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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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Catálogo del cambio

Las mujeres tunecinas van a votar el 23 de octubre en las primeras elecciones democráticas que contarán con listas paritarias y servirán para conformar la Asamblea Constituyente. Las mujeres saudíes no votan en las elecciones municipales que se celebran hoy y deberán esperar a 2015 para gozar del sufragio activo y pasivo en los comicios locales. La caída de Ben Ali decapitó los proyectos de sucesión dinástica organizada por los familiares del dictador, al igual que ha sucedido en Egipto y en Libia. En Túnez no eran los hijos los candidatos sino la propia esposa de Ben Ali, la todopoderosa Leila Trabelsi, quien aspiraba a sucederle. En Arabia Saudí las mujeres apenas aspiran a conducir el automóvil, delito por el que una señora de Yeda ha sido castigada a recibir diez latigazos.

Entre la revolucionaria Túnez y la contrarrevolucionaria Riad, se extiende el catálogo del cambio que se ha producido en el mundo árabe desde el 14 de enero cuando Ben Ali se fugó a Arabia Saudí, donde vive ahora exiliado. En toda la geografía árabe la oleada ha producido unos efectos internos en cada uno de los países, desde el cambio de régimen hasta el anuncio del sufragio femenino. Y otros externos, desde los bombardeos de la coalición internacional para apoyar la revolución contra Gadafi en Libia hasta la intervención militar de Arabia Saudí, junto a los países del Consejo de Cooperación del Golfo, para reprimir a los revolucionarios en Bahréin. En este amplio abanico encontramos de todo: dos transiciones en marcha con elecciones democráticas ya programadas, una guerra civil a punto de concluir, dos largas revueltas de horizonte incierto, varias reformas constitucionales, remodelaciones de gobierno o simples medidas económicas para aplacar las protestas. La factura de sangre no es liviana, sobre todo donde hay guerra como en Libia, una represión desenfrenada como en Siria, o ambas cosas, enfrentamientos civiles y represión como en Yemen: son millares los heridos y muertos por efecto de la represión y de los enfrentamientos, hay cárceles que se vacían y cárceles que se llenan según los países, y policías que dejan de torturar, policías que siguen torturando y policías que torturan más que nunca. Cada uno de los casos permite identificar un modelo de comportamiento frente a las protestas, aunque también un aprendizaje por parte de los gobernantes. Ben Ali y Mubarak creyeron que bastaría la promesa de abandonar el poder en las siguientes elecciones y de renunciar a una sucesión familiar. Gadafi dedujo que debía aplastar la revuelta antes de pensar en ceder en algo. Ali Abdalá Saleh combinó ambas estrategias: ha prometido todo, no ha cedido nada y sigue reprimiendo, aunque ha estado a punto de morir en los enfrentamientos. Ha quedado demostrado algo que ya se sabía, desde Maquiavelo al menos: que los príncipes hereditarios proporcionan más estabilidad que los príncipes nuevos. Mohamed VI decepcionó al principio y avanzó algo más en las reformas en cuanto percibió la profundidad del tsunami, para acotar luego el perímetro del cambio con el objetivo de no perder el control patrimonial del Estado, que es lo que intentan todos los monarcas. El rey saudí Abdulá Abdulaziz tenía un esquema claro: el inmovilismo, pero también la contrarrevolución. Si hay que hacer cambios, que sea en proporciones microscópicas. Hay que rechazar el comportamiento desagradecido de Washington y de los europeos con Ben Ali y Mubarak. También para evitar que cunda el mal ejemplo: solo faltaría que todos los descontentos del mundo derrocaran a quienes deben obediencia. Y si hace falta, se manda los tanques para asegurar la estabilidad en la Península Arábiga, donde los vecinos se rigen con los Saúd por la doctrina Breznev de la soberanía limitada: véase Bahréin y Yemen. Fuera del catálogo también cuentan tres países que ni son árabes ni están directamente afectados por esa primavera. El primero es Israel, entreverado con los árabes y acogido a la vía inmovilista de los saudíes: mejor que nada hubiera cambiado y en todo caso vamos a seguir como si nada haya cambiado. El segundo es Irán, totalmente ambivalente. Su esfera de influencia chií le llama a temer la caída del régimen amigo de Siria, pero a la vez a promover las revueltas chiíes en su zona de influencia. Teme que la revolución erosione al régimen de los ayatolás pero el régimen revolucionario islámico debe apoyar a los revolucionarios. El tercero es Turquía, que empezó arrastrando los pies como los occidentales, pero aspira a convertirse en la potencia regional decisiva. Es un catálogo abierto, del que solo conocemos las primeras páginas. Desmiente a los escépticos del cambio. Han cambiado todos los países internamente y ha quedado modificado el entero mapa geopolítico. Pero solo es el comienzo. Dentro de pocos meses este catálogo necesitará muchas más páginas y empezaremos a saber cuál es el color dominante.

