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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Catalanes, mediterráneos, europeos

Cataluña es el país más atractivo del antiguo Mare Nostrum, el lugar desde donde se ejerce la capitalidad de la región mediterránea, según palabras del presidente de la Generalitat, Artur Mas, en su primer discurso conmemorativo del 11 de septiembre, la fiesta oficial catalana. Este argumento, a veces poco visible, no admite mucha discusión. Barcelona y su área conforman la región económica e industrial más potente de toda la cuenca mediterránea, con un enorme poder de atracción de capitales, turismo y migraciones. También es evidente la vocación para ejercer la capitalidad mediterránea, por la que pelea desde 1995, cuando celebró la cumbre europea por la que se inició el Proceso de Barcelona hasta hoy mismo cuando intenta consolidar la Unión para el Mediterráneo, la averiada institución que debería ocuparse de las relaciones con nuestros vecinos del sur y cuyo secretariado se encuentra en el palacio de Pedralbes. Numerosas instituciones públicas y privadas, think tanks, universidades y empresas apoyan y desarrollan esta vocación que continúa y recupera un viejo y glorioso protagonismo medieval.

A pesar de la capitalidad indiscutible, el presidente Mas no tuvo ni siquiera una leve alusión a los acontecimientos que vienen conmocionando a la entera cuenca sur del Mediterráneo desde el pasado enero. Tres tiranos derrocados, un cuarto que sigue triturando a su pueblo durante siete meses ya, dos transiciones inicialmente pacíficas, una guerra civil con intervención internacional, cambios de gobierno, reformas constitucionales, medidas populistas para acallar las protestas y, sobre todo, una evidente desconfiguración del mapa geopolítico árabe, sin ningún diseño claro que organice esta zona crucial del planeta por sus recursos naturales, su demografía y los conflictos que alberga. Junto al desorden y a la incertidumbre que acompañan a las revoluciones, también hay indicios interesantes: estos cambios significan la incorporación de millones de personas a la nueva realidad global, primero en sus aspectos más políticos, pero ante todo en sus beneficios económicos. Algunos de estos países se hallan en excelente disposición para emerger como potencias económicas con vocación de liderazgo regional. Turquía e Israel ya lo son y lo serían más en un Oriente Próximo que consiguiera resolver satisfactoriamente la reivindicación palestina. Pero son varios los países, desde Egipto hasta Marruecos, con un enorme potencial de crecimiento si saben navegar por sus transiciones y sacan partido de sus enormes riquezas, como serían el caso de Argelia con sus reservas de gas y Libia con su petróleo. La capitalidad mediterránea hoy no es discutible. Todavía. Si el rumbo y el ritmo de las revoluciones árabes es similar al que tomaron los países del centro y del Este de Europa a partir de 1989 no es nada seguro que Cataluña pueda seguir reivindicando entonces el mayor atractivo de toda la cuenca y ni siquiera que Barcelona siga albergando las instituciones de integración regional. Por eso, atender a los cambios que se están produciendo en el sur no es solo una cuestión que afecta a la solidaridad democrática y a la estabilidad y seguridad de la región, sino también a los intereses estratégicos. Los europeos, seamos claros, hemos sido lentos de reflejos y hostiles y reticentes a los cambios, al principio, y obligadamente coadyuvantes, cuando nos hemos dado cuenta de que eran ineluctables; nuestras instituciones se han manifestado ausentes e ineficaces y solo muy lentamente han ido pensando en organizar su participación y su papel en la construcción del nuevo mundo árabe; y tampoco las sociedades se han mostrado a la altura, más preocupadas por la inmigración, las suspicacias respecto a los musulmanes, el precio de la energía y los hipotéticos problemas de suministro que por las necesidades de las transiciones políticas y del bienestar y la libertad de nuestros conciudadanos árabes. Probablemente, sería excesivo pedir que los catalanes y su Gobierno, a pesar de nuestros frecuentes tropismos narcisistas, fuéramos ahora más despiertos y mejores que el resto de los europeos y de sus instituciones.

