humanos no podemos entendernos –ni siquiera cuando somos apenas dos.
    Las viudas de los jueves es uno de estos pequeños prodigios. Me gustaría dar cuenta de la larguísima lista de gente que lo ha hecho posible, pero seguramente perpetraría alguna injusticia. Lo más adecuado, imagino, será subrayar que se trata de un milagro colegiado, que no sería lo que es de no haber mediado el trabajo de tanta gente: de la escritora original a los eléctricos, de la gente de arte a los sonidistas, de los asistentes a los actores –y sigue la lista.
    En un mundo que apuesta a perpetuarse persuadiéndonos de que todo es imposible, la épica modesta de cada film sostiene, por el contrario, que todo es posible. Existe algo más contagioso que las fiebres del momento, y eso es la esperanza. Hoy Piñeyro está contento, al igual que el elenco y los productores y los técnicos y el equipo de fotografía y… Mientras la comunidad bicontinental comienza a disgregarse y todo el mundo emprende el camino a casa, ¿cómo podría sustraerme a una felicidad tan bien ganada?



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
14 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Un baile con la muerte

Quizá para compensar la insustancialidad de Star Trek, a la noche siguiente fui a ver Waltz with Bashir a los cines Golem de Madrid.
   Waltz es una criatura extraña: una suerte de documental, pero realizado mediante animación. Escrito, dirigido y producido por Ari Folman, narra una búsqueda que es a la vez personal e histórica: veterano de la guerra del Líbano en 1982, Folman comprendió en el año 2006 que no tenía un solo recuerdo de las masacres de Sabra y Chatila de las que objetivamente había participado. Entonces emprendió una investigación cuyo resultado es Waltz with Bashir, donde prestan testimonio las versiones animadas de personas reales (por ejemplo el periodista Ron Ben-Yishai) y algunos personajes que han sido compuestos sobre la base de gente verdadera.
    La experiencia de ver Waltz es poderosa. No cuesta nada remitirla a un ejercicio similar, aunque superior: el Maus de Art Spiegelman, que recrea la experiencia del Holocausto –y de sus sobrevivientes emigrados a los Estados Unidos- mediante figuras de ratones, gatos y cerdos que parecen inspirados por los trazos infantiles de Steamboat Willy.
    En Waltz, la intensidad de trazos y colores y lo alucinógeno de los movimientos y las proporciones produce un efecto de extrañamiento, que subraya lo insensato de la empresa: la intención de sobreponerse a una amnesia voluntaria, y el deseo de describir una masacre que –por inhumana- no se resigna a los moldes predigeridos de las convenciones narrativas. El hecho de que, una vez producida la masacre que constituye el climax del film, Folman renuncie a los dibujos para pasar al material de noticiero, sugeriría una reverencia ante el altar de Adorno, que proclamó la insensatez de buscar sentido a experiencias como la de Auschwitz. Pero el efecto que este cambio de registro produce es ambiguo: más que un reconocimiento del poder de lo real, las imágenes de gente verdadera sufriendo dolor verdadero suenan a renuncia; como si Folman ya no quisiese seguir adelante con la reflexión que el ‘documental’ –o como quieran llamarlo- inició.
    Es verdad que Waltz with Bashir termina siendo indulgente con los soldados israelíes que participaron de aquella guerra –todos parecen jovencitos normales, tan talentosos como entusiastas, que después del servicio militar llevaron adelante vidas productivas- y con el alto mando del Ejército: según Waltz, la masacre fue perpetrada por los falangistas cristianos del Líbano, que habrían buscado vengar el asesinato de Bashir Gemayel; el pecado de los israelíes, en cualquier caso, habría sido uno de omisión. Pero el razonamiento de Folman es menos consistente que sus imágenes. Aun cuando logra recordar y exculpa a su ejército, las imágenes que el espectador se lleva a casa distan de ser tranquilizadoras. Por más que Folman pretenda que la cuestión fue resuelta, estoy seguro de que sus pesadillas siguen visitándolo: refregándole las imágenes (reales, tan reales como en el film) de esos niños muertos, enfrentándolo a esas viudas que le demandan algo que aunque no domine el idioma –aunque no quiera asumirlo- entiende muy bien. 



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
13 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

Al infinito ma non troppo

Star Trek es tan liviana como una pompa de jabón –así de encantadora, y así de intrascendente.
    Nunca fui fan de la serie original, y por ende no me aproximé jamás a sus múltiples derivados. A pesar de que siempre me gustó la ciencia ficción, creo que la encontraba un tanto ridícula. (Mi problema esencial es William Shatner, el James T. Kirk original, que para mí encarna un frontera que no puedo ni quiero trascender: suelo huir de cualquier serie o película que lo cuente en su elenco.) Pero como buen fan de Lost, apuesto a cualquier cosa que lleve las firmas de J. J. Abrams (director) y de Damon Lindelof (productor). Así que allí fui, dispuesto a no reírme cuando Spock alzase la mano para decir –inevitable- su saludo de siempre: Long live and prosper!
    La pasé bien. Quiero decir, no me creí una sola de las situaciones dramáticas ni tampoco disfruté de las batallas (Abrams debe haber ido a la misma escuela de dirección de Christopher Nolan, donde les enseñaron que las buenas peleas son aquellas en las que no se ve nada) pero los efectos son convicentes y los tramos de comedia –en manos del Kirk de Chris Pine, del McCoy de Karl Urban y del Scotty de Simon Pegg- funcionan.
    Para ser sincero, coincido en parte con lo que dice Anthony Lane en el último número del New Yorker: ‘(Abrams) es más un re-creador que un creador, dedicado a relanzar viejos mitos… Es el perfecto dispensador de ficciones para una generación tan hastiada que nada reclama más que un narrador que –con personalidad artística o sin ella, y más allá de cualquier necesidad de provocar nuestros pensamientos o perturbar nuestros sueños- nunca parece hastiado’.
    ¿No tienen ustedes la sensación de que, más allá de Lost, Abrams no ha creado nada verdaderamente duradero? Ni Alias ni Cloverfield ni la tercera Misión Imposible son otra cosa que entretenidas y competentes. Resulta tentador pensar en este hombre como una suerte de Spielberg manqué, versión menor del Hombre Espectáculo por antonomasia que como Abrams salta de género en género, pero al menos produce obras maestras como Jaws, Encuentros cercanos o El imperio del sol.
    Yo espero más de J. J. Abrams. Pero tal vez el equivocado sea yo.



[ADELANTO EN PDF]
Leer más
profile avatar
11 de mayo de 2009
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.