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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Mala nota de corte

Nada podía marcar más claramente el fin de curso europeo que la tradicional conferencia de prensa de Angela Merkel ayer, antes de la pausa vacacional de agosto. Alemania es el alumno más grandullón de esta clase, también el más visible, colocado siempre en el pupitre central del aula; y no es siempre el más ruidoso, papel que suele ocupar su vecino francés, pero sí el determinante. Si Alemania va mal, Europa va mal; aunque, ahora que Alemania empieza a ir bien, no esté nada claro que a Europa le vaya a ir bien.

Merkel pudo hacer un clásico ejercicio de ficción política sin necesidad de recibir lecciones de sus vecinos y socios más fantasiosos, véase a Berlusconi, Sarkozy o Zapatero. Respaldada por los buenos datos económicos y un negacionismo a prueba de bomba, aseguró que las peleas internas de su coalición son cosa del pasado, que su país sale más fuerte de la crisis y con un Estado de bienestar preservado y luciendo del milagrito alemán que representan unas bajas cifras de paro que evoca el gran milagro de la posguerra. Pero a pesar de las protestas de este alumno aplicado, este fin de curso le trae un ostentoso suspenso. Las crisis castigan a los Gobiernos en ejercicio. Y a la vista está que las salidas de la crisis también. Las encuestas le dan a su coalición los peores resultados en el último cuarto de siglo, entre 34% y 38%, 14 y 10 puntos respectivamente por debajo de lo que obtuvo la entera coalición CDU-CSU con los liberales del FDP en septiembre de 2009; mientras que socialdemócratas y verdes, coaligados con Schröder durante siete años, se sitúan en el 47%, 13 puntos arriba, sin contar a La Izquierda (ex comunistas y socialdemócratas izquierdistas del Oeste) que permanece en la cota del 11%. Si Merkel con sus buenas cifras y sin escándalos de corrupción abrasadores no se merece la nota de corte, digamos claramente que los otros grandes socios europeos suspenden sin paliativos. Tampoco pasaría el examen la entera Unión Europea en el momento en que termina el curso probablemente más peligroso de su historia. Su mayor mérito es haber evitado la catástrofe aquel 9 de mayo en que el propio euro estuvo colgando de un hilo. El mayor demérito, haber desaparecido de la escena internacional justo en el curso en que estrenaba las galas del Tratado de Lisboa para codearse en un tablero mundial donde hubo reparto de cartas y mazo nuevo. En ambas circunstancias fue decisivo el papel de Merkel, como se vio en la Cumbre del Clima de Copenhague, donde Alemania demostró la debilidad de su fuerza y la UE desapareció de la escena; y en la salvación de las finanzas europeas y del euro, donde Alemania demostró en cambio la fuerza de su debilidad: las cosas estuvieron a punto de irse al garete gracias a sus vacilaciones y lentitud. Es difícil atribuir a la economía las malas notas alemanas de fin de curso, incluso admitiendo que la salida de la crisis también castiga, sobre todo si la tijera sigue en plena actividad. Son evidentes las razones internas, directamente políticas. En octubre, la canciller inauguraba una nueva coalición con los liberales llena de promesas. Recuperaba al que había sido el socio clásico de coalición durante 17 años seguidos, en una fórmula casi identificada con la estabilidad y la prosperidad de la República Federal. Después de gobernar cuatro años con los socialdemócratas se abría la oportunidad de una fórmula en la que Merkel fuera definitivamente ella misma. Pero en nueve meses ha perdido lo que ganó en los cuatro años anteriores. En expectativas de voto, por supuesto. En cohesión gubernamental: su coalición no funciona. Los liberales no son el socio fiable que suma en vez de restar. Todo suscita peleas, el recorte presupuestario, los aumentos de impuestos, la reforma sanitaria... Crece la soledad de la canciller, que ha dejado un desierto de liderazgos a su alrededor. Seis barones regionales de la CDU-CSU, casi todos ellos aspirantes a jugar algún papel nacional, incluyendo la cancillería, han tirado la toalla. Dimitió el presidente federal Horst Köhler, obligando a la canciller a organizar una elección en la que dejó numerosas plumas de su autoridad: su candidato, el actual presidente Christian Wulff, tuvo que superar hasta tres elecciones en la Asamblea Federal ante la falta de disciplina de los representantes de la coalición gubernamental. En septiembre habrá que intentarlo de nuevo. La Alemania de Merkel es la más preparada para alcanzar la nota de corte, es decir, empezar de nuevo a crecer con fuerza. Si el resto no sigue, y nadie más puede pasar curso, Europa podría llegar a tener un problema. Ahora dependemos del grandullón de la clase mucho más que antes. Pero el grandullón antaño generoso se ha vuelto egoísta y no está por historias. De manera que al resto le toca espabilar.

