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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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La ofensa hecha a Francia

El 5 de agosto apareció la prueba infamante, una circular del jefe de gabinete del ministro del Interior que ordenaba la expulsión colectiva de los gitanos rumanos de Francia. No se trataba de una orden secreta. El propio presidente de la República había clamado en Grenoble contra ellos, pocos días antes, en un discurso que ya se ha hecho célebre. Todo estaba más que claro, la orden política, la circular escrita administrativa y luego los hechos: millares de rumanos de etnia gitana, niños y ancianos incluidos, expulsados colectivamente de un territorio europeo no en razón de delitos o faltas individuales sino de su identidad. Es decir, un flagrante caso de discriminación étnica, explícitamente prohibido en los tratados europeos.

Borrémoslo. Nada de esto ha ocurrido. Todo fue una confusión que se aclarará en los próximos días cuando Francia termine de adaptar su legislación a las directivas europeas sobre libre circulación. Las palabras presidenciales se las lleva el viento. La circular ha quedado anulada y ha sido sustituida por otra que evita llamar las cosas por su nombre. Lo único que no cambia son los millares de gitanos rumanos expulsados. Aunque se hizo de forma colectiva y en razón de su etnia, la prudente actitud de la Comisión Europea ante la República ofendida y vejada ha permitido acomodar mejor las palabras a las necesidades prácticas. Como en un pase de prestidigitación, ahora sólo hay traslados individuales de personas que vivían en asentamientos irregulares, que en nada vulneran los tratados y las leyes europeas. El peón de brega de esta política, Eric Besson, ministro de Inmigración francés, ha declarado que Francia sale ?con la cabeza alta?. Esos republicanos franceses son muy especiales y verdaderamente muy poco republicanos: están totalmente convencidos de que el presidente de la República es un monarca que encarna en su propia personalidad la soberanía popular y por eso convierten las críticas a sus acciones o palabras como críticas a Francia. Cuando el presidente se hace el ofendido, algo que sabe hacer muy bien y que le da muy buenos rendimientos, quien está de verdad ofendida es una adorable señora entradita en carnes con gorro frigio, túnica romana y pecho al aire a la que llamamos la France o la République y solemos ver representada en pinturas y esculturas en los museos y monumentos. ¿Discriminación étnica en Francia, la patria de los derechos humanos? Nada de nada. Sarkozy ha ganado el pulso a Barroso. Francia a la Comisión Europea. El nacionalismo francés chovinista y propenso a la xenofobia al europeísmo. La política de los hechos al espíritu y la letra de las leyes que nos hemos dado entre todos. Francia sale con la cabeza alta, claro que sí. Y Europa con la cabeza gacha.

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3 de octubre de 2010
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El Gran Israel contra Israel

No hay forma de congeniar esos dos conceptos antitéticos. El Estado de derecho democrático reconocido internacionalmente que es Israel, en el que todos los ciudadanos deben gozar de idénticos derechos, ha venido pugnando desde su nacimiento con el Estado de derecho divino establecido exclusivamente para los judíos entre el río Jordán y el Mediterráneo. Una parte de Israel, la más nacionalista y extremista, considera insatisfactorias las fronteras que reconoció Naciones Unidas en el momento de la creación del Estado en 1947 y por eso apoya la persistente colonización del territorio palestino de Cisjordania y Jerusalén oriental, iniciada en 1967 tras la Guerra de los Seis Días, que ha instalado a 500.000 colonos en territorio conquistado, en flagrante transgresión del derecho internacional.