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12 de septiembre de 2011
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El ojo velado del terror

No hay quien borre esas imágenes. Han pasado diez años, pero pueden pasar muchos más. Entre quienes las vieron aquella mañana clara de septiembre no habrá quien las elimine de sus memorias. No hablemos ya de quienes sufrieron y sobrevivieron a aquellos ataques fulgurantes que destruyeron los símbolos más altos, físicamente incluso, del poder del dinero y de la fuerza militar. La huella devastadora en los cuerpos de miles de personas y en las mentes de millones tiene la fuerza de una guerra entera de exterminio. Y así lo entendieron Estados Unidos y el mundo. Con un ataque terrorífico a las dos metrópolis, política y económica, americanas, que es como suelen terminar las guerras, empezó la que George W. Bush declaró al terrorismo, con el propósito de restaurar su capacidad disuasiva en el mundo después de sufrir en su territorio lo que era la mayor afrenta militar de su historia, jamás osada anteriormente, ni por Japón y Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, ni por supuesto por la URSS durante la guerra fría.

Mucho se ha visto y se ha contado de aquellas horas de conmoción. Sabemos cómo lo vivieron los principales responsables del Gobierno de Estados Unidos. Centenares de testigos han explicado su experiencia. Todos hemos narrado en un momento u otro qué estábamos haciendo en aquellos instantes lúgubres. Centenares de libros, reportajes y películas nos han explicado minuto a minuto aquella agonía y el terror de los días que siguieron, cuando se fue ensanchando la herida en nuestras mentes y los principales responsables de la Casa Blanca temieron vivir sus últimas horas de vida antes de un ataque de mayores dimensiones. Decenas de teorías para todos los gustos han intentado explicar lo que no cabe en una mente humana, la razón para tanto dolor, los motivos para el nihilismo hipnótico que movilizó a los suicidas. Conspiraciones paranoicas, fobias racistas y religiosas, profecías y viejas inscripciones en textos sagrados aliñan muchas de esas explicaciones que nada explican. Y sin embargo, diez años después, sabemos mucho, casi todo, de Al Qaeda y de su disminuida estructura, en buen parte físicamente liquidada y políticamente derrotada, después de que consiguiera alcanzar con su zarpa todos los continentes. Pero la idea de un ataque simultáneo y a gran escala a los corazones financiero y militar del mundo será difícil que deje de golpear en la mente de quien todavía hoy intente penetrar en el significado de aquellas imágenes increíbles del horror que cambiaron la historia. El 11-S es todavía un ojo ciego que nos mira, la cuenca vacía de una calavera que nos sonríe, en la que podemos vernos a nosotros mismos, los humanos de todas las razas y religiones, con toda nuestra capacidad de fanatismo y de destrucción.

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11 de septiembre de 2011
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Un tsunami llamado Bibi

Aseguran quienes han vivido un tsunami que poco antes de que el mar se levante se produce un extraño silencio, fruto del silencio de los pájaros que ya han huido del escenario de la catástrofe inminente. No es el caso del tsunami diplomático que va a sufrir Israel este mes de septiembre, según anunció de forma muy temprana su ministro de Defensa, Ehud Barak, hace casi medio año. Cuando quedan apenas quince días para la fecha en que se prevé el golpe de mar se multiplican los signos de su llegada, dentro de Israel, en los territorios ocupados, en sus fronteras y en la escena internacional.

