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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Franquistas en Bruselas

Camino de Davos, he aquí un ejercicio de imaginación retrospectiva inspirado en recientes acontecimientos que tienen como protagonista a la Unión Europea. Me ayuda en la inspiración la tradicional escasa presencia española en el Foro Económico Mundial, una especie de reminiscencia de nuestra olvidada época autárquica, de aquellos tiempos difíciles en los que las élites económicas y políticas permanecían casi enclaustradas porque el ancho mundo miraba con malos y despreciativos ojos a la España que había cultivado las amistades poco recomendables de Hitler y Mussolini y seguía empeñada en mantener la dictadura y el nacionalcatolicismo.

El ejercicio es muy sencillo. Consiste en imaginar qué sucedería ahora mismo en la Unión Europea con un régimen como el franquista en caso de que hubiera conseguido sobrevivirse a sí mismo y perpetuarse en sus impresentables e iliberales formas. La pirueta mental no es fácil, pero hay tantas experiencias de perpetuación de las dictaduras en nuestras inmediaciones, frecuentemente bajo forma dinástica, que podemos convenir en que también a nosotros nos pudo tocar este desgraciado vericueto de la historia. Tendríamos quizás un régimen de pluralismo limitado, con asociaciones políticas del Movimiento. Nos regiríamos por las Leyes Fundamentales, apenas ligeramente retocadas. Obreros y patronos seguirían organizados en un sindicato único. Quizás, en un arrebato de generosidad, el régimen habría permitido la creación de unas mancomunidades catalana y vasca, que habrían sido emuladas inmediatamente en su misérrima consistencia, por todas las viejas regiones. Todo siempre con el permiso y beneplácito previos de la autoridad gubernativa. ¿Qué podríamos imaginar de la Corona? Dos hipótesis. Una, su acomodación tranquila al franquismo perpetuado, al que el carácter moderado del monarca habría rendido multitud de servicios en la escena internacional. La segunda, quizás más bella y novelesca, en la que don Juan Carlos haría vida en Estoril con su familia, donde recibiría a los pocos e inconformistas demócratas radicales que quedarían fuera del sistema. Pero estamos todavía en los detalles sin importancia, en la escenografía. Vamos al meollo del asunto. Vistos los antecedentes parece claro que la Unión Europea, esta Unión Europea que realmente tenemos, no haría ascos del franquismo y estaría proporcionándole ventajas crecientes e incluso la adhesión plena. La legislación de prensa franquista no se diferencia en muchas cosas de la que ha implantado Hungría, coincidiendo con el inicio de su presidencia europea. Si el Caudillo estaba por encima de las leyes y de las instituciones, otro tanto sucede con el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi. Los dictadfores son bienvenidos en Bruselas, y se les tiende las mejores alfombras rojas. Partidos que simpatizan con ideas de extremas derecha, al igual que la Falange del franquismo, ya han entrado en mayorías parlamentarias y de gobierno en varios países europeos, empezando por la pionera Austria, la única que mereció un rapapolvo que ha dado pie luego a una sistemática manga ancha con quienes se burlan de las libertades y de la democracia. Situado en esta Europa imaginada, ya en Davos esperaría yo inútilmente encontrarme con miembros de la oposición. Pero los personajes del régimen serían también aquí los protagonistas. Anda por aquí, según parece, el hijo de Gaddafi. Hay déspotas centroasiáticos que suelen ser asiduos a la cita. No faltan jeques saudís, zares eslavos, ni altos cargos del comunismo capitalista chino. Los únicos ililberales que no se acercan por aquí son los que se empeñan en identificarse como de izquierdas. Ni se les ocurre a ellos, ni se les invita. Es evidente que los franquistas, de haber conseguido sobrevivir desde la autarquía hasta la globalización, como hizo el maoísmo, serían recibidos con todos los honores, aquí y en Bruselas.

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26 de enero de 2011
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Sin interlocutor para la paz

No hace falta gastar más tiempo ni esfuerzos. No hay posibilidad alguna de que el Gobierno de Israel y la Autoridad Palestina alcancen acuerdo alguno. La distancia entre ambas posiciones es tan grande que es inútil pretender que se pueda resolver con negociaciones. La publicación de los documentos hasta ahora secretos sobre las conversaciones de paz por parte de Al Jazeera y The Guardian revelan dos cosas, ambas dramáticas: la debilidad de la Autoridad Palestina, dispuesta a entregar mucho más de lo que jamás se había pensado, y la imperturbable fortaleza de los gobernantes israelíes, decididos a no entregar nada. La AP estaba dispuesta en 2008 a ceder todo Jerusalén Este, excepto una colonia, Har Homa; pero el gobierno israelí rechazó cualquier conversación que versara sobre la que consideran la capital eterna e innegociable de Israel.

