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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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El ciego es rey

No nos basta con el tuerto. Ve demasiado. Hay que poner directamente al ciego al frente, para segurarnos que hemos tomado exactamente el recorrido más difícil y errado. Es lo que sucede con la presidencia semestral de la Unión Europea desde que entró en funcionamiento el Tratado de Lisboa, el 1 de diciembre de 2009, tres a estas alturas, la española en el primer semestre de 2010, la belga en el segundo y la húngara, que ahora empieza, en la primera mitad de 2011.

El primer semestre de la presidencia española empezó con la crisis y el persistente negacionismo del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ya no sobre su existencia, sino sobre sus efectos en la economía española; y terminó en propiedad aquella noche del 9 de mayo en que fue la UE en su conjunto, con Alemania al volante, la que tomó las decisiones drásticas a las que no se había atrevido nadie en España. El trimestre belga ha sido notable. Bélgica no tiene gobierno desde el 26 de abril de 2010 y ha conseguido atravesar su entera presidencia sin tenerlo todavía. Los resultados de las elecciones de 13 de junio obligaban a gobernar juntos a dos partidos casi metafísicamente incompatibles, como son los socialistas valones y los nacionalistas flamencos de la Nueva Alianza Flamenca, o a buscar una fórmula de gobierno mucho más difícil en un parlamento cuarteado y dividido. La amenaza de secesión ha crecido durante la presidencia europea, con no poca ironía: cada presidencia parece ejemplificar lo contrario de lo que debe hacer, en este caso la ausencia de gobierno para gobernar Europa y la falta de consenso y el separatismo para promover la unidad europea. Faltaba el caso de Hungría para poner las cosas todavía más difíciles. El gobierno derechista de Viktor Orban se estrena como presidente europeo con la aplicación de una ley sobre medios de comunicación, que introduce controles y censuras insólitas hasta ahora en territorio de la UE. Prevaliéndose de una victoria electoral arrolladora, que ha dado a su partido Fidesz más de los dos tercios del parlamento, Orban está gobernando a su aire, tentado por políticas populistas y antieuropeas. En 1993 la UE fijó las condiciones para el ingreso de nuevos miembros, en previsión de una oleada que incluyó a Hungría. Eran tres los criterios fijados en la cumbre de Copenhague: la preservación de los derechos humanos y de la democracia; el funcionamiento de la economía de mercado; y la aceptación del entero acervo legal de la UE. No es seguro ahora que Hungría pudiera cumplirlos. No es el único país que tendría dificultades para pasar aquel examen. Pero probablemente tampoco lo pasaría la UE considerada en su conjunto como un país.

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2 de enero de 2011
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Maquiavelo oriental

Es una mina inmensa. De tamaño y valor bien ciertos, pero dimensiones desconocidas. Hay filones de calidades y tamaños diversos ya explotados, al menos parcialmente. Luego están los filones que queda por conocer. Por más que muchos Gobiernos hayan querido minimizar el valor de los hallazgos más singulares, es abundante el número, calidad y tamaño de las piedras preciosas encontradas hasta ahora. Nadie ha hallado, es verdad, la piedra filosofal, ni el secreto del poder mundial. Nadie ha obtenido la revelación capaz de darle la vuelta a la historia del mundo. Pero estos son fruto de meras expectativas exageradas, que han contribuido objetivamente al posterior efecto minimizador. La mera revelación, y su proporción, es el acontecimiento que en sí misma lleva a cambiar muchosparámetros de la diplomacia, el blindaje de los secretos e incluso puede alcanzar a la jurisprudencia sobre la persecución de los responsables.

Uno de los mejores filones abiertos por los Cables del Departamento de Estado que Wikileaks ha desvelado son las informaciones que nos ofrecen sobre el conjunto del mundo árabe, desde Marruecos hasta Irak, área temática que se puede ampliar geográficamente hasta los confines del Gran Oriente Próximo en la frontera indo-pakistaní. Lo que nos cuentan los cables acerca de los regímenes de estos países es devastador, tanto sobre los niveles de corrupción y saqueo de las arcas pública, como de la benevolencia interesada y corruptora de los países occidentales, acomodados a unos déspotas que les tienen amarrados fundamentalmente por la energía. Alguien podrá decir de nuevo que todos lo sabíamos. Será entonces que lo habíamos olvidado o veníamos actuando fingiendo que lo habíamos olvidado. La muestra más extrema del maquiavelismo oriental practicado por estos regímenes nos la ofrece el conjunto de cables que se refieren a las reacciones suscitadas por la publicación de las caricaturas de Mahoma por el diario danés Jylland Posten, a principios de 2006, con una reacción en cadena por parte de musulmanes de todo el mundo, ahora perfectamente documentada en cuanto a apoyos, financiación e incluso su directa organización. En Damasco, donde fueron asaltadas y destruidas cuatro embajadas occidentales, fue el primer ministro quien dio instrucciones personalmente para que los sermones del viernes en las mezquitas echaran a la gente a la calle en protesta por las caricaturas. Según contaba Maite Rico en su crónica, el régimen de Assad ??permitió que los suníes descargaran su ira?, presentándose como el ?defensor de la dignidad islámica?, mientras señalaba a la comunidad internacional que ?esto es lo que ocurrirá si permitimos una verdadera democracia y los islamistas llegan al poder?. La utilización del islamismo radical por parte de regímenes laicos como la dictadura de Assad no tiene nada de paradójico ni de excepcional. Al contrario, es un modelo utilizado a placer en toda la zona geográfica y por todo tipo de regímenes, desde monarquías como la marroquí o las de la península arábiga hasta repúblicas teóricamente democráticas como Paquistán. Con casos extremos, en que es el propio régimen el que organiza las algaradas, hasta otros más atemperados en que se reprime a los extremistas pero se les utiliza como espantajo ante los occidentales. El maquiavelismo oriental no tiene que ver directamente ni con la civilización árabe ni mucho menos con el islam. Es más probable que se trate de una fuerte tradición arraigada en una zona geográfica donde la huella del otro maquiavelismo, europeo y de raíz colonial, ha echado sus frutos incluso entre quienes no son ni árabes ni musulmanes. Un buen ejemplo lo ofrece Netanyahu, que juega a dos barajas con los extremistas de por medio en dos partidas entrelazadas, y en ambas con idéntica habilidad a la hora de sacar provecho de la polarización: con el extremismo palestino de Hamas, para demostrar que no hay un interlocutor palestino con fuerza y representatividad, y con los colonos, cuya actividad hipoteca cada vez más la negociación del territorio. Este filón nos señala que algo se está haciendo terriblemente mal desde Europa y EE UU respecto a estos regímenes y a toda la zona, Israel incluido. Es evidente que la derecha europea, los partidos populistas antislámicos e incluso el propio Vaticano con su política de competencia y contención del islam han venido a echar más aceite en este fuego, alentando el choque de civilizaciones con tal torpeza que se ha terminado perjudicando muy seriamente incluso a los cristianos de Oriente, víctimas también dobles, de una jerarquía católica que ha perdido su sentido político y de unos regímenes despóticos que los utilizan como víctimas propiciatorias lanzadas como pasto de las peores pasiones de los fundamentalistas. Pero tampoco lo han hecho mucho mejor quienes preconizan políticas de apaciguamiento, bien fácilmente manipulables por el Maquiavelo oriental.