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28 de septiembre de 2011
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Dos tazas

La respuesta es siempre la misma. Llueva o haga sol. Para responder a la violencia o para enfrentarse a una iniciativa pacífica. Cuando negocia y dialoga o cuando rompe relaciones. El gobierno de Israel va a autorizar la construcción de 1.100 viviendas adicionales detrás de la línea verde, la antigua demarcación que separa al territorio reconocido internacionalmente de los territorios ocupados en 1967. Si los palestinos no querían caldo, Israel les va a dar dos tazas. Construir en territorio conquistado y seguir poblando fuera del perímetro de sus fronteras legales es lo único que saben hacer los gobiernos de Israel en cualquier circunstancia.

El nuevo anuncio es la respuesta a Mahmud Abbas por su petición de reconocimiento internacional, pero también es la respuesta a Obama, cuya administración ya ha condenado la iniciativa. Para que sepa que el apoyo incondicional recibido del presidente estadounidense no genera obligación alguna de facilitarle las cosas. Al contrario: habilita a Netanyahu a seguir torciéndole el brazo. También es una respuesta astuta a quienes desde la derecha de Netanyahu, la ultra derecha, claro, piden directamente la anexión de Cisjordania: que no se quejen, algo les han dado. Las nuevas viviendas estarán emplazadas en Jerusalén Este, donde cualquier asentamiento recibe una doble legitimidad para el expansionismo israelí: estamos hablando de la capital eterna de los judíos. Estas viviendas traducen un patrimonio espiritual en propiedades inmobiliarias, un elemento central en la cultura judía en una pieza clave de la política israelí y un mensaje inconfundible de la diplomacia de Netanyahu: es el rechazo sin paliativos a la fórmula de los dos Estados. Dos tazas de colonización, pero un solo Estado, el israelí. La razón, la ley o la justicia no tienen nada que ver con esto. Menos todavía los valores morales y religiosos judíos. Solo atiende este caso a una dimensión: la fuerza. Quien más tiene es quien gana. Al menos de momento. Israel tiene el ejército más poderoso de Oriente Próximo, el arma nuclear y el apoyo incondicional de Estados Unidos, la mayor superpotencia militar de la Historia. Por eso puede seguir colonizando cuando la lógica más elemental aconsejaría paralizar los asentamientos, incluso sin reconocerlo. Pero no: a Netanyahu tampoco le basta con el fuero, quiere el huevo. Lo quiere todo, el poder y la gloria. Pero debe ir con cuidado: los excesos y la falta de mesura suelen terminar mal. Quien lo quiere todo, puede terminar con nada

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28 de septiembre de 2011
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La historia inconmovible

"La Historia Inconmovible de mi nación me enseña que en esta parte del mundo nada cambia y que está prohibido albergar cualquier esperanza. La Literatura Recalcitrante de mi nación me enseña que la falta de esperanza no me impide pedir un cambio y, más generalmente, comportarme como debe hacerlo un ser humano". Leo estas frases en Varsovia, en las mismas horas en que Mahmud Abbas pide para Palestina lo que le niega Benjamin Netanyahu, justo cuando los yemeníes y los sirios salen una vez más a la calle y mueren tiroteados por sus propios ejércitos.