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22 de julio de 2010
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Absténganse tibios y moderados

Cuando la centrifugadora se pone de verdad en marcha y alcanza la velocidad de crucero, es decir, en el momento en que la fuerza polarizadora se halla en su punto máximo, es prácticamente imposible sostener posiciones intermedias. Quedan trituradas por el movimiento centrífugo que lanza a la gente y a los grupos a los extremos y radicaliza las ideas. Todo lo que pueda quedar en medio es tachado de traición e impostura.

Lo curioso de esas sociedades contemporáneas en las que vemos en acción las fuerzas centrífugas es que estos movimientos tan intensos tienen algo de superestructural, orquestado y ajeno a la realidad social. Responden, por supuesto, a pulsiones profundas. Pero no a las formas reales de las vivencias de estas pulsiones, perfectamente atemperadas por el pragmatismo y el utilitarismo económico propios de la vida contemporánea. El malestar que sirve de zócalo es cierto, pero no lo es la radicalidad que le sigue, inducida o proyectada por medios de comunicación, partidos políticos y grupos de presión en general. La sociedad atempera como hace el océano con las temperaturas extremas, pero la vida política y mediática radicaliza. El reflejo más claro suele recogerse en unos parlamentos más fragmentados y radicalizados y en el surgimiento de unas fuerzas populistas que perturban el orden de las cosas. Pero muy raramente el malestar se traduce en revueltas, en huelgas duras y largas como las de antaño y no digamos ya en proyectos violentos e insurreccionales. Si uno lee y escucha los disparates más extremos del movimiento americano del Tea Party se diría que ya estamos en este punto dramático, pero luego comprobamos hasta qué punto hay una ficción mediática en estos movimientos. Al menos, de momento. El peor síntoma de la centrifugadora es el acoso sobre las organizaciones intermedias, centristas y moderadas, que hacen de puente entre ideologías, grupos y comunidades, y actúan en muchos casos como auténtico cemento nacional. Hay que cuidar a este tipo de partidos e instituciones, fácilmente impugnadas desde flancos opuestos, sobre todo cuando la centrifugadora está en marcha y el grito de rigor es que se vayan los moderados, los tibios y los centristas. La centrifugadora va de eso: de romper la cohesión social; por eso lo primero que se quiere destruir es a esos partidos que tienen en su preservación su principal objetivo y su razón de ser.

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21 de julio de 2010
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Crónica rosa y vida política

Los mundos de la política y del corazón tienen raras intersecciones. Raras por lo peculiares y curiosas, no por infrecuentes. Hay una intersección casi institucional en las monarquías: la antidemocrática regla de convertir a alguien en Jefe del Estado por el mero hecho de haber sido engendrado por quien deja vacante el trono convierte la cama y el foro político en espacios idénticos. Algunos presidentes saben jugar bien sus cartas y sus afinidades para convertirse en sombras miméticas de los monarcas: ahí está Sarkozy como ejemplo sublime y Berlusconi como carnavalesca inversión de la dignidad monárquica. En el de Estados Unidos, gracias a su potestad imperial, crónica rosa y crónica política son también idénticas. Y si no que se lo pregunten a Bill Clinton.

