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Escrito por

Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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La paz y sus facturas

ETA va a desaparecer. No parece haber discusión alguna sobre esto. Y la razón fundamental es porque ha sido derrotada. El ritmo de reproducción de sus comandos, es decir, el ciclo de adoctrinamiento, reclutamiento y entrenamiento, hace ya tiempo que era mucho más lento que el ritmo de desarticulación policial. Mérito de las distintas policías ocupadas del asunto y de los ministros del Interior. Pero no es la única razón para la extinción de ETA: las hay y muy poderosas de orden internacional.

Desde hace años es el último vestigio de una vieja y desgraciada época, la guerra fría en cierta forma, en que una gran parte de la sociedad consideraba aceptable la acción política a través del asesinato. Que nadie se haga ahora el despistado como si no fuera con ellos. Esa idea ha sido también derrotada, al menos en Europa; algo menos en otras latitudes, a pesar de que la globalización hace una muy buena contribución a la universalización de los derechos humanos. Esa es la gran derrota de ETA: sus seguidores han comprobado en la práctica que hoy ya no es posible en Europa obtener ventajas políticas con la amenaza o el uso de la violencia. Tres derrotas en una entonces: una derrota militar de su estructura armada, una derrota política de una organización que ha usado la violencia para financiarse, hacer propaganda u obtener ventajas incluso electorales y una derrota moral de quienes, militantes, seguidores o votantes, menosprecian la vida humana y sitúan sus ideas o quimeras políticas por encima de la convivencia y del respeto a sus vecinos. Sin contar con las sucesivas derrotas jurídicas de sus brazos políticos, que llegan hasta el tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Los nacionalistas quieren evitar que la derrota de ETA se convierta también en una derrota del nacionalismo y llevan razón, aunque el riesgo es evidente. Véase el caso del nacionalismo alemán, descalificado hasta nuestros días gracias a su total sumisión a un proyecto genocida. Está claro que el sector más afectado e infectado por ETA es el nacionalismo radical, que lo es en sus ideas independentistas pero sobre todo en su inhibición moral a la hora de escoger esos métodos execrables o de sacar provecho de los atentados como si nada tuvieran que ver con ellos. Pero ni siquiera el radicalismo independentista merece ser contagiado por la derrota de ETA. Al contrario: la derrota de la violencia política debiera servir para legitimar el combate independentista democrático y pacífico. Las dos horas de conferencia de paz organizada ayer en San Sebastián merecen un análisis detallado. Y la correspondiente crítica, claro que sí. Lo que no merecen es esa artillería de epítetos e insultos utilizados por la derecha española, tan cómoda en su radicalismo verbal, que termina metiendo en el mismo saco a ETA, a los nacionalistas, a los socialistas vascos por asistir, al gobierno de Zapatero por callar y a Kofi Annan, Gro Harlem Brutland, Jerry Adams, Berti Ahern y Pierre Joxe por ofrecerse a encabezarla. Es muy plausible que la conferencia sea un ejercicio vacío. Útil solo para adornar la rendición de ETA como si fuera el resultado de una paz acordada. Todos sabemos que no es así. Los abertzales quieren vestir la derrota y convertir la humillación del final en la victoria de un nuevo comienzo, que además les dé réditos electorales. Han pasado de buscar paz por presos, o paz por paz a falta de otra cosa, a contentarse con paz por elecciones. Si les siguen poniendo las cosas a huevo, es posible incluso que consigan sacar rendimientos extra entre unos electores más que hartos de ETA y sometidos en alguna medida al síndrome de Estocolmo. Hay algo muy positivo en la declaración de la conferencia, que no es posible tergiversar: ?Llamamos a ETA a hacer una declaración pública de cese definitivo de la actividad armada?. Todo lo que sigue a esta frase contundente y clara pertenece al reino de los matices y las ambigüedades más o menos calculadas. No pide un diálogo entre ETA y los gobiernos de España y Francia, sino que ETA lo solicite. Dejen las armas y pidan dialogar a los dos gobiernos es lo que dice el primer punto, y una vez hecho esto, estas personalidades internacionales ?instan? a los gobiernos a dar la bienvenida a la declaración e iniciar las conversaciones. Nada dicen de cómo debe hacerse esto, ni de qué tipo de conversaciones deben organizarse. No hay distinción entre víctimas y victimarios en el tercer punto de la declaración, es cierto. Se habla de ?todas las víctimas?, pero se hace en términos tan generales y respetuosos que se hace difícil convertir este punto en una vejación como algunos pretenden. Han hecho muy bien los familiares de víctimas agrupados en una de las asociaciones en entregar una detallada y excelente documentación sobre las más de 800 personas asesinadas. No hay simetría posible entre víctimas y verdugos, pero no estamos ante una rendición de ETA sino ante un intento de reintegración en la sociedad vasca de un amplio sector abertzale que no sabía hacer política sin utilizar la violencia. Los dos puntos siguientes han suscitado todavía más reticencias. Los intermediarios aluden a su experiencia en la resolución de conflictos, y a partir de eso sugieren y apuntan iniciativas que puedan ser útiles para avanzar, es decir, para que ETA deje definitivamente las armas. Sugieren, por ejemplo, ?que los actores no violentos y representantes políticos se reúnan y discutan cuestiones políticas?. Lo mismo dicen de las ayuda que puede proporcionar una eventual ?consulta ciudadana?. También insinúan que unos intermediarios, ellos mismos, pueden echar una mano en la ayuda al diálogo y en el seguimiento del proceso. Todo esto, obviamente, es discutible. ¿Por qué no esperamos a discutirlo después de que ETA haya hecho caso al primer punto? ¿Qué nos lleva a pelearnos por las sugerencias e insinuaciones si todos sabemos que tienen como objetivo convencer a ETA de que deje de una vez las armas? Sería un mal negocio que nuestras sutiles razones democráticas impidieran o retrasaran el abandono definitivo de la violencia. ETA quiere salvar la cara, al menos ante sus propios partidarios o sus hipotéticos electores. Si el precio que hay que pagar para que salve la cara es esta declaración hay que decir que ETA pide calderilla, aunque algunos consideran cualquier precio, por pequeño que sea, como una fortuna inadmisible.  