Son palabras que trascienden las circunstancias en que fueron escritas. Pertenecen a Stanislaw Baranczak, Poznan, 1946, poeta, crítico literario, profesor en Harvard cuando las escribió. Su país empezaba entonces a navegar en libertad, hace 20 años. Versaban sobre lo que ocurrió 10 años antes, ahora se cumplen 30, en 1981, cuando la ley marcial cortó por lo sano la oleada liberadora que significó la creación de Solidarnosc. El libro se titula 'Respirando bajo el agua y otros ensayos sobre Europa oriental', editado en 1990, y es uno de los pocos que hay a la venta en inglés a disposición del viajero que embarca en el aeropuerto Frederic Chopin. Esta vieja historia de los combates polacos por la libertad interesa cada vez menos a quienes viajan a este próspero país socio de la Unión Europea, cuya economía crece al 4% y se cuenta entre las naciones más felices de Europa, según una encuesta del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo. Tampoco parece interesar mucho a los polacos, orientados hacia el futuro y optimistas como nunca lo habían sido durante su larga y trágica historia de pueblo oprimido y nación abolida. Acaban de descubrir ahora en su subsuelo un enorme yacimiento de gas de esquisto, el mayor de Europa, que podría proporcionarles suministros para 300 años, la soberanía energética que ahora no tienen, y que compensa la amargura por el nuevo pacto germano-ruso de la energía -el gaseoducto submarino Nord Stream, que suministrará gas ruso a los alemanes, puenteando a Polonia-, sombra pacífica del maldito pacto Molotov-Ribbentrop que significó la partición entre Berlín y Moscú en 1939. Esas palabras salidas de la resistencia valen todavía para el vecindario oriental de Polonia, donde se cruzan los intereses y los ideales. En Ucrania, la jefa de la oposición, Yulia Timochenko, está en la cárcel. En la dictadura que es Bielorrusia podría caber perfectamente Gadafi como exiliado de honor. Moldavia es un país escindido, pues alberga desde 1990 el territorio de la república de Transnistria, prorrusa y no reconocida internacionalmente. Georgia se halla en una situación parecida, con la escisión de la república de Osetia del Sur, prorrusa, resultado de la guerra de 2008. Armenia y Azerbaiyán, sin relaciones diplomáticas entre ambas, mantienen todavía el contencioso por Nagorno Karabak, por el que mantuvieron hostilidades entre 1988 y 1994. Desde su actual presidencia semestral europea, Polonia va a impulsar ahora la Asociación Oriental, en la que están incluidos estos seis países europeos que anteriormente pertenecieron a la Unión Soviética, con el objetivo de promover las relaciones comerciales y económicas, favorecer el desarrollo político y el respeto de los derechos humanos, construir una zona de libre comercio y libre circulación de personas y plantear incluso en el futuro la integración en la UE. El 29 de septiembre todo este programa recibirá un fuerte impulso cuando se reúna la primera cumbre de dicha Asociación en uno de los momentos más cruciales de la presidencia semestral polaca. Es del interés económico de Varsovia proyectar su influencia como socio europeo en su inmediato entorno oriental; pero también quiere atraer a estos países hacia Europa para avanzar sus piezas en el juego geopolítico frente a Rusia. Tendrán que pasar quizás veinte o treinta años para que uno de los países árabes alcance una posición como la que tiene Polonia ahora. La Historia Inconmovible de Baranczak no cambia sin ayuda ni empujones, como los de los polacos estos días a favor de sus vecinos de la Europa exsoviética. Nuestros vecinos del sur del Mediterráneo también lo esperan.

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26 de septiembre de 2011
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La Jerusalén ideológica

Por las piedras de Jerusalén han combatido ferozmente tres religiones, judaísmo, cristianismo e islam. Pero el viejo conflicto religioso apenas explica una sombra de la realidad. Es la capital de las tres religiones pero es también la encrucijada de donde salen tres vías hacia el futuro, tres formas de entender el mundo, la vida y la sociedad política que se entreveran en cada una de las tres religiones y desbordan la geografía jerosolimitana, la del conflicto entre israelíes y palestinos e incluso la inmediata región de Oriente Próximo.