En las calles de las ciudades israelíes se movilizan sus indignados, ajenos al conflicto palestino pero disconformes con un Estado que dedica mucho a la ocupación de Cisjordania y la seguridad y cada vez menos al bienestar y a la solidaridad. En Cisjordania los colonos se arman y preparan con la ayuda del ejército para la eventualidad de una tercera Intifada, que sus enemigos palestinos desean pacífica pero ellos ven como el episodio central de una guerra de civilizaciones. En la frontera con Egipto crece la inseguridad y se producen atentados e incidentes armados por primera vez desde los acuerdos de paz de 1979, hasta situar las relaciones entre ambos países al borde de la retirada de embajadores. En el ancho mundo se tensan las relaciones con antiguos aliados como Turquía, que rebaja las relaciones comerciales, expulsa diplomáticos y anuncia mayor vigilancia marítima en las proximidades de la costa israelí, mientras sigue tejiéndose cada vez más espesa la coalición internacional en favor del reconocimiento de Palestina como miembro de Naciones Unidas. El tsunami anunciado por Barak llegará con la votación en Nueva York, en la Asamblea General de la ONU, en la que se prevé que como mínimo 140 estados apoyen el reconocimiento de Palestina, que marcará el punto más bajo en la historia diplomática de Israel. Es evidente que su advertencia sobre "la parálisis, la retórica y la inacción (que) profundizarán el aislamiento de Israel" ha caído en caso roto. Nada de lo que ha hecho el gobierno al que pertenece Barak y que encabeza Benjamin Netanyahu, ha servido para mejorar la posición de Israel en la escena internacional, al contrario. El estallido de la primavera árabe aportó una bocanada de aire fresco que Netanyahu no quiso aprovechar: nadie quemaba banderas israelíes en las calles árabes donde se desarrollaban las protestas, algo que está cambiando ahora a toda velocidad, con la aparición de unas opiniones públicas democráticas que se expresan con la libertad y la desenvoltura que las dictaduras constreñían. Israel no aprovechó las tres décadas transcurridas desde los acuerdos de Camp David con Egipto y las casi dos desde la Conferencia de Madrid y los posteriores Acuerdos de Oslo para resolver el conflicto con los palestinos. Tampoco ha aprovechado la llegada de Obama a la Casa Blanca y su apertura hacia el mundo árabe y musulmán. Y menos aún estos meses de revueltas árabes, en los que ha quedado claro que los ciudadanos de estos países no se conforman pasivamente a ser gobernados por unos dictadores ladrones y corruptos, aliados de Washington y de Israel, que aseguraban la estabilidad y la seguridad de la zona y utilizaban el conflicto palestino como válvula de escape. Si hasta ahora se pudo hacer la paz con los autócratas, ahora hay que hacerla con las sociedades, sus ciudadanos, algo mucho más difícil y exigente en explicaciones y capacidad de convicción. Barak advirtió sobre el peligro del tsunami porque creía que todavía podía evitarse. La fórmula no sería muy distinta de la que estuvo a punto de alumbrar con Arafat y Clinton en 2000, cuando era primer ministro. Los dos Estados, las fronteras de 1967 y Jerusalén como doble capital israelí y palestina. No lo ve así Netanyahu, que quiere seguir ganando tiempo, aun a costa de un mayor aislamiento e incluso de un nuevo y virulento conflicto, sin moverse de sus posiciones ni paralizar la construcción de colonias sobre territorio palestino. El eslogan que quiere imponer ante la votación en Naciones Unidas es que la petición de reconocimiento de Palestina es una decisión unilateral que deslegitima a Israel. La Autoridad Palestina asegura, en cambio, que es el nuevo camino para sentarse a negociar seriamente, ya de igual a igual, la fórmula de los dos Estados en paz. El tsunami va a debilitar a Obama, obligado a utilizar el derecho de veto, y a los europeos, que se dividirán ante el voto en Naciones Unidas. Antes del tsunami, Israel ya ha perdido aliados y amigos por todos lados, incluyendo el bando palestino, donde es imposible que encuentre un socio mejor que Mahmud Abbas. Lo único que puede evitarlo es regresar a la negociación. Y lo único que puede reparar sus efectos, también es el regreso a las conversaciones de paz. Pero ambas cosas son imposibles con este primer ministro al frente de Israel. Bibi Netanyahu es el nombre que tiene este tsunami.

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7 de septiembre de 2011
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El miedo como concepción del mundo

Se ha instalado entre nosotros. Basta con ver los titulares de los periódicos entre agosto y septiembre. El miedo se ha convertido en una política y una ideología. Una concepción del mundo, una Weltanschauung, según la frase del general Hammerstein que un escritor de enorme talento ha recuperado para la posteridad.

Después del miedo llega la estampida. Sálvese quien pueda. Cada uno a lo suyo, aun a costa de aplastar al vecino. Cuando el miedo se convierte en política y en ideología estamos a un paso del pánico y del caos. No se puede gobernar por el miedo. No se puede atajar la crisis por el miedo. Nada se consigue por el miedo sino más miedo. La frase de Hammerstein es de la misma época en que el presidente Roosevelt expresó su único temor: al miedo mismo. Crisis económica, ascenso de los populismos, retraimiento nacionalista, y el totalitarismo al acecho ahora, y en plena expansión entonces. Miedo al desempleo, miedo a la ruina, miedo al extraño, miedo al regreso a la miseria, miedo a la pérdida de la propia identidad: las políticas del miedo tienen un amplio y peligroso registro de teclas sobre las que pulsar, algunas bien auténticas y tangibles y otras producto del miedo mismo. Muchos son las que las pulsan con gusto y no pocos beneficios inmediatos, electorales sobre todo, y pocos quienes combaten y neutralizan a estos fúnebres concertistas que acompañan a todas las crisis. (?Hammerstein o el tesón?, de Hans Magnus Enzensberger, arranca con la frase ?el miedo no es una concepción del mundo? como lema. El general, que pudo impedir mediante un golpe de Estado el nombramiento legal de Hitler como canciller, fue uno de los pocos militares alemanes y prusianos que nada tuvo que ver con el nazismo. Con el miedo instalado en toda Europa, Hammerstein resistió con honor.)