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17 de octubre de 2011
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Una democracia que respire

Hay que mirar con atención lo que está sucediendo en Francia. No tan solo por la corrosión de la presidencia de la República como efecto del carácter impetuoso y ególatra de su actual titular, Nicolas Sarkozy, sino ante todo por una revolución tranquila que ya se ha producido en el interior del Partido Socialista, cuyos efectos pueden modificar el paisaje partidista e incluso algunos elementos definitorios de la V República. Aún cabe que estos efectos vayan más lejos, pues a fin de cuentas el molde político del socialismo francés ha sido adoptado en muchos aspectos por partidos de otros países europeos.

El PS francés era hasta hace pocos días un partido de electos locales, provinciales y nacionales, fuertemente organizado en tendencias y con un cierto maltusianismo en la adhesión de nuevos militantes. ¿Les suena? Según Alain Bergounioux y Gérard Grunberg, dos historiadores del PS, lo más específico del socialismo francés es su dificultad para reconocerse como partido de gobierno. En su ADN originario, dicen, están la revolución y el socialismo. Gobierna como si estuviera a disgusto y parece sentirse aliviado cuando está en la oposición. Esto explica que desde la fundación de la actual República, en 1958, sólo un presidente de los seis que ha habido, François Mitterrand, haya sido del PS. Esto se acabó. Las primarias socialistas abiertas a todos, le 'peuple de gauche', han terminado con esta historia de un partido agobiado por el peso de su ideología y encerrado en sus viejas estructuras de matriz decimonónica. La decisión es de alto riesgo. No es seguro que al final del camino esté realmente el palacio del Elíseo. Ni la derecha francesa ni Sarkozy van a caer sin combate. A pesar de sus errores, esta República es suya en su origen y en la mayor parte de su gestión, por lo que harán mangas y capirotes para retener la presidencia. De momento, los socialistas franceses han hecho dos cosas. Con la campaña de primarias y las dos vueltas electorales han ocupado largamente el espacio público y mediático y movilizado a casi tres millones de ciudadanos, para desesperación de Sarkozy. Pero han hecho algo más crucial todavía, como es recuperar el gusto por la política, el sentido de la participación y del debate, el valor de las ideas, justo en una época de desafección y de crisis. No puede descartarse, sin embargo, que el balance final sea doloroso y que se queden sin Elíseo y con el socialismo todavía más maltrecho. De momento, el socialismo hasta ahora más arcaico de toda Europa ha demostrado que sabe modernizarse y abrirse, arriesgar y exhibir a dos finalistas perfectamente preparados para presidir la República: levemente más centrista, François Hollande, y levemente más izquierdista, Martine Aubry. A esta última pertenece la idea de conseguir ?una democracia que respire?. Que cunda el ejemplo. Allí y aquí.

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16 de octubre de 2011
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Ventaja para los halcones

Quiere el tópico que los más duros entre quienes se combaten sean los que deban hacer las paces. Algunos ejemplos históricos así lo demuestran, aunque el más socorrido es el de la paz ofrecida en 1958 a los combatientes independentistas argelinos por el general De Gaulle y así calificada: la paix des braves.