Según el filósofo y psicoanalista israelí Carlo Strenger (International Herald Tribune, 17-18 de septiembre), conviven en Israel tres modelos de sociedad radicalmente distintos si no directamente contradictorios: el democrático liberal, el autocrático y el teocrático. El primero atraviesa una seria crisis: cita el profesor al menos tres leyes aprobadas por la Knesset que "ponen en serio peligro la identidad liberal democrática de Israel", todas ellas dirigidas a prohibir o limitar la expresión de la identidad palestina. El segundo, en ascenso, autoritario y laico, muy bien representado por Avigdor Lieberman y sus votantes de origen ruso, tiene que ver más con la democracia soberana de Putin que con la tradición fundacional israelí: considera que Occidente está en declive precisamente por sus excesos liberales e individualistas y ahora es el momento de los Estados fuertes y sin complejos. El tercero, demográficamente en auge, es el de los partidos nacional-religiosos, que esgrimen la Biblia como si fueran las actas de propiedad colectiva del pueblo judío. En los territorios palestinos aparecen solo dos modelos, el teocrático de Hamas y el forzosamente autoritario de la Autoridad Palestina, pero son evidentes los esfuerzos hasta ahora infructuosos por construir la identidad democrática liberal. Lo mismo sirve para el entorno de Israel, sobre todo tras la primavera árabe. El modelo autoritario laico acaba de fracasar. El teocrático fracasó antes: en Irán sobre todo. Y el reto ahora es evitar el regreso a las andadas y la construcción sobre la identidad islámica de unas nuevas democracias liberales. Sólo un modelo conduce a la paz. Por eso sólo se alcanzará si la tracción es de los demócratas liberales de un lado y otro. Cuanto menos haya, cuanto más débiles, menos posibilidades para la paz. Vale incluso para el papel en esta pugna de Europa y Estados Unidos, donde también funcionan los tres modelos, y uno de ellos, el de los cristianos fundamentalistas americanos, es el ancla que impide la partida al navío de los dos Estados. El conflicto entre israelíes y palestinos ha sido fácil excusa o coartada para otros conflictos o burda explicación para muchos males. Pero es bastante más: es la Jerusalén del siglo XXI, el ombligo ideológico del mundo. Define la identidad de unas ideas y un modelo de sociedad política.

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25 de septiembre de 2011
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Multilateral y legitimadora

La iniciativa del presidente Abbas solicitando el reconocimiento de Palestina en Naciones Unidas ha sido tachada por Benjamin Netanyahu de unilateral y deslegitimadora para el Estado de Israel. Como sucede con las consignas eficaces, fruto de un trabajo político y diplomático cuidadoso, ambos argumentos ya han hecho fortuna y hoy no faltan en ninguno de los debates sobre los acontecimientos que se producirán en los próximos días en la sede de la organización internacional. Un tercer inconveniente o tacha se deduce de los dos anteriores: su propósito es aislar a Israel.