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30 de diciembre de 2010
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El mapa del poder mundial que trajo 2010 (y 2)

La nueva versión de Obama que nos ha proporcionado este 2010 es la otra cara de este nuevo paisaje del poder planetario. El político que encandiló al mundo en 2008 con su campaña electoral y su fulgurante victoria presidencial ha alcanzado el meridiano de su mandato en noviembre de 2010 en las peores condiciones. La debilidad interna de Obama es el exacto correlato de su debilidad exterior y de la nueva debilidad de Estados Unidos en el mundo, que se ha incubado durante toda la década pero ha hecho su explosión en 2010. El liderazgo de Washington ha entrado definitivamente en crisis, después del desgraciado canto del cisne de la presidencia de Bush con las guerras de Irak y Afganistán.

La medida de las dificultades y de la voluntad de Barack Obama la dio su reforma del sistema de salud, elemento central de su programa presidencial que debería proporcionar cobertura sanitaria a los 32 millones de norteamericanos que ahora carecen de ella. Se aprobó en marzo, con más de medio año de retraso y a costa de echar mucha agua al vino, cuando Obama todavía contaba con mayorías demócratas en el congreso. Pero el Partido Republicano quiere aprovechar su victoria legislativa en las elecciones de mitad de mandato del pasado noviembre, que deja solo a Obama frente a un Congreso en manos de la oposición, para evitar que la reforma llegue a aplicarse. La estrepitosa derrota demócrata en estas elecciones indica los escasos márgenes de acción que le quedan a Obama para las legislaciones que quería impulsar en inmigración, sistema escolar y cambio climático. Nadie le quiere ayudar desde las filas republicanas. Aunque consiguió aprobar la reforma financiera, pesa sobre su presidencia la debilidad de la economía, que todavía no crea puestos de trabajo, al final la única baza vencedora que puede exhibir un político en tiempos de crisis. En tan malas condiciones, la herencia de Bush ha vuelto a resurgir cuando apenas se cumplen dos años de su partida. Estados Unidos ha sacado este año sus tropas de combate de Irak, pero sigue enzarzado en Afganistán a pesar de la fecha de partida en 2014 marcada por el presidente. Guantánamo sigue abierto. Nada ha conseguido mover en Oriente Próximo. Peligra el frágil acuerdo de desarme nuclear con Rusia. Y son numerosos quienes no tienen recato en desafiar a Washington: estrechos aliados como Israel, enemigos como Corea del Norte e Irán o amigos como Brasil y Turquía, o incluso un poder no estatal como Wikileaks, con sus filtraciones militares y diplomáticas. No nos van mejor las cosas a los europeos. No tenemos el Tea Party, ese movimiento populista que enciende los instintos conservadores y religiosos de la América profunda, contra los impuestos, contra la intervención del Gobierno y contra los inmigrantes. Pero tenemos cosas similares e incluso peores. El mayor síntoma del declive occidental, manifestado en forma de angustia política, lo proporciona esta ebullición de partidos xenófobos que triunfan en las urnas, condicionan gobiernos y marcan sus agendas políticas con el espantajo de la inmigración islámica, convertida en amenaza existencial para la identidad europea y en competencia desleal para sus trabajadores. El poder está también cambiando de forma en Europa, donde la obligada reforma del Estado del bienestar y los recortes drásticos impuestos por la crisis está destrozando lo que queda de la socialdemocracia. Las huelgas y disturbios sociales y estudiantiles que han empezado este año en todo el continente parecen sólo el preámbulo de lo que sucederá cuando la poda social sea todavía más dura. Fácilmente la crisis de las deudas soberanas y del euro desembocará en crisis sociales y luego políticas. Estas chispas saltan precisamente en el año en que la Unión Europea iba a sentirse ya cómoda con sus recién estrenadas nuevas reglas de juego. Este ha sido el primer año del Tratado de Lisboa, que entró en vigor en diciembre de 2009, tras una laboriosa gestación y enormes dificultades y retrasos para su aprobación, casi una década entera. Hay tratado para muchos años, quizás décadas, sin nuevas y tediosas reformas como las que hemos tenido en los últimos 20 años, se decían muchos dirigentes europeos. Pero el estreno no podía llegar en momento más aciago, en plenas dificultades para la moneda única europea, que ponen en evidencia la modestia del Tratado en cuanto a coordinación de política económica y monetaria. El euro, que entró en circulación en enero de 2001 y ahora va a cumplir diez años, atravesó felizmente la década entera sin problemas hasta tropezar con esta crisis económica y financiera. Su vida tranquila y la incapacidad de los socios europeos para reformar sus tratados durante la primera década del siglo son probablemente el haz y el envés de la misma debilidad europea. Ahora el pánico por el euro se junta al cansancio reformador, dificultando de nuevo la resolución de una crisis que exigirá cambiar los tratados para dar a Europa el gobierno económico y la coordinación de políticas fiscales y presupuestarias imprescindibles para que la unión monetaria no se vaya a pique. Único consuelo: bordeando el abismo y con un euroescepticismo rampante incluso en los países hasta ahora más europeístas, en este año de crisis y de pesimismo europeo ya se han hecho muchos más pasos hacia la gobernanza económica y monetaria europea que en los diez años de vida plácida de la moneda única. Por obligación, claro está, no por gusto ni por vocación europeísta. Si esta crisis no nos mata, puede incluso engordarnos. Pero habrá que saber aprovecharla. China, que lo sabe, es quien de verdad lo está haciendo. (Este texto es la segunda y última parte del artículo publicado en el EPS de esta pasada semana. Enlace con el suplemento entero).