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6 de septiembre de 2011
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Sacrificio ritual

Cuanto mayor el dolor, mayor el valor. No es lo que se pierde con el sacrificio lo que importa, si no el efecto de esta pérdida: el dolor. Sin dolor, de nada vale el sacrificio.

Quien creía que la crisis debían pagarla todos por igual ahora estará obligado a hacérsela pagar a los más menesterosos, y encima a defenderlo luego en nombre del bien común, la estabilidad presupuestaria. Quien consideraba el consenso como método supremo y clave de arco de la democracia ahora se verá obligado a romperlo. Quien se mostraba dispuesto a gobernar responsablemente y en solitario hasta el último momento se verá forzado ahora a entregar las riendas al adversario antes incluso de que este venza en las elecciones. Quien quería avanzar en la nueva generación de derechos ciudadanos estará obligado ahora a retroceder mediante el recorte de viejos derechos que se daban falsamente por adquiridos y consolidados. Quien hacía gala de la renovación de la democracia para hacerla más deliberativa y más participativa, deberá ahora tomar las decisiones sin consulta y por acuerdo casi secretos entre las cúpulas partidarias. Quien lucía de la España plural deberá prescindir ahora de todos los que expresaban esta pluralidad, en nombre del bien común que es la estabilidad presupuestaria, que exige el súbito acuerdo patriótico entre los dos grandes partidos españoles. Nada duele más que entregar algo personal e íntimo. Las propias ideas, el poder que todavía se preserva, o incluso la buena imagen que uno tiene de sí mismo. Un sacrificio en el que se entrega el ideario, el gobierno y la posteridad es lo máximo que se le puede pedir a un político. Es lo más próximo al suicidio político. Pero esto es lo que exige este Baal cruel que ahora rige el curso de la historia. Y a pesar de tanto sacrificio, de tanto dolor, ni siquiera es seguro que baste para aplacar su ira.

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5 de septiembre de 2011
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Dictaduras irreformables

Ben Ali duró apenas un mes. Mubarak ni siquiera. Las guerrillas del Consejo Nacional de Transición han necesitado medio año para echar a Gadafi. Los tunecinos y los egipcios consiguieron liberarse de sus tiranos sin disparar un tiro. Los libios empezaron pacíficamente, pero enseguida la protesta se convirtió en una insurrección, que recibió la cobertura aérea de una coalición internacional liderada por la OTAN, gracias a una resolución del Consejo de Seguridad.

Ahora le toca a Siria desembarazarse de su tirano, Bachar el Asad. La caída de Gadafi es un estímulo para los sirios y un mensaje de desánimo para los partidarios del régimen. Hay noticia de deserciones entre los militares de conscripción. Puede haberlas también dentro del régimen. El ministro iraní de Exteriores, Ali Akbar Salehi, ha pedido a Asad que atienda las demandas legítimas de su pueblo, y Hassan Nasrallah, el líder del poderoso partido chiita libanés Hezbolá, también quiere que se apresure con las reformas para aplacar las protestas. Las barbas del vecino, ya se sabe. Cada pieza de dominó tiene sus peculiaridades. Túnez no jugaba un papel estratégico, pero dio el empujón inicial. El peso geoestratégico de Egipto es enorme, y por eso su caída dio el mayor impulso a la oleada. Libia tiene petróleo, instrumento de chantaje, de corrupción y de blindaje policial y militar. Siria es doblemente estratégico, por su conexión chiita con Irán y por su guerra fría con Israel, con el radicalismo palestino de por medio. Asad está todavía más blindado que Ben Ali, Mubarak y Gadafi, puesto que su régimen ha hecho ya la sucesión familiar. Estuvo en el punto de mira de Washington en la época del eje del mal y lo superó sin las piruetas y payasadas del líder libio derrocado. Ahora, a pesar de la represión letal contra su población, ha conseguido que las sanciones internacionales lleguen lentamente y en algunos casos todavía no hayan llegado. Cuenta con una diplomacia eficaz, buenos padrinos en Moscú y tentáculos en muchos países, España sin ir más lejos. Todos estos apoyos se van debilitando. Turquía, antaño país aliado, ahora es el que más presiona entre sus vecinos. La idea de que en Damasco se produzca un vacío de poder suscita un mismo y enorme vértigo a los enemigos jurados que son Ahmadineyad y Netanyahu. Una Siria en transición induciría a la revuelta en Irán y situaría en una difícil posición a Israel en sus fintas para evitar la creación del Estado palestino. Asad finge que escucha. ¿Pedían reformas? Ha levantado el estado de emergencia, anunciado varias reformas legislativas incluyendo el reconocimiento del pluripartidismo y decretado tres amnistías. Humo de pajas todo, acompañado de una represión todavía más dura, que demuestra el valor del reformismo en este tipo de regímenes instalados en el crimen.