En esta ocasión los más duros no han hecho ni quieren hacer la paz. Pero han negociado entre ellos y han cerrado un acuerdo de intercambio de prisioneros, mil por uno, que es todo un gesto de pacificación, el primero después de mucho tiempo de bloqueo en las relaciones entre israelíes y palestinos y la primera buena noticia en muchos años que aportan al alimón las dos partes del conflicto. Hamás quiere la destrucción de Israel. Netanyahu sólo de boquilla admite que pueda existir un Estado palestino. El movimiento que gobierna Gaza ni siquiera apoya a Abbas en su petición del reconocimiento de Palestina por Naciones Unidas. El Gobierno que encabeza Netanyahu considera que el acuerdo de unidad entre Hamás y Fatah es un obstáculo insalvable para la paz. Hamás y Netanyahu, que se rechazan mutuamente como interlocutores en una negociación política, siempre han accedido en cambio a negociar en secreto para intercambiar prisioneros. Hay una diferencia esencial entre la Autoridad Palestina y Hamás, que conduce a que sea el movimiento islamista el único que puede jugar en esta cancha. La entidad que preside Abbas no combate contra Israel, al contrario: colabora con su Gobierno aunque quiera vencer política y pacíficamente mediante la negociación. Hamás en cambio es un movimiento calificado de terrorista por la UE y por Estados Unidos, que secuestró a este jovencísimo soldado y lo ha mantenido escondido durante cinco años como si fuera un tesoro. Y lo es. De guerra.Para utilizarlo como arma negociadora, por tanto. Hamás estaba en horas muy bajas. Con su principal protector, Bachar el Asad, reprimiendo las revueltas de su población y atacando incluso a los refugiados palestinos. Con su enemigo Abbas convertido en el padre de la nación, después de recuperar la iniciativa con su demanda de reconocimiento internacional. También Netanyahu se encontraba en un momento difícil. La arquitectura diplomática construida desde la fundación de Israel se ha ido desplomando durante su mandato. Las relaciones con Turquía, Jordania y Egipto se han deteriorado. Al igual que la imagen internacional de su país. La simetría es prodigiosa, incluso en las reacciones, y ayuda a comprender la jugada inesperada de un acuerdo alcanzado en unas pocas jornadas de negociación. Palestinos e israelíes han acogido con idéntica alegría el anuncio de la liberación de los mil presos y del soldado secuestrado. En ambos lados se han escuchado y escrito idénticos argumentos de orgullo y afirmación colectiva.Para el dirigente de Hamás, Jaled Meshal, es ?una victoria nacional de la que debemos estar orgullosos?. Para Benjamín Netanyahu, una demostración de que ?Israel es una nación excepcional?. Si tantos y tan claros eran los beneficios para ambas partes, cabe preguntarse por qué se ha tardado tantos años en forjar el acuerdo. Una parte de la respuesta la encontramos en las explicaciones del primer ministro israelí, que ha calificado el momento actual de una ventana de oportunidad que podía cerrarse inmediatamente. Apenas hay violencia entre israelíes y palestinos, a pesar del grave rebrote de agosto, cuando guerrilleros de Gaza atacaron autobuses civiles israelíes en el Sinaí: entonces no prendió, pero el callejón sin salida alcanzado en el proceso de paz podría conducir muy pronto a esa tercera Intifada tan temida. Las próximas elecciones egipcias, el 28 de noviembre, abrirán una nueva etapa en la que el Estado Mayor militar y los servicios secretos, que juegan un papel crucial en las relaciones con Israel, pueden verse obligados a responder ante un Parlamento y un Gobierno reticentes a una cooperación tan estrecha con los israelíes. La ventana también es interior para Netanyahu, un primer ministro que no ha empezado ninguna guerra, no ha firmado ni quiere firmar por el momento la paz, pero se empeñó desde el primer día en que entró en su despacho de gobernante en devolver a Gilad Shalit a su familia. Una sexta parte de los presos palestinos saldrán de las 22 prisiones israelíes. Quedan todavía 5.000, incluidos los líderes palestinos más destacados, moneda útil para una posterior negociación. Hamás, en cambio, ya no tiene tesoro para negociar. Si la paz sigue estando muy lejos, demasiado lejos, hoy está un poco más cerca. Netanyahu podría irse a casa satisfecho del deber cumplido. Ha obtenido un respiro. Ha comprado tiempo. Sin ceder una colonia. Y quiere ganar las siguientes elecciones.

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12 de octubre de 2011
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Las tres pruebas de la revolución

Tres son los requisitos que debe cumplir un cambio como este. Debe abrir las puertas a la libertad de los ciudadanos. Todos los ciudadanos deben acceder a la igualdad ante la ley. Difícilmente se puede hacer sin un sentido de respeto y de fraternidad mutua que vincula a unos ciudadanos con otros.

No hay libertad más difícil y sensible que la de expresión. La prueba de que el cambio ha alcanzado sus objetivos es que todos puedan expresar sus opiniones libremente y que nadie utilice excusas ideológicas o religiosas para exigir el regreso de la censura. La igualdad ante la ley afecta ante todo a los poderosos, que siempre consiguen ser más iguales que otros. Pero la piedra de toque la proporcionan las mujeres. Allí donde han conseguido la igualdad después de que se abrieran las puertas a la libertad, cabe pensar que el cambio prometido ya se ha alcanzado. La fraternidad entre ciudadanos libres e iguales se basa en el respeto a lo que son y lo que piensan unos y otros, lo que sienten y lo que creen otros y unos. La mayor prueba de fraternidad la proporcionan cuando los creyentes de una religión están dispuestos a defender y sacrificarse por los creyentes de otra que son atacados en sus derechos o en sus vidas. Donde haya medios de comunicación libres, mujeres en pie de igualdad con los hombres y creyentes e increyentes respetuosos y fraternales unos con otros, se habrá alcanzado el ideal de la ciudadanía por el que tantos combaten. Los jóvenes de la plaza de Tahrir y de la avenida Habib Bourguiba querían la libertad, la igualdad y la fraternidad. Son las tres pruebas de la revolución árabe, ahora bajo amenaza. No las podrá pasar un régimen que no asegure previamente la división de poderes, la primacía del poder civil sobre el militar y la plena separación entre los poderes religiosos y los poderes del Estado.

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11 de octubre de 2011
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La resistencia

La derecha americana navega en una mar de dudas, incapaz de optar por el candidato que desaloje a Barack Obama de la Casa Blanca. La izquierda francesa se enfrentó este pasado domingo a 'l?embarras du choix' y deberá desempatar el próximo entre dos opciones, Martine Aubry y François Hollande, ampliamente vencedoras en el campo de juego virtual de los sondeos, para evitar que Nicolas Sarkozy pase junto a Carla Bruni y su bebé recién nacido cinco años más en el Elisée. La derecha española en cambio se pellizca y todavía no se lo cree; sin esfuerzo alguno, sin programa y sin promesas, sin embarazo y sin elección, sin nada, lo tiene todo: ahí está fresco y preparado el futuro presidente, listo para inaugurar la etapa de más poderío y hegemonía de toda su historia democrática, acariciando la mayoría absoluta que le proporcionan los sondeos.

El Partido Republicano ha contado con una tracción política de primer orden en el Tea Party, el movimiento de base populista que se organizó para combatir los rescates bancarios, la reforma de la sanidad y las políticas federales de gasto. Y sobre todo al primer presidente afroamericano de la historia. Su fuerza de propulsión proporcionó la victoria republicana en las elecciones de mitad de mandato del pasado noviembre, que conformaron un Congreso de composición intratable para la Casa Blanca. Pero esta misma fuerza puede llevarle a pasarse de órbita y dejar el campo libre a Barack Obama a falta de definir y apostar por un candidato republicano del gusto radical. Estos problemas son muy lejanos y ajenos al socialismo francés, a pesar de que su gesta, la organización de unas primarias por primera vez abiertas a toda la población, sea profundamente americana. En Europa, sólo la izquierda italiana ha intentado algo parecido, con resultados mediocres, en virtud de la ocupación y compra del espacio político y mediático por parte de Berlusconi: funcionó en formato minimalista con Romano Prodi, que alcanzó el Gobierno por muy escaso margen en 2006, pero no pudo ser con Walter Veltroni, después de unas primarias muy participativas, que fue derrotado en 2008. Una victoria del candidato socialista francés sobre el impetuoso Sarkozy sería un buen estímulo para quienes abogan por la democracia interna en los partidos, después de muchas experiencias de prueba y error. La más reciente y frustrante es la que ha convertido a Alfredo Pérez Rubalcaba en cabeza de cartel socialista frente a Mariano Rajoy, después de que Carme Chacón renunciara a competir en unas primarias internas que ya no se celebraron. Hubiera sido inimaginable la apertura de un proceso de primarias socialistas, no ya abiertas a todos los votantes de izquierdas, algo nunca propuesto ni experimentado en España, sino tan solo limitadas a los militantes, frente a un Partido Popular con todas sus líneas perfectamente preparadas para ganar las elecciones sin despeinarse ni bajar del autobús. Este es el milagro de la democracia, capaz de adoptar formas contradictorias e igualmente válidas según las latitudes. Lo que sería inadmisible en un país, es agua de mayo en el otro. Derrotado en dos ocasiones en unas generales, designado la primera vez a dedo por su antecesor y tolerado luego por el núcleo duro, el Tea Party interior del partido, Mariano Rajoy es ya la opción ganadora, presidente in pectore antes de abrir los colegios electorales y quién sabe si la envidia futura de los republicanos americanos y de la derecha francesa. La proeza de Rajoy tiene una explicación gallega e hispánica. ?En España, quien resiste gana?, dejó dicho Camilo José Cela. Pero tiene otra más generalizable a otros países e ideologías. También se gana por disolución, desistimiento y deserción del contrario. Aunque Obama, Sarkozy y Zapatero declinan pautas similares de comportamiento, de momento sólo Rajoy encara la demostración del teorema. Sarkozy puede todavía resucitar y los republicanos americanos encontrar finalmente a su candidato. Pero al final, nada de ello depende de las primarias o del denostado dedo dinástico, designador de los sucesores, sino más bien de la pegada de esta crisis, que va derribando todos los gobiernos y dando la vez a quien está fresco y a punto para ocupar su sitio.

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10 de octubre de 2011
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El casino de las transiciones árabes

Las transiciones a la democracia requieren pesadas inversiones. Los partidos no se crean o refundan de la noche a la mañana. Tampoco los futuros cuadros políticos. La preparación de las reformas y de las elecciones, con sus correspondientes campañas, tienen altos costes. Todo esto requiere muchas inversiones, una gran perspicacia en las apuestas y también un buen nivel de control público y de transparencia, si se desea evitar la corrupción y asegurar unos sólidos cimientos de estos futuros sistemas políticos.

En la financiación de las transiciones se juega en parte la orientación geoestratégica de los países en proceso de cambio. Los países excomunistas recibieron una copiosa financiación de fundaciones, partidos y 'think tanks' americanos. En la transición española destacó notablemente la financiación de los dos grandes partidos alemanes. Y ahora, con las transiciones de los países árabes, se abre un auténtico casino político en el que van a apostar y competir fuerzas, partidos y países en muchos casos rivales e, incluso, enemigos a muerte. Las apuestas no van a esperar a las citas electorales, sino que funcionan desde el primer momento en la actitud de los medios de comunicación, en la ayuda a los organizadores de las revueltas y a los partidos ya constituidos, e incluso en la participación en operaciones militares en apoyo de los rebeldes, como es el caso de Libia. Casi todos los países con vocación de potencia regional, como Turquía, Arabia Saudí o Irán, participan en la enorme ronda de apuestas que han abierto las revoluciones árabes. Pero hay también países pequeños que juegan con bazas y desenvoltura de potencias, como es el caso de Qatar. La televisión catarí Al Yazira basta para definir el enorme radio de acción y la influencia del emirato en esta crisis. La cadena panárabe ha tenido tanta o mayor influencia que las redes sociales en la organización de las protestas en Túnez y Egipto, pero con su canal en inglés ha obtenido credibilidad incluso en Estados Unidos. Pero Qatar, además, ha desempeñado un papel primordial en Libia, con la participación de su aviación en el dispositivo de la OTAN, duplicada militarmente por la ayuda, entrenamiento y quizás la intervención directa de sus fuerzas especiales. Puede que también pujen europeos o americanos en esta mesa de juego sobre el futuro, pero esta no es su ruleta. Lo que en buena parte se dilucida en esta partida es cómo serán estas sociedades que quieren ser a la vez democráticas e islámicas. Dos de los tres modelos que compiten, el iraní y el saudí, son abiertamente autoritarios, y solo el turco permanece abierto, a pesar de todas las dudas que suscite. Pero el mejor y más democrático de los modelos será el que sean capaces de construir los ciudadanos de cada país despegándose de las inversiones e intereses exteriores.

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9 de octubre de 2011
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Doble e infame veto

La superpotencia derrotada de la Guerra Fría y la superpotencia ascendente del siglo XXI han trazado una raya en la arena. Hasta aquí hemos llegado. El momento es dramático. Moscú y Pequín sacan pecho justo cuando Washington y Bruselas demuestran mayores dificultades para gobernarse, gobernar el mundo y rescatar a las economías occidentales del pozo. Es una demostración de la debilidad de unos y de la pujanza de los otros, un momento del desplazamiento de poder en el mundo, del que las revueltas árabes son el último y más espectacular avatar. Detrás de las superpotencias clásicas también sacan pecho las aspirantes, los emergentes: Brasil, India y Suráfrica. A costa de los sirios, que sufren lo indecible bajo la bota de un régimen criminal: 2.700 ciudadanos fallecidos en los seis meses de revuelta, millares de heridos, detenidos y torturados, decenas de miles de refugiados en Turquía, Líbano y Jordania.

La discusión y el debate en el Consejo de Seguridad sobre Siria ha sido la segunda vuelta, con resultado adverso, de las resoluciones sobre Libia, que permitieron la intervención área de la OTAN y el derrocamiento de Gadafi. Rusos y chinos han rechazado una aguada resolución largamente negociada por los europeos contra el régimen de Bachar el Asad, en la que ni siquiera se hablaba de sanciones y todo se limitaba a advertencias, reproches y buenos deseos. Los argumentos de los rusos, que como es habitual son los que han llevado la voz cantante, son terribles y devastadores para los revolucionarios árabes que quieren deshacerse de los autócratas: simetría entre régimen y oposición, a la que también se responsabiliza de la violencia; exclusión abierta de cualquier intervención internacional; rechazo ya no a cualquier régimen de sanciones sino a las meras presiones; y reconducción de la acción internacional a las arcangélicas recomendaciones de diálogo y de reformas. No hay hipocresía alguna, al contrario. En todo caso, cinismo. Es una exhibición de fuerza y una advertencia. La responsabilidad de proteger, consagrada por Naciones Unidas en 2005, recibe un duro revés después de aquel éxito inesperado en el caso de Libia. Regresan al galope los principios de no injerencia y de respeto a la soberanía nacional. Moscú y Pekín se sienten más que insatisfechos por la aplicación de las resoluciones contra el régimen de Gadafi. Sostienen que no se ha protegido a la población civil de los ataques del coronel sino que todo se ha hecho para cambiar el régimen. Por la cuenta que les trae como países violadores de los derechos humanos y sin escrúpulos a la hora de acudir a la fuerza, cortan por lo sano la posibilidad de una expansión del principio de la responsabilidad de proteger. Es también un recordatorio a Washington respecto a su reiterado uso del derecho de veto para defender al gobierno de un país como Israel, vecino y enemigo nada menos que de Siria, protegido y aliado histórico de Moscú desde los tiempos gélidos del mundo bipolar. Rusia y China han utilizado el derecho de veto para frenar a los occidentales en Siria. Es un hito en la evolución de las revueltas árabes: las dos superpotencias han sacado el lápiz para marcar el mapa. Lo hizo ya anteriormente Arabia Saudí con su intervención armada en Bahrein. Europa y Estados Unidos, en un instante excepcional de acierto geopolítico, lo consiguieron también con los bombardeos de la OTAN en Libia. No es frecuente el uso del derecho de veto conjuntamente por parte de dos países en el Consejo de Seguridad. Esta rara pareja lo ha utilizado en tres ocasiones nada gloriosas, que marcan una línea de conducta en defensa de las dictaduras y un inquietante sendero para el siglo XXI. En 2007, Rusia y China rechazaron una resolución que pedía el respeto de los derechos humanos y la liberación de los presos políticos, entre ellos de Aung San Suu Kyi, en Birmania; en 2008 evitaron un régimen de sanciones y el embargo de armas contra el presidente de Zimbabue, Robert Mugabe; y ahora sortean cualquier apercibimiento a Siria por la represión desencadenada contra las protestas ciudadanas. Brasil, Suráfrica e India no han querido dejar solos a chinos y rusos: situados junto a Estados Unidos y Europa, la votación hubiera arrojado doce votos a favor y dos en contra, con la abstención obligada de Líbano, suficiente para salvar a Assad pero con un alto precio simbólico para Rusia y China, que igual hubiera cambiado su voto. Los emergentes también esperan sacar su tajada geopolítica de los cambios y de la debilidad europea y estadounidense, y a la vez no enemistarse innecesariamente con los ganadores del envite. La infamia del veto doble ha llevado a Alemania, propensa a desmarcarse como si fuera un emergente más, a votar con Washington y los otros países europeos y dejar así un incongruente mensaje después de abstenerse en la resolución contra Gadafi. Europa es débil, pero al menos esta vez existe.

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5 de octubre de 2011
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El mito de la guerra limpia

Los márgenes de error pueden disminuir, pero es muy difícil que desaparezcan. La guerra de los drones, ahora tan de moda, también mata a inocentes. Recibimos datos de su eficacia cuando los golpes teledirigidos se llevan por delante a algún enemigo destacado de Washington, pero nada se nos dice sobre la cantidad de víctimas inocentes que caen por su proximidad física con los presuntos culpables o sencillamente por errores en la información recogida sobre el objetivo. Algunos especialistas aseguran que el nivel de error es tan alto como para poner en cuestión el método, sin necesidad de entrar en otras consideraciones, por importantes que sean, de tipo jurídico y moral.

El principal problema que plantean los drones en el plano político es que pueden servir para liquidar a enemigos de Estados Unidos pero poco contribuyen a ganar partidarios entre la población civil. De ahí que puedan producir incluso efectos contraproducentes y conduzcan a perder políticamente las guerras que se vencen militarmente. Algo así es lo que está ocurriendo en Afganistán y Pakistán, donde muchos terroristas han sido eliminados pero no se ha avanzado mucho en ganarse la simpatía y las voluntades de unos civiles que se sienten atacados y perseguidos por la superpotencia. Algo similar puede estar ocurriendo en Yemen, donde la CIA ha efectuado su último y más espectacular golpe en mitad del caos de las protestas, la represión y combates entre grupos armados. En el caso yemení, la guerra de los drones tiene este inconveniente suplementario. Se produce en un territorio donde ahora mismo hay numerosos enfrentamientos y guerras civiles cruzadas entre el gobierno del dictador Ali Abdulá Salé, disidentes de su ejército, guerrillas tribales y la población civil que quiere terminar con el régimen. De momento, el golpe teledirigido que terminó con Al Aulaki puede servirle al presidente Salé para reforzar su posición y evitar el cumplimiento del acuerdo, varias veces firmado y otras tantas incumplido, de abandonar el poder. Es probable, incluso, que este haya sido el objetivo diseñado desde la CIA, como una contribución a la tarea estabilizadora y contrarrevolucionaria de Arabia Saudí. El mito de la guerra limpia está asociado a la tecnología. La primera guerra del Golfo ya nos transmitió la idea perversa de que se podía hacer la guerra con golpes de precisión desde el aire. Los vídeos verdes fosforescentes donde se podían ver supuestos objetivos militares alcanzados pretendían ilustrarla y demostrarla. Pero después las informaciones y las imágenes de la devastación entre la población civil fueron destruyendo con gran rapidez aquella candorosa mitología militar. Ahora, con el golpe de Yemen, esta guerra de los drones pinta como todo lo contrario de la guerra limpia. Puede que sea sucia incluso en su objetivo político. (José Ignacio Torreblanca daba ayer en su estupendo Café Steiner algunos enlaces sobre la guerra de los drones. Ahí van dos más muy sugerentes: uno ya clásico de Jane Meyer en New Yorker y otro más reciente de Michael Moran en GlobalPost).

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4 de octubre de 2011
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El poder soberano

El poder soberano es el que tiene derecho a disponer de la vida de los súbditos. Es así en sus orígenes remotos y sigue siendo así en esencia en las formas más evolucionadas de la soberanía, que rige o venía rigiendo hasta ahora en los límites acotados de un territorio. Siempre se ha creído que la superación de las soberanías nacionales se produciría por su reabsorción desde nuevas instancias multilaterales. Este sería el caso si llegara a existir una jurisdicción penal internacional con capacidad y mandato para actuar en cualquier rincón del planeta. El derecho a disponer de la vida de los seres humanos quedaría confiado así a una suprema instancia del derecho.

Algo se ha avanzado en esta dirección, como muestra la notable actividad de la Corte Penal Internacional en la persecución de los criminales de las guerras balcánicas. Pero en paralelo ha avanzado otra ámbito de acción soberana universal, ajena al derecho, y que por ello mismo no puede merecer el nombre de jurisdicción, como es la ejecución sumaria sin detención previa, sin investigación probatoria ni juicio público y contradictorio por parte de las autoridades estadounidenses de aquellas personas a las que consideran que ponen en peligro vidas e intereses de su país. Para que tenga lugar tal tipo de operación no basta con la voluntad de realizarlas. Muchos Estados de todos los tamaños y potencia han realizado anteriormente ?asesinatos selectivos?, Estados Unidos entre otros, mediante la actuación de agentes de sus servicios especiales en el extranjero. Lo que caracteriza y define las actuales transformaciones en este tipo de acciones es el uso de una tecnología sofisticada, como son los aviones teledirigidos, que permiten eliminar a extraordinaria distancia a cualquier víctima previamente seleccionada, sin necesidad de contacto ni siquiera visual con el objetivo. La muerte en Yemen del dirigente de Al Qaeda Anuar el Aulaki es la acción más espectacular y publicitada de una actuación de amplio alcance en la que Estados Unidos está eliminando con gran paciencia y precisión a decenas si no centenares de militantes y dirigentes de grupos que tienen declarada la guerra a Washington en puntos muy distintos del planeta, Al Qaeda entre otros, y fundamentalmente en Afganistán, Pakistán, Yemen y Somalia. Uno de los más graves problemas de estos avances tecnológicos en las formas de librar esta especie de guerra es el efecto de la emulación. Algún día Rusia o China van a intentarlo, y también Corea del Norte, Irán o Arabia Saudí, países todos ellos que suscitan escasa confianza. Hay un país, como Israel, que ya está en la vanguardia y del que se puede decir que ha marcado el camino a Washington, pues ha sido pionera en asesinatos selectivos y probablemente también en el uso de los drones. No basta o es muy poco útil una visión meramente pragmática y utilitarista de estas acciones armadas. Quienes no quieran acogerse al garantismo judicial a la hora de criticar y emitir su valoración sobre estas ejecuciones extrajudiciales, y se sientan en cambio tentados a defender el uso legítimo por parte de Obama de unas armas con las que se desembaraza de enemigos evidentes de su país y de un peligro cierto para sus conciudadanos, deben pensar precisamente en la emulación que desencadenan estas actuaciones. Todos los países que se precien querrán tener acceso a esta tecnología, poseer su equipamiento en drones y luego ejecutar sumariamente a sus enemigos peligrosos en el extranjero, algo sumamente peligroso si además son países o poderes antidemocráticos e iliberales quienes pueden disponer de ellas. Los drones configuran la idea tenebrosa de un poder soberano planetario, cuyo control y escrutinio queda fuera del alcance de quienes están sometidos o protegidos por su acción letal. Como máximo, pueden controlarlo unas instituciones nacionales o locales que necesariamente no se preocuparán de los intereses y los derechos del conjunto de los afectados, todos los seres humanos. Basta con imaginar la construcción de un catálogo de enemigos de la paz y de la humanidad, ejecutables por una orden presidencial desde Washington, para que nos demos cuenta del laberinto legal y moral en el que nos están metiendo o nos estamos metiendo.

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3 de octubre de 2011
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Una incertidumbre menos

De todas las sorpresas que nos puede deparar 2012, una ha quedado ya descartada. No sabemos si Obama alcanzará su segundo mandato presidencial o si un republicano lunático y extremista será el próximo inquilino de la Casa Blanca. Tampoco si un socialista conseguirá desbancar a Nicolas Sarkozy como presidente de la República. Tenemos la quiniela bastante segura respecto a la futura cúpula del comunismo y del Estado chino, la quinta generación después de Mao Zedong, aunque habrá que esperar al congreso del omnipotente Partido único para conocer la correlación de fuerzas interna entre los mandarines que rigen la nueva superpotencia emergente. Donde no queda margen para el error es en Moscú: ya sabemos los resultados de las elecciones presidenciales de marzo.

Quienes siempre hacen la apología de lo previsible en política pueden estar satisfechos. La democracia soberana rusa ha proporcionado toda una lección de cómo evitar los cabos sueltos, fuente siempre de conflictos, respetando las sagradas apariencias de los procedimientos electorales. Habrá elecciones. Con distintas opciones. La Constitución, que prohíbe al presidente presentarse a un tercer mandato, será respetada, sin necesidad de cambiar las reglas de juego a mitad del partido. Y, sin embargo, todo saldrá según lo previsto. Por si no estaba claro. Las democracias soberanas solo son democracias en el nombre, es decir, en la apariencia de una farsa electoral con urnas y papeletas. No hay división de poderes. No hay control parlamentario del ejecutivo. Menos todavía lo hay del judicial. Los medios de comunicación se hallan encadenados, los periodistas independientes son acosados y a veces asesinados. La libre empresa funciona si se somete al poder; en caso contrario, se convierte en actividad delictiva, que comporta la desposesión y la cárcel. Y eso sí, quien se somete a las tácitas reglas de la autocracia puede llegar lejos, en poder y en riqueza. A esto se dedica la nueva burguesía de los 'siloviki', los exmiembros de los servicios secretos que tienen en Putin a su máximo representante. Presidente y primer ministro los últimos doce años, ocho y cuatro respectivamente, el jefe de los 'siloviki' será presidente como mínimo los próximos seis. Llegó al poder como primer ministro de un Borís Yeltsin convertido en una ruina, en agosto de 1999; el último día de aquel año se convirtió en presidente interino; y ya no se ha ido. Presidente en 2000 y de nuevo en 2004, ante la imposibilidad de una inelegante reforma constitucional que le diera un tercer mandato --aunque sí la hizo para alargar cada período de cuatro a seis años?, dejó a Dmitri Medvédev que le calentara la silla y ahora va a enfilar doce años más, seis y seis, que le colocarán en el olimpo ruso de los autócratas, junto a Stalin (31 años), Bréznev (18) y los zares más longevos.

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2 de octubre de 2011
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El Boomeran(g)
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