La colonización de Cisjordania, apoyada por todos los gobiernos, financiada con presupuestos públicos y ayudas privadas internacionales, incluidos fondos norteamericanos exentos de impuestos, empezó como una actividad provisional, vinculada a la seguridad militar; pero pronto viró hacia una colonización pura y dura, en nombre de los derechos milenarios sobre las tierras bíblicas de Judea y Samaria. Las colonias y sus glacis territoriales, junto a las carreteras reservadas para sus habitantes, el muro de seguridad que las rodea y los controles de seguridad han convertido Cisjordania en un territorio difícilmente sostenible, en el que se hace evidente que cada nuevo avance en la colonización aleja materialmente la viabilidad geográfica del Estado palestino. Netanyahu se ha mostrado públicamente a favor de la creación de tal Estado, pero nada garantiza su sinceridad, al contrario. Si atendemos a lo que piensan su padre, el reconocido historiador de la Inquisición española Benzion Netanyahu; su partido Likud y su Gobierno de coalición, todo es una maniobra de diversión. Su ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, acaba de declarar que la paz es inalcanzable para esta generación y ha propuesto un canje de territorios y de población, lo más parecido a la limpieza étnica practicada en los Balcanes. Netanyahu quisiera la fórmula imposible: es decir, que la comunidad internacional y sobre todo los países árabes reconozcan a un Israel asentado sobre su territorio bíblico con capital en Jerusalén, y que los palestinos se apañen y acomoden a unas franjas más o menos interconectadas donde administren su vida cotidiana sin nada parecido a la dignidad de contar con la plena soberanía nacional. Esto no sucederá. Antes de que suceda, incluso, los palestinos renunciarán a un Estado propio y optarán por exigir la integración de Cisjordania a Israel, acompañada, claro está, del reconocimiento de todos los derechos ciudadanos para sus habitantes. De ahí que el punto muerto actual, con las conversaciones directas en el alero, sea quizás el momento decisivo. Netanyahu no quiere decretar la congelación total y permanente de la construcción en los asentamientos, algo exigido y aceptado por Israel en 2003 con la Hoja de Ruta fabricada bajo auspicios de George W. Bush. Y Mahmud Abbas se niega a negociar las fronteras mientras la otra parte siga avanzado y dictando las fronteras antes de negociarlas. Las negociaciones, a su vez, no pueden avanzar si nadie cede. Y nadie va a ceder. Aunque nadie quiere tampoco aparecer como responsable del fracaso de las negociaciones. El juego está en cargar el muerto sobre el adversario e intentar hacerle pagar un precio bien alto por la ruptura. Hay una solución virtual: una negociación rápida y definitiva de fronteras que permita a los israelíes seguir construyendo pero ya sólo en las colonias que se incorporarán a su territorio. O una inmediata crisis de Gobierno que desalojara al extremista Lieberman e incorporara a la centrista Kadima con Tzipi Livni a un Gobierno preparado para hacer la paz. Netanyahu podría presidirlo. La experiencia demuestra que son los duros quienes tienen finalmente márgenes para hacer concesiones y aguantar los ataques y críticas de los más radicales de su bando. El actual punto muerto, con la moratoria de los asentamientos liquidada y los colonos en plena exhibición de su voluntad constructora, termina el próximo lunes, en El Cairo, donde el presidente Abbas pedirá el apoyo de los 22 Estados de la Liga Arabe, comprometidos a reconocer a Israel a cambio del regreso a las fronteras de 1967. Entonces sabremos si hay futuro para las actuales negociaciones patrocinadas por Obama. Si no lo hay, se abrirá inmediatamente otra pugna y no será entre Israel y el Gran Israel, sino entre un Gran Israel judío sin derechos para los palestinos o un Estado binacional en el que todos gocen de los mismos derechos.

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30 de septiembre de 2010
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El pudor y la prudencia

He ahí la síntesis y clave de todo: el pudor y la prudencia. Finalmente creo que me toca hoy escribir aquí sobre el libro que acabo de fabricar a dos manos con Javier Solana y sobre Javier Solana. Y esas dos palabras pronunciadas por Jorge Semprún me dan el escabel donde encaramarme en este comienzo. El pudor y la prudencia definen la trayectoria y la actitud de Javier Solana en sus sucesivas responsabilidades políticas, que le han conducido a trenzar una trayectoria única en la historia contemporánea de España. Y el pudor y la prudencia definen también sus respuestas y su actitud ante las decenas de preguntas mías con que le he bombardeado durante las casi veinte horas de conversaciones que hemos mantenido para escribir ?Reivindicación de la política. Veinte años de relaciones ?internacionales?, que tal es su título.