Los responsables israelíes no quieren de ninguno modo que los palestinos tengan un Estado sobre las fronteras de 1967 y no les interesaba la paz sino únicamente tenerles atados a unas conversaciones que no llevaban a ninguna parte. Esta es la conclusión, no por temida menos dolorosa, que hay que sacar de 17 años de esfuerzos y negociaciones. Habrá muchos a quienes no les sorprenderá el contenido de los documentos, como sucedió con los de Wikileaks, pero la realidad es que las evidencias aportadas por esta montaña de 1.600 documentos entierran definitivamente el proceso de paz. El plan de paz que ha presentado el ministro de Exterior israelí, el extremista Avigdor Lieberman, basado en mantener la actual distribución del espacio, es el que más se ajusta a la voluntad de los gobiernos israelíes: 13 por ciento del territorio de la Palestina histórica, dividido en un queso gruyère de enclaves incomunicados. Ni un solo presidente norteamericano, ni siquiera George W. Bush, ha bendecido tal tipo de fórmula. Los papeles filtrados revelan también que los sucesivos gobiernos de Israel desde la llegada de Sharon han engañado a conciencia a Washington y a la entera comunidad internacional, concretamente al Cuarteto (EE UU, Rusia, Unión Europea y naciones Unidas), puesto que habían firmado unos acuerdos, la Hoja de Ruta sin ir más lejos, sabiendo que no tenían propósito alguno de cumplirlos. Hace unos años Ariel Sharon se esforzaba en demostrar que no había interlocutor palestino para la paz. Lo consiguió con el enclaustramiento de Arafat en la Muqata y luego, de forma todavía más clara, con la rebelión de Hamas contra la Autoridad Palestina. Los documentos ahora revelados demuestran que no hay interlocutor israelí para hacer la paz con los palestinos. Que quede en evidencia quien es el responsable del fracaso no significa que las revelaciones le perjudiquen. Al contrario. Si hay que preguntarse por los beneficios de la filtración hay que decir que quien sale peor parado es Mahmud Abbas, puesto que queda en evidencia que ha seguido negociando sin que existiera espacio alguno para hacerlo. También él ha practicado una forma de falsificación, aunque sea en forma de autoengaño o de seguir ganando tiempo a la espera de que se produjera algún milagro, quizás en Washington. Netanyahu, en cambio, puede estar feliz porque ha terminado con Oslo, algo que ya se propuso justo cuando empezó. Hay analistas israelíes que le atribuyen la intención de reconocer unilateralmente una entidad territorial palestina provisional, en los actuales límites donde se administran los palestinos y a continuación poner pie en pared y negarse a negociar ni deshacer ninguna de las colonias hasta ahora creadas. Sería la Palestina minúscula, fragmentada e inviable como Estado propuesta por Lieberman, que aseguraría la perpetuación del conflicto y daría de nuevo alas a los extremistas. ¿Queda entonces algún camino para la paz si el camino de la paz trazado desde Oslo en 1992 ha quedado definitivamente cerrado? Debe haberlo. Deberemos buscarlo. Pero será distinto. Y debe ser por supuesto pacífico, aunque sin negociación bilateral puesto que no hay dos partes que quieran negociar. El mayor peligro que se cierne ahora sobre los palestinos es precisamente que no puedan controlar a los más radicales de su propio campo. No faltarán las provocaciones.

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25 de enero de 2011
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Provechos y aprovechados de la crisis

Quien no se consuela es porque no quiere. Cuando la cosa ya no tiene remedio, declaramos que no hay crisis mala. Aprovecha una buena crisis, dice el proverbio popularizado por un economista asesor de Barack Obama. Echamos mano del significado chino: es una oportunidad. En eso estamos, aunque con dos variaciones interpretativas. La buena: aprovecha la urgencia para realizar las reformas dolorosas que no se pudieron hacer en los buenos tiempos de la burbuja. Y la todavía más buena, por más que inmoral: aprovecha la confusión para sacar tajada. No es fácil separarlas. Raramente quien quiere sacar tajada sale a cuerpo gentil sin coartadas. Es la diferencia que hay entre aprovechar la oportunidad y el oportunismo.

También sucede, quizás donde más, en la política. Aprovechar la crisis significa para quien está en la oposición la oportunidad de recuperar el Gobierno. Cuentan los ritmos históricos: Zapatero se creía un hombre de suerte hasta que llegó el vendaval. (El afortunado fue Aznar, que presidió el periodo de dinero barato más largo de la reciente historia de Europa.) De perdidos al río: ahora este presidente tan atento a los sondeos de popularidad está dispuesto a demostrarse impasible ante la impopularidad. También es una forma de aprovechar la crisis: ya que hay que podar, convirtámonos en mártires de la poda, sacrificados en el altar del euro y de la estabilidad monetaria. Decir que Mariano Rajoy aprovecha la crisis es poco: flota y hace surf sobre ella. Equilibrio y poco peso es lo que se necesita para mantenerse sobre la tabla. Aznar le ha dado el equilibrio, desactivándose como líder ideológico alternativo, y su propia indefinición ideológica le sigue dando la ligereza. Su mérito es que ya ha conseguido ambas cosas cuando falta más de un año para las elecciones. No es extraño que declare a España con sed de urna. España tendrá quizás sed de puestos de trabajo, pero lo que cuenta es otra cosa: lo que es bueno para Rajoy es bueno para España. La mejor pirueta en este ejercicio de surfing ha sido el quiebro sobre el Estado autonómico: el lunes tocamos a rebato llamamos a arrebatopara reformarlo entero y el sábado queremos solo pequeños ajustes sin importancia. Ligereza no es vaciedad. Aunque Mariano Rajoy se haga el autonomista, el misil ya está lanzado. Todo el mundo lo ha entendido. No hubiera tenido sentido un suicidio colectivo de cara a las elecciones locales y autonómicas de mayo. Como Fernando VII con la Constitución de Cádiz: defendamos, y yo el primero, el Estado de las autonomías. Luego ya veremos. El PP no es el único que quiere aprovechar esta crisis para recuperar su cierta idea de España. Cada uno hace lo que puede en este capítulo. Las crisis son la oportunidad para quienes siempre esperan algo definitivo y general. Unos, cerrar el Estado autonómico y terminar de una vez con los chantajes, el regateo, el victimismo y los pinganillos. Los otros, pasar página al autonomismo y salirse del Estado. Ambos de acuerdo en que el Estado autonómico es inviable. El choque de trenes, vaya. La cita, en 2012; con la hipótesis de una mayoría absoluta de Mariano Rajoy por un lado y de un catalanismo arremolinado alrededor de Artur Mas y Convergència i Unió por el otro. La crisis también aprovecha a los profetas del Apocalipsis, encantados de que sus profecías lleguen a ser autocumplidas. Europa hundida, España intervenida, Cataluña aherrojada. Gusta a tirios y troyanos. Suscita grandes titulares. Se proclama con sonrisas de hiena. A los aprovechados de la crisis les importa un bledo nuestro declive, el de Cataluña, España y Europa. Quieren réditos, y pronto: en dinero o en votos, incluso en la confirmación de sus propios perjuicios: para unos, que Cataluña siempre termina pagando; para los otros, que Cataluña siempre es culpable. Estos aprovechados puede que saquen algún provecho: esperemos que sea poco y que les siente mal. Pero sus palabras y gestos, lejos de servir para sacarnos de esta, son la piedra en el cuello: de Cataluña, de España y de Europa. Hay que sacar provecho de la crisis, todos juntos, pero hay que evitar sobre todo que la aprovechen los aprovechados.