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29 de diciembre de 2010
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El mapa del poder mundial que trajo 2010 (1)

Un mundo desconfiado. Sin ideas ni líderes. En mitad de una crisis económica, la mayor de los últimos 80 años, que coincide con una insólita transferencia de poder desde Europa y Estados Unidos hacia Asia como no se había visto en siglos. Este ha sido el año en que se han hecho plenamente visibles los cambios del mundo unipolar de la superpotencia única hacia el mundo multipolar en que Estados Unidos tiene que negociar con los nuevos poderes emergentes y sobre todo, con China, cada vez más explícita en sus ambiciones.

Europa ya se ha eclipsado, sin voluntad de existir como tal, ensimismada en la identidad de sus viejas naciones y angustiada por las grietas de su Estado de bienestar. Estados Unidos ha perdido autoridad y protagonismo internacionales, al mismo ritmo en que los perdía su presidente Barack Obama, desposeído ya de la gracia celestial que le rodeó hasta bien entrado su primer año de mandato. Si hubiera que poner rostro a los nuevos poderes emergentes, servirían dos personajes como Luis Inacio Lula da Silva, que da el relevo en la presidencia de Brasil a Dilma Rouseff el último día de 2010, encumbrado en una nube de prestigio y admiración, y Julian Assange, el fundador de Wikileaks, que ha protagonizado las mayores filtraciones de documentos secretos de la historia, sobre las guerras de Irak y Afganistán y sobre las comunicaciones diplomáticas del Departamento de Estado, levantando una rebelión digital en todo el planeta contra su detención y contra el bloqueo de sus cuentas y de su site de Internet. Lula es la imagen misma del nuevo mundo multipolar, en el que ya no hay ninguna superpotencia imprescindible y corresponde un papel más que destacado a países como Brasil, con una demografía potente, una economía efervescente y una fuerte vocación de protagonismo regional y mundial. Assange es por su parte el emblema de los poderes informales no estatales que juegan también en el nuevo tablero, aprovechando la globalización económica y tecnológica para descubrir sus fisuras y debilidades. Son dos rostros emblemáticos y mediáticos. No es el caso de los desconocidos rostros de los auténticos poderes ascendentes, los de los nueve miembros del comité permanente del politburó del Partido Comunista de China, entre los que están el presidente del país, Hu Jintao, su primer ministro, Wen Jiabao, y quienes van a sucederles ordenadamente, si no media accidente, en 2012, cuando la quinta generación después de Mao Zedong llegue al poder, que son respectivamente Xi Jinping y Li Keqiang. Sus decisiones económicas, políticas y militares, tomadas por consenso con el más absoluto hermetismo, han condicionado la marcha del planeta más intensamente que cualquiera de los grandes e irresolutivos concilios internacionales. Su poder opaco tiene el correlato en la vistosidad y el ruido propios de una carrera de bólidos con que se están produciendo los relevos de poder este año. La aceleración es lo que más sorprende a todos. La caída de unos y la subida de otros es mucho más rápida de lo esperado. A mitad de 2010 China ha superado a Japón en producción de riqueza. Sólo Estados Unidos tiene todavía un producto interior bruto superior al chino. Al final de la década que ahora empieza, en 2020, los economistas prevén que se sitúe ya como el país con el mayor PIB del mundo. No es extraño: cuando todo el mundo desarrollado crece todavía muy débilmente y sigue destruyendo puestos de trabajo, China va lanzada por encima del 10 por ciento de crecimiento anual. Si sigue esta velocidad y el llamado ?mundo occidental? se embalsa en su crisis, el ?sorpasso? puede producirse mucho antes. China ya superó en el cómputo de 2009 a Alemania como primer exportador mundial y a Estados Unidos como primer fabricante de automóviles. Es el mayor importador de acero y cobre y el segundo de petróleo. Tiene cuatro de las diez mayores compañías del mundo. Y cuenta con dos palancas financieras que le proporcionan poder e influencia en la cambiante mesa de juego del poder mundial: su moneda, el yuan, que las autoridades chinas mantienen depreciada respecto al dólar, el euro y el yen para favorecer su competitividad y sus exportaciones; y sus reservas en deuda extranjera, que le han convertido en el mayor banquero de occidente y permitido echar una mano a los países con deudas soberanas corroídas por la crisis financiera. La prosperidad de la economía china en momentos de dificultades europeas y norteamericanas también impulsa la proyección mundial de sus empresas y de sus capitales, en importación de materias primas, inversiones directas e incluso la apertura de mercados al consumo de sus productos. Cae por su propio peso la traducción geopolítica de la red de vínculos que está estableciendo, tal como se ha manifestado en el boicot a la entrega en Oslo del Nobel de la Paz al disidente Liu Xiaobo, seguido por una veintena de países de todos los continentes. El régimen de Pequín se muestra cada vez más seguro y firme en sus posiciones políticas, en clara correspondencia a la buena marcha de su economía y a la debilidad de sus socios occidentales. (Este texto es la primera parte del artículo publicado en el EPS de esta pasada semana. Enlace con el suplemento entero).