Pero donde el fenómeno adquiere tintes más interesantes no es precisamente en las cúspides del poder, sino en sus aledaños, donde a veces surgen políticos especiales, vocacionalmente abocados a la mezcla de cama y foro, propensos a expansiones públicas sobre su vida privada y a mezclas explosivas entre sus intereses particulares y los intereses generales. Son los niños mimados de la televisión y de sus tertulias, y en algunos casos incluso participantes activos y exitosos. Airean sus divorcios con la misma facilidad que sus creencias y se les nota mucho más cómodos haciendo vidas de famosos que de representantes de la soberanía popular. ` En un momento de divorcio entre gobernantes y gobernados, de creciente desafección por la política y de quiebra de las ideologías y de los valores, estos personajes aparecen como los más cercanos, los únicos capaces de suscitar afectos de sus conciudadanos y, en cualquiera de los casos, los que parecen gozar de mayor libertad para hablar con claridad y contar lo que piensan y sienten. Pero si alguien creyera que son portadores de alguna nueva idea y de alguna alternativa útil estaría equivocado. El aura que les rodea es vieja como la idea de democracia en la antigua Grecia, aunque aparezcan ahora electrizando a las masas gracias a las tecnologías digitales. Son los demagogos de siempre y los populistas de nuestros días.

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20 de julio de 2010
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¿Quién puso en marcha la centrifugadora?

No vamos a ponernos de acuerdo. Los historiadores deberán realizar su labor dentro de unos años. Ahora en caliente todavía es el tiempo del periodismo, que quiere decir recoger y filtrar lo mejor posible los datos e interpretaciones. Pero el tópico está ya escrito y consagrado. Recojámoslo: a veces responden a la verdad. Pero aportemos, si es posible, otros datos.

El tópico es bien claro. Pasqual Maragall, que ganaba en votos pero no en escaños, prometió reformar el Estatuto de Cataluña para dar satisfacción a los únicos que podían darle el poder, los independentistas de Esquerra Republicana. Firmó con ellos el Pacto del Tinell, por el que se conjuraban contra el Partido Popular, y apoyó a Zapatero en su elección por escasos nueve votos como secretario general del PSOE. En la campaña electoral catalana Zapatero le devolvió el ascensor con su promesa de apoyar el Estatuto que saliera del Parlamento de Cataluña y luego ya llegó la victoria inesperada y La Moncloa. La centrifugadora ya estaba en marcha. Hay otra teoría con algo más de profundidad temporal. José María Aznar pudo gobernar en 1996 gracias al Pacto del Majestic con Convergència i Unió. Los nacionalistas catalanes, ya empeñados en ensanchar el autogobierno, pospusieron a instancias del PP toda idea de reforma estatutaria en aras de la moneda única y de las ventajas que obtuvieron en impuestos y en traspasos de nuevas competencias, como la policía de tráfico. Cuando Aznar venció por mayoría absoluta de 2000, rompió con Pujol y desplegó un programa oculto de restauración nacionalista española que despertó la fiera dormida del independentismo catalán: Esquerra Republicana obtuvo en las elecciones catalanas de 2003 el mejor resultado de su historia, con 23 diputados y 16?5 por ciento de los votos. Ya tenemos, pues, a dos candidatos. Maragall, como dice el tópico, y Aznar, como recomienda una visión con algo más de perspectiva. Ambos tienen dos réplicas o avatares: Montilla y Rajoy, responsable el primero de toda la estrategia catalana frente al Tribunal Constitucional y su sentencia, y el segundo de las campañas y el recurso del PP contra el Estatuto de Cataluña. Aparecen en el escenario como moderadores de sus antecesores, pero a la hora de la verdad revelan idéntica dureza de posiciones. Ésas son las manos visibles de la historia. Si Aznar no hubiera roto con Pujol. Si Maragall no hubiera pactado con Carod. Si Rajoy no hubiera obedecido al aznarismo. Si Montilla no hubiera mantenido el tripartito. También hay manos invisibles, de explicación más difícil. Sin rostro, las culpas dejan de tener interés y calor humano. Pero cabe buscar en el contexto internacional algunas pistas para saber qué ha sucedido en esta última década para que la política española se polarizara en un choque de trenes nacionalistas, con sus banderas, sentimientos, mutuas imprecaciones a veces llenas de pasiones impresentables y agravios simétricos hasta llegar incluso a campañas y boicots económicos. Estos diez años son la década pérdida de Europa. La Unión Europea se ha ampliado hasta 27 miembros, consiguiendo al fin la unificación del continente antaño dividido con la Guerra Fría; pero sin avanzar en la unión política, más bien al contrario. Fracasó el proyecto de Constitución Europea, rechazado por Francia y Holanda en sendas consultas populares. El Tratado de Lisboa, que debía recoger sus aspectos más imprescindibles, fue también rechazado por los ciudadanos irlandeses y sufrió la dilación en su ratificación de Polonia y Chequia. La política divisiva neocon de George Bush, auxiliado por Blair y Aznar, produjo también sus efectos. Se rompieron las solidaridades y equilibrios intraeuropeos. Cada uno fue por su lado, en una abierta renacionalización de las políticas europeas. Los tres grandes, Alemania, Francia y Reino Unido, quisieron recuperar protagonismo ante el desvanecimiento de las promesas europeas. Y se difuminó el sueño de que los viejos estados-nación iban a acomodarse a la unidad europea y a un mundo posnacional. ¿Alguien podía pensar que las viejas naciones de la Península ibérica iban a permanecer inertes ante esta reciente evolución de nuestro mundo? Lo más grave es que, al final, en esta fuerza centrífuga hay una trampa: Europa se hace más pequeña y menos protagonista, y así sucede y va a suceder todavía más con todos sus componentes, grandes y pequeños, con Estado o sin él.