De todos los pasos que han realizado los palestinos a lo largo de la historia para ejercer sus derechos, el movimiento diplomático elegido por el presidente Abbas es de los más pacíficos y multilaterales posibles. Se trata, de entrada, de una petición. Que se somete al juicio de la entera comunidad internacional. No de una acción irreversible que se toma al margen del multilateralismo. La Autoridad Palestina solicita de los otros países un gesto similar al que obtuvieron los judíos de Palestina en 1947 cuando se aprobó el plan de partición que les permitió crear el Estado de Israel. La petición cierra el círculo, puesto que lleva a consagrar interna y externamente dicha partición, entonces no aceptada por el conjunto de los Estados árabes; y de ahí, no cabe olvidarlo, la oposición al gesto de Abbas del campo radical ?Hamas e Irán-- que quieren meramente la desaparición de Israel. No es un gesto deslegitimador. Del reconocimiento del Estado palestino sobre las fronteras de 1967, surgiría por primera vez un Israel reconocido por sus vecinos. En el ?impasse? actual, entre los vecinos solo lo reconocen los que tienen acuerdos de paz, Egipto y Jordania, y muy pocos más en el entorno árabe y musulmán. La precariedad de las relaciones con estos y otros países hace temer, por el contrario, que el ?niet? de Israel no hará más que complicarle el futuro, convertido en esta fortaleza que no quiere integrarse en su marco geográfico natural, según descripción del rey Abdalá de Jordania. Tienen razón quienes esgrimen este argumento si centran la deslegitimación en los territorios ocupados de Cisjordania. Son los colonos, esos okupas ilegales y consentidos, quienes quedan deslegitimados. Lo único que podía justificar la defensa de las colonias, incluso retrospectivamente, era su utilización como arma negociadora, y así fueron concebidas en los años posteriores a la conquista militar de 1967 por los gobiernos laboristas. Hasta que llegaron los derechistas del Likud, con los mapas del Gran Israel bajo el brazo, el mandato bíblico sobre la entera Palestina histórica y el propósito de hacer saltar los Acuerdos de Oslo por los aires, perfectamente cumplidos. No es un gesto unilateral en la forma, como dice Netanyahu, porque rompa la negociación multilateral de una negociación rota y suspendida como la de Oslo. Tampoco lo es en su contenido: su objetivo es regresar a Oslo y a la fórmula de esos dos Estados que no quieren ni Hamas ni tampoco el socio de Netanyahu, Avigdor Liberman; el padre centenario y consejero del primer ministro e historiador de la Inquisición española, Etzion Netanyahu; y probablemente el propio Netanyahu. Sin contar con la ironía de una acusación de unilateralidad desde Israel, país surgido del multilateralismo pero asentado en el unilateralismo y en el derecho de veto de Washington en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Llegamos así a la tercera tacha, la voluntad de aislar a Israel que esgrime el partido de Netanyahu. Las pruebas son evidentes: Abbas quiere negociar de Estado a Estado y tener la oportunidad de actuar internacionalmente en condiciones más equilibradas, algo que puede conducir a emprender acciones penales internacionales contra los colonos, sus gobernantes y los militares. Pero este no es argumento respecto al Estado de Israel, sino a determinados responsables políticos. Que compromete también a los palestinos que actúen fuera de la legalidad internacional, como es el caso de Hamas. Si Israel está aislado no es por la acción diplomática de Abbas, sino por la acción aislacionista y deslegitimadora de Netanyahu, que ha roto la entera arquitectura de alianzas forjada durante los 60 años de historia de su país. El mérito de Abbas es su camino legal y pacífico, que no debe abandonar en ningún caso. ¿Cómo no quieren que la comunidad internacional aplauda a unos palestinos que ahora solo esgrimen la rama de olivo y al fin han entregado la pistola? La palabra es lo que les da su fuerza moral y política; desautoriza y anula el erróneo camino violento que algunos todavía quieren transitar; y coloca a EE UU e Israel en un brete. La derecha israelí está a punto de repetir aquel gesto de 1948 pero con las tornas cambiadas. ¿Declararán la guerra los conservadores israelíes como hicieron entonces los árabes?

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21 de septiembre de 2011
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La burbuja soberanista

Un libro compuesto bajo el signo de la urgencia, cuando más duelen los golpes de la crisis económica, y sus consecuencias sobre el empleo, el bienestar o la cohesión social. Centrado, sin embargo, en los efectos más morales de una crisis que desborda a los actuales percances económicos y se extiende sobre la entera idea de sociedad y de ciudadanía. Y de todos los efectos morales, los que se sienten como más cálidos y pegados al corazón humano, los más dolorosos, por tanto: los que afectan a la identidad, es decir, a la lengua, la religión, la cultura, la imagen que cada uno de nosotros nos hacemos de nosotros mismos. El objeto que el autor ha escogido para armar su libro es también un antagonista: no quiere exaltar la identidad, sino combatirla; tampoco preservarla, sino fragmentarla y multiplicarla; y ni siquiera mantenerla como concepto, sino sustituirla por los de ciudadanía y pacto republicano, equilibrio de deberes y derechos entre iguales. Parte para ello de lo más próximo: las más recientes tensiones españolas a propósito y como consecuencia del Estatuto catalán y de sus avatares jurídicos; pero llega hasta lo más lejano, la fórmula de hierro que combina la impugnación de la política con un neoliberalismo extremo además de la politización de la religión y el rechazo del extranjero, tal como aparece en los populismos rampantes de Europa y Estados Unidos. Pensado desde unas referencias culturales y políticas inequívocas, las del catalanismo autonomista, este libro circula en dirección exactamente contraria a la deriva independentista adoptada por el catalanismo mayoritario pujolista y también en discordancia con el endurecimiento anticatalanista de la política española. En realidad, contra los dos nacionalismos catalán y español, que se reatroalimentan uno a otro incluso cuando se camuflan y no quieren aparecer como tales. Es también un envite valiente y contundente, desde la tolerancia y la lealtad, a favor de un nuevo entendimiento. ?La independencia no es para mí ni un somni (un sueño) ni un malsón (una pesadilla), sino un miratge (un espejismo?. Esta crisis que favorece a las identidades unívocas es también una burbuja, pero no hay que esperar pasivamente a que se deshinche sola sino que hay que pincharla. (Reseña del libro de Rafael Jorba ?La mirada del otro. Manifiesto por la alteridad?, publicada en Babelia el pasado sábado, 17 de septiembre)