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24 de enero de 2011
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¿Vamos a dejar solos a los árabes?

La hora de la democracia ha sonado en el mundo árabe, pero los europeos apenas nos hemos enterado. Ahí están los comunicados, huecos como sonajeros, con las alharacas de rigor de Gobiernos e instituciones europeas por la revolución democrática que ha echado del poder al sátrapa y ladrón Ben Alí, debidamente refugiado bajo las chilabas de los déspotas saudíes. Mientras están en el poder, todos son amigos e incluso hermanos y primos de nuestros presidentes de repúblicas y nuestros monarcas constitucionales. El caso es especialmente vergonzoso para los tres países más imbricados e implicados en el norte de África, pero es una responsabilidad que a todos alcanza, empezando por el gran patrono de esta política que ha sido Estados Unidos, con su estrecha relación estratégica con Arabia Saudí, el país que por su riqueza, su actitud proselitista y su poder militar más se aproxima al papel que la Unión Soviética realizaba en relación al bloque comunista.

Nada se ha hecho históricamente para ayudar a estos países a alcanzar la libertad. Menos todavía las últimas semanas de revuelta popular, con la excepción honorable de la diplomacia de Hillary Clinton y Barack Obama, a la que cabe atribuir además el mérito de los despachos de Wikileaks en la denuncia de la cleptocracia derrocada. Pero lo peor es la actitud de los países vecinos y de la Unión Europea, una vez expulsado el dictador y su familia, empezando por la Francia de Sarkozy, ejemplo ignominioso de hipocresía en las relaciones internacionales, que ha venido apoyando al dictador hasta última hora. A los europeos no parece importarnos en absoluto la libertad de los países árabes, y nos estamos hundiendo en la indiferencia y el escepticismo en vez de volcarnos, Gobiernos, instituciones y sociedades civiles, en la solidaridad y la ayuda a los tunecinos, en la vigilancia a las provocaciones de los regímenes vecinos y en la movilización de nuestra diplomacia para favorecer esta primavera árabe. La revolución tunecina interpela directamente a la inexistente política exterior de la Unión Europea y, sobre todo, a su política mediterránea. Todo lo que se ha hecho desde que terminó la guerra fría se ha revelado insuficiente o directamente erróneo, guiado por un afán de estabilidad al que todo se ha sacrificado. Basta recordar las estrategias desplegadas frente a la Unión Soviética hasta que prendió la revolución democrática de 1989 para percibirnos de los errores cometidos voluntariamente con los árabes. El mérito es ahora entero de los tunecinos. Nada nos deben a los europeos. Pero los europeos estamos en deuda con los pueblos árabes, que merecen la libertad como todos los pueblos. De la revolución tunecina debiera salir, al menos, una nueva exigencia a los Gobiernos para que levanten el listón de los derechos humanos en sus relaciones con el resto del mundo.

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23 de enero de 2011
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Abrazos y codazos

Nos dirigimos a toda velocidad hacia los paisajes desconocidos de un mundo distinto pero no tenemos mapa de carreteras para llegar al destino. No sabemos cómo se llega ni qué hay allí. Sí sabemos algo: este siglo en el que ya estamos instalados pertenece por el momento a dos grandes países, que ahora ya abarcan un tercio de la economía mundial y una cuarta parte de su población. Pero poco podemos decir de cómo será la relación entre las dos superpotencias y de ambas con el resto del mundo. La única referencia, que viene de la guerra fría, no vale, aunque algunos, en Pekín y en Washington, se empeñen en utilizarla.