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19 de julio de 2010
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Angustias y desvelos europeos

No es habitual ver burkas y nikabs en las calles y plazas europeas. Escasea sobre todo la primera de las piezas con las que se velan las mujeres afganas, aunque es posible ver mujeres con la prenda que deja sólo los ojos descubiertos, propia del Golfo Pérsico. En Francia, el país europeo con mayor proporción de ciudadanos musulmanes, el 8 por ciento, los servicios de policía han contabilizado sólo a 367 mujeres como portadoras de este tipo de prendas. En España los periodistas saben muy bien de las dificultades para encontrar mujeres que lo usen, y es más fácil localizar a sus portadoras entre los turistas de los países árabes en la Costa del Sol o las tiendas caras de Madrid que en los barrios de inmigración africana y asiática.

Mucho sabemos los españoles sobre la cobertura del rostro, y no precisamente por nuestro pasado musulmán. El motín de Esquilache fue una revuelta popular en reivindicación del embozo, prohibido por razones sobre todo de seguridad por aquel ministro ilustrado de Carlos III. Las lloronas profesionales de unos ritos funerarios que estaban vivos todavía el siglo pasado solían cubrirse el rostro entero. Los protagonistas de la Semana Santa hispánica son los penitentes encapuchados con siniestros capirotes. Pero nuestras dificultades con el velo integral musulmán no difieren de las que tienen otros países europeos, donde también se está planteando su prohibición, al menos en los locales públicos y centros de enseñanza. Hay muchas razones para militar activamente contra el velo integral. Las hay incluso para hacerlo contra todo velo, casi siempre instrumento de dominación y sumisión. También las hay, por los mismos motivos del marqués de Esquilache hace más de dos siglos, para prohibir el acceso con pasamontañas, cascos integrales y otras caperuzas a las instalaciones públicas. Quienes promueven mociones y legislaciones a través del continente europeo suelen esgrimir unas y otras en un movimiento muy parecido a la formación de una bola de nieve que adquiere mayor impulso cuando tropieza con un obstáculo. No valen dudas ante el rampante prohibicionismo porque quienes las tienen se convierten inmediatamente, a ojos de buena parte de la opinión pública, en defensores de la tolerancia hacia el Islam integrista y partidarios estigmatizados del relativismo moral. Hasta tal punto, que finalmente son ellos los destinatarios de la prohibición más que las desconocidas portadoras de tan infame vestido. Aunque no se reconozca, el debate sobre burkas y nikabs versa sobre otra cosa. Esos desvelos y angustias se deben al miedo a la inmigración islámica y a la inseguridad ante el fantasma de una islamización del continente. Pero sobre estos temas a nadie se le ocurre proponer sensatas mociones municipales ni proposiciones de leyes.