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20 de septiembre de 2011
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Ondulante socialdemocracia

Justo cuando parece culminar el declive en el sur apunta un nuevo renacimiento en el norte. Las elecciones danesas han desalojado al centroderecha del Gobierno, no tanto gracias a su ascenso como al de la izquierda en su conjunto, mientras que en Berlín, ciudad simbólica de la nueva Europa unida y puente multicultural donde los haya, su alcalde socialdemócrata Klaus Wowereit ha revalidado por tercera vez su mandato, ha engarzado la sexta derrota de la coalición de centro derecha que gobierna bajo la batuta de la Angela Merkel e incluso se ha situado en posición inmejorable para aspirar a la candidatura socialdemócrata en la contienda de 2013 para el Bundestag y la cancillería.

Todavía no ha terminado el declive de la socialdemocracia en el sur de Europa, aunque la fecha del 20 de noviembre aparece como el hito más que probable en que tocará suelo, y ya apunta en el norte y en el mismo centro con un lento pero ya evidente despertar. La derrota sufrida por los liberales alemanes, que ni siquiera han podido superar la barra del 5 por ciento para entrar en el Senado regional de Berlín, hace temer incluso por su continuidad en el gobierno de Merkel y disparan las especulaciones sobre una súbita disolución o una recuperación de la fórmula de la gran coalición con el SPD muy acorde con el rumbo alemán más europeísta que reclaman los socios del sur. En ninguno de los casos puede afirmarse que se esté produciendo un radiante renacimiento de la socialdemocracia, aunque sí una fuerte erosión de las derechas, empezando por las más populistas, sobre todo en el norte de Europa, y un reforzamiento del conjunto de la izquierda, algo que casa perfectamente con las facturas electorales que pasa la crisis a quienes gobiernan, que son abrumadoramente las derechas. Ninguna de estas noticias desmiente la tendencia a la fragmentación ni la erosión que vienen sufriendo los grandes partidos. Al contrario: la confirman el ascenso de los Verdes, en pista para ocupar el espacio de los liberales como partido bisagra, y la entrada como fuerza parlamentaria del partido Pirata. Y permiten intuir que la crisis sufrida por la socialdemocracia en los últimos años también está pegando fuerte a las derechas convencionales: vamos a ver qué sucede en Francia e Italia en los próximos meses. Las elecciones presidenciales pueden colocar a un socialista en el Elíseo y la agonía de Berlusconi puede abrir las puertas de nuevo a algo parecido a la izquierda en Montecitorio. Al inquilino de La Moncloa, solitario europeo con sus raídas banderas socialdemócratas puede sucederle otro solitario con sus propias raídas banderas conservadoras. Veremos.

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19 de septiembre de 2011
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Una luz entre las naciones

Nada de lo que exigen para sí lo admiten para el otro. Construyen enfrente a un otro absoluto, irreductible y excluyente, hasta tal punto de que cualquier deseo ajeno es automáticamente una ofensa para ellos mismos. El repertorio de sus exigencias a ese otro radicalmente distinto es infinito. Hasta su rendición. Hasta su extinción.