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28 de diciembre de 2010
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El mezquino vicio de querer tener siempre razón

No busquemos resonancias entre la razón, la verdad y la democracia. Por más que puedan producirse ocasionales coincidencias, sabemos que la verdad no se somete al principio de la mayoría, que lo racional no tiene por qué ser verdadero ni la verdad racional y que democracia y razón no conducen una a la otra en todos los casos, sino más bien al contrario: con harta frecuencia sucede lo contrario.

No hace falta tampoco que le demos la razón al vencedor ni que creamos que sólo él nos ha contado la verdad. A veces gana precisamente por lo contrario. Gana quien sabe ganar, no quien tiene la razón y la verdad. Pero ni la verdad ni la razón son un consuelo para los derrotados en las urnas. Sí debieran servir como lección. La dio hace casi cien años Max Weber en un texto que periodistas y políticos deberíamos llevar en el bolsillo para releerlo con frecuencia, sólo por si acaso. Con ocasión de las derrotas y los fracasos, sin ir más lejos. Se trata de la famosa conferencia La política como vocación, donde el sociólogo desgrana los tres tipos de legitimación del poder (la costumbre, el carisma y la legalidad), señala la diferencia entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, y proporciona un retrato escasamente halagador pero muy actual del oficio periodístico. Entre los muchos argumentos enjundiosos que contiene el texto, uno parece especialmente adecuado para intentar entender la época en que nos ha tocado vivir y en especial la desconexión entre razón, verdad y democracia. Weber critica al vencedor de una guerra, que ?cediendo al mezquino vicio de querer tener siempre razón, pretende que ha vencido porque tenía la razón de su parte?. Paul Krugman, el brillante Nobel de Economía, que debe tener a Max Weber leído y subrayado como pocos, parece tener en poca estima a quienes vayan analizar en el futuro la crisis actual al señalar que ?cuando los historiadores contemplen retrospectivamente los años 2008 a 2010, creo que lo que más les desconcertará será el extraño triunfo de las ideas fallidas. Los fundamentalistas del libre mercado se han equivocado en todo, pero ahora dominan la escena política más aplastantemente que nunca?. Weber pensaba directamente en derrotas militares. Su conferencia es de 1919, pronunciada en plena indigestión de aquella derrota alemana que originó otra gran guerra. Pero lo que dice vale para cualquier otra derrota, política, electoral o ideológica, como las que podemos observar estos días. ?Ponerse a buscar después de perdida una guerra quiénes son los ?culpables? ?dice? es cosa de viejas; es siempre la estructura de la sociedad la que origina la guerra?. Y nos da, además, un apunte sobre la ética de la derrota, imprescindible para superarla con dignidad: ?una ética que, en lugar de preocuparse de lo que realmente corresponde al político, el futuro y la responsabilidad frente a él, se pierde en cuestiones, por insolubles políticamente estériles, sobre cuáles han sido las culpas en el pasado?. Los vencedores no tienen la razón ni la verdad, ni en las urnas ni en los campos de batalla. Pero no importa, porque han sabido leer la correlación de fuerzas, oler el aire del tiempo, emplazarse en el lugar adecuado para sacar ventaja y ganar la contienda, sea bélica o sea electoral. Los vencidos, en cambio, es muy posible que tengan toda la razón y toda la verdad, pero no les sirven para nada. Al contrario, nada mejor que la razón y la verdad de los otros, de los vencidos, para asentar los triunfos de quienes los han derrotado. En el más leve de los casos, la victoria es la oportunidad que tiene el vencedor de cortar y repartir la tarta. El auténtico vencedor se queda con los despojos de la batalla, que cuando son políticas incluyen las ideas, los programas e incluso los valores, es decir, la razón y la verdad de los vencidos, para hacer con ellos lo que le convenga: tirarlos o incluso devorarlos y asimilarlos. Los vencidos tienen pocas opciones. Una de ellas es subirse al carro de quien les ha derrotado. El resto son cuentos de viejos (seamos algo más correctos que Max Weber en su tiempo).

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27 de diciembre de 2010
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Los del 68 empiezan a jubilarse

Nadie ha pautado mejor los relevos generacionales que la sociología norteamericana. Según una de las más destacadas instituciones de investigación social estadounidense, el Pew Research Center (PRC), el primer día de 2011 se producirá un acontecimiento generacional de resonancias históricas: el más viejo de los miembros de la Generación del Baby Boom cumplirá 65 años, todavía edad de jubilación en muchos países. Con tal motivo, la institución ha publicado un retrato sociológico de esta cohorte de edad en Estados Unidos que no tiene desperdicio. Los babyboomers de la otra orilla del Atlántico son los sesentayochistas europeos, la última generación que tuvo pretensiones de transformar el mundo y a la que desde hace un tiempo se quiere endosar buena parte de las culpas por los desastres de nuestra época, desde el individualismo y la crisis de valores hasta el multiculturalismo y el declive occidental.