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18 de julio de 2010
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Pedro Botero hace autocrítica

Es el calor de los calderos lo que más reconforta al diablo y le hace revivir cuando desfallece. Fidel Castro goza dándole vueltas a la idea de una guerra nuclear. Este pasado lunes apareció en la televisión oficial cubana -no hay otra- para hablar sobre el inminente conflicto que empezará con un ataque de Estados Unidos e Israel contra Irán, al que seguirá una respuesta anticipada de Corea del Norte, "que no puede no ser nuclear", al decir literal del octogenario ex guerrillero y dictador. Asustar a los niños es una de las funciones del viejo Pedro Botero. Hace casi 50 años, cuando la Unión Soviética instaló 162 cabezas nucleares en misiles desplegados que apuntaban hacia EE UU desde Cuba, supo lo que significaba tener el futuro del planeta pendiente de un hilo. A finales de los setenta, Fidel asegura que volvió a conocer idéntica sensación cuando los 60.000 jóvenes cubanos a los que mandó a combatir en África fueron la diana de un supuesto ataque del Ejército del régimen racista sudafricano con armas nucleares suministradas por Israel.

Nadie le va discutir la autoridad en materia nuclear a estas alturas. En 1962 Castro era partidario de mantener el pulso nuclear con EE UU, y tuvo que ser Nikita Jruschov quien decidió retirar los misiles después de pactar con Kennedy a sus espaldas. Según Castro ha contado en varias ocasiones, no hubiera dudado ni un momento en darle al botón y desencadenar así el holocausto atómico. Sabe, pues, de lo que habla cuando rememora su pasado entre los pucheros nucleares. Más discutible es su capacidad de entendimiento y análisis sobre el presente, aunque en su aparición pública se rodeó de supuestos expertos, blandió papeles y recortes y se explayó en analistas, citas y cifras para apoyar sus siniestros augurios. En realidad, su intervención televisiva sirvió para desmentir, matizar e incluso disolver una extraordinaria metedura de pata a la que pocos le han prestado atención, que puede tener significado político y en la que lleva ocupado todo el mes de junio. Fidel estaba convencido de que EE UU e Israel aprovecharían el Campeonato del Mundo de Fútbol para desencadenar una guerra nuclear contra Corea del Norte e Irán, y quiso publicar sus advertencias en el diario Granma. Primero especuló, a propósito del hundimiento del buque militar surcoreano Cheonan, con la posibilidad de que la guerra empezara con un ataque norteamericano al régimen de Pyongyang, que Irán aprovecharía inmediatamente para lanzar un ataque preventivo. Con motivo de las sanciones del Consejo de Seguridad contra Irán, cambió el orden de su predicción: iba a ser un incidente marítimo entre iraníes y norteamericanos en el curso de la inspección de los buques lo que iba a desencadenar el ataque a Irán, y a continuación Corea del Norte, a su vez, en previsión de ser atacada se añadiría a la confrontación. Puso, además, fecha: en cuartos de final del Campeonato del Mundo de Fútbol, que el viejo guerrillero ha seguido entero y con pasión de nacionalista latinoamericano. Una de las reflexiones se titula Cómo me gustaría estar equivocado. "A los pueblos pobres del mundo -asegura en otra- no nos queda otra alternativa que enfrentar las consecuencias de la catastrófica guerra nuclear que en brevísimo tiempo estallará". Alguien debió reconvenirle por su truculenta precisión, aunque sin resultado: "Desgraciadamente no tengo nada que rectificar y me responsabilizo plenamente con lo escrito en las últimas reflexiones". Por eso insiste en la siguiente: "Es tan evidente lo que va ocurrir que se puede prever de forma casi exacta". Y ante el fracaso predictivo, el viejo satanás decide hacer autocrítica, como solo saben hacerlo los buenos jefes de manual marxista-leninista: no era el sábado 3 de julio como muy tarde cuando empezaría la guerra, sino el 8 de agosto, cuando se cumpla el plazo de 60 días que dio el Consejo de Seguridad para que se compruebe que las sanciones contra Irán están funcionando. ¿El culpable y objeto final de la autocrítica? Un funcionario del ministerio de Exteriores cubano, que se durmió agotado por el trabajo y omitió unos párrafos decisivos para la comprensión de la resolución de Naciones Unidas. La grabación televisiva es del domingo 11 de julio, pocas horas antes de que empezaran las excarcelaciones y expulsiones de presos, una operación realizada clandestinamente por el régimen, sin que los cubanos de la isla pudieran tener información alguna. Mientras se producía esta operación, que algunos presentan como un momento trascendental para el cambio, el régimen entretenía a los cubanos con un tenebroso programa dedicado a Fidel, rodeado y reverenciado por un obsequioso periodista y unos silenciosos expertos en la materia, algo así como el bombero torero y la banda del empastre del análisis político internacional.