Ayer lo presentamos en la Biblioteca Nacional de Madrid, con Semprún, que ha sido mucho más que un ministro de Cultura de un Gobierno socialista, y con Felipe González, que está demostrando todavía ser mucho más que un ex presidente del Gobierno, siendo ya muy difícil ser un buen ex presidente del Gobierno como lo es él. González abordó la clave del asunto con otro tipo de síntesis, en forma de contraposición. Solana es erasmista en vez de maquiavélico. No voy a entrar en detalles ni explicaciones y será el lector quien saque las consecuencias de tales conceptos. Sí puedo decir, por mi parte, que pude hacer y creo que le hice a Solana todas las preguntas que debía hacerle, incluidas las impertinentes a las que todo periodista está obligado. Solana recordó que fue Semprún quien le introdujo en la cultura centroeuropea y concretamente le hizo leer ?La cripta de los capuchinos? de Joseph Roth. González apuntó también que nada le había ayudado a entender mejor los Balcanes que ?Un puente sobre Drina? de Ivo Andric, que bien pudo leer por recomendación de Semprún. Todo esto me hizo pensar, mientras charlábamos sobre el libro, en el papel que ha jugado Jorge Semprún, el escritor francés y español, el militante comunista y el disidente, el intelectual y el político, en la educación democrática y europeísta de las nuevas generaciones de españoles que llegaron a la vida pública a partir de los años 70. Necesitaría algo de tiempo y mucho más espacio que el de un blog para desarrollar estas ideas, pero sólo quiero ahora mencionar un detalle, como una piedra blanca en el camino. España siguió viviendo durante el franquismo e incluso en parte la transición de espaldas a Europa y al mundo, y sobre todo, de espaldas a una experiencia primordial para sentirnos europeos en toda su profundidad y dramatismo. Semprún es quien rompe este aislamiento y establece un hilo rojo entre nuestra democracia y el europeísmo a través de su experiencia en los campos nazis y sus reflexiones sobre el Holocausto de los judíos de Europa. Gracias Jorge.

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29 de septiembre de 2010
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Herramientas de antaño

El escaparate del nuevo reparto de poder es la escena internacional, con sus momentos estelares significativos, en los que vemos desfilar a los rumbosos nuevos agentes mundiales y captamos los gestos de preocupación de quienes tenían hasta ahora el monopolio de las decisiones que nos afectaban a todos. Ahí están las reuniones del G20, las cumbres sobre cambio climático, las grandes negociaciones internacionales de paz y de desarme, o las citas del Hollywood de la política internacional que es Nueva York en septiembre. Pero detrás del escaparate, en los rincones más oscuros, también se reparten de nuevo las cartas. Los cambios geopolíticos y los desplazamientos de poder se están se producen en los grandes espacios al igual que en los patios domésticos.

Los sindicatos de clase han sido un agente muy poderoso e influyente en la Europa del siglo XX y, sobre todo, en la configuración del Estado de bienestar que constituye una de las características de las sociedades europeas. Ha sido históricamente decisivo su papel en la formación y consolidación de los partidos socialdemócratas --ahora en caída libre--, asociados a su paso por los gobiernos y a la huella profundísima que han dejado en las políticas sociales y de solidaridad. Ahora mismo han revelado una vez más un resto de fuerza política en Reino Unido: han sido los votos sindicales los que han decantado la elección de Ed Miliband como líder del Labour en vez de su hermano David, más centrista. Pero no nos engañemos. Esas organizaciones europeas de encuadramiento obrero y defensa de los intereses de los asalariados pertenecen a otra época. La clase obrera se ha ido diluyendo en el mundo globalizado, erosionada hasta su desaparición por la deslocalización industrial que ha trasladado los puestos de trabajo desde las cuencas europeas hasta las aglomeraciones chinas, y por la automatización de la producción, que ha convertido enteras ramas de empleo intensivo en silenciosas plantas conducidas por ingenieros. En la intemperie de la globalización han aparecido dos nuevas clases sociales sin apenas defensa sindical: los parados fabricados por las crisis tecnológicas, las deslocalizaciones y las recesiones como la que terminamos de atravesar ahora; y los inmigrantes que huyen en masa de la miseria y el hambre de los países vecinos. La huelga general, noble y utilísima herramienta de la lucha de clases clásica, constituye hoy un enigma de difícil comprensión para las nuevas generaciones educadas en el teletrabajo, la multiculturalidad y el individualismo: tiene poco o nada que ver con la realidad de la estructura productiva actual. Como instrumento de acción política es también de dudosa eficacia, sobre todo cuando se esgrime ante gobiernos que ya han cedido la parte sustancial de la soberanía nacional en políticas monetarias y económicas. Queda sólo su valor simbólico o emblemático, como envite de los sindicatos ante el nuevo reparto de poder que se produce en el mundo, esta vez puertas adentro. Los sindicatos históricos de la gloriosa y desaparecida clase obrera quieren estar en el nuevo mapa que estamos trazando entre unos y otros. Este mundo nuevo que está surgiendo también necesitará gente y organizaciones que pugnen por los derechos de los trabajadores, por la solidaridad y por la justicia, no hay duda. La duda sobreviene cuando nos planteamos si servirán aquellas nobles y antiguas herramientas o si serán incapaces de adaptarse y defender a las nuevas clases desposeídas con la misma eficacia e intensidad que lo hicieron con la clase obrera clásica. Algo de esto está en juego en la huelga general, otra vieja herramienta, convocada en España este 29 de septiembre. En ella los sindicatos dilucidan su poder y su destino.