Los babyboomers sesentones creen que son exactamente nueve años más jóvenes y hasta los 72 no consideran que empiece la vejez. Tanto optimismo cronológico no se corresponde con su sentimiento vital: son los más pesimistas e insatisfechos de todos los grupos de edad respecto a sus vidas y a la marcha de su país. Probablemente así eran cuando tenían 18 años. Pero ahora se sienten más afectados por la actual crisis ?la Gran Recesión le llama el Pew? que sus padres, pertenecientes a la Generación Silenciosa y nacidos durante la Gran Depresión. Como siempre ha sucedido, los del 68 se han hecho muy conservadores. Votaron más a Obama que McCain, aunque por poco, pero en las últimas elecciones legislativas sus sufragios fueron mucho más republicanos que demócratas. Pero todavía son más progres, menos religiosos y más tolerantes que sus padres y no ven sus relaciones con los más jóvenes en términos de conflictos generacionales. De hecho, con quienes sintonizan mejor es con la generación del Milenio, los que llegaron a la mayoría de edad a partir del 2000. Los babyboomers, hijos de la abundancia, se encuentran ahora con la Gran Recesión que les despide de su vida laboral. También en esto sintonizan con quienes encuentran el paso cerrado a su incorporación al mundo del trabajo, como les sucede a los milenios. La llegada de la entera generación de los babyboomers a la edad provecta cambiará la sociedad estadounidense, que se hará más gris: en 2030 un 18 por ciento tendrá más de 65 años, en vez del 13 por ciento actual. Todo el mundo desarrollado experimentará el mismo cambio. También China, recién incorporada como emergente, sufrirá este fenómeno. ?Redefinirán la vejez en EE UU, al igual que han marcado la cultura adolescente, la juvenil y la de la edad madura?, dicen los investigadores del PRC. Es decir, los del 68 todavía van a seguir dando guerra. Como toda su vida.

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25 de diciembre de 2010
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Cada vez menos católica

Una buena cata de los papeles de Wikileaks proporciona la mejor y más precisa documentación sobre el mapa del poder en el mundo en la primera década del siglo XXI. Todo cuadra en los cables del Departamento de Estado, fruto del trabajo de excelentes observadores y analistas. No puede sorprender la idea de una debilidad sin remisión que nos transmiten respecto a Europa; ni el tufo de corrupción, cleptocracia y despotismo que captan, apenas sin discontinuidades, en todo el mundo árabe desde Marruecos hasta Irak. Tampoco sorprende la imagen que nos proporciona del Vaticano como un ?poder cerrado, provinciano y anticuado? (en palabras del corresponsal en Roma, Miguel Mora), a pesar de que se trata de la segunda potencia diplomática del mundo, con legaciones en 177 países, detrás de Estados Unidos con 188, según se encarga de recordar uno de los cables.

Los diplomáticos norteamericanos intentan despachar el asunto con el piadoso y socorrido argumento del problema de comunicación. Según señalan, el aparato del Vaticano desconoce las nuevas tecnologías y las relaciones públicas, no funciona la coordinación política y tiene la gestión de sus asuntos mundanos en manos de un grupo de ancianos casi todos italianos, con escasa capacidad para expresarse en inglés, el idioma de la globalización. Las reacciones que suscitan en el mundo católico estas revelaciones confirman la profundidad del problema. Benedicto XVI, a diferencia de anteriores pontífices, no se reconoce como un poder político y diplomático, y reivindica únicamente la influencia espiritual de su autoridad, tal como subrayaba el corresponsal religioso de 'La Vanguardia', Oriol Domingo, el pasado 19 de diciembre: ?Esta visión recuerda la pregunta burlesca formulada en 1945 por el dictador Joseph Stalin a Winston Churchill y Theodore (sic) Roosevelt sobre cuántas divisiones tenía el Papa, entonces Pío XII. Los poderes norteamericano, estalinista y tantos otros coinciden en realizar un análisis tan solo político y económico para enjuiciar la Iglesia?. Y sin embargo, la agenda política y diplomática que tiene la Santa Sede ante sí es tan extensa y difícil como la de la potencia internacional que fue y al parecer no quiere seguir siendo. Un tercio de sus fieles se halla en un continente, América Latina, que ?se siente marginada por el Vaticano?. La atención del Papa a las raíces cristianas de Europa, la unidad con los cristianos ortodoxos y las relaciones con el Islam, han situado a los católicos latinoamericanos en un segundo plano, según estos cables. En los países donde resisten las comunidades cristianas más antiguas, el fundamentalismo islámico alienta una feroz persecución, que con frecuencia llega al pogromo contra los seguidores de Roma. En la inmensa China, el catolicismo tiene prohibido ejercer su autoridad, sustituida por los obispos nombrados por el régimen comunista. La acción de la diplomacia vaticana, y sobre todo de la red capilar de sus sacerdotes y religiosos, se concentra, en otros asuntos de mayor enjundia doctrinal o moral, como la contracepción y el aborto, los matrimonios homosexuales o la investigación en células madre. Los cables del Departamento de Estado revelan que la Iglesia, y sobre todo lo que queda de su antaño brillante diplomacia, mantiene despiertos los reflejos y su sintonía tradicional con el multilateralismo en política internacional y su reformismo social. Su posición ante el desarme, el conflicto de Oriente Próximo, la guerra de Irak, el peligro nuclear iraní, la pobreza, la crisis económica o el cambio climático es la de un clásico Gobierno moderado socialcristiano o socialdemócrata, que viene a ser lo mismo. Distinta, en cambio, es la actitud competitiva frente al Islam de este Papa, al que Washington califica de eurocéntrico: ?Ratzinger cree que Europa es la patria espiritual e histórica de la Iglesia y no está dispuesto a ceder su propio continente a las fuerzas del secularismo o al Islam?. Contrasta esta actitud combativa con la debilitada posición moral de la Iglesia en su propio territorio, erosionada por el escándalo que no cesa de los curas pederastas y las sucesivas rectificaciones primero en el reconocimiento de las complicidades jerárquicas y luego en su represión desde el interior mismo de la Iglesia. Los cables y las reacciones nos dicen dos cosas. Que la primera institución que quiso ser global en la historia (eso quiere decir católica) tiene dificultades para seguir siéndolo. Y que la actual jerarquía vaticana apenas sabe reaccionar ante este amargo e imparable declive.