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15 de julio de 2010
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Novela y verdad

Aunque a Sarkozy le gustan más las estrellas del pop que los intelectuales, su presidencia está saliéndonos de lo más literario. Yasmina Reza le convirtió en prematuro personaje literario en su narración ?Le matin le soir la nuit?. El gran pasticheur de la literatura francesa que es Patrick Rambaud ha escrito ya tres libros de crónicas jocosas sobre ?le roi Nicolas?. Descontando además la riada de libros y ensayos a favor y en contra que ha suscitado su todavía breve reinado. Pero el golpe literario del sarkozato lo ha proporcionado la vida, que siempre es más rica que la literatura, y nos ha trenzado como hacía Honoré de Balzac un novelón de dinero, poder, corrupción política y jueces alrededor de una herencia multimillonaria.

Italia produce siempre historias de mafiosos. En las Españas solemos tropezar con esos personajes listísimos que se buscan la vida como nadie, sean el Bigotes o Millet, Camps o De la Rosa, salidos todos de la picaresca. Francia, en cambio, la dulce y civilizada Francia, es elegante y culta incluso en sus historias más negras de corrupción y dinero. Lo ha contado Jacques Julliard en Le Nouvel Observateur con elegante prosa periodística y acerada precisión de analista: ?Es en el momento en que la historia real toma la forma de la novela vivida cuando más se acerca a la verdad?. Su diagnóstico de raíz balzaciana no puede ser más preciso sobre "esta solidaridad universal entre el dinero a lo grande (le Gros Argent) y el Poder, que siguen siendo con Sarkozy, como lo fue con Luis Philippe, el alfa y omega del sistema". Ahí va pues un argumento adicional para quienes niegan el pan y la sal a la invención literaria en nombre de la calidad intrínseca de la novela de la vida y de la exigencia periodística de contarla sin adornos. De momento, no hay que perderse ni un episodio de la herencia Bettencourt y de las sacudidas que el terremoto está produciendo en los cimientos de la República sarkozyana. (Enlaces: con Mediapart, el site de Internet que está revelando los detalles más importantes del escándalo y que ya ha sido designado como culpable por los principales implicados; y con el artículo de Jacques Julliard donde nos da todas las referencias balzacianas, y algunas más, relacionadas con el escándalo Bettencourt).

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14 de julio de 2010
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La inteligencia deportiva

La sabiduría es espontánea y natural. Puede surgir como fruto del estudio y de la reflexión, claro que sí, pero también de la mente tranquila y observadora de un trabajador manual o de un deportista, debidamente ejercitados en su trabajo físico. No hay que ver el magisterio de la mano o del cuerpo como cosas alejadas de la inteligencia, al contrario: en la coordinación entre mente y gesto es donde mejor se conforman las capacidades creativas y comprensivas del ser humano. Para ser excelente con la mano, como un artesano o un artista, o con el cuerpo entero, como un deportista, hay que serlo a la vez y además con la mente.