Nunca una relación bilateral entre dos naciones ha sido tan crucial para todos. Contar con la hoja de ruta hacia este futuro con dos superpotencias no es un problema que deba preocupar únicamente a chinos y estadounidenses. Hasta el momento hemos contado con teorías para todos los gustos: un país doble, transpacífico, de nombre Chimérica, según la imaginación ya superada del historiador Nial Ferguson; un G-2, reducción drástica de la gobernanza económica mundial del G-20; o ahora, los tambores reticentes que anuncian esta nueva guerra fría y un mundo tensado por una nueva bipolaridad. El ascenso chino parece distinto al de cualquier otra superpotencia en la historia. Desde Pekín se insiste en que será pacífico y se recuerda la tradición de una política exterior fundada en la buena vecindad y no en la expansión. No lo ven así muchos países asiáticos, que recelan cada vez más del gigante que crece a sus puertas. Estados Unidos también ascendió de forma relativamente pacífica (véase la guerra con España por Cuba y Filipinas) hasta que rompió el perímetro americano de su influencia y se convirtió en un imperio y la mayor superpotencia militar de la historia. No sirve como término comparativo el de la Unión Soviética. A diferencia del peculiar capitalismo dirigido chino, la economía soviética fue un fracaso espectacular y nunca jugó papel alguno en relación a las economías occidentales. China tiene una aproximación pragmática y nada ideológica a sus relaciones exteriores, sin voluntad proselitista, ciñéndose meramente a la defensa de sus intereses. Pero sigue siendo un país totalitario, sometido a la férula del partido único, sin libertades públicas, sin pluralismo y sin Estado de derecho. La visita de Hu Jintao a Washington es un buen momento para avistar este futuro. Su preparación nos ha ofrecido uno de los mayores despliegues de discursos y artículos de las voces más autorizadas en política internacional, tanto de la Administración norteamericana como de sus think tanks. En los días inmediatamente anteriores, tres miembros del Gobierno han echado presión sobre China: Hillary Clinton respecto a los derechos humanos, Robert Gates respecto al desarrollo militar y Timothy Geithner sobre el yuan y la competencia desleal que sufren las compañías extranjeras. El ex secretario de Estado Henry Kissinger, pionero de la apertura hacia Pekín, ha apostado abiertamente por ?la construcción de un orden mundial emergente como una empresa conjunta?, a través de ?una comunidad pacífica? que organice el siglo XXI lejos de cualquier política de bloques, con mecanismos de consulta en todos los ámbitos, la elaboración de objetivos a largo plazo y la coordinación de posiciones en las conferencias internacionales. El filósofo del fin de la Historia, Francis Fukuyama, ha advertido, sobre las ventajas del sistema político chino para tomar ?con gran rapidez decisiones de amplio alcance y complejidad con relativa eficacia, sobre todo en el terreno económico?, en abierto contraste con ?la polarización y la rigidez ideológica? del sistema norteamericano, inquietante observación aplicable al conjunto de los países occidentales. La idea de un modelo chino atractivo refuerza la imprescindible inclusión de una exigente política de derechos humanos en la agenda de las relaciones internacionales de EE UU y de la Unión Europea, algo que no únicamente afecta a China. Quien mejor ha descrito este reto ha sido Li Xiaorong, uno de los disidentes que Obama quiso recibir en los preparativos del viaje, en un artículo publicado por la New York Review of Books: ?EE UU debe predicar con el ejemplo. Debe tener un efecto en los cambios positivos en China y en todo el mundo por su respeto a los derechos humanos y su reforzamiento de la democracia en casa y su liderazgo global en el fomento de los derechos humanos como principio conductor de su política exterior. Cuando EE UU elimina la tortura, protege la prensa libre o pone la asistencia sanitaria al alcance de todos, quienes promueven los derechos humanos y se expresan contra los abusos en ambientes hostiles pueden mantener la cabeza bien alta y continuar el difícil combate que sostienen con grandes riesgos personales?. Para este viaje con China hacia lo desconocido no sirven solo los hombres de negocios; se necesitará cada vez más a los militantes de los derechos humanos.

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20 de enero de 2011
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Libertad en venta (y2)

En circunstancias como las de la actual crisis económica y financiera occidental, en que los gobiernos se ven obligados a tomar medidas en el corto plazo altamente impopulares, para atajar los ataques especulativos a sus deudas soberanas y a sus monedas a costa de durísimos costes en las urnas, el ?trade-off? entre prosperidad y democracia relatada por Kampfner es una tentación todavía más acuciante y el modelo más inquietante de salida del bache. Pocos son los gobiernos que se atreven a abordar los problemas más estructurales y a largo plazo, como son la necesidad de mano de obra inmigrante, la reforma de los sistemas de pensiones o la reducción drástica de las administraciones públicas. Los sistemas políticos europeos y sus democracias parlamentarias se hallan a su vez en un momento de mutación, con la aparición de fuertes pulsiones populistas, polarización de los electorados y pérdida de fuerza y de poder de los partidos y las ideologías tradicionales, que modelaron los sistemas democráticos a lo largo del siglo XX. Y en esta situación aparece el nuevo peligro político, que consiste en considerar en el mejor de los casos a los sistemas democráticos como un obstáculo para la salida la crisis y la recuperación de la senda de la prosperidad y en el peor en situarlos entre las causas del declive occidental.