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23 de diciembre de 2010
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Lo normal es fracasar

No se puede pedir las peras de la paz a un olmo que siempre ha dado guerra. Ya se puede decir con todas las letras: Obama ha fracasado. Su agenda de paz para israelíes y palestinos, cuidadosamente calculada, ha saltado por los aires. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no ha sido capaz de aceptar la última y más generosa oferta estadounidense, que solo pretendía comprar tiempo para la negociación, apenas 90 días más de congelación de la construcción en las colonias, a cambio de una flota entera de bombarderos invisibles y garantías de apoyo en los organismos internacionales para evitar el reconocimiento del Estado palestino. Si esta derecha extrema israelí rechaza los regalos de su aliado y amigo norteamericano, porque no puede ceder ni siquiera unos meses en su impulso expansivo sobre territorio palestino, podemos imaginar fácilmente cuál será su actitud ante las cuestiones sustanciales.

Durante 22 meses los negociadores norteamericanos habían preparado las negociaciones directas que debían conducir a la paz y a la creación del Estado palestino. Obama nombró a George Mitchell, un auténtico experto en negociaciones difíciles, como enviado especial para sentar a los israelíes y a los palestinos frente a frente. Preparó primero el terreno ante la opinión árabe y musulmana. Activó la idea, también impulsada por Bush, de los dos Estados viviendo en paz y seguridad uno al lado del otro y obligó a adoptarla a Netanyahu. Puso en marcha las negociaciones indirectas o de proximidad en preparación de las definitivas. Finalmente, exigió, y éste es el punto donde se ha producido la avería, que Israel congelara toda construcción en las colonias en territorio palestino, cosa que Netanyahu aceptó durante diez meses, con la salvedad de Jerusalén Este y de ciertas construcciones ya en marcha, donde no hubo forma de conseguir congelación alguna. Que Obama haya fracasado no significa que haya fracasado para siempre. Pero sí que deberá rehacer ahora todos sus planes. Hillary Clinton ha levantado acta en un solemne discurso pronunciado este pasado viernes en Washington, donde ha expresado su ?profunda frustración?. El discurso se decanta suavemente, obligada por la intransigencia israelí, hacia el lado palestino. Reitera el rechazo de Washington a la construcción ilegal sobre territorio palestino, posición ?que no ha cambiado y no cambiará?. Y rechaza una Palestina meramente económica, sin Estado soberano, que es exactamente adonde quisiera llegar Netanyahu. La mayor de las paradojas es la velocidad con que la Autoridad Palestina está avanzando en la dirección de crear el Estado palestino, algo que el primer ministro Salam Fayad quiere conseguir en agosto de 2011. El incremento de la seguridad, el funcionamiento de los servicios a la población y el crecimiento económico han conducido al Banco Mundial a señalar que la Autoridad está ?bien posicionada para el establecimiento del Estado en un próximo futuro?. Mientras Palestina avanza, Israel retrocede y se aísla. Uruguay, Argentina y Brasil acaban de reconocer el Estado palestino. Un grupo de 26 ex primeros ministros y altos cargos europeos de primerísimo nivel, entre los que se encuentran Helmut Schmidt, Felipe González y Javier Solana, ha pedido a la Unión Europea que posponga toda mejora en las relaciones con Israel en tanto no se produzca la congelación en la construcción de los asentamientos. El enviado especial Mitchell intenta esta semana reavivar una nueva tanda de negociaciones indirectas. Por más que se esfuerce, es evidente que la agenda ha quedado vacía. Para Netanyahu se trata de seguir impávido a ser posible hasta la campaña presidencial norteamericana de 2012. Para los palestinos es el momento de buscar el reconocimiento de su Estado en Naciones Unidas, ya que no ha sido posible en la mesa de negociación. Obama tendrá toda la presión encima para cortarles el paso, utilizando si hace falta el veto en el Consejo de Seguridad. Pero los palestinos presionarán con un último cartucho: disolver la Autoridad Palestina y exigir a Israel que se haga responsable de Gaza y Cisjordania. Será el momento que el ministro de Defensa, Ehud Barak, ha definido con un dilema: si no hay dos Estados, entonces habrá uno solo, israelí pero con apartheid. Nadie en Israel, ni los demócratas, puede imaginar un Estado binacional en el que todos los ciudadanos, israelíes y palestinos, sean iguales y los partidos árabes terminen siendo los mayoritarios por puras razones demográficas. La derecha israelí está feliz con el fracaso de Obama, pero los israelíes necesitan el Estado palestino para asegurar el futuro del suyo.

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16 de diciembre de 2010
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¿Qué le pasa a José María Aznar?