A veces esta inteligencia se expresa también en la palabra. El sabio lo es también en la palabra, en sus palabras sencillas pero claras y llenas de significado. Para Iniesta, La Roja es un equipo, sus seguidores es la afición y el trofeo ganado esa copilla. La historia, la trascendencia, los dioses quedan para otros, los glosadores, con las bocas llenas de palabras estentóreas y amontonadas. Si llega a saber el lío que se monta no marca el gol, ha dicho. Sin saberlo este futbolista excelente y magnífica persona ha marcado otro gol, pero esta vez en la portería de las limitaciones ópticas, comprensibles pero limitaciones, de muchos que le admiran y le aplauden. El fútbol tiene la virtud extraordinaria de que es todo y es nada: un gol, un instante de gloria. Si nos empeñamos, todo funciona en clave futbolística. Los líderes del G20 estuvieron más atentos en su reunión de Toronto a finales de junio cuando empezaban los primeros compases del campeonato que a una coordinación económica que ya sabían arruinada antes de viajar. Mejor se hubieran dedicado a trabajar en vez de demostrar su interés político por el fútbol. No olvidemos que Francia e Italia, imperios futbolísticos caídos, suscitan la chacota y la vergüenza, y que el presidente de la República llamó a consultas a los futbolistas y decidió hacerse cargo de la crisis de su selección. Cataluña pidió el sábado su Estatut entero, pero el domingo se añadió a la fiebre de La Roja, en un fin de semana cruzado de sentimientos que algunos, los más miopes y los más cínicos, han querido convertir en opuestos y contradictorios. Igual Zapatero también consigue rebañar en el cuenco de este trofeo. También los analistas geopolíticos han metido los dedos en este campeonato, y nos han explicado el mundo en clave de grandes cambios multipolares que han resultado totalmente falsos. Los países emergentes y la multipolaridad preceden en el fútbol a la realidad geopolítica. El verdadero cambio se producirá el día en que los asiáticos lleguen a semifinales y los africanos, con sus excelentes jugadores y equipos, sean también capaces de llegar a tener grandes selecciones. Mientras tanto, la declinante Europa se ha llevado los tres primeros puestos. Y esto tiene una explicación que está ya inscrita entre las sentencias clásicas del género: fútbol es fútbol y todo lo demás son fantasías. Los únicos que tienen al final el secreto de su significado son los jugadores inteligentes que saben hacer goles en los partidos más difíciles, como es el caso de Iniesta el pasado domingo. Por eso son los que después también mejor lo expresan espontáneamente en sus palabras.

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13 de julio de 2010
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Cargados de razón

Las manifestaciones y las cuentas sobre el número asistentes sirven fundamentalmente para cargarse de razón. Una buena manifestación es como el enamoramiento de los adolescentes: no es posible que el mundo asista impertérrito a lo que acaba de suceder; nada será igual después de esto. Hay una especie de catarsis colectiva en la que la señora Historia se nos aparece por unos instantes en carne mortal. El único y pequeño problema es que las manifestaciones cargan de razón a todos: también a quienes son objeto de imprecación por parte de los manifestantes. Lo prueba sobradamente la lectura comparativa de cierta prensa madrileña y de toda la barcelonesa de ayer: unos y otros quedaron contentos y satisfechos del resultado; en Barcelona, de la amplia adhesión a la repulsa contra el tribunal; en Madrid, de la clara demostración de que Montilla se ha vendido al independentismo por un puñado de votos que, además, ni siquiera conseguirá retener. Con un añadido: a 625 kilómetros de distancia, esta manifestación, como la sentencia o incluso el Estatuto descalabrado, son munición de un día, ahogada en la marea de La Roja. Siento decirles que están equivocados quienes pensaron que cuantos más fueran el sábado a la manifestación, más conseguirían que se les hiciera caso en Madrid. Las manifestaciones nos cargan de razones a todos, y hay que analizarlas y tomar buena nota de ellas, pero nada cambian. Hoy lunes, el mundo sigue.

Tampoco aportan ni restan a los argumentos sobre las reivindicaciones que se enarbolan. Todo lo que sucedió el sábado entre las seis y las nueve de la tarde en las avenidas del centro de Barcelona no modificó ni un ápice la fuerza de los argumentos a favor y en contra de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto. Tampoco nada modifica el hecho de que asistieran 1,5 millones de personas como dice el ojo de enorme cubero de Òmnium Cultural, la entidad organizadora, o las 56.000 de las cuentas puntillosas de la agencia Efe. Pero el hecho consignado por el redoble de tambores de los medios de comunicación, el número y la calidad de las entidades adheridas a la convocatoria y, sobre todo, la participación oficial de las fuerzas políticas y sindicales del consenso catalanista nos conduce a tres conclusiones: fue una de las mayores manifestaciones jamás vistas en Barcelona; expresa un profundo malestar catalán con el trato que ha merecido, sobre todo por parte del Partido Popular y posteriormente del Tribunal Constitucional, una reforma estatutaria que ha seguido todos los pasos legales exigidos, y refleja un cambio de hegemonía dentro del catalanismo, hasta ahora en manos de las ideologías autonomistas y a partir de este momento de las soberanistas e independentistas. La manifestación no fue una derrota del socialismo catalán ni del presidente Montilla. La derrota fue la sentencia, que deja sin oxígeno político ni márgenes de acción a quienes habían apostado desde el catalanismo, con más o menos acierto, por las fórmulas que unían a Cataluña con España. Es innegable que ahora la mano en este juego la tienen los soberanistas, totalmente desentendidos de la buena gobernación de España y exclusivamente dedicados a la emancipación catalana. Que tengan la mano no quiere decir que tengan el éxito asegurado: sus ideas son muy precisas, pero el camino para conseguirlas no. Necesitarán contar con nuevas mayorías electorales y también sociales. Necesitarán contar con alianzas. También en Madrid. Y En Bruselas, naturalmente. No será nada fácil. España es mucha España. No basta con tener o creer que se tiene la razón sentimental o moral. Hay que tener la razón práctica y efectiva, es decir, la capacidad para convertir las propias ideas en realidades tangibles. Y ahora mismo, la nebulosa de sentimientos expresados el sábado contrasta vivamente con los problemas prácticos de la gente, incluidos muchos de los manifestantes. La primera respuesta que deberán proporcionar quienes tienen la mano, al menos en el terreno de la hegemonía simbólica que dan las manifestaciones, es contar a los catalanes qué hay que hacer en medio de esta crisis económica pavorosa que se ha llevado por delante una cuarta parte de los puestos de trabajo industriales de Cataluña. De la independencia no se come. La prueba más inmediata que debe pasar este cambio de hegemonía registrado visualmente el sábado es la de las urnas. Urge conocer cómo se traduce todo esto en votos y escaños. Y luego habrá que actuar en consecuencia.