Antes de la actual crisis, los atentados del 11-S contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono en Washington ya situaron a los países occidentales ante la opción de adoptar el ?pacto asiático? en una formulación más precisa: rendimos nuestra libertad a cambio de garantizar la seguridad y mantener la prosperidad. Pocos se daban cuenta de que estaban cediendo, además, la hegemonía mundial, sometidos a un extraño mimetismo que los igualaba con sus adversarios. Las guerras de Afganistán e Irak dañaron la capacidad de maniobra internacional de Estados Unidos, y las flagrantes vulneraciones de los derechos humanos de la llamada Guerra Global contra el Terror desprestigiaron a la primera superpotencia y entregaron argumentos poderosos a los regímenes no democráticos, e incluso a los ?estados gamberros? enemigos de Washington. La escuela de mandarines, que es donde mejor se ha elaborado este tipo de doctrinas, realmente existe. Lleva el nombre del fundador del peculiar sistema político que rige Singapur desde hace 1959 y se llama Lee Kuan Yew School de Ciencias Políticas en la Universidad Nacional. El primer capítulo del libro arranca precisamente con una frase de su decano, el intelectual oficial del régimen Kishore Mahnubani: ?Singapur es simplemente la sociedad más exitosa de la historia de la humanidad?. Su teoría es una vieja conocida de los lectores españoles de cierta edad, que recordarán los beneficios económicos que produjo el llamado desarrollismo español, conducido por los llamados ?tecnócratas?, en los años 60 bajo la dictadura del general Franco. Kampfner la sintetiza en una frase: ?los países pueden ser armoniosos y prósperos sin sucumbir ante la democracia liberal occidental?. La libertad es en Singapur fundamentalmente económica. El sistema de impuestos no alcanza al 75 por ciento de la población laboral, y nadie deja más del 20 por ciento de su salario en ellos. El consumo es el deporte, la afición y casi la parte fundamental de la cultura nacional. Las clases medias son tratadas a cuerpo de rey por un sistema que limita duramente las libertades públicas pero reconoce las privadas. Todo está meticulosamente reglamentado y penalizado. Los medios están estrechamente controlados a través de compañías públicas. Las leyes anti difamación impiden la existencia de un auténtico espacio de libertad de expresión y de crítica. El pluralismo es ficticio y la oposición se halla vigilada y perseguida. Tras analizar el funcionamiento del modelo en su patria originaria, Kampfner sigue allí donde se ha desplegado con mayor brillantez y riqueza, aunque bajo una dictadura más explícita y cruel que en Singapur: Deng Xiaoping quien lo importó en China, con su frase sutil, ?enriquecerse es glorioso?, en la que hay que leer como subtexto que ?ser rico?, como situación estática, no lo es. Viaja a continuación a Rusia, donde desaparece la frontera entre legalidad e ilegalidad, moralidad e inmoralidad, paraíso de quienes desean hacer dinero rápido e infierno para los profesionales liberales, médicos, maestros, artistas o científicos. La etapa siguiente es Emiratos Árabes Unidos, donde el pacto tiene una peculiar declinación, de nuevo en dirección a Washington: en la era de Bush incluía una cierta tolerancia de las relaciones con Irán e incluso con las organizaciones terroristas islámicas, como evidencia que la mitad de los atacantes del 11-S fueran originarios de esta confederación árabe. Termina así el periplo de las dictaduras más o menos formales y empieza, con India, el chequeo del pacto en las democracias, donde es más barroca y explícita su formulación en términos de corrupción, ?la única forma de tirar adelante en política?, según Shekhar Kapur, director de cine que conversa con el autor. Llega luego a Europa, concretamente a la Italia de Berlusconi, ?un estado fallido? donde la democracia es vista como un obstáculo para los negocios y el pacto con las clases medias se reformula de forma ignominiosa como un régimen de exclusión de los extranjeros. Kampfner elude a Sarkozy, aunque le cita junto a Blair en la estela de la putinización de los políticos europeos; pero a quien dedica un capítulo entero es a Reino Unido, antes de culminar su viaje de la infamia en Estados Unidos, la superpotencia ahora en declive a la que cabe atribuir, como ya se ha visto, la mayor responsabilidad por la rendición de la libertad ante la seguridad y el dinero. Siguiendo la estela de su anterior libro, Kampfner es especialmente ácido y cruel con su país, sometido desde 1997 a un recorte creciente de las libertades individuales y de la propia libertad de expresión a cargo de los gobiernos laboristas. Con Tony Blair el Reino Unido ha experimentado una regresión doble. Por una parte, en el control del ciudadano por el Gran Hermano gubernamental, a través de sistemas de video vigilancia y de control e interferencia de comunicaciones y en la ampliación de los poderes para detener e internar a sospechosos por parte de la policía. Por el otro, con el desarrollo de un sistema de penalización de la libre expresión mediante leyes anti difamación, que llegan a limitar la libertad de crítica y permiten el llamado ?libelo turístico?, consistente en admitir acciones legales contra textos y comunicaciones producidas en el extranjero pero difundidas en el Reino Unido, y que son de gran utilidad para dictadores y magnates corruptos de países terceros. En efecto, el poder no se desplaza sólo. Durante siglos, Occidente había exportado sus ideas y sus valores al resto del planeta. También su modelo de sociedad, en la que no se concebía que democracia y prosperidad no anduvieran siempre de la mano. Ahora, por primera vez en la historia parece como si fuera un modelo de sociedad oriental el que se abre camino en todo el mundo y suscita la emulación e incluso la admiración en el resto del planeta. El ex ?ministro? de Exteriores europeo Javier Solana habla de ?la desoccidentalización del mundo?. Y el ex presidente Felipe González, del peligro que significa ?la fascinación por el mandarinato chino?. Algunos datos permiten, sin embargo, discutir los orígenes e incluso el alcance del ?modelo asiático?. La gracia del pacto chino es precisamente que compromete también a los socios occidentales de los chinos: mientras nos enriquezcamos, no vamos a criticarles. En su capítulo sobre China, y tras una conversación con dos empresarios, Kampfner hace una reflexión que permite comprender las responsabilidades occidentales: ?Quizás no debería sorprenderme. He tenido suficientes evidencias de la ?masa de MBAs? (Master on Businnes Administration) en Londres, Europa y Estados Unidos, gente de todas las nacionalidades, que durante dos décadas se han definido a sí mismos a través del poder global del dinero en vez de cualquier cuestión vinculada al compromiso político o a la protesta?. Tony Judt ha hecho una reflexión similar en su libro póstumo ?Algo va mal?. A la fascinación por el mandarinato chino la ha precedido una fascinación masiva de las clases cultivadas occidentales por el dinero rápido y fácil y un abandono de las pasiones intelectuales y morales que las habían ocupado en épocas anteriores. La historia ha hecho una finta perversa desde la desaparición del comunismo y la adopción del capitalismo por parte del mayor Partido Comunista del mundo que es el chino. La convergencia entre las dos ideologías de la Guerra Fría, capitalismo y socialismo, que ingenuamente profetizaron políticos e intelectuales comunistas en los años 60 y 70 y llegó a tomar forma en el eurocomunismo, con su utopía de un comunismo liberal, se está produciendo al fin. Pero ahora es un avatar invertido en su jerarquía moral gracias a esa transacción tan bien explicada por Kampfner, que nos da riqueza a cambio de libertad y nos propone un modelo de convergencia y síntesis de lo peor de los dos sistemas: la crueldad económica del mercado desregulado y el despotismo del Estado totalitario. (Esta es la segunda y última parte de la introducción que he escrito para la edición española del libro John Kampfner, que estará en librerías en las próximas semanas).