Es muy difícil que quien ha tenido todo el poder pueda acostumbrarse a no tener ninguno. Y sin embargo, es la regla de la alternancia en democracia. Sirve para los gobiernos, del nivel que sea, y para los partidos. Dejar el poder en paz con uno mismo y con el mundo es más difícil que alcanzarlo. Y más difícil todavía es mantenerse luego en una distancia discreta y prudente de quienes tienen la obligación de ejercerlo o de aspirar a hacerlo. Los países de larga tradición democrática suelen codificar los comportamientos de quienes han ocupado el poder y no volverán a ocuparlo nunca más. No sucede lo mismo con las democracias todavía jóvenes donde a veces nos topamos con que quienes han dejado el poder nos dan lamentables espectáculos de una gran incomodidad incluso con sus propios conmilitones. El artículo que José María Aznar acaba de publicar en The Wall Street Journal, y que Abc ha traducido al castellano, es la muestra redonda de un ex presidente que no ha sabido apartarse del camino ni acomodarse al nuevo papel que le ha asignado la vida. Ni respecto a su partido, ni respecto al Gobierno de España y a su presidente que, quiera o no, es su Gobierno y su presidente. Haría bien Aznar en seguir el ejemplo de su amigo George W. Bush, modelo de discreción, generosidad y elegancia, tanto en relación al presidente Obama como respecto a su partido y sus candidatos.

No le falta razón a Aznar en el diagnóstico sobre la situación de España, que es lo que ocupa el primer tercio del artículo y se resume en su interrogación: ?¿cómo es posible que en sólo unos años mi país haya pasado de ser el ?milagro económico? de Europa a convertirse en su ?problema económico???. Pero no tiene ninguna duda luego cuando se inventa el momento en que todo se echó a perder, que fue la llegada de Zapatero a La Moncloa. Como si él no tuviera nada que ver ni con un modelo de crecimiento económico muy anterior a 2004 ni con la deriva política cainita que se instaló en la política española con su mayoría absoluta. Como si todo empezara a rodar mal desde el momento en que su mano provindecial soltó el timón. Es llanamente mentira que esta fecha de 2004 significara el abandono del ?proceso modernizador que la sociedad inició hace más de 30 años?. Es una trola inventada para lectores anglosajones que Zapatero ?rechazó el acuerdo plasmado en la Constitución de 1978 y rompió la estructura del Estado?. Cuando escribe que ?diferentes regiones del país se enfrentaron unas a otras?, debiera reivindicar su esfuerzos personales y de partido para atizar el enfrentamiento, incluso cuando estaba en La Moncloa, organizando una guerra por el agua entre los territorios turísticos donde se estaba construyendo innecesariamente y a mansalva y los territorios que la necesitan para la agricultura y las zonas urbanas ya existentes. Sin contar luego con el boicot del cava o la recogida de firmas para realizar un referéndum ilegal contra el estatuto catalán. Tiene gracia que Aznar critique ?las intervenciones arbitrarias del Gobierno en la vida empresarial, con un desprecio flagrante por las reglas de juego, incluso las europeas?. Sus privatizaciones de empresas públicas sirvieron para crear una estructura empresarial partidista al servicio del partido del Gobierno. Su intervencionismo en las guerras televisivas y del fútbol, con trasgresión de legislación europea incluida, ha sido uno de los episodios más vergonzosos de interferencia gubernamental en el libre mercado, en abierta contradicción con las supuestas ideas liberales que predica. Pocos gobernantes han hecho más que José María Aznar por dividir primero a los españoles y luego a los europeos. Recordemos su carta de apoyo a Bush y contra la vieja Europa, identificada con Francia y Alemania, en vísperas de la guerra de Irak (publicada, como este artículo, en el mismo diario conservador, propiedad de Murdoch). Recordemos su utilización del antiterrorismo como arma antinacionalista. Sin Aznar no hubiéramos tenido Carod. Sin la arrogancia del PP en su mayoría absoluta no habría habido tripartito ni Pacto del Tinell. Sin aquellos lodos aznáricos no hubiera habido esos polvos que Aznar critica. Aznar alcanza las cimas del ridículo cuando hace observaciones sobre la pérdida de peso y de relevancia de España en el mundo. Pase que eche sobre Zapatero incluso las culpas de las políticas que hicieron los gobiernos del PP. Pero que le endose los cambios producidos por el desplazamiento de poder en el mundo va más allá de los pecados, que no son pocos, de Zapatero. Aznar tiene una memoria selectiva y frágil. Su sionismo conservador y antiárabe, sobrevenido al dejar la presidencia, le ha hecho olvidar los besos y abrazos con Arafat y las promesas arrancadas a Bush de que resolvería el tema palestino. Como su defensa de la España unitaria pretende eclipsar sus concesiones fiscales a Cataluña y el País Vasco, su catalán hablado en la intimidad o sus palabras de reconocimiento del ?movimiento de liberación nacional vasco?. Tampoco se acuerda de sus políticas de suelo y vivienda, que, junto a los bajos tipos de interés, fueron el auténtico origen de la burbuja inmobiliaria y de la crisis. Ningún recuerdo tiene, naturalmente, de sus numerosas contribuciones al déficit público, algunas mediante ingeniosas fórmulas de peajes en la sombra para obras públicas, que sirvieron para cumplir los criterios de Maastricht y entrar en el euro, pero han diferido el efecto deficitario sobre nuestro presente. En algo vuelve a acertar Aznar en el último tercio de su artículo. Hay un amplio acuerdo sobre algunas de las recetas que hay que aplicar. Y de hecho, buena parte de las cosas que predica ya las está haciendo, aunque sea a regañadientes, el actual Gobierno, que Aznar tanto detesta. Pero hay dos cosas que no hace, ni sabe ni puede hacer el ex presidente: mirar primero cómo tiene su propio patio, las comunidades autónomas y las grandes ciudades endeudadas y cargadas de funcionarios donde manda el PP, y reconocer luego lo que ya se está haciendo en la buena dirección por parte de todos. No hemos entrado todavía en el meollo del problema. ¿Qué ha pasado con Aznar? ¿Por qué hace esas cosas tan extrañas en políticos responsables y adultos? ¿Qué le conduce a atacar sin piedad alguna a su propio país desde las páginas de un periódico extranjero? Algunos creen que no puede resistirse a los diablos que tiene dentro y que le impelen a situarse en primer plano y robarle el protagonismo a Rajoy hasta hacerse imprescindible para su partido, pensando incluso en su regreso. Pero es posible que su actitud no sea fruto de una extrategia, sino de una situación personal más espontánea. Aznar es consejero de News Corporation, el holding periodístico de Rupert Murdoch, y es constantemente solicitado y jaleado como uno de los líderes ultraconservadores más activos y radicales del mundo. Tiene un público fanático en las derechas norteamericana e israelí. Cada vez que mira al tendido y escucha los olés que levantan sus tomas de posición extremistas, hace un paso más a la derecha, aun a costa de desmentir sus anteriores políticas e ideas. Contempla, además, el mal ejemplo del Tea Party, el movimiento ultraconservador que actúa como tracción del republicanismo en Estados Unidos: a él le gustaría hacer un papel similar respecto al PP. Hay dos cosas habría que pedir a los ex presidentes: que fueran humildes, discretos y generosos. En el caso de Aznar, como ya he dicho, bastaría con que tomara ejemplo de su amigo George. Pero, además, al ex presidente español habría que pedirle, sobre todo desde sus filas, primero que no obstaculice el regreso de su partido al Gobierno, y segundo, que no le impida a Rajoy pactar con los nacionalistas vascos y catalanes a los que casi con seguridad necesitará en el futuro.