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28 de septiembre de 2010
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Los okupas atacan de nuevo

Nunca se han quedado quietos. Un buen okupa sólo da sentido a su vida si sigue okupando. Diez meses de tregua, aunque fuera parcial, no podía crear más que intranquilidad y malestar entre estos personajes guiados por un sentido de la equidad y de la justicia invertido. De manera que ayer a las seis de la tarde, las doce para ellos, celebraron a lo grande la reanudación de sus actividades. Centenares de nuevos proyectos de okupación se pondrán en marcha a partir de ahora, mal les pese a los propietarios y titulares de los territorios okupados, en abierto desafío a lo que todo el mundo les pide.

Esos okupas son muy especiales. Los que solemos conocer en nuestras ciudades son gentes de pocos medios, que se introducen en casas desocupadas, por lo común pertenecientes a a propietarios sobrados de medios y de viviendas. No suelen contar con medios económicos para sufragar obras ni para hacer reparaciones. Y sufren, por supuesto, la hostilidad de las autoridades: los policías que los desalojan, los jueces que les condenan, los bomberos que luego desinfectan, clausuran y tapian los edificios. Están fuera de la ley y como a tales todo el mundo les considera. Los okupas sobre los que hoy escribo, en cambio, son distintos. En primer lugar, ellos son los pudientes en comparación con la pobreza y la precariedad de los propietarios legítimos. No se meten en casas desocupadas, sino que hacen exactamente lo contrario: procuran que los habitantes se vayan para colarse en sus casas y establecerse allí de por vida. Tienen todos los medios económicos que quieren: donaciones de fundaciones internacionales y ayudas públicas del propio Estado, que gasta más en ellos que en los ciudadanos normales y pacíficos que no se dedican a okupar las casas de los otros. Suelen contar, incluso, con la protección del ejército y se da el caso incluso de que lo tienen infiltrado de okupas empeñados en defender sus okupaciones antes que la seguridad nacional. Estos, como los otros, están fuera de la ley y sus actos de okupación son jurídicamente ilegales, moralmente incalificables y políticamente perjudiciales para la paz en el país y en la región, pero todo esto a ellos les importa muy poco porque aseguran con todo el aplomo que un contrato milenario otorgado por la divinidad en la que ellos creen les concede a ellos y sólo a ellos la propiedad sobre el país en el que viven los propietarios con títulos civiles de estas tierras. Pero su máxima ventaja es que, además, tienen un buen montón de ministros en el propio Gobierno de su país. Es insólito pero así es: se trata de un Gobierno de okupas, presidido por un primer ministro que con diez meses de suspender la okupaciones se da por satisfecho. Lo más gracioso del caso es que este primer ministro asegura que está negociando con los propietarios una fórmula para que los okupas desalojen algunas okupaciones y les dejen algo de espacio para vivir decentemente en su casa. Pero un gobierno de okupas no puede negociar nada, ni siquiera algunas pequeñas desocupaciones, sin cejar en su actividad, la actividad que le da sentido, que es seguir expoliando propiedades a los únicos propietarios legítimos. Todo tiene su lógica cuando el interés más material y egoísta se sitúa en perfecta sintonía con el nacionalismo excluyente y con un Dios intervencionista que concede títulos de propiedad. Nada hay más sencillo y popular que una patria bendecida por los cielos que además te subvenciona la vivienda y te da de comer. Una gran causa al servicio de la causa más miserable.

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27 de septiembre de 2010
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El aprendizaje de la decepción

Lo sorprendente, en la vida y en la política, no es la decepción, que se repite una y otra vez, sino la ilusión previa que la provoca. Nos extrañamos de nuestra capacidad para agarrarnos a cualquier quimera, pero en cuanto reflexionamos un poco percibimos que se trata casi de un mecanismo instalado en nuestra naturaleza. Tropezar en la misma piedra es mucho más que un destino fatal: forma parte del instinto de supervivencia. Una humanidad siempre escéptica y deprimida se hundiría en el embrutecimiento y en la inacción. Esos momentos de exaltación por cambios que no se producirán tal como los hemos soñado son imprescindibles para que se produzcan otros cambios mucho más modestos y prácticos.