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19 de enero de 2011
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Libertad en venta (1)

El poder no se desplaza sólo. Le acompañan y a veces le preceden la población, la riqueza, los ejércitos, la tecnología y, naturalmente, al final de todo, en cola, las ideas y los valores. Podemos observarlo en la actual y precipitada redistribución que se está produciendo en el mundo, tanto en el conjunto del planeta, en dirección a oriente y al sur, como en el interior de las sociedades e incluso en la sociedad global, con la aparición de nuevos poderes no estatales capaces de desafiar y subvertir las jerarquías y el orden establecido.

Aunque el poder suele desplazarse lentamente, desmintiendo incluso la capacidad de cambio de esos ciclos revolucionarios que terminan dando vueltas sobre sí mismos, las recientes modificaciones en su distribución a escala mundial llevan una aceleración fuera de lo habitual que las hace especialmente visibles en los grandes escenarios internacionales. Pero al final, como suele suceder en la vida misma, los últimos en darse cuenta de los cambios son quienes pierden el poder y quienes con él pierden sus propios valores e ideas. La procesión pasa, les deja solos y desposeídos, y ellos todavía siguen creyendo en las viejas jerarquías que pertenecen a su mundo desaparecido. Los combates de la historia proporcionan así amargas experiencias sobre los cambios y desplazamientos de influencia y poder, antiguas como la mitología, pero de las que difícilmente se aprende a tiempo. Ahí está el caso modélico del país poderosísimo que pretendía culminar y garantizar su hegemonía mediante un despliegue de fuerza y poderío sin parangón en la historia y al final, gracias a la hybris, la arrogancia de los griegos, sólo consigue herirse a sí mismo y acelerar su caída. Y allí está el desposeído y humillado de ayer, que se convierte de pronto en la potencia de hoy gracias a su tamaño poblacional, a su emplazamiento geoestratégico y probablemente también a su capacidad para encajar como pieza imprescindible en el engranaje de la nueva economía globalizada. Estas lecciones de siempre nos han sido impartidas una vez más en la última década, culminando una etapa de la historia del mundo que muchos interpretaron como la apoteosis de occidente. Eran tres los éxitos indiscutibles recién cosechados por los países occidentales: el hundimiento de la Unión Soviética y del bloque comunista, el asentamiento de la superpotencia única como conductora imprescindible del planeta y la prosperidad inherente a la globalización económica y tecnológica. El nuevo siglo iba a ser entero para Estados Unidos, al decir de los intelectuales neoconservadores, partidarios de utilizar el poder para ampliar y alargar la hegemonía ganada y mantenida durante el siglo XX. Quienes se asociaran a tal esfuerzo, los países europeos por ejemplo, podrían compartir gloria y riqueza, mientras que quienes se opusieran quedarían condenados a la irrelevancia. Al final de la primera década del siglo XXI todos sabemos que nada de esto ha sucedido y que nos dirigimos a toda velocidad hacia un mundo exactamente inverso al que habían diseñado aquellos osados revolucionarios de derechas a los que conocemos como neocons. El declive de la hegemonía estadounidense es evidente en todos los ámbitos, paralelo al ascenso desafiante de las nuevas potencias emergentes, encabezadas por China. No hay contrapeso alguno, puesto que Europa se halla más desunida que nunca y en situación todavía más declinante que Estados Unidos. Su modelo de cooperación multilateral y de soberanías compartida, exhibido en las últimas décadas como alternativa al mundo desordenado y en tensión de la multipolaridad ha dejado de ejercer su viejo magnetismo, sustituido por el modelo asiático de crecimiento económico sin libertades, del que la dictadura comunista china es el mejor y más perfecto paradigma. El periodista británico nacido en Singapur, John Kampfner, autor de ?Libertad en venta?, posee las mejores credenciales profesionales y los mejores instrumentos de observación y análisis para explicar las consecuencias de este desplazamiento de poder hacia Oriente y la progresión de nuevo paradigma de desarrollo que lo acompaña, en el que se combina el crecimiento económico y la prosperidad con la limitación de libertades individuales y el pluralismo político. Kampfner es director de Índice de la Censura, una de las más destacadas ong?s dedicada a combatir a favor de la libertad de expresión, especialmente las leyes antilibelo británicas. Su anterior libro, ?Las guerras de Blair?, es una acerada crítica a la arrogancia política y militar del primer ministro más belicista que ha tenido Reino Unido desde la Segunda Guerra mundial, Thatcher y Churchill incluidos. Kampfner ha sido corresponsal en el Berlín comunista anterior a la caída del Muro y en Moscú en el momento de la disolución de la Unión Soviética; también corresponsal internacional con el Financial Times y director del semanario de izquierdas británico News Statesman. Kampfner nos explica la nueva marcha antidemocrática del planeta por el buen funcionamiento de un pacto entre las elites y los ciudadanos, aplicado inicialmente con éxito en Singapur, imitado directamente por China y seguido posteriormente incluso por los países occidentales, que se habrían convertido así, por primera vez en la historia de la humanidad, en importadores en vez de exportadores de ideología. Su libro es una síntesis de análisis y de reportaje, con abundantes entrevistas personales, noticias precisas y observaciones sobre cada uno de los lugares visitados. Participa por tanto del ensayo periodístico y del viaje ideológico. Y tanto nos señala la dirección de marcha del mundo como nos sirve para entender los peculiares sistemas y sociedades de los distintos países que recorre en su periplo. (Este texto es la primera parte de la introducción que he escrito para la traducción española del libro de John Kampfner, que estará en las librerías en las próximas semanas. Mañana daré la segunda parte de dicha introducción, que en el libro lleva como título ?Escuela de mandarines?)