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12 de julio de 2010
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También caen los leñadores

No sólo las armas tienen retroceso. También lo tienen los afilados instrumentos cortantes con que los leñadores se aplican a la tarea de poda y desmoche de bosques insostenibles. Con harta frecuencia se lesionan ellos mismos, por falta de pericia, exceso de confianza o pura debilidad, porque se atreven con golpes que superan sus propias fuerzas.

Las crisis producen víctimas entre los gobernantes que las presiden. Sobre todo si los ciudadanos damnificados en sus bolsillos y puestos de trabajo se sienten desatendidos y despreciados. Y eso sucede con más frecuencia de lo que los profesionales de la cosa pública suelen darse cuenta: basta con negar la llegada de la tormenta cuando ya está encima, ocultar luego sus previsibles efectos catastróficos o enmascararlos detrás de bellas palabras y buenas intenciones. Al único que se respeta es al gobernante que dice la dura y cruda verdad a la cara y en vez de prometer soles radiantes anuncia sangre, sudor y lágrimas No sólo las crisis producen bajas. También las producen las medicinas, con frecuencia drásticas, que sirven para curarlas. Y en este punto es donde se da el retroceso, el golpe que el hacha devuelve al leñador. Quienes se emplean en la tarea dolorosa del recorte deben ser tipos con buen pulso, suficiente pericia y gran integridad física y probablemente moral. Cuando no es así, también caen desmochados como arbolillos. Tuvimos un ejemplo notable en el gobierno británico recién formado por el conservador David Cameron y el liberal demócrata, Nick Clegg. Destacaba en el equipo el economista David Laws, secretario del Tesoro destinado a practicar el primer gran recorte de la temporada, valorado en 7.300 millones de euros. No pudo ni empezar, pues tuvo que dimitir a los 17 días, en cuanto se supo que se había beneficiado fraudulentamente del reembolso del alquiler de un piso, que en realidad era propiedad de otro hombre, incidentalmente su pareja sentimental. Su sucesor, Danny Alexander, ha anunciado un recorte todavía mayor para los próximos cuatro años que alcanzará al 40 por ciento del presupuesto de algunos departamentos. La próxima víctima del retroceso será un leñador que ni siquiera ha empezado su tarea. Es el ministro de Trabajo francés, Eric Woerth, a quien Sarkozy ha encargado la reforma del sistema de pensiones, es decir, la poda del bosque sagrado del Estado de bienestar. La esposa de Woerth es la asesora financiera de la multimillonaria Lilianne Bettencourt, metida en un lío familiar y político que ha permitido saber de su fortuna en Suiza y de sus regalos en especies al partido de Sarkozy. No valen los alfeñiques ni los leñadores con cadáveres en el armario. Las crisis y los remedios de caballo con que se las trata piden tipos duros e intachables.

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11 de julio de 2010
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El Boomeran(g)
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