Una buena crisis económica no es tan solo la oportunidad para efectuar grandes cambios: también es el tiempo idóneo para la caída de los ídolos. El caso más resonante, aunque no sabemos si definitivo, es el de Barack Obama. También es el que permite mayor riqueza de matices. Las caídas de Zapatero o de Sarkozy, siendo igualmente espectaculares e irreversibles, tienen menos trascendencia, por la inferior enjundia de los personajes y el menor peso y tamaño del poder de sus respectivos países. Con Obama podemos atender a un primer argumento: la falta es nuestra, del público que ha creado las expectativas excesivas que luego quedaron desmentidas. Pero tiene mayor interés un argumento más sofisticado y subjetivo: fue el propio Obama quien nos avanzó una visión del mundo ilusoria y sobre ella se proyectaron los deseos de la gente. Lo ha señalado Walter Mondale, vicepresidente con Jimmy Carter, que publica sus memorias estos días y ha reprochado a Obama su excesiva confianza en una política más transversal y pospartidista, superadora del sectarismo y de la estrechez de miras de los partidos. Entre las expectativas de unos y las ilusiones de otros hemos dibujado el mito de una nueva era histórica sobre la que está cayendo un chorro de agua fría. Sucede ahora con el mundo lo que ya nos ha sucedido justo un peldaño antes con la unidad europea, que iba a superar los Estados nacionales y nos iba a catapultar como una superpotencia benéfica en el nuevo mundo multipolar. Nada de esto ha ocurrido: los Estados nacionales regresan, a pesar de su escasa funcionalidad, y la capacidad europea para jugar en el mundo no aparece por ningún lado. Tampoco termina de arrancar la nueva era de cooperación multilateral bajo liderazgo americano, revertida más bien en una época de inseguridad occidental y de desplazamiento del poder hacia Asia. A menos que Mondale no tenga razón y Obama, en vez de asemejarse a Jimmy Carter, presidente de un solo mandato, se reinvente como líder mundial y vuelva a levantar en los dos años que le quedan las ilusiones perdidas durante los dos primeros de su presidencia.

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26 de septiembre de 2010
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Otro Obama, por favor

Obama se sumerge estos días por segunda vez como presidente en la enorme feria de vanidades políticas en que se convierte Nueva York cada año en el tránsito del verano al otoño. La ciudad de Woody Allen se llena de gobernantes y políticos de todo el mundo, incluidos enemigos declarados de Washington, como el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, convocados por la Asamblea General de Naciones Unidas, que celebra su sesión plenaria anual. La ocasión suscita un número infinito de iniciativas, conferencias de prensa y encuentros paralelos, en los que confluyen las agendas de los poderosos de este mundo y movilizan a millares de diplomáticos y periodistas. Pocas cosas suceden en el mundo de la diplomacia y la política mundiales durante estas jornadas que no sean las que se celebran en la que es más que nunca la capital del mundo globalizado.