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18 de enero de 2011
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El miedo de unos es la esperanza de los otros

Los pueblos árabes consiguieron sacarse de encima a sus colonizadores. Pero hasta esta pasada semana nadie en un país árabe había conseguido sacarse de encima a sus propios déspotas. No es fácil. Tampoco lo conseguimos los españoles, que tuvimos que esperar a la muerte del dictador en 1975 para que empezara la transición democrática. Los tunecinos han sido más espabilados y valientes, o el régimen más débil y corrupto todavía, porque la dictadura ha sido liquidada en un mes de manifestaciones callejeras.

El prestigio y la seguridad de los déspotas árabes son hoy un poco más frágiles. Se les puede echar. No son eternos. No hay que permitirles que conviertan en hereditarios los Estados que han ocupado y sometido a pillaje. Desde Marruecos hasta Arabia Saudí corre un tweet que recoge a la perfección este estado de ánimo: ?Todos los líderes árabes observan Túnez con miedo, todos los ciudadanos árabes observan Túnez con esperanza y solidaridad?. La revuelta de Túnez es el fin de una maldición: el despotismo no es una obligación árabe, los árabes pueden ser libres, nadie está condenado a la privación de la libertad. La tradición dictatorial de los árabes se basaba en la dureza represiva. No se entiende que pueda haber autoridad sin un ejercicio cruel y desmedido de la violencia sobre el pueblo. Esto también va a terminar. Debe terminar. No extraña la solidaridad de la familia real saudí con el dictador Ben Ali y su clan familiar. Defienden lo suyo, su autoridad, su idea del Estado como bien privado familiar y la utilización de la policía y el ejército como instrumentos de dominación sobre sus pueblos. Este sistema no funcionaría sin la aquiescencia y la complacencia de los países occidentales. Ni Europa ni Estados Unidos han movido un dedo para llevar la democracia y la libertad al mundo árabe. Al contrario, han preferido contar con regímenes represivos, capaces de controlar a sus poblaciones, garantizar el suministro energético y limitar la inmigración y el contrabando. Los mejores colaboradores de Estados Unidos y Europa han sido los jefes de policía árabes, perfectos en la lucha contra el terrorismo, pero más perfectos todavía en la opresión de sus conciudadanos y en el pillaje del erario público. La reacción que mejor recoge el cínico realismo con que los occidentales hemos tratado al mundo árabe es la que ha tenido el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a quien sólo le preocupa la estabilidad de su vecindario y considera que lo sucedido en Túnez demuestra las dificultades para firmar y mantener un acuerdo de paz en una región tan inestable. Netanyahu dice claro y en voz alta lo que todos los gobernantes occidentales piensan y dicen en voz baja. Les preocupa la estabilidad y les importa muy poco la libertad de los pueblos árabes. En algún caso, incluso, la temen. La actitud de los tres países europeos más directamente vinculados al Magreb no ha sido mejor. Nada justifica la vergonzosa cautela diplomática de España, Francia e Italia ante la primera revolución democrática magrebí. Desde Europa se ha comprado la amenaza islamista fomentada y armada por los déspotas como sistema de chantaje ante los europeos. Al igual que los saudíes fomentaron la guerrilla islamista contra los soviéticos en Afganistán, han seguido luego fomentando el fundamentalismo islámico como última trinchera para evitar que sus pueblos alcancen la libertad y la democracia. Los tunecinos han terminado también con esta monserga, que conducía a que las democracias europeas apoyaran golpes militares para evitar la llegada de regímenes islamistas. Está por ver todavía si Túnez podrá encarar la transición democrática o se encontrará con fuertes resistencias para que regrese a la dictadura. Ya sabemos quiénes van a intentar cerrar el camino de la libertad. Sería una vergüenza redoblada que los gobiernos europeos no se pusieran inmediatamente al lado de la democracia y en contra de quienes quieren mantener los viejos regímenes policiales. De momento, sólo hemos visto declaraciones tardías y torpes, y malas y vacilantes palabras. Faltan gestos contundentes y decisiones de estímulo, apoyo y ayuda al nuevo Túnez libre.

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17 de enero de 2011
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Para qué sirve un presidente

?Cuando la tragedia nos golpea, forma parte de nuestra naturaleza pedir explicaciones, intentar poner algo de orden en el caos y sacar sentido de lo que parece no tener sentido alguno. Ahora hemos visto cómo empezaba de nuevo nuestra conversación nacional, no sólo acerca de las causas que hay detrás de estos crímenes, sino incluso sobre el papel de las leyes sobre seguridad de las armas o la adecuación de nuestro sistema de salud mental. Buena parte de este proceso de debate sobre lo que deberemos hacer para evitar estas tragedias en el futuro es un ingrediente esencial de nuestro ejercicio de autogobierno?.