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15 de diciembre de 2010
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No es la guerra, pero estamos en el frente

No es la primera guerra digital. En las guerras hay muertos y heridos. Hay sangre. En ésta, por el momento, sólo hay detenidos. En las guerras cibernéticas la acción militar consistirá en paralizar las infraestructuras de un país con ataques a sus redes de ordenadores, sin necesidad de bombardear. Lo que hemos visto hasta ahora no son más que ejercicios de simulación sin bajas físicas ni ocupaciones o invasiones territoriales.

No es una guerra mundial, pero nos afecta a todos. Los secretos hablan de nuestros bancos y empresas energéticas, nuestros gobiernos y políticos, incluso de nuestros empresarios, zarandeados sin misericordia por los intereses de la superpotencia. Nos ilustran sobre el poder ruborizante de la diplomacia. Nos señalan un punto estratégico en nuestro vecindario: una fábrica de productos hemoderivados. Nos dibujan los peligros del terrorismo, el narco o las mafias que actúan en nuestras ciudades y nuestras costas. En Barcelona, capital mediterránea de la gran delincuencia. ¡Y todavía no se ha publicado ni el uno por ciento de los 250.000 cables! Tal acumulación de noticias es una gran y excelente noticia para quienes se dedican a publicar noticias, y sobre todo para el periódico y los periodistas con acceso directo y exclusivo a la fuente. Pero es también una denuncia de la baja calidad del periodismo, de su sumisión a los poderes establecidos y en concreto a las fuentes e intoxicaciones oficiales. En el índice de lo publicado está la lista de nuestros pecados colectivos: los hilos que no hemos seguido, los conflictos que hemos olvidado, las sospechas que hemos descartado, las fuentes a las que no hemos acudido y el conformismo con que hemos enfrentado tantas y tantas pistas, indicios y barruntos como nos han ido llegando. No volverá a suceder. Puede ser. Al menos de momento o por una larga temporada. No por los periodistas. Se encargarán los gobiernos. Hay una solidaridad gremial, transversal en ideologías e incluso sistemas. Quieren trabajar solos y tranquilos, y dejarnos a los ciudadanos a oscuras. Ahora habrá una inversión universal de esfuerzos y regulaciones ?secretas? para volver a sellar los secretos. Y en ella se hermanaran las frágiles democracias con la durísima China. Pero Wikileaks no será un breve episodio azul en un cielo de nubarrones. En primer lugar, porque la mina justo acaba de inaugurar sus veneros, que se antojan largos y profundos. En segundo lugar, porque incluso agotada, indica un camino que otros seguirán con la ayuda de la tecnología y la globalización. La grieta no se estrechará, al contrario. Como nos ha revelado la crisis, el nuevo mundo global no es sólo economía del crecimiento. Y las ventajas no son unilaterales: los inconvenientes también se reparten. Ahora lo saben los fabricantes y custodios de secretos. Lo que hace Wikileaks no es periodismo por sí solo, porque necesita del periodismo convencional para obtener su dimensión pública. Pero sí es expresión libre tal como la entiende hasta ahora el Tribunal Supremo de los Estados Unidos a partir de la Primera Enmienda a la Constitución. Recordemos esas pocas palabras trascendentales en la historia del periodismo libre: ?El Congreso no hará ninguna ley (?) que restrinja la libertad de palabra o de prensa?. Anthony Lewis lo ha contado maravillosamente en un libro esencial estos días, merecedor del Pulitzer (Una biografía de la Primera Enmienda): ?Algo ha ocurrido a estas quince palabras de la cláusula sobre libre expresión y prensa. Su significado ha cambiado. O, más precisamente, la comprensión de estas palabras ha cambiado: por parte de los jueces y por parte del público?. Esta es la batalla que nos interesa. Ahí sí se juega el futuro. La última filtración de Wikileaks se dirige hacia un arbitraje de la máxima instancia jurídica norteamericana, en la que cabe esperar la confirmación de su jurisprudencia, de forma que las comunicaciones a través de Internet queden bajo el manto protector de la Primera Enmienda y no pasto del control y regulación de los Estados. No es una ciberguerra, pero es un combate jurídico en el que se juegan el futuro la libertad de expresión y el periodismo libre.

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13 de diciembre de 2010
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El Boomeran(g)
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