Hace un año el presidente de los Estados Unidos anunció ante los delegados de la ONU una nueva era de compromiso con el mundo y de cooperación internacional. Fue la ruptura formal con la etapa de Bush, un presidente que amenazó a NNUU con la irrelevancia si no secundaba su guerra preventiva y situó a un radical como John Bolton de embajador con el objetivo de boicotear la modernización de la institución que proponía Kofi Annan. Los embajadores de EEUU en la organización multilateral parecen afectados por una cierta tendencia a la hipérbole. Bolton declaró que no le importaría que el edificio de Manhattan perdiera diez pisos. Pero la actual, Susan Rice, ha dicho en vísperas de esta reunión que ?se ha terminado el innecesario aislamiento de EE UU?. El balance internacional entre ambas asambleas es más propio de una era de mediocridad que de la cooperación que Obama deseaba hace un año. Lo demuestran el fracaso de la cumbre del Clima en diciembre de 2009 en Copenhague, los desacuerdos sobre cómo salir de la crisis en el G-20 en Toronto, la negociación por separado con Irán de dos miembros del Consejo de Seguridad como Brasil y Turquía o la lenta y dificultosa marcha de las negociaciones de paz en Oriente Próximo. Henry Kissinger describió los primeros pasos de Obama como la partida de simultáneas de un gran maestro de ajedrez. La metáfora era atractiva para aquel arranque brillante, pero ahora es deprimente ante las tablas perpetuas y la falta de victorias nítidas, por no contar las partidas de pésima resolución como la guerra de Afganistán. Obama ha querido liderar el mundo de forma distinta, con escasa exhibición del poder militar, más diplomacia y más multilateralismo, pero el mundo no parece acomodarse. Como ya adelantaron sus enemigos en la campaña presidencial, tomando causa por efecto, la política exterior de EE UU se está convirtiendo en la de un líder en declive, que se conforma ante un enorme desplazamiento de poder a nivel mundial hacia el sur y hacia Asia. Hasta hace un año era posible atribuir a Bush el origen de la decadencia: nadie hizo más para desprestigiar y debilitar la posición de EE UU en el mundo. Ahora, aunque nada haya variado en las causas de estos efectos, Bush queda demasiado lejos para seguir atribuyéndole los defectos del actual liderazgo. El presidente que hoy hablará ante la Asamblea de la ONU llega en el peor momento de su mandato. De esta misma semana es la interpelación en una reunión con ciudadanos de una señora afroamericana, que se identificó como clase media, y le manifestó: ?Estoy cansada de defenderle a usted y a su Administración y muy enfadada con el punto a dónde hemos llegado?. Los efectos de la crisis sobre el mercado laboral son enormemente corrosivos para el presidente, que se enfrenta dentro de poco con unas elecciones legislativas en las que probablemente perderá toda libertad de movimientos y que incluso pueden conducir a la paralización de la Administración. Es lo que se han propuesto los republicanos, que quieren repetir la maniobra del Nuevo Contrato para América de 1994, que dejó a Bill Clinton sin márgenes. El magnetismo del terremoto electoral que se prepara está induciendo numerosos cambios, que afectan incluso a la Casa Blanca. Cambia el equipo económico, puede cambiar el de seguridad y también se va el jefe de Gabinete. De las legislativas no saldrán únicamente dos cámaras modificadas, sino un nuevo rumbo presidencial. Obama II puede que no tenga margen alguno para la política doméstica y se vea abocado a la internacional, donde ya se han visto las dificultades conque seenfrenta. Obama I, el primer afroamericano que llega a la Casa Blanca, ya es un hito histórico, por más que la extrema derecha intente derribarlo con munición racista y xenófoba. Pero el Obama definitivo será el que empiece de nuevo en noviembre e intente repetir su victoria presidencial en 2012. A partir de entonces habrá que ver si Obama I será además el zócalo sobre el que se alzará un Obama II realmente transformador o sólo quedará al final un nuevo sueño desvanecido.

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23 de septiembre de 2010
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La puerta de salida

Primero hay que encontrar la salida. Después abrir la puerta. Puede que se haya atrancado y que no sea sencillo franquearla. Y luego habrá que ver qué nos encontramos al salir a la calle. Entonces deberemos hacernos cargo de cómo son las cosas una vez estamos a plena luz y podemos tomar la exacta medida de los cambios que se han producido desde que entramos en el cuarto oscuro de la crisis hasta que conseguimos superarla.

No hay cuentas claras sobre los ritmos y los tiempos. De momento, sabemos con exacta precisión las cuentas de la recesión. Pero la recesión sólo es una parte, la estadísticamente más evidente, de una crisis económica de caballo como la que estamos pasando. La oficina económica del Gobierno de Estados Unidos encargada de vigilar el comportamiento de la economía ha anunciado oficialmente, con más de un año de retraso, que ha terminado y que lo ha hecho hace ya más de un año. Ha sido la contracción más larga de la economía norteamericana desde la Gran Depresión de los años 30: 18 meses seguidos de crecimiento negativo, desde diciembre de 2007 hasta junio de 2009. Pero el fin de la recesión no significa, ni mucho menos, que terminen sus efectos, sobre todo en puestos de trabajo perdidos que tardarán mucho en recuperarse; ni tampoco que se haya aventado el peligro de ?double dip?, la recaída, aunque el NBER (Nacional Bureau of Economic Research) ha decidido que a efectos de sus frías observaciones este segundo tropezón tan temido contaría como una nueva recesión. La recesión puede haber terminado. Puede, y ojalá que así sea, que no tenga un efecto clónico. Pero la crisis no ha terminado. La de la Gran Depresión no se dio por terminada hasta que empezó la Segunda Guerra Mundial, y sucedió porque la contienda transformó el mundo. Esto no significa que ahora debamos esperar a otra guerra para que la crisis termine, pero sí que debemos esperar una transformación drástica del mundo que hemos conocido hasta ahora, transformación que en muchos aspectos ya ha empezado. Esta es la crisis de fondo que alienta bajo la crisis meramente económica, y que ha empezado a tener expresión bien clara en la redistribución de poder mundial que ha empezado a manifestarse en los dos últimos años. La crisis está poniendo ya a prueba a todos los gobernantes occidentales. Las facturas políticas y sobre todo electorales serán severas. Es difícil pedir a los ciudadanos golpeados en sus vidas con pérdidas de renta, aumento de la inseguridad vital, disminución de servicios que crean a los políticos que les han llevado a las urnas con la esperanza de un cambio decisivo. Pero no quedarán aquí las cosas. Primero habrá que sobrevivir a las contiendas electorales, algo que algunos quieren hacer de la peor manera posible, es decir, renunciando a los valores y programas que han defendido hasta ahora. Pero, además, no bastará con sobrevivir políticamente de forma decente, sino que habrá que estar preparado para situarse en el paisaje político y social de después de la crisis. Al final, sólo lo harán los que hayan sabido capear inteligentemente el día a día de la crisis sin dejar de preparar a la vez el futuro. Y esto valdrá, probablemente, no tan sólo para los políticos, sino también para los profesionales y las empresas.