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4 de septiembre de 2011
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Victoria con sordina

Tras los descalabros vendidos como victorias, llegan las victorias silenciosas. La actuación de la OTAN en Libia confirma un nuevo estilo de guerra o de intervención militar adoptado por Estados Unidos bajo la presidencia de Barack Obama, un tipo de contienda en el que el protagonista, la mayor superpotencia militar, se mantiene discretamente en segundo plano, atendiendo más a los resultados y a la gestión política que a la publicidad de las victorias.

Así sucede con la guerra de los drones, esos aviones no tripulados, cada vez más imprescindibles para el espionaje y para los bombardeos y disparos de precisión, que está diezmando a Al Qaeda a mayor velocidad con que la organización terrorista intenta reproducirse. Es también el tipo de intervención diseñada para Irak y Afganistán, una vez retiradas las tropas directamente de combate, y utilizada en Yemen, con tareas de apoyo y entrenamiento de las tropas nacionales de cada país en su lucha contra la insurgencia de Al Qaeda. Los resultados de estas intervenciones con sordina están ahí, en forma de dos éxitos iniciales en Libia: el primero, con la imposición de la zona de prohibición de vuelos que frenó la matanza que Gadafi preparaba en Bengasi; el segundo, con la caída del tirano, sin poner ni un solo soldado a combatir en tierra. Falta el tercero, quizás el más difícil y cuyo protagonismo corresponde entero a los libios, consistente en organizar y constituir la libertad después de haber conseguido la liberación. La victoria libia manda un mensaje inequívoco al resto de países árabes. Para Túnez y Egipto, países en difícil transición, es un alivio contar con un vecino al fin en paz, que emprenda un camino paralelo después de desembarazarse de su propio tirano. Para Siria, significa situarse ahora en el foco de toda la atención: el siguiente en la lista. Para el resto, la seguridad de que el impulso revolucionario, debidamente acompañado por el apoyo internacional, sigue vivo e intenso: deberán tomar nota quienes albergan dudas sobre la necesidad perentoria de reformas y cambios. El método de Obama en Libia es exactamente el contrario de Bush en Irak. La intervención aérea se ha producido a petición de los libios, cosa que no fue el caso en Irak. Los bombardeos y ataques, salvo contadas excepciones, han podido evitar las víctimas civiles. El derrocamiento del dictador ha sido obra de los propios libios. Nadie les va a decir cómo deben organizarse y construir su futuro. Por eso no le han faltado las críticas de quienes deseaban una legitimación retrospectiva de aquella guerra ilegal, unilateral e injusta que dividió a la comunidad internacional y a Europa, al menos mediante el fracaso de esta guerra legal, multilateral y justa según los parámetros del derecho internacional y que ha contado con la cobertura de Naciones Unidas. Una vez derrocado Gadafi, estos críticos hacen ahora de aves de mal agüero con maldiciones sobre el futuro de Libia para que sea de caos y guerra civil. Hay muchas razones para invertir aquel esquema nefasto de la Misión Cumplida, cuando apenas dos meses después de la invasión de Irak Bush exhibió imprudentemente sobre un portaviones una victoria que los hechos desmintieron cruelmente hasta el último día de su presidencia. Las victorias bélicas, reales o imaginarias, difícilmente hacen ganar elecciones, aunque su conducción insensata sí puede llevar a perderlas. Las elecciones se juegan hoy en la cancha de la economía y del empleo. No corresponde buscar rendimientos electorales a problemas de profundidad estratégica como es el cambio que se está produciendo en el mundo árabe. Sin EE UU y su apabullante aunque silenciosa participación, la OTAN no se podría apuntar ahora esta victoria. Los aliados atlánticos no tienen por sí solos las capacidades, ni siquiera la munición, para soportar una campaña como la de Libia. Esta guerra, siendo un éxito para quienes apoyaron la intervención, exhibe las debilidades de Europa ?y concretamente de una OTAN dividida y una UE inexistente?, que necesitaría más voluntad política, conciencia ciudadana y sobre todo presupuesto de defensa para poder actuar en crisis como la libia meramente como la potencia de ámbito regional que debería ser. Obama ha prestado las alas de esa victoria a Sarkozy y Cameron, que han llevado el peso de la imagen y le van a sacar buen provecho político; sobre todo el francés, que tiene elecciones en 2012 y puede aparecer como vencedor en Libia después de ser perdedor en el Túnez de Ben Ali. En el pasivo político de esta guerra sobresale Alemania, país instalado en la disonancia europea en todos los campos: el euro, Libia y próximamente el reconocimiento de Palestina en Naciones Unidas. Obama dirige desde atrás, pero Merkel frena desde delante. El primero, sin doctrina, está tejiendo una nueva doctrina. La segunda no quiere saber nada de lo que pasa en el mundo si no afecta estrictamente a la caja registradora de votos y de dinero.