Cualquier concesión es sentida como una herida al núcleo mismo de la identidad propia, a menos que tuviera como contrapartida la desaparición llana y simple del otro como entidad y como sujeto de derecho, porque entonces sería su victoria. Quieren negociar, claro que sí, pero solo si hay garantía de que la negociación no lleve a ninguna parte excepto a la confirmación de todas sus exigencias. Lo único que les interesa de las negociaciones es mantener al enemigo atado a la silla mientras ellos siguen modificando la realidad disputada, el objeto de su negociación. La única negociación que admiten de verdad es una que no tenga lugar porque todo esté ya previamente acordado según su exclusiva voluntad. Sentarse para firmar, no para buscar un punto a mitad de camino entre dos posiciones tan distantes. Saben que quienes siempre han vencido por la fuerza sufren el grave riesgo de salir derrotados el día en que se muestren dispuestos a renunciar a la fuerza, a hablar y realizar concesiones auténticas. Solo podrán negociar y ceder, que es como se llega a los acuerdos, el día en que hayan previamente desistido a quedarse con todo, tal como les dicta la doctrina absoluta que les gobierna. Cada una de sus nuevas condiciones o exigencias es un reflejo del pavor a convertirse en gente normal dentro de un mundo normal. ¿Renunciar a los privilegios concedidos por Dios a cambio de los acuerdos fraguados por los hombres? ¿A quién puede ocurrírsele tan mal negocio? ¿Quién renuncia a un pacto con la divinidad y a ser el elegido por sus preferencias providenciales? Todo lo que reprochan al otro podrían reprochárselo a ellos mismos, sus divisiones, su capacidad para la violencia, sus excusas teológicas, su machismo, y sin embargo siguen creyéndose distintos, perfectos, con derechos propios por encima de los derechos de los otros. Quienes así piensan y actúan pueden tener la simpatía de los poderosos de este mundo, ser incluso hegemónicos, contar con mayorías democráticas, pero no son los propietarios de la idea que dicen defender, ni siquiera de su patria, su religión o su cultura. Las secuestran en su nombre, eso sí, pero poco tienen que ver con aquellos hombres y mujeres admirables, portadores de una luz entre las naciones, los reivindicadores del otro, los cultivadores de la esperanza y de la cultura más humana de una humanidad errabunda y sin patria.

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18 de septiembre de 2011
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El islam multipolar

La libertad es azarosa. No pasamos de un orden unipolar a otro multipolar sin pagar un precio. Conocemos las facturas que nos ha pasado el efímero orden unipolar. El multipolar en el que estamos adentrándonos las pasará, y serán cuantiosas si no es orden. Es decir, si la multipolaridad no se traduce en multilateralismo, en respeto a las reglas de juego y en estabilidad.