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22 de septiembre de 2010
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Píldoras amargas

Habrá que tragar esas píldoras amargas y habrá que hacerlo quizás con los trucos y engaños que se usa con los niños para que no lloren mientras ingieren las medicinas desagradables. Esas píldoras son exactamente todo lo contrario de lo que nuestras sociedades quieren, pero todos saben, incluidos los ciudadanos que se paran a pensar, que no hay más remedio que tomárselas. Más inmigración, aunque mejor gestionada y seleccionada, para compensar la caída demográfica, cubrir las enormes necesidades de mano de obra que se generarán en los próximos decenios y garantizar incluso el mantenimiento de un mínimo Estado de bienestar. Más impuestos, también mejor calibrados y distribuidos para no perjudica a las clases productivas, para cubrir los déficits públicos, sanear la economía y satisfacer las necesidades en inversiones que mantengan la competitividad de nuestras sociedades. Y más Europa, más integración europea y más traspaso de soberanía, para contar y pesar en las grandes decisiones y negociaciones que se producen en la nueva timba del poder mundial donde se acaba de repartir cartas mientras los europeos nos hallábamos distraídos ocupados en nuestras cosas.

No será fácil. De momento, las píldoras del doctor Futuro están dando energías y votos al populismo de extrema derecha que está ascendiendo en toda Europa y acaba de hacer su entrada en el parlamento de Suecia, la patria de la socialdemocracia y el país que había inventado en modelo más evolucionado de Estado de bienestar y de redistribución de la renta. Los populismos lo quieren todo: mantener las ventajas sociales sin aumentar impuestos ni admitir inmigrantes, y por eso se hallan en fase ascendente, especialmente entre las capas de la población más desfavorecidas y también las clases medias más golpeadas por la crisis. Sustraen clientela de los viejos electorados izquierdistas, incluidos los restos de lo que hace medio siglo fue la clase obrera. No es una casualidad que el ascenso de esa extrema derecha xenófoba y antieuropea se produzca en paralelo a la ruina del último baluarte de la izquierda, la vieja socialdemocracia europea, en retroceso en todo el continente. No es que la derecha clásica se encuentre en una situación muy boyante. La ruina ha alcanzado a todas las ideologías, de forma que al final triunfan los más pragmáticos y desideologizados, capaces de convencernos para que nos traguemos las píldoras. La socialdemocracia supo hacerlo en algún momento: véase el caso de Gerhard Schroeder, que fue quien empezó las reformas del Estado de bienestar en Alemania. Pero ahora son los partidos de centro y de derecha, sobre todo los moderados, los que tienen la mano; con la particularidad de que en muchos casos hacen ellos mismos políticas socialdemócratas aunque estén ajustando a la vez el Estado de bienestar característico de la socialdemocracia: también Alemania aporta el ejemplo, con el caso de la señora Merkel. La derecha clásica también nota los efectos del populismo, hasta el punto de sufrir su atracción fatal, como sucede en Francia, o llega a fundirse con él, como ha sucedido en Italia. La moda ahora es meterse con la izquierda. Caído el árbol, hay que hacer leña. Si no se le atribuye directamente la causa y culpa de los populismos se le hace culpable por inacción y por falta de respuestas ante este ascenso. Nada que decir si se trata de un debate sobre el pasado, pero si hablamos del futuro tiene más interés atender a la evolución de los Gobiernos de derecha y de centro derecha, la mayoría, que a veces se sienten tentados a utilizar el envoltorio de los populismos para hacer tragarnos las píldoras amargas. En algunos es de temer, incluso, que se utilice la demagogia extremista únicamente para mantener la popularidad y el poder sin llegar ni siquiera a las píldoras, es decir, las reformas que nuestras sociedades necesitan. Este es el camino en el que se encuentra la Francia de Sarkozy. A poco que se descuide el hiperpresidente se quedará sin reformas modernizadoras y sin valores republicanos. Y también, naturalmente, con una presidencia arruinada.