En pocas ocasiones en la historia un político ha explicado mejor la tarea que incumbe a la política y a los dirigentes políticos como lo ha hecho Barack Obama en su discurso fúnebre en honor de las víctimas de la matanza de Tucson. Más sermón religioso que arenga, sus palabras explican e ilustran lo que es el liderazgo: son una demostración práctica de lo que es un líder. El presidente no es tan sólo el comandante en jefe que dirige a las tropas en defensa de la nación. Su figura no queda reducida al peso enorme del primer magistrado que encarna la propia soberanía nacional, jefe de un ejecutivo con enormes poderes e influencia. Ni siquiera a la del presidente imperial, máximo dirigente del mundo. En circunstancias de gran gravedad, cuando la nación es presa de la desorientación y del miedo, el presidente se enfrenta al reto de actuar como guía y orientador de sus conciudadanos. Es la tarea del predicador en jefe, la voz religiosa de la máxima autoridad laica que Barack Obama sabe encarnar con un talento persuasivo y una gracia narrativa inhabituales. La matanza perpetrada por un perturbado mental, gracias al fácil acceso a las armas semiautomáticas, ha destruido la agenda política del Partido Republicano, que había organizado los primeros compases de la nueva legislatura con el propósito de erosionar al presidente y preparar el terreno para vencerle en las elecciones de 2012. El gesto simbólico de anulación de la reforma sanitaria de Obama, que iba a votarse en el Congreso, se convirtió así en un acto de consenso bipartidista de rechazo unitario a la violencia. Las reacciones más primarias a la matanza han permitido a su vez que Obama demostrara toda su talla de presidente e incluso de padre de la nación que honra a los caídos en el atentado y a los valientes que intentaron salvarles. El nuevo Obama que se esperaba después de las elecciones de mitad de mandato ya ha llegado, pero de la mano de una tragedia profundamente impregnada de las imágenes, las historias y las palabras que han hecho de EE UU una nación orgullosa, fuerte y segura de sí misma.

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16 de enero de 2011
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Burbujas espirituales

Si desde un satélite levantáramos el mapa de las excavadoras y grúas ahora mismo en acción sobre la entera superficie del planeta, algo perfectamente posible, podríamos ver que en amplias franjas de la corteza terrestre no se mueve un puñado de tierra ni se construye un murete de piedra. Apenas detectaríamos movimiento alguno en Estados Unidos, Irlanda o España. Algo, aunque sin exageraciones, en los países emergentes: Rusia, China, India o Brasil. Todo está parado, en cambio, en los grandes proyectos faraónicos de los emiratos petrolíferos del Golfo Pérsico, llenos de rascacielos vacíos y extensas marinas para millonarios ahora arruinados.

Sólo en dos territorios extraños y peculiares, alrededor de dos ciudades de la misma región geográfica, siguen rugiendo las cementeras, se levantan nuevas plumas y se remueven las tierras. En La Meca de los musulmanes y en el Jerusalén de los judíos crecen ajenas a las crisis sendas burbujas fruto de una especulación muy especial y distinta de la que ha conducido a la ruina a las economías occidentales. No puede decirse que no las mueva el dinero. Por sofisticadas que sean las explicaciones, al final siempre sirve la pista marxista de los miserables intereses materiales. Pero en ambas ciudades se exhibe precisamente la espiritualidad, la historia sagrada e incluso directamente los designios divinos para explicar el afán constructor en que está ocupado el hormiguero humano de sus adoradores. En la capital del Islam está creciendo desde hace unos ocho años una especie de Manhattan arábigo, en el que destaca un rascacielos de más de 600 metros de altura que reproduce el Big Ben londinense. Según cuenta el semanario alemán Der Spiegel, uno de los pocos medios occidentales que ha informado al detalle sobre esta colosal transformación urbanística, un consocio arquitectónico de Stuttgart es quien firma el proyecto de un macrocentro comercial, edificios de viviendas de lujo y complejo hotelero alrededor de la Gran Mezquita donde se halla la Piedra Negra. Quien lo financia y explota es la empresa inmobiliaria de los Bin Laden, dirigida por un hermano del terrorista más buscado del mundo. Un hermano destruyó las torres más altas de Nueva York, en el ombligo del mundo capitalista, y el otro construye otras torres desafiantes, en el ombligo del mundo islámico. Según los cables de Wikileaks, la peregrinación a La Meca, organizada por el estrecho aliado de EE UU que es Arabia Saudí, es uno de los medios utilizados por Al Qaeda para recoger o lavar dinero para el terrorismo, a través de peregrinos que llegan de todo el mundo confundidos entre los tres millones de personas que han cumplido con el ritual este año o los 13 millones que en conjunto han visitado la ciudad santa fuera de estación a lo largo de los últimos doce meses. Poco se sabe en occidente del crecimiento urbanístico de La Meca, ciudad prohibida para los no musulmanes. Sabemos más del extraño crecimiento de Jerusalén, otra ciudad sagrada de los musulmanes, pero mucho más sagrada todavía para cristianos y judíos, especialmente estos últimos, que la han invocado y anhelado desde todos sus exilios y la consideran su capital eterna e irrenunciable. Jerusalén crece, sobre todo en su parte oriental, conquistada por Israel a Jordania en 1967, y lo hace a costa de los ciudadanos árabes y de sus viviendas e incluso propiedades y a favor de los colonos israelíes, al igual que sucede en Cisjordania. El conjunto de los territorios ocupados, Jerusalén incluido, ha experimentado estos últimos tres meses un auténtico boom inmobiliario, según asegura The New York Times, después de diez meses en que la construcción quedó ralentizada como respuesta a la congelación total exigida por la Autoridad Palestina y apoyada por Washington para sentarse a negociar sobre la paz y la creación del Estado palestino. En cuanto la moratoria terminó, el 26 de septiembre, se reanudó la fiebre constructora con mayor ímpetu que antes. Según el movimiento israelí Paz Ahora, son 2.000 las nuevas viviendas en construcción y 13.000 los proyectos ya en marcha, mientras que en los últimos tres años sólo se habían construido mil viviendas por año. Poco hay en común entre las dos burbujas inmobiliarias. Una es la expresión de la fuerza del Islam en la época de la globalización tecnológica, mientras que la otra de la voluntad expansiva del sionismo radical de los colonos en nombre de los derechos divinos sobre el territorio bíblico. Ambos vectores se hallan unidos en un mismo ritmo de crecimiento: quietas e intactas durante siglos, ahora crecen súbitamente como un doble e incurable tumor urbano que le hubiera surgido al planeta en su costado oriental.

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13 de enero de 2011
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El Boomeran(g)
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