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31 de agosto de 2011
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Se acabaron las sobras

La otra cara del ?demasiado grande para caer? nos explica la crueldad de los recortes sociales: porque afectan ante todo a los que son ?demasiado pequeños para aguantar?.

Ahora adquiere visos de heroicidad quitarle el mendrugo de pan al pobre. Así es como el gobernante sacrifica su más íntimo y elemental sentido moral en el altar de un bien común al que llama equilibrio presupuestario o exigencias europeas. Cuando llega la necesidad y se extiende la pobreza, hay que cerrar el grifo: no da para tanta gente. No era solidaridad. Eran las sobras.

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30 de agosto de 2011
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El pícaro y el pirata

El pícaro es listo por definición. El hambre que pasó es lo que define su inteligencia. De ella aprendió a fascinarse por el poder y sobre todo por sus pompas. Conforman el espejo en el que se ve a sí mismo, cuando crezca. Sus relojes, sus coches, sus mansiones, sus barcos. Por eso se arrima al poderoso, le imita, le seduce, le engaña, le convence para que le convierta en su ahijado, su heredero, su sustituto, su sombra, su cuerpo y su alma al fin, hasta ser él mismo el poderoso al desnudo que viste y calza y encuentra un pícaro que también le ría las gracias.

La adulación es un arte, lleno de sutilidades y trucos. De entrada, para que funcione correctamente y no produzca el efecto contrario, apenas debe notarse. Puede sobrevolar, apenas como una duda, sobre la cabeza del adulado. Pero debe envolverse en la ambigüedad, en la punzada crítica, en el toque de humor ácido, para no convertirse en un insulto. Nada hay más irritante que la entrada de un adulador ondeando la bandera de combate de sus intenciones. Para el envoltorio de los halagos son muy convenientes los arrebatos líricos y las referencias a la historia, el cine o la literatura, que con harta frecuencia no vienen a cuento pero embelecan al viejo filibustero y le preparan para que suelte la bolsa. La mirada, las manos, la voz, cualquier cosa sirve como motivo para las alabanzas. De mayor quiere ser como él, pero mientras tanto se contenta con que le ayude a salir de la necesidad en que se encuentra. Por eso no pone límites a sus cucamonas y lisonjas. Puede ir más lejos que el pirata en su descaro. Los asaltos y crímenes que al propio bucanero avergüenzan se convertirán en su boca en proezas de su oficio glorioso. El vicio en virtud. El crimen en beneficio para la humanidad. La avaricia en generosidad. Y la vejez en inmortalidad.

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29 de agosto de 2011
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Sadismo social

Algo anda muy mal en una sociedad cuando son los ricos los únicos que piden que se les haga pagar impuestos. ¿Qué se traerán entre manos? Significa en todo caso que la palabra solidaridad se ha convertido en una cáscara vacía al servicio de la retórica.

Con la crisis llega la oportunidad para el sadismo social: bajar los impuestos a los ricos y quitarles ayudas a los pobres. El darwinismo social es pragmático y eficaz y apenas le interesa convertir su depredación en propaganda; el sadismo, en cambio, encuentra placer en la acción insolidaria y en su exhibición pública.

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28 de agosto de 2011
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El Boomeran(g)
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