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21 de septiembre de 2010
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¿Errar con Reding o acertar con Sarkozy?

La vicepresidenta de la Comisión Europea, Viviane Reding, no tiene razón. "Creía que Europa no volvería a conocer situaciones de este tipo después de la Guerra Mundial", declaró cuando supo que las expulsiones colectivas de gitanos rumanos eran fruto de una orden escrita del Gobierno francés. Pero su equivocación no es la que le han atribuido Sarkozy y los suyos. No es la primera vez después de la II Guerra Mundial que grupos humanos son expulsados por el solo y único delito de ser quienes son. Así sucedió en los Balcanes en la década de 1990, hasta llegar al genocidio. Así sucedió en Francia en los cincuenta, cuando ser argelino podía comportar la detención y a veces consecuencias peores. Y así ha sucedido en otros países, donde grupos de inmigrantes se han convertido de pronto en reos por el color de su piel, su religión o sus costumbres.

Nadie, sino el ofendido Sarkozy y sus aduladores, ha evocado el holocausto judío. Muchos, en cambio, han recordado que el mecanismo común en las políticas racistas y xenófobas, que los nazis llevaron a sus más extremas y criminales consecuencias, es designar como chivo expiatorio a un grupo humano débil y pobre; utilizarlo, además, como válvula de escape ante las dificultades económicas, el paro y la inseguridad que unos gobernantes incapaces no han sabido enfrentar, y traducirlo en forma de atribución de una responsabilidad colectiva, que tiene luego el correspondiente castigo también colectivo.  La razón de Sarkozy, maquiavélica y perversa, ha consistido en magnificar la supuesta ofensa como método de defensa. Con un objetivo: que nadie discuta su orden verbal en su discurso de Grenoble del 30 de julio, ni la circular posterior del Ministerio del Interior, designando a los gitanos rumanos para su expulsión colectiva, y todo se centre en el honor de Francia, el derecho soberano de su Gobierno a realizar sus políticas de inmigración o el trato que merece un grand pays por parte de las instituciones europeas. La señora Reding pudo equivocarse en sus palabras: la frontera de la Guerra Mundial no era tan nítida. Pero no se equivocó en nada más. Incluso en la expresión a la que Sarkozy se agarró como una ofensa hay un acierto pedagógico para las nuevas generaciones de esta Europa en la que no para de crecer la extrema derecha, mientras se diluye la conciencia de los tiempos en que el entero continente se hallaba sometido a una fiebre genocida. Tampoco se equivocó al apelar a los deberes de la Comisión Europea como guardiana de los tratados. Sarkozy ha vulnerado el Tratado de Lisboa, tanto en lo que afecta a derechos que recoge su carta de derechos fundamentales como a la libertad de circulación. Ni siquiera se equivocó en el tono de indignación con que reaccionó ante la mentira y el ocultamiento de las autoridades francesas, y su escasa consideración con la Comisión y también con el Parlamento Europeo, que pocos días antes había condenado las expulsiones. Hay que situar las cosas en su nivel más elemental. Es obvio que hay un problema de migraciones dentro de la UE ampliada a 27. Pero la campaña contra los gitanos rumanos es fruto optativo del cálculo electoral de Sarkozy, que quiere cerrar el paso a la eventual marea ultra que pudiera levantar Marine Le Pen con vistas a las elecciones presidenciales de 2012. Hay pocos países en Europa donde la decisión de una sola persona, en función de sus meros intereses personales, pueda pasar por encima del Gobierno, el partido de la mayoría y las instituciones. Este tipo de comportamiento tiene que ver con los poderes que tiene el presidente francés y todavía más con los que Sarkozy se toma por su cuenta. Este singular personaje ha recibido la solidaridad gremial de sus colegas del Consejo Europeo, pero su actuación y su reacción han sido profundamente antieuropeas. En el plano moral, erosiona y trivializa los valores fundacionales europeos; en el jurídico, vulnera los tratados, y en el político, reivindica la intangibilidad de Francia y la sitúa por encima de los otros socios, de Europa y de sus instituciones. Mejor equivocarse con Reding que acertar con Sarkozy.

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20 de septiembre de 2010
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El Boomeran(g)
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