El laboratorio y a la vez escena central del cambio es Oriente Próximo. La amplia región conflictiva que se extiende desde el Magreb hasta Pakistán está sometida a una transición desde una configuración unipolar, organizada alrededor de una política de estrechas alianzas de Estados Unidos con las potencias regionales, a otra en la que la primera superpotencia ha empezado a retirarse y a aflojar los lazos que la unen a los grandes países de la zona, mientras estos emergen con renovada vocación de influencia e incluso de hegemonía en múltiples campos, el político por supuesto, también el económico y comercial y, claro está, el cultural, es decir, las ideas, los valores y los modelos de vida y de sociedad. Cinco estribos son como mínimo los que Estados Unidos tendió en la zona, todos ellos durante la guerra fría, para evitar que la entonces superpotencia rival, la Unión Soviética, le ganara la partida. Dos estribos le atan a los árabes a través de Egipto y Arabia Saudí. Dos más, con Pakistán y Turquía, lo hacen con los musulmanes. Y otro más, el estribo central, el más rígido, con Israel, la única potencia que no es árabe ni islámica de la zona. Este es el estribo que más se ha envarado con el tiempo, hasta convertir a Israel en parte de la política interior estadounidense, en contraste con las cuatro primeras alianzas, que se han ido destensando, sobre todo desde que empezó la primavera árabe. La alianza más antigua es la que Washington mantiene con la monarquía saudí, forjada en un célebre encuentro entre el presidente Roosevelt y el fundador de la dinastía y del país, Abdelaziz Ibn Saud, en 1945. El presidente americano selló su amistad con los árabes a través de quien ya era entonces el guardián de los santos lugares del islam, y se comprometió a consultas antes de cualquier decisión respecto a la emigración judía a la Palestina histórica. Las prendas aportadas por cada parte en este pacto fundacional han sido la estabilidad y la seguridad por parte americana y el suministro de petróleo por parte saudí. Paralela a esta alianza es la que une a Washington con Karachi, fruto también de la guerra fría, en la que India, el enemigo gemelo de Pakistán, jugaba en el campo contrario, el soviético. Saudíes y paquistaníes fueron decisivos en la derrota soviética en Afganistán, pero de aquel pacto contra el diablo rojo nació el diablo verde del islamismo yihadista, Osama Bin Laden y Al Qaeda. La relación con Egipto es la más reciente, pues no se materializó hasta 1978 con los acuerdos de Camp David con Israel. Israel devolvía el Sinaí y Egipto firmaba la paz con Israel, mientras que Estados Unidos pagaba el gasto, 2.000 millones de dólares anuales, fundamentalmente en cooperación militar. El vínculo con Turquía es el más complejo, porque incluye en su interior a otro vínculo mayor como es el trasatlántico, la OTAN. A veces se olvida que Turquía se halla cubierta por el artículo cinco de la Carta Atlántica, que compromete a sus firmantes a defender a cualquiera de los socios en caso de ataque de un tercero. La cuestión palestina está ahora en el centro de la primavera árabe porque tensa e interroga a la entera geometría de alianzas en la zona. Nadie como Washington ha contado con tantas palancas para resolverla. Cuando los ciudadanos de toda el área reivindican sus libertades políticas se hace difícil el mantenimiento de una zona exenta en razón de la distinta calidad de la alianza que mantienen EE UU e Israel. La irresolución de la cuestión palestina erosiona, así, el entero cuadro de alianzas árabes e islámicas. El viaje del primer ministro turco Erdogan a los tres países de la primavera árabe avanza un nuevo escenario, en el que EE UU se retrae e Israel se aísla. Los otros jugadores van a cooperar entre sí, pero también en enconada competencia por el liderazgo. Egipto debe construirse a sí mismo. Arabia Saudí tiene suficiente con mantener el orden en casa, la península arábiga y contener la amenaza de Irán, que a su vez aspira a mantener su área de influencia en Líbano, Siria e Irak. Turquía tiene su oportunidad de oro. Erdogan va a por ella.

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14 de septiembre de 2011
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Cosas que se pueden perder en una crisis

El trabajo, los ahorros, la pensión, el subsidio, los amigos, el sentido de la orientación, los nervios, la cartera, la cabeza, la cara, la mano, la vez, los estribos, el documento nacional de identidad, los papeles, las maletas, las ganas, la vergüenza, la decencia, la dignidad, la autoestima, y muchas cosas más.

Cuando hay crisis, hay mazo nuevo. Y también jugadores nuevos, porque los viejos salen expulsados con frecuencia. Pero quienes reparten las cartas no, suelen ser los mismos que repartían antes, los de siempre. Es una oportunidad, ciertamente. De donde deriva que no es mala época para quienes saben aprovechar las oportunidades, los oportunistas. Todo lo que se puede perder en una crisis se puede perder sin crisis. Pero en una crisis es más fácil perder todo esto y perderlo todo: cuestión probabilística. Lo único difícil de perder es el miedo. Cuando se pierde el mismo miedo es que se empieza a superar la crisis. El miedo a los efectos de la crisis es parte crucial de los efectos de la crisis. Los vendedores de miedo son los mejores agentes de la crisis. Ya actúan antes de la crisis como si hubiera crisis. Pero durante la crisis su actividad es más frenética porque su mercado se activa y se ensancha. En la subasta del miedo su acción se convierte en esencial, y abarca todos los ámbitos de la vida pública, para meter miedo de cara a unas elecciones o para meter miedo en la bolsa. En las crisis se vende, se compra, se contrata, se cancelan contratos, se despide, se reduce, se cierra. Como cuando no hay crisis, pero más. Y todo se hace barato, cada vez más barato. Y con frecuencia sin endeudarse, porque no hay quien preste y, sobre todo, porque no hay quien preste a quien lo debe todo. Por eso es el momento de las grandes oportunidades. Los vendedores de miedo viven en el paraíso, con su mercancía, el miedo, cotizando en máximos.

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13 de septiembre